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Martes, 3 de diciembre de 2024

Constantino el Grande

De Enciclopedia Católica

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Moneda de tiempos de Constantino

Vida

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En sus monedas se denominaba como "M", o con mayor frecuencia "C", y se llamaba FlavioValerio Constantino. Nació en Naissus, hoy Nisch en Servia, hijo del oficial romano Constancio, quien posteriormente se convirtiera en emperador romano y Santa Helena, una mujer de extracción humilde pero de recio carácter y habilidades extraordinarias. La fecha de su nacimiento no es conocida con certeza y se calcula entre 274 y el 288. Luego de ser elevado su padre a la dignidad de Cesar lo encontramos en la corte de Dioclesiano y posteriormente (305) combatiendo bajo el mando de Galerio en el Danubio. Cuando luego de la renuncia de su padre Constancio fue elevado a la dignidad de Augusto, el nuevo emperador de Occidente le solicitó a Galerio, el Emperador de Oriente, que permitiera a Constantino, a quien no había visto durante mucho tiempo, que volviera a la corte de su padre. Galerio accedió con reticencia. Constantino volvió al lado de su padre bajo cuyo mando tuvo apenas tiempo suficiente para distinguirse en Bretaña antes que Constancio muriera (el 25 de Julio de 306). Constantino fue inmediatamente proclamado Cesar por sus tropas, título que fue reconocido por Galerio con algunas vacilaciones. Este evento se constituyó en la primera oportunidad para lograr el esquema de Dioclesiano de un imperio de cuatro cabezas (tetrarquía) y fue prontamente seguido por la proclamación en Roma como Cesar de Maxencio hijo de Maximiano, un tirano disoluto, en Octubre del 306.
Visión de Costantino, según Rafael
Durante las guerras entre Majencio y los emperadores Severo y Galerio, Constantino permaneció inactivo en sus provincias. Habiendo fallado el intento hecho por los antiguos emperadores Dioclesiano y Maximiano en Carmentum en el año 307, para devolver el orden al Imperio, La promoción de Licinio a la posición de Augusto, la asunción por parte de Maximino Daia del título imperial y la auto proclamación de Maxencio como único emperador (abril del 308), condujo a la proclamación de Constantino como Augusto. Como poseía el ejército mas eficiente, fue reconocido por Galerio, quien se hallaba en guerra contra Maximino en el Oriente, y por Licinio.

Guerra contra Majencio

Batalla del puente Milvio
Constantino, quien hasta entonces se había limitado a defender su propia frontera contra los Germanos, no había tomado aún parte en las disputas de los otros pretendientes del trono. Sin embargo en el 311, vio la guerra como algo inevitable cuando Galerio el Augusto de mas edad y el más violento perseguidor de los cristianos sufrió una miserable muerte luego de cancelar sus edictos contra los cristianos, y cuando Majencio, luego de derribar las estatuas de Constantino, lo proclamó como un tirano. A pesar de que sus ejércitos eran muy inferiores a los de Majencio ya que contaba, de acuerdo con varios testimonios, con 25.000 a 100.000 hombres, mientras que Majencio contaba con 190.000 hombres fuertemente armados, no dudó en iniciar rápidamente su marcha hacia Italia (primavera del 312.)
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Luego de ocupar Susa y prácticamente aniquilar un poderoso ejército cerca de Turín, continuó su marcha hacia el Sur. En Verona enfrentó a un ejercito hostil bajo el mando de Ruricio, prefecto de la guardia de Majencio, quien se hizo fuerte en la ciudad. Mientras mantenía la ciudad bajo sitio, Constantino, con un destacamento de su ejercito, atacó y eliminó fácilmente los refuerzos frescos que venían en auxilio de las tropas que resguardaban la ciudad. La rendición de Verona fue la consecuencia inmediata. A pesar de la mayoría arrolladora de su enemigo (100.000 hombres en las filas de Majencio contra 20.000 en las de Constantino) el emperador continuó confiado su marcha hacia Roma. Una visión le había asegurado que conquistaría en el nombre de Cristo, por tanto sus guerreros llevaban el monograma de Cristo en sus escudos, a pesar de que la gran mayoría eran paganos. Las dos fuerzas en conflicto se encontraron cerca del puente sobre el río Tíber denominado el Puente Milviano. Fue aquí donde las fuerzas de Maxencio sufrieron la derrota definitiva, habiendo el tirano perdido su vida en el Tíber (Octubre 28 del 312). El vencedor inmediatamente ofreció prueba de su gratitud al Dios de los Cristianos el cual fue a partir de ese momento tolerado en todo el imperio (Edicto de Milán, a inicios del 313).
El tirano dioclesiano
Trató a sus enemigos con gran magnanimidad; las acostumbradas ejecuciones sangrientas no fueron la consecuencia de la victoria del puente Milviano. Constantino permaneció en Roma tan solo durante un corto tiempo. Siguió a Milán (finales del 312 o principios del 313) para encontrarse con su colega Augusto Licinio a quien entregó en matrimonio a su hermana y logró que garantizara la protección de los cristianos de Oriente y a cambio ofreció su protección contra Maximino Daia, este último un pagano intolerante y cruel tirano quien persiguió a los Cristianos aún luego de la muerte de Galerio. Fue éste finalmente derrotado por Licinio, cuyos soldados, siguiendo ordenes suyas, habían invocado al Dios de los Cristianos en el campo de batalla (Abril 30 del 313.). Maximino a su vez, imploró al Dios de los Cristianos, pero murió de dolorosa enfermedad en el otoño siguiente.
El tirano Majencio
Majencio

Guerra contra Licinio

Licinio integró la tetraquía
Quedó Licinio como único superviviente de los Tetrarcas de Dioclesiano. Su traición obligó a Constantino a alzarse en guerra contra él. Con su acostumbrada impetuosidad el Emperador le propinó su golpe de gracia en Cibala (Octubre 8 del 314). Licinio, sin embargo, pudo recuperarse y la batalla librada posteriormente en Castra Jarba (Noviembre del 314) dejó a ambos ejércitos en condición tal que ambas partes consideraron que la única salida era hacer la paz. La paz duró diez años. Pero luego cerca del 322, no se contentó con profesar su paganismo abiertamente comenzó a perseguir de nuevo a los Cristianos mientras desconocía los derechos y privilegios de Constantino. La guerra era pues inevitable. Constantino reunió una infantería de 125.000 hombres y una caballería de 10.000. Adicionalmente armó 200 barcos para lograr el control del Bósforo.
Zócalo de mármol de una columna honorífica. Representación de unas Victorias que sostienen un escudo, celebrado los diez años de existencia de la tetrarquía en el año 303 d. C.
Licinio, por otro lado y dejando la frontera oriental sin defensas obtuvo un ejército más numeroso aún constituido por 150.000 infantes y 15.000 de caballería, mientras que su flota naval estaba formada por no menos de 350 barcos. Los dos ejércitos se encontraron en Adrianopolis el 3 de Julio del 324, donde las bien disciplinadas tropas de Constantino vencieron y pusieron en retirada a las menos disciplinadas de Licinio. Licinio por otra parte se hizo fuerte en las barracas de Bizancio de manera tal que un ataque pudiera tener menor oportunidad de éxito y la única oportunidad de tomar el fuerte era mediante el bloqueo y la hambruna. Lo anterior requeriría la ayuda de la flota naval de Constantino, sin embargo la flota de Licinio se interponía en el camino. Una batalla naval a la entrada de los Dardanelos no ofrecía garantía de éxito, por lo tanto la Fuerza de Tarea de Constantino se retiró hacia Elains para reunirse con el resto de su flota. La flota dirigida por el Almirante Abantus de Licinio, trató de perseguir la flota de Constantino pero se encontró con una violenta tormenta que dio cuenta de 130 de sus naves y de 5.000 hombres. Constantino cruzó el Bósforo, dejando atrás tropas suficientes para mantener el bloqueo de Bizancio y enfrentó al cuerpo principal de su oponente en Chrisopolis, cerca de Calcedonia. De nuevo le infringió una derrota apabullante, matando 25.000 hombres y desbandando la mayoría de los sobrevivientes. Licinio huyó a Nicomedia con 30.000 hombres, sin embargo se dio cuenta que cualquier resistencia sería inútil. Capituló a discreción y el corazón magnánimo de Constantino le perdonó la vida. Sin embargo, cuando en el año siguiente (325) Licinio reanudó sus traicioneras costumbres, fue condenado a muerte por el Senado Romano y ejecutado.

Único Emperador

Edicto de Milan
En adelante, Constantino quedó como monarca único del Imperio Romano. Poco después de la muerte de Licinio, Constantino determinó que la futura capital del imperio fuera Constantinopla y con su acostumbrado ímpetu tomo todas las medidas para hacer de esa ciudad una más grande, fuerte y hermosa. Dedicó los siguientes diez años de su reinado a promover el bienestar político, económico y moral de sus posesiones y previó la estructura del gobierno futuro de su imperio. Mientras que colocaba a sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano a cargo de provincias menores, designó a sus hijos Constancio, Constantino y Constans como los futuros regidores del imperio. No mucho antes de su final, el movimiento hostil del rey de Persia, Shâpûr, lo lanzó de nuevo al campo de batalla. Cuando se encontraba a punto de marchar en contra de su enemigo fue atacado por una enfermedad, de la cual murió en Mayo del 337, luego de haber recibido el bautismo.

Apreciación histórica

Constantino, con todo derecho, había reclamado el titulo de El grande, ya que había cambiado la historia del mundo y había hecho de la Cristiandad, que hasta entonces sufría de una sangrienta persecución, la religión del Estado. Es bien cierto que las razones más profundas de tales cambios deben ser encontradas en el movimiento religioso de esos tiempos, pero tales razones eran, a duras penas, imperativas, ya que los cristianos conformaban tan solo una pequeña porción de la población, constituyendo una quinta parte de la misma en el Occidente y la mitad en una gran parte del Oriente. La decisión de Constantino dependía pues, mas de un acto personal que de una condición general, haciendo que su personalidad sea objeto de una cuidadosa consideración.

Mucho antes de lo mencionado anteriormente, las creencias del antiguo politeísmo habían sido sacudidas en sus raíces. En personalidades más sólidas como la de Dioclesiano, se mostraba su fortaleza en la forma de superstición, magia y adivinación. El mundo estaba pues, totalmente maduro para recibir el monoteísmo o su forma modificada el henoteísmo. El monoteísmo de entonces se ofrecía en diversas variedades, bajo las formas de varias religiones Orientales: en la adoración al Sol, la veneración de Mitras, el en Judaísmo y en la Cristiandad. Quien quisiera evitar un rompimiento radical con el pasado buscaría una forma Oriental de adoración que no exigiera sacrificios severos; en tal caso, por supuesto, la Cristiandad sería la última elección. Probablemente muchas mentes nobles reconocieron la verdad contenida en el Judaísmo y la Cristiandad, pero creyeron que podían apropiárselos sin ser obligados por tal hecho, a renunciar a la belleza de otro tipo de adoraciones. Una de tales mentes fue el Emperador Alejandro Severo, otro fue Aureliano, cuyas opiniones se vieron confirmadas por cristianos como Pablo de Samosata. No sólo los Gnósticos y otro tipo de herejes, sino algunos Cristianos quienes se consideraban fieles, se mantuvieron, de alguna manera, firmes en la adoración del sol. León el Grande, en su momento, decía que era la costumbre de muchos Cristianos el pararse en las gradas de la Iglesia de San Pedro a rendir homenaje al sol mediante reverencias y rezos. (cf. Euseb. Alexand. en Mai, "Nov. Patr. Bibl.", 11, 523; Augustin, "Enarratio in Ps. x"; Leon I, Serm. xxvi). Cuando tales condiciones prevalecían es fácil entender cómo muchos de los Emperadores cedieron ante la falacia de que podían unir a todos sus súbditos en la adoración al dios sol quien combinaba en sí el Padre - Dios de los Cristianos y el muy venerado Mitras. El imperio, por tanto, pudo ser fundado de nuevo bajo una sola religión. Aún el mismo Constantino, como más adelante se demostrará, abrazó por algún tiempo estas erradas creencias. Parecería ser que las últimas persecuciones de los Cristianos estaban dirigidas mucho mas hacia aquellos irreconciliables y extremistas que contra el gran cuerpo de la Cristiandad. La política de los emperadores no fue consistente. Dioclesiano fue, inicialmente, amigo de los Cristianos. Aún su enemigo más oscuro, Juliano, vaciló. Cesar Constancio, el padre de Constantino, protegió a los cristianos durante una cruel persecución.

Constantino creció bajo la influencia de las ideas de su padre. Hijo de Constancio Cloro en su primer matrimonio informal, denominado concubinatus, con Helena, una mujer de cuna inferior. Durante corto tiempo Constantino fue obligado a permanecer en la corte de Galerio, de cuyo ambiente, evidentemente, no quedó bien impresionado. Al retiro de Dioclesiano, Constancio avanzó de la posición de Cesar a la de Augusto, y el ejército, contra el deseo de los otros emperadores, elevó al joven Constantino a la posición que había quedado vacante. En ése mismo momento quedó en evidencia lo poco exitoso del sistema artificial de división de Imperio y de la sucesión al trono mediante la cual Dioclesiano buscó frustrar el arrogante poder de la guardia pretoriana. La personalidad de Dioclesiano está llena de contradicciones; se mostraba tan ramplón en sus sentimientos religiosos como era astuto y visionario en los asuntos de estado. Hombre de naturaleza autocrática, pero quien bajo determinadas circunstancias, se imponía limitaciones. Fue quien comenzó la reconstrucción del imperio la cual sería terminada por Constantino. Muchas amenazas serias pusieron en peligro la existencia del imperio como fueron la carencia de una unidad nacional y religiosa y su debilidad financiera y militar. Como consecuencia, el sistema impositivo tuvo que ser acomodado al sistema de trueque que por tales razones revivió. Los impuestos cayeron con mayor fuerza sobre los campesinos, las comunidades campesinas, y los propietarios de tierras; a lo anterior se sumaba el servicio obligatorio, cada vez mas pesado, que se imponía a aquellos dedicados a las empresas industriales las cuales fueron unidas en gremios estatales. El ejército fue fortalecido, las tropas de la frontera fueron incrementadas a 360.000 hombres. Adicionalmente las tribus fronterizas fueron puestas bajo la nómina estatal, como aliados. Muchas ciudades fueron fortificadas, y nuevas fortalezas y cuarteles fueron construidos. Poniendo en mayor contacto a los civiles y a los militares en contraposición al antiguo axioma romano. Cada vez que una frontera se veía amenazada las tropas domésticas se tomaban el campo de batalla. Este cuerpo de soldados, denominados los palatini, comitatenses, y que habían tomado el lugar de la Guardia Pretoriana, no eran mas de 200.000 (en algunos casos se calculaban en 194.500). Un buen servicios de Correos mantenía una constante comunicación entre las diferentes partes del imperio. La administración civil y militar se vio posiblemente mas agudamente dividida que antes, sin embargo se le concedía una igual y cada vez mayor importancia a la capacidad militar de los servidores estatales. Sobre todo, el emperador fue entronizado como un dios, y a la dignidad imperial se la rodeó con un halo, un ámbito sagrado, con un ceremonial que fue tomado en préstamo de las teocracias orientales. El oriente, desde los primeros tiempos había sido terreno propicio para un gobierno teocrático, los súbditos de cada regente creían que el mismo estaba en comunicación directa con la deidad mayor, y por tanto, la ley del Estado era vista como la ley revelada. En la misma forma los emperadores permitían que se les venerara como si fueran oráculos sagrados y como deidades y todo aquello que se relacionara con ellos era denominado sagrado. La palabra Sagrado llegó a reemplazar la denominación de Imperial. Un numeroso séquito de la corte, complicados ceremoniales, y ostentosas vestimentas hacían que el acceso al emperador fuera aún más difícil. Quien deseara acercarse a la cabeza del Estado debía transitar primero por muchas antesalas y postrarse ante el emperador como si fuera una divinidad. Puesto que los antiguos pobladores de Roma no gustaban de tales ceremoniales, los emperadores mostraron una preferencia cada vez mayor al Oriente, donde el monoteísmo se mantenía virtualmente incólume y donde, por añadidura, eran mejores las condiciones económicas. Roma, pues, no pudo por mas tiempo controlar la totalidad del gran imperio y sus peculiares civilizaciones.

Por todos los lados comenzaron a aparecer nuevas y vigorosas fuerzas nacionales de tal manera que tan solo dos políticas eran posibles. O bien se daba espacio a los nuevos movimientos nacionales, o se mantenían con firmeza los cimientos nacionales antiguos para revivir los antiguos principios Romanos, la pretérita severidad militar y el patriotismo de la vieja Roma. . Varios emperadores habían tratado de seguir éste último sendero en vano. Era tan imposible el retornar a la vida simplista de antaño como lo era el retornar a las antigua creencias paganas con su sistema nacional de veneración. Consecuentemente el imperio tuvo que identificarse con el movimiento progresista, emplear al máximo los recursos existentes dentro de la vida nacional, ejercer tolerancia, hacer concesiones a las nuevas tendencias religiosas y acoger a las tribus germánicas dentro del imperio. Tales convicciones continuaron expandiéndose principalmente por que el padre de Constantino había obtenido buenos resultados de tales políticas. En la Galia, Bretaña y España, donde regía Constancio Cloro prevalecieron la paz y la satisfacción. La prosperidad de las provincias aumentó visiblemente mientras que en el oriente la prosperidad se vio menoscabada por la inestabilidad y la confusión existentes. Fue, sin embargo, y particularmente en la parte occidental del imperio donde la veneración de Mitras predominó. Hubiera sido posible el congregar todas estas diferentes nacionalidades alrededor de sus altares? Hubiera sido factible que el Sol Deus Invictus, venerado por Dioclesiano y Galerio, se hubiera convertido en el dios supremo del imperio? Es posible que Constantino haya reflexionado al respecto y es posible que no haya rechazado totalmente dicha posición aún luego de los milagrosos acontecimientos que marcaron su preferencia hacia el Dios de los Cristianos.

In Hoc signo vinces

Su decisión a favor de los Cristianos fue, indudablemente influenciada por razones de conciencia; razones resultantes de las impresiones dejadas en cada persona libre de prejuicios tanto por los Cristianos como la fuerza moral de la Cristiandad y el conocimiento práctico que los emperadores poseían de los oficiales militares y oficiales estatales Cristianos. Tales razones, sin embargo no son mencionadas en la historia la cual le da primaria importancia al evento milagroso. Antes de que Constantino avanzara en contra de su rival Majencio y de acuerdo con las antiguas costumbres, convocó a los arúspices, los cuales profetizaron el desastre de acuerdo con un panegirista pagano. Sin embargo, cuando los dioses le negaban su ayuda, continúa dicho panegirista, hubo un dios en particular que lo animó ya que Constantino tenia cercana relación con dicha divinidad. Lactancio. (De mort. persec., ch. xliv) y Eusebio (Vita Const., I, xxvi-xxxi). Nos narran la manera cómo la conexión con dicha deidad se manifestó. El primero dice que fue en un sueño, el segundo a través de una visión como una manifestación celestial, una luz brillante en la cual vislumbró a la cruz o al monograma de Cristo. Fortalecido con dicha aparición, avanzó corajudamente a la batalla, venció a su rival y conquistó el poder supremo. Fue el resultado lo que dio importancia a la visión, ya que, posteriormente cuando el emperador reflexionaba respecto del evento le fue claro que la cruz llevaba la inscripción HOC VINCES (en éste signo conquistarás). Un monograma que combinaba las primeras letras del nombre de Cristo (CHRISTOS) X y P, una forma que no puede asegurarse que fuera utilizada antes por los Cristianos, fue convertida en uno de los símbolos de actualidad y puesta en el Labarum (q. v.). Esta insignia fue también puesta en la mano de una estatua del emperador en Roma, en cuyo pedestal se leía la siguiente inscripción "Con la ayuda de este beneficioso símbolo de fortaleza he liberado a mi ciudad del yugo de la tiranía y devuelto al Senado Romano y al Pueblo su antiguo esplendor y gloria." Enseguida después de su victoria, Constantino otorgó tolerancia a los Cristianos y al año siguiente (313) dio un paso mas en su favor. En el 313 Licinio y él emitieron en Milán el famoso edicto de tolerancia. En él se declaraba que los dos emperadores habían reflexionado respecto de lo que sería más ventajoso para la seguridad y bienestar del imperio y, sobre todo, habían tomado en consideración el servicio que el hombre debía a la "deidad". Por consiguiente resolvieron dar a los Cristianos y a otros libertad en el ejercicio de la religión.


Edicto de Milán

Cualquiera podía seguir la religión que considerara mas apropiada. Ellos hicieron votos por que la "deidad entronizada en los cielos" les otorgaría a los emperadores y sus súbditos sus favores y protección. Lo anterior fue suficiente para causar enorme confusión entre los paganos. Si las palabras del edicto se examinan cuidadosamente se encuentra evidencia clara del esfuerzo hecho para expresan los nuevos pensamientos de una manera absolutamente carente de ambigüedad que eliminara la más mínima duda al respecto. El edicto contiene mucho mas que la creencia a la cual Galerio, al final, había escogido, como es la de que las persecuciones eran totalmente inútiles, y otorgaba a los Cristianos libertad de culto y simultáneamente procuraba no crear afrentas contra los paganos. Sin duda alguna el término deidad fue cuidadosamente escogido puesto que no excluye su implicación pagana. Las cautelosas expresiones probablemente se originaron en los archivos imperiales, donde las concepciones y formas paganas de expresión permanecieron aún por mucho tiempo. El cambio, sin embargo, de persecución sangrienta a tolerancia de la Cristiandad, un cambio que implicaba su reconocimiento, puede haber sorprendido a muchos paganos y suscitado el mismo estupor que un alemán sentiría si un emperador, siendo Social Demócrata, se hiciera a las riendas del estado por la fuerza. A tal persona le parecería que los fundamentos del Estado se estuvieran debilitando. Los Cristianos mismos pudieron haber sido tomados por sorpresa. Antes de esto, por cierto, ya se le había ocurrido a Melito de Sardes (Eusebius, Hist. Eccl., IV, xxxiii) que el emperador en algún momento podría llegar a convertirse al cristianismo; sin embargo Tertuliano pensaba de manera diferente y había escrito (Apol., xxi) la frase memorable: "Sed et Caesares credidissent super Christo, si aut Caesares non essent saeculo necessarii, aut si et Christiani potuissent esse Caesares" (Pudieran los Césares haber creído en Cristo si los Césares no hubiesen sido necesarios para el mundo o si los cristianos hubiesen podido ser Césares). La misma opinión fue emitida por San Justino (I, xii, II, xv). A él y a muchos otros se les antojaba un imposible total el que el Imperio fuera Cristiano. En todo caso días felices se presentaban ahora ante los Cristianos. Deben ellos haber tenido los mismos sentimientos de los perseguidos durante la Revolución Francesa cuando Roberspierre fue finalmente derrocado y su Reino del Terror terminó. Los sentimientos de liberación del peligro son delicadamente expresados en el tratado atribuido a Lactancio (De mortibus persecut., en P. L., VII, 52), respecto de las maneras como la muerte se apoderó de los perseguidores. Dice: " Debemos ahora agradecer al Señor Quien ha unido su rebaño el cual había sido devastado por los lobos rapaces y Quien ha exterminado las bestias salvajes que los alejaron de sus pasturas. Dónde están ahora las multitudes de nuestros enemigos?, donde los verdugos de Dioclesiano y Maximiano? Dios los ha barrido de la faz de la tierra; celebremos entonces Su triunfo con alegría; observemos la victoria del Señor con cantos de alabanza, y honrémoslo a El noche y día con oración, para que la paz que hemos recibido de nuevo luego de diez años de miseria, sea preservada." Los Cristianos fueron liberados de las minas y de las prisiones y fueron recibidos por sus hermanos en la fe con aclamaciones de júbilo; las iglesias se llenaron de nuevo y aquellos que se habían alejado de la Cristiandad pidieron perdón.

Durante algún tiempo parecía que tan sólo la tolerancia y la igualdad prevaldrían. Constantino se mostraba igualmente condescendiente con ambas religiones. En su calidad de pontifex maximus vigiló la adoración pagana y protegió sus derechos. Lo único que hizo fue el suprimir la adivinación y la magia a las cuales los emperadores paganos habían recurrido ocasionalmente. Por consiguiente el emperador romano en el año 320 prohibió el acceso a las casas privadas a los adivinadores y arúspices bajo la pena de muerte. Quien a su solicitud o promesa de pago ofreciera a un arúspice violar ésta ley sus propiedades serían confiscadas y él mismo llevado a la hoguera. A quienes informaran de tales hechos se les recompensarían. Quien quisiera practicar los usos paganos debían hacerlo abiertamente. Debía acudir a los altares públicos o a los sitios sagrados, y en ésos sitios observar las formas tradicionales de adoración. "No prohibimos", decía el emperador, "la observancia de las antiguas tradiciones a la luz del día." En una ordenanza del mismo año dirigida a los prefectos de la ciudad de Roma, Constantino ordenaba que si un rayo hubiera de caer sobre el palacio imperial o sobre un edificio público, los arúspices deberían, de acuerdo con las antiguas costumbres, interpretar el significado de tal acontecimiento y su interpretación debería ser reportada por escrito al emperador. Igualmente se le permitía a los individuos privados hacer uso de ésta antigua costumbre, pero al hacerlo debían abstenerse de los prohibidos sacrificia domestica. De esto no puede deducirse que existía una prohibición general para la celebración de sacrificios familiares, a pesar de que en el año 341 Constancio, el hijo de Constantino menciona tal prohibición (Cod. Teod., XVI, x, 2). Una prohibición de tal naturaleza hubiera tenido mayores consecuencias, ya que la mayoría de los sacrificios eran de carácter privado. Mas aún cómo hubiera podido implementarse tal prohibición si los sacrificios públicos aún eran permitidos? En la consagración de Constantinopla se utilizó una ceremonia mitad Cristiana y mitad pagana. La carroza del dios sol fue puesta en el mercado público y sobre su cabeza se colocó la Cruz de Cristo, mientras que el Kyrie - Eleyson se cantaba. Poco antes de su muerte Constantino confirmó los privilegios de los sacerdotes de los antiguos dioses. Muchas otras medidas tomadas por él tenían la apariencia de medidas a medias como si él mismo hubiera abrazado alguna forma sincretística de religión. Acorde con lo anterior ordenó a las tropas paganas el utilizar una oración en la cual cualquier monoteísta pudiera tomar parte y que a la sazón decía: "Te reconocemos a ti solamente como dios y rey, te invocamos para que nos ayudes. Hemos recibido la victoria de ti y por ti hemos superado a nuestros enemigos. A ti debemos todo lo bueno que hemos recibido hasta ahora y en ti confiamos en el futuro. A ti elevamos nuestras súplicas e imploramos que preserves a nuestro emperador Constantino y a sus hijos temerosos de dios, libres de mal y victoriosos por muchos años". El emperador tomó un paso adicional cuando ordenó retirar sus estatuas de los templos paganos, prohibió que los templos que caían en ruina fueran reparados y suprimió toda forma ofensiva de adoración. Todas éstas medidas, sin embargo, no fueron mas allá de la tendencia sincretística que Constantino había demostrado durante mucho tiempo. Sin embargo él debió percibir con claridad mayor cada vez que el sincretismo era imposible.

El tema de la tolerancia y la libertad religiosa

De la misma manera la tolerancia y la libertad religiosa no podían continuar existiendo como una forma de igualdad. Los tiempos no estaban listos para una concepción de tal naturaleza. Si bien es cierto que los escritores Cristianos defendieron la libertad religiosa y que, por lo tanto Tertuliano dijo que la religión prohibe la compulsión religiosa (Non est religionis cogere religionem quae sponte suscipi debet non vi.--"Ad Scapulam", cerca al final;) y, mas aún, Lactancio declaró que "El hombre debe estar dispuesto a morir por defender la religión, pero no a matar." Orígenes enarboló igualmente la causa de la libertad. Muy probablemente la constante persecución y opresión generaron el entendimiento de que el imponer una manera de pensar y de concebir el mundo y la vida era una compulsión malvada. Contrastando con la asfixiante violencia del Estado Antiguo y con el poder y la costumbre de la opinión pública, estaban los Cristianos como los defensores de la libertad, pero no solamente de una libertad individual o subjetiva, ni de una libertad de conciencia como se entiende hoy en día. Aún si la Iglesia hubiera reconocido esta forma de libertad, el Estado no habría podido permanecer tolerante. Sin percatarse de la importancia de sus actos Constantino otorgó a la Iglesia un privilegio tras otro. Desde el 313 la Iglesia obtuvo inmunidad para sus eclesiásticos, incluyendo libertad de impuestos o servicios obligatorios u oficios obligatorios del estado como era, por ejemplo, la dignidad curial, que imponía pesadas cargas. La Iglesia obtuvo adicionalmente la facultad de heredar propiedades y Constantino puso al Domingo bajo la protección del Estado. Es verdad, sin embargo, que los veneradores de Mitras también reverenciaban el Domingo y la Navidad, por consiguiente Constantino se refiere al Domingo no como el día del Señor sino como el eterno día del sol. De acuerdo con Eusebio a los paganos también se les obligó en éste día a salir a campo abierto y en conjunto, elevar sus manos y recitar la oración que ya se mencionó, una oración sin marcadas características Cristianas (Vita Const., IV, xx). El emperador otorgó muchos privilegios a la Iglesia por que ella cuidaba de los pobres y por su marcada y activa benevolencia. Pero tal vez demostró sus tendencias Cristianas de manera mas pronunciada al remover los impedimentos legales que, desde los tiempos de Augusto, se habían impuesto al celibato, dejando tan sólo los leges decimarioe, y al reconocer una amplia jurisdicción eclesiástica. Sin embargo no debe olvidarse que las comunidades judías tenían también sus propias jurisdicciones, exenciones e inmunidades, así fuera en grado mas reducido. En una ley del año 318 se rechazó la competencia de las cortes civiles si en un pleito se apelaba a la corte de un obispo Cristiano. Aún antes de que el pleito fuera iniciado en una corte civil, era permitido que una de las partes lo transfiriera a la corte del obispo. Si a ambas partes se les concedía audiencia legal, la decisión del obispo tenía plena validez y obligatoriedad. Una ley del 333 ordenaba a los oficiales del estado a imponer las decisiones de los obispos. El testimonio de un obispo debería ser considerado suficiente por cualquier juez y ningún testigo podía ser citado con posterioridad al testimonio del obispo. Dichas concesiones tenían tanto alcance que la Iglesia misma sentía que el inmenso crecimiento de su jurisdicción era una restricción en sí mismo. Posteriores emperadores limitaron esta jurisdicción a casos de sumisión voluntaria de las partes a la corte episcopal.

Constantino logró mucho a favor de los niños, esclavos y las mujeres, todos aquellos miembros más débiles de la sociedad los cuales eran tratados ásperamente por la antigua ley romana. Sin embargo él tan solo continuó la labor que, bajo la influencia del Estoicismo, los emperadores que lo precedieron habían iniciado y habían dejado a sus sucesores para continuar el empeño de la emancipación. Es así como algunos emperadores anteriores a Constantino habían prohibido, sin éxito, el abandono de niños, como niños expósitos o abandonados, éstos eran rápidamente adoptados para ser utilizados en varios propósitos. Los Cristianos, particularmente, se esforzaron para apoderarse de éstos niños, consecuentemente, Constantino no emitió prohibición directa respecto al abandono, a pesar de que los cristianos equiparaban en gravedad a éste con el asesinato. Ordenó, en lugar de una prohibición directa que los expósitos deberían pertenecer a aquel que los encontrara, y le prohibió a los padres reclamar a los niños que habían abandonado. Aquellos que acogían a estos niños adquirían derecho de propiedad sobre ellos lo que les permitía un uso extenso de dicho derecho; podían, por ejemplo, venderlos y esclavizarlos, hasta que Justiniano prohibió su esclavitud bajo cualquier forma. Aún en los tiempos de San Crisóstomo los padres mutilaban a sus hijos por lucro. Cuando había hambruna o estando endeudados, muchos padres tan sólo obtenían alivio mediante la venta de sus hijos, si es que no deseaban venderse a sí mismos. Leyes emitidas posteriormente en contra de dichas prácticas tuvieron tan poco efecto como aquellas que prohibieron la castración y la prostitución. San Ambrosio, de manera vívida, describe el triste espectáculo de la venta de los niños por parte de sus padres, bajo la presión de los acreedores, o por parte de los acreedores mismos. Poco sirvieron las muchas formas de atención e instituciones que trataban de proteger a dichos niños y a los pobres. El mismo Constantino estableció asilos para los expósitos, pero sin embargo reconoció el derecho de los padres de vender a sus hijos y tan sólo creó excepciones para los niños de mas edad. Reglamentó que los niños que habían sido vendidos podían ser vueltos a comprar por sus padres, en diferenciación clara a aquellos que habían sido expuestos. Sin embargo su disposición no tenía aplicabilidad alguna si los niños eran llevados al extranjero. Valentiniano, por tanto, prohibió el tráfico de seres humanos con tierras extranjeras. Las leyes prohibiendo tales prácticas se multiplicaron constantemente, sin embargo la mayor parte de la carga de tratar de salvar a los niños recayó sobre la Iglesia.

Constantino fue el primero en prohibir el rapto de niñas. El abductor y aquellos que lo habían asistido, influenciando a la niña, eran amenazados con penas severas. Armonizando con los puntos de vista de la Iglesia, Constantino hizo más difícil el proceso de divorcio, no hizo cambios en el divorcio por mutuo consentimiento, pero impuso severas condiciones cuando la demanda de separación provenía de una de las partes solamente. Un hombre podía abandonar a su esposa por razón de adulterio, envenenamiento y prostitución, y en el proceso retener su dote, sin embargo, si la abandonaba por cualquier otro motivo, debía devolver su dote y se le prohibía volverse a casar. Si a pesar de lo anterior se casaba, la anterior esposa podía entrar a su casa y llevarse para sí, todo aquello que la nueva esposa le había entregado. Constantino hizo más severas las leyes antiguas prohibiendo el concubinato de una mujer libre con un esclavo, lo cual fue visto con buenos ojos por la iglesia. Por otra parte el haber guardado las distinciones de clases dentro de la ley de matrimonio estaba claramente en contradicción con las disposiciones de la Iglesia la cual rechazaba cualquier discriminación por clase dentro del matrimonio, y consideraba como legítimos los matrimonios informales (los denominados concubinatus), puesto que poseían un carácter permanente y eran monógamos. Constantino, sin embargo, hizo la figura del Concubinatus más difícil y prohibió a los senadores y a los altos funcionarios del Estado y del sacerdocio pagano el contraer este tipo de uniones con mujeres de clase inferior (feminoe humiles), haciendo, de hecho, imposible que pudieran casarse con mujeres pertenecientes a clases inferiores, a pesar del hecho de que su propia madre pertenecía a una clase inferior. El emperador, sin embargo, en los demás aspectos siempre demostró el mayor respeto hacia su madre. Los demás concubinatus, diferentes a los ya mencionados, fueron colocados en desventaja con respecto del manejo de las propiedades y los derechos hereditarios de los concubinos y sus hijos eran restringidos. Por otra parte Constantino alentó la emancipación de los esclavos y decretó que la manumisión en la iglesia tendría el mismo efecto que la manumisión pública realizada ante funcionarios estatales o la realizada por testamento. (321). Ni los emperadores Cristianos ni los paganos permitieron que los esclavos buscaran su libertad sin la autorización de la ley, los legisladores Cristianos buscaron aliviar la esclavitud limitando la intensidad del castigo corporal; El amo tan sólo podría utilizar la vara o enviar al esclavo a la prisión y si el esclavo moría dentro de dichas circunstancia su amo no era responsable. Sin embargo, si la muerte era producida por el uso de garrotes o piedras o armas o instrumentos de tortura, la persona que causaba la muerte era tratada como un asesino. Como más adelante se podrá ver, el mismo Constantino se vio obligado a observar ésta ley cuando trató de deshacerse de Liciano. Un criminal no podía ser golpeado en la cara, tan sólo en los pies ya que la cara estaba hecha a semejanza de Dios.

Cuando se comparan éstas leyes con las emitidas por emperadores anteriores cuya disposición era considerada como humana, no se ve que las emitidas por Constantino tengan un alcance mayor. En todo aquello deferente a la religión Constantino siguió las huellas de Dioclesiano y a pesar de las experiencias negativas permaneció adherido a la división artificial del imperio; trató durante largo tiempo de evitar un rompimiento con Licinio y repartió al imperio entre sus hijos. Por otra parte, el poder imperial fue incrementado al recibir la consagración religiosa. La Iglesia toleró el culto al emperador bajo muchas formas. Se permitía hablar de la divinidad del emperador, o del palacio sagrado, la cámara sagrada y del altar del emperador, sin que esto fuera considerado idolatría. Desde éste punto de vista los cambios religiosos de Constantino pueden ser considerados como meras frivolidades, eran tan solo poco mas que renuncias a simples formalidades. Puesto que lo que sus predecesores habían buscado mediante el uso de toda su autoridad y al costo de un incesante derramamiento de sangre era tan sólo el reconocimiento de su propia divinidad; Constantino logró esto a pesar de que renunció a que se realizaran sacrificios a su honor. Algunos obispos, cegados por el esplendor de la corte fueron a extremos tales de llamar al emperador el ángel de Dios, un ser sagrado, y profetizar que, tal como lo había hecho el Hijo de Dios, reinaría en el cielo. Consiguientemente se ha asegurado que Constantino favoreció a la Cristiandad por simples motivos políticos, y ha sido visto como un déspota glorificado que hizo uso de la religión como un medio para lograr la implementación de sus políticas. Cada vez que la política del estado lo requería podía ser cruel. Aún luego de su conversión decretó la ejecución de su cuñado Licinio y el hijo de éste, lo mismo que de Crispus, su propio hijo del primer matrimonio, y de su esposa Fausta. Querelló con su colega Licinio respecto de su política religiosa y en el 323 lo derrotó en una sangrienta batalla. Licinio se rindió bajo la promesa de que se protegería su seguridad personal, pero a pesar de esto fue estrangulado un año mas tarde por ordenes de Constantino. Durante el régimen conjunto, Liciano el hijo de Licinio y Crispus el hijo de Constantino habían sido ambos césares. A los dos se les hizo gradualmente a un lado. Crispus fue ejecutado bajo cargos de inmoralidad elevados contra él por Fausta la segunda esposa de Constantino. Los cargos fueron falsos, lo cual fue conocido por Constantino, luego de los hechos, a través de su madre Helena. En castigo Fausta fue sofocada hasta su muerte en un baño caliente. Liciano fue flagelado hasta morir. Puesto que Liciano no era hijo de la hermana de Constantino sino de una esclava, aquél lo trató siempre como un esclavo. De ésta manera Constantino evadió su propia ley respecto de la mutilación de esclavos. Luego de conocer tales crueldades es difícil creer que el mismo emperador pudiera tener en ocasiones impulsos de suavidad y ternura. La naturaleza humana, empero, está llena de contradicciones.

Constantino fue generoso, y pródigo en sus donaciones y adornó las iglesias Cristianas con magnificencia. Puso mas atención a la literatura y el arte de lo que pudiera esperarse de un emperador de su época, a pesar de que mucho de lo anterior fue hecho por vanidad, como se comprueba por su agradecimiento a las dedicatorias hechas a él de trabajos literarios. Es muy posible que él mismo haya practicado alguna forma de finas artes. Sin duda alguna estaba dotado de un fuerte sentido religioso, era sincero y piadoso y le fascinaba ser representado en actitud oratoria con sus ojos levantados hacia el cielo. En su palacio tenía una capilla a la cual le gustaba retirarse a leer la Biblia y a orar. Dice Eusebio "Todos los días, a una hora determinada se encerraba en el sitio mas recluido de su palacio, como si fuera asistir a los Sagrados Misterios, y allí se comunicaba con Dios rogando a Él ardientemente de rodillas por sus necesidades". En su carácter de catecúmeno no le era permitido asistir a los misterios de la sagrada Eucaristía. Permaneció como catecúmeno hasta el fin de sus días no por falta de convicción ni porque llevado por su disposición apasionada deseara llevar una vida pagana; obedeció lo mas estrictamente posible los preceptos de la Cristiandad, observando particularmente la virtud de la castidad la cual le había sido especialmente inculcada por sus padres. Respetaba el celibato tanto que lo liberó de sus desventajas legales. Buscó elevar la moralidad, y castigó con particular severidad las ofensas contra la moral que habían sido promovidas por el culto pagano. Crió a sus hijos como Cristianos y así se separó gradualmente del sincretismo el cual parecía a veces favorecer. El Dios de los Cristianos era ciertamente un dios celoso que no toleraba otros dioses fuera de Él. La Iglesia nunca pudo quejarse de que estuvo en el mismo nivel de otros cuerpos religiosos. Conquistó para sí un dominio después del otro.

Constantino prefería la compañía de los obispos Cristianos a la de los sacerdotes paganos. El emperador invitaba con frecuencia los obispos a su corte y les permitía el uso del sistema de correos imperial, los sentó a su mesa, los llamó sus hermanos y cuando habían sufrido por la Fe, besó sus cicatrices. Mientras que prefirió a los obispos como sus consejeros, ellos por otra parte, frecuentemente solicitaban su intervención. Vg. Poco después del 313 en la disputa Donatista. Durante muchos años se preocupó del problema árabe y allí, debe ser reconocido, transpuso los límites de lo permisible como cuando, por ejemplo, dictaminó a Atanasio a quiénes podía recibir en la Iglesia y a quiénes debía excluir. Aún así evitó cualquier interferencia directa con el dogma y buscó que se cumpliera tan sólo lo que las autoridades legítimas, los sínodos, decidieran. Cuando apareció en un Concilio Ecuménico, no lo hizo para influir en las decisiones, sino para demostrar su interés e impresionar a los paganos. Desterró obispos tan sólo para evitar disputas y discordias, es decir, por razones de estado. Se opuso a Atanasio porque se le hizo creer que aquel quería retener las naves cargueras con maíz destinado a Constantinopla. La prevención de Constantino puede ser mejor entendida si se tiene en mente lo poderosos que los patriarcas llegaron a ser. Cuando finalmente sintió la cercanía de la muerte, recibió el bautismo declarando ante los obispos reunidos a su alrededor, que deseaba, como Cristo recibir el sacramento de salvación en el Jordán, pero que puesto que Dios le había ordenado lo contrario, no deseaba demorar mas el bautismo. Dejando a un lado la púrpura, el emperador, en ropajes de neófito esperó su final dentro de gran paz y alegría.

El mayor de los hijos de Constantino, Constantino II, mostró claras tendencias hacia el paganismo y sus monedas llevan abundancia de emblemas paganos, su segundo hijo en favoritismo, Constancio, demostró mayores tendencias Cristianas convirtiéndose finalmente al Cristianismo Ario. Constancio fue un firme opositor del paganismo. Cerró todos los templos y prohibió los sacrificios bajo pena de muerte. Su máxima era: "Cesset superstitio; sacrificiorum aboleatur insania" (Que cese la superstición, y que la locura de los sacrificios sea abolida). Sus sucesores recurrieron a la persecución religiosa contra los herejes y paganos. Sus leyes (Cod. Theod., XVI, v) tuvieron la más desfavorable influencia en la Edad Media y fueron los fundamentos de la abusada Inquisición. (Ver PERSECUSIONES; CONSTANTINOPLA; IMPERIO ROMANO)

CHARLES G. HERBERMANN & GEORG GRUPP Transcrito por Rick McCarty Traducido por Rodrigo Bueno Delgado

Selección de imágenes: José Gálvez Krüger