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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Acometas

De Enciclopedia Católica

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(Griego akoimetai, del privativo a, y koiman , descansar)

A veces, una apelación común a todos los ascetas de Oriente conocidos por el rigor de sus vigilias; pero usualmente el nombre de una orden especial de monjes Griegos o Basilios dedicados a la oración y la alabanza sin interrupción, día y noche. Ésta orden fue fundada, alrededor del año 400, por un cierto Alejandro, un hombre de noble cuna, que huyó de la corte de Bizancio al desierto, tanto por amor a la soledad como por miedo a los honores episcopales. Cuando volvió a Constantinopla, para establecer allí la laus perennis (alabanza perpetua, n.d.t.), trajo consigo la experiencia de una primera fundación en el Eúfrates y trescientos monjes. La empresa, no obstante, se reveló dificultosa, debido a la hostilidad del Patriarca Nestorio y el Emperador Teodosio. Expulsado del monasterio de San Mennas, que él había levantado en la ciudad, y arrojado con sus monjes a la hospitalidad de San Hypacio, Abad de Rufiniana, finalmente consiguió construir, en la entrada del Mar Negro, el monasterio de Gomon, donde murió alrededor del 440. Su sucesor, el Abad Juan, fundó en la orilla oriental del Bósforo, enfrente de Sostenium o Istenia, el Irenaion, siempre mencionado en documentos antiguos como el “gran monasterio” o casa madre de los Acometas. Bajo el tercer abad, San Marcelo, cuando la hostilidad de Patriarca y Emperador amainó un tanto, Studius, un Cónsul anterior, fundó en la ciudad el famoso “Studium” que más tarde, principalmente bajo el Abad Teodoro (759-826), llegó a ser tanto un centro de enseñanza como de piedad, y llevó a su culmen la gloria de la orden.

Por otro lado, el gran atractivo de los nuevos “Studites” dejó gradualmente en la sombra a los antiguos Acometas. El aspecto que distinguió a los Acometas de otros monjes Basilios era el ininterrumpido servicio de Dios. Sus monasterios, que contaban cientos de internos que alguna vez llegaron al millar, estaban distribuidos en grupos nacionales, Latinos, Griegos, Sirios, Egipcios; y cada grupo en tantos coros como el número de miembros permitía y el servicio requería: Con ellos el oficio divino era, literalmente, llevar a cabo el Salmo cxviii, 164: “Siete veces al día Te he dado alabanza,” (“Siete veces al día te alabo,” BJ nueva edición, n.d.t.), consistiendo, como así se hizo, en siete horas: orthrinon, trite, ekte, enate, lychnikon, prothypnion, mesonyktion, las cuales pasaron a la Iglesia Occidental a través de San Benito de Nursia con los nombres equivalentes de prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas, maitines (nocturnos) y laudes. La influencia de los Acometas en la vida Cristiana fue considerable. El esplendor de sus servicios religiosos contribuyó en gran manera a desarrollar la liturgia. Su idea de la laus perennis y otras instituciones similares, pasaron a la Iglesia Occidental con San Mauricio de Agauna y San Denis. Nuestra moderna adoración perpetua es un vestigio de aquella.

Desde antes del tiempo de los “Studites”, la copia de manuscritos tenía lugar de honor entre los Acometas, y la biblioteca del “Gran Monasterio”, consultada hasta por los Romanos Pontífices, es la primera que se menciona por los historiadores de Bizancio. Los Acometas tomaron parte de forma notable –y siempre en sentido ortodoxo— en las discusiones Cristológicas provocadas por Nestorio y Eutiquio, y más tarde en las controversias de los Iconos. Apoyaron fuertemente a la Sede Apostólica en el cisma de Acacio, como hicieron los Studites en la de Focio. El único fallo que señaló la pureza de su doctrina y su lealtad a Roma, ocurrió en el siglo sexto, cuando por mejor combatir las tendencias, hacia Eutiquio, de los monjes Escitas, ellos mismos cayeron en el error Nestoriano y tuvieron que ser excomulgados por el Papa Juan II. Pero fue el error de unos pocos ( quibusdam paucis monachis , dice un documento contemporáneo), y no pudo deteriorar seriamente la alabanza dada a su orden por el Sínodo Romano de 484: “Gracias a vuestra verdadera piedad hacia Dios, a vuestro celo en la vigilancia, y a un don especial del Espíritu Santo, vosotros discernís lo justo de lo impío, los creyentes de los descreídos, los Católicos de los herejes”.

Bibliografía

HELYOT, Histoire des ordres monastiques (París, 1714); HEIMBUCHER, Orden u. Kongregationen (Paderborn, 1896); MARIN, Les moines de Constantinople De Studio, Coenobio Constantinopolitano (Paría, 1897); GARDNER, Theodore of Studium (Londres, 1905).


Escrito por J.F. Sollier

Traducido por Andrés Peral Martín