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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Sabiduría

De Enciclopedia Católica

Revisión de 02:08 21 ago 2009 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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Uno de los escritos deutero-canónicos del Antiguo Testamento, colocado en la Vulgata entre el Cantar de los Cantares y Eclesiástico.

Título

Los encabezados más antiguos atribuyen el libro a Salomón, el representante de la sabiduría Hebrea. En la traducción Siríaca, el título es: “el Libro de la Gran Sabiduría de Salomón”; y en la Antigua Versión Latina, el encabezado dice: “Sapientia Salomonis”. Los manuscritos griegos más tempranos --el Vaticanus, el Sianiticus, el Alexandrinus—contienen similar inscripción, y los Padres Orientales y Occidentales de los primeros tres siglos generalmente hablan de “la Sabiduría de Salomón” cuando citan esa inspirada obra, aunque algunos de ellos la utilizan en conexión con designaciones honoríficas como he theia Sophia(la Divina Sabiduría), Panaretos Sophia ( Toda Virtuosa Sabiduría). En la Vulgata, el título es: “Liber Sapientiae”, “El Libro de Sabiduría”. En versiones no-católicas, el encabezado común es: “la Sabiduría de Salomón”, en contradistinción de Eclesiástico, que usualmente se intitula: “la Sabiduría de Jesús, el hijo de Sirach”.

Contenido

El libro contiene dos partes generales, los primeros nueve capítulos tratan a la Sabiduría bajo su aspecto más especulativo, y los últimos diez capítulos la tratan desde un punto de vista histórico. El siguiente es la cadena de ideas del autor de la parte especulativa (caps. i-ix). Dirigiéndose en forma directa a reyes, el autor enseña que lo profano es ajeno a la Sabiduría y corteja castigo y muerte(i), y establece y refuta los argumentos con que los impíos avanzan en contrario: de acuerdo con él, el esquema mental de lo profano es antagónico al destino inmortal del hombre; su vida presente es solo en apariencia más feliz que la de los piadosos; y su destino último es prueba incuestionable de lo torpe de su curso (ii-v). El, por tanto, exhorta a los reyes a la búsqueda de la Sabiduría, que es más necesaria para ellos que para mortales ordinarios (vi,1-21), y describe su propia feliz experiencia en la búsqueda y posesión de esa Sabiduría que consiste en el Esplendor de Dios y es otorgada por Él a sus atentos suplicantes (vi, 22-viii). Él autor realza la oración (ix) por la cual el mismo imploró que la Sabiduría y el Espíritu Santo de Dios le sean enviados desde el cielo, para lo que concluye con la reflexión de que los hombres de la antigüedad eran guiados por la Sabiduría—una reflexión que constituye una transición natural a partir de la antigua historia de Israel, que constituye la segunda parte de esta obra. La línea de pensamiento del autor en esta parte histórica (ix-xix) fácilmente puede ser señalada. El autor alaba la sabiduría de Dios (1) por su trato con los patriarcas desde Adán hasta Moisés (x-xi,4); (2) por su justo y también misericordioso, trato con los habitantes idólatras de Egipto y Canaan xi, 5-xii); (3) en su contraste con la flagrante torpeza y consecuente inmoralidad idólatra bajo sus diferentes formas (xiii,xiv); finalmente (4), por su discriminante protección otorgada a Israel durante las plagas de Egipto, y aquella brindada en el cruce del Mar Rojo, una protección que ha sido extendida a todos los tiempos y lugares.

Unidad e Integridad

La mayoría de los estudiosos contemporáneos admiten la unidad del Libro de Sabiduría. La totalidad de la obra está envuelta de un único y amplio propósito, ej., aquel de servir de solemne advertencia contra el error de lo profano. Sus dos partes principales están íntimamente ligadas por una transición natural (ix,18), que en ninguna forma tiene la apariencia de una inserción editorial. Las subdivisiones, que pudieran, a primera vista, ser tomadas como ajenas al primitivo plan del autor, son, cuando examinadas en detalle, vistas como parte y parcela de ese plan: siendo este el caso, por ejemplo, con la sección relativa al origen y consecuencias de la idolatría (xiii,xiv), tanto como esta sección es deliberadamente preparada por el autor acerca de la sabiduría de Dios en su trato con los habitantes idólatras de Egipto y Canaan, en la subdivisión precedente inmediata (xi,5-xii). No solamente no hay ruptura discernible en la ejecución del plan, sino que también se presentan en todas las secciones del libro, expresiones favoritas, figuras literarias y palabras sueltas; que suministran prueba adicional que el Libro de Sabiduría no es una mera compilación, sino toda una unidad literaria.

La integridad del libro no es menos cierta que su unidad. Cada examinador imparcial de la obra puede fácilmente reconocer que nada en ella sugiere que el libro llegase a nosotros en forma diferente a su forma primitiva. Tal como Eclesiástico, Sabiduría de hecho no contiene inscripción similar a aquellas que abren el Libro de Proverbios y Eclesiástes; pero claramente, en el caso de Sabiduría, como en el caso de Eclesiástico, esta ausencia no es necesariamente signo que de la obra es fragmentaria en el principio. Ni tampoco se le puede considerar al Libro de Sabiduría mutilado en el final, porque su último versículo forma un cierre adecuado de la obra tal como fue planeado por el autor. En relación con unos cuantos pasajes de Sabiduría a los que algunos críticos han tratado como interpolaciones cristianas posteriores (ii,24; iii, 13; iv,1; xiv,7), es claro que donde estos pasajes son señalados como tales, su presencia no viciaría la integridad substancial de la obra, y más aún, bajo detallado examen, brindan un sentido perfectamente consistente con la estructura de pensamiento Judío del autor.

Lenguaje y Autoría

En vista del antiguo encabezado: “la Sabiduría de Salomón”; algunos estudiosos han asumido que el Libro de Sabiduría fue compuesto en hebreo, como otras obras atribuidas a Salomón por su título (Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares). Para sustanciar esta posición ellos han apelado a los hebraísmos en la obra; a sus paralelismos, una distintiva característica de la poesía hebrea; a su uso constante de partículas conectivas (kai, de, gar, oti, etc.), las típicas articulaciones de las oraciones hebreas; las expresiones griegas detectables, como piensan, como adaptaciones equivocadas de un original en hebreo, etc. Ingeniosos como estos argumentos puedan lucir, estos no prueban otra cosa que el autor del Libro de Sabiduría fuese hebreo, escribiendo en griego con un distintivo esquema mental Judío. Desde tiempos de San Jerónimo (Praef. In libros Salomonis), se ha sentido que no fue hebreo sino griego el idioma original del Libro de Sabiduría, y este veredicto es tan poderosamente confirmado por las peculiaridades literarias de la totalidad del texto griego, que uno no deja de sorprenderse acerca de cómo la teoría de un antiguo original en hebreo, o de cualquier original otro que fuese el griego, haya podido ser sostenida con seriedad. Por tanto, el hecho de que la totalidad del Libro de Sabiduría fuese redactado en griego descarta la autoría Salomónica. De hecho es cierto que los escritores eclesiásticos de los primeros siglos comúnmente asumían esta autoría en base al título del libro, aparentemente confirmado por estos pasajes (ix, 7, 8, 12; cf. vii, 1, 5; viii, 13, 14, etc.) en donde el que habla es claramente el Rey Salomón. Sin embargo este punto de vista nunca fue unánime en la Iglesia Cristiana Primitiva, y con el paso del tiempo una postura media entre la total afirmación y su total rechazo fue sugerida. El Libro de Sabiduría, se dijo, es tan Salomónico en la medida que está basado en obras Salomónicas que se encuentran perdidas, pero que eran conocidas y utilizadas por un Judío helenizado siglos después de la muerte de Salomón. Esta visión intermedia no es sino un débil intento de salvar algo de la versión de autoría Salomónica, afirmado en épocas tempranas. “Es una suposición que no posee argumentos positivos a su favor, y que, por si misma, es improbable, dado que asume la existencia de escritos Salomónicos de los cuales no hay trazas, y que solo habrían sido del conocimiento del autor del Libro de Sabiduría” (Cornely-Hagen, "Introd. in Libros Sacros, Compendium," Paris, 1909, p. 361). En la actualidad, se admite libremente que Salomón no es el autor del Libro de Sabiduría, “ que ha sido atribuido a él porque su autor, por medio de la ficción literaria, se expresa como si él fuera el Hijo de David” (Vigouroux, "Manuel Biblique", II, n. 868. Véase también la advertencia prefijada al Libro de Sabiduría en las actuales ediciones de la Versión Douay). Además de Salomón, el autor a quien con mayor frecuencia se le ha adscrito es Philo, en base principalmente a un acuerdo generalizado respecto a las doctrinas, entre el autor de Sabiduría y Philo, el célebre filósofo Judío de Alejandría ( aprox. 40 D.C.). Pero la verdad sea dicha, es que las diferencias doctrinales entre el Libro de Sabiduría y las obras de Philo son tales que previenen una común autoría. El tratamiento alegórico por Philo de narrativas Sagradas es totalmente ajeno al esquema mental del autor del Libro de Sabiduría. Su visión acerca del origen de la idolatría colisiona en varios puntos con el autor del Libro de Sabiduría. Sobre todo, su descripción de la Divina sabiduría delata conceptualización, estilo, y forma de presentación, una etapa posterior del pensamiento Alejandrino que aquel encontrado en Sabiduría. La autoría de la obra ha sido a veces atribuida a Zorobabel, como si este líder Judío pudiera haber escrito en griego; al alejandrino Aristóbolo (segundo siglo A.C.), como si este cortesano hubiera podido señalar reyes en la forma del Libro de Sabiduría (vi,1; etc); y finalmente, a Apolo ( ver Actos, xviii,24), como si este no fuera un mera suposición contraria a la presencia del libro en el Canon Alejandrino. Todas estas variantes de la autoría demuestran que el nombre del autor no es conocido en la realidad ( ej. la advertencia prefijada a Sabiduría en la versión Douay).

Lugar y Fecha de Composición

Quien sea que examine atentamente el Libro de Sabiduría puede fácilmente observar que su desconocido autor no era un Judío palestino, sino un Judío alejandrino. Con todo el monoteísmo con que se maneja a lo largo de la obra, el autor evidencía familiaridad con el pensamiento griego y términos filosóficos ( él nombra a Dios “Autor de la belleza”: xiii, 3; estiliza Providencia pronoia: xiv,3 ; xvii, 2; habla de oule amorphos, “ el material amorfo” del universo, en el estilo de Platón: xi, 17; enumera cuatro virtudes cardinales de acuerdo con la escuela Aristotélica: viii,7; etc.), que es superior a cualquier cosa encontrada en Palestina. Su notable redacción en griego, sus alusiones políticas, el coloreado local de detalles, su rechazo específico a la idolatría egipcia, etc., apuntan en dirección de Alejandría, como el gran centro de mezcla de poblaciones judías y paganas, en donde el autor se sintió llamado a emitir esta elocuente advertencia en contra de la espléndidas y subyugantes Politeísmo e indiferencia Epicúrea por las cuales muchos de sus compatriotas judíos habían sido gradual y profundamente influenciados. Esta inferencia a partir de datos internos es confirmada por el hecho de que el Libro de Sabiduría no se encuentra en el Palestino, sino en el Canon Alejandrino del Antiguo Testamento. De haberse originado en Palestina, su poderosa denuncia de la idolatría y sus exaltadas enseñanzas relativas a la vida futura le hubieran naturalmente asegurado un sitio dentro del Canon de los Judíos de Palestina. Pero, por ser compuesto en Alejandría, su valor fue apreciado y su carácter sagrado reconocidos solamente por los compatriotas del autor. Es más difícil establecer la fecha que el lugar de la composición del Libro de Sabiduría. Se admite universalmente que cuando el autor describe un período de degradación moral y persecución por injustos dirigentes que les amenazaban con pesados juicios, él tiene en vista los tiempos de alguno como Ptolomeo IV Philopator (221-204 A.C.), o Ptolomeo VII Physicon (145-117 A.C.), dado que solo bajo estos depravados príncipes es que los judíos egipcios hubieron de sufrir persecución. Pero hay que confesar lo dificultoso que es decidir, cual de estos dos monarcas estaba a la vista del autor del Libro de Sabiduría al momento de su redacción. Es incluso posible que la obra “fue publicada después de la caída de esos príncipes, dado que de otra forma solo hubiese incrementado su rabia tiránica” (Lesêtre, "Manuel d'Introduction", II, 445).

Texto y Versiones

El texto original del Libro de Sabiduría está preservado en cinco manuscritos unciales ( el Vaticanus, el Sinaiticus, el Alexandrinus, el Ephremiticus, y el Venetus) y en diez cursivos (dos de los cuales están incompletos). Su forma mas precisa se encuentra en el Vaticanus (siglo cuarto), el Venetus ( siglo octavo o noveno), y el cursivo 68. Las principales obras críticas sobre el texto griego son las de Reusch (Friburgo, 1861), Fritsche (Leipzig, 1871), Deane (Oxford, 1881), Sweete (Cambridge, 1897), y Cornely-Zorell (Paris, 1910). Destacando entre las versiones antiguas tenemos la Vulgata, quien presenta la Vieja Versión Latina algo revisada por San Jerónimo. Esta es en general una cercana y precisa adecuación del griego original, con adiciones ocasionales, unas cuantas que probablemente delatan lecturas primitivas no presentes en el griego. La Versión Siríaca es menos fiel, y la Armenia mas literal, que la Vulgata. Entre las versiones modernas, la traducción alemana por Sigfried aparecida en el “Apocryphen und Pseudoepigraphen des A.T.” de Kautzsch (Tübingen, 1900), y la versión francesa del Abad Crampon (Paris, 1905), merecen mención especial.

Doctrina del Libro

Como es de esperar, las enseñanzas doctrinarias de esta obra deutero-canónica son, en sustancia, aquellas de los otros libros inspirados del Antiguo Testamento. El Libro de Sabiduría solo conoce un solo Dios, el Dios del universo, y el Yahweh de los hebreos. Este único Dios es “El que es” (xiii, 1), y su Santidad está totalmente opuesta a la maldad moral (i, 1-3). El es el amo absoluto del mundo [xi, 22 (23)], que él a creado a partir de “materia amorfa” [xi, 18 (17)], una expresión platónica que no afirma en modo alguno la eternidad de la materia, pero que apunta a la caótica condición descrita en Génesis 1,2. Un Dios viviente, Él hizo al hombre en Su imagen, creándolo para la inmortalidad (ii,23), de tal modo que la muerte entró al mundo por medio de la envidia del Demonio (ii,24). Su Providencia (x ) se extiende a todas las cosas, grandes o pequeñas [vi, 8 (7); xi, 26 (25); etc.], ejerciendo un cuidado paternal de todas las cosas (xiv,3), y en particular, de Su pueblo elegido (xix,20, sqq.). Él se hace conocido a los hombres por medio de Sus maravillosas obras (xiii,1-5), y ejerce Su misericordia hacia todos ellos [xi, 24 (23), xii, 16; xv, 1], incluyendo a Sus enemigos (xii, 8 sqq.). La idea central del libro es la “Sabiduría”, que aparece bajo dos aspectos principales. En su relación con el hombre, la Sabiduría es aquí, como en otros Libros Sapiensales, la perfección del conocimiento mostrándose a sí misma en acción. Es particularmente descrita como residente solo en hombres justos (i, 4,5 ), como un principio que apela a la voluntad del hombre (vi, 14, sqq.), así como regalo de Dios (vii,15;viii,3,4), y que es dispensada por El en atentos suplicantes (viii, 21-ix). Por medio de su poder, el hombre triunfa sobre la malicia (vii,30), y a través de su posesión, uno puede asegurarse las promesas tanto de la actual, así la como de la vida futura (viii, 16,13). La Sabiduría debe de ser atesorada por encima de todas las cosas (vii,8-11; viii,6-9), y aquel que la desprecie estará condenado a la infelicidad (iii, 11). En relación directa con Dios, la Sabiduría es personificada, y su naturaleza, atributos, y operación no son otra cosa que Divinas. Ella está con Dios desde la eternidad, la socia de Su trono, y la convidada de Sus pensamientos (viii,3 ; ix,4,9). Ella es una emanación de Su gloria (vii,25), el resplandor de Su eternamente duradera luz y el espejo de Su poder y bondad (vii,26). La Sabiduría es una, y sin embargo puede realizar todo; aunque inmutable, ella renueva todas las cosas (vii,27), con una agilidad mayor que cualquier movimiento (vii,23). Cuando Dios formó el mundo, la Sabiduría estaba presente (ix, 9), y ella le otorga a los hombres todas las virtudes que necesitan en toda posición y condición de vida (vii, 27; viii, 21; x, 1, 21; xi). La Sabiduría es también identificada con el “ Verbo ” de Dios ( ix,1; etc.), y se le representa como inmanente con el “ Espíritu Santo ”, a quien también se le asocian una naturaleza y ejercicio Divinos (i,5-7; vii,22,23; ix,17). Doctrinas exaltadas como estas se ubican en vital conexión con la revelación novo-testamentaria del misterio de la Santísima Trinidad; mientras que otros pasajes del Libro de la Sabiduría (ii,13,16-18; xviii, 14-16) encuentran su realización en Cristo, el “Verbo” Encarnado, y “la Sabiduría de Dios”. En otros aspectos, es también notable con relación a sus enseñanzas escatológicas (iii,v), el Libro de Sabiduría presenta una maravillosa preparación para la Revelación del Nuevo Testamento. Los escritores del Nuevo Testamento aparecen perfectamente familiarizados con estos escritos deutero-canónicos ( ej. Mateo, xxvii,42, 43, con Sab., ii, 13, 18; Rom., xi, 34, con Sap., ix,13; Efe., vi,13,17, con Sap.,v, 18,19; Heb., i,3 con Sap., vii, 26; etc. Es verdad que para justificar su rechazo al Libro de Sabiduría del Canon, muchos protestantes han reclamado que en viii, 19-20, su autor admite el error de la pre-existencia del alma humana. Pero este pasaje mencionado, cuando se revisa a la luz de este contexto, brinda un sentido perfectamente ortodoxo.


Bibliografía: (Comentaristas católicos están marcados con asterisco *.) GRIMM (Leipzig, 1860); SCHMID (Vienna, 1865); * GUTBERLET (Munster, 1874); BISSELL (New York, 1880); DEAN (Oxford, 1881); *LESETRE (Paris, 1884); FARRAR (London, 1888); SIEGFRIED (Tubingen, 1890); ZUCKLER (Munich, 1891); *CRAMPON (Paris, 1902); ANDRE (Florence, 1904); *CORNELY-ZORRELL (Paris, 1910).

Fuente: Gigot, Francis. "Book of Wisdom." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/15666a.htm>.

Traducido por Edmundo Bennett Durell