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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Discurso de Ratisbona de Benedicto XVI

De Enciclopedia Católica

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Mi visión del discurso es que en sí mismo es espléndido, ya sea incluida, ya sea excluida la cita de Manuel II Paleólogo. Explica la simbiosis de fe y razón, profundamente fecunda para entrambas, historia en mano. Las citas que de él hago, se refieren a la versión oficial http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20060912_university-regensburg_sp.html

A)Fecunda para la civilización occidental, originariamente grecorromana, que dio un salto cualitativo descomunal hacia adelante, al quedar impregnada de cristianismo (= fe cristiana) con todos los elementos que éste aportó a la civilización. Y se salvó de perecer tras la invasión de los bárbaros (siglo V), como había acontecido con otras civilizaciones de alto nivel cultural en la antigüedad, tras su invasión por pueblos extranjeros, gracias precisamente al cristianismo y sus estructuras eclesiales.

B)Fecunda para el cristianismo, como se desprende precisamente del precioso estudio del Papa expuesto en Ratisbona, uno de cuyos elementos medulares es precisamente ese de la simbiosis de fe y razón o “Lógos”. Como está sumamente claro en su texto, me ahorro más comentarios.

C)Simbiosis ausente en cambio del islamismo, según Theodore Khoury, citado reiteradamente por el Papa al comienzo del discurso: “El emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no se complace con la sangre —dice—; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas... Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona». En esta argumentación contra la conversión mediante la violencia, la afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. El editor, Theodore Khoury, comenta: para el emperador, como bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. En cambio, para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionabilidad. En este contexto, Khoury cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien observa que Ibn Hazm llega a decir que Dios no estaría vinculado ni siquiera por su propia palabra y que nada le obligaría a revelarnos la verdad. Si él quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría.” D) Y otro elemento, amplio elemento, que me parece buenísimo de ese discurso, es todo el análisis histórico del proceso de “deshelenización” (dice el Papa) o “des-racionalización” (denomino yo) de la fe desde dentro del cristianismo mismo, cuyo inicio lo pone Benedicto XVI en Juan Duns Escoto (h1256-1308) ya que, dice el Papa, “En contraste con el llamado intelectualismo agustiniano y tomista, Juan Duns Escoto introdujo un planteamiento voluntarista que, tras sucesivos desarrollos, llevó finalmente a afirmar que sólo conocemos de Dios la voluntas ordinata [voluntad ordenada]. Más allá de ésta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual habría podido crear y hacer incluso lo contrario de todo lo que efectivamente ha hecho. Aquí se perfilan posiciones que pueden acercarse a las de Ibn Hazm y podrían llevar incluso a una imagen de Dios-Arbitrio, que no está vinculado ni siquiera con la verdad y el bien”. Y ese voluntarismo, añado yo, se exacerba con la doctrina del escotista Guillermo de Ockam. Y sigue más adelante: “A la tesis según la cual el patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe cristiana se opone la pretensión de la deshelenización del cristianismo, la cual domina cada vez más las discusiones teológicas desde el inicio de la época moderna. Si se analiza con atención, en el programa de la deshelenización pueden observarse tres etapas que, aunque vinculadas entre sí, se distinguen claramente una de otra por sus motivaciones y sus objetivos”. Las enuncio yo ahora sintéticamente, con palabras del mismo Papa, entresacadas de su discurso. El desarrollo de los conceptos, y sus graves consecuencias, aquí sintetizados, está claro en el texto del mismo discurso.

1) “La deshelenización surge inicialmente en conexión con los postulados de la Reforma del siglo XVI... El principio de la sola Scriptura, en cambio, busca la forma pura primordial de la fe, tal como se encuentra originariamente en la Palabra bíblica... Kant, con su afirmación de que había tenido que renunciar a pensar para dejar espacio a la fe, desarrolló este programa con un radicalismo no previsto por los reformadores. De este modo, ancló la fe exclusivamente en la razón práctica, negándole el acceso a la realidad plena.”

2) “La teología liberal de los siglos XIX y XX supuso una segunda etapa en el programa de la deshelenización, cuyo representante más destacado es Adolf von Harnack... La idea central de Harnack era simplemente volver al hombre Jesús y a su mero mensaje, previo a todas las elucubraciones de la teología y, precisamente, también de las helenizaciones: este mensaje sin añadidos constituiría la verdadera culminación del desarrollo religioso de la humanidad. Jesús habría acabado con el culto sustituyéndolo con la moral. En definitiva, se presentaba a Jesús como padre de un mensaje moral humanitario.”

3) “Antes de llegar a las conclusiones a las que conduce todo este razonamiento, quiero referirme brevemente a la tercera etapa de la deshelenización, que se está difundiendo actualmente. Teniendo en cuenta el encuentro entre múltiples culturas, se suele decir hoy que la síntesis con el helenismo en la Iglesia antigua fue una primera inculturación, que no debería ser vinculante para las demás culturas”. ¡Claro −digo yo− que “se está difundiendo actualmente”! Contra esa «desculturación» de lo que unos llaman influjo filosófico griego y otros influjo juridicista romano, para poder inculturarse en otras culturas, ya sea la centroeuropea-protestante, la freudiana (sí, la freudiana, con la libido como primer motor del psiquismo humano), la incaica o la machiguenga (y no son términos que haya enunciado yo aquí al azar) he tenido que enfrentarme intelectualmente yo a lo largo de mi vida, para defender tanto la fe como la razón misma, tanto en la docencia como en la predicación o la orientación espiritual, y tanto en España como en la Argentina o el Perú, que son los tres lugares donde, según las épocas, he ejercido tales actividades.

4) “Llego así a la conclusión [dice el Papa]. Este intento de crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto sólo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna. Se debe reconocer sin reservas lo que tiene de positivo el desarrollo moderno del espíritu: todos nos sentimos agradecidos por las maravillosas posibilidades que ha abierto al hombre y por los progresos que se han logrado en la humanidad. Por lo demás, la ética de la investigación científica —como ha aludido usted, Señor Rector Magnífico—, debe implicar una voluntad de obediencia a la verdad y, por tanto, expresar una actitud que forma parte de los rasgos esenciales del espíritu cristiano. La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud. En este sentido, la teología, no sólo como disciplina histórica y ciencia humana, sino como teología auténtica, es decir, como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe, debe encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo de las ciencias. Sólo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad”

E) La exposición del Papa se hizo ante un selecto público universitario ante el cual la cita de ese pasaje de Manuel II Paleólogo (en que éste “de manera sorprendentemente brusca se dirige a su interlocutor [el erudito persa, y musulmán, quede meridianamente claro] simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba»”), no hubiera tenido más transcendencia que la de reflejar un pensamiento de uno de los interlocutores de un diálogo que, mantenido en por ambos en 1391 en Ankara, fue anotado por Manuel II, durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402, precisamente por las tropas de los correligionarios (los musulmanes) de su anterior interlocutor de Ankara. Pienso que el Papa lo hubiera omitido, de haber previsto que la ya conocida mala uva de la BBC hacia el catolicismo en general y el Papado en particular, se iba a cebar en la frasecita de Manuel II, sacándola de todo contexto y lanzándola como dardo envenenado a los cuatro vientos para que al instante lo recogiera Al Yazira... y se armase la que se armó.

¿Es acaso la famosa cita un poco desbalanceada, en el sentido de que la violencia no solo ha sido pregonada y usada por el islamismo sino también por occidente con el acompañamiento de la Iglesia (cruzadas, inquisición, esclavitud, conquista de América etc.). En ese sentido la “soledad” del ejemplo o cita aparece como tendencioso. ¿Quizá hubiese debido ser acompañada de otros ejemplos?.” Respuesta:

Para los datos históricos, o más exactamente históriográficos, subsiguientes. he refrescado mi memoria, en los más exigentes de precisión, con la Historia de la Iglesia Católica de Llorca, G. Villoslada, P.Leturia y Montalbán de la B.A.C (4 tomos)., y la Historia del Pontificado de M Aragonés Virgili (Ed. Manuel Casulleras, Barcelona, 1945, 3 tomos), y los menos exigentes, con la Wikipedia de Internet, o aquello que apareciese como respuesta común, en varias páginas “web” distintas de distinta mentalidad y fundamento, a mis búsquedas en Google.

APARICIÓN DEL USO DE LA VIOLENCIA EN EL CRISTIANISMO

A) La cita no tiene “desbalanceamiento” alguno, ni necesidad de acompañamiento. Primero, porque es ni más ni menos que una cita de un autor que dijo lo que dijo, y no hay por qué ponerle al lado la de otro que diga lo contrario. Segundo porque la cita no se refiere al uso genérico de la “violencia” por parte de unos u otros, como tú dices, sino al muy específico del uso de ella (admito la identificación entre “violencia” y “espada”) “para difundir” por su medio “la fe que predicaba” y precisamente como “disposición” de “Mahoma” [recogida en el Corán, preciso yo: Sura 9, aleyas 5 y 25, y practicada reiteradamente por él mismo durante su vida]. Y Tercero, porque sea lo que sea lo que haya ocurrido en la historia universal (occidente incluido), y en la del cristianismo dentro de ella, no se encuentra disposición alguna de Jesucristo, ni en el Evangelio, ni en el resto del Nuevo Testamento, ni en la práctica de Cristo durante su vida, “de difundir por medio de la espada la fe que predicaba”. B) Efectivamente, también occidente ha pregonado y usado la violencia “con el acompañamiento de la Iglesia”. Pero esta historia es algo muy complejo que no se puede despachar con cuatro palabras de alabanza o de desprecio. Es probable que entre tu visión de la historia y la mía existan discrepancias, y sólo el exponerlas y justificar mi propia postura ante cada una de ellas, es en el fondo tener que hacer un repaso de tres niveles de la Historia: Historiografía (o conocimiento precientífico, por ser de singulares, y no de universales = crónica histórica-): Relato (tras la oportuna investigación de crónicas, documentos, etc.) lo más realista posible de los HECHOS: a) invasión islámica de occidente −que tú no tienes en cuenta, pero que es elemento imprescindible para entender el primero que tú sí citas: b) cruzadas, y luego c) inquisición, d) esclavitud −supongo te refieres a la acontecida en tiempos ya modernos−, e) conquista de América, (AHÍ ES NADA, un paseo por media historia), que no concuerda para nada con que lo que se creen ingenuamente la mayor parte de los mortales como “realidad histórica”, bajo el influjo de la “ficción/mentira/calumnia histórica”, ya sea “novela histórica” (tanto literaria como cinematográfica) ya sea la visión elaborada por políticos de uno u otro signo para pretender fundamentar en una supuesta y determinada “historia” sus pretensiones,. Historiología (o conocimiento científico = ciencia histórica-): Estudio de las CAUSAS, EFECTOS, INTERRELACIONES SOCIO-HISTÓRICAS DE ESOS MISMOS HECHOS, pero no ya como relato de “sucesos sucedidos sucesivamente”, sino como conjuntos inter-relacionados, a considerar con la suficiente universalidad, propia de la Ciencia. Historiosofía (o conocimiento filosófico = filosofía de la historia-): Estudio de las formalidades radicales del ser humano, y normas supremas de su obrar, en su devenir histórico. (Lo cual, por otra parte, es precisamente parte de la Antropología filosófica, si ésta se hace bien hecha, es decir, incluyendo el carácter histórico del hombre en cuanto hombre, y de la Ética, en su comprobación histórica de las consecuencias buenas o malas para el ser humano de unas u otras pautas de conducta). Renuncio absolutamente a pretender hacer nada parecido a un relato historiográfico completo no ya de los cinco temas propuestos (uno por mí y cuatro por ti). Ni siquiera creo que haga falta decir por qué. Pero, teniendo, creo, clara la perspectiva historiosófica, me atrevo a hacer unas reflexiones desde la perspectiva historiológica, apoyado en los datos suficientes de la historiografía. C) Aparición, y aceptación, del uso de la “violencia” por parte de los cristianos, tras la expansión inicial del cristianismo en occidente y oriente, y el tránsito de ser una religión practicada por súbditos cristianos de gobernantes paganos, a ser una religión practicada no sólo por súbditos sino también por gobernantes cristianos.

El Cristianismo como Religión, como reino de Dios, que “no es de este mundo” (Jn 18, 36), enseña, y vive, en Jesús, en sus discípulos y en los cristianos de los primeros siglos, una doctrina que podemos denominar sin vergüenza ni disimulo alguno como “Pacifismo”. El cristiano se esfuerza en obrar con justicia dando a cada uno lo suyo, lo que le es debido, pero no se contenta con eso. Trata de obrar, aunque en ello le vaya la vida, amando al prójimo como Cristo nos amó (que no es lo mismo que amarlo “como a sí mismo”), dándole al prójimo más de lo que es debido, y sobre todo, perdonando a los enemigos, y renunciando a defenderse de los que le atacan. Es decir, renunciando, en beneficio de los enemigos, tanto a la venganza (=vindicta=pena=justicia penal) por los males que le han hecho a él, como a la legítima defensa contra los males que le van a hacer a él.

2) Pero el discípulo de Cristo “está en el mundo” (Jn 17,11). Más aún: es “enviado al mundo” por Él (Jn 17,18), que, orando al Padre, dice “No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Jn, 17, 15). Los discípulos son enviados el mundo para una misión muy clara y universal: “Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»” (Mt 28, 18-20). Los discípulos son enviados al mundo a cristianizar, enseñando a amar como Cristo nos amó (Jn 13, 34), y con la ayuda permanente de Cristo, a todos: a judíos y gentiles, a hombres y mujeres, a griegos y romanos, a europeos, asiáticos, africanos, americanos y oceánicos, a pobres y ricos, a blancos, negros y tostados, a dedicados a actividades privadas o a actividades públicas, a súbditos y a gobernantes, a jueces, a militares... En todo caso el “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, deja bien clara (Mt 22, 21; Mc 12, 17; Lc 20, 25) la distinción entre el “Reino de Dios” y el ámbito político o “poder temporal”, como actualmente suele ser denominado. El cristianismo no es una teocracia. Pero ello no obsta para que el cristiano tenga que vivir en el mundo, sometido al poder temporal, y a veces ejerciéndolo, sin por ello quedar liberado de mantener su fe y actuar conforme a su moral..

3)El cristiano dedicado a actividades públicas, es decir a aquellas en las que se ejerce potestad, jurisdicción y autoridad para dirigir hacia el bien común a una sociedad política o “Reino de este mundo”, tanto si esta organizado como monarquía, como aristocracia o como democracia, tiene, como cristiano, obligación de amar al prójimo como Cristo nos amó (como antes vimos). Con todas las consecuencias que ello implica en su vida personal. Pero, como persona dotada de potestad para dirigir a otros (cristianos o no, buenos o malos, justos o injustos) hacia el bien común de la sociedad política (ya sea en el ámbito del poder legislativo como del judicial o ejecutivo, incluidas las fuerzas de seguridad), tiene obligación en su actividad pública de actuar siempre “dando a cada uno todo y solo lo que le es debido” (incluido a Dios, a quien se le debe dar lo que le es debido), es decir, ejerciendo la virtud de la justicia. Tanto si es justicia civil (ya conmutativa, ya social -y ésta bien distributiva, bien aportativa−), como si es justicia penal, (ya preventiva o legítima defensa de la sociedad y sus miembros −para evitar el delito−, ya punitiva o vindicativa −cometido el delito−). Éstos deberes no están tan explícitamente enunciados por Cristo en el Evangelio, y menos como algo ni novedoso ni exclusivo de los cristianos. Por lo pronto, porque son deberes que surgen naturalmente de la sociabilidad natural del hombre, y que además estaban explicitados en el Antiguo Testamento desde los tiempos mosaicos (Dt 5, 1-22, Dt 6,5, Lev 19, 18). Pero deberes que también, reconociéndolos como “resumen de la Ley los Profetas” (es decir, del Antiguo Testamento), los acepta implícitamente: Se levantó un legista, y dijo para tentarle: “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? Qué lees?” Respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” Díjole entonces: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás.” (Lc 10, 25-28).

4)La aplicación de la justicia penal (tanto preventiva como punitiva) acarrea la necesidad de que el “Reino de este mundo” tenga fuerzas de seguridad, dotadas de armas, que no son instrumentos de juego ni de exhibición, son para herir y matar, e implícitamente están aceptadas por Cristo y el Dios cristiano en los siguientes episodios: Cuando Jesús cura milagrosamente al criado del Centurión, es decir, de un oficial del ejército romano, como todos sabemos (Mt 8 5-13), expresa admiración por su fe, y no dice una sola palabra de reproche por su profesión −y no era Cristo alguien que tuviera pelos en la lengua para reprochar conductas inadmisibles: recuérdese el sermón de los “¡Hay de vosotros,... hipócritas!” (Mt 26, 13 ss)−. Igualmente, en todo el largo episodio del bautismo del Centurión Cornelio y su familia por Pedro en Cesarea, tan detallada como interesantemente narrado en los Hechos de los Apóstoles (Hch cap.10 entero), no hay una sola palabra de reproche hacia la profesión militar de Cornelio. Consta también que hubo militares entre los cristianos de esos primeros siglos en los que se vivía el espíritu pacifista hasta la propia muerte. Sin duda es pues compatible ser cristiano y ser militar (o policía o similar, en la expresión actual). Siempre que ejerza su autoridad y utilice sus armas exclusivamente al servicio del bien común y no de intereses injustos, o lo que es lo mismo, en defensa de la justicia de la sociedad a cuyo servicio está. Y si, además, renuncia a usarlas para su personal y exclusiva defensa legítima, y perdona de corazón personalmente a los que contra él personalmente han delinquido, será un cristiano que camina por la senda de la perfección. Sobre todo ello pueden verse los archivos adjuntos: el mencionado 4El amor cristiano-Justicia- Caridad-Unidad y 5Legítima Defensa&Cristianismo. ¿Cómo habrá el cristiano, a lo largo de la historia, de compatibilizar, en estructuras sociales o políticas, en circunstancias personales o colectivas, variadísimas e impredecibles, los preceptos cristianos y sus deberes terrenos o temporales cuando participa en estructuras de gobierno o defensa?. La maravillosa sabiduría de Cristo (infinita, divina sabiduría) se manifiesta a este respecto una vez más: no hace nada parecido a “dejar todo atado y bien atado”, para que sus discípulos tengan ya un código casuístico de conducta establecido para los siglos futuros. Nada más ¡y nada menos!, que dice, primero a Pedro, y luego a todos los Apóstoles que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo (Cf. Mt 16, 19, Mt 18,18), pero ayudándoles para que no yerren al atar o desatar, ya que, como vimos más arriba no los va a dejar solos: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

5)El acceso de los cristianos al ejercicio de la autoridad política, y por tanto al deber de administrar la justicia civil y penal, preventiva y punitiva, “nacional e internacional” (términos modernos, pero utilizables para comprender los ámbitos “intra-imperiales e inter-imperiales”, “intra-reinales” e “inter-reinales”−o intra e inter “ducales” o “condales”−así como después los ámbitos de relación, generalmente belicosa, entre cristianos y musulmanes), supone un punto importantísimo de inflexión o salto en la historia del cristianismo. Ésta había sido un religión a veces perseguida, a veces, como máximo, tolerada, durante sus tres primeros siglos de vida en el seno del Imperio Romano. Ser cristiano significaba arriesgar la vida, y sólo desde una profunda fe tenía sentido integrarse en él. Con el Edicto de Milán (313 d.C.) firmado por Constantino I y Licinio, dirigentes de los imperios romanos de Occidente y Oriente, respectivamente, los cristianos adquieren la libertad religiosa. El cristianismo pasa de las catacumbas a los templos, se expande, especialmente en las ciudades (los habitantes de los “pagos” o aldeas, la gente rústica, los “paganos”−a los que por su dispersión y aislamiento no ha llegado el mensaje cristiano− siguen practicando el politeísmo ancestral, de ahí que se empiece a denominar “paganismo” el culto no monoteísta) y, tras diversas vicisitudes que no hacen al caso, el Edicto de Tesalónica, decretado por el emperador romano Teodosio el 24 de noviembre de 380, convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano. No voy a pretender hacer aquí un intento de análisis de los beneficios (que fueron muchos) y perjuicios (que tampoco fueron escasos) que esta oficialización aportó al cristianismo en particular y a la historia de la humanidad en general. Pero lo que queda claro es que, de aquí en adelante, en muchas circunstancias históricas, a mucha gente, de cualquier nivel social, económico, político o religioso, le va a ser muy útil, el presentarse como cristiano, aunque su fe, sus principios morales, y por tanto normalmente su conducta, se hallen a mucha distancia de lo que cabría esperar de un cristiano convencido. Y también es claro que también de aquí en adelante las barbaridades cometidas por muchas personas o grupos sin fe y/o sin moral, pero que vivían, como súbditos o como gobernantes, en sociedades “oficialmente” cristianas, van a ser atribuidas, sin más, al cristianismo como tal, por simple ignorancia o por rotunda mala fe del observador de los hechos o “historiador”, que, por supuesto, se presentará indefectiblemente como “documentado” e “imparcial”.

6) Luego vendrán las grandes herejías (arrianos, nestorianos, etc.), los primeros Concilios Ecuménicos ( Nicea-325, Primero de Constantinopla-381; Éfeso-431), la invasión de los bárbaros (a partir del 406), muchos ya cristianizados, pero adeptos del arrianismo que muy lentamente se fueron convirtiendo al catolicismo, la caída del Imperio romano de Occidente y su conversión en Reinos y Señoríos feudales diferentes, con egoísmos e intereses contrapuestos. Vendrá, por supuesto, la barbarización del mundo cristiano de la Europa occidental, conservándose el Oriental, con cabeza en Bizancio/Constantinopla, como aislada grecorromanidad más pura. Como culmen de lo que a los cristianos del siglo XIX nos resulta difícil entender si nos aferramos a querer mirarlo todo con ojos del presente, y sin querer comprender las causas pasadas del pasado, tenemos, en un mundo feudal de terribles situaciones de anarquía y desgobierno, en el que se acepta con gran frecuencia que asuma el gobierno el que tiene más capacidad cultural y organizativa para ello, el surgimiento, de los Estados Pontificios, donde el Reino de Dios y el del Cesar se amalgaman. Sería inacabable el análisis de las luces y sombras que tal mixtura trajo a la Iglesia y su historia. Ni por sueño pretendo meterme en él, me basta con expresar mi alegría histórica debida a dos hechos sucesivos y aparentemente contradictorios: la conquista de Roma por el ejército de Victor Manuel II en 1870, (se acaban los Estados Pontificios y se unifica Italia), y los Pactos de Letrán del 11 de febrero de 1929 (se reconoce la independencia y soberanía de la Santa Sede y se crea el Estado de la Ciudad del Vaticano). El que quiera más detalles, que estudie la Historia de la Iglesia (la verdadera, no la de los fabricantes de ficciones de pretexto histórico, con mucho rendimiento económico/editorial/cinematográfico y poca verdad de contenidos, como, por citar sólo algunos de los últimos de ellos, Humberto Eco, Dan Brown o Ridley Scott), Iglesia que nunca ha pretendido ocultar la realidad su defectos humanos. Merece la pena recordar que actualmente, siglo XXI, el diminuto valle-estado de Andorra, tiene dos Copríncipes, cuya simultánea existencia salvaguarda a su vez su existencia como mini-estado independiente: el Obispo español de la Seo de Urgel, y el Presidente de la República francesa; la institución data del siglo XI (obviamente entonces el copríncipe francés no era el Presidente de la República, sino el conde de Caboet, pasando a serlo el vizconde de Castellbó, pasando a serlo el conde de Foix, pasando a serlo... tras los siglos el Presidente de la República) y la Constitución de Andorra de 28 de abril de 1993 la consagra como actual.

B) Invasión islámica. Consideraciones históricas

1) La primera es que la expansión del islamismo por todo el mundo mediante el yihad o guerra santa no es algo accidental o acontecido por simples circunstancias de tiempo y lugar, sino porque tal sistema de expansión pertenece a la esencia misma del Islam (sobre ello puede verse el archivo adjunto “6Belicismo islámico” que, segregado del amplio “Belicismo/Pacifismo en Judaísmo, Cristianismo e Islam”, ya enviado por mí en otros tiempos (2002), vuelvo a añadir ahora como fundamento de esta reflexión). Tras la muerte de Mahoma en 632, el Islam se expande, cimitarra en mano, como una mancha de aceite fuera de la península arábiga, aprovechando la debilidad de Bizancio. En doce años, los musulmanes conquistan Palestina, Siria y Egipto (que eran regiones del Imperio Romano de Oriente y, por supuesto, cristianas), y aunque su unidad espiritual se rompe al fraccionarse sus adeptos entre sunitas -que sostenían que los califas debían ser elegidos por los fieles- y chiítas -partidarios de que el califato estuviera reservado a los descendientes de Mahoma-, la unidad política es mantenida por la dinastía omeya. En un siglo, la expansión árabe llega al Magreb y la península Ibérica por el oeste, y a las lindes de India y China por Oriente, islamizando Mesopotamia, Persia y Afganistán. A partir del siglo X, el mundo islámico se fragmentó políticamente, pero su fuerza religiosa no cesó, difundiéndose por el norte de la India, Sumatra (1290), Malasia (1400), Java y las Molucas (1450-1490). También habían venido los turcos y su intento de conquista de toda Europa penetrándola por el oriente, tras la sucesiva conquista, región a región, de lo que había sido el Imperio Romano de Oriente. Y la expansión por otras grandes regiones de Asia y África.

2) La segunda es la reacción del mundo cristiano-occidental ante tal invasión.

Tras las rápidas invasiones iniciales, se produjo una grecorromanización/racionalización (= civilización) de las belicosas pero incultas tribus arábigas, y de ahí el surgimiento del esplendor cultural de los Califatos (a partir de 660): Damasco (Siria), Basora y Bagdad (actual Irak) , y luego posteriormente el de Cordoba en España (929); esplendor cultural que no duró en Oriente más allá de las consecuencias del eficaz influjo de las prédicas y escritos de Algazel (1058-1111), como vimos en el archivo adjunto “2Fe&Razón-Islam-Cristianismo”, y en Occidente (Córdoba) más allá de la invasión de los algazelianos almohades (1147). Pero para los cristianos conquistados la situación era (y lo sigue siendo 1374 años después del comienzo de la invasión) muy dura. Nada de extraño tiene que en el ejercicio del derecho (y deber para el gobernante y la sociedad) de la legítima defensa (que en el orden político se traduce en la expresión “guerra justa”), los reinos cristianos se enfrentasen militarmente contra los invasores, y tratasen de frenarlos, rechazarlos y reconquistar los territorios por ellos invadidos. Las condiciones de legitimidad y ejercicio de la guerra justa han sido estudiadas por los grandes filósofos y teólogos a lo largo de la historia, especialmente por Francisco de Vitoria (nacido en Burgos o Vitoria, entre 1483 y 1486 - † Salamanca, 1546), en su magistral “De iure belli” (Sobre el derecho de la guerra).

Una cosa es que una guerra sea justa por parte de uno de los bandos contendientes, y otra muy distinta que todos y cada uno de sus generales, oficiales, suboficiales y soldados se comporten con exquisita y absoluta justicia en todas y cada una de sus acciones militares, y con respecto a todos y cada uno de los militares o población civil del bando enemigo (o incluso propio, o aliado). Durante una guerra se desatan toda clase de pasiones humanas, especialmente incluidas las más bajas y rastreras, con las desastrosas consecuencias que ello acarrea. Por eso sólo puede moralmente aceptarse como recurso extremo, en circunstancias extremas, y tratando de reducir al máximo los daños infligidos. Pero no cabe duda de que hay guerras justas ante agresiones bélicas injustas. Y la reacción de los Reinos cristianos fue altamente justa defendiéndose en todo caso, reconquistando cuando pudieron, y tomando medidas preventivas para previsibles nuevas acciones de la marea invasora de los musulmanes, constante y hasta me atrevería decir perpetua −porque se lo exigía, exige y exigirá su inevolucionable fe coránica−. Aunque cuando viven entre “infieles” (ya sean cristianos, judíos o ateos), como los ya bastantes millones de musulmanes que viven en Europa, puedan ocultarlo, disimularlo y hasta negarlo. De hecho los cristianos españoles, a veces ayudados por otros europeos (como en la Batalla de las Navas de Tolosa de 1212), hubieron de luchar durante 781 años, desde que en 711 se produjo el comienzo de la invasión musulmana la Peninsula Ibérica con el desembarco de Tarik ben Ziyad en el monte Calpe (que pasó a llamarse Yebel Tarik = Gibraltar), hasta la conquista de Granada en 1492. Y sólo así lograron reconquistar su territorio.

De hecho, en la Batalla de Poitiers, que tuvo lugar en 732, entre las fuerzas comandadas por el líder franco Carlos Martel y un ejército islámico organizado por los musulmanes de la península Ibérica, cerca de la ciudad de Tours, en la actual Francia, los francos derrotaron el ejército islámico, su jefe resultó muerto, y la penetración islámica en el oeste europeo desde la península Ibérica quedaría frenada. De hecho, a Sicilia llegaron los musulmanes en 827, conquistando Palermo (831) y Mesina (839). Pusieron pie en la península italiana apoderándose de Tarento en 836. En 840 se adueñan de Bari y llegan a las fronteras de los Estados Pontificios. Em 846 fracasan en un ataque a Nápoles, pero una flota con 10.000 sarracenos atraca en la desembocadura del Tíber y, tras ocupar Porto y Ostia, sube hasta Roma saqueando extramuros las basílicas de San Pedro y San Pablo, y monasterios anejos. No pudiendo entrar en la ciudad se retiraron hacia Gaeta y, ante la llegada de refuerzos cristianos se reembarcaron, siendo aniquiladas las naves por una furiosa tempestad en el mar de Sicilia. Todo ello provocó fuerte reacción en la cristiandad, empezando por el Rey de Roma, el Papa, reforzamiento de la defensas terrestres de Roma, y derrota completa de los sarracenos en la batalla naval de Ostia. Pero el dominio de Sicilia por los musulmanes habría de durar en total dos siglos y medio. De hecho −saltándonos unos siglos, para hacer párrafo aparte de “Las Cruzadas” oficialmente tales, que acontecieron en los intermedios−, desde que en 1358, el Sultán turco Solimán capturáse Gallípoli que permitió a los turcos establecer una cabeza de puente en Europa, empezó la invasión del este y centro de Europa. Los serbios y a sus aliados fueron derrotados. Fueron cayendo Valaquia, Bulgaria, Tesalia, Macedonia. Hungría y Polonia fueron derrotadas en 1396.De hecho en 1453, cayó Constantinopla ante el embate de los turcos, y con ello el último baluarte/estorbo en la invasión musulmana de Grecia, toda la península balcánica y parte de la Europa oriental. En 1521 Solimán capturó Belgrado y un año más tarde Rodas. En 1526, tras la batalla de Mohács, Hungríaperdió su independencia. El avance turco encontró el primer obstáculo en las murallas de Viena (1529). Por otra parte el sultán se hizo dueño del Mediterráneo, aunque no pudo dominar la resistencia de Malta. Conquistaron Chipre y muchas islas jónicas, pero la batalla de Lepanto, en octubre de 1571, mostró a Europa que los turcos no eran en realidad invencibles. Tuvieron los turcos una época de decadencia, hasta resurgir y comenzar con Mohamed IV (1648-87) una era más gloriosa. Pero ya las únicas conquistas fueron Creta, Podolia y parte de Ucrania. Viena fue de nuevo sitiada. Solicitada insistentemente la ayuda a los sitiados por el Papa Inocencio XI, sólo el Rey de Polonia Juan Sobieski acudió con su ejército, infligiendose una gran derrota a los turcos en la Batalla de Viena (1683) y salvándose una vez más Centroeuropa de la marea islámica. Insistió el Papa en el espíritu de cruzada, lográndose una “Santa Liga” entre el Emperador Leopoldo I, Polonia y Venecia. Los turcos se vieron obligados a concertar la Paz de Carlowitz (1699 ), por la cual Turquía renunciaba a casi toda Hungría en favor del Emperador, además de ceder Morea (Peloponeso) a Venecia, Podolia a Polonia y Azov a Rusia. Durante los siglos XVIII XIX y XX hubo toda clase de altibajos en el éxito militar de unos (turcos) y otros (cristianos, o ateos descristianizados o desjudaizados −al menos las clases dirigentes, tras las sucesivas revoluciones de mayor o menor intensidad anticristiana, desde la francesa a las marxistas), y hubo frecuentes guerras y modificaciones de fronteras. Se efectuaron conquistas colonizadoras de países occidentales sobre regiones musulmanas de diversos continentes. Y se descubrieron océanos de petróleo en el subsuelo de países islámicos. Y.... aquí estamos en 2006.

3) ¿Hay que decir algo todavía sobre las “cruzadas”?.

Podemos decir que, a participar en la que terminaría siendo la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), (localidad al sur de Despeñaperros, cercana a La Carolina, en la actual provincia andaluza de Jaén), fueron estimulados los europeos por la concesión de indulgencias de “cruzada” por el Papa Inocencio III, a petición del Rey Alfonso VIII de Castilla. El Rey envió al arzobispo Don Rodrigo Jiménez de Rada, a solicitarlo a Roma, y éste, tras la concesión gustosa del Romano Pontífice, predicó la cruzada por Italia, Alemania y Francia, reclutando tropas. Los cristianos del mediodía francés fueron los que respondieron con más entusiasmo (precisamente un provenzal apellidado Loustau participó en la batalla, y tuvo a bien tras ella quedarse en estas tierras). Gracias a la victoria cristiana, el imperio almohade, de musulmanes que hoy serían denominados “fundamentalistas”, que se extendía por el Norte de África desde Libia hasta el Atlántico, y con sus pretensiones expansionistas era un serio peligro para la Europa Occidental, fue primero frenado y, como consecuencia de ello, terminó disolviéndose. Podemos decir que, en la batalla de Lepanto (1571), fueron animados los europeos mediante la predicación de una cruzada (La “Historia del Pontificado”, la menciona expresamente como “cruzada”, otros autores no la mencionan como tal, pero tampoco lo niegan). El Papa San Pio V logró concertar una “Santa Alianza”, encomendada a la Virgen del Rosario, que dispuso de una armada aliada compuesta por 70 galeras españolas (sumadas las propiamente hispanas con las de Nápoles, Sicilia, y Génova), 9 de Malta, 12 del Papado (“Estados Pontificios”) y 140 venecianas. Gracias a la victoria cristiana, y a pesar de que no los aliados no explotasen a fondo su éxito, las naves mercantes cristianas pudieron seguir surcando el Mediterráneo, y las habitantes de las costas de los países cristianos ribereños, pudieron dormir algo más tranquilos sin estar esperando en cualquier momento una invasión turca, aunque no tanto como para no tener que temer que una razia de piratas musulmanes berberiscos les robase sus bienes o les secuestrase como esclavos/as. Hasta la dominación francesa de Argel (1830) no logró acabarse con los piratas berberiscos. Podemos decir, en referencia a la victoria cristiana, entes descrita, en la batalla de Viena (1683), podemos decir que un padre capuchino, el italiano y venerable Marco da Aviano (1631-1699), enviado por el Papa Inocencio XI ante el Emperador Leopoldo I, e infatigable, como el mismo Papa predicador de la defensa anti-turca, aconsejó que todas las insignias imperiales llevaran la imagen de la Madre de Dios. Desde entonces las banderas militares austriacas mantendrán la efigie de la Virgen a lo largo de dos siglos y medio, hasta el momento en que Adolfo Hitler las hizo retirar. Ni La “historia de la Iglesia Católica”, ni la “Historia del Pontificado” mencionadas dicen que se predicara, ni se concedieran indulgencias como “cruzada”, pero sí hablan ambos de que la alianza y la victoria se consiguieron gracias a la “idea de “cruzada” en que “vivía sumergido” el Papa (“Hª del Pontificado”), al “ambiente de cruzada” que logró éste expandir por Europa (“Hª de la Iglesia Católica”), gracias a lo cual, y a pesar de las múltiples colaboraciones de Luis XV de Francia con los turcos (que hacía siempre lo que podía con tal de debilitar el Imperio centroeuropeo), se consiguió que, como ya dijimos, se librara una vez más Europa de caer en manos del Islam. Podemos decir que también hubo otra serie de cruzadas, las usualmente denominadas tales, con su numeración correlativa, desde la 1ª a la 9ª promovidas por el Papa, proclamadas y organizadas con la intención de lograr la reconquista de los Santos Lugares, es decir, la Palestina en que nació, vivió, murió y resucitó Jesucristo, y acompañadas de la concesión de indulgencia plenaria a los que se alistasen en ellas. Es importante el hecho histórico de que, tras haberse mantenido esas regiones abiertas durante siglos, no solo a la convivencia relativamente pacífica de poblaciones musulmanas y cristianas (aunque éstas siempre con la categoría secundaria de “dhimmíes”), sino también a la aceptación de la llegada de peregrinos cristianos de occidente, visitantes de los Santos Lugares (eso sí, pagando tasas en cada ciudad visitada), en un momento dado todo cambió. Llegó al poder el califa fatimí de Egipto Al-Hakem (“Fatimí” deriva del nombre de la hija del Profeta Mahoma, Fatima az-Zahra, La dinastía fue fundada por un argelino con de descender del Profeta por vía de la hija del Profeta, Fatima Zahra, y su esposo, Ali ibn Abu Talib, primo del Profeta). Y dio orden al gobernador de Siria de destruir el Santo Sepulcro, y aniquilar en Jerusalén todo cuento tuviera sabor a cristianismo. Basílicas y monasterios fueron destruidos. De 1009 a 1020 las casas de cristianos y judíos fueron saqueadas, y sus habitantes ferozmente perseguidos. Unos huyeron, otros, apostataron, y a los que se quedaron se les obligó a llevar sobre sí distintivos infamantes. El mismo califa revocó sus decretos. Su hijo Al-Zahir mandó que se reconstruyesen los Santos Lugares, a cambio de que en Constantinopla se restaurase una antigua mezquita. Se renuevan las peregrinaciones. Las donaciones de los fervorosos peregrinos facilitan la reconstrucción. Afluyen muchedumbres innumerables de peregrinos de toda clase, origen geográfico y condición. Sin duda la experiencia de las anteriores opresiones , no sólo en Palestina, sino en tantos otros lugares de orientes y occidente donde los cristianos estaban dominados por musulmanes, o en lucha contra ellos, hizo que el espíritu de las peregrinaciones fuera modificándose. Fue planteándose el derecho a la reconquista de regiones invadidas por conquistadores (los musulmanes) sin más derecho para ello que las exigencias bélico-expansivas de su fe. Las peregrinaciones se convirtieron en expediciones armadas por intervención del Papa, y surgieron las “Cruzadas” Que éste fundamento jurídico haya estado contaminado con intenciones subjetivas de los actores que las emprendieron menos generosas y altruistas, es posible. Que en su realización se cometieron muchos errores militares y muchas injustas tropelías, es seguro. Que alguna, como la cuarta, terminó cambiando de objetivo y atacando a Bizancio en vez de a los musulmanes, colaborando así al fortalecimiento de éstos y al debilitamiento de los cristianos, tristemente cierto. Que el “Reino Latino de Jerusalén”, fundado como resultado de la Primera Cruzada en 1099, destruido por primera vez por Saladino en 1187, restablecido alrededor de San Juan de Acre y mantenido hasta la captura de esa ciudad en 1291, terminó desapareciendo, es pura historia indiscutible. Lo que, con nuestra mentalidad actual de valorarlo todo en función de su eficacia lleva a muchos a no sólo considerarlas un fracaso, que históricamente terminaron siéndolo, sino a despreciarlas como globalmente inmorales, que globalmente no lo fueron, aunque lo fueran en unos u otros momentos y actuaciones unos u otros de sus actores. Hubo otras cruzadas. Por ejemplo: “cruzadas bálticas” (convocada en 1193), “contra los albigenses” (convocada en 1209)...

Que se hablado, escrito (y hasta cinematografiado en el último siglo) mucho de todas ellas, es también indiscutible. Alguna de las más citadas como “aberración” o “salvajada religiosa”, como la “Cruzada de los niños”, ni es una, sino dos movimientos diferentes a partir de dos lugares diferentes de Europa, ni fueron bendecidas, sino frenadas, por la Iglesia, ni en caso alguno llegaron a poner pie en Palestina. La versión de la “Historia de la Iglesia” mencionada, de 1945, y la de Wikipedia, de hoy mismo, tienen más coincidencias que discrepancias.

Y en todo caso, si se quiere entender algo de todo esto, no hay que olvidar, lo que desde el principio he denominado la “barbarización” de Europa desde la invasión de los bárbaros. Los pueblos “bárbaros” eran de natural belicoso. El caballero medieval tiene mucho de hombre belicoso ansioso de disponer de causas que justifiquen el que pueda demostrar lo noble, lo fuerte, lo muy hombre que es él frente a alguien con quien tenga oportunidad de pelearse. Júntese eso con las invasiones islámicas, y la mezcla del hambre con las ganas de comer, hizo el resto.

CONCLUSIÓN

Ni la “barbarización de Europa, ni el acceso de los cristianos a responsabilidades de gobierno, ni las amalgamas entre el “Reino de Dios” y el del “César”, son, de por sí solas ni en conjunto, explicaciones suficientes de la aparición del “espíritu de cruzada”, ni menos aún de que tal espíritu terminase a veces haciendo difícil la distinción entre la legítima defensa de personas o regiones atacadas belicosamente por herejes o directamente anticristianos (“cruzada contra los albigenses”, “cruzadas bálticas”) del intento de algunos de “imponer la fe por la espada” (como volvió a acontecer en Europa −”guerras de religión”−tras la reforma protestante: «cuius regio, eius religio» = “según la región, así su religión”), ni de la ni la aparición de las Órdenes Militares (Templarios, Caballeros Teutónicos, Orden de Malta, o Santiago, Alcántara, Calatrava en España...). Para comprender por completo el problema hay que tener en cuenta, siempre y por encima de todo aquello, la presión bélica que el Islam ha mantenido sobre y contra Europa, y en ella la cristiandad, siglo tras siglo desde 632 hasta... Presión bélica invasora mientras que pudo y siempre que pudo (¿cuándo fue la última invasión turca de Chipre, tras la muerte de Makarios, y la frustrada “enosis” de los griegos?), presión bélica de pirateo (robo de bienes, arrasamiento de lo no robado, secuestro de personas) en las costas mediterráneas, mientras que pudo y siempre que pudo (¿cuando fue la última razia de los piratas berberiscos?). Y que mantuvo un “espíritu de cruzada” en los cristianos que, con su necesaria belicosidad, entreverada de religiosidad, mantuvo un clima que terminó afectando a otros ámbitos de la vida cristiana. Hablo de “explicar y comprender”, que es lo que debe hacer siempre la Historia (grafía, logía o sofía). Justificar, lo que se dice justificar, es claro que no todo es justificable. A lo largo de éstas páginas he tratado de explicar, para intentar comprender, en la medida de mis posibilidades, lo relativo a este tema, así como de justificar lo que me parecía justificable, y no pretender hacerlo de lo que no me lo parecía tanto.

¡Pero! De estos y otros “pozos”de relajación doctrinal en que se haya metido históricamente el cristianismo, siempre hay posibilidad de salir, y de hecho se ha salido. Porque siempre hay quien recurra al Evangelio y al ejemplo de Cristo, nuestro fundamento: ¡el maravilloso, deseable y por mí siempre alabado fundamentalismo cristiano!... y se termina predicando e intentando vivir el amor al prójimo como Cristo nos amó, que implica dar la primacía a la caridad (ese amor que unifica el amor a Dios y al hombre), porque Dios es amor (Deus caritas est), como antes de pronunciar el discurso de Ratisbona, nos había dejado escrito en una encíclica el mismo Benedicto XVI.

El Islam, en unos u otros lugares y momentos de su historia, también ha caído en “pozos” de relajación doctrinal. Y también periódicamente sale de ellos gracias a la vuelta a sus fundamentos: el Corán y la vida de Mahoma. Algazel le hizo volver a sus fuentes, los almohades, los fatimíes, le hicieron volver a sus fuentes... Los wahabíes (miembros de una secta musulmana fundada por Abdul Wahab en el Siglo XVIII, la cual floreció principalmente en Arabia Saudita y observa estrictamente el Corán), cargados ahora de petrodólares, financian la construcción de mezquitas por todo el orbe, incluido el mundo occidental... y a los “imanes” que en ellas prediquen y enseñen, a ser posible, el wahabismo. Cuando los musulmanes retornan a sus fuentes, a sus fundamentos, ya podemos lo demás echarnos a temblar: el (o la) “yihad” está al caer. Está cayendo.

Fray fernando Fragoso Loustau O.P.

José Gálvez Krüger