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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Orden Militar de Alcántara

De Enciclopedia Católica

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Alcántara, un pueblo a orillas del Tajo (en el cruce de un puente – cantara, de ahí su nombre), está situado en la planicie de Extremadura, un gran campo de conflicto entre los musulmanes y cristianos de España durante el siglo XII. Tomada primero por el rey de León en 1167, Fernando II, Alcántara cayó de nuevo (en 1172) en las manos del fiero Yusuf, el tercero de los almohades africanos; no fue recuperada sino hasta el 1214 cuando fue tomada por Alonso de León, el hijo de Fernando. Para poder defender esta conquista en una frontera expuesta a muchos asaltos, el rey recurrió a las órdenes militares.

La Edad Media no conocía los ejércitos permanentes ni las guarniciones, una carencia que las órdenes militares abastecían, combinando como lo hicieron el entrenamiento militar con la entereza monástica. Alcántara fue encomendada primero (1214) al cuidado de los Caballeros Castellanos de Calatrava, quienes habían dado muchas pruebas de su valentía en la famosa batalla de Las Navas de Tolosa contra los almohades (1212). Alonso de León deseaba fundar en Alcántara una rama especial de esta famosa orden para su reino. Pero cuatro años más tarde estos Caballeros sintieron que el puesto estaba demasiado lejos de sus cuarteles castellanos. Renunciaron al esquema y transfirieron el castillo, con el permiso del rey, a una peculiar orden leonesa todavía en un estado de formación, conocida como “Los Caballeros de San Julián de Pereiro”. Su origen es oscuro, pero de acuerdo a algunas tradiciones cuestionables. 
San Julián de Pereiro fue un ermitaño del país de Salamanca donde, bajo su consejo, algunos reyes construyeron un castillo a orillas del Tajo para oponerse a los musulmanes. Son mencionados en 1176, en una concesión del rey Fernando de León, pero sin aludir a su carácter militar. Son conocidos por primera vez como orden militar por un privilegio del papa Celestino III en 1197. A través de su pacto con los Caballeros de Calatrava, aceptaron la regla cisterciense y el traje,  un manto blanco con una cruz escarlata, y se sometieron al derecho de introspección y corrección del Maestro de Calatrava. Esta unión no duró mucho. Los Caballeros de Alcántara, bajo su nuevo nombre, adquirieron muchos castillos y estados, gran parte de ellos a cuenta de los musulmanes. Amasaron una gran fortuna de los botines durante la guerra y por donaciones piadosas. Fue un giro en sus carreras. Sin embargo, la ambición y las disputas se incrementaron entre ellos. El cargo de gran maestro se convirtió en la meta de aspirantes rivales. Emplearon la espada unos contra otros, a pesar del voto de hacerlo únicamente en guerra contra los infieles. En 1318, el castillo de Alcántara presentaba el lamentable espectáculo del Gran Maestre, Ruy Vaz, siendo sitiado por sus propios Caballeros, apoyados por el Gran Maestro de Calatrava. Esta división, en conjunto, mostraba no menos de tres grandes maestros en contienda, apoyados respectivamente por los Caballeros, los cistercienses y por el rey. Tales ejemplos mostraban claramente en lo que se había convertido el espíritu monástico. Todo lo que se puede decir para atenuar tal escándalo es que las órdenes militares perdieron el principal objetivo de su vocación cuando los moros fueron expulsados de su última posición en España. Algunos autores asignan como causas de su desintegración la reducción de los claustros a causa de la Peste Negra en el siglo catorce, y la laxitud con la que los reclutaban de los sujetos más pobremente calificados. Finalmente, hubo una revolución en la guerra, cuando el crecimiento de la artillería moderna y la infantería superaron a la caballería armada de los tiempos feudales, las órdenes todavía se ceñían a su manera obsoleta de pelear. Las órdenes, sin embargo, por sus riquezas y numerosos vasallos, permanecieron tremendamente poderosas en el reino, y en poco tiempo se vieron envueltas en profundas agitaciones políticas. Durante el cisma fatal entre Pedro el Cruel y su hermano, Enrique el Bastardo, el cual dividió media Europa, los Caballeros de Alcántara fueron divididos a su vez en dos facciones que lucharon una contra la otra.
Los reyes, por su lado, no dudaron en tomar parte activa en la elección del gran maestro, quien podría darle un valioso apoyo a la autoridad real. En 1409, el regente de Castilla triunfó al lograr que su hijo, Sancho, un niño de ocho años, se convirtiera en el Gran Maestro de Alcántara. Estas intrigas continuaron hasta 1492, cuando el papa Alejandro VI invistió al Rey Católico, Fernando de Aragón, con la gran maestría de Alcántara de por vida. Adriano VI fue más lejos, a favor de su pupilo, Carlos V, ya que en 1522 le otorgó las tres maestrías de España a la Corona, y aún le permitió que fuesen heredadas a través de la línea femenina. Los Caballeros de Alcántara fueron liberados del voto de celibato por la Santa Sede en 1540, y los vínculos de vida en común fueron separados. La orden fue reducida a un sistema de dotes a disposición del rey, de las cuales se aprovechó él mismo para recompensar a sus nobles. Había no menos de treinta y siete “Encomiendas”, con 53 castillos o poblados. Bajo el dominio francés las rentas de Alcántara fueron confiscadas, en 1808, y fueron regresadas sólo en parte en 1814, después de la restauración de Fernando VII. Las Encomiendas desaparecieron finalmente durante las subsecuentes revoluciones españolas y desde 1875 la Orden de Alcántara es solamente una condecoración personal, conferida por el rey por servicios militares. (Ver ÓRDENES MILITARES).

DE ROBLES, Privilegia militiae de Alcantará a pontificibus (Madrid, 1662); DE VALENCIA, Definiciones y establecimientos de la Orden de Alcántara (Madrid, 1602); MANRIQUE, Annales cistercienses (till 1283) (Lyon, 1642), 4 vols. fol.; RADES Y ANDRADA, Cronicón de las tres órdenes y caballerías (Toledo, 1572); ARAUJO Y CUELLAS, Recopilación histórica de las cuatro ordenes militares (Madrid, 1866); HÉLYOT, Histoire des ordres religieux et militaires, 6 vols. (Tours, 1718); DE LA FUENTE Historia ecl. de Españna, 4 vols. (Madrid, 1874).

CH. MOELLER Transcribed by Bobie Jo M. Bilz Traducción: Mauricio Acosta Rojas