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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Donatistas

De Enciclopedia Católica

Revisión de 02:25 13 nov 2008 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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El cisma donatista comenzó en el año 311 y duró unos cien años, hasta la conferencia de Cartago de 411, después de la cual su importancia se desvaneció.


Causas del cisma

Para remontarnos a su origen tenemos que retroceder hasta la persecución de Diocleciano. El primer edicto del emperador contra los cristianos (24 febrero 303) ordenaba que se destruyeran sus iglesias, que se entregaran los libros sagrados para ser quemados, mientras los cristianos quedaban fuera de la ley. En 304 siguieron penas más severas, al ordenar que todos ofreciesen incienso a los ídolos bajo pena de muerte. Después de la abdicación de Maximiliano en 305, la persecución parece haberse abatido sobre África. En Numidia, el gobernador Floro, infame por su crueldad y aunque algunos oficiales hubieran preferido, como el procónsul Anulino, no seguir adelante, fueron obligados. San Optato puede decir de los cristianos de todo el país que algunos fueron confesores, otros mártires, algunos cayeron, y solo los que estaban ocultos escaparon. Las exageraciones del carácter africano aparecieron. Cien años antes, Tertuliano había enseñado que no estaba permitido huir de la persecución. Algunos fueron más allá y se entregaron voluntariamente para ser mártires cristianos. Sus motivos no siempre estaban fuera de sospecha. Mensurio, obispos de Cartago, en una carta a Segundo, obispo de Tigisi, entonces obispo senior (primado) de Numidia, declara que había prohibido que se honrara como mártires a los que se habían entregado voluntariamente o que presumían de poseer copias de las Escrituras que no entregarían; algunos de ellos, dice, eran criminales y tenían deudas con el estado, y pensaban que por este medio se librarían de una vida llena de opresión o al menos borrar el recuerdo de sus fechorías o al menos ganar dinero o disfrutar en la prisión de la bondad y los cuidados de los cristianos. Los abusos de los Circunceliones muestran que Mensurio tenía razones para justificar la severa postura que tomó. Explica que él mismo ha llevado a su casa los libros sagrados de la iglesia y ha sustituido un cierto número de escritos heréticos que los perseguidores habían tomado sin preguntar nada más; cuando el procónsul fue informado del engaño rehusó registrar la casa privada del obispo.

Segundo, en su réplica, y sin culpar a Mensurio, alaba a los mártires que habían sido torturados y asesinados en su provincia por negarse a entregar las Escrituras. El mismo replicó al oficial que vino a registrar la casa: “Soy un cristiano y un obispo, no un traidor”. Esta palabra “traditor” se convirtió en una expresión técnica para designar a los que habían entregado los libros sagrados. Y también para los que habían cometido los aún peores crímenes de entregar los cálices consagrados y hasta a sus propios hermanos.

Es cierto que las relaciones entre los confesores que estaban en la cárcel de Cartago y el obispo eran tensas. Si damos crédito a las actas donatistas sobre los 49 mártires de Abitene, éstos habían roto su relación con Mensurio. Esas actas nos informan de que Mensurio era él mismo un traidor por su propia confesión y que su diácono, Ceciliano, maltrataba con más rabia a los mártires que los mismos perseguidores. Se ponía ante la puerta de la cárcel con hombres armados con látigos para impedir que fueran socorridos y la comida que le traían por piedad los cristianos era arrojada los perros por esos rufianes, desparramando por la calle la bebida que les traían, de manera que los mártires cuya condena había diferido el comprensivo procónsul morían en prisión de hambre y sed.

Duchesne y otros creen que la historia es exagerada. Sería mejor decir que el punto principal es increíble; los oficiales romanos no hubieran permitido que los prisioneros murieran de hambre. Los detalles – que Mensurio se confesara traditor, que impidiera que se socorriera a los confesores encarcelados –está simplemente basado en la carta de Mensurio a Segundo. Así que podemos rechazar con seguridad toda la parte de la carta en las actas como ficción. La primera parte es auténtica: relata cómo algunos de los fieles de Abitene ser reunían y celebraban los servicios religiosos dominicales, desafiando al edicto del emperador, bajo la dirección del sacerdote Saturnino, porque su obispo era un traditor y ya no le reconocían. Fueron enviados a Cartago, daban atrevidas respuestas cuando eran interrogados y fueron encarcelados por Anulino que puede haberles condenado a muerte inmediatamente. Todo el relato es característico de un ferviente temperamento africano. Podemos imaginarnos como el prudente Mensurio y su vicario, el diácono Ceciliano, no eran muy queridos por la gente más excitable de sus feligreses. Sabemos como se hacían los interrogatorios para descubrir los libros sagrados porque se conservan los informes de una investigación en Cirta (después Constantina, Numidia). El obispo y su clero estaban dispuestos a entregar todo lo que tenían, pero no a traicionar a sus hermanos; pero a pesar de todo añadieron que los nombres y direcciones eran bien conocidos de los oficiales. La investigación en Numidia era mas severa severo que en el África Proconsular. El registro fue dirigido por Munacio Felix, sacerdote perpetuo de los dioses, al cargo de la colonia de Cirta. Al llegar a la casa del obispo, acompañado de sus ayudantes, encontró a éste con cuatro sacerdotes, tres diáconos, cuatro subdiáconos y varios fossores (enterradores). Todos declararon que las Escrituras no estaban allí, sino en manos de los lectores y de hecho la caja donde se guardaban estaba vacía. Los clérigos presentes se negaron a dar los nombres de los lectores, diciendo que eran conocidos de los notarios. A excepción de los libros, les dieron un inventario completo de todas las posesiones de la iglesia: dos cálices de oro, seis de plata, seis vinajeras de plata, un cuenco de plata, seis lámparas de plata , dos candelabros, siete bases pequeñas de bronce de lámparas con lámparas once lámparas de bronce con cadenas, ochenta y dos túnicas de mujer, veintiocho velos, dieciséis túnicas masculinas, trece pares de botas de hombre, cuarenta y siete pares de botas de mujer, diecinueve blusas de campesinos.

El subdiácono Silvano trajo una caja de plata y otra lámpara del mismo metal, que había encontrado detrás de un jarro. En el comedor había cuatro barriles y siete jarras. Un subdiácono sacó un grueso libro. Después se visitaron las casas de los lectores: Eugenio entregó cuatro volúmenes, Félix, el trabajador de mosaico, cinco, Victorino ocho, Projectus cinco grandes volúmenes y dos pequeños, el gramático Víctor dos códices y cinco cuadernillos de cinco hojas cada uno; Euticio de Cesarea declaró que no tenía libros; la mujer de Coddeo entregó seis volúmenes y dijo que no tenía más; aunque se siguió registrando sin resultados. Es interesante notar que los libros eran todos códices ( en forma de libro) no rollos, que no estaban de moda desde el siglo anterior.

Es de esperar que tan desgraciadas escenas no fueran frecuentes. En contraste, hallamos un escena de heroísmo en la historia de Félix, obispo de Tibiuca que fue arrastrado ante el magistrado el mismo día 5 de junio de 303, en que el decreto dado a conocer en la ciudad. Rehusó entregar ningún libro y fue enviado a Cartago .El procónsul Anulinus, incapaz de debilitar su determinación encerrándole en aislamiento, le envió a Roma a Maximiano Hércules.

En el 305 la persecución había disminuido y fue posible unir a catorce o más obispos en Cirta para elegir al sucesor de Pablo. Presidía Segundo como primado y en su fervor, trató de examinar la conducta de sus colegas. Se reunieron en una casa privada, porque aún no se había restituida la iglesia a los cristianos. “Debemos juzgarnos primero a nosotros mismos”, decía el primado, “antes de aventurarnos a ordenar a un obispo”. A Donatus de Mascula le dijo:” Se dice que has sido un traidor." "Tu sabes, replica el obispo como Floro intentó que ofreciera incienso, pero Dios no me entregó en sus manos, hermano. Puesto que Dios me perdonó, deja que El me juzgue”. ¿Entonces qué diremos de los mártires?, respondió Segundo. Fueron coronados porque no entregaron nada”. “Envíame a Dios “, dijo Donato “a Él le rendiré cuentas”. (De hecho un obispo no podía someterse a penitencia y era apropiadamente “reservado “ para Dios en este sentido). “Ponte a un lado”, dijo el presidente y dirigiéndose a Marinus de Aquae Tibilitanae le dijo: “También se dice que fuiste un traidor”. “Yo entregué papeles a Pólux, mis libros están seguros” y Segundo le dijo, “ponte en este lado” y después a Donato de Calama “Se dice que fuiste un traidor”. “Yo entregué libros de medicina”. Parece que Segundo no lo creyó o al menos pensó que hacía falta un juicio, porque dijo de nuevo:”Ponte a un lado”. Después de un vacío en las Actas, leemos que Segundo se volvió hacia Víctor, obispo de Russicade: "Se dice que has entregado los cuatro Evangelios””. Víctor replicó: “Era el Curator Velentinus. Me obligó a arrojarlos al fuego. Perdóname esta falta y Dios también me perdonará”. Segundo dijo:” “Ponte a un lado”. Segundo (después de otro vacío) dijo a Purpurius de Limata: "Se dice que has matado a los dos hijos de tu hermana Mileum. Purpurius contestó con vehemencia:”¿”Piensas que me asustas como a los otros? ¿Qué hiciste tú mismo cuando el Curator uy sus oficiales intentaron que entregaras las Escrituras?¿Cómo te las arreglaste para salir libre e indemne a no ser que les entregaras algo o mandaras que se les entregara? ¡Con toda certeza que no te dejaron ir por nada! Respecto a mí, he matado y mato a los que están contra mí. No me hagas decir nada más. Tu sabes que yo no me meto si no tengo nada que ver con algo”. Ante estos exabruptos, un sobrino de Segundo le dijo al primado:” ¿Has oído lo que dicen de ti? El esta listo para retirarse y empezar un cisma; y lo mismo se puede decir de todos aquellos q quienes acusas y sé que son capaces de echarte y de condenarte y entonces sólo tú serás el hereje.¿A ti qué te importa lo que han hecho ellos?. Cada uno debe rendir cuentas a Dios”. Segundo (como señala S. Agustín) no tenía respuesta ante las acusaciones de Purpurius, así que se volvió a los dos o tres obispos que aún no habían sido acusados:”¿Qué pensáis vosotros”? Y ellos el contestaron: “Tienen a Dios a quien deben rendir cuentas”. Segundo dijo:”Vosotros sabéis y Dios sabe. Sentaos”. Y todos contestaron: Deo gratis.

Estas minutas nos han sido conservadas por S. Agustín. Los donatistas posteriores dijeron que eran falsas pero no solo pudo S. Optato hacer referencia al la edad del pergamino en el que estaban escritas sino que son fácilmente creíbles por los testimonios dados antes de Zenofilo en el 320. Tanto Seeck como Duchesne (ver abajo) mantienen que son genuinas. En S. Optato oímos también de otro obispo númida caído que rehusó asistir al concilio con el pretexto de una enfermedad de los ojos pero en realidad por miedo de que sus conciudadanos probaran que había ofrecido incienso, un crimen del que no eran culpables los otros obispos. Los obispos consagraron a un obispo, a Silvano que como subdiácono ayudó a busacas los Vasos Sagrados, pero la gente de Cirta se levantó contra él gritando que era un traidor y exigieron que se nombrara a un cierto Donato. Pero la gente del país y los gladiadores ya le estaban sentando en la silla episcopal a la que fue llevado sobre los hombros de un hombre llamado Mutus.


Ceciliano y Mayorino

Se dice que un tal Donato de Casae Nigrae causó un cisma durante al vida de Mensurius. En 311 Majencio obtuvo el dominio sobre África y un diácono de Cartago, Félix, fue acusado de escribir una carta difamatoria contra el tirano. Se dice que Mensurius ocultó a este diácono y fue llamado a Roma. . Fue absuelto pero murió en su viaje de vuelta. . Antes de su partida de África había dado los ornamentos de oro y plata de la iglesia para el cuidado de los ancianos y había confiado el inventario de estos objetos a una mujer de edad que debía entregarlo al siguiente obispo. Majencio dio libertad a los cristianos de manera que fue posible celebrar elecciones en Cartago. El obispo de Cartago, como el papa, era comúnmente consagrado por un obispo vecino, ayudado por algunos otros de las cercanías. Era primado no solo de la provincia proconsular sino de otras provincias del norte de África, incluidas Numidia; Byzacene, Tripolitana y las dos Mauritanias, que eran todas gobernadas por el vicario de los prefectos. En cada una de estas provincias la primacía no iba unida a ninguna ciudad sino que la conservaba el obispo senior, hasta que S. Gregorio el Grande hizo el puesto electivo. S. Optato da a entender que los obispos de Numidia, muchos de los cuales no estaban lejos de Cartago, esperaban tener voz en la elección; pero dos sacerdotes Botrus y Caelestius, que esperaban ser elegidos habían arreglado las cosas de manera que solo hubiera unos pocos obispos en la elección. Ceciliano, el diácono que había sido tan detestable para los mártires fue elegido por todo el pueblo, colocado en la sede de Mensurius y consagrado por Félix, obispo de Aptonga o Abtughi. Los ancianos encargados del tesoro de la iglesia fueron obligados a entregarlo; se unieron con Botrus y Caelestius para no reconocer el nuevo obispo. Ayudados por una rica dama llamada Lucilla que guardaba rencor a Ceciliano porque le había afeado al costumbre de besar el hueso de un mártir no canonizado (non vindicatus) antes de recibir la comunión. Probablemente tenemos aquí de nuevo un mártir cuya muerte se debió a su propio fervor mar controlado.

Segundo, como el primado más cercano, llegó con sus sufragáneos a Cartago a juzgar el asunto y en un gran concilio de setenta obispos declaró que la ordenación de Ceciliano era inválida, por haber sido realizada por un traidor. Se consagró un nuevo obispo, Mayorino, que pertenencia a la casa de Lucila y que había sido lector en el diaconado de Ceciliano. Purpurius de Limata.

Ceciliano tomo posesión de la basílica y de la sede de Cipriano; la gente estaba con él , así que se negó a presentarse ante el concilio. “Si no estoy consagrado apropiadamente”, decía con ironía, “que me traten como un diácono y que impongan sus manos sobre mi y no sobre ningún otro”. Cuando le dieran esta respuesta, Purpurius gritó:” Que venga aquí que en vez de ponerlas sobre él, e romperemos la cabeza con penitencias”.

No es de extrañar que las acciones de este concilio, que envió cartas a través de África, tuvieran una gran influencia. Pero en Cartago se sabía que Ceciliano era el elegido por pueblo y no se creían que Felix de Aptonga había entregado dos Sagrados Libros. Roma e Italia habían dado a Ceciliano la comunión. La iglesia del moderado Mensurius no pensaba que la consagración por un traidor fuera inválida ni siquiera ilícita, si el traidor estaba en la posesión legal de su sede. El concilio de Segundo, por el contrario declaró que un traidor no podía actuar como obispo y que cualquiera que estuviera en comunión con los traidores fuera separado de la Iglesia. Se llamaban si mismos la Iglesia de los Mártires y declaraban qué cualquiera que estuviera en comunión con pecadores públicos como Ceciliano y Félix estaban necesariamente excomulgados.


LA CONDENA POR EL PAPA MELQUIADES

Pronto hubo muchas ciudades que tenían dos obispos el uno en comunión con Ceciliano y el otro con Mayorino. Después de derrotar a Majenci0 (28 de octubre 312), Constantino dueño de Roma se mostró cristiano en sus actos. Escribió a Anulino, procónsul de África (¿quizás el tolerante procónsul de 303?) restituyendo las iglesias a los católicos y dispensando a los clérigos de la “iglesia católica que preside Ceciliano” de las funciones civiles (Eusebio, Hist. Eccl. X, v 15, and vii, 2). Y también escribió a Ceciliano (ibid., X, vi, 1) enviándole una orden de 3000 folles para que se distribuyera en África, Numidia y Mauritania; si hiciera falta más el obispo debía pedirlo. Añadía que había oído sobre las personas turbulentas que intentaban corromper a la Iglesia y que había dad o ordenes al procónsul Anulino y al vicario de los prefectos que los redujeran y que Ceciliano, si lo necesitaba, debía recurrir a estos oficiales.

El partido opositor no perdió tiempo. Uso pocos días después de la publicación e estas cartas sus delegados, acompañados por una multitud, presentaron ante Anulinus dos paquetes de documentos que contenían las quejas de su partido contra Ceciliano para ser entregados al emperador. S. Optato ha conservado algunas palabras de su petición en las que se ruega a Constantino que garantice jueces de la Galia, donde bajo las órdenes de su padre, no había habido persecución y por consiguiente tampoco traidores. Constantino conocía la constitución de la Iglesia demasiado bien para conceder que los obispos galos juzgaran a los primados de África. Inmediatamente derivó el asunto al papa, indicando su intención, laudable pero demasiado optimista, de no permitir cismas en la Iglesia Católica. Pero para que los cismáticos africano no tuvieran razones de queja ordenó a tres de los más importantes obispos galos Reticius de Autun, Maternus de Colonia y Marinus de Arles, que fueran a roma para asistir al juicio. Ordenó a Ceciliano que se presentara allí con diez obispos de sus acusadores y diez de los de su propia comunión. El memorial contra Ceciliano lo envío al papa, que sabría hacer con él , decía, el procedimiento a emplear para concluir todo el asunto según la justicia. (Eusebio, Hist. Eccl., X, v, 18). El papa Melquíades llamó a quince obispos italianos para que le asistiesen. Desde este momento hallamos que en todos los asuntos importantes los papas emiten sus cartas decretales desde un pequeño consejo de obispos y hay huellas anteriores de esta costumbre

A la cabeza de los diez obispos donatistas (porque ya podemos darles provisionalmente ese nombre) iba el obispo Donato de Casae Nigrae. Optato, Agustín y otros apologistas cristianos asumen que este era “Donato el Grande”, el sucesor de Mayorino como obispo cismático de Cartago. Pero los donatistas de tiempos de S. Agustín lo negaban preocupados, porque no querían admitir que su protagonista había sido condenado y que los católicos en la conferencia de 411 les garantizaban la existencia de un Donato, obispo de Casae Nigrae, que se había distinguido por su activa hostilidad contra Ceciliano. Hay autores modernos que aceptan esto. Pero parece inconcebible que, si Mayorino estaba aun vivo, no se le hubiera obligado a ir a Roma. Más aún, sería muy extraño, que un tal Donato de Casae Nigrae apareciera como líder del grupo , sin explicación alguna, a no ser que Casae Nigrae fuera simplemente el lugar de nacimiento de Donato el Grande. Si asumimos que Mayprino había fallecido y había sido sucedido por Donato el Grande justamente antes del juicio en Roma, entenderemos por qué Mayorino no vuelve a ser mencionado.

Las acusaciones contra Ceciliano en el memorial, fueron descartadas, por ser anónimas y sin pruebas. Los testigos traídos desde África reconocieron que no tenían anda contra él. Donato por otra parte quedó convicto de su propia confesión de haber rebautizado y de haber puesto sus manos en penitencia sobre los obispo - lo que estaba prohibido por la ley eclesiástica.

Al tercer día Melquíades pronunció una sentencia unánime: Ceciliano había de ser mantenido en la comunión eclesiástica. Si los obispos donatistas volvían a la Iglesia, allí donde había dos obispos rivales, el más joven debía retirarse y se le debía proveer con otra sede. Los donatistas estaban furiosos. Cien años después, su sucesor declaró que el papa Melquíades era él mimo un traidor, y que por ello no habían aceptado su decisión. Aunque no hay nada que diga que esto se menciono en su debido tiempo. Pero los diecinueve obispos , en Roma, fueron enfrentados con los setenta obispos del Concilio de Cartago, y se pidió un nuevo juicio.


El Concilio de Arlés

Constantino estaba enfadado , pero viendo que el grupo era poderoso en África, reunió un concilio de todo el Occidente ( es decir la totalidad de sus dominios en ese momento) que debía reunirse en Arlés el 1 de agosto de 314.. Melquíades había muerto y a su sucesor S. Silvestre le pareció inapropiado dejar Roma, poniendo así un antecedente que repitió en el caso de Nicea y que sus sucesores siguieron en los casos de Sardica, Rimini, y los concilios ecuménicos orientales. Entre cuarenta y cincuenta sedes estaban representadas por obispos o delegados: los obispos de Londres, York y Lincoln estuvieron presentes. S. Silvestre envió legados. El concilio condenó a los donatistas y redactó varios cánones; informó en una carta al papa, que aún existe, pero como en el caso de Nicea, no se conservan las actas, ni se mencionan ninguna vez por los antiguos. Los Padres conciliares, en su saludo a Silvestre, diciendo que había decidido correctamente al no dejar el lugar “donde los Apóstoles se sientan diariamente para juzgar” y que si hubiera estado presente quizás hubieran sido más severos con los herejes. Uno de los cánones prohíbe rebautizar ( lo que aún se practicaba en África); otro declara que los que acusan falsamente a sus hermanos solo tendrán la comunión a la hora de la muerte.

Por otra parte, había que negar la comunión a los traidores, pero sólo si su falta ha sido probada por actos públicos oficiales; aquellos los que han ordenado han de retener su posición. El concilio tuvo algunos efectos en África, pero el cuerpo principal de donatistas no se movió de sus posturas. Apelaron del concilio al Emperador, que se horrorizó: “¡O insolente locura”, escribió “Apelan del cielo a la tierra, de Jesucristo al hombre!”.


La política de Constantino

El emperador retuvo a los enviados donatistas en la Galia, después de echarlos. Parece que pensó en enviar a por Ceciliano y después de permitir un completo examen en África El caso de Félix de Aptonga se examinó por orden suya en Cartago en febrero de 315 (probablemente S. Agustín se equivoca al señalar 314). Las minutas nos han llegado mutiladas: S. Optato se refiere a ellas que las puso como apéndice en su libro con otros documentos y S. Agustín las cita con frecuencia. Se mostraba que la carta presentada por los donatistas para probar el crimen de Félix había sido interpolada por un tal Ingentius, Así como por el testigo de Alfius, el escritor de la carta. Se demostró que Félix estaba ausente en el momento del registro de los Libros Sagrados en Aptonga. Constantino llamó a Roma a Ceciliano y a sus oponentes, pero Ceciliano, por razones que no sabemos, no apareció. Ceciliano y Donato el Grande (que ya era en este momento obispo) fueron llamados a Milán donde Constantino oyó muy atentamente a las dos partes. Declaró que Ceciliano era inocente y un excelente obispo (Agustín, Contra Cresconium, III lxxi). Los retuvo a los dos en Italia mientras enviaba a dos obispos Eunomius y Olympius, a África para dejar a un lado a Ceciliano y a Donato, y sustituir con un nuevo obispo que aceptaran todas las partes. Es de presumir que Ceciliano y Donato habían aceptado esto; pero la violencia de los sectarios hizo imposible que reste plan se llevara a cabo. Eunomius y Olympius declararon en Cartago que la iglesia católica era la que está extendida por todo el mundo y que la sentencia contra los donatistas no se podía anular. Se pusieron en comunicación con el clero de Ceciliano volvieron a Italia. Donato volvió a Cartago y Ceciliano, al saberlo se sintió libre de hacer lo mismo. Finalmente, Constantino ordenó que las iglesias que habían sido tomadas por los donatistas fueran entregadas a los católicos y se confiscaron sus otros lugares de reunión. Los convictos (¿de calumnia?) perdieron sus bienes. Los militares se encargaron del desahucio. Un antiguo sermón sobre la pasión de los donatistas “mártires”, Donato y Advocato, describe tales escenas. En una de ellas ocurrió una masacre, entre los muertos había un obispo, si hemos de creer a este curioso documento.

Los donatistas estaban orgullosos de “la persecución de Ceciliano” que “Los Puros” sufrieron a manos de la Iglesia de los Traidores. El comes Leoncio y el dux Ursacio eran un objetivo especial de su indignación. En el 320 llegaron unas revelaciones desagradables para los “Puros”. Nundinarius, un diácono de Cirta, tuvo una desavenencia con su obispo, Silvano, que ordenó que fuera apedreado. Así lo decía a en su queja a cierto obispos de Numidia, la que amenazaba de que si no utilizaban su influencia a su favor con Silvano, diría lo que sabía de ellos. Como no le hicieron caso, presentó el asunto ante Zenophilus, el consular de Numidia. Las minutas nos han llegado de forma fragmentaria en el apéndice de Optato, bajo el título "Gesta apud Zenophilum".

Nundinarius presentó cartas de Purpurius y otros obispos a Silvano y a la gente de Cirta, tratando de hacer las paces con el inconveniente diácono. Se leyeron las minutas de los registros en Cirta, que ya hemos citado, y los testigos fueron llamados para que confirmaran su exactitud, incluyendo a dos de los fossores que estuvieron presente y un lector, Victorio el gramático. Se mostró que Silvano no solo era un traidor, sino que había ayudado a Purpurius, junto don dos sacerdotes y un diácono, el en robo de ciertos barriles de vinagre que pertenecían al tesoro, que estaban en el templo de Serapis. Silvano había ordenado a un sacerdote por la suma de 20 folles. Quedó establecido que del dinero dado por Lucilla para los pobres nada les había llegado. Y así se demostró que Silvano, uno de los más importantes de la “iglesia de los Puros”, que había afirmado que comunicar con cualquier traidor era estar fuera de la Iglesia, era un traidor. Fue exilado por el consular por robar el tesoro, por obtener dinero bajo falsos pretextos y por haberse hecho ordenar obispo con violencia. Los donatistas más tarde preferían decir que fue desterrado por rehusar comunicar con los "Cecilianistas", y Cresconius llegó hasta hablar de la “persecución de Zenophilus". Pero debía estar claro para todos, que los que consagraron a Mayorino habían llamado traidores a sus oponentes traidores para cubrir su propia delincuencia.

El grupo de los donatistas debe su éxito en parte a la habilidad de su líder, Donato, el sucesor de Mayorino. Parece que mereció el título de “EL Grande” por su elocuencia y fuerza de carácter. Sus escritos se han perdido. Su influencia en el grupo era extraordinaria. S. Agustín se pronuncia con frecuencia contra su arrogancia e impiedad porque casi era adorado por sus seguidores. Se dice que en su vida le gustaba mucho que le adularan y después de morir fue contado entre los mártires y hasta se le atribuyeron milagros. En el 321 Constantino cedió algo en sus rigurosas medidas, al ver que no producían la paz que esperaba y débilmente rogó a los católicos que aguantaran a los Donatistas con paciencia, lo que no era fácil porque los cismáticos estallaron en violencia. En Cirta, habiendo vuelto Silvano, se apoderaron de la basílica que el emperador había construido para los católicos. Y Constantino al ver que no cedía no vio otra manera que construir otra. Eran numerosos por toda África, pero sobre todo en Numidia. Enseñaban que en el resto del mundo la Iglesia Católica había perecido por haber estado en comunión con el traidor Ceciliano. Ellos eran la verdadera Iglesia. Si un católico entraba en sus iglesias, lo echaban y lavaban con sal el pavimento donde había estado. Cualquier católico que se uniera a ellos era obligado a ser rebautizado. Afirmaban que sus obispos y ministros no tenían faltas porque de lo contrario sus administraciones serían inválidas, aunque de hecho fueran convictos de ebriedad y otros pecados. S. Agustín nos dice basándose en la autoridad de Taconio que los que los donatistas reunieron un concilio de doscientos cincuenta obispos en el que discutieron durante setenta y cinco días la cuestión de la repetición del bautismo y finalmente decidieron en los casos en que los traidores rehusaran ser bautizados de nuevo debían ser admitidos a la comunión a pesar de ello. Los obispos de donatistas de Mauritania no rebautizaban a l9os traidores hasta tiempos de Macario. Fuera de África los donatistas tenían un obispo que residía en la propiedad de un seguidor, en España, y al los primeros tiempos del cisma hicieron un obispo para su pequeño grupo de Roma, que, al parecer, se reunía en una colina fuera de la ciudad y se llamaban “Montenses”. Esta “antipapal sucesión con un comienzo” era frecuentemente ridiculizada por los escritores católicos. La serie incluía a Felix, Bonifacio, Encolpius, Macrobius (c. 370), Luciano, Claudiano (c. 378), y de Nuevo en 411.


Los Circunceliones

La fecha de la primera aparición de los circunceliones es incierta, pero probablemente fue antes de la muerte de Constantino. Eran sobre todo entusiastas rústicos, que no sabían latín; hablaban púnico. Se ha sugerido que quizá fueran de sangre beréber. Se unieron a los donatistas, que los llamaban agnostici y “soldados de Cristo”, pero en verdad eran bandoleros. En todas partes de África se encontraban tropas de ellos. No tenían ocupaciones regulares, sino que recorrían las zonas armados, como locos. No usaban espadas porque se le había dicho a S. Pedro que pusiera la espada en al vaina, pero realizaban continuos actos de violencia con garrotes, que llamaban “israelitas”. Les daba palizas a las víctimas, sin matarlas, dejándolas para que murieran. En tiempos de S. Agustín, sin embargo, ya usaban espadas y toda clase de armas, recorrían los sitios acompañados de mujeres no casadas, jugaban y bebían. Su grito de batalla era Deo laudes, y no había peores bandados con los que encontrarse. Buscaban la muerte con frecuencia, contando el suicidio como martirio. Eran especialmente aficionados a arrojarse desde precipicios y más raramente al agua o al fuego. Hasta las mujeres se infectaron con esta costumbre y las que habían pecado se arrojaban desde los acantilados para hacer penitencia por sus faltas. A veces los circunceliones buscaban la muerte en manos de otros, pagando a hombres para que los mataran o amenazando matar a un pasajero si no los mataba o induciendo a los magistrados con su violencia a condenarles a la ejecución. Mientras existió el paganismo asistían en grandes grupos a cualquier sacrificio no para destruir a los ídolos, sino para ser martirizados. Teodoreto dice que un circuncelión solía anunciar su intención de ser mártir con mucho tiempo de antelación, para ser bien alimentado y bien tratado como una bestia destinada al matadero. Relata una historia divertida (Haer. Fab., IV, vi) a la que también se refiere S. Agustín. Un grupo de esos fanáticos, engordados como faisanes, se encontraron un joven y le ofrecieron una espada desnuda para que se la clavara, amenazándole con matarle si no lo hacía. El muchacho pretendió temer que una vez que hubiera matado a unos cuantos, el resto cambiara de opinión y vengara las muertes de sus amigos e insistió que todos debían estar atados. Ellos estuvieron de acuerdo y cuando estaban indefensos, el joven les dio a cada uno una buena paliza y se escapó.

En las controversias con los católicos, los obispos donatistas no estaban orgullosos de sus seguidores. Declararon que precipitarse dese un acantilado había sido prohibido en los concilios. Pero los cuerpos de estos suicidas eran honrados de forma sacrílega y las masas celebraban sus aniversarios. Sus obispos no podían hacer otra cosa que consentirlos y con frecuencias estaban contentos con el fuerte armamento de los circunceliones. Teodoreto, un poco después de la muerte de S. Agustín, no conocía a otros donatistas que los circunceliones y ellos eran los típicos donatistas ante los ojos de todos los de fuera de África. Eran especialmente peligrosos para el clero católico, cuyas casas atacaban y desvalijaban. Les golpeaban y herían, ponían lima y vinagre en sus ojos y hasta les forzaban a que se volvieran a bautizar. Bajo el mando de Axidus y Fasir “los líderes de los santos” en Numidia, tanto la propiedad como los caminos eran inseguros, se protegía a los deudores, los esclavos eran colocados en los carros de sus señores, haciendo que sus señores salieran huyendo ante ellos. Por fin, los obispos donatistas invitaron a un general llamado Taurinus para que reprimiera esas extravagancias. Halló resistencia en un lugar llamado Octava donde los altares y tabletas mostraban, en tiempos de S. Optato, la veneración que se daba a los circunceliones matados, pero a los que sus obispos negaban el honor debido a los mártires. Parece que en 336-7 el proefectus proetorio de Italia, Gregorio tomó algunas medidas contra los donatistas , porque S.Optato nos dice que Donato le escribió una carta que comenzaba:”Gregorio, mancha en el senado y desgracia de los prefectos”.


La persecución de Macario

Cuando Constantino se hizo dueño de oriente derrotando a Licinio en 323, fue prevenid de el crecimiento del arrianismo en el oriente, de enviar, como esperaba hacer, obispos orientales a África para arreglar las diferencias entre donatistas y católicos. Ceciliano de Cartago estuvo presente en el concilio de Nicea en 325 y su sucesor, Grato, en el de Sardica en 342. El conciliabulum de los orientales en aquella ocasión escribió una carta a Donato, como si fuera el verdadero obispo de Cartago; pero los arrianos no se ganaron el apoyo de los donatistas, que consideraban todo el oriente , separado de la Iglesia que sólo sobrevivía en África

El emperador Constante quería como su padre conseguir la paz en Afrecha. En 347 envió a dos comisionados Pablo y Macario, con grandes sumas de dinero para ser distribuidas. Donato vio en eso un intento de ganarse a sus seguidores con sobornos y recibió a los enviados con insolencia diciendo: ¿Qué tiene el emperador que ver con la iglesia? Y les prohibió aceptar nada de Constante. Pero parece que en muchos sitios la misiva fue bien recibida. Sin embargo en Bagai en Numidia el Obispo, Donato, reunió a los circunceliones de los alrededores, ya excitados por sus obispos y Macario se vio obligado a requerir protección militar. Los circunceliones le atacaron y mataron a dos o tres soldados. Entonces la tropa se convirtió e incontrolable y mató a varios donatistas. Este desafortunado incidente fue siempre restregado en la cara de los católicos a los que llamaron macarianos. Los donatistas declararon que Donatus de Bagai había sido precipitado desde una roca y otro obispo Marculus, arrojado a un pozo. Existen las actas, de otros dos mártires donatistas de 347, Maximiano e Isaac; que parecen pertenecer a Cartago y que Harnack atribuye al antipapa Macrobio. Al parecer, después de que comenzó la violencia los enviados ordenaron a los donatistas que se unieran a la iglesia aunque no quisieran. Muchos de los obispos huyeron con sus partidarios; unos pocos se unieron a los católicos y el resto fue deportado. Donato el Grande murió en el exilio. Un donatista llamado Vitelio compuso un libro para mostrar que los siervos de Dios son odiados por el mundo.

Una misa solemne se celebró en cada lugar en que se logró la unidad completa y los donatistas esparcieron el rumor de que imágenes (obviamente del emperador) se iban a colocar en el altar y ser adoradas. Cuando se vio que nada de eso se hizo y que los enviados hicieron simplemente un discurso a favor de la unidad, parece que la unión sufrió menos violencia de la que se esperaba. Los católicos y sus obispo alabaron a Dios por la paz conseguida, aunque declararon que no eran responsables de la acción de Paulo y Macario. Al año siguiente, Grato, el obispo católico de Cartago, celebró un concilio e el que se prohibió la reiteración del bautismo, mientra, para agradar a los donatistas reunidos, los traidores fueron condenados de nuevo. Se prohibió honrar a los suicidas como mártires.


La restauración del donatismo por Juliano

La paz fue feliz para África y los medios uy la manera forzosa con la que se obtuvo se justificaba por la violencia de los sectarios. Pero con el acceso de Juliano el Apóstata en el 361 hizo que todo cambiara. Encantado de crear confusión en el cristianismo, Juliano autorizó a los obispos católicos exilados por Constantino, que volvieran a sus sedes que ahora ocupaban los arrianos.

Alos donatistas, expulsados por Constante, se les permitió volver a petición propia, y se les devolvieron sus basílicas. El resultado de estas políticas fue la violencia tanto en oriente como en occidente. “Vuestra furia”, escribía S. Optato, “volvió a África en el mismo momento que el diablo puesto en libertad”, ya que el mismo emperador restauró la supremacía del paganismo y a los Donatistas, en África. El decreto de Juliano les pareció tan ignominioso que el emperador Honorio, en 405, hizo que se expusiera públicamente por África para su vergüenza. S. Optato da un vehemente catálogo de excesos cometidos por los donatistas a su regreso. Invadieron las basílicas con armas, cometieron tantos asesinatos que se envió un informe al emperador. Bajo las órdenes de dos obispos, un grupo atacó la basílica de Lemellef; quitaron las tejas del tejado y cubrieron con ellas a los diáconos que estaban alrededor del altar y mataron a dos de ellos. En Mauritania, la vuelta de los donatistas se caracterizó por las revueltas. En Numidia, dos obispos se aseguraron la complacencia de los magistrados confundiendo a la población, expulsando a los fieles, hiriendo a los hombres mujeres y niños. Puesto que no admitían la validez de los sacramentos administrados por traidores, cuando tomaban las basílicas arrojaban la Sagrada Eucaristía a los perros, pero éstos, inflamados de locura atacaron a sus propios dueños. Una ampolla de crisma arrojada por la ventana se encontró entre las rocas sin que se hubiera roto. Dos obispos fueron culpables de rapto: uno de ellos cogió al anciano obispo católico y la condenó a hacer penitencia pública. A todos los católicos que obligaban a unirse a su causa eran hechos penitentes, hasta los clérigos de cualquier rango y hasta a los niños, contra la ley de la Iglesia, algunos durante un año o por un mes y algunos por un día. Al tomar posesión de una basílica, destruían el altar o lo quitaban o al menos rascaban la superficie. A veces rompían los cálices y vendían el material. Lavaban los pavimentos, paredes, y columnas. No contentos con recuperar sus iglesias empleaban a funcionarios paganos para obtener para ellos la posesión de los vasos sagrados, muebles, ropa del altar, dejando a la congregación católica sin libros. Los cementerios se cerraron para los muertos católicos.

La revuelta de Firmus, un jefe mauritano que desafió al poder romano y acabó asumiendo las costumbres de emperador (366-72), fue apoy7ada si duda por muchos donatistas . Las leyes imperiales contra ellos fueron reforzadas por Valentiniano en 373 y por Graciano que en 377 escribió al vicario de los prefectos, Flaviano ( que era donatista) ordenando que todas las basílicas de los cismáticos fueran entregadas a los católicos. S. Agustín afirma que se incluyeron hasta las iglesias que habían construido los donatistas. El mismo emperador requirió de Claudiano, el obispo donatista en Roma, que volviera a África; como se negó a obedecer, un concilio romano ordenó que lo alejaran cien millas de la ciudad. Es probable que el obispo católico de Cartago, Genethlius, hiciera que las leyes se aplicaran con menos severidad en África.


San Optato

El campeón católico, San Optato Obispo de Milevis, publicó su gran obra “De schismate Donatistarum" en respuesta a la del obispo donatista de Cartago Parmeniano, bajo Valentiniano y Velente 364-375 (así S. Jerónimo). Optato nos dice que escribía después de la muerte de Juliano (363) y más de 60años desde el principio del cisma (quiere decir la persecución de 303). Lo que tenemos de el es una segunda edición, puesta al día por el autor después de que subiera al trono el papa Siricio (diciembre 384) un séptimo libro añadido a los seis originales. En el primer libro describe el origen y crecimiento del cisma; en el segundo muestra las notas de la verdadera Iglesia; en el tercero defiende a los católicos de la acusación de perseguir, sobre todo en los días de Macario. En el cuarto refuta las pruebas de Parmeniano tomadas de la Escritura de que el sacrificio de un pecador está polucionado. En el quinto muestra la validez del bautismo aunque sea conferido por pecadores, porque es el mismo Cristo quien lo confiere y el ministro es sólo un instrumento. Este la primera afirmación importante doctrinal de que la gracia de los sacramentos se deriva del opus operatum de Cristo independientemente del valor del ministro. En el sexto libro describe la violencia de los donatistas y la forma sacrílega en la que trataban los altares católicos. En el séptimo trata principalmente de la unidad de reunión y vuelve al tema de Macario.

Llama a Parmeniano “hermano” y quiere tratar a los donatistas como hermanos, puesto que no eran herejes. Como algunos otros Padres, sostiene que solo los paganos y los herejes van al infierno; los cismáticos y los católicos serán salvados después de un purgatorio necesario. Esto es lo más curioso, porque antes y después de él en África, Cipriano y Agustín enseñan ambos que el cisma es tan malo como la herejía, si no peor.. S. Optato era muy venerado por S. Agustín y después por S. Fulgencio. Escribe a veces con vehemencia, a veces con violencia, a pesar de sus protestas de amistad: pero es arrastrado por su indignación. Su estilo es fuerte y efectivo, con frecuencia conciso y epigramático. Puso como apéndice a sus libros una colección de documentos que contenían las pruebas de la historia que relataba. Su dossier se había recogido mucho antes, ciertamente, y de todas las maneras antes de la paz de 347 y no mucho después del último documento que contiene, que está datado en febrero de 330; el resto no son posteriores a 321 y posiblemente pudieron ser reunidos ese año. Desafortunadamente estos importantes testimonios históricos nos han llegado en un solo manuscrito mutilado, cuyo arquetipo también estaba incompleto. La colección fue usada libremente en la conferencia de 411 y es citada con frecuencia y con cierta amplitud por S. Agustín que ha preservado muchas partes interesantes de de otra forma nos serían desconocidas.


Los Maximianistas

Antes de que Agustín se pusiera el manto de Optato junto con una doble parte de su espíritu, los católicos habían ganando nuevos y victoriosos discusiones por la división de los donatistas entre ellos. Como muchos otros cismáticos, este cisma alimentó dentro de sí otros cismas. En Mauritania y Numidia estas sectas separadas eran tan numerosas que los donatistas mismos no podían nombrarlas todas. Se oye hablar de Urbanistas, Claudianistas, que se unieron al grupo principal de Primianus de Cartago; Rogatistas, una secta mauritana, moderada, ya que ningún circuncelión pertenecía a ella. Los Rogatistas eran severamente castigados allí donde los donatistas podían convencer a los magistrados para que lo hicieran y también fueron perseguido por Optato de Timgad. Pero la más famosa fue la de los Maximianistas, porque la historia de su separación de los donatistas reproduce con extraña exactitud la de la retirada de los donatistas de la comunión con la iglesia. La conducta de los donatistas para con ellos fue tan inconsistente respecto a sus principios declarados que en manos del hábil Agustín se convirtió en el arma más efectiva de toda su armamento polémico.

Primiano, obispo donatista de Cartago, excomulgó al diácono Maximiano, quien (como Mayorino era apoyado por una señora) reunió un concilio de 43 obispos que exigieron a Primiano que se presentara ante ellos. El primado rehusó, insultó a los enviados, intentó impedirles que celebraran los sagrados misterios, e hizo que les apedrearan en las calles. El concilio volvió a reclamar su presencia ante otro concilio más grande en el que se reunieron alrededor de cien obispos, en Cebarsussum en junio de 393. Primiano fue depuesto; todos los clérigos habían de abandonar su comunión en ocho días y si lo posponían a Navidad ya no podrían volver a la Iglesia ni siquiera después de una penitencia. A los laicos se les toleró hasta después de la Pascua de Resurrección, bajo la misma pena. Se nombró a un nuevo obispo para Cartago, el mismísimo Maximiano, que fue consagrado por doce obispos. Los partidarios de Primiano fueron rebautizados si ya habían sido bautizados, después del tiempo permitido. . Primiano se opuso y demandó ser juzgado por un concilio númida. En efecto, 310 obispos se reunieron en Bagai en abril de 194; el primado no tomó el lugar de la persona acusada, sino que presidió el concilio. Naturalmente fue absuelto y los Maximianistas condenados sin haber sido oídos Pero a los doce obispos y los que les apoyaban entre el clero de Cartago, se les dio hasta Navidad para volver; después de estas fechas serían obligados a hacer penitencia. Este decreto, compuesto en un elocuente estilo por Emérito de Caesarea, y aceptado por aclamación, hizo a los donatistas parecer ridículos por haber admitido a cismáticos sin penitencia. La iglesia de Maximiano fue destruida completamente y una vez pasado el tiempo de gracia, los donatistas persiguieron a los infortunados Maximianistas, pre3sentandose como católicos y exigiendo que los magistrados impusieran por la fuerza contra las nuevas sectas las mismísimas leyes que los emperadores católicos habían redactado contra los donatistas. Su influencia les permitió hacerlo ya que eran bastante más numerosos que los católicos y los magistrados debían, con frecuencia pertenecer a su grupo. En la recepción de los que volvían del grupo de Maximiano aun fueron más fatalmente inconsecuentes. La regla teóricamente a la que se agarraban era que todos los que habían sido bautizados en el cisma debían ser rebautizados; pero si volvía un obispo, él y todos los suyos eran admitidos sin rebautizar. Esto se permitió hasta en el caso de dos de los consagrantes de Maximiano, Praetextato de Assur y Feliciano de Musti, después de que el procónsul había intentado inútilmente expulsarle de sus sedes y aunque el obispo donatista Rogato, ya había sido nombrado para Assur. En otros casos el grupo de Primiano fue más consistente.

Salvio, el obispo maximianista de Membresa, era otro de los consagrantes: se le requerido por el procónsul en dos ocasiones que se retirara, a favor del priminianista Restituto. Debido a que era muy respetado por el pueblo de Membresa, se trajo una multitud de la vecina población de Abitene para expulsarle; el anciano obispo fue golpeado y obligado a bailar con perros muertos atados a su cuello. Pero su gente le construyó una nueva iglesia y los tres obispos coexistieron en esta pequeña ciudad, un Maximianistas, un priminianista y un católico.

El líder de los donatistas en este momento era Optato, obispo de Thamugadi (Timgad), llamado Gildoniano, por su amistad con Gildo, el conde de África (386-397). Durante diez años. Optato apoyado por Gildo, fue el tirano de África. Persiguió a rogatistas, maximianistas y usó las tropas contra los católicos. S. Agustín nos dice que sus vicios y crueldades son imposibles de describir., pero al menos tuvieron el efecto de ser una desgracia contra la causa de los donatistas porque aunque era odiado en toda África por su maldad y sus malas acciones, sin embargo la facción puritana permaneció siempre en completa comunión con su obispo, que era un ladrón, un bandolero, un opresor un traidor y un monstruo de crueldad. Cuando Gildo cayó en 397, después de haberse hecho el dueño de África durante unos pocos meses, Optato fue encarcelado y murió en prisión.


San Agustín

S. Agustín comenzó su victoriosa campaña contra los donatistas poco después de ser ordenado como sacerdote en 391. Su salmo popular o "Abecedarium" contra los donatistas tenía la intención de hacer saber a la gente los argumentos presentados por S. Optato, con la misma finalidad conciliatoria. Mostraba que la secta fue fundada por traidores, condenada por el papa y el concilio, separada de todo el mundo, causa de división, violencia y derramamiento de sangre; la verdadera iglesia el la parra cuyas ramas están por toda la tierra. Después de que S. Agustín fuera consagrado obispo en 395, llegó a reunirse con algunos de los líderes donatistas, aunque no con su rival en Hipona. El año 400 escribió tres libros contra la carta de Parmeniano, refutando sus calumnias y sus argumentos de la Escritura. Más importantes fueron sus siete libros sobre el bautismo en los que, después de desarrollar el principio puesto por S. Optato de que el efecto del sacramento es independiente de la santidad del ministro, muestra con gran detalle que la autoridad de S. Cipriano está más inconveniente que lo contrario para los donatistas. El principal polemista donatista de ese momento era Petiliano, obispo de Constantina, sucesor del traidor Silvano. Agustín escribió dos libros en respuesta a una carta suya contra la Iglesia, añadiendo un tercer libro para contestar otra carta en la que Petiliano le atacaba a él mismo. Antes de este último libro publicó "De Unitate ecclesiae" alrededor del 403. Hay que añadir a ellos algunos sermones y algunas cartas que son verdaderos tratados. Los argumentos usados por Agustín contra los donatistas se pueden dividir en tres capítulos. Primero tenemos las pruebas históricas de la regularidad de la consagración de Ceciliano, de la inocencia de Félix de Aptonga, de la culpa de los fundadores de la “Iglesia Pura”, el juicio emitido por el papa, concilio y emperador, la verdadera historia de Macario, el bárbaro comportamiento de los donatistas bajo Juliano, la violencia de los circunceliones etc.

Segundo, los argumentos doctrinales: las pruebas del Nuevo y Antiguo testamentos de que la Iglesia es católica, extendida por todo do el mundo y necesariamente una y unida..Se apela a al Sede de Roma donde la sucesión de obispos existe ininterrumpidamente desde S. Pedro mismo. S. Agustín toma prestada la lista de papas de S. Optato (Ep. li), y en su salmo cristaliza el argumento en la famosa frase: “Esa es la roca contra la que las puertas del infierno no prevalecerán”. Se apela a la iglesia oriental, especialmente a las iglesias apostólicas a las que S. Pedro, S. Pablo y S. Juan dirigieron sus epístolas -- y no estaban en comunión con los donatistas.

La validez del bautismo conferido por los herejes y la impiedad de la repetición del bautismo, son puntos importantes. Todos estos argumentos se encontraban en S. Optato. Es particular de S. Agustín la necesidad de defender a S. Cipriano y la tercera categoría es toda suya.

La tercera división comprende el argumentum ad hominem sacado de la inconsistencia de los propios donatistas: Segundo había perdonado a los traidores; se concedía completa pertenencia a los malhechores como Optatus Gildonianus y los Circunceliones. Ticonio se volvió contra su propio grupo; Maximiano se había separado de Primatus de la misma forma que Mayorino de Ceciliano; los Maximianistas habían sido readmitidos sin ser bautizados de nuevo. Esta forma de argumentación resultó de mucho valor práctico y se estaban produciendo muchas conversiones, sobre todo por las falsas posturas en las que de los donatistas. El concilio de Cartago (septiembre 401) había hecho mucho hincapié esto reclamando información a los magistrados sobre el tratamiento de los Maximianistas. Este mismo sínodo restauró la regla, que se había abolido hacía tiempo, de que los obispos donatistas y el clero mantuvieran sus rangos si volvían a la Iglesia. El papa Anastasio I escribió al concilio urgiéndole la importancia de la cuestión donatista. Otro concilio de 403 organizó disputas públicas con los donatistas. Esto hizo que los Cicunceliones volvieran de nuevo a la violencia. La vida de S. Agustín estaba en peligro. Su futuro biógrafo S. Posidio de Calama fue maltratado e insultado por un grupo dirigido por el sacerdote donatista Crispino. El último obispo que también se llamaba Crispino fue juzgado en Cartago y se le puso una multa de diez libras de oro por hereje aunque la multa fue perdonada por Posidio.

Este el primer caso que conocemos en que un donatista fuera declarado hereje, y en adelante ya se les llamará así. El cruel y horrible tratamiento a Maximiano, obispo de Bagai, es también relatado en detalle por S. Agustín.

A principios del 405 el emperador Honorio inducido por los católicos a que renovara las antigua leyes contra los donatistas. Algún bien resultó, pero los circunceliones de de Hipona volvieron a la violencia. La carta de Petiliano fue defendida por un gramático llamado Cresconio contra el que S. Agustín publicó una contestación en cuatro libros. El tercero y cuarto son especialmente importantes porque en ellos arguye desde el tratamiento dado a los Maximianistas por los donatistas, cita las actas del concilio de Cirta reunido por Segundo y cita otros documentos importantes. El santo también replicó a aun panfleto de Petiliano"De unico baptismate".


La "Collatio" de 411

San Agustín había esperado conciliar a los donatistas usando solo la razón, pero la violencia de los circunceliones, las crueldades de Optato de Tamugadi y los más recientes ataques a obispos católicos habían demostrado que era necesaria la represión por parte del brazo secular. No era necesariamente un caso de persecución por opiniones religiosas sino simplemente uno de protección de las vidas y propiedades y de asegurarse la libertad y seguridad de los católicos. Sin embargo las leyes fueron mucho más lejos. Las de Honorio se promulgaron de nuevo en 408 y 41º. En el 411 se organizó un método de discusión a gran escala por orden del mismo emperador a petición de los obispos católicos. Su caso estaba completo y no había contestación, pero había que exponerlo ante del pueblo de África y la opinión pública había de ser dirigida para que reconociera los hechos, exponiendo en público la debilidades de la posición de los separatistas. El emperador envió a un oficial llamado Marcelino, excelente cristiano a presidir como cognitor a la conferencia. Editó una proclamación declarando que ejercería una imparcialidad absoluta en los procedimientos y en el juicio final. A los obispos donatistas que debían venir a la conferencia se les debía devolver las basílicas que se las habían quitado. Llegaron en gran número, aunque algo menos de doscientos setenta y nueve, cuyas firmas se añadieron al apéndice a una carta dirigida al presidente. Los obispos católicos eran doscientos ochenta y seis. Marcelino decidió que cada bando eligiera siete disputantes que serían los únicos en hablar, siete consejeros a los que consultar y cuatro secretarios para escribir las actas. Así sólo treinta y seis estarían presentes en todo. Los donatistas pensaron que este era un truco para impedir que su gran número fuera conocido, pero los católicos no pusieron objeción que estuvieran todos presentes, siempre que no se causasen molestias

El principal portavoz católico, además de Aurelio el venerable y amable obispo de Cartago, fue, naturalmente Agustín., cuya fama se había extendido por toda la Iglesia. Sus amigos Alipio de Tagaste y su discípulo y biógrafo Posidio estaban también entre los siete.

El principal portavoz de los donatistas fue Emérito de Cesarea de Mauritania (Cherchel) y Petiliano de Constantina (Cirta), que habó o interrumpió alrededor de ciento cincuenta veces hasta que el tercer días estaba tan afónico que tuvo que desistir. Los católicos hicieron una generosa proposición : cualquier obispo donatista que se uniera a la Iglesia presidiría alternativamente con el obispo católico en la sede episcopal, a no ser que el pueblo pusiera objeciones, en cuyo caso ambos debía renunciar y se elegiría un nuevo obispo. La conferencia se celebró el 1, 3 y 8 de junio. La política de los donatistas consistió en poner objeciones técnicas para causar demoras y con todos los medios impedir que los polemistas católicos expusieran el caso. Pero el caso católico fue claramente expuesto el primer día en cartas que se leyeron, dirigidas por los obispos católicos a Marcelino y sus diputados para darles instrucciones en el procedimiento. Solo al tercer día, y entre muchas interrupciones, se llegó a una discusión de puntos importantes. Era evidente la falta de voluntad de los donatista para debatir realmente y eso porque no podían replicar a los documentos y argumentos presentados por los católicos. La falta de sinceridad, inconsecuencia y malicia de los sectarios hizo mucho daño: Los principales puntos doctrinales y pruebas históricas de los católicos quedaron claramente expuestos. El cognitor hizo un resumen a favor de los obispos católicos. La devolución provisional de iglesias a los donatistas quedó anulada; se prohibieron sus asambleas bajo graves penas; las tierras de los que permitían a los circunceliones estar en su propiedad serían confiscadas. Las actas de esta gran reunión se enviaron todos los portavoces para ser aprobadas y el informe de cada discurso (en general en una sola frase) fue firmado por el portavoz como garantía de su exactitud.

Existen los manuscritos completos sólo hasta la mitad del tercer día y del resto sólo se han conservado los encabezamientos de cada discurso. Estos encabezamientos fueron anotados por orden de Marcelino para facilitar la referencia. Debido a la monotonía del informe completo, S. Agustín hizo un resumen popular de las discusiones en su "Breviculus Collationis", y entró en más detalles sobre varios puntos en un panfleto final "Ad Donatistas post Collationem".

El 30 de enero de 412, Honorio emitió una ley final contra los donatistas, renovando viejas leyes y añadiendo una escala de multas para el clero donatista y para los laicos y sus esposas: los illustres debían pagar 50 libras de oro; los spectabiles 40, los senatores y sacerdotales 30, los clarissimi y principales 20, los decuriones, negotiatores y plebeii 5, los Circumceliones tenían que pagar 10 libras de oro. Los esclavos tenían que ser reprobados por sus dueños, los coloni debían ser contenidos con golpes repetidos. Todos los obispos y clérigos fueron enviados al exilio fuera de África. El 414 se aumentaron la multas para los de rangos superiores: un procónsul, vicario o conde fue multado con 200 libras de oro y un senador con 100. Aun se publicó otra ley en 428. El bondadoso Marcelino que se había hecho amigo de S. Agustín fue víctima del rencor (se supone) de los donatistas porque fue ejecutado en 413 como si fuera cómplice de la revuelta de Heraclio, conde de África, a pesar de las órdenes del emperador que no creía que fuera culpable.

El donatismo estaba ahora desacreditado por la conferencia y proscrito por las leyes persecutorias de Honorio. Los circunceliones hicieron algunos esfuerzos antes de morir, matando a un sacerdote en Hipona. No parece que el decreto fuera aplicado a rajatabla porque aun se halla algún clérigo donatista en África. El ingenioso Emérito estaba en Cesarea en el 418 y por deseo del papa Zósimo, S. Agustín se reunió con él, pero si resultados. Pero en general, el donatismo estaba muerto. Ya antes de la conferencia, los obispos católicos de África eran considerablemente más numerosos que los donatistas, excepto en Numidia. Desde la invasión de los Vándalos en el 430 apenas se oye hablar de ellos hasta los días de S. Gregorio el Grande, que parecían haber revivido algo, porque el papa se quejó al emperador Mauricio de que no se aplicaran estrictamente las leyes. Desaparecieron finalmente con las irrupciones de los sarracenos.


Escritores donatistas

No parece que los donatistas carecieran de actividad literaria en el siglo cuarto, sin embargo poco nos ha llegado. Las obras de Donato el Grande eran conocidas por S. Jerónimo, pero no se han conservado. El santo dice que su libro sobre El Espíritu Santo era de doctrina arriana. Es posible que el pseudo-cipríanico "De singularitate clericorum" sea de Macrobius. Y el "Adversus aleatores" es de un antipapa donatista o Novaciano. Conocemos los argumentos de Parmeniano y Cresconio, y aunque se hayan perdido sus obras. Monceaux ha logrado restaurar, por las citas de S. Agustín, obras cortas de Petiliano de Constantina y Gaudencio de Thamugadi, así como un libellus de un tal Fulgencio, de las citas del pseudo-agustiniano "Contra Fulgentium Donatistam". Aun existe el tratado de Ticonio "De Septem regulis" (P.L., XVIII; ed. del Professor Burkitt, en Cambridge "Texts and Studies", III, 1, 1894) sobre la interpretación de la Sagrada Escritura. Su comentario al Apocalipsis se ha perdido. Fue utilizado por S. Jerónimo, Primasius y Beato de Liébana en sus comentarios al Apocalipsis. Ticonio es conocido principalmente por sus posturas sobre la Iglesia que no eran consistentes con el donatismo y que Parmeniano intentó refutar. En las conocidas palabra de S. Agustín (que se refiere con frecuencia a su posición ilógica y a la fuerza con la que se enfrentaba a las ideas de su propia secta): “Ticonio asaltado por todas partes por las voces de las páginas sagradas, despertó y vio la Iglesia de Dios extendida por todo el mundo, como ha sido previsto y predicho hace mucho tiempo por los corazones y bocas de los santos. Y viendo esto, se dedicó a demostrar y declarar contra su propio grupo que ningún pecado del hombre, por más villano y monstruoso que sea, puede interferir en las promesas de Dios, ni puede la impiedad de ninguna persona dentro de la Iglesia hacer que la palabra de Dios sea inútil sobre la existencia y difusión de la Iglesia hasta los confines de la tierra, como fue prometido a los Padres y es ahora manifiesto” (Contra Ep. Parmen., I, i).


Chapman, John.(1909)

Transcrito por Anthony A. Killeen. Aeterna non caduca.

Traducido por Pedro Royo