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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Inglaterra (después de 1558)

De Enciclopedia Católica

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Inglaterra desde la Reforma

La Reforma Protestante es la gran línea divisoria de la historia de Inglaterra así como de Europa, en general. Esta revolución importante, resultado de muchas causas, asumió varias formas en los distintos países. La Reforma Anglicana no ocurrió por ningún motivo religioso. Lord Macaulay dice en su ensayo sobre la “Historia Constitucional” de Hallam que “de los que tuvieron una participación importante en su realización, Ridley fue, quizás la única persona que no lo consideró solamente un asunto político” y que “Ridley no jugó un papel importante”.

Procederemos primero a hacer seguimiento de la llamada Reforma de Inglaterra y después indicaremos algunos de sus resultados.

I. HISTORIA

Enrique VIII (1509-1547)

El cisma inglés no se consumó hasta el año 26 del reinado de Enrique VIII (1553). El instrumento con el que se realizó fue la ley que convertía al rey en Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra, con autoridad para reformar y rectificar errores, herejías y abusos en la misma ("Act concerning the King's Highness to be the Supreme Head of the Church of England, and to have authority to reform and redress all errors, heresies and abuses in the same").

Este estatuto separó a Inglaterra de la unidad de la Cristiandad y transfirió la jurisdicción del sumo pontífice al la “corona imperial” de aquel reino. Esta es la única peculiaridad de la Reforma Anglicana – la atrevida usurpación de toda la autoridad papal por el soberano.“La clavis potentiæ y la clavis scientiæ, el poder universal del Gobierno en la iglesia de Cristo, el poder de gobernar, distribuir suspender o restaurar la jurisdicción y el poder para definir las Verdades de la Fe, de interpretar la Sagrada Escritura ha descendido sobre los hombres de Reyes y Reinas de Inglaterra. El lazo actual de la iglesia de Inglaterra, su característica como una comunión religiosa, aquello que la hace un todo, es el derecho del poder civil a ser el supremo juez de su doctrina”. (Allies, "See of S. Peter", 3rd ed., p. 54.) .

La ley de Supremacía fue el resultado de una lucha entre Enrique VIII y el papa que se duró más de seis años. Seguramente tal medida no fue contemplada al principio poro el rey, que , en la primera parte de su reino, manifestó una devoción a la Santa Sede que Tomas Moro pensó que era excesivo (Roper's Life of More, p. 66).

La única causa de su disputa con la Sede romana surgió por el asunto del llamado Divorcio. El 22 de abril de 1509 ascendió al trono de Inglaterra, con 18 años y el 3 de junio siguiente casó, por dispensa del papa Julio, con la princesa española Catalina, que antes había casado formalmente con su hermano mayor Arturo, muerto en 1502, a la edad de 16, cinco meses después de su matrimonio, que se consideraba no consumado; y así Catalina, en sus nupcias con Enrique, no fue vestida como una viuda, sino como una virgen, en un vestido blanco, con su cabello cayendo sobre sus hombros.

Enrique cohabitó con ella durante 16 años, tuvieron tres hijos, que murieron en el parto o poco después, así como una hija, María, que sobrevivió. Después de esos años el rey, que nunca fue un modelo de fidelidad conyugal, concibió una repulsión personal par su esposa, seis años mayor que él, cuyos encantos físicos habían desaparecido y además estaba enferma.; comenzó el rey a tener escrúpulos respecto a su matrimonio con ella. Si estos escrúpulos le fueron sugeridos por el cardenal Wosley, como mantiene una tradición católica antigua, o si su repulsión personal le preparó para ellos, o simplemente los siguió, todo es incierto, lo único seguro, por usar una frase de Shakespeare, “the King's conscience crept too near another lady", (el rey se acercó demasiado a otra mujer, Ana Bolena). De nuevo es imposible hacer una cronología exacta. Sabemos que en 1522 el cardenal Wosley impidió a Lord Percy que se casara con Ana Bolena porque el rey tenía la intención de preferirla a otra (“ the King intended to prefer her to another". Pero en ese momento no hay constancia de que Enrique la deseara para si. Sea lo que fuera, pasaron varios años antes de que su pasión por ella, cualquiera que hubiera sido la fecha de su origen adquirió era fuerza arrebatadora que le llevó a la determinación de deshacerse de Catalina para poseer a Ana. El matrimonio era el precio que ella puso, aconsejada por la experiencia.

Las relaciones de Enrique con su familia habían sido escandalosas, hay pruebas, importantes aunque no definitivas, -- se resumen en la Introducción a la traducción hecha por Lewis de la obra de Sander "De Schismate Anglicano" (Londres 1877) – de que había intrigado con su madre, de ahí el informe que por un tiempo tuvo mucho crédito, de que era su propia hija. Es cierto que su hermana Mary había sido su amante y que cuando la relación terminó no fue muy generoso con ella, un hecho que sin duda puso en guardia a Ana. Que el rey había contraído precisamente la misma afinidad con ella, por razón de su intriga, como la que adujo como causa de sus escrúpulos conscientes respecto a Catalina, no hicieron mella en ella, ni en él.

El primer paso formal para deshacerse de Catalina parece que se dio en 1527, cuando Enrique hizo que le citara el cardenal Wosley y el arzobispo Warham por el cargo haber vivido incestuosamente con la viuda de su hermano. Los procedimientos se llevaron en secreto. El tribunal se reunió tres veces y después se suspendió la vista sine die, con el propósito de consultar a los obispos más sabios sobre al cuestión de si el matrimonio con la esposa de un hermano muerto era legal. La mayoría de las repuestas fueron afirmativas, dado que se había conseguido la dispensa papal. Enrique decidió entonces proceder de la forma común de la ley. Sir Francis Geary en su bien informada obra "Marriage and Family Relations", ha resumido el proceso de la siguiente manera: “Por un procedimiento bien conocido de la ley eclesiástica, el rey quiso llevar su pleito a la Corte de Apelación que para este propósito tenía jurisdicción original. Con este propósito, en vez de, como se pretendía originalmente, pleitear en un Consistorio o Arches Court inglés, desde el que apelar a Roma (amenazada u ocupada en ese momento por los ejércitos de Carlos V). Se obtuvo una comisión del papa Clemente, fechada el 9 de junio, confirmada por una pollicitatio de 13 de julio 1528, constituyendo los dos cardenales un Tribunal Papal Legado con ambas originales y supremas jurisdicciones para proceder judicialmente. El tribunal abrió el 21 de mayo de 1529; siguieron las citaciones, artículos, exámenes y publicación y el 23 de julio de 1529, la causa esta lista para sentencia. En ese día Campeggio lo suspendió hasta octubre, sobre la base de que la Vacación Romana, que debía observarse, había comenzado. Pero en septiembre el traslado de la causa a Roma, por inhibición de la Tribunal Legado, reclamada por Clemente, contrariamente a su promesa escrita sobre la palabra del papa, ya había llegado a Inglaterra, y el Tribunal no volvió a reunirse más. Enrique esperó más de tres años, negociando para que se diera una sentencia, hasta que por fin en noviembre de 1531 se casó con Ana Bolena y al año siguiente, en mayo, 1533, Cranmer, arzobispo de Canterbury, emitió una sentencia de nulidad.

En Roma la cause seguía – faltan en esta época informes de la Rota, y no aparece si hubo alguna discusión entre los abogados y el orador u oradora yo el defensor – hasta que por fin el 25 de marzo de 1534, el papa en un consistorio de cardenales, del cual una minoría voto contra el matrimonio, pronunció que el matrimonio con Catalina era válido y ordenó la restitución de los derechos conyugales. El estatuto de 1535 (26 (26 Hen. VIII, c. 1) citado arriba – comúnmente llamado Acta de Supremacía que transfería al rey la autoridad sobre al iglesia de Inglaterra ejercido hasta entonces por el papa, puede considerarse como la respuesta de Enrique a la sentencia papal de 1534 Pero, como dice el profesor Brewer, "el rey llegó a este resueltazo con pasos lentos y silenciosos”.

El Acta de Supremacía era en verdad sencillamente el último de una serie de pasos por los que, durante todo el progreso de la causa matrimonial, el rey intentó intimidar al pontífice y obtener una decisión favorable para él. Siete estatutos en particular hay que anotar como preparatorios o que llevaban al Acta de Supremacía. El 21 Hen. VIII, c. 13, prohibido, bajo penas pecuniarias, la obtención de la Santa Sede de licencias para pluralidades o no residencia. El 23 Hen. VIII, c. 9, que prohibía la citación de un apersona de la diócesis donde vivía, excepto en casos específicos. El 23 Hen. VIII, c. 6, titulado “Sobre restricciones del pago de annatas a la Sede de Roma”, eran un intento de intimidar pero también de sobornar al papa. Prohibía, bajo penas, el pago de los “primeros frutos” a Roma, siempre que se negaran las bulas para la consagración de un obispo. Podía ser consagrado sin ellas y autorizaba al rey a no tener en cuanta ninguna censura eclesiástica posterior de “Nuestro Santo Padre el Papa” y permitiendo que el servicio divino continuara a pesar de ellas. Es más, daba poder al rey con partas patentes para dar o retener su asentimiento al “Act” y suspenderlo, modificarlo o aplicarlo cuando quisiera. Como ha dicho el Dr. Lingard, el Act, era “un experimento políticos para probar la resolución del papa”. El experimento falló, y al año siguiente se dio asentimiento real al Act con letras patentes. Además también pasó el Estatuto 24 Hen. VIII, c. 12, prohibiendo las apelaciones a Roma en causas testamentarias matrimoniales y otras y requiriendo al clero que continuaran con su administración a pesar de las censuras eclesiásticas de Roma. Al siguiente año pasó el Act (25 Hen. VIII, c. 19) "para la sumisión del clero a las majestad del rey”, que prohibía toda apelación a Roma. El que sigue éste en el Libro de Estatutos, anulaba las annatas, prohibía bajo penas de pn munire, la presentación de los obispos y arzobispos al “obispo de Roma, llamado papa” y tratar de conseguir de él bulas para su consagración, estableciendo el método aún existente en la iglesia anglicana (del que se hablará después) de elección, confirmación y consagración de obispos. Inmediatamente siguió un Act prohibiendo bajo las mismas penas a los súbditos del rey ir a los tribunales papales, o a la Sede romana para conseguir “licencias, dispensas, compensaciones, facultades, concesiones, escritos, delegaciones u otros instrumentos o escritos”, salir al extranjero para visitas, congregaciones o asambleas religiosas o mantener , permitir, admitir u obedecer cualquier proceso de Roma. El efecto neto de estas leyes fue quitarle al papa la supremacía y cabeza de la Iglesia de Inglaterra confiriéndoselas al rey.

Este repentino alejamiento y separación de una nación de la unidad católica es un suceso tan extraño y tan terrible que requiere más explicaciones que las que da Macaulay que se refiere a la “brutal pasión “y “política egoísta” de Enrique VIII.

De hecho la lucha entre ese monarca y el papa era la última fase de una contienda entre el poder papal y real que se había mantenido, con treguas más o menos largas, desde los días de la conquista normanda. Enrique Segundo no tenía menos deseos que el Octavo de emanciparse de la jurisdicción del sumo pontífice y la destrucción y pillaje de la basílica de Sto. Tomás Beckett no fue una mera manifestación de una furia incontrolable y voracidad sin escrúpulos. Era también la manera de Enrique VIII de recomenzar una lucha que llevaba 400 años. Las razones por las que Enrique VIII triunfó allí donde de Enrique II, un hombre más grande, había fallado deben buscarse en las condiciones políticas y religiosas de su tiempo.

Von Ranke ha señalado que el estado del mundo en el siglo dieciséis era “directamente hostil al dominio papal…El poder civil no podía reconocer en adelante una autoridad más alta” (Die römischen Päpste, I, 39). En Inglaterra, el rey era un tirano, virtualmente. Las Guerras de las Rosas habían destruido a la antigua nobleza, que se había opuesto al despotismo real. “La Prerrogativa”, escribe Brewer, “era absoluta tanto en la teoría como en la práctica. El gobierno se identificaba con la voluntad del soberano; su palabra era ley para las conciencias así como para las conductas de sus súbditos. Era el único representante de la nación. El parlamente era poco más que un instrumento para garantizar los subsidios” (Letters and State Papers, II, Part I, p. cxciii, Introd.).

La vida relajada que llevaban muchos clérigos, los abusos de las pluralidades, los escándalos de los tribunales consistoriales, había conseguido que menguara la influencia de los eclesiásticos. “la autoridad papal”, por citar a Brewer, “había dejado de ser otra cosa que una mera forma de educación que se continuaba observando”.

La influencia del poder eclesiástico como posición al poder arbitrario se extinguió con la muerte de Wosley. “Así que la supremacía real iba ahora a triunfar después de años de esfuerzos, aparentemente inútiles y sin sentido. Lo que había estado presente en la mente inglesa iba ahora a producir una consciencia distinta, armada con un poder al que nada se podía oponer. Pero que surgiera de tal manera es maravilloso. Todos los sucesos habían ido preparando el camino para la supremacía real. La oposición a al autoridad papal les resultaba familiar a los hombres. Pero una supremacía espiritual una dirección de lo eclesiástico como la que separó a Enrique VIII de todos sus predecesores por un espacio inconmensurable, era algo sin precedentes y una desviación de la tradición” (Brewer, Letters and State Paters, I, cvii, Introd.). Enrique VIII hizo uso a fondo de su ministerio eclesiástico. En 1553 nombró a Tomas Cromwell como vicegerente, vicario general y oficial principal con poder total para ejercer toda y cada parcela de autoridad que le pertenecía a él como cabeza de la Iglesia. La función del vicario general se limitaba a la disciplina eclesiástica. El establecer la doctrina se lo quedó Enrique y como se relata en el preámbulo al “Act obolishing Diversity of opinions” (Ley de abolición de la diversidad de opiniones) (31 Hen. VIII, c. 14),” se sirvió de ello, en su principesca persona, para descender a su Parlamento donde expuso sus puntos de vista teológicos que fueron reunidos en el llamado “Estatuto de los Seis Artículos”. En 1539 el Act fue aprobado. Afirmaba la Transustanciación, la suficiencia de la comunión bajo una especie, la obligación del celibato clerical, la validez por la Ley de Dios de los votos de castidad, la excelencia de las misas privadas, la necesidad del sacramento de la penitencia.

La pena por negar este primer artículo era la hoguera. Por negar el resto, las mismas penas de prisión y multa como si fuera felonía. Y mientras mantenía a su propio gusto la doctrina católica, Enrique se había apoderado de una inmensa fortuna de la propiedad eclesiástica suprimiendo en primer lugar las casas religiosas pequeñas y después las granes, poniendo las bases de pauperismo inglés.

Eduardo VI (1547-1553)

Después de la muerte de Enrique (1547) la dirección de los asuntos eclesiásticos pasó principalmente a manos de Tomás Cranmer. Lord Macaulay le ha descrito muy acertadamente como un “flexible, tímido, cortesano interesado que consiguió el favor real sirviendo a Enrique en el desgraciado asunto de su primer divorcio” y que “era igualmente falsa en sus obligaciones políticas y religiosas” y que “se adaptaba atrás y adelante medida que el rey cambiaba de opinión “. durante la minoridad de de Eduardo VI, como ya no estaba aterrorizado por el “vultus instantis tyranni”, favoreció primero al Luteranismo, después al Zwinglianismo y por fin al Calvinismo de manera que se duda qué forma de Protestantismo profesaba. Sin embargo es cierto que el tenía “convicciones de su propio interés” y que estas estaban en la línea del partido anticatólico. Había pronunciado judicialmente la invalidez del matrimonio de Enrique con Catalina y la ilegitimidad de Mary, con lo que ofendía profundamente y escandalizaba a los católicos, que no molificaron su postura cuando más tarde prostituyó de igual forma su oficio judicial al tratar de Ana Bolena y su hija Isabel.

Se casó, contra el Estatuto de los Seis Artículos, con una hija del teólogo protestante Osiander, y según una tradición preservada por Sander y Harpsfield (ambos gozan de gran autoridad) la llevaba en una gran cesta hasta que en los últimos años de Enrique VIII juzgó prudente enviarla a Alemania, para más seguridad. Poco después de la muerte del rey la reclamó, mostrándola públicamente como su esposa. A el se deben principalmente la legalización del matrimonio del clero (23 Ed. VI, c. 21), la destrucción de los altares que sustituyó con tablas y de las imágenes y pinturas que sustituyó con las armas reales. Fue el principal actor en al compilación e inspiración del primer Libro de Oraciones de Eduardo VI (1548) en sustitución del Breviario y del Misal, una obra que en el preámbulo del la ley del parlamento que lo sancionaba e imponía, se dice que había sido preparado “con la ayuda del Espíritu Santo”.

A pesar de estas alabanzas, cuatro años después fue sustituido por un segundo Libro de Oraciones de Cranmer, que no se alabó de forma similar en la ley que lo imponía, en la que la semejanza con la Misa, preservada en el Servicio de la Comunión del primer Libro de Oraciones, se había anulado. El ordinario sufrió un tratamiento similar, suprimiendo al sacerdote y el Sacrificio. Otro de los éxitos de Cranmer fue la compilación de los 42 Artículos de la Religión que , reducidos a 39 y retocados, aún forman la Confesión de Fe de la Comunión Anglicana Mary I (1553-1558)

En 1556, bajo Mary, Cranmer murió en la hoguera, después de intentar en vano retractarse varias veces – Sanders afirma que “las firmó 17 veces con sus propias manos” - para salvar la vida. Y tanta severidad apenas puede considerarse injusta, si se tiene en cuenta toda su carrera. Pero su obra le sobrevivió y formó la base de la legislación eclesiástica de Elizabeth, cuando el breve reino de Mary llegó a su fin, y con ella el inútil intento de destruir la nueva religión con la leña de la hoguera.

El intenso celo de Mary en pro de la fe católica no logró deshacer la obra de sus dos predecesores y sin duda no fue bueno para la causa católica. Sería ridículo culparla por no ser tolerante, ya que eso era ajeno al espíritu de esos tiempos. Pero no hay duda que Green esta bien informado al escribir que a ella se debe “ el amargo recuerdo de la sangre derramada por la causa de Roma, lo que por más que parezca parcial e injusto al historiador que lo observa, aún está profundamente grabado en el temperamento de los ingleses” (Short History, p. 360).

Isabel I (1558-1603)

El primer acto de Isabel, una vez sentada en el trono, fue anular las restauraciones religiosas de su hermana. “Todas las leyes y Estatutos hechos contra la Sede Apostólica de Roma desde el año veinte del rey Enrique VIII habían sido anulado por Felipe II y Mary ( 1 and 2 Philip and Mary, c. 8,) que “declaraban y ordenaban la Santidad de la Sede de Roma debían se restauradas y que tuvieran y disfrutaran de autoridad preeminencia y jurisdicción como Su Santidad solía tener y ejercer, o pudo haber tenido y ejercido legalmente, por autoridad de su supremacía antes de esa fecha”.

Isabel, con la primera ley del parlamento de su reino, rechazaba el estatuto y reponía las últimas seis leyes de las siete contra el romano pontífice aprobadas entre el 21 y el 26 año de Enrique VIII, que ya hemos relatado arriba, así como otros estatutos anti–papales aprobados después de La ley de Supremacía de Enrique. Esa ley no fue reactivada, porque Isabel, como mujer, no quiso hablar de la de asumir la Cabeza de la Iglesia asignada al soberano. Porque aunque no tomó el título, tomó toda la autoridad implicada en él y con la primera ley de su reinado que inviste a la Corona y a la Alteza Real con la plenitud de la jurisdicción eclesiástica, cuando se la describe como “El único supremo gobernador de este reino en las cosas y causes espirituales y eclesiásticas así como en las temporales” y prescribe un juramento reconociéndola como tal para todos los que tiene algún oficio en la iglesia y en el Estado. La siguiente ley en el Libro de Estatutos el la de Uniformidad (Act of Uniformity), que ordena el uso, en todas las iglesias, del segundo Libro de oraciones de Eduardo VI, en vez de los ritos católicos y pone penas a los ministros que desobedezcan esta orden. Obliga a los laicos a asistir a la iglesia parroquial los domingos y fiestas, para asistir a los nuevos servicios.

Esto fue el establecimiento de la nueva religión en Inglaterra, la consumación de la revolución iniciada por Enrique VIII. Los obispos, con la excepción de Kitchen de Llandaff, rehusaron aceptarlo y lo mismo hizo la mitad del clero. La mayoría de los laicos se sometieron pasivamente, de la misma manera que aceptaron los cambios eclesiásticos de Enrique Eduardo y Mary. El resultado fue que la iglesia de Inglaterra quedó reducida a un Departamento del Estado. Los obispo anglicanos fueron nombrados, y aún lo son, por la corona, elegidos por el deán y el capítulo, donde existe - en alguna nuevas diócesis no los hay – y los obispos son elegidos por las “Letters Patent” – que son una forma de farsa que Emerson ha descrito “El rey envía al Deán y a los Canónigos un cong d' lire, o permiso para elegir, pero también envía el nombre de la persona que quiere que elijan. Entran en la catedral, cantan y rezan y después de estas invocaciones invariablemente encuentran que los dictados del Espíritu Santo están de acuerdo con las recomendaciones del rey”. Si llegaban a cualquier otra conclusión, estaban sometidas a las penas de a pr munire. Las convocatorias de York y Canterbury estaban sometidas a las mismas restricciones. No puede proceder ni a discutir un proyecto de legislación eclesiástica son las "Letters of Business" de la Corona. El soberano es el árbitro último en las causas ya sean de fe o moral en la Iglesia Anglicana y sus decisiones, manifestadas por el Conejo Privado, son irreformables. Pero, naturalmente, en estos días, el soberano significa la Legislatura. “La Iglesia Nacional”, escribe el cardenal Newman en su “Dificultades Anglicanas”, “es estrictamente parte de la nación, como la Ley o el Parlamento es parte de la Nación”. Es simplemente un órgano o departamento del Estado y todas las leyes eclesiásticas provienen del gobierno civil”. “La Nación misma es el Soberano Señor y Dueño del Libro de Oraciones, su compositor e intérprete”

Las Leyes de Isabel sobre Supremacía y uniformidad forman, en palabras de Hallam, “la base de ese restrictivo código de leyes que presionaron tan pesadamente, durante más de dos siglos, sobre los seguidores de la Iglesia Católica”.

No es necesario describir aquí en detalle ese “código restrictivo”. Se puede encontrar una buena descripción en el primer capítulo del “Manuel legal específicamente afecta a los católicos” de W. S. Lilly y J. P. Wallis (Londres, 1893). Pero podemos observar que la reina que lo originó estaba animada por motivos muy diferentes de los que llevaron a su padre a rebelarse contra Roma. Sanders, ha dicho correctamente “renunció a la fe católica por ningún otro motivo que el deseo y la maldad”; y de hecho, mientras se separaba de la unidad católica, y saqueaba las posesiones de la Iglesia, estaba bien lejos de simpatizar con las innovaciones doctrinales del Protestantismo y al que reprimió salvajemente.

Isabel, por la necesidad de su posición fue llevada – hablamos ex humano die – a acogerse a la causa protestante. No hay duda, como escribe Lingard, “que es muy evidente que no tenía ideas muy asentadas en religión” y manifestó libremente su desprecio por los clérigos en muchas ocasiones – sobre todo en su lecho de muerte, cuando echó de su presencia al arzobispo de Canterbury y a otros ciertos prelados protestantes que ella misma había nombrado, diciéndoles” que sabía muy bien que eran malos sacerdotes y tomó como una indignidad que se atreviesen a hablarle” (Dodd, "Church History", III, 70).

Pero, como Cranmer, aunque no tenía convicciones religiosas, tenía la convicción de su propio interés. Y su futuro estaba en mejor situación con los protestantes. Roma había declarado nulo el matrimonio de su madre y su propio nacimiento como ilegítimo. Los católicos miraban en general hacia María reina de Escocia como aspirante legítima al trono que ella ocupaba.

A través de su reino:

Church policy and State policy are conjoint:

But Janus-faces, looking different ways.

(La política de la Iglesia y del Estado van juntos

Pero los rostros de Jano miran a distintos sitios).

La iglesia Anglicana, tal como ella la estableció, era un mero instrumento para sus fines políticos; en su propia frase, le dio la vuelta a los púlpitos. La máxima Cujus regio ejus religio, era normalmente aceptada en su tiempo. Parecía estar de acuerdo con el orden natural de las cosas que la gente profesara el mismo credo que el príncipe. Isabel no está abierta a los cargos que se hicieron contra su hermana de fanatismo religioso. Pero aplicó “su propia voluntad y su propio culto” que el obispo Stubb justamente atribuye a su padre y en las bien sopesadas palabras de Hallam “estaba demasiado profundamente imbuida de principio arbitrarios para soportar ninguna desviación del modo de culto que prescribió”.

En la fiesta de S. Juan Bautista de 1559 entró en vigor el estatuto que abolía en toda Inglaterra el culto antiguo y establecía el nuevo. Desde entonces los ritos católicos solo podían celebrarse en secreto y arriesgándose a castigos muy severos. Sin embargo durante la primera década del reinado de Isabel, los católicos fueron tratados con cierta lenidad, con multas ocasionales, confiscaciones si acaso encarcelamientos como castigo más severo. Camden y otros afirman que disfrutaron de “un uso de su religión bastante libre”, pero la verdad es que un gran número de los que eran católicos en el corazón contemporarizaron, acudiendo a los nuevos ritos más o menos regularmente y haciéndolo en secreto, cuando podían, a los ritos católicos celebrado por el clero al que normalmente llamaban “los antiguos sacerdotes”, muchos de los cuales permanecieron esparcidos por todo el país, como capellanes de familias privadas. Los ocasionalmente conformistas esperaban un cambio político que pudiera dar descanso a sus conciencias.

Isabel y sus consejeros calcularon que cuando los antiguas sacerdotes desparecieran , ya por muerte natural o por otras causas, la gente se pasaría normalmente a la nueva religión. Pero sucedió de otra manera. A medida que desaparecieron los antiguos sacerdotes la cuestión de sustituirlos comenzó a preocupar a las mentes de los católicos a los que atendían. Es más, entre los católicos ingleses fueron ganando terreno concepciones más estrictas respecto al culto herético, en parte por la decisión de la congregación nombrada por el Concilio de Trento que dijo que asistir a ellos era un “pecado grave”, así como porque era como el brote del cisma y la señal del odio a la Iglesia”. Entonces apareció un hombre a quien el P. Bridgett describe con razón como “el padre, espiritual de la iglesia católica de Inglaterra después de la destrucción de la antigua jerarquía” y a quien “principalmente debemos la continuación del sacerdocio y la sucesión del clero regular”. Ese hombre era William Allen, después cardinal. Concibió la idea de un apostolado con el objeto de perpetuar la fe en Inglaterra y en 1568 fundó el seminario de Douay, que entonces estaba en el Flandes español, que durante tantas generaciones iba a administrar las necesidades de los católicos ingleses. Fue primer colegio organizado según las reglas y constituciones de Trento. Los misioneros, llenos de celo, y sin dar a sus vidas importancia alguna, eran enviados desde el seminario, renovaron la vida de los espíritus desalentados de los fieles ingleses y mantuvieron el estandarte de la ortodoxia.

Isabel vio con mucho disgusto esta frustración de sus deseos y cuando la bula "Regnans in excelsis", con la que Pío V, en 1570, la deponía y declaraba a sus súbditos católicos liberados de su obediencia, aunque fue escrita para tratar de calmarla. Pero el resto del reinado de Isabel vio el aumento de la severidad de las penas. Por la ley de Supremacía, los católicos que ofendían al estatuto eran condenables a la pena de muerte como traidores. La reina esperaba que así lograría escapar del odio que producía el infligir la pena de muerte por causa de la religión. Pocos se opondrían a las palabra de Greene su “Historia Breve”: “Hay algo aún más repulsivo que abrir una persecución en la política que declara a cada sacerdote católico como un traidor y todo el culto católico como deslealtad”. Pero durante un tiempo esa política tuvo éxito y se creyó que los mártires que sufrieron por su fe católica se habían sido condenados a muerte por traidores.

En 1581 esta ofensa de traición espiritual fue el tema de una ley que abarcaba mucho más (23 Eliz., c. 1). Calificaba de traidores a todos los que absolvían o se reconciliaban con al Sede de Roma o deseaban ser absueltos o reconciliados. Muchos historiadores ingleses (Hume es el más importante entre ellos) han afirmado que “sedición, revuelta y hasta asesinato, eran los medios por los sacerdotes del seminario intentaban imponer sus propósitos contra Isabel”. Pero esta acusación no es verdad. Sin duda, el cardenal Allen, los jesuitas y otros exiliado católicos conocían o estaban involucrados en complots que tenían el propósito de echar a al reina y quizás algunos de los conspiradores se hubieran atrevido a quitarle la vida, de la misma forma que ella se atrevió a quitarle la vida a María , reina de los escoceses. Pero a pesar de todos sus sufrimientos, la gran mayoría de los católicos ingleses mantuvieron su lealtad. Se alejaron de las intrigas políticas tan frecuentes entre los exiliados y hasta vieran con desconfianza no solo a los exiliados sino también a los jesuitas, entre los cuales Robert Persons era el más representativo, y deseaban la exclusión de los hombres de la Compañía de los colegios ingleses y de la Misión inglesa.

Cuando la Armada Invencible parecía inminente contribuyeron en todos los condados siguiendo las instrucciones del Lord Lieutenant, implorando que no se sospechara de ellos que cambiaban la independencia de su país por una creencia religiosa. Recibieron de Isabel in regalo característico. “La Reina”, escribe Lingard, “ya buscara satisfacer las animosidades religiosas de sus súbditos o mostrar su gratitud al Todopoderoso por castigar a sus supuestos enemigos de Su culto, celebró su triunfo con la inmolación de víctimas humanas” (History of England, VI, 255).

En los cuatro meses entre el 22 de julio y el 27 de noviembre de 1588, fueron ajusticiados por su fe 22 sacerdotes del seminario, 11 laicos y una mujer. Durante el resto de la vida de Isabel, sus súbditos católicos gimieron bajo la incesante persecución, en la que se torturaba sistemáticamente. El potro de tormento no tuvo descanso en la Torre durante la última parte de su reinado”, nota Hallam. El número total de católicos que sufrieron bajo su reinado es de 189, de los que 128 eran sacerdotes, 50 laicos y tres mujeres. A los que hay que añadir, con dice Law en su “Calendario de los Mártires Ingleses” (Londres 1870) 32 franciscano a los que dejaron morir de hambre.

A pesar de la crueldad de Isabel el número de miembros del clero católico en la Misión inglesa fue considerable en su tiempo. Se ha estimado a finales del siglo XVI había unos 366, 50 de ellos supervivientes de los sacerdotes de tiempos de María, unos 300 de Douai y de los otros seminarios extranjeros y 16 sacerdotes jesuitas.


James I (1603-1625)

Al morir la reina los ojos de los que quedaban de la vieja fe se volvieron con esperanza a James I. Pero estaban condenados a la desilusión.. Jaime I se tomó en serio lo de ser Cabeza de la Iglesia Inglesa. Decidió ser el sucesor de Isabel I en vez del vengador de María Estuardo y continuó con la salvaje política Isabel. El año de su entronización se pasó una ley para que se “ejecutaran los estatutos contra los Jesuitas, sacerdotes del seminario y otros”, con lo que quitaron a los católicos la posibilidad de enviar a sus hijos a ser educados en el extranjero y de escolarizarlos en Inglaterra. Ese mismo año un decreto expulsaba del reino a todos los sacerdotes misioneros. El siguiente año sucedió el Complot de la Pólvora, el intento de” media docena de personas desesperadas que por esos medios atrajeron el odio sobre la iglesia Católica el odio, que en adelante siempre tuvo que soportar el peso de la calumnia, aunque no fueran culpables”. Poco después se estableció un voto de fidelidad más con el propósito de dividir que de aliviar a los católicos. Se incorporó a la “ley para el mejor descubrimiento y represión de los “recusantes” papales (un recusante católico era uno que rehusaba estar presente en los nuevos servicios de la religión protestante en las iglesias parroquiales) e iba dirigido contra el poder papal perdido. La santa Sede lo prohibió, pero algunos católicos lo aceptaron, entre ellos el arcipreste Blackwell. 28 católicos, 8 de ellos laicos, sufrieron bajo Jaime I, aunque ese príncipe estaba más interesado en sacarles el dinero a sus súbditos católicos que en asesinarlos. Según sus propias cuentas recibió una cantidad neta de 36.000 al año de las multas a los recusantes papistas (Hardwick Papers, I, 446).


Charles I (1625-1649)

Con la llegada de Charles I (1625) comenzó un tiempo algo mejor para los católicos. No le gustaba derramar su sangre inocente – de hecho solo dos fueron ajusticiados bajo su reinado – lo que fue causa de ruptura entre él y el parlamento. Su política, dice Hallam ”con algunas fluctuaciones, era hacer un guiño al ejercicio doméstico de la religión católica y admitir que los que la profesaban pagaran compensaciones por la clemencia, que no eran exigidas regularmente”. El número de clérigos católicos aumentó notablemente. Panzani informó a la Santa sede que en 1634 había 500sacerdotes seculares en la misión inglesa, unos 160 jesuitas, 100 benedictinos, 20 franciscanos, 7 dominicos, 2 Mínimos 5 carmelitas y un hermano cartujo, además del clero nueve en total, que servía en la capilla de la reina. Este gran aumento de jesuitas no gustaba a todos, a pesar de su enorme celo y devoción. Algunos lo consideraban como causa de rivalidades y disensiones entre los pocos que conservaban la fe. Parece que a los jesuitas se les acusaba a veces de agresividad y en verdad no que no lograron que ese prejuicio universal contra ellos se disipara. Uno de los temas candentes entre los católicos

ingleses era el tema de la sucesión episcopal. El clero secular quería un obispo y Allen propuso a Gregorio XIII  que enviara uno. A través de la influencia de Persons en Roma, que era muy grande, en vez de un obispo se nombró un arcipreste (1598) en la persona de George Blackwell, ya mencionado, amigo suyo, que diez años después fue separado por la Santa Sede por haber emitido bajo James I el juramento de fidelidad. Le sucedió Birkhead y a éste Harrison hasta que en 1623 el Dr. Williams Bishop fue nombrado Vicario Apostólico de Inglaterra. Murió en 1624 y se sucedió el Dr. Richard Smith. Poco después hubo una nueva persecución  ocasionada por el Partido Puritano en la Cámara de los Comunes dirigida por Sir John Elliot, y el obispo Smith se retiró a Francia a finales de 1628, para nunca volver a Inglaterra que permaneció sin obispos hasta 1685.

Cuando estalló la guerra entre Carlos I y el Parlamento, los católicos ingleses como un solo hombre, adoptaron la causa del rey. No les quedaba otra opción. El odio al catolicismo era una nota del partido del Parlamento que estaba en contra de la casi tolerancia de que habían disfrutado los católicos. Y entre el Largo Parlamento y la muerte de Cromwell, 24 católicos sufrieron martirio por la fe. “Los católicos, dice Hallam, fueron los más fieles seguidores del rey” y por ello los que mas sufrieron por su lealtad. 170 caballeros católicos perdieron la vida por la causa real. Los católicos fueron especialmente reprimidos bajo la Commonwealth.


Charles II (1660-1685)

Con la Restauración de Carlos II en 1660, los católicos ingleses esperaban, con cierta razón, recibir alguna recompensa por su dedicación sin vacilaciones a la causa real, y más aun puesto que las nuevas obligaciones personales del rey hacia ellos eran muy grandes. Después de su derrota total en la batalla de Worcester, debía la vida a los católicos de Staffordshire, los Huddlestones, Giffards, los Whitegreaves, los Penderells.

Pero en cada página de la historia de los Estuardos está escrito "Let not virtue seek remuneration for the thing it was" (no permitáis que la virtud busque remuneración…) Los católicos solicitaron, en una petición presentada a la Cámara de los Lores por Lord Arundell de Wardour, para que pudieran recibir los beneficios de la Declaración de Breda: Carlos se inclinaba a darles “libertad de conciencia” pero el Lord Canciller Hyde, después conde de Clarendon, como leemos en el “Registro y Crónica” de Kenneth, estaba tan “insistente sobre este punto que su majestad” se vio obligado a ceder más a sus inoportunidades que a su razones”. El rey que, como él mismo dijo, no tenía la intención de comenzar de nuevo sus viajes, reconoció que en la nación había un fuerte sentimiento anticatólico y se doblegó ante él, aunque estaba intelectualmente convencido de la verdad de la religión católica.

Las leyes contra los papistas permanecieron en el Libro de Estatutos y de vez en cuando había proclamaciones – en la mayoría de los casos brutum fulmen (amenazas sin efecto) — contra los Jesuitas y otros sacerdotes para que abandonaran el reino bajo las penas estatutarias. Un ejemplo singularmente ilustrativo del prejuicio enorme contra los católicos el es monumento erigido Por la Corporación de Londres para conmemorar el Gran Incendio de 1666, llevaba una inscripción en la que se acusaba a los católicos de ser los autores de tal calamidad, una afirmación monstruosa, sin que se pudiera aportar prueba alguna.

Pope tuvo el coraje de escribir :

Where London's column pointing to the skies,

Like a tall bully lifts its head and lies,

Pero hasta bien avanzado el siglo XIX no se borró la columna.

No es posible seguir aquí, ni siguiera de forma abreviada, el curso del reinado de Carlos II, pero podemos, sin embargo, señalar dos cosas necesarias para entenderlo correctamente: entender el carácter y propósitos de Carlos II y darnos cuenta del temperamento dominante de la nación inglesa. Carlos era perezoso, voluptuoso y con un humor cínico pero profundo conocedor de la naturaleza humana, gran tacto político y notable tenacidad para conseguir sus propósitos

Es cierto que prefería la religión católica a cualquier otra y se alegró de abrazarla en su lecho de muerte. Pero reconocía el fuerte sentimiento protestante de la gente que a la que regía y no estaba preparado para poner su corona en peligro por desafiarlo. Sin embargo deseaba hacer lo que pudiera, sin arriesgarse, para aliviar a los católicos y ese fue el motivo de la Declaración de Indulgencia de 1672 por la que se suspendiera “todas las leyes penales sobre asuntos eclesiásticos y contra cualquier tipo de inconformistas o recusantes”. Daba libertad de culto público a todos los que disentían, excepto a los católicos, que se les permitía celebrar los ritos de su religión solo en casas privadas. Pero esta declaración fue muy desagradable para todos los partidos de la Cámara de los Comunes que contestaron con una resolución “que los estatutos penales en materias eclesiásticas no pueden ser suspendidas excepto con el consentimiento del Parlamento” y rehusaron darle las subvenciones hasta que retirara la declaración. Eso fue un argumento muy convincente para Carlos, que retiró inmediatamente la declaración. El parlamento entonces aprobó una ley -- pasó por ambas cámaras sin oposición y Carlos no se atrevió a negarle el asentimiento real – que requería a todos que tenían empleos militares y civiles de la Corona emitir el juramento de fidelidad y supremacía, a suscribir una declaración contra la Transustanciación y a recibir la Eucaristía según los ritos de la Iglesia de Inglaterra. Un efecto de esa ley (13 Car. II, St. 2, c. 1) fue privar a james, duque de York, que se había hecho católico, de su oficio de Primer Lord del Almirantazgo.

Durante los siguientes nueve años siguió la lucha entre el rey el parlamento. El líder popular, Ashley, conde de Shaftesbury – canciller durante un tiempo – ha sido descrito por Dryden con severidad inmisericorde pero con sustancial aproximación, en "Absalom and Achitophel". El protestantismo de este estadista era más bien confuso, pero era un celoso defensor, por motivos políticos de la religión nacional y por ello se inclinó a excluir al duque de yurok de la sucesión al trono. Para lograrlo luchó sin pausa sin excluir ningún método por más vil que fuera. La Ley del “Second Test” aprobada por su influencia en 1678, inhabilitaba a los católicos para sentarse en el parlamento, con lo que 21 pares católicos se vieron privados de sus plazas en la Cámara de los Lores. El rey intentó introducir una cláusula para excluir al duque de York de esta operación del Estatuto.

En este mismo año aparece en escena Titus Oates con un pretendido complot papista. No había pruebas de que Ashley fuera instigador de tan colosal villanía, pero no tuvo escrúpulos parpa usarlo en su propio beneficio. En la revista Blackwood's Magazine (mayo 1908), un bien informado escritor dice que “El origen del complot es un misterio. No sabemos nada más que el pueblo inglés excitado interrumpió el curso de la justicia, insistió en que los jueces condenaran a todos los que le fueran trayendo ante ellos con sospechas de papismo y se creyó fácilmente las increíbles historias de testigos perjuros a sueldo. El muy probable que el mismo Oates arreglara la condena a muerte de Sir Edmond Godfrey.”

Sea lo que fuere lo cierto es que las calumnias de Oates y sus confederados e imitadores volvieron a poner de moda los estatutos de Isabel. El rey era demasiado listo para dar crédito a lo que Macaulay ha llamado “una repugnante novela mas bien el sueño e un hombre enfermo a algo que se acercara a la verdad”. Pero fue incapaz de salvar a las víctimas del fanatismo popular. “No les puedo perdonar, decía, porque no me atrevo”. Y así, en 1679 se repitieron los horrores de 1588: 8 jesuitas, 2 franciscanos, 5 sacerdotes seculares y 7 laicos murieron a manos del verdugo mientras que muchos más fallecían en las horribles prisiones.

El año siguiente fue testigo del asesinato judicial de Lord Stafford, ante sus pares que no podían entender la furia del populacho. En 1681Oliver Plunket, arzobispo de Armagh, fue ejecutado en Tyburn, tras un juicio ridículo. La suya fue la última sangre derramada por la religión católica en Inglaterra. La persecución que había comenzado con la ejecución de tres santos cartujos en el año 26 de Enrique VIII había durado, sin casi intermisión, durante un siglo y medio. 342 mártires habían dado testimonio de su fe con sangre, mientras que unos 50 confesores, en el reinado de Isabel y sus sucesores, acabaron sus vidas en prisión.

La larga lucha del rey con el partido popular terminó con la victoria real completa. Quizá no haya habido otro maestro de estrategia política. La violencia del partido dirigido por Shaftesbury jugó a su favor. Shaftesbury fue juzgado por organizar los falsos testimonios sobre el Complot y aunque la Gran Jurado de Middlesex ignoró sentencia que le condenaba, vio que la marea popular que había ido decreciendo tras la ejecución de Lord Stafford, se volvía ahora completamente contra él. A finales de 1682 huyó a Holanda, donde murió dos meses después.

Carlos II fue el rey más popular durante los dos últimos años de su reinado y fue cuidadoso de no estropear su popularidad con actos ilegales o con medidas opuestas a los sentimientos de la nación. El estatuto para regular la imprenta pasó inmediatamente después de la Restauración, había expirado en 1679; no intentó renovarlo. Ese mismo año se aprobó la ley de Habeas Corpus – la gran carta de la libertad del individuo: Carlos consintió en ello. Ciertamente que infringió el Test Act con la readmisión del duque de York al Consejo y al oficio de Lord de Almirantazgo. Pero este tributo al afecto fraternal no le fue reprochado, En su última enfermedad, las iglesias se llenaron de multitudes que rogaban a Dios para que le devolviera la salud al padre del pueblo y en su muerte, febrero 1685, toda clase de individuos mostraron grandes lamentaciones.


James II (1685-1688)

En el primer año del reinado de James II, el Dr. Leyburn fue nombrado por la Santa Sede como Vicario Apostólico. Al año siguiente lo fue el Dr. Giffard y el Dr Smith al siguiente. Inglaterra se dividió en cuatro distritos: Londres, Midland, Oeste y Norte en cada uno de los cuales el vicario papal ejercía toda la autoridad de un ordinario.

El nuevo rey llegó al trono con ventajas que nunca hubiera esperado tener. Heredó, de alguna manera, la popularidad de su hermano y la religión se olvidó en su sangre. Comenzó su reinado con un solemne juramento de mantener las leyes y proteger a la Iglesia de Inglaterra. La nación le creyó. “Tenemos la palabra de un rey”, se decía, “y de un rey que nunca fue peor que su palabra” ("We have the word of a king", and of a king who was never worse than his word.")

El dicho se exportó. Expresaba a la convicción general, -- su primer parlamento dio muestras de una gran lealtad – concediendo al monarca sin retraso unos ingresos de casi dos millones de por vida. La rebelión de Argyll en el Norte y de Monmouth en el oeste sirvió para sacar a la luz la devoción de la nación en conjunto a su soberano. Pero las crueldades de Kirke y el salvajismo de Jeffreys en el Circuito Sangriento ("Bloody Circuit") produjeron un cambio en el sentimiento general y la popularidad del rey comenzó a desvanecerse, terminando cuando se vio obligado a tomar medidas. La revolución de Monmouth fue el pretexto para reclutar un ejército de 20.000 hombres y pronto se vio que James II se vio que con ese ejército parecía que estaba sobre la ley. Intentó anulas las provisiones de los estatutos con su poder de conceder dispensas. Los jueces que no se adaptaban a su deseas eran depuestos. Sus nuevas criaturas mantenían que estas dispensas podías ser legalmente como un acto del parlamento y se podían apelar a ellas a través de la ley. Entonces procedió a retirar las incapacidades de los católicos y las dificultades en el ejercicio de la su religión. Fueron admitidos a los empleos civiles y militares, cerrados legalmente para ellos, fueron apareciendo los miembros de órdenes religiosas en las calles de Londres, vestidos con sus hábitos; los jesuitas abrieron una escuela que enseguida se llenó.

Más aun, siendo el rey la cabeza de la Comunión Anglicana, resolvió utilizar ese poder como arma para vencerla. Siguiendo el precedente de Isabel nombró una Comisión Eclesiástica, desafiando la ley de Carlos I que declaraba ilegal tal comisión y colocó a Jeffreys al frente. Prohibió al clero rezar contra el papa y suspendió al obispo de Londres por rehusar obedecer. En Oxford presentó a un católico para el decanato de Christ Church y convirtió el Magdalen College en una sociedad católica. La mayoría de los católicos de renombre estaban sorprendidos por tales atrevimientos. Pocos la aprobaban, excepto los convertidos de incierta fortuna y reputación dudosa. Roma no lo aprobó.

Macaulay tiene la razón cuando escribió “Todas las cartas que iban del Vaticano a Whitehall recomendaban paciencia, moderación y respeto ante los prejuicios del los ingleses”. “El papa, decía en otra página, con la misma justicia, era demasiado listo para creer que una nación tan atrevida y obstinada pudiera ser devuelta a la Iglesia Católica con el ejercicio violento e inconstitucional de la autoridad real. No era difícil prever que si james intentaba promover los intereses de su religión con medidas ilegales e impopulares, fallaría en el intento: el odio con los isleños herejes miraban a la fe verdadera se convertiría en más fiero y más fuerte que nunca: y se crearía un asociación de ideas en las mentes de los hombres entre Protestantismo y libertad civil y papismo y poder arbitrario.”

Y esto es precisamente lo que sucedió. Y no es mucho decir que los católicos británicos tiene que agradecer en gran medida a los dos últimos reyes católicos el fuerte resentimiento que ha existido contra ellos en toda la nación hasta nuestros días: la severidad de María parece que di alas a la opinión protestante de que los católicos se apoyan principalmente en el argumento del fuego y están siempre listos, si se les permite, a quemar a los disidentes de su creencias religiosas.-

La conducta de James II parecía un a lección objetiva que confirmaba la convicción del vulgo de que los católicos no mantienen la fe con los herejes y que cualquier violación, cualquier forma astuta e indirecta se justifica como medio para expandir la religión católica.

El reinado de James II duró solo tres años. No es demasiado decir que en los dos primeros consiguió enajenarse la voluntad de la nación. La famosa Declaración de Indulgencia fue la prueba suprema de su locura y fue la causa inmediata de su caída. Lo esencial es que por la autoridad real se suspendían todas las leyes contra toda clase de Inconformistas, que todas las pruebas religiosas impuestas por los estatutos como calificación para los oficios, se abrogaron. Solo un monarca absoluto podía ejercer tales prerrogativas. Es verdad que la Declaración manifestaba el amor a la libertad de conciencia – lo que era raro para un monarca como James. Más aún, como sabemos, la víspera de publicarla había escritos Luis XIV felicitándole por la revocación del Edicto de Nantes, un ejemplo que Barillon, que es un juez competente, dice que hubiera seguido muy a gusto si hubiera podido. Pero las vacías y notablemente falsas manifestaciones no engañaron a nadie y el fracaso de la Declaración en conciliar el apoyo de los que se iban a beneficiar por ella, le debiera haber sugerido más prudencia a un hombre más sabio. Pero James no toleraba oposición alguna y el 27 de abril de 1688 ordenó al clero anglicano que leyera la Declaración de Indulgencia durante los servicios litúrgicos dos domingos sucesivos. Casi todo el clero se negó a obedecer y Sancroft, el arzobispo de Canterbury, con seis sufragáneos, dirigió al rey una protesta respetuosa y tranquila. El documento fue tratado como un libelo y el resultado fue el famoso juicio contra los siete obispos. La exoneración de los obispos fue saludado por todo el país con tumultos, señales inequívocas de revolución, en la que se reivindicaban las antiguas libertades de Inglaterra y la corona en vez del título de hereditaria recibió el título de parlamentaria. (ver REVOLUCION INGLESA DE 1688).


William III & Mary II (1688-1702)

El disgusto con que se miraba a los católicos cuando subieron al trono vacante de James II William y Mary parecía natural. Compartían el odio inspirado por la perfidia, crueldad y tiranía del rey. William de hecho hubiera extendido a los católicos las mismas medidas de tolerancia que a pesar de la oposición de los tories, había conseguido para los inconformistas protestantes. Tenía grandes obligaciones con el emperador y con el papa, cuya simpatía y apoyo político había sido de gran utilidad en su peligrosa empresa. Por temperamento era opuesto a las persecuciones religiosas. Como observa Hallam “ninguna medida hubiera sido más política, porque hubiera dado a la causa jacobita un golpe más mortal que cualquier doble impuesto o ley penal fueron capaces de conseguir”. Y eso, sin duda era la razón por la que se oponían los “High Tories”de forma tan persistente.

Pero la legislatura no se contentó con dejar en el libro de estatutos todos los anteriores contra los católicos, sino que aplicó nuevas descalificaciones y penas. La Carta de Derechos (Bill of Rights) fija que ningún miembro de la casa reinante que sea católico o está casado con un católico, pueda suceder al trono y que el soberano, si se hace católico o se casa con uno, ha de renunciar a la corona. Este artículo fue confirmado por el Act of Settlement (12 & 13 Will. III, c. 5, s. 2), que otorgaba la sucesión a los descendientes de la Electora Sofía (una hija de James I) que fueran protestantes. Otro estatuto, del primer años de William y Mary, prohibía a los católicos residir dentro de las diez millas de Londres y autorizaba a los jueces ofrecer a reputados papistas, el juramento previsto en la ley” y que si rehusaban y aún permanecían dentro de las diez millas de Londres, ser castigado y sufrir como un recusante papista convicto. Una nueva ley del mismo año (1 W. & M., c. 15) dictaba que ningún sospechoso de papismo que se negara a emitir el juramento prescrito por la ley, cuando se lo pidieran dos jueces de paz, y que no se presentara ante ellos al ser notificado por uno autorizado por sus manos y sellos, y conservara armas, munición, caballo, por valor de más de cinco libras en su posesión y en las de otros para su uso ( excepto lo que se le autorice en las sesiones para defensa de su casa y persona); que los dos jueces pueden autorizar por garantía que cualquier persona pueda buscar dichas armas, municiones y caballos durante el día, con la asistencia de la autoridad policial o su cobrador de impuestos diputado y cogerlas para uso del rey. Y si tal persona llegara a ocultar las armas, municiones o caballos será encarcelado por tres meses y entregará al rey el triple del valor de dichas armas, municiones o caballos. El 7 & 8 Will. III, c. 24, cerraba a los católicos el acceso a profesiones como consejeros legales, abogados, procuradores etc. y el 7 & 8 Will. III, c. 27, declaraba que cualquier persona que rehusara jurar la fidelidad y supremacía, cuando se le pidiera legalmente, podría sufrir como un recusante papista convicto. Y que ninguna persona que se negase a pronunciar dicho juramento fuera admitido a votar en ninguna de las elecciones a miembros del parlamento.

En 1700 pasó una ley que, como observa Sir Erskine May "no puede leerse sin asombro”: incapacitaba a todo católico romano para heredar y comprar tierra, a no ser que abjurase de su religión con un juramento; y si se negaba, su propiedad pasaba, durante su vida al siguiente familiar que fuera protestante. Se le prohibía enviar a sus hijos al extranjero para que fueran educados en su propia fe. Y mientras se prohibía así su religión, los derechos civiles eran cada vez más restringidos por el juramente do abjuración. Prescribía prisión de por vida para todos los sacerdotes católicos y que un informador, en el caso de que fuera convicto por decir misa, debía recibir cien libras como premio. Resto a esta ley de Guillermo III, Hallam dice:” una persecución tan innecesaria y tan injusta es la desgracia del Parlamento que la aprobó”. Y añade:”El espíritu de libertad y tolerancia era demasiado grande para que la tiranía de la ley y este estatuto se aplicara en sus propósitos. Los propietarios de tierras católicos ni renunciaron a su religión ni abandonaron sus propiedades. Los jueces pusieron tales dificultades sobre la cláusula de la cesión de las tierras que evitaron que se llevara a cabo.” Sin duda que este es verdad en general, pero como nos dice Charles Butler en su “Memorias históricas " (Londres, 1819-21), “en muchos casos las leyes que privaban a los católicos de sus tierras fueron aplicadas”. Y añade: “en otros aspectos fueron tema de grandes enfados y contumelias”.

Eran una pequeña y muy impopular minoría en una edad en la que un credo común era considerado, en todos los países europeos, como el principal lazo de unión civil del estado y los disidentes eran más o menos rigurosamente reprimidos. De hecho, se deba a un gran magistrado inglés la jurisprudencia que colocaba dificultades insuperables a los informadores y chivatos. En el juicio del Reverendo James Webb el 25 de junio de 1768, en Westminster, en el caso de un notorio informador llamado Payne, Lord Mansfield dijo al jurado que el acusado no podía ser condenado “ a no ser que hubiera suficientes pruebas de que había sido ordenado”. Tales pruebas, naturalmente, no se aportaron. Lord Mansfield, como Charles Butler, relata en su mencionado “Memorias históricas”, desanimaron la persecución de los sacerdotes católicos y se encargaron de que los acusados tuvieran todas las ventajas que los procedimientos o que la letra de la ley podían permitir. En general el mismo espíritu animaba a los jueces ingleses en esa época.


Después de William y Mary

A medida que avanzaba la segunda parte del siglo XVIII, los católicos ingleses dejaron de ser mirados por el gobierno como políticamente peligrosos. Algunos de ellos habían tomado parte en los levantamientos de 1715 y en más serio de 1745, siendo ejecutados en algunos casos. Pero en 1758 murió el Viejo Pretendiente y el Joven Pretendiente, heredero de su reclamación, no levantaba ningún entusiasmo. Ya no se el tomaba en serio y los católicos ingleses, con el tiempo, tiempo corto, estuvieron de acuerdo con loa Revolución de 1688. Es más , en 1778 se presentó un documento a George III. Con las firmas del duque de Norfolk y otros nueve Pares, de 163 Comunes, en nombre de los católicos, en el que presentan al rey su “verdadera aceptación de la constitución civil del país, que habiendo sido perpetuada a través de todos la cambios de opiniones religiosas y “establishments” ha sido a la larga perfeccionada por aquella revolución que ha colocado a la ilustre casa de su Majestad en el trono de estos reinos y nido inseparablemente su título a al corona con al ley de las libertades de su pueblo”. En este año de 1778 se aprobó la primera ley de libertad de los católicos. Anulaba las peores partes del estatuto de 1699 mencionado arriba y proponía un nuevo juramento de fidelidad que un católico podía emitir sin renunciar a su religión. Aunque fue un gesto modesto, fue muy irritante para algunos protestantes intolerantes, entre los que sobresalía John Wesley. Pero hasta él -- lo que no es un caso raro –no ignoraba y no era de mente más estrecha que los devotos zelotes, como queda suficientemente claro en su “Carta sobre los Principios de los Católicos Romanos”, en la que además de otras afirmaciones tontas dice que un juramento no obliga si se emite ante un ministro hereje y que creen en la remisión de los pecados futuros a través del sacramento de la penitencia. La conclusión que saca es que ningún gobierno “debiera tolerar a ningún hombre de afiliación romana católica”. No hay duda de que las diatribas de Wesley y sus seguidores ayudaron a que creciera la agitación para repeler la ley de 1778, que fue dirigida por la Asociación protestante y que terminó en las revueltas de Lord George Gordon.

Sería un error creer que la actitud más tolerante hacia los católicos en este período se debe a que hubiera más simpatías hacia el catolicismo. Surgió más bien de la relajación de las creencias dogmáticas, el latitudinarismo, el indiferentismo, que son signos notables de estos días y que infectaban tanto a católicos como a protestantes por toda Europa. En Inglaterra se notó, entre otras cosas, en la apostasía de nueve Pares católicos, mientras que otros laicos católicos asumían una actitud muy poco católica hacia el episcopado y hacia el gobierno. Deseaban, con todo derecho, que se que se anularan más las leyes penales y para conseguirlo recurrieron a medios no legítimos. En mayo de 1783, cinco de ellos, se constituyeron en un “Comité nombrado para encargarse de los asuntos católicos de este reino”, por usar sus propias palabras. En algunos aspectos, escribe Canon Flanagan (History of the Church in England, II, 393), "una institución útil que trabajaba con cello por los intereses supuestos de los católicos. Pero su celo, desafortunadamente, no iba a la par con sus conocimientos. Intentaban conseguir la emancipación concediendo a los protestantes todo lo que creían que podían en conciencia, pero olvidaron que al menos hacía falta algún conocimiento de teología para tarea tan delicada. O quizás olvidaron, quizás in intención, que estaba usurpando el lugar de los obispos y de la Santa Sede.

In sus negociaciones con el gobierno para conseguir medidas de tolerancia se quejaban de que los católicos no pudieran tener su propio “modo de culto”, de que fueran educados severamente por educar a sus hijos en “en sus propios principios religiosos”, en casa o en el extranjero, de que no poder practicar ninguna profesión legal o servir en el ejército o la marina o votar en las elecciones o tener asientos en el parlamento. Rogaban a William Pitt, entonces primer ministro. Que les ayudara en su intención de equilibrar las cosas. Pitt estaba favorablemente inclinado a este comité, cuyas formas de proceder pronto carecerían de ninguna prudencia y sabiduría. Los Inconformistas protestantes estaban entonces intentando conseguir una tolerancia completa y extendieron la mano y la camaradería a los católicos, que se congratularon de esa alianza que les proponían y en un documento que redactaron para la Cámara de los comunes incluyeron una cláusula en la que tolerancia debía concederse solo a los que firmaran con sus nombres, en una corte de justicia, de la siguiente manera: "Yo, A.B., declaro aquí que soy un “Dissenter” católico que protesta”.

Los cuatro vicarios apostólicos, en una carta encíclica, condenaron esto y otras ocurrencias del Comité Católico y declararon que nadie del clero fiel o laico bajo su cuidado debía emitir voto alguno o suscribir ningún documento sen el que se tratara de los interés de la religión sin la aprobación previa de los obispos respectivos. La Santa Sede aprobó esta carta. En la ley de tolerancia que pasó en 1791 la frase tonta "Protesting Catholic Dissenters" fue eliminada y el juramento propuesto por los católicos descartado, sustituyéndolo por el juramento irlandés inofensivo de 1778 con ligeras variaciones.

Los católicos que juraron fueron librados de las penas de los Estatutos de Recusantes (los católicos que se negaban a ir a los servicios protestantes) y de la obligación de jurar la Supremacía prescrito por el Estatuto de Guillermo y Mary. Se suprimieron varias prohibiciones y la tolerancia se extendió a las escuelas católicas y al culto Poco después de aprobarse esta ley el Comité Católico se convirtió en el Club Cisalpino, nombre con el siguió, para molestia de los viarios apostólicos.

No hay duda que en la aprobación del “Relief Act” influyó el estallido de la Revolución Francesa. Otro resultado, al principio extremadamente perjudicial para la Iglesia católica de Inglaterra, fue la clausura de los seminarios en el continente que habían ido suministrando sacerdotes al país. Douay fue tomado por el gobierno revolucionario francés en 1793. Las casas de benedictinos en Francia también desaparecieron. La clausura de los colegios católicos ingleses en Francia fue compensada hasta cierto punto por el influjo del clero en aquel país. No menos 8000 de estos confesores de la fe cristiana buscaron la hospitalidad de Inglaterra protestante y la recibieron sin reticencias. La casa del rey en Winchester dio cobijo a unos mil de ellos y durante varios años el parlamento votó considerables sumas para ayudarles, complementadas además por las suscripciones voluntarias. Algunos de estos sacerdotes buscaron y hallaron trabajo en la misión inglesa. La mayoría volvieron a Francia cuando Napoleón concluyó el Concordato con la Santa sede y restableció el culto cristiano en Francia. De los que permanecieron, unos pocos estaban insatisfechos con los nuevos arreglos eclesiásticos de su país. Se les conocía como Blanchardistas, por su líder Blanchard y fueron motivo de muchas molestias para el vicario apostólico. El heroico Milner sobresalió por su combate contra ellos y afirmando los derechos de la Santa Sede. Pero al mismo tiempo tenía que luchar contra católicos de su nacionalidad. El espíritu que había animado al Comité Católico y al Club Cisalpino no había desaparecido y llevó, en 1808, a la formación de los que se llamo “Cuadro Selecto” que tenía como objeto la organización de una asociación “para la mejora general del cuerpo católico”. Esa “mejora general” consistía de nuevo en tratar de quitar las desventajas de los católicos y el precio que estaban preparados a pagar era investir al rey con el poder de decir que no en el nombramiento de los obispos - comúnmente llamado veto.

El episcopado irlandés se opuso a estos arreglos y agradecieron al Dr Milner su “constancia apostólica” en oponerse a ellos. El 30 de abril de 1813, Grattan presentó una proposición en la Cámara de los Comunes para la mejora de los católicos que sustancialmente concedía el veto. Fue rechazada a la tercera lectura. Ocho años después una similar logró pasar por la Cámara de los Comunes pero fue rechazada en la de los Lores. El Doctor Milner no tenía dudas de que la emancipación de los católicos tenía que llegar. Doce años antes de su muerte, que tuvo lugar en 1826, aseguró al papa que ciertamente llegaría. Pero no podía comprarla con el sacrificio de los principios católicos. En 1826 se publicó una explicación por todos los vicarios apostólicos de Inglaterra explicando varios artículos de la fe católica muy mal entendidos por muchos protestantes. Fue ampliament4e leído y sin duda ayudó a quitar prejuicios. Ese mismo año, Sidney Smith publicó su magistral “Carta sobre la Cuestión Católica”. Pero hasta marzo de 1829 no se concedió a los católicos el beneficio tan largamente deseado. Fue presionado por los hombres de estado que siempre se habían opuesto. La elección de Clara convencieron a Peel y al duque de Wellington que entonces estaban en el poder de que el arreglo de la cuestión irlandesa era una necesidad política. El duque recordó a la Cámara de los comunes que cuando la rebelión irlandesa de 1898 fue suprimida se había propuesto la Unión Legislativa al año siguiente principalmente con el propósito de introducir estas mismas medidas de concesiones y manifestó claramente su opinión de que seguir negándolo llevaría a la guerra civil. Así que el proyecto de ley pasó ambas cámaras con grandes mayorías. El rey dio a disgusto su consentimiento y la Emancipación se convirtió en ley. Hay que notar que antes de que se aprobara la ley de Emancipación, los fricciones entre los laicos católicos y los Vicarios apostólicos de los que hemos hablado, habían terminado. El Club Cisalpino aún existía pero como dice monseñor Ward (Catholic London A Century Ago, p. 38), "había en él poco cisalpinismo”. Ello se debía a la influencia personal del Dr. Poynter, Vicario Apostólico del Distrito de Londres, cuya amabilidad y buenas formas triunfaron allí donde el intenso celo de Milner falló.

Cuando comenzó el siglo XIX los católicos de Gran Bretaña eran, citando al cardenal Newman, una “a gens lucifuga, por los rincones y callejas, bodegas y altillos de las casas o en los retiros ocultos del campo. Sus capillas estaban desperdigadas, pocas y colocadas en lugares donde menos llamaran la atención. Era común colocarlas en las caballerizas de manera que exteriormente no se distinguían de los establos. George Eliot ha observado muy bien en Félix Holt," Hasta la agitación sobre los católicos en el 29, los ingleses rurales apenas sabían más de los católicos de los fósiles de los mamuts”. La emancipación política era el principio de un gran cambio en su condición social. El ostracismo comenzaba a desaparecer. Más aún, la reacción que había seguido a la Revolución Francesa había actuado a favor del catolicismo hasta en Inglaterra.

Chateaubriand con su “Genio del Cristianismo “logró una influencia a nivel mundial y algunas de las novelas históricas de Sir Walter Scott, a pesar de lo poco exactas desde el punto de vista histórico, presentaban una visión mucho más amable de la antigua fe de lo que se había divulgado en los países protestantes.

En la historiad el iglesia católica en Inglaterra des de 1829 dos sucesos requieren una atención especial. Uno es la creación de lo que se llamó “El Movimiento de Oxford”, que el cardenal Newman solía datar en 1833, cuando Keble predicó en Oxford sus famosos sermones sobre “La Apostasía nacional”. Pero esto era la plasmación que iba tomando cuerpo de lo que estaba en el aire hacia mucho tiempo. La antigua idea de mundo medieval como “un milenio de oscuridad” había desaparecido y el contemplar las obras maestras de la arquitectura y pintura había llevado al estudio de su vida intelectual y espiritual. Y también llegó a investigar a la luz de los primeros principios, las declaraciones del anglicanismo. Sin duda que las “Conferencias sobre la estructura del Libro de Oraciones de la Iglesia de Inglaterra” pronunciadas por el Dr Lloyd, el profesor real de teología de Oxford, hizo que muchos asistentes comenzaran a pensar, entre ellos Newman. Pero el propósito de los líderes del Movimiento de Oxford al principio no fue someter a examen, sino defender a la Iglesia Anglicana. Esa era la intención de los “Tracts for the Times”, que comenzaron en 1833. No es posible, ni necesario, seguir aquí el curso del Movimiento que a medida que avanzaba se alejaba más y más de los estándares hasta los más altos – del Anglicanismo y se aproximaba más y más al ideal católico. El asunto culminó con el "Tract XC", cuyo tema era que los Treinta y Nueve Artículos eran susceptibles de ser interpretados desde el punto de vista católico y podían por ende ser aceptados por alguien que mantuviera todos los dogmas de Trento.

Naturalmente, el movimiento interesó mucho a los católicos y nadie lo siguió más de cerca que el Dr. Dr. Wiseman, que había conocido a Newman y Froude cuando visitaron Roma en 1833. En septiembre de 1840 Wiseman llegó a Oscott, desde Roma – donde había pasado casi toda su vida – para tomar posesión y residencia como presidente de aquel colegio y como Vicario Apostólico del distrito de Midland. Sintió, desde el mismo día de su llegada y así lo escribió en un memorandum ocho años después, que en Inglaterra había comenzado una nueva era. Y a esa nueva era dedicó sus talentos y su gran corazón. La mayoría de los católicos ingleses por herencia tenían muchos prejuicios contra el Movimiento Tractario. E Dr Lingard advirtió al Obispo Wiseman que no confiara en ellos. El. Dr. Griffiths, vicario apostólicos del distrito de Londres, usaba un lenguaje similar. Pero Wiseman si que confió en ellos. Mantuvo que los principios católicos, considerados honestamente, debían llevar a la Iglesia Católica y creyó des todo en la honestidad de Newman y sus seguidores. Es bien sabido como Newman sintió su influencia por un escrito suyo sobre los Donatistas publicado en la Revista de Dublin en 1839. El Movimiento de Oxford se había orientado a la tarea imposible de desprotestantizar a la Iglesia Anglicana. Newman y muchos de sus amigos vieron que era imposible. La débil luz que había seguido paso a paso le llevó a Roma. Wiseman testificó:”La Iglesia nunca ha recibido a ningún converso que se haya unido a ella con más docilidad y simplicidad de fe que Newman”.

Wiseman había deseado ardientemente “un influjo de sangre fresca” en la Iglesia Católica de Inglaterra. La llegada de los conversos del Movimiento de Oxford la trajo y sin duda aceleró la restauración de la jerarquía que había sudo tan deseada durante generaciones. De católicos. En 1840 Gregorio XVI aumentó el número de vicarios apostólicos de cuatro a ocho. Diez años después, Pío IX decretó que “la jerarquía de obispos ordinarios, que toman su título de sus sedes, debía según las reglas de la Iglesia, florecer de nuevo en el reino de Inglaterra”. Todo el reino se puso bajo una provincia que consistía en la sede metropolitana de Westminster y doce sedes sufragáneas: las de Southwark, Plymouth, Clifton, Newport y Menevia, Shrewsbury, Liverpool, Salford, Hexham y Newcastle, Beverley, Nottingham, Birmingham, Northampton.

Esta restauración de la jerarquía no fue concebida como un hecho de guerra sino que tenía la intención de que no ofendiera a otros. Pero sí que ofendió terriblemente y en todo el país se poblé de denuncias ante la “agresión papal”, una “agresión insolente e insidiosa”, dijo Lord Russell, el premier e inmediatamente introdujo un proyecto de ley por el que se prohibía a los obispos católicos, bajo penas, aceptar los títulos territoriales que les había conferido el papa. El proyecto fue aprobado por el parlamente tras un agrio y prolongado debate, pero desde el principio fue letra muerta. Sin duda que la apelación del cardenal Wiseman al pueblo de Inaltera contribuyó a calmar los ánimos que por otra parte su carta pastoral “Desde fuera de la Puerta Flaminia” (“From Without the Flaminian Gate”) había contribuido a excitar. El largo panfleto fue impreso in extenso en el Times y en otros cuatro periódicos de Londres, de manera que alcanzó una enorme circulación. El cardenal apeló “al corazón viril y honesto” de sus compatriotas, al “amor al trato honorable y juego limpio que es instintivo de un Inglés” Y no apeló en vano.

El cardenal Wiseman ocupó la sede metropolitana de Westminster desde 1850 a 1865 y sería difícil valorar la grandeza de sus servicios a la causa católica en Inglaterra. Manning dijo en el sermón que predicó en su funeral: “Cuando cerró sus ojos ya había visto expandirse por todas la obra que había comenzado y las tradiciones de trescientos años disolviéndose por todas partes ante ella”.

Cuando él comenzó esa obra había menos de 500 párrocos en Inglaterra, cuando él cesó había unos 1500. El número de conversos durante esos quince años creció diez veces y se construyeron 55 monasterios. Pero las estadísticas no dan una idea suficiente del progreso de la Iglesia católica bajo Wiseman, y que se debió a él en gran medida. Y no fue lo menos importante la forma en que presentó la Iglesia a sus compatriotas. Wilfrid Ward escribe”: Wiseman puede reclamar haber sido el primero en recordar de una forma efectiva a los ingleses de nuestros días la importancia histórica de la Iglesia católica, que tanto impresionó a Macaulay, y que afectó de forma permanente a hombres como Compte que se inspiró en el entusiasmo histórico de un De Maîstre, un Görres y un Frederick Schlegel."

Se puede decir que la organización de la Iglesia Católica en Inglaterra se debe el. El mismo redactó casi por completo los decretos para el primer sínodo provincial de Oscott (1852). Su obra no la realizó en la tranquilidad que él amaba, “Fuera había luchas, dentro miedos”. Algunos de los conversos no se entendían con los católicos hereditarios “los pequeños restos de la Inglaterra católica”, a los que tachaban de mal educados y retrasados. Wiseman consideró que estos juicios no eran generosos, aunque no les faltara razón. Luchó fuertemente contra el espíritu de partidismo y trató Copn toda amabilidad que desapareciera, guiando a su rebaño por el camino de la paz.

Por otra parte algunos de los Antiguos clérigos, defiendo formas antiguas, miraban con desconfianza ciertas innovaciones de disciplina y devoción introducidas por los más celosos conversos. Pensaban que los oratorianos eran extravagantes. Sospechaban de monseñor Manning .

No es necesario entrar en las disensiones que amargaron los últimos años de Wiseman. Los dos últimos fueron relativamente tranquilos, pero con muchos sufrimientos físicos Poco antes de morir, dijo:”Nunca me ha importado otra cosa que la Iglesia: mi única felicidad ha estado relacionada con ella.”

El sucesor de Wiseman en la sede de Westminster – el sucesor que el deseaba – fue el preboste de su capítulo monseñor Manning, cuyo episcopado duró hasta 1892, 27 años de fructífera actividad, en tiempos buenos y malos. Durante algún tiempo no fue muy popular ni entre sus compatriotas protestantes ni entre su propio clero que no gustaban de su estricta disciplina y algunos de ellos no simpatizaban con lo que se llamaba “ultra –papismo”. Pero los prejuicios contra él fueron desapareciendo gradualmente, y sus cualidades obtuvieron el reconocimiento general. Fue la victoria de su fe genuina, su profunda devoción, su integridad sin tacha, su valentía indomable y su entera devoción la única causa por la que creía que valía la pena vivir. Alguien que le conocía bien dijo de él:”Era un arzobispo que vivía entre su gente”, “las escaleras de su casa estaban gastadas por los pasos de los huérfanos, viudas, pobres, olvidados los desgraciados y los sin trabajo que venían a él en sus horas de preocupación y dolor”.

Sin duda cometió errores, algunos bastante graves – como por ejemplo, su persistente oposición a que los jóvenes católicos frecuentaran las universidades de Oxford y Cambridge – y su fracasado y costoso intento de compensar al falta de estudios académicos con un colegio de altos estudios en Kensinton bajo la dirección de monseñor Capel. Pero es cierto que la parte activa que tomó en todos los campos de la reforma social le revelaron no solo como un filántropo y gran hombre de iglesia, sino como importante estadista. Un escritos muy capaz, a propósito del 25 aniversario de su consagración decía:”A él se debe, más que a ningún otro hombre, que los católicos ingleses hayan por fin salido de la confinada y estrecha vida de sus persecuciones pasadas, y permanecer a pie de igualdad don sus compatriotas”.

Sin duda que Manning tuvo mucho que ver, pero se deba más aún a otro hombre. La revelación de su vida interior que John Henry Newman pensó estar obligado a presentar ante sus compatriotas para reivindicarse a si mismo ante los arbitrarios ataque de Charles Kingsley, en 1864, llegó como una revelación a las multitudes de lo que el catolicismo es realmente como religión. La "Apología pro Vita Sua" fue como un estallido de luz del sol que disipó las nieblas de los prejuicios protestantes. Y puede decirse que la "Carta al duque de Norfolk” (1875), en contestación al panfleto de de Gladstone sobre los decretos vaticanos que aparecieron en 1874 puso fin al viejo error de que un católico leal no puede ser un buen inglés. Fue suficiente que Newman dijera que no había incompatibilidad entre las dos cosas. Su compatriotas creyeron sus palabras. Lord Morley de Blackburn, un juez muy competente, escribe: “Newman elevó a su Iglesia a lo que no mucho antes hubiera sido un rango extraño e increíble en medio de la Inglaterra protestante” (Miscellanies, Fourth Series, p. 161).

Herbert Vaughan, que sucedió al cardinal Manning en la sede de Westminster, dirigió la diócesis como arzobispo y la provincia como metropolitano durante casi once años. Le estaba reservado emprender una tarea que su predecesor había dejado de lado la erección de una catedral en Westminster. El primer acto público de Manning después de ser nombrado arzobispo – aun antes aún de ser consagrado – fue presidir una reunión convocada para promover la construcción de la catedral en memoria del cardenal Wiseman. En aquella ocasión, declaró: “Es una obra de la que me encargaré promoveré con todo mi interés – cuando la obra de los niños pobres de Londres se haya realizado y no antes: proveer a su educación en su religión que fue la obra de la vida de Manning. Antes de morir se había realizado. La construcción de la catedral la dejó a su sucesor, como anunció en 1874. El magnífico templo concebido por el genio de John Francis Bentley debe, de alguna manera, ser considerado el monumento del cardinal Vaughan, resultado de su energía y celo. Es un monumento en memoria suya así como del cardenal Wiseman.


II. SITUACIÓN ACTUAL DE LA IGLESIA

Baste lo dicho respecto a la historia del catolicismo en Inglaterra desde la llamada Reforma a principios del siglo XX.

(N del T.: Este artículo se publicó a principios del XX y debe ser completado con lo acontecido en el s. XX) .


Procedamos ahora con la situación actual. Hemos visto que en 1850 Pío IX reconstituyó la jerarquía convirtiendo a Inglaterra en una provincia eclesiástica bajo la sede metropolitana de Westminster, con doce sedes sufragáneas, las de Southwark, Hexham y Newcastle, Beverley, Liverpool, Salford, Newport y Menevia, Clifton, Plymouth, Nottingham, Birmingham y Northampton.

En 1878 la diócesis de Beverly se dividió en las de Leeds y Middlesborough; en 1882 la diócesis de Southwark se dividió en las de Southwark y Portsmouth y en 1895 Gales, exceptuando Glamorganshire, fue separada de la diócesis de Newport y Menevia, y formó el Vicariato Apostólico de Gales. Tres años después este vicariato se erigió en diócesis de Menevia, de manera que el arzobispo de Westminster tenía 15 sufragáneas.

Hasta ese momento, desde la Reforma, Inglaterra había sudo considerada tierra de misión y sometida inmediatamente la Congregación Propaganda Fide. Pero Píos IX, con la constitución "Sapienti Consilio", transfirió Inglaterra de ese estado de tutelaje a la ley común de la Iglesia. El número de sacerdotes, seculares y regulares, en Inglaterra, a principios del s. XX, era de 3522 y el número de iglesias, capillas e institutos, 1736. Los regulares, más de mil , muchos exiliados franceses, pero muchos no estaban involucrados en las parroquias ni en la obra misionera. 311 monasterios y 783 conventos, un gran aumento durante el medio siglo desde 1851, fecha en la que había solo 17 monasterios y 53 conventos.

Durante el mismo período se erigieron muchas iglesias de proporciones imponentes, adornadas con más o menos magnificencia. Sobresale entre ellas la catedral de Westminster, ya mencionada. Es de estilo bizantino y ciertamente uno de las más nobles edificios religiosos modernos. Se abrió para el servicio diario en navidades de 1903 y aunque no estaba terminada ya se habían gastado 250.000 libras esterlinas.

Los católicos ingleses, sin embargo, en esa época, sufrían aún varios inconvenientes. Hemos visto que por el Bill of Rights (11 Will. and Mary sen. 2, c. 2) ningún católico de la casa reinante o que se ha casado con uno, podía suceder en el trono y que el soberano, al hacerse católico o por casarse con uno, renuncia automáticamente al trono y que por el Act of Settlement (12 and 13 Will. III, c. 2, s. 2), con el que la sucesión se confinaba a los descendientes protestantes de la de la Electora Sofía, confirmaba este artículo de la constitución. Este último estatuto también establece que: “Quienquiera que en el fututo llegue a ser rey de Inglaterra se unirá en comunión con la Iglesia de Inglaterra como está establecido por Ley”. La ley de Emancipación (Emancipation Act, 10 Geo. IV, c. 7), que era en gran manera una ley inhabilitadota provee que nada que se contenga en ella “extenderá o se construirá para permitir a nadie nada a lo que ya no tenga derecho por ley, para ocupar el oficio de Canciller de Inglaterra o el de Lord Lieutenant de Irlanda", y la opinión común era que los católicos no podían ocupar esos grandes puestos, aunque esta postura parece cuestionable.

El tema se discute en profundidad en el “Manuel de la ley que afecta especialmente a los católicos de Lilly y Wallis, pp. 36-43. La Ley de Emancipación contiene también secciones que imponen nuevas inhabilitaciones a los “jesuitas y miembros del otras ordenes religiosas, comunidades o Sociedades de la Iglesia de Roma, obligadas por votos monásticos o religiosos”.

Estas secciones nunca se impusieron, pero como estaban en la ley tenían el serio efecto de inhabilitar a las ordene religiosas de poseer propiedades. Una ley de 1860 (23 y 24 Vict., c. 134) mitigó de alguna manera estas dificultades, así como las que afectan a lo que se consideran usos supersticiosos como los legados para misas por los difuntos. La ley inglesa considera nulos tales legados, aunque los tribunales irlandeses no siguen a los ingleses en este punto. Hay que tener en cuanta que hasta el Emancipation Act, los fondos para la promoción de la caridad católica eran considerados ilegales. No se obligó al cumplimiento y así tres años después, para disipar toda duda sobre el tema, se aprobó la “Lay de las Caridades católicas romanas “(Roman Catholic Charities Act”) que los equiparaba a las mismas leyes sobre las” Caridades de los Disenters protestantes”. La ley inglesa respecto a los legados para fines católicos, que no sean ni caritativos ni nulos, a los que ve como “usos supersticiones” o para el mantenimiento de las ordenes religiosas prohibidas, es la misma que se aplica a los legados que son legales pero no para fines caritativos.

La otra inhabilitación a la que hay que referirse es que ninguna persona con órdenes sagradas de la Iglesia de Roma podía ser elegida para servir en el parlamento como miembro de las Cámara de los Comunes. Este inhabilitación también la tiene los clérigos de la Iglesia de Inglaterra quienes , sin embargo, pueden escapar de ellas por el proceso legal vulgar aunque incorrectamente llamado renuncia a las órdenes, aunque no se aplica a los ministros protestantes “Dissenters”.

Hay que notar que en Inglaterra se provee para asegurar la libertad religiosa de los católicos indigentes y criminales. En cada correccional o casa de caridad en el momento de la admisión se mantenía un registro en el que se mencionaba la religión y los “Guardianes de los Pobres” podían nombrar a clérigos católicos, con salarios convenientes, para asistir a los indigentes católicos. De forma similar, los capellanes católicos podían ser nombrados para los manicomios públicos. Los niños católicos indigentes podían ser transferidos de las escuelas de las casa de caridad a las escuelas de su religión y si eran sacados de las escuelas públicas para indigentes, se hacían provisiones para que fueran atendidos por la iglesia católica.

Los ministros católicos de las prisiones eran nombrados por el Secretario de Interior, con remuneración apropiada. Había dieciséis capellanes militares pagados por le Estado y en la marina 23 capellanes católicos, además de 130 sacerdotes que también recibían pagas. Unas palabras, ahora para hablar de la educación católica en Inglaterra desde la Reforma. Naturalmente que apenas existía cuando la leyes penales se aplicaban con todo rigor. El clero, como hemos visto, era preparado en Roma o en el extranjero, en Douai, Lisboa, Valladolid. Los jóvenes laicos recibían de los sacerdotes las enseñanzas de forma intermitente e incierta. Shakespeare, -- hay fuertes razones para pensar que era católico - (ver los "Studies in Religion and Literature" de Lilly), educado según la vieja tradición, por un monje benedictino, Dom Thomas Combe, o Coombes.

En tiempos de Pope se encontraban aquí y allí unas pocas escuelas católicas y fue enviado a una de ellas un “Seminario romano católico”, se llama, en Twyford, mantenido por Thomas Deane, un ex - fellow del “Magedalen College” de Oxford. Pero estos “seminarios” tenían muchas dificultades para subsistir, por ser ilegales y hasta el estallido de la Revolución Francesa, poco se podía hacer por la educación católica en Inglaterra. Los profesores y alumnos de la Universidad de Duoai, después de sufrir muchas adversidades, volvieron a Inglaterra en 1795, yendo algunos a Herefordshire, en el sur, y otros a Tudhoe, en el norte. El establecimiento de Herefordshire se convirtió con el tiempo en el colegio de S. Edmundo. La escuela de Tudhoe, trasladada primero a Crook Hill, creció hasta convertirse en el gran seminario de Ushaw, que servía como seminario para las cinco diócesis del norte: Hexham y Newcastle, Leeds, Middlesborough, Salford, y Shrewsbury. Estas dos nobles instituciones pueden reclamar como fundador lejano al cardenal Allen.

El magnífico colegio jesuita de Stonyhurst puede de igual manera derivar su origen del Padre Persons, ya que fue fundado por los religioso que huyeron de la casa establecida por él en St. Omer. Y el no menos magnífico colegio de Downside es descendiente del de St. Gregory, Douai, es decir, del monasterio benedictino y colegio fundado allí en1606. Los monjes que huyeron de la furia de la Revolución francesa fueron recibidos en Acton Burnell en Shropshire por Sir Edward Smith que había sido uno de sus alumnos. En 1814 se establecieron en Downside. El gran colegio de Oscott es el seminario en el que se formaban los sacerdotes de las diócesis del sur bajo la dirección del arzobispo de Westminster y los obispos de Birmingham, Clifton, Menevia, Newport, Northampton y Portsmouth. El colegio misionero de Josephs fundado por el cardenal Vaughan que siempre tuvo un profundo interés en él y que está enterrado allí. De las Centros de Bachillerato merecen mención, están el de Edgbaston, fundado por excardenal Newman y el de Beaumont, establecida por los Jesuitas. Hasta 1895 se desanimaba a los jóvenes católicos -- se prohibía, sin un permiso especial de las autoridades eclesiásticas – frecuentar las universidades de Oxford y Cambridge, pero en ese año, una carta de la Congregación de Propaganda al cardenal Vaughan, anunció que la Santa sede había retirado la restricción pero se recomendaba a los obispos que procurasen dar facilidades para culto y de la educación de los jóvenes católicos que elegían estos antiguos centros del saber.

La educación elemental también ha sido bien cuidada para los católicos de Inglaterra. Antes de la Reforma protestante todos los grandes monasterios tenían escuelas de primaria para los niños pobres. Desaparecieron con los monasterios. En el siglo XVIII se fundaron algunas escuelas protestantes de caridad, pero hasta finales del primer cuarto del siglo XIX no se comenzó a reconocer como un deber público facilitar la instrucción elemental. En 1833 se hizo por primera vez una provisión de fondos para la educación. Se dividió entre dos sociedades protestantes, el British and Foreign School, que ignoraba las enseñanzas religiosas dogmáticas y la Nacional, que representaba a la Iglesia de Inglaterra. En 1847 las escuelas elementales católicas, que habían crecido tanto en numero, fueron admitidas a compartir los fondos del gobierno, y se fundó el Comité para las escuelas católicas de pobres, para supervisarlas y dirigirlas, un deber que cumplió. Después pasó a llamarse Consejo de Educación Católica.

El periodismo católico estuvo representado en Inglaterra por el periódico “The Tablet”, fundado en 1840 y de publicación semanal. Otros periódicos católicos eran "Catholic Times", "Catholic Meekly", "Catholic Herald", "Catholic News" y "Universe". La principal revista católica era "Dublin Review", fundada pro el cardinal Wiseman, editada durante mucho tiempo por W. G. Ward, y después por su hijo Wilfrid Ward. De publicación trimestral. "The Month", una revista de literatura general editada por Jesuitas, salía cada mes, como denota su nombre. Una publicación muy importante es el "Catholic Directory", desde 1838, pero que llevaba un siglo publicándose como Directorio, aunque en sus primeros ejemplares era simplemente una Ordo o calendario, para el suso de los sacerdotes que recitaban el oficio Divino. Y falta hablar de ciertas sociedades católicas que existían en Inglaterra. En primer lugar hay que mencionar la “Unión Católica de Gran Bretaña”, fundada en 1871. La minuta de la primera reunión dice que se celebró en Norfolk House, el 190 de febrero del mismo año y se acordó unánimemente que “se debía fundar una Sociedad de Católicos, con el título de Catholic Union of Great Britain, para promover los intereses católicos, especialmente la restauración del Santo Padre en su derechos soberanos”. El establecimiento de esa sociedad fue autorizada por los arzobispos y obispos de Inglaterra y por el vicario apostólico de Escocia (la jerarquía no se restauró allí hasta 1878) enfáticamente aprobada por Pío IX. Un las reglas de esta sociedad se especifican los siguientes medios para conseguir sus objetivos Con reuniones de la Unión y del Consejo;

Con reuniones públicas;

Con peticiones y memoriales, intentando influir ante las autoridades;

Con las ramas locales;

Con correspondencia con sociedades similares en otros países;

Procurando y publicando información sobre temas de interés para los católicos;

Cooperando con confraternidades, instituciones y asociaciones de caridad para ampliar sus objetivos; cooperación que en cada caso ha de ser sancionada por el obispo de la diócesis

De cualquier otra manera aprobada por el Consejo de los obispos.

Durante setenta años la Unión Católica funcionó establemente y con éxito en las líneas indicadas. Fue de gran utilidad en proveer consejo y ayuda a los católicos, especialmente el clero, en asuntos dudosos y difíciles, legales y administrativos Se gobernaba por un presidente y un consejo elegido por todos los miembros. Desde el principio, el oficio de presidente fue ocupado por el duque de Norfolk y durante muchos años el marques de Ripon fue vicepresidente. En la lista de sus miembros se encontrarán la mayoría de los católicos de posición e influencia. La Catholic Truth Society fue fundada en 1884 por el cardenal Vaughan que entonces era rector del colegio misionero extranjero de Mill Hill y ha sido muy útil. Su finalidad es distribuir entre los católicos libros de devocionales pequeños y baratos para ayudar a los pobres sin educación a tener un mejor conocimiento de su religión; para extender entre los protestantes información sobre la verdad católica, para promover la circulación de libros buenos, baratos y populares. Cada año celebraba una conferencia para la elucidación y discusión de temas que afectaban a la obra de la Iglesia católica en Inglaterra. Durante los 20 años de su existencia ha editado publicaciones grandes y pequeñas en un promedio de un millón al año. Formó una biblioteca de préstamo de libros para los ciegos y tenía un colección proyectores con linternas para acompañar a las lecturas sobre temas relacionados con la historia y la fe católicas. Ha sido imitada por sociedades con el mismo nombre en Escocia, irlanda, Estados Unidos, Canadá, Bombay y Australia.

La Asociación Católica fue fundada originalmente en 1891. Sus objetivos según sus estatutos son:

• Promover la unidad y buen entendimiento entre católicos organizando conferencias, conciertos, bailes, torneos de whist, excursiones y otros eventos sociales.

• Asistir siempre que sea posible en el trabajo de la organización católica y en la protección y mejora de los interesas católicos. Ha tenido un particular éxito en la organización de peregrinajes a Roma y a otros lugares de interés católico.

No podemos llegar al final de este breve repaso de la historia del catolicismo en Inglaterra desde la reforma protestante sino con las elocuentes y emotivas palabras con las que el abad Gasquet concluye su “Breve Historia de la Iglesia Católica en Inglaterra”: “Cuando recordamos el estado al que los largos años de persecución , han reducido al catolicismo a principios del siglo XIX, nos podemos preguntar asombrados sobre lo que se ha hecho desde entonces. ¿Quién dirá cómo ha sucedido? ¿Cómo, por ejemplo, de la pobreza se han encontrado la sumas de dinero para tan innumerables necesidades? Tuvieron que construirse y mantener iglesias y colegios y escuelas, edificios monásticos y conventos; solo la providencia divina lo puede explicar…Desde los primeros años del siglo diecinueve cuando el principio “súfrelo para ser” se aplicaba a la iglesia católica inglesa, ha habido signos de un amanecer de días mías brillantes y felices para la vieja religión. Las señales débiles al principio, pero significativas y ahora son preciosas memorias para nosotros del la obra del Espíritu, del corres de al savia de nuevo por el viejo tronco y de los retoños que estallan manifestando la vida que durante el largo invierno de la persecución ha estado allí aunque dormida. Succisa virescit. Cortado casi hasta las mismas raíces, el árbol plantado por Agustín ha mostrado de nuevo la vida divina que tiene dentro, ha producido de nuevo nuevas ramas y hojas y promete frutos abundantes”.


Bibliografía

Algo parecido a una bibliografía completa del tema tratado en este artículo tendría las dimensiones de un enorme catálogo de una biblioteca. Pero se pueden mencionar siguientes libros: BELLESHEIM. Wilhelm Cardinal Allen, 1532-1594, und die englischen Seminre auf dem Festlande (Mainz, 1885); BUTLER, Historical Memoirs of English, Scottish, and Irish Catholics (3 vols., London, 1819-21); ID., Historical account of the Laws respecting the Roman Catholics (London, 1795); ID., The Book of the Roman Catholic Church (London, 1825); BREWER, GAIRDNER, AND BRODIE, eds., Calendar of Letters and Papers foreign and domestic of the reign of Henry VIII (18 vols., London, 1862-1902); CHALLONER, Memoirs of the Missionary priests and other Catholics that suffered death in England, 1577-1684 (2 vols., Manchester, 1803; Derby, 1843); COLLIER, History of the Church of England (London, 1708-09); DODD, Church History of England from 1500 to 1688 (Brussels, 1737-42),nueva edición hecha por TIERNEY (5 vols., London, 1839); FOLEY, Records of the English Province of the Society of Jesus (7 vols., London, 1880); GASQUET, Henry VIII and the English Monasteries (5th ed., London, 1893); ID. AND E. BISHOP, Edward VI and the Book of Common Prayer (London, 1890); GILLOW, Literary and biographical history of Roman Catholics (5 vols., London, 1886); GILLOW ed., Haydock Papers (London, 1888); HALLAM, Constitutional History of England from the accession of Henry VII to death of George II (3 vols., tenth ed., London, 1863); HAUDEC UR, La Conservation providentielle du Catholicisme en Angleterre (Reims, 1898); HUSENBETH, Notices of the English Colleges and Convents on the Continent after the dissolution of the religious houses in England (Norwich, 1849); KNOX, Records of the English Catholics under the Penal Laws (2 vols., London, 1882-4); LAW, A Calendar of the English Martyrs of the sixteenth and seventeenth centuries (London, 1876); LILLY AND WALLIS, A Manual of the Law specially affecting Catholics (London, 1893); MACAULAY, Works (8 vols., London, 1866); MAY (LORD FARNBOROUGH), Constitutional History of England, 1760-1860 (2 vols., 2nd ed., London, 1863-5); MILNER, Letters to a Prebendary; ans. to Reflections on Popery by J. Sturges, remarks on the opposition of Hoadlyism to the doctrines of the Church of England (7th ed., London, 1822); ID., Supplementary Memoirs of English Catholics (London, 1820); ID., The End of Religious Controversy; ID., Vindication of the end of religious controversy from exceptions of T. Burgess and R. Grier (London, 1822); PANZANI, Memoirs, giving account of his agency in England, 1634-6, tr. por BERINGTON, añadida, State of English Catholic Church (Birmingham, 1793); VON RANKE, Die rom. Papste in d. letzten vier Jhdtn (3 vols., 7th ed., Leipzig, 1878); SANDER, Rise of the Anglican Schism (1585), con una continuación por RISHTON, tr., con notas, etc., de LEWIS (London, 1877); SIMPSON, Edmund Campion (London, 1867); Statutes at Large; STRYPE, Annals of Reformation (London, 1708-09); WARD, Catholic London a Century ago (London, 1905).


W.S. LILLY .


Transcrito por Douglas J. Potter. Dedicado al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María.


Traducido por Pedro Royo.