Sal
De Enciclopedia Católica
Siempre se usó para sazonar las comidas y para preservar cosas de la corrupción, tuvo desde los tiempos más remotos un carácter sagrado y religioso. El Profeta Elíseo la empleó para hacer agradables las aguas de un pozo (IV Reyes, II, 19 sqq.). Los orientales acostumbraban a usarla para limpiar y curtir la piel de un niño recién nacido. (Ezequiel., XVI, 4); esparciendo sal en un pedazo de tierra ellos lo dedicaban a los dioses; en la Ley judía se prescribió para los sacrificios y los panes de la proposición (Lev., II, 13). En Mateo 5:13, la sal simboliza sabiduría, aunque quizás originalmente tuvo una significación exorcística.
Su uso en la Iglesia pertenece exclusivamente al Rito romano. El Ritual conoce dos tipos de sal para propósitos litúrgicos, la sal bautismal y la sal bendita. La primera, purificada y santificada para exorcismos especiales y oraciones, se da al catecúmeno antes de entrar en iglesia para el bautismo. Según el quinto canon del Tercer Concilio de Cartago parecería que esa sal se administraba a los catecúmenos varias vez por año. Este uso de la sal es certificado por San Agustín (Conf., I. 1, c. XI) y por Juan el Diácono. San Isidoro de Sevilla habla de ella (De off., II, XXI), pero en la Iglesia española no se generalizó. La otra sal es exorcizada y bendecida en la preparación de agua santa para la aspersión antes de la Misa solemne del Domingo y para uso de los fieles en sus casas. La presente fórmula de bendición es tomada del Sacramental Gregoriano (P.L., LXXVIII, 231). Ambas, sal bautismal y sal bendita pueden usarse otra vez sin una nueva bendición. El apéndice del Ritual romano tiene una bendición de sal para el uso de animales y otra en honor de San Uberto. Los órdenes Pontificales romanas salan para santificar y mezclan en el agua (conjuntamente con cenizas y vino) para la consagración de una iglesia. Esto también es del Sacramental Gregoriano. Además, la sal (no especialmente bendita) puede usarse por purificar los dedos después de las sagradas unciones.
FRANCIS MERSHMAN Transcrito por Charlie Martín Traducido por José Luis Anastasio