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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Retiros

De Enciclopedia Católica

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La serie de días pasados de manera solitaria y consagrados a prácticas de ascetismo, particularmente oración y penitencia, y que llamamos retiro, es tan antiguo como la Cristiandad. Sin referirnos a las costumbres de los Profetas del Antiguo Testamento, los cuarenta días que Jesucristo pasó en el desierto después de su bautismo es un ejemplo que ha encontrado a muchos imitadores en todas las épocas de la Iglesia. De esta imitación surgieron la vida ermitaña y la institución de los cenobitas. Los religiosos que buscaban la soledad de los desiertos o los monasterios, o en general aquellos que deseaban llevar una vida contemplativa se alejaban del mundo, con el fin de acercarse más a Dios y aplicarse en llevar a cabo ejercicios de perfección Cristiana. La “Forma clero” de Tronson, t. IV, ofrece numerosos textos de los Padres y escritores eclesiásticos, que recomiendan un retiro por al menos algunos días. De acuerdo a San Francisco de Sales (Tratado sobre el Amor de Dios, XII, cap. vii), la práctica del retiro fue especialmente restaurada por San Ignacio de Loyola. Podemos decir sin duda que en sus “Ejercicios Espirituales” San Ignacio ha combinado los métodos de reformar la vida de uno y buscar la voluntad de Dios en la soledad. La Sociedad de Jesús fue la primera orden religiosa activa en la cual la práctica del retiro llegó a ser obligatoria por regla. San Francisco de Asís y sus primeros compañeros ocasionalmente se retiraban a ermitas donde se dedicaban a orar y a mortificarse. San Ignacio prescribió a sus religiosos los ejercicios de treinta días como una experiencia indispensable antes de realizar sus votos. Más tarde se introdujo la costumbre de repetir este retiro de treinta días durante uno de los meses de la tercera prueba, y el uso de renovarlo en forma abreviada cada año durante ocho años fue establecido poco a poco. Esta costumbre obtuvo la fuerza de ley por decreto de la Sexta Congregación General, llevada a cabo en 1608, además de ser imitada en otras órdenes religiosas, y alentada por una Bula del Papa Pablo V, en 1606.

La Sociedad de Jesús no reservó estos ejercicios para su uso exclusivo, sino que las daba a las comunidades y a los individuos. El santo Meter Faber en su “Memoriale” afirma haberlas dado a los Grandes de España, Italia y Alemania, y haberlas usado para restaurar a cientos de conventos a su fervor inicial. Una carta de San Ignacio (3 de febrero de 1554) recomienda dar los ejercicios públicamente en las iglesias. Además, las casas de la Sociedad con frecuencia contenían habitaciones para sacerdotes o laicos deseosos de llevar a cabo los ejercicios en privado. Ignacio, habiendo establecido esta costumbre durante su vida, uno de sus sucesores, Aquaviva, en 1599 exhortó a los provinciales a mantenerla. Al estudiar la extensión de esta práctica no debemos dejar de reconocer la influencia de San Carlos Borromeo. El cardenal y los Jesuitas colaboraron con el fin de promover este tipo de apostolado. Como ferviente admirador y discípulo de los “Ejercicios Espirituales”, San Carlos las introdujo como práctica regular entre los clérigos seglares por medio de retiros para seminaristas y candidatos a ordenarse. Construyó en Milán un asceterium, o casa destinada únicamente para recibir a aquellos haciendo retiro, cuya dirección confió a los Oblatos. El celo de San Carlos tuvo efecto al alentar a los hijos de San Ignacio a que adoptaran definitivamente el retiro anual y a organizar externamente retiros colectivos de sacerdotes y laicos.

Otros dos santos continuaron la práctica. San Francisco de Sales, cuya veneración por el Arzobispo de Milán y sus obras es bien conocida, hizo los retiros, los alabó y hizo que la Orden de la Visitación, del cual era el fundador (Const. XLVI) se familiarizara con ellos. Después fue San Vicente de Paul, elegido por San Francisco de Sales, para que fuera el padre espiritual de la Visitación en París. Él era el organizador de los retiros eclesiásticos en Francia, cuyos planes ya habían sido propuestos en 1625, en la asamblea de clérigos, por un cura de Normandía, Charles Dodefroy, en una pequeña obra llamada “Le collège des saints exercises”. San Vicente de Paul estableció retiros para los candidatos a ordenarse primero en Beauvais (1628), después en París (1631). Se llevaban a cabo seis veces al año cuando él dirigió el Collage des Bons-Enfants. Pronto otros clérigos además de los de la Diócesis de París fueron admitidos; y cuando Saint-Lazare fue adquirida (1634), esta casa recibía indiscriminadamente a clérigos, la nobleza y al pueblo para retiros. En tiempos de San Vicente alrededor de 20,000 personas hicieron retiros ahí. Pierre de Bérulle, fundador de la congregación del Oratorio, y Jean-Jacques Olier, fundador del Seminario del Santo Suplicio, secundaron este movimiento de reforma y santificación. Desde mediados del siglo diecisiete, los estatutos sinodales prescribieron que los clérigos debían hacer un retiro de vez en cuando. En ocasiones era obligatorio para aquellos que obtenían beneficios de la curación de almas. En una palabra, el retiro fue desde entonces una costumbre establecida de los piadosos eclesiásticos. En 1663 M. de Kerlivio, quien conocía los excelentes resultados obtenidos en Saint-Lazare, fundó una casa de retiro para varones en Vannes en Bretaña, con la cooperación de P. Huby, S.J. Esta institución tiene una importancia especial en la historia de los retiros, debido a que los reglamentos de Vannes en general eran la guía para los directores de las otras casas que establecían los jesuitas. Éstas estaban en Quimper, Rennes, Nantes, Rouen, París, Dijon, Nancy y pronto en la mayoría de las grandes ciudades de Francia. Con frecuencia, junto a la casa de retiro para varones, se construía uno para mujeres; al igual que en Vannes, gracias a la Venerable Catherine de Franceville, en Rennes, en Quimper, en París, Nantes, etc. Con miras a organizar y facilitar los retiros para mujeres, se formaron, particularmente en Bretaña, congregaciones de Damas del Retiro que aún existen.

Francia no era el único país en tener casas de ejercicios. Se establecieron en Munich y Praga (Alemania, hoy República Checa); en Barcelona y Gerona (España); en Roma, Perugia, Ancona y Milán (Italia); en Palermo, Alcamo, Mazzara, Termini, Messina, etc. (Sicilia); en Vilna (Polonia); en la Cd. de México y Puebla (México). La enumeración en necesariamente incompleta; debe incluir también países misioneros, Canadá, Chile, China, etc. Tampoco fueron los jesuitas los únicos en ocuparse en los retiros: los Franciscanos, Benedictinos, Lazaristas, Eudistas, Oratorianos, Pasionistas, Redencionistas y otros los llevaban a cabo de manera devota. Pero la supresión de la Sociedad fue un golpe mortal de los trabajos en muchos países. En Bretaña, tierra clásica de retiros, varios religiosos y principalmente sacerdotes, continuaron este ministerio de los jesuitas. En Franche-Comté un santo cura, el Venerable Antoine Recevour, organizó la Congregación del Retiro Cristiano para asegurar a los hombres y mujeres los beneficios de los ejercicios espirituales. En Italia, el Venerable Bruno Lanteri instituyó una sociedad de sacerdotes, los Oblatos de la Bendita Virgen María, quienes se ocupaban únicamente de retiros. San Alfonso Liguori, quien desde su juventud había seguido los ejercicios entre los Jesuitas o entre los Lazaristas, no podía descuidar esta forma de apostolado. Lo adoptó como una de sus propias prácticas y la prescribía a la Congregación del Santísimo Redentor. Así los Redencionistas mantuvieron la costumbre de los retiros en los Reinos de Nápoles y Sicilia durante la segunda mitad del siglo dieciocho. En Argentina y Paraguay los retiros continuaron gracias a la extraordinaria iniciativa de Maria-Antonia de San José de la Paz (1730-1799). Ayudada por varios sacerdotes y varias órdenes religiosas, tuvo éxito en que casi 100,000 personas asistieran a retiros.

Los retiros eclesiásticos anuales comenzaron como cosa general en Francia y en otros países en 1815. Numerosos promotores de estos retiros provenían de los rangos del clero secular así como de las órdenes regulares. Un gran número de directores participan anualmente ofreciendo retiros a las comunidades religiosas. Varias instituciones desempeñan ejercicios completos de veinte a treinta días. Pero no sólo había retiros sacerdotales o conventuales; los había para los fieles, agrupados en las parroquias o en congregaciones, hermandades, órdenes terciarias, etc. Así los retiros son llevados a cabo para empleados, trabajadores, maestros, conscriptos, sordomudos, etc. También podemos mencionar que se llevan a cabo retiros al final de un curso de estudios, establecido en la Universidad de San Acheul en Amiens en 1825, el cual, distribuido por grados, llevó a la organización de retiros entre el alumnado, una costumbre que ha llegado a ser bastante general. No ha faltado la cooperación en esta gran obra de regeneración: los obispos han abierto sus seminarios a los laicos, la nobleza Cristiana ha prestado sus castillos; las órdenes religiosas –Benedictinos, Cistercianos, Cartusianos, Dominicos, Franciscanos, Lazaristas, Eudistas, Redencionistas, Pasionistas, La Sociedad de María, Los Hermanos de San Vicente de Paul, y los Hermanos de las Escuelas Cristianas, todos ellos promovieron los retiros, ya sea proporcionando lugares adecuados para ese fin, o trabajando como directores de retiros. Tan solo los jesuitas poseían doce casas de ejercicios en territorio francés antes de 1901; ahora tienen siete en Bélgica y otras en España, Austria, Italia, Holanda, Inglaterra, Canadá, Estados Unidos, Colombia, Chile y varios otros países de América, al Norte y al Sur. Han establecido casas en Australia, China, India, Ceilán y Madagascar. Además de las congregaciones bretonas ya mencionadas, se han formado nuevas sociedades especialmente dedicadas a retiros para mujeres, tales como Notre Dame du Cenacle y Marie Reparatrice.

Los retiros para laicos se han extendido en gran medida a lo largo del mundo Católico durante los últimos veinticinco años. Un Jesuita francés, Père Henry, fue pionero en este gran resurgimiento. En 1882 se dio a la tarea de instituir retiros para los hombres de trabajo, y no pasó mucho tiempo para que se fundaran casas dedicadas a este propósito en toda Europa. Durante 1908, sólo en Bélgica se ofrecieron 243 retiros, a los cuales asistieron 10,253 personas, y desde 1890 en ese país al menos 100,000 personas pertenecientes a la clase trabajadora y alrededor de 25,000 hombres profesionistas y de negocios han participado en retiros. Francia, Alemania, Holanda y otros países europeos también han extendido estos trabajos con resultados gratificantes. En una casa en Francia, Notre Dame du Haut-Mont, más de 30,500 hombres han hecho retiro en los últimos veinticinco años. Inglaterra e Irlanda se han unido al movimiento y en este momento participan en organizaciones de retiros, al igual que Canadá. En los Estados Unidos ha habido una generosa respuesta al movimiento, y se ha fundado una casa de retiro en Staten Island, Ciudad de Nueva Cork (1911).

La razón principal del éxito de estos retiros, llamados de claustro para distinguirlos de los retiros parroquiales que están abiertos a todos, es la necesidad misma. En la afiebrada y agitada vida moderna, la necesidad de meditación y calma espiritual se imprime en las almas cristianas que desean dirigir su destino eterno y sus vidas en este mundo hacia Dios.

PAUL DEBUCHY. Transcrito por Douglas J. Potter Traducido por Lucía Lessan Dedicado al Corazón Inmaculado de la Bendita Virgen María

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