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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Persecución

De Enciclopedia Católica

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I. GENERAL

La persecución puede definirse en términos generales como la coerción ilegal de la libertad de otro o su castigo ilegal, ya que no todo castigo puede ser tomado como persecución. Para nuestro propósito, debe estar aún más limitada a la esfera de la religión, y en ese sentido, la persecución implica una coerción ilegal o un castigo en nombre de la religión.

La Iglesia ha sufrido muchas clases de persecución. El crecimiento y la continua existencia de la cristiandad han sido obstaculizados por el paganismo culto y la barbarie salvaje. Y, en tiempos más recientes, el agnosticismo ha perseguido a la Iglesia en los diferentes estados de América y Europa. Pero la más deplorable de todas las persecuciones han sido aquellas que el catolicismo ha sufrido de otros cristianos. Con relación a esto debe considerarse que la propia Iglesia ha apelado a la fuerza, y que lo ha hecho no solamente en su propia defensa, si no también en ataque no provocados. Por ejemplo por medio de la Inquisición (q. v.) o de las guerras religiosas ella misma fue el agresor en muchos ocasiones durante la Edad Media y en tiempos de la Reforma. Y aún si la explicación era que ella estaba defendiendo su propia existencia, la replica parece bastante plausible de que los poderes paganos y bárbaros estaban actuando solamente en su propia defensa cuando prohibían la propagación de la Cristiandad. La Iglesia podría de esta manera parecer extrañamente inconsistente, ya que mientras reclamaba tolerancia y libertad, ella había sido y aún permanece intolerante a todas las demás religiones.

En respuesta a esta objeción, podemos admitir el hecho y también negar la conclusión. La Iglesia reclama llevar un mensaje o mejor un mandamiento de Dios y ser el único mensajero de Dios. En realidad es sólo en años recientes cuando se supone que la tolerancia se ha convertido en dogma, que los otros “campeones de la Revelación” han abandonado sus reclamos similares. Que ellos hayan abandonado su derecho a ordenar lealtad es una consecuencia natural del Protestantismo; mientras es el derecho de la Iglesia el ser el embajador acreditado e infalible de Dios el que justifica su aparente inconsistencia. Dicha intolerancia, sin embargo, no es lo mismo que persecución, por la cual entendemos el ejercicio ilegal de coerción. Toda corporación legalmente constituida tiene el derecho a forzar a sus subordinados dentro de límites debidos. Y aunque la Iglesia ejerce ese derecho en gran parte por sanciones espirituales, nunca ha renunciado al derecho de utilizar otros medios. Antes de examinar este último derecho a la coerción física, debe introducirse la importante distinción entre paganos y cristianos. Regularmente, la fuerza no se ha empleado contra los paganos o los judíos: “Pues ¿por qué voy a juzgar yo a los de fuera?” (I Cor., v, 12); ver JUDÍOS Y JUDAÍSMO: El Judaísmo y la Legislación de la Iglesia.

Ejemplos de conversiones forzadas como tales que han ocurrido en diferentes periodos de la historia de la Iglesia deben atribuirse al celo impropio de individuos autocráticos. Pero la Iglesia sí reclama el derecho de coaccionar a sus propios miembros. Sin embargo, de nuevo debe hacerse una diferenciación. Los católicos no cristianos de nuestros días son, estrictamente hablando, miembros de la Iglesia; pero en su legislación ella los trata como si no fueran sus miembros. El “Ne temere”, por ejemplo, de Pío X (1907), reconoce el matrimonio de los protestantes como válido, aunque no sea contraído de acuerdo a las condiciones católicas: y las leyes de abstinencia no son consideradas obligatorias para los protestantes. Así, con relación a su derecho de usar la coerción, la Iglesia solamente ejerce su autoridad sobre aquellos a quienes considera personal y formalmente apóstatas. Un protestante moderno no está en la misma categoría con los albigenses o wickliffitas. Estos fueron retenidos por ser personalmente responsables de su apostasía; y la Iglesia ejerció su autoridad sobre ellos: es cierto que en muchos casos los herejes también se rebelaban contra el Estado; pero el reclamo de la Iglesia de usar la coerción no está limitado a los casos de desorden social. Aún más, su propósito no era solamente proteger la fe de los ortodoxos, si no también castigar a los apóstatas. La apostasía formal era vista entonces como una traición contra Dios – un crimen mucho más atroz que la traición contra un gobernante civil, el cual, hasta tiempos recientes, era castigado con gran severidad. (ver: APOSTASÍA; HEREJÍA.) Era un envenenamiento de la vida del alma en otros (Santo Tomás de Aquino, II-II, Q. xi, artículos 3, 4)

No cabe duda, entonces, de que la Iglesia reclamó su derecho a la utilización de la coerción física en contra de los apóstatas formales. Por supuesto, ella no ejercería su autoridad de la misma manera en la actualidad, aún si hubiese un Estado católico en el cual los cristianos fuesen personal y formalmente apóstatas. Ella adapta su disciplina a los tiempos y circunstancias para que sea posible cumplir su propósito beneficioso. Sus propios hijos no son castigados con multas, prisión, u otros castigos temporales, si no a través de dolores espirituales y sanciones, y los herejes son tratados del mismo modo como ella trató a los paganos: : "Fides suadenda est, non imponenda" (la Fe es un asunto de persuasión, no de fuerza) – un sentimiento que se remonta a san Basilio ("Revue de l'Orient Chrétien", 2a serie, XIV, 1909, 38) y a san Ambrosio, en el siglo cuarto, este último lo aplico incluso al tratamiento de apóstatas formales. También debe recordarse que cuando la Iglesia ejerció su derecho a hacer uso de la fuerza física sobre los apóstatas formales, tal derecho era universalmente admitido. El clero tenía, naturalmente, las ideas de su época acerca de por qué y cómo deberían inflingirse las sanciones. Además, la Inquisición Romana (q. v.) fue muy diferente de aquella de España, y los papas no aprobaron los severos procedimientos de esta última. Más aún, tales ideas de coerción física en asuntos espirituales no fueron característicos de los católicos (ver: TOLERANCIA). Los Reformistas no fueron menos, si no tal vez, más intolerantes (ver INQUISICIÓN). Si la intolerancia del clero es censurable, entonces la de los Reformistas lo es doblemente. Desde su propio punto de vista, fue injustificada. Primero, se rebelaron contra la autoridad establecida de la Iglesia, y segundo, ellos difícilmente podrían hacer uso de la fuerza para obligar a los reacios a someterse a su propio principio de juicio privado. Con esta clara demarcación del juicio privado de los Reformistas de la autoridad católica, difícilmente sirve a nuestros propósitos estimar la violencia relativa de los gobiernos católicos y protestantes durante la época de la Reforma. Y también conviene recordar que los métodos de la difamada Inquisición en España e Italia fueron mucho menos destructivos de la vida que las guerras religiosas de Francia y Alemania. Sin embargo, lo que sí sirve a nuestros propósitos es hacer notar la abierta intolerancia de los líderes protestantes; ya que ella le dio a la Iglesia un derecho adicional para apelar a la fuerza. Ella estaba castigando sus miembros rebeldes y, al mismo tiempo, defendiéndose contra sus ataques.

De esta manera, tal coacción al ser utilizada por una autoridad legítima no puede llamarse persecución, ni sus víctimas llamarse mártires. No es suficiente que aquellos que son condenados a muerte pudieran estar sufriendo por sus opiniones religiosas. Un mártir es un testigo de la verdad; mientras que aquellos que sufrieron el castigo extremo de la Iglesia eran, a lo sumo, testigos de su propia sinceridad, y, por lo tanto, infelizmente, nada más que pseudo-mártires. No necesitamos extendernos sobre la segunda objeción, la cual pretende que un gobierno pagano pueda estar justificado al perseguir misioneros cristianos al punto de considerar a la cristiandad como subversiva a la autoridad establecida. La revelación cristiana es el mensaje sobrenatural del Creador a Sus criaturas, contra la cual no puede haber resistencia legal. Sus misioneros tienen el derecho y el deber de predicarla en todas partes. Aquellos que murieron en la propagación o mantenimiento del Evangelio son testigos de Dios para la verdad, sufriendo persecución en Su nombre.

II. RESUMEN DE LAS PRINCIPALES PERSECUCIONES

El pequeño resumen de las persecuciones contra la Iglesia presentado aquí sigue un orden cronológico, y es poco más que un catálogo de los ataques violentos formales y públicos contra el catolicismo. No toma en cuenta otras formas de ataque, por ejemplo, persecución social y literaria, alguna forma de sufrimiento en nombre de Cristo siendo una nota segura de la Verdadera Iglesia (Juan, xv, 20; II Tm., iii, 12; Mat., x, 23). Para un recuento popular general de las persecuciones de católicos previas al siglo IXX ver Leclercq, “Les Martyrs” (5 vols., París, 1902-09). Persecuciones Romanas (52-312)

Las persecuciones de este periodo son ampliamente tratadas bajo MÁRTIR. Ver también MÁRTIRES, ACTA DE LOS, y los artículos acerca de los mártires individuales o grupos de mártires (MÁRTIRES, LOS DIEZ MIL; CUARENTA MÁRTIRES; AGAUNUM, por la Legión Tebana).

Bajo Juliano el Apóstata (361-63)

El edicto de tolerancia de Constantino había acelerado el triunfo final de la cristiandad. Pero las medidas extremas aprobadas contra la antigua religión del imperio, especialmente por Constantino, y aún a pesar de que no fueron estrictamente cumplidas, levantaron considerable oposición. Y cuando Juliano el Apóstata (361-63) llegó al trono, apoyó a los defensores del paganismo, aunque se esforzó por fortalecer la vieja religión recomendando trabajos de caridad y un sacerdocio de vida moral Estricta el cual, algo sin precedentes, debería predicar e instruir. La protección del Estado fue retirada de la cristiandad y ninguna sección de la Iglesia se favorecía más que otra, de tal manera que los donatistas y los arrianos pudieron regresar.

Todos los privilegios concedidos anteriormente a los clérigos fueron revocados; se les retiró la jurisdicción civil a los obispos y los subsidios a las viudas y a las vírgenes se cancelaron. También se les arrebató a los cristianos la educación superior al prohibir a cualquiera que no fuese pagano enseñar literatura clásica. Y finalmente, las tumbas de los mártires fueron destruidas. El emperador temía proceder a una persecución directa, pero fomentó la discordia entre los cristianos, y no sólo toleraba sino que alentaba las persecuciones originadas por las comunidades y los gobernadores paganos, especialmente en Alejandría, Heliópolis, Maioima, el puerto de Gaza, Antioquia, Aretusa, y Cesárea en Capadocia (cf. Grergory of Nazianzus, Orat. IV, 86-95; P. G., XXXV, 613-28). Muchos, en lugares diferentes, sufrieron y aún murieron por la Fe, aunque se encontraron otros pretextos para su muerte, al menos por el emperador. De los mártires de este periodo se debe mencionar a Juan y Pablo (q. v.), quienes sufrieron en Roma; los soldados Juventinus y Maximian (cf. El sermón de San Juan Crisóstomo sobre ellos en P. G., L, 571-77); Macedonio, Titán y Teodulio de Meros en Frigia (Sócrates, III, 15; Sozomen, V, 11); Basilio, un sacerdote de Ancyra (Sozomen, V, 11). El mismo Juliano parece haber ordenado las ejecuciones de Juan y Pablo, el ayudante y el secretario respectivamente de Constancia, la hija de Constantino. Sin embargo, reinó sólo por dos años y su persecución fue, según las palabras de san Atanasio: “sólo una nube pasajera”.

En Persia Cuando el gobierno romano abandonó la persecución de la cristiandad, esta fue tomada por un enemigo tradicional de Roma, los persas, aunque formalmente ellos habían sido más o menos tolerantes de la nueva religión. Al estallido de la guerra entre los dos imperios, Sapor II (310-80), bajo la instigación de los sacerdotes persas, inició una persecución severa de los cristianos en 339 o 340. Esta comprendía la destrucción o confiscación de las iglesias y una masacre general, especialmente de obispos y sacerdotes. El número de víctimas, de acuerdo con Sozomen (Hist. Eccl., II, 9-14), no fue menor a 16 mil, entre ellos estaba Simeón, Obispo de Seleucia; hubo un respiro de la persecución general, pero fue reiniciada y aún con mayor violencia por Bahram V (420.38), quien persiguió de manera salvaje por un año y no se le pudo impedir que causara numerosos martirios individuales a pesar del tratado que hizo (422) con Teodosio II, garantizando la libertad de conciencia de los cristianos. Yazdgard II (438-57), su sucesor, comenzó una fiera persecución en 445 0 446, rastros de la cual se pueden encontrar poco antes de 450. La persecución de Cosroes I desde 541 hasta 545 fue dirigida principalmente contra los obispos y el clero. Él también destruyó iglesias y monasterios y encarceló nobles persas que se habían convertido al cristianismo. La última persecución de los reyes persas fue la de Cosroes II (590-628), quien le hizo la guerra a todos los cristianos sin distinción durante 627 y 628. Hablando en general, la época más peligrosa para la Iglesia en Persia fue cuando los reyes estaban en guerra con el Imperio Romano.

Entre los Godos

La cristiandad fue introducida entre los godos cerca de la mitad del siglo tercero, y "Theophilus Episcopus Gothiæ" fue presentada en el Concilio de Nicea (325). Pero, debido a los esfuerzos del Obispo Ulfilas (340, muerto en 383), un arriano, el arrianismo fue profesado por la gran mayoría de los visigodos de Dacia (Transilvania y Hungría del Oeste), convertidos del paganismo; y pasó con ellos al interior de la Baja Mesia a través del Danubio, cuando un jefe godo, después de una cruel persecución, saco de sus tierras a Ulfilas y sus conversos, probablemente en 349. Y en consecuencia, cuando en 370 los visigodos, presionados por los hunos, cruzaron el Danubio y entraron en el Imperio Romano, el arrianismo era la religión practicada por el emperador Valentiniano. Este hecho, junto con el carácter nacional dado al arrianismo por Ulfilas (q. v.), moldearon la forma de cristianismo adoptado también por los ostrogodos, de quienes se expandió a los burgundianos, los suevos, los vándalos y los lombardos.

La primera persecución de la que tenemos noticia, fue dirigida por el rey visigodo pagano Atanarico. Comenzó cerca del 372 y duró dos, tal vez seis, años después de su guerra con Valentiniano. San Sabas fue ahogado en el 372, otros fueron quemados, algunas veces en masa dentro de las tiendas que eran utilizadas como iglesias. Cuando, en los siglos quinto y sexto, los visigodos invadieron Italia, Galia y España, las iglesias fueron destruidas y los obispos católicos y el clero fueron asesinados; pero la actitud normal era de tolerancia, Eurico (483), el rey visigodo de Toulouse, es mencionado especialmente por Sidonio Apolinar (Ep. Vii, 6) como aborrecedor del catolicismo y perseguidor de los católicos, aunque no es claro que los persiguiera a muerte. En España hubo persecuciones al menos de vez en cuando, durante el periodo desde 476 a 586, comenzando con el mencionado Eurico, quien ocupó Cataluña en 476. Hemos oído de persecuciones por Agila (549-554) y finalmente por Leovigildo (573-86). Los obispos fueron exiliados y los bienes de la iglesia incautados. Su hijo, Hermenegildo, un converso a la Fe católica, es descrito en el siglo séptimo (por ejemplo, por san Gregorio Magno) como un mártir. Un cronista contemporáneo, Juan de Biclaro, quien había sufrido él mismo por la Fe, dice que el príncipe fue asesinado en prisión por un arriano, Sisberto; pero no dice que Leovigildo aprobó el asesinato (ver HERMENEGILDO; y Hodkin, “Italia y sus Invasores”, V, 255). Con el asenso de Recaredo, quien se había convertido al catolicismo, el arrianismo dejó de ser el credo de los visigodos españoles.

En cuanto a los ostrogodos, ellos parecen haber sido bastante tolerantes, después de los primeros actos violentos de la invasión. Una excepción notable fue la persecución de Teodorico (524-26). Fue impulsada por las medidas represivas que Justino I había promulgado contra los arrianos del Imperio del Este, entre los que se incluían, por supuesto, los godos. Una de las víctimas de la persecución fue el papa Juan I, quien murió en prisión.

Entre los Lombardos

San Gregorio Magno, en apartes de sus “Diálogos”, describe los sufrimientos que los católicos tenían que soportar en la época de la invasión lombarda bajo el mando de Alboíno (568) y después. Pero en conjunto, después de la muerte de Autaris (590) los lombardos no causaron problemas, excepto tal vez en los Ducados de Benevento y Espoleto. La reina de Autaris, Teudelinda, una princesa católica de Baviera, pudo utilizar su influencia con su segundo marido, Agiluf, el sucesor de Autaris, de tal manera que él, aunque probablemente todavía permanecía como arriano, fue amistoso con la Iglesia y le permitió a su hijo ser bautizado como católico (ver LOMBARDÍA).

Entre los Vándalos

Los vándalos, arrianos como los visigodos y los otros, fueron los más hostiles de todos hacia la Iglesia. Durante su periodo de dominio en España (422-29) la Iglesia sufrió una persecución, los detalles de la cual son desconocidos. En 429, bajo el liderazgo de Genserico, los godos cruzaron sobre África, y para el 455 se habían apoderado del África romana. En el norte, los obispos fueron expulsados de sus sedes y enviados al exilio. Cuando Cartago fue tomada en 439, las iglesias le fueron dadas al clero arriano, y el obispo Quodvultdeus (un amigo de san Agustín) y la mayor parte del clero católico fueron despojados de cuanto tenían, embarcados en naves inseguras y enviados a Nápoles. La confiscación de propiedad de la Iglesia y el exilio del clero era la regla a lo largo de todas las provincias del norte, donde todo culto público fue prohibido para los católicos. En las provincias del sur, sin embargo, la persecución no fue tan severa. Algunos oficiales católicos de la corte, que habían acompañado a Genserico desde España, fueron torturados, exiliados y, finalmente, sentenciados a muerte debido a que se rehusaron a renunciar a su Fe. Sin embargo, a los no católicos, de hecho, se les permitía mantener cualquier oficio.

El hijo de Genserico, Hunerico, quien lo sucedió en 477, aunque al principio se mostró de alguna manera tolerante, arrestó y desterró bajo circunstancias de gran crueldad a cerca de cinco mil católicos, incluyendo obispos y clérigos, y finalmente, por un edicto del 25 de febrero de 484, abolió el culto católico, transfirió todas las iglesias y las propiedades de la iglesia a los arrianos, exiló a los obispos y clérigos y privó de derechos civiles a todos aquellos que no recibieran el bautismo arriano. Grandes cantidades de personas sufrieron un tratamiento salvaje, muchas murieron, otras fueron mutiladas o lisiadas de por vida. Su sucesor, Guntamundo (484-96), no suavizó la persecución hasta 487. Pero en 494 los obispos fueron llamados, aunque después tuvieron que sufrir alguna persecución de Trasamundo (496-523). Y la completa paz llegó a la Iglesia después del asenso del hijo de Genserico, Hilderico, con quien la invasión vándala terminó (ver ÁFRICA).

En Arabia

La cristiandad penetró en el sur de Arabia (Yemen) en el siglo cuarto. En el siglo sexto los cristianos fueron brutalmente perseguidos por el rey judío Dunaan, se dice que no menos de cinco mil, incluyendo al príncipe Aretas, fueron ejecutados en 523 después de la captura de Nagra. La Fe se salvó de su posterior extinción en este periodo únicamente por la intervención armada del rey de Abisinia. Y, de hecho, desapareció ante las fuerzas invasoras del Islam.

Bajo los Mahometanos

Con la expansión del mahometanismo en Siria, Egipto, Persia y el norte de África, hubo una subyugación gradual del cristianismo. Al comienzo de la invasión, en el siglo octavo, muchos cristianos fueron masacrados por rehusarse a renegar de su religión; más tarde, fueron tratados como ilotas, sujetos a impuestos especiales, y con la posibilidad de perder sus bienes o la vida misma al capricho del califa o del pueblo. En España, el primer gobernante mahometano que instauró la persecución violenta de los cristianos fue el virrey Abderrahmán II (812-52). La persecución comenzó en 850, fue continuada por Mohamed (852-87) y continuó sin interrupciones hasta el 960, cuando los cristianos eran lo suficientemente fuertes para intimidar a sus perseguidores. El número de mártires fue pequeño, Eulogio, Arzobispo de Toledo (11 de marzo de 859), quien nos ha dejado un recuento de la persecución, es el más famoso de ellos (ver MAHOMA Y EL MAHOMETANISMO).

Bajo los Iconoclastas

Los problemas traídos al seno de la Iglesia del Este por los emperadores iconoclastas cubren un periodo de 120 años. León III (el isáurico) publicó dos edictos contra las imágenes cerca de los años 726 y 730. La ejecución de estos edictos resistida tajantemente. Los papas Gregorio II y Gregorio III protestaron con un lenguaje vigoroso contra el reformista autocrático, y la gente recurrió a la violencia abierta. Pero Constantino V (Copronymus, 741-75) continuó con la política de su padre, convocando a un concilio en Constantinopla en 745 y luego persiguiendo al partido ortodoxo. Los monjes formaron un objeto especial de su ataque. Los monasterios fueron demolidos, y los mismo monjes fueron vergonzosamente maltratados y ejecutados. Bajo Constantino IV (780-97), a través de la influencia de su madre, la regente Irene, el Séptimo Concilio Ecuménico fue convocado en 787, y se anularon los decretos del Concilio de Copronymus. Pero hubo un resurgimiento de las persecuciones bajo León V (813-20), los obispos que permanecieron firmes, al igual que los monjes, fueron los objetivos especiales de su ataque, mientras que muchos otros fueron asesinados directamente o murieron a consecuencia del tratamiento cruel que sufrían en las cárceles. La persecución, que continuó bajo Miguel II (820-29), alcanzó su fase más fiera bajo Teofilo (829-42). Un gran número de monjes fueron condenados a muerte por este monarca; pero a su muerte (842), las persecuciones terminaron (ver ICONOCLASIA).

III. PERIODO MODERNO

Hemos revisado las persecuciones sufridas por la Iglesia durante su primer milenio de existencia. Durante su segundo milenio ha continuado sufriendo persecuciones en su misión de difundir el Evangelio, y especialmente en Japón y China (ver MÁRTIRES, JAPONESES; MÁRTIRES EN CHINA). También ha tenido que enfrentar los ataques de sus propios hijos, que culminaron en los excesos y las guerras religiosas de la Reforma.

En relación a las persecuciones de católicos irlandeses, ingleses y escoceses, ver INGLATERRA; IRLANDA; ESCOCIA; LEYES PENALES; y los numerosos artículos sobre los mártires individuales, por ejemplo, EDMUND CAMPION, BENDITOBEATO; PLUNKETT, OLIVER, VENERABLE.

Polonia

Durante el último siglo, Polonia ha sufrido la que es tal vez la más notable de las persecuciones recientes. El catolicismo había continuado estableciéndose como religión del país hasta la intervención de Catalina II de Rusia (1762-96). Por medio de intrigas políticas y hostilidad abierta, primero que todo aseguró una posición de soberanía política sobre el país, y luego efectuó la separación de los rutenos de la Santa Sede, y los incorporó a la Iglesia Ortodoxa de Rusia. Nicolás I (1825-55) y Alejandro II (1855-81), reactivaron su política de intimidación y supresión forzada. EL último monarca especialmente, se mostró a sí mismo como un violento perseguidor de los católicos, las barbaridades que fueron cometidas en 1863 fueron tan salvajes como para que se produjera una protesta unida de los gobiernos de Francia, Austria y Gran Bretaña. Después de su muerte, se le concedió a los católicos una cierta medida de tolerancia, y en 1905 Nicolás II le otorgó completa libertad de culto (ver POLONIA; RUSIA).

Para la persecución de los católicos durante el Imperio Otomano, ver TURQUÍA.

En tiempos modernos, sin embargo, un nuevo elemento ha sido añadido a las fuerzas que se oponen a la Iglesia. De hecho ha habido recrudecimientos ocasionales de los “reformistas”, la violencia dictada por un temor frenético al progreso católico. Tales fueron, por ejemplo, los disturbios ocurridos en Charleston y Filadelfia en 1834 y 1844, y el grito de “no papismo” contra el establecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra y Holanda en 1850 y 1853. Pero este no era más que el fantasma de la Reforma. Para la posición de las repúblicas Suramericanas durante el siglo IXX, ver los artículos de esos países.

Liberalismo

Un nuevo espíritu de oposición aparece en el llamado “liberalismo” y el Libre Pensamiento, cuya influencia ha caído sobre los países católicos al igual que sobre los protestantes. Su origen se puede buscar en la filosofía infiel del siglo XVIII. A finales de ese siglo había crecido tan fuertemente que podía amenazar a la Iglesia con violencia armada. En Francia, seiscientos eclesiásticos fueron asesinados por Jourdan, “el Decapitador”, en 1791, y el año siguiente trescientos eclesiásticos, incluyendo un arzobispo y dos obispos, fueron cruelmente masacrados en la cárcel de París. El Reino del Terror terminó en 1795. Pero el espíritu de infidelidad que triunfó entonces, siempre ha visto y encontrado oportunidades para la persecución. Y ha sido asistido por los empeños de los llamados gobiernos católicos para subordinar la Iglesia al Estado, o para separar los dos poderes. En Suiza, los católicos tan encolerizados por los ataques del partido liberal sobre su libertad religiosa que ellos resolvieron apelar a las armas. Su Sonderbund (q. v.) o “Liga Separada” triunfó al principio en la guerra de 1843, y a pesar de su derrota final por las fuerzas de la Dieta en 1847, el resultado fue asegurar la libertad religiosa a lo largo de Suiza. Desde entonces, la excitación causada por el decreto sobre Infalibilidad Papal encontró nuevo aliento en otro periodo de legislación hostil; pero los católicos han sido lo suficientemente fuertes para mantener y reforzar su posición en el país.

En los otros países el liberalismo no se ha encaminado en una guerra tan directa contra la Iglesia; aunque los defensores de la Iglesia se han puesto con frecuencia en contra de los revolucionarios que estaban atacando el altar junto con el trono. Pero la historia del siglo 19 revela una constante oposición contra la Iglesia. Su influencia se ha visto reducida por legislaciones adversas, las órdenes monásticas han sido expulsadas y su propiedad confiscada, y, lo que es tal vez más característico de las persecuciones modernas, la religión ha sido excluida de las escuelas y las universidades. El principio subyacente ha sido siempre el mismo, aunque la forma que asume y la oportunidad para su desarrollo son peculiares a las diferentes épocas y lugares. El Galicanismo en Francia, el Josefismo en Austria, y las Leyes de Mayo del Imperio Alemán tienen el mismo principio de subordinar la Iglesia al Gobierno, o separar los dos poderes por medio de un divorcio secular y antinatural. Pero la solidaridad de los católicos y las protestas enérgicas de la Santa Sede con frecuencia triunfan al establecer Concordatos para salvaguardar los derechos independientes de la Iglesia. Los términos de estas concesiones no siempre se han observado por los gobiernos absolutistas o liberales. Sin embargo, han salvado a la Iglesia en tiempos de peligro. Y la separación obligatoria de la Iglesia del Estado, la cual siguió a la renuncia de los Concordatos ha enseñado a los católicos en los países Latinos los peligro del secularismo (q. v.) y cómo ellos deben defender sus derechos como miembros de una Iglesia que trasciende los límites de los estados y naciones, y reconocen una autoridad más allá del alcance de la legislación política. En los países teutones, por otro lado, la Iglesia no se perfila como blanco de los misiles de sus enemigos. Largos años de persecución han hecho su trabajo, y dejaron a los católicos con un necesidad muy grande y un sentido aún mayor de solidaridad. Hay menos riesgo de confundir al amigo y al enemigo, y el progreso de la Iglesia se hace más evidente.

GENERAL: SYDNEY SMITH, The Pope and the Spanish Inquisition in The Month, LXXIV (1802), 375-99; cf. Dublin Review, LXI (1867), 177-78; KOHLER, Reform und Ketzerprocess (Tübingen, 1901); CAMUT, La Tolérance protestante (Paris, 1903); RUSSELL, Maryland; The Land of Sanctuary (Baltimore, 1907); PAULUS, Zu Luthers These über die Ketzerverbrennung in Hist. Polit. Blätter, CXL (1908), 357-67; MOULARD, Le Catholique et le pouvoir coercitif de l'Eglise in Revue pratique de l'Apologétique, VI (1908), 721-36; KEATING, Intolerance, Persecution, and Proselytism in The Month, CXIII (1909), 512-22; DE CAUZOUS, Histoire de l'Inquisition en France, I (Paris, 1909). ROMAN MARTYRS: An exhaustive and reliable work is Allard, "Les Persécutions" (5 vols., Paris, 1885); also his "Ten Lectures on the Martyrs" (New York, 1907); and for an exhaustive literature see Healy, "The Valerian Persecution" (Boston). JULIAN THE APOSTATE: SOZOMEN, Hist. Eccl., V, 11; SOCRATES, III, 15; AMMIANUS MARCELLINUS, XXI-XXV; TILLEMONT, Mémoires, VII, 322-43; 717-45; LECLERCQ, Les Martyrs, III (Paris, 1904); ALLARD, Le Christianisme et l'empire romain de Néron à Théodore (Paris, 1897), 224-31; IDEM, Julien l'Apostat, III, 52-102; 152-158 (Paris, 1903); DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise, II (Paris, 1907), 328-35. PERSIA: SOZOMEN, op. cit., 9-14; Acta Sanctorum Martyrum, ed. ASSEMANI, I (Rome, 1748), Syriac text with Lat. tr.; Acta Martyrum et Sanctorum, II, III, IV, ed. BEDJAN (Leipzig, 1890-95), Syriac text (for discussion of these two authorities See DUVAL, Littérature syriaque (Paris, 1899), 130-43). A list of martyrs who suffered under Sapor II was first published by WRIGHT and reproduced in the Martyrologium Hieronymianum by DE ROSSI AND DUCHESNE in Acta SS., Nov., II, part I, lxiii (Brussels, 1894); HOFFMANN, Auszüge aus syrischen Akten persischer Martyrer, text, tr., and notes (Leipzig. 1886); LECLERCQ, op. cit., III; DUVAL, Littérature syriaque (Paris, 1897), 129-47; LABOURT, Le Christianisme dans l'empire perse (Paris, 1904); DUCHESNE, op. cit. (Paris, 1910), 553-64. GOTHS: KAUFFMAN, Aus der Schule des Wulfila: Auxentii Dorostorensis Epistola de fide, vita et obitu Wulfila (Strasburg, 1899). AUXENTIUS'S account is also found in WAlTZ, Ueber das leben und die lehre des Ulfila (Hanover, 1840); HODGKIN, Italy and her Invaders, I (Oxford, 1892). 80-93; DUCHESNE, op. cit., II (Paris, 1908); SCOTT, Ulfilas, Apostle of the Goths (Cambridge, 1885). For general account of Goths and Catholicism, See UHLHORN, Kampfe und Siege des Christentums in der germanischen Welt (Stuttgart, 1898). FOR VISIGOTHS: SOCRATES, op. cit., IV, 33; Contemporary letter on St. Sabas, Acta SS., 12 April; see also later document on St. Nicetas, ibid., 15 Sept., and HODGKIN, op. cit., I, 1, 175; DAHN, Urgeschichte der germanischen und romanischen Volker, I (Berlin, 1881), 426 sq., for Athanaric's persecution; SIDONIUS APOLLINARIS, ep. vii, 6 in Mon. Germ. Hist.: Auct. Antiq., VIII, HODGKIN, op. cit., II, 484, for Euric; JOHN OF BICLARO in Mon. Germ, Hist,: Auct. Antiq., XI, 211; GORRES, Kirche und Staat im Westgotenreich von Eurich bis Leovigild in Theol, Stud. u. Krit. (Gotha, 1893), 708-34; GAMS, Kirchengeschichte Spaniens, I, II (Augsburg, 1862), 4; LECLERCQ, L'Espagne chrétienne (Paris, 1906); ASCHBACH, Gesch. der Westgoten (Frankfort, 1827). FOR OSTROGOTHS: Vita S. Severini in Mon. Germ, Hist.: Auct. Antiq., 1; PAPENCORDT, Gesch, der stadt Rom. (Paderborn, 1857), 62 sq.; PFEILSCHRIFTER, Der Ostrogotenkönig Theodoric der Grosse und die Katholische Kirche in Kirchengeschichtliche Studien, III (Münster, 1896), 1, 2; GRISAR, Geschichte Roms und der Papste im Mittelalter, I (Freiburg im Br., 1901), 86, 481. AMONG THE LOMBARDS: ST. GREGORY THE GREAT, Dialogues, III, 27, 28, 37, 39; iv, 21-23, see HODGKIN, op. cit., VI, 97, 104; PAUL THE DEACON, Historia Langobardorum, I-IV in Mon. Germ. Hist.: Script. Langob. et Ital. (Hanover, 1878), 45 Sq., see HODGKIN, op. cit., V. 68-80; DAHN, op. cit.; GRISAR, op. cit. AMONG THE VANDALS: IDATIUS in Mon. Germ, Hist.: Auct. Antiq., XI, 13-36; MIGNE, P. L., LI; VICTOR VITENSIS, Historia persecutionis Africanœ provinciœ, ed, HALM in Mon. Germ. Hist., loc. cit., III; PETSCHENIG, Corpus Script. eccles. lat., VII (Vienna, 1881); MIGNE, P. L., LVII; PROSPER, Chronicon in Mon. Germ. Hist., loc. cit.. IX; MIGNE, P. L., LI; RUINART, Hist. persec. Vand. in P. L., LVIII; PAPENCORDT, Gesch. der Vandalischen Herrschaft in Afrika (Berlin, 1837); DAHN, op. cit.; HODGKIN, op. cit., II, 229-30, 269-82; LECLERCQ, L'Afrique chrétienne, II (Paris, 1904); IDEM, Les Martyrs, III (Paris, 1904); DUCHESNE, op. cit., III, 626-45. IN ARABIA: FELL, Die Christenverfolgung in Südarabien in Zeitsch. der deutschen morgent. Gesellechaft (1881), XXV. (See ARABIA.) UNDER THE MOHAMMEDANS: PARGOIRE, L'Eglise byzantine, (Paris, 1905), 153-6, 275-9; LECLERCQ, L'Afrique chrétienne, II (Paris, 1904); IDEM, Les Martyrs, IV (Paris, 1905). For Spain: See EULOGIUS and Bibliography; Vita S. Eulogii, by ALVARUS in P. L., CXV, 705 sq.; EULOGIUS, Memoriale Sanctorum seu libri III de martyribus cordubensibus; MIGNE, P. L., CXV, 731; Dozy, Histoire des Mussulmans d'Espagne, II (Leyden, 1861); GAMS, Kirchengesch. Spaniens, II (Ratisbon, 1864); HAINES, Christianity and Islam in Spain, 756-1031 (London, 1889); LECLERCQ, L'Espagne chrétienne (Paris, 1906). ICONOCLASTS: Theodori Studitœ Epistola, P. G., XCIX; TOUGARD, La Persécution iconoclaste d'après la correspondance de S. Théodore Studite in Revue des Questions historiques, L (1891), 80, 118; HERGENROTHER, Photius, I, 226 sqq. (Ratisbon, 1867); LOMBARD, Constantin V, Empereur des Romains (Paris, 1902); PARGOIRE, L'Eglise byzantine de 527-847 (Paris, 1905), contains abundant references to lives and acts of martyrs. MODERN PERIOD: BRÜCK-KISSLING, Gesch. der kath. Kirche im neunzehnten Jahrh. (5 vols., Mainz and Münster, 1908); MACCAFFREY, History of the Catholic Church in the Nineteenth Century (2 vols., Dublin, 1909); GOYAU, L'Allemagne religieuse (3 vols., Paris, 1906).

JAMES BRIDGE Transcrito por Douglas J. Potter Dedicado al Sagrado Corazón de Jesucristo Traducción: Mauricio Acosta Rojas