Neoplatonismo
De Enciclopedia Católica
Sistema de filosofía idealista y espiritualista tendiente al misticismo. Floreció en el mundo pagano de Grecia y Roma durante los primeros siglos de la era cristiana. Es de interés e importancia, no sólo porque es el último intento del pensamiento griego por rehabilitarse a sí mismo y restablecer su vitalidad exhausta mediante el recurso a las ideas religiosas orientales, sino también porque definitivamente entró en servicio del politeísmo pagano y fue usado como arma contra el cristianismo. Su nombre se deriva del hecho de que sus principales representantes obtuvieron su inspiración de las doctrinas de Platón, a pesar de que es bien conocido que varios de los tratados en que ellos se basaron no son obras genuinas de Platón. El neoplatonismo se originó en Egipto, esta circunstancia, por sí misma, indicaría que, no obstante el sistema haya sido un producto característico del espíritu helenista, fue ampliamente influenciado por los ideales religiosos y las tendencias místicas del pensamiento oriental.
Para entender el sistema neoplatónico, así como también entender la actitud del cristianismo hacia él, es necesario explicar la doble finalidad que movió a sus fundadores. Por un lado, el pensamiento filosófico del mundo helénico había probado ser inadecuado para la tarea de la regeneración moral y religiosa. El estoicismo, epicureismo, eclecticismo y aún el escepticismo se habían fijado, cada uno, la tarea de hacer felices a los hombres y, cada uno a su turno había fallado. Entonces surgió la convicción de que el idealismo de Platón y las fuerzas religiosas del Oriente podrían unirse bien, en un movimiento filosófico que daría definición, homogeneidad y unidad a todos los esfuerzos del mundo pagano por rescatarse a sí mismo de la ruina que lo amenazaba. De otro lado, la fortaleza y, desde el punto de vista pagano, la agresividad del cristianismo, comenzaban a desarrollarse. Llegó a ser necesario, en el mundo intelectual, imponerse a los cristianos, mostrando que el paganismo no estaba totalmente en bancarrota y, en el mundo político, rehabilitar el politeísmo oficial del Estado proporcionando una interpretación de él, que debería ser aceptable en el ámbito de la filosofía. El estoicismo especulativo había reducido los dioses a personificaciones de fuerzas naturales; Aristóteles había negado definitivamente su existencia; Platón se había reído de ellos. Era momento, además, de que el creciente prestigio del cristianismo debiera ser opacado por una filosofía que, invocando la autoridad de Platón, a quien los cristianos reverenciaban, no sólo mantuviera a los dioses, sino que hiciera de ellos parte esencial de un sistema filosófico. Este fue el origen del neoplatonismo. Sin embargo, se debe añadir que, en tanto la filosofía que surgía de estas fuentes era platónica, no desdeñaba el apropiarse de elementos del aristotelismo y aun del epicureismo, articulándose en un sistema sincrético.
Precursores del Neoplatonismo.
Entre los más o menos platónicos eclécticos, que son considerados como los precursores de la Escuela Neoplatónica, los más importantes son Plutarco, Máximo, Apuleyo, Enesidemo y Numenio. El último mencionado, que floreció hacia el fin del siglo segundo después de Cristo, tuvo una influencia directa e inmediata sobre Plotino, el primer neoplatónico sistemático. Enseñó que hay tres dioses: el Padre, el Hacedor (Demiurgo) y el Mundo. Filón el Judío (ver Filón Judío), quien destacó en la mitad del siglo primero, fue también un precursor del neoplatonismo, aunque es difícil de decir si su doctrina de la mediación del Logos tuvo una influencia directa en Plotino.
Amonio Saccas
Amonio Sacas, un estibador de los muelles de Alejandría, se considera el fundador de la Escuela Neoplatónica. Como no dejó escritos, es imposible decir cuáles fueron sus enseñanzas. Sabemos, no obstante, que tuvo una extraordinaria influencia sobre hombres como Plotino y Orígenes, quienes voluntariamente abandonaron a los profesores profesionales de Filosofía para escuchar sus discursos sobre la sabiduría. Según Eusebio, Amonio nació de padres cristianos, pero se convirtió al paganismo. Su fecha de nacimiento se considera el 242.
Plotino
Plotino, nacido en Licópolis de Egipto, vivió del 205 al 270, fue el primer filósofo sistemático de la escuela. Cuando tenía 28 años fue llevado por un amigo a escuchar a Amonio y, desde entonces, durante once años, continuó asistiendo con provecho a las lecciones del estibador. Al final del primer discurso que había escuchado, exclamó: “Éste es el hombre que estaba buscando”. En el 242 acompañó al emperador Gordiano a Mesopotamia, pretendiendo ir a Persia. En el 244 fue a Roma, donde, durante diez años, enseñó Filosofía, contándose entre sus oyentes y admiradores al Emperador Galiano y su esposa Solonia. En el 263 se retiró a Campania con algunos discípulos, incluyendo Porfirio, y allá murió en el 270. Sus obras, consistentes en cincuenta y cuatro tratados, fueron editadas por Porfirio en seis grupos de nueve. Por esto son conocidas como las Enéadas. Las Enéadas fueron primero publicadas en una traducción latina por Marsilio Ficino (Florencia, 1492); entre las mejores las ediciones recientes están la de Breuzer y Moser (Oxford, 1855) y la de Kirchoff (Leipzig, 1856). Partes de las Enéadas han sido traducidas al inglés por Taylor (Londres, 1787-1817).
El punto de partida de Plotino es el de un idealista. Enfrenta lo que considera la paradoja del materialismo, es decir, la afirmación de que la sólo existe la materia, con una enfática aserción de la existencia del espíritu. Si el alma es espíritu, se sigue que no puede haberse originado del cuerpo ni de un agregado de cuerpos. La verdadera fuente de la realidad está sobre nosotros y no debajo. Es el Uno, el Absoluto, el Infinito. Es Dios. Dios excede todas las categorías del pensamiento finito. No es correcto decir que Él es un Ser o una Mente. Es el Super-Ser, la Super-Mente. Los únicos atributos que le pueden ser aplicados propiamente son Bien y Uno. Si Dios fuera solamente Uno, debería permanecer en su unidad indiferenciada por siempre, y no sería nada sino Dios. El es, sin embargo Bien y, la bondad como la luz, tiende a difundirse por sí misma. Del Uno emana en primer lugar el Intelecto (Nous), que es la imagen del Uno. Y es al mismo tiempo un derivado parcialmente diferenciado, porque es el mundo de las ideas, en el que están los múltiples arquetipos de las cosas. Del intelecto emana una imagen en la que hay una tendencia a la diferenciación dinámica, es llamada el Mundo-Alma, es el lugar donde residen las de fuerzas, como el Intelecto es el lugar donde residen las ideas. Del Mundo-Alma emanan las fuerzas (una de ellas es el alma humana), éstas, por una serie de sucesivas degradaciones hacia la nada llegan a ser finalmente materia, lo no-existente, la antítesis de Dios. Todo este proceso es llamado emanación o flujo. Es descrito en lenguaje figurativo, y su valor filosófico preciso no está determinado. De modo similar el Uno, Dios, se describe como luz, y la materia se dice que es oscuridad. La materia es, de hecho, para Plotino, esencialmente lo opuesto al Bien; es el mal y la fuente del mal. Es irrealidad y, donde está presente, hay no sólo una falta de bondad sino también una falta de realidad. Dios es el único que está libre de materia; tan sólo Él es Luz; sólo Él es plenamente real. Por doquier hay parcial diferenciación, parcial oscuridad, parcial irrealidad; en el intelecto, en el Mundo-Alma, en las Almas, en el universo material. Dios, lo real, lo espiritual, es además contrastado con el mundo, lo irreal, lo material. Dios es noumeno, todo lo demás es apariencia o fenómeno.
El hombre, estando compuesto de cuerpo y alma, es parcialmente como Dios, espiritual y, parcialmente como la materia, lo opuesto a lo espiritual. Es su deber intentar retornar a Dios eliminando de su ser, sus pensamientos y sus acciones, todo lo que es material y tiende a separarlo de Dios. El alma viene de Dios. Existe antes de su unión con el cuerpo; su sobrevivencia después de la muerte es difícil de probar. Retornará a Dios por medio del conocimiento, porque lo que la separa de Dios es la materia y las condiciones materiales, que son sólo ilusiones o apariencias engañosas. El primer paso, en el retorno del alma a Dios es el acto por el que el alma, saliendo del mundo sensorial por un proceso de purificación (catarsis), se libera por sí misma de la trama de la materia. Luego, habiéndose retirado dentro de sí misma, el alma contempla en sí el Intelecto interior. De la contemplación del Intelecto interior, alcanza la contemplación del Intelecto superior y, desde éste llega a la contemplación del Uno. No puede, sin embargo acceder a la última etapa sino por revelación, que es un acto libre de Dios, Quien, esparce a Su alrededor la luz de su propia grandeza, enviando hacia el alma del filósofo y santo una especial luz que lo capacita para ver a Dios en sí mismo. Esta intuición del Uno llena de tal modo el alma que excluye toda conciencia y sentimiento, reduce la mente a un estado de absoluta pasividad, y hace posible la unión del hombre con Dios. El éxtasis (ektasis) por el que esta unión se alcanza es la felicidad suprema del hombre, el fin de todo su comportamiento, la culminación de su destino. Es una felicidad que no recibe incremento por que el tiempo se prolongue. Una vez que el filósofo-santo la ha logrado, éste queda confirmado, por así decir, en gracia. De aquí en adelante para siempre, él es un ser espiritual, un hombre de Dios, un profeta y hacedor de maravillas. Comanda todas las potencias de la naturaleza, y aun doblega, según su voluntad, a los mismos demonios. Ve el futuro y, en cierto sentido comparte tanto la visión, como la vida de Dios.
Porfirio
Porfirio, que en belleza y lucidez de estilo supera a todos los otros seguidores de Plotino y se distingue también por la dureza de su oposición a los cristianos, nació en el 233 d.c., probablemente en Tiro. Después de haber estudiado en Atenas, visitó Roma, y llegó a ser ahí un devoto discípulo de Plotino, a quien acompañó a Campania en el 263. Murió hacia el 303. De su obra “Contra los Cristianos”, sólo unos pocos fragmentos, conservados en las obras de los Apologistas Cristianos han llegado hasta nosotros. A partir de esos pasajes se nota que dirigió su ataque a lo largo de las líneas de lo que hoy llamaríamos criticismo histórico del Antiguo Testamento y el estudio comparado de las religiones. Su obra “De Antro Nympharum” es una elaborada interpretación alegórica y una defensa de la mitología pagana. Sus Aphormai (Sentencias) son una exposición de la filosofía de Plotino. En sus escritos biográficos, incluidas las “Vidas” de Pitágoras y Plotino, se esfuerza para mostrar que estos hombres enviados por Dios, no fueron sólo modelos de santidad filosófica, sino también thaumatourgoi o hacedores de milagros, dotados de poderes teúrgicos. La más conocida de todas sus obras es un tratado lógico titulado eosagoge, o “Introducción a las Categorías de Aristóteles”. Según una traducción latina hecha por Boecio. Esta obra fue ampliamente usada en la Alta Edad Media, y ejerció considerable influencia en el desarrollo de la Escolástica. Tal como es bien sabido, un pasaje del “Isagogue”, dio ocasión para la célebre controversia de los universales en los siglos once y doce. En sus obras expositivas sobre la filosofía de Plotino, Porfirio pone mucho énfasis sobre la importancia de las prácticas teúrgicas. Sostiene, por supuesto, que las prácticas ascéticas son el punto de partida del camino de perfección. Uno debe comenzar el proceso de perfección “adelgazando el velo de la materia” (el cuerpo), que se mantiene entre el alma y las realidades espirituales. Entonces, como medio de posterior avance, uno debe cultivar la contemplación de sí mismo. Una vez que la etapa de contemplación de sí mismo ha sido alcanzada, el siguiente progreso hacia la perfección depende de la consulta de oráculos, adivinación, sacrificios no sangrientos a los dioses superiores, y sacrificios sangrientos a los demonios o poderes inferiores.
Jámblico
Jámblico, nacido en Siria, fue discípulo de Porfirio en Italia, y murió hacia el año 330, mientras que fue inferior a su maestro en potencia expositiva, parece haber tenido una más firme comprensión de los principios especulativos del Neoplatonismo y modificó más profundamente las doctrinas metafísicas de la escuela. Sus obras llevan el título comprehensivo de “Sumario de doctrinas pitagóricas”. Ya sea él o un discípulo suyo es el autor del tratado "De Mysteriis Aegyptiorum" (Primeramente publicado por Gale, Oxford, 1678 y después por Parthley, Berlín, 1857), el libro es un producto de su escuela y prueba que, como Porfirio, enfatizó el factor mágico o teúrgico en el esquema neoplatónico de la salvación. Considerando el aspecto especulativo del sistema de Plotino, dedicó atención a la doctrina de la emanación, que modificó hacia su acabamiento y mayor consistencia. La naturaleza precisa de la modificación no está clara. Es seguro, sin embargo, afirmar que, en general, anticipó el esfuerzo de distinguir tres momentos o etapas subordinadas en el proceso de emanación.
Mientras estos defensores filosóficos del neoplatonismo fueron dirigiendo sus ataques contra el cristianismo, representantes de la escuela en los aspectos más prácticos de la vida y aun en los más altos lugares de autoridad, se movieron hacia un campo de batalla más efectivo en nombre de la escuela. Hierocles, procónsul de Bitinia durante el reinado de Diocleciano (284-305), no sólo persiguió a los cristianos de su provincia, sino que escribió una obra ahora perdida, titulada “El discurso de un amante de la verdad, contra los cristianos”, levantando los reclamos del rival de la filosofía neoplatónica. Él, como Juliano el Apóstata, Celso, y otros, se activaron principalmente a causa de la declaración hecha por el cristianismo de ser, no una religión nacional como el judaísmo, sino una religión mundial, o universal. Juliano resumió el argumento de la filosofía contra el cristianismo así: ”El gobierno divino no se realiza mediante una sociedad especial (como la Iglesia Cristiana) que enseña una doctrina con autoridad, sino a través del orden del universo visible y toda la variedad de instituciones cívicas y nacionales. La armonía subyacente de ésta debe descubrirse por el examen libre en que consiste precisamente la filosofía.” (Whittaker, "Neo-Platonists", p. 155). A la luz de este principio de política pública es que debemos ver el intento de Jámblico de ofrecer una sistemática defensa del politeísmo. Sobre el Uno, dice, está el Absolutamente Primero. Desde el Uno, que es en sí mismo un derivado, deriva el intelecto que, como Intelectual e Inteligible, es dual. Tanto el Intelectual como el Inteligible están divididos en triadas, que son los dioses supraterrenales. Debajo de éstos, y subordinados a ellos, están los dioses terrenales, que subdivide en trescientos sesenta seres celestiales, setenta y dos órdenes de dioses infracelestiales y cuarenta y dos órdenes de dioses naturales. Próximos a éstos están los héroes semidivinos de la mitología y los filósofos-santos como Pitágoras o Plotino. Según esto, es evidente que el neoplatonismo cesó por entonces de ser una cuestión meramente académica. Entró muy vigorosamente en la contienda concertada contra el cristianismo. Al mismo tiempo, no cesó de ser una fuerza que podía invocar la unificación de los restos sobrevivientes de la cultura pagana. Tal como lo sostuvo la filósofa Hipatia, cuya suerte a manos de una turba cristiana en Alejadría, en el año 422, fue arrojada como un reproche a los cristianos (ver Cirilo de Alejandría). Entre los contemporáneos de Hipatia en Alejandría estuvo otro Hierocles, autor de un comentario de los “Versos dorados” pitagóricos.
Proclo
Proclo, el más sistemático de todos los neoplatónicos y, por tal razón, conocido como “el escolástico del neoplatonismo”, es el principal representante de la fase de pensamiento filosófico que se desarrolló en Atenas durante el siglo quinto, y terminó en el año 529 cuando, por un edicto de Justiniano, las escuelas filosóficas de Atenas fueron clausuradas. El fundador de la Escuela de Atenas fue Plutarco, apodado el Grande (no Plutarco de Queronea, autor de “Vidas de hombres ilustres”), que murió en el 431. El más distinguido miembro de esta escuela fue Proclo, que nació en Constantinopla en el 410, estudió lógica aristotélica en Alejandría y, cerca del 430, llegó a ser discípulo de Plutarco en Atenas. Murió allí en el 485. Es autor de varios comentarios sobre Platón, de una colección de himnos a los dioses, y de varias obras de matemáticas junto con tratados filosóficos. Los más importantes son: “Elementos de Teología”, stoicheiosis theologike, (impreso en la edición de París de las Obras de Plotino); “Teología Platónica” (impreso en1618, en traducción al Latín, por Aemilius Portus); tratados más breves sobre el Destino, el Mal, la Providencia, etc., que existen sólo en una traducción latina hecha por Guillermo de Moerbeka en el siglo trece. Estas obras están reunidas en la edición Cousin, “Procli Opera”, París, 1820-1825. Proclo intentó sistematizar y sintetizar los distintos elementos del neoplatonismo por medio de la lógica aristotélica. El principio cardinal sobre el que este intento descansa es la doctrina, ya prefigurada por Jámblico y otros, de que en el proceso de emanación hay siempre tres etapas subordinadas, o momentos, llamados: el original (mone), la emergencia del original (proodos) y el retorno al original (epistrophe). La razón de estos principios se enuncia así: el derivado es a la vez diferente del original y semejante a éste; su diferencia es la causa de su derivación y, su semejanza es la causa o razón de su tendencia a retornar. Toda emanación es, además, en serie. Constituye una cadena descendente desde el Uno a su antítesis, que es la materia. De la primera emanación del Uno provienen las “henadas”, los supremos dioses que ejercen la providencia sobre los acontecimientos mundanos; de las henadas proviene la tríada, inteligible, inteligible-intelectual, e intelectual, correspondiente al ser, a la vida y al pensamiento; cada uno de estos es, a su vez, origen de una “hebdómada”, una serie correspondiente a las principales divinidades del panteón pagano: de éstas derivan las “fuerzas” o “almas”, que sólo son operativas en la naturaleza, aunque, dado que son los derivados más inferiores, su eficacia es la menor. La materia, antítesis del Uno, es inerte, muerta y, no puede ser causa de nada excepto de imperfección, error y mal moral. El nacimiento de un ser humano es el descenso de un alma en la materia. El alma, sin embargo, puede ascender y volver a descender en otro nacimiento. La ascensión del alma es ocasionada por el ascetismo, la contemplación y la invocación de poderes superiores por magia, adivinación, oráculos, milagros, etc.
Los últimos neoplatónicos
Proclo fue el último gran representante del neoplatonismo. Su discípulo, Marino, fue maestro de Damasco, quien representó a la escuela en el momento en que fue suprimida por Justiniano en el 529. Damasco fue acompañado en su exilio a Persia por Simplicio, célebre comentador neoplatónico. Hacia la mitad del siglo sexto, Juan Filopón y Olimpiadoro destacaron en Alejandría como exponentes del neoplatonismo. Ellos fueron, como Simplicio, comentaristas. Cuando llegaron a ser cristianos, el curso de la escuela de Platón terminó. El nombre de Olimpiadoro es el último en la larga fila de escolarcas que comenzó con Espeusipo discípulo y sobrino de Platón.
Influencia del Neoplatonismo
Los pensadores cristianos, casi desde el principio de la especulación cristiana, encontraron en el espiritualismo de Platón una poderosa ayuda para defender y mantener una concepción del alma humana que el materialismo pagano rechazaba, pero que la iglesia cristiana aceptaba irrevocablemente. Todas las primeras refutaciones del materialismo psicológico son platónicas. Así también, cuando las ideas de Plotino comenzaron a prevalecer, los escritores cristianos aprovecharon del respaldo prestado por la doctrina de que hay un mundo espiritual más real que el mundo de la materia. Después, hubo filósofos cristianos, como Nemesio (que tuvo su auge hacia el 450), quien asumió el entero sistema del neoplatonismo de manera que fuera considerado consonante con el dogma cristiano. Lo mismo puede ser dicho de Sinesio (Obispo de Ptolemaica, c.41), excepto que él, habiendo sido pagano, aún después de su conversión, no abandonó la idea de que el neoplatonismo tuvo valor como una fuerza que unificó los diversos factores de la cultura pagana. Al mismo tiempo hubo elementos en el neoplatonismo a los que recurrieron con fuerza los herejes, especialmente los Gnósticos, y estos elementos fueron más o menos fuertemente acentuados en las doctrinas heréticas: así S. Agustín, que conoció los escritos de Plotino según una traducción latina, se vio obligado a excluir de su interpretación del platonismo varios de los postulados que caracterizaron a la escuela neoplatónica. De este modo, llegó a profesar un platonismo que, en varios aspectos está más cerca de la doctrina de los diálogos de Platón que de la filosofía de Plotino y Proclo. El escritor cristiano cuyo neoplatonismo tuvo más amplia influencia en la posteridad, y que además reprodujo con mayor convicción las doctrinas de la escuela, es el Pseudo-Dionisio (ver DIONISIO, EL PSEUDO AEREOPAGITA). Las obras “De divinis nominibus”, “De hierachia coelesti”, etc., se admite ahora que fueron escritas el final del siglo quinto, o durante las primeras décadas del siglo sexto. Provienen de la pluma de un cristiano platónico, un discípulo de Proclo, probablemente un alumno inmediato de este profesor, como queda claro por el hecho de que él incorpora, no sólo las ideas de Proclo, sino además largos pasajes de sus escritos. El autor, ya sea intencionalmente de su parte, o por algún error de parte de sus lectores, fue identificado con Dionisio, quien es mencionado en los Hechos de los Apóstoles como convertido por S. Pablo. Posteriormente, en especial en Francia, fue además identificado con Dionisio el primer obispo de París. Ocurrió entonces que las obras del Pseudo-Aereopagita, después de haber sido usadas en Oriente, primero por los monofisitas y luego por los católicos, llegaron a ser conocidas en Occidente y ejercieron una amplia influencia a través de toda la edad media. Fueron traducidas al latín por Juan Escoto Eriúgena hacia la mitad del siglo noveno y, en esta forma fueron estudiadas y comentadas, no sólo por escritores místicos, tales como los Victorinos, sino también por típicos representantes de la escolástica como S. Tomás de Aquino. Ninguno de los escolásticos posteriores, sin embargo, adoptó en su total dimensión la metafísica del Pseudo-Aeropagita en sus principios esenciales, como lo hizo Juan Escoto Eriúgena en su “De divisione naturae”.
Después de la supresión de la escuela de filosofía de Atenas por Justiniano en el 529, los representantes del neoplatonismo fueron, según se ha visto, a Persia. No permanecieron por mucho tiempo en ese país. Otro éxodo, tuvo consecuencias más permanentes. Un número de griegos neoplatónicos asentados en Siria llevaron consigo las obras de Platón y Aristóteles, que fueron traducidas al siríaco y después al árabe, hebreo y latín y así, hacia la mitad del siglo doce comenzaron a reingresar a la Europa cristiana a través de la España morisca. Estas traducciones estuvieron acompañadas de comentarios que continuaron la tradición neoplatónica comenzada por Simplicio. Al mismo tiempo un número de obras filosóficas anónimas, escritas en su mayor parte bajo la influencia de la escuela de Proclo, algunas de las cuales fueron adscritas a Aristóteles, comenzaron a ser conocidas en la Europa cristiana, y no dejaron de influir en la escolástica. Asimismo, obras como “Fons Vitae” de Avicebrón, que fueron conocidas como de origen judío o árabe, fueron neoplatónicas, y contribuyeron a determinar la doctrina de los escolásticos. Por ejemplo la doctrina de Escoto de la materia primo-prima es reconocida por el mismo Escoto como derivada de Avicebrón. No obstante todos estos hechos, la filosofía escolástica fue aristotélica en su espíritu y método; explícitamente rechazó varias de las interpretaciones neoplatónicas, tal como la unidad del Intelecto Agente. Por esta razón todos los críticos sin prejuicios concuerdan que es una exageración describir el conjunto de la escolástica meramente como un episodio en la historia del neoplatonismo. En época reciente este punto de vista exagerado ha sido defendido por M. Picavet en su "Esquisse d'une histoire comparée des philosophies médiévales" (Paris, 1907).
Los elementos neoplatónicos en el “Paradiso” de Dante han tenido origen en su interpretación de los escolásticos. No es sino hasta el surgir del humanismo en el siglo quince cuando las obras de Plotino y Proclo fueron traducidas y estudiadas con el celo que caracterizó a los platónicos del Renacimiento. Fue entonces cuando, los elementos teúrgicos o mágicos presentes en el neoplatonismo se hicieron populares. La misma tendencia se ha encontrado en “Eroici Furori” obra de Bruno, interpretando a Plotino en la dirección de un materialismo panteísta. El rechazo activo del materialismo por los platónicos de Cambridge en el siglo diecisiete, consiguió que reviviera el interés por los neoplatónicos. Un eco de esto se aprecia en la obra de Berkeley titulada “Siris”, la última fase de oposición al materialismo. Cualquier elemento neoplatónico que sea reconocido en trascendentalistas, como Schelling o Hegel, difícilmente puede citarse como sobreviviente de los principios filosóficos. Ellos son más bien influencias inspirativas como las que encontramos en poetas platónicos tales como Spencer y Séller.
CREUZER AND MOSER, edd., Plotini opera (Oxford, 1835) tr. TAYLOR (London, 1794-1817); JOHNSON (tr.), Three Treatises of Plotinus (Osceola, Missouri, 1880); COUSIN, Procli Opera (Paris, 1864), tr, TAYLOR (London 1789 and 1825); NAUCK ed., Porphyrii opuscula (Leipzig, 1860 and 1886), tr. TAYLOR; IDEM, tr. (London, 1823); WHITTAKER, The Neo-Platonists (Cambridge, 1901); BIGG, The Christian Neo-Platonists of Alexandria (Oxford, 1886); Neoplatonism (London, 1895); VACHEROT, L'Ecole d'Alexandrie (Paris, 1846-1851); SIMON, Histoire de l'école d'Alexandrie (Paris, 1843-1845); ZELLER, Philosophie der Griechen, III (4th ed., Leipzig, 1903), 2,468 sqq.; TURNER, History of Philosophy (Boston, 1903), 205 sqq.
WILLIAM TURNER Trascrito en su versión original en inglés por Geoffrey K. Mondillo Traducido por Luis Francisco Eguiguren Callirgos