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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Milenio y Mileniarismo

De Enciclopedia Católica

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La idea fundamental del milenarismo, como es entendido por los escritores Cristianos, puede ser puesta del siguiente modo: Al fin de los tiempos, Cristo retornará en todo Su esplendor para reunir juntos a todos los justos, para aniquilar los poderes hostiles, y para fundar un reino glorioso sobre la tierra para el disfrute de las más altas bendiciones espirituales y materiales; Él Mismo reinará como su rey, y todos los justos, incluidos los santos llamados a la vida, participarán en ello. Al cierre de este reino los santos entrarán al cielo con Cristo, mientras los malvados, quienes también serán resucitados, serán condenados a eterno castigo. La duración de este glorioso reino de Cristo y Sus santos sobre la tierra, es frecuentemente considerada de mil años. Es por ello que es comúnmente conocido como “milenio”, mientras que la creencia en la futura realización del reino es llamado “milenarismo” (o “chiliasmo”, del Griego chilia , scil. ete .)

Este término de mil años, sin embargo, no es de ningún modo un elemento esencial del milenio como es concebido por sus adherentes. La extensión, detalles de su realización, condiciones, lugar, del milenio fueron descriptos de diversos modos. Son esenciales los siguientes puntos:

el pronto retorno de Cristo en Todo su poder y gloria, el establecimiento de un reino terrenal con los justos. la resurrección de los santos muertos y su participación en el reino glorioso, la destrucción de los poderes hostiles a Dios, y. al final del reino, la resurrección universal con el juicio final, después del cual los justos entrarán al cielo, mientras que los malvados serán enviados al eterno fuego del infierno. Las raíces de la creencia en un reino glorioso, parcialmente natural, parcialmente sobrenatural, se encuentran en las esperanzas de los Judíos en un Mesías temporal y en la apocalíptica Judía. Bajo la irritante presión de sus circunstancias políticas la expectativa en la mente Judía de un Mesías que liberaría al pueblo de Dios, asumió un carácter que fue en gran medida terrenal; los Judío anhelaban sobre todo un salvador que los liberara de sus opresores y restaurara el anterior esplendor de Israel. Estas expectativas generalmente incluían la creencia de que Jehová conquistaría a todos los poderes hostiles a Él y a su pueblo escogido, y que establecería un definitivo glorioso reino de Israel. Los libros apocalípticos, principalmente el libro de Henoch y el cuarto libro de Esdras, indican varios detalles de la llegada del Mesías, la derrota de las naciones hostiles a Israel, y la unión de todos los Israelitas en el reino Mesiánico, seguido por la renovación del mundo y la resurrección universal.

Lo natural y lo sobrenatural están mezclados en esta concepción del reino Mesiánico como el acto final de la historia del mundo. Las esperanzas Judías en el Mesías, y la descripción de los escritores apocalípticos estaban combinadas; era entre el cierre del orden mundial presente y el comienzo del nuevo, que este sublime reino del pueblo escogido iba a tener lugar. No fue sino natural, que muchos detalles de estas concepciones permanecieran indiferenciadas y confundidas, pero el reino Mesiánico siempre es pintado como algo milagroso, aunque los colores son a veces mundanos y sensuales. Los registros evangélicos claramente prueban cuan fervientemente los Judíos, en el tiempo de Cristo, esperaban un reino Mesiánico terrenal, pero el Salvador vino a proclamar el reino espiritual de Dios por la liberación de hombre de sus pecados y por su santificación, un reino que en realidad comenzó con Su nacimiento. No hay rastros de chiliasmo que pueda encontrase en los Evangelios o en las Epístolas de San Pablo; todo se mueve en la esfera espiritual y religiosa; aún las descripción del fin del mundo y del juicio final llevan este sello. La victoria sobre la bestia simbólica (el enemigo de Dios y de los santos) y sobre el Anticristo, así como el triunfo de Cristo y Sus santos, son descriptos en el Apocalipsis de San Juan (Revelación 20-21), en figuras que recuerdan las de los escritores apocalípticos Judíos, especialmente de Daniel y de Henoch. Satán es encadenado en el abismo por mil años, los mártires y los justos se levantan de la muerte y comparten el sacerdocio y reinado de Cristo. Aunque es difícil enfocar agudamente las imágenes usadas en el Apocalipsis y las cosas expresadas por ellas, no cabe duda que la descripción completa se refiere al combate espiritual entre Cristo y la Iglesia por un lado y los poderes malignos del infierno y del mundo por otro. No obstante un gran número de Cristianos de la era post-Apostólica, particularmente en Asia Menor, se entregaron tanto a la apocalíptica Judía como para tomar el significado literal de esas descripciones del Apocalipsis de San Juan; el resultado fue que el milenarismo se esparció y ganó acérrimos defensores no solamente entre los heréticos sino también entre los Cristianos Católicos.

Uno de los herejes, el Gnóstico Cerinthus, quien floreció hacia fines del siglo primero, proclamó un espléndido reino de Cristo en la tierra que Él establecería con los santos elevados sobre Su segundo advenimiento, y pintó los placeres de este milenio en gruesos y sensuales colores (Caius en Eusebius, "Hist. Eccl.", III, 28;Dionysius Alex. en Eusebius, ibid., VII, 25). Más tarde entre los Católicos, el Obispo Papias de Hierápolis, un discípulo de San Juan, apareció como un abogado del milenarismo. Reclamaba haber recibido su doctrina de contemporáneos de los Apóstoles, e Irenaeus narra que otro “Presbítero”, quien había visto y escuchado al discípulo Juan, aprendió de él la creencia en el milenarismo como parte de la doctrina del Señor. De acuerdo con Eusebius (Hist. Eccl., 111, 39) Papias en su libro aseveraba que la resurrección de los muertos sería seguida por mil años de un visible glorioso reino terrenal de Cristo, y de acuerdo con Irenaeus (Adv. Haereses, V, 33), él pensaba que los santos también disfrutarían de una superabundancia de placeres terrenos. Habría días en los cuales las viñas crecerían cada una con 10000 rama, y en cada rama 10.000 ramitas, y en cada ramita 10.000 brotes y en cada brote 10.000 racimos y en cada racimo 10.000 uvas, y cada uva produciría 216 galones de vino, etc.

Son encontradas ideas milenaristas en la Epístola de San Barnabas, en el pasaje que trata del sabath Judío; ya que el descanso de Dios en el séptimo día después de la creación es explicado de la siguiente manera. Después de que el Hijo de Dios ha venido y puso fin a la era de los malvados y los juzgó, y después de que el sol, la luna y las estrellas hubieron sido cambiados, entonces el descansará en gloria en el séptimo día. El autor tiene por premisa que, si se dice que Dios creo todas las cosas en seis día, esto significa que Dios completará todas las cosas en seis milenios, ya que un día represente mil años. Es cierto que el escritor invoca el principio de la re-formación del mundo a través del segundo advenimiento de Cristo, pero no está claro en las indicaciones si el autor de la carta era un milenarista en el estricto sentido de la palabra. . San Irenæus de Lion , un nativo del Asia Menor, influenciado por las compañías de San Polycarpio, adoptó ideas milenaristas, discutiéndolas y defendiéndolas en sus trabajos contra los Gnósticos (Adv. Haereses, V, 32). Desarrolló esta doctrina principalmente en oposición a los Gnósticos, quienes rechazaban toda esperanza de los Cristianos en un vida futura feliz, y percibían en el glorioso reino de Cristo en la tierra, principalmente el preludio del reino espiritual final de Dios, el reino de la felicidad eterna. San Justin de Roma, el martir, se opone a los Judíos en su Dialogo con Triphon (ch. 80-1) el principio del milenio y asevera que él y los Cristianos, cuya creencia es correcta en todos los puntos, saben que habrá una resurrección del cuerpo y que el nuevamente construído y agrandado Jerusalén durará por espacio de mil años, pero agrega que habrá muchos que, aunque adhiriendo a la pías enseñanzas de Cristo, no creen en ellas. Un testigo de la continua creencia en el milenarismo en la provincia de Asia es San Melito, Obispo de Sardes en el siglo segundo. Desarrolla el mismo esquema de pensamiento que San Irenæus.

El movimiento Montanístico tiene su origen en Asia Menor. Las expectativas de una pronto advenimiento del la Jerusalén celestial sobre la tierra, que, se pensaba, aparecería en Frigia, estaba íntimamente unida en las mentes de los Montanistas con la idea del milenio. Tertuliano, el protagonista del Montanismo expone la doctrina (en su obra ahora perdida, "De Spe Fidelium" y en "Adv. Marcionem", IV) de que al final de los tiempos el gran Reino prometido, la nueva Jerusalén, será establecida y permanecerá por mil años. Todos esos autores milenaristas apelan a varios pasajes de los libros proféticos del Viejo Testamento, a unos pocos pasajes de las Cartas de San Pablo y al Apocalipsis de San Juan. Aunque el milenarismo ha encontrado numerosos adherentes entre los Cristianos y ha sido sostenido por varios teólogos eclesiásticos, ni en un período post-Apostólico ni en el curso del siglo segundo, aparece como una doctrina universal de la Iglesia o como una parte de la tradición Apostólica. El símbolo Apostólico primitivo menciona, por supuesto, la resurrección de la carne y el regreso de Cristo a juzgar a los vivos y a los muertos, pero no dice una palabra del milenio. Fue el siglo segundo el que produjo no solamente defensores del milenio sino pronunciados adversarios de las ideas Chiliasticas. El Gnosticismo rechazó el milenarismo. En Asia Menor, el principal asiento de las enseñanzas milenaristas, los así llamados Alogi se alzaron contra el milenarismo así como contra el montanismo, pero fueron muy lejos en su oposición, rechazando no solamente el Apocalipsis de San Juan, alegando que Cerinthus era su autor, sino su Evangelio también. La oposición al milenarismo se hizo más general hacia el fin del siglo segundo, yendo de la mano con la lucha contra el Montanismo. El presbítero Romano (fin del siglo segundo y comienzos del tercero) atacó a los milenaristas. Por otra parte, Hipólito de Roma los defendió e intentó una prueba, basando sus argumentos en la explicación alegórica de los seis días de la creación como seis mil años, como habíasele enseñado por la tradición.

El más poderoso adversario del milenarismo fue Origen de Alejandría. En vista del Neo-Platonismo sobre los que estaban fundamentadas sus doctrinas y de método espiritual-alegórico de explicar las Sagradas Escrituras, el no podía tomar partido por los milenaristas. Los combatíó expresamente, y, debido a la gran influencia que sus escritos ejercían en la teología eclesiástica, especialmente en los países Orientales, el milenarismo desapareció gradualmente de la idea de los Cristianos Orientales. Solamente conocemos unos pocos defensores tardíos, principalmente adversarios teológicos de Origen. Alrededor de la mitad del siglo tercero, Nepos, obispo en Egipto, quien inscribió las listas contra el alegorismo de Origen, propuso además ideas milenaristas y ganó algunos adherentes en la vecindad de Arsino. El cisma amenazó, pero la prudente y moderada política de Dionisio, Obispo de Alejandría, preservó la unidad y los chiliastas abandonaron sus opiniones (Eusebius "Hist. Eccl.", VII, 14). Egipto parece haber albergado adherentes al milenarismo en momentos aún más tardíos. Methodio, Obispo de Olimpo, uno de los principales oponentes de Origen a comienzos del siglo cuarto, sustuvo el chiliaismo en su Symposion (IX, 1, 5). En la segunda mitad del siglo cuarto esas doctrinas encontraron su último defensor en Apollinaris, Obispo de Laodicea y fundador del Apollinarismo (q.v.). Sus escritos en esta materia se han perdido, pero San Basil de Caesarea (Epist. CCLXIII, 4), Epiphanius (Haeres. LXX, 36) and Jerome (In Isai. XVIII) testifican que él fue un chiliasta. Jerome además agrega que muchos Cristianos de aquellos tiempos compartían las mismas creencias; pero después de ello, el milenarismo no encontró ningún franco campeón entre los teólogos de la Iglesia Griega

En Occidente, las expectativas milenaristas de un glorioso reino de Cristo y Sus justos, halló adherentes por largo tiempo. El poeta Commodian (Instructiones, 41, 42, 44) como así también Lactantius (Institutiones, VII) proclaman el reino milenario y describen su esplendor, parcialmente dibujandolos sobre las tempranas profecías cuilistas y Sibilinas, parcialmente tomando prestados sus colores de la “edad dorada” de los poetas paganos; pero la idea de los seis mil años de duración del mundo es siempre conspicua. Victorinus de Pettau fue también un milenarista aunque en la copia existente de su comentario sobre el Apocalipsis no pueden ser detectadas alusiones al mismo. San Jerónimo, él mismo un decidido oponente a las ideas milenaristas, tacha a Supicius Severus como adhiriendo a ellas, pero en los escritos de este autor en su forma presente no se puede encontrar nada que avale este cargo. San Ambrosio enseña sin duda, la doble resurrección, pero las doctrinas milenarias no se destacan claramente. Por otra parte, San Agustín fue por un tiempo, como el mismo testifica (De Civitate Dei, XX, 7), un destacado campeón del milenarismo; pero él ubica al milenio después de la resurrección universal y se lo mira con una luz más espiritual (Sermo. CCLIX). Cuando, sin embargo, él acepta la doctrina de sólo una resurrección universal y un juicio final siguiéndola inmediatamente, no puede más adherir al principio más importante del temprano chiliasmo. San Agustín finalmente adhiere a la convicción de que no habrá un milenio. La lucha entre Cristo y Sus santos por un lado y el mundo malvado y Satán por el otro, es librada en la Iglesia sobre la tierra; así el gran Doctor lo describe en su obra De Civitate Dei . En el mismo libro nos da una explicación alegórica del Capítulo 20 del Apocalipsis. El nos dice que la primera resurrección, de la cual este capítulo trata, se refiere al renacimiento espiritual en el bautismo; el sabbath de mil años después de seis mil años de historia es la vida eterna completa – o en sus palabras, el número mil intenta expresar perfección, y el último espacio de mil años debe ser entendido como refiriéndose al fin del mundo; en todos los casos, el reino de Cristo, del que el Apocalipsis habla, solo puede ser aplicado a la Iglesia (De Civitate Dei, XX 5-7). Esta explicación de ilustre Doctor fue adoptada por los teólogos Occidentales que lo sucedieron, y el milenarismo en su forma original no recibió más apoyo. Cerinthus y los Ebionitas son mencionados en los posteriores escritos contra los herejes defensores del milenario, es cierto, pero como separados de la Iglesia. Además, la actitud de la Iglesia hacia el poder secular había experimentado un cambio con su conexión más cercana con el imperio Romano. No hay duda que este cambio en los acontecimientos hizo mucho por despegar a los Cristianos del viejo milenarismo, el que, durante la época de la persecución había sido la expresión de sus esperanzas de que Cristo reaparecería pronto y derribaría a los enemigos de Sus elegidos. Las opiniones Ciliasticas desaparecieron todas lo más rápidamente, porque, como se destaca más arriba, a pesar de su amplia difusión, aún entre sinceros Cristianos, y a pesar de su defensa por prominentes Padres de la primitiva Iglesia, el milenarismo no fue jamás sostenido en la Iglesia Universal como un artículo de fe basado en las tradiciones Apostólicas.

Las Edades Medias nunca fueron corruptas con milenarismo; fue extraño tanto para la teología de ese período como para las ideas religiosas de la gente. Las visiones fantásticas de los escritores apocalípticos ( Joachim de Floris , los Espirituales Franciscanos, el Apostolici ), se refiere solamente a una forma particular de renovación espiritual de la Iglesia, pero no incluye un segundo advenimiento de Cristo. Los “mitos del emperador”, que profetizaban el establecimiento de un feliz reino universal por el gran emperador del futuro, contienen, sin duda, descripciones que recuerdan uno de los antiguos escritos Sibilinos y milenaristas, pero nuevamente falta un rasgo esencial, el retorno de Cristo y la conexión del reino dichoso con la resurrección de los justos. Por lo tanto el propio milenio es desconocido para ellos. El Protestantismo en el siglo dieciseis guió en una nueva época a las doctrinas milenaristas. Los fanáticos protestantes de los primeros años, particularmente los Anabaptistas, creían en una nueva, dorada edad bajo el cetro de Cristo, luego del derrocamiento del papado y de los imperios seculares. En 1534 los Anabaptistas establecieron en Münster (Westfalia) el nuevo Reino de Zion, el que abogaba por la propiedad compartida y las mujeres en común, como un preludio del nuevo reino de Cristo. Sus excesos fueron combatidos y su milenarismo repudiado tanto por la Confesión de Augsberg (art. 17) como por la Helvética (ch. 11), de modo que no obtuvo admisión dentro de las teologías Luterana y Reformada. Sin embargo, los siglos diecisiete y dieciocho produjeron nuevos fanáticos y místicos apocalípticos que esperaban el milenio de una forma u otra: en Alemania, el Bohemio y Moravo Brethren (Comenius); en Francia, Pierre Jurien (L'Accomplissement des Propheties, 1686); en Inglaterra, en época de Cromwell, los Independientes y Jane Leade. Una nueva fase en el desarrollo de las visiones milenaristas entre los Protestantes comenzó con el Pietismo. Uno de los principales campeones del milenio en Alemania fue I.A. Bengel y su discípulo Crusius, a quienes se les unieron luego Rothe , Volch, Thiersch, Lange y otros. Protestantes de Wurtemberg emigraron a Palestina (Comunidades del Temple) con el objeto de estar más cerca de Cristo en Su segundo advenimiento. Ciertas sectas fantásticas de Inglaterra y Norteamérica, tales como los Irvingitas, Mormones, Adventistas, adoptaron ambas visiones: la apocalíptica y la milenarista, esperando el retorno de Cristo y el establecimiento de Su reino en una fecha muy próxima. Algunos teólogos Católicos del siglo diecinueve defendieron un milenarismo moderado y modificado, especialmente en conexión con sus explicaciones del Apocalipsis; como Pagani (The End of the World, 1856), Schneider (Die chiliastische Doktrin, 1859), Rohling (Erklärung der Apokalypse des hl. lohannes, 1895; Auf nachSion, 1901), Rougeyron Chabauty (Avenir de l'Eglise catholique selon le Plan Divin, 1890).

Escrito por J.P. Kirsch.

Transcripto por Donald J. Boon.

Traducido por Luis Alberto Alvarez Bianchi