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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Papa Santo León IX

De Enciclopedia Católica

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(1049 – 54), nació en Egisheim, cerca de Colmar, en los límites de Alsacia, el 21 de junio de 1002; murió el 19 de abril de 1054. Perteneció a una noble familia que dio o iba a dar santos a la Iglesia y gobernantes al Imperio. Se le dio el nombre de Bruno. Su padre Hugo, era primo del emperador Conrado, y tanto Hugo como su esposa Heilewide fueron notorios por su piedad y estudio. Como signo de la tierna conciencia que manifestó ya en su santa infancia, se nos cuenta que, a pesar de haber dado abundantes pruebas de su brillante intelecto, en una ocasión, no le fue posible meditar a partir de un libro excepcionalmente bello que su madre le había comprado. Posteriormente se supo, que dicho libro había sido robado previamente de la Abadía de San Humberto en las Ardenas. Cuando Heilewide restituyó el libro a sus legítimos dueños, los estudios del pequeño Bruno prosiguieron sin inconvenientes. A los 5 años de edad fue puesto al cuidado del enérgico Bertoldo, Obispo de Toul, quien tenía una escuela para los hijos de la nobleza. Inteligente, de cuerpo agraciado, y de carácter alegre, Bruno era un favorito entre sus compañeros. Mientras aún era un joven, y de vacaciones en su hogar, fue atacado por un animal mientras dormía, y herido tan gravemente, que permaneció varios días entre la vida y la muerte. En este estado él vio, como le contaba luego a sus amigos, una visión de San Benito, quien le curó sus heridas, tocándolas con una cruz. Nos relata esto Wiberto, el principal biógrafo de León, quien fuera amigo íntimo del santo mientras era Obispo de Toul.

Bruno se convirtió en canónigo de San Esteban en Toul (1017), y aunque todavía muy joven, ejerció una tranquilizadora influencia sobre Herimann, el colérico sucesor del Obispo Bertoldo. Cuando Conrado, el primo de Bruno, sucedió al emperador Enrique I en 1024, los parientes del santo lo enviaron a la corte del nuevo rey “para el servicio en su capilla”. Sus virtudes se hicieron sentir pronto entre sus compañeros, quienes lo distinguían de otros con su mismo nombre, hablando siempre de él como “el buen Bruno”. En 1026 Conrado partió para Italia, para hacer respetar su autoridad en esa porción de sus dominios, y como Herimann, Obispo de Toul, era demasiado viejo para conducir su contingente en la península, confió su comando a Bruno, por entonces diácono. Existen razones para creer que su nueva ocupación no le era para nada desagradable, ya que los soldados parecen haber ejercido siempre una atracción sobre él. Mientras se encontraba en medio de las armas, murió el Obispo Herimann y Bruno fue inmediatamente elegido para sucederlo. Conrado, quien lo destinaba para mayores cosas, era reacio a permitirle aceptar una sede tan insignificante. Pero Bruno, quien era completamente opuesto a las grandes cosas, y deseaba vivir lo más desapercibido posible, indujo al soberano a permitirle tomar la sede. Consagrado en 1027, Bruno administró la diócesis de Toul por más de 20 años, en una época de estrés y problemas de todo tipo. Debió luchar no sólo contra la escasez, sino con la guerra, ya que Toul, como pueblo fronterizo, estaba muy expuesto. Bruno, de todos modos, se mantuvo a la altura de las circunstancias. El sabía cómo hacer la paz, y de ser necesario, cómo empuñar la espada en defensa propia. Enviado por Conrado a Roberto el Pío, estableció una paz tan firme entre Francia y el imperio que ésta no fue rota ni durante el reinado de los hijos de ambos, Conrado y Roberto. Por otra parte, sostuvo su ciudad episcopal contra Eudes, Conde de Blois, que se rebeló contra Conrado, y “por su sabiduría y esfuerzos” agregó Burgundy al imperio. Mientras fue obispo soportó la pena de la muerte no sólo de su padre y madre, sino también de dos de sus hermanos. Dentro de sus pruebas, Bruno encontró algún consuelo en la música, en la que demostró ser muy eficiente.

El papa germánico Dámaso II murió en 1048, y los romanos enviaron a preguntar a Enrique III, sucesor de Conrado, si les otorgaba como nuevo papa a Halinard, Arzobispo de Lyon, o a Bruno. Ambos impresionaron favorablemente a los romanos cuando los vieron durante su peregrinaje a la ciudad de Roma. Enrique se fijó inmediatamente en Bruno, quien hizo todo lo posible para evitar el honor que su soberano deseaba imponerle. Cuando finalmente fue superado al ser importunado por el emperador, los germánicos y los romanos, accedió a dirigirse a Roma, y aceptar el papado si era electo libremente por la población romana. Él deseaba, al menos, rescatar la Sede de Pedro de la servidumbre de los emperadores germanos. Cuando llegó a Roma, en compañía de Hildebrando, y se presentó ante su gente vestido con ropas de peregrino y descalzo, pero igualmente alto y de buena presencia, ellos gritaron al unísono que sólo él sería su papa y ningún otro. Asumió con el nombre de León, y fue solemnemente entronizado el 12 de febrero de 1049. Antes que León pudiera hacer algo en materia de reformas de la Iglesia en las que había puesto su corazón, debió impedir otro intento de parte del ex papa Benedicto IX de retomar el trono papal. Debió dedicarse luego a asuntos económicos, ya que las finanzas papales estaban en condiciones deplorables. Para su mejor administración, las puso en manos de Hildebrando, un hombre capaz de improvisar lo necesario.

Comenzó luego a trabajar en las reformas que iba a dar a la próxima centuria su carácter, a las cuales su gran sucesor, el papa Gregorio VII llevaría más adelante. En abril de 1049, llevó adelante un sínodo en el cual se condenó a las dos perversiones más notorias de esos días, la simonía y el concubinato de los eclesiásticos. Comenzó luego extensos viajes a través de Europa por la causa de la reforma de las maneras, lo que le dio el derecho pre – eminente de ser denominado “Peregrinus Apostolicus”. Abandonando Roma en mayo, dirigió un concilio de reforma en Pavía, y avanzó a través de Alemania hacia Colonia, donde se reunió con el emperador Enrique III. Junto con él, estableció la paz en Lorraine excomulgando al rebelde Godofredo el Barbudo. A pesar de los celosos esfuerzos del rey Enrique I para prevenir su arribo a Francia, León se dirigió a Reims, donde realizó un importante sínodo, al cual asistieron tanto obispos como abades de Inglaterra. Un enorme número de gente entusiasta de ver al famoso papa, se estableció en la ciudad, “españoles, bretones, francos, irlandeses e ingleses”. Además de excomulgar al Arzobispo de Compostela (se auto – tituló Apostolicus, denominación solo reservada al papa), e impedir el matrimonio entre Guillermo (luego denominado el Conquistador) y Matilde de Flandria, la asamblea estableció muchos decretos de reforma. En su camino de regreso a Roma, León organizó otro sínodo en Mainz, suscitando a su paso en todos lados, opiniones en contra de las grandes perversiones de ese tiempo, y siendo recibido en todas partes con increíble entusiasmo. Aparentemente en conexión con este viaje de retorno se menciona por primera vez la Rosa Dorada. La Abadesa de Woffenheim, en retribución de ciertos privilegios otorgados por el papa, envió a Roma una “rosa dorada” antes del Domingo de Alegría (Domingo “Laetare”), en Cuaresma, día en que, por disposición de León, los papas deben llevarla. También antes de regresar a Roma, discutió con Adalberto, Arzobispo de Bremen, la formación de todos los pueblos escandinavos, incluyendo Islandia y Groenlandia, en un patriarcado, del cual la sede se estableció en Bremen. Este esquema nunca se cumplió, pero mientras tanto León autorizó la consagración de Adalberto como el primer obispo nativo de Islandia.

En enero de 1050, León retornó a Roma, solo para partir casi de inmediato hacia el sur de Italia, donde los sufrimientos de su gente lo reclamaban. Ellos eran oprimidos duramente por los normandos. A las amonestaciones de León los astutos normandos replicaron con promesas, y cuando el papa, luego de desarrollar el concilio de Espoleto, retornó a Roma, continuaron con su opresión como antes. En el usual sínodo pascual que León hacía habitualmente en Roma, se condenó la herejía de Berengario de Tours – una condena que reiteró el papa pocos meses después en Vercelli. Antes de finalizar el año 1050, León comenzó su segundo viaje trasalpino. Fue primero a Toul, para trasladar solemnemente las reliquias de Gerardo, obispo de la ciudad, a quién había canonizado recientemente, y luego a Alemania a entrevistar al emperador Enrique el Negro. Uno de los resultados de este encuentro fue que Hunfrid, Arzobispo de Rabean, fue obligado por el emperador a dejar de actuar como juez independiente de Rabean y sus territorios, y someterse al papa. De regreso a Roma, León organizó otro de sus sínodos pascuales en abril de 1051, y en julio tomó posesión de Benevento. Hostigados por sus enemigos, los habitantes de Benevento concluyeron que su única esperanza de paz era la de someterse ellos mismos a la autoridad del papa. Hicieron esto, y recibieron a León dentro de su ciudad con grandes honores. Mientras permanecía en esta región, León realizó nuevamente esfuerzos para disminuir los excesos de los normandos, pero éstos fueron vapuleados por los lombardos nativos, quienes con tanta locura como maldad masacraron a un buen número de normandos en Abulia. Dándose cuenta que nada podía hacerse con los iracundos normandos sobrevivientes, León retornó a Roma (1051).

El problema normando estuvo presente de allí en más en el ánimo del papa. Constantemente oprimidos por los normandos, la gente del sur de Italia no cesaba de implorar al papa a que viniera en su auxilio. Los griegos, temerosos de ser expulsados también de la península, suplicaron a León a que cooperara también con ellos contra el enemigo común. Esto urgió a León a buscar asistencia en todos lados. Ante el fracaso en conseguirla, intentó nuevamente hacerlo a través de su mediación personal (1052). Pero nuevamente fracasaron sus intentos. Esto lo convenció que solo podría conseguirlo con la espada. En este punto llegó una embajada de los húngaros, solicitando su participación para hacer la paz entre ellos y el emperador. Nuevamente León cruzó los Alpes, pero Enrique, seguro de su éxito, no aceptó los términos propuestos por el papa, con el resultado que su expedición contra los húngaros terminó en un fracaso. Y aunque inicialmente prometió a León que tendría una fuerza germana para pelear contra los normandos, se retractó posteriormente de su promesa, y el papa debió regresar a Italia con unas pocas tropas germanas sostenidas por sus parientes (1053). En marzo de 1053, León se encontraba de regreso en Roma. Como encontró la situación del sur de Italia peor que nunca, reclutó las fuerzas que pudo entre los príncipes de Italia, y declaró la guerra a los normandos, tratando de llegar a una alianza con el general griego. Pero los normandos derrotaron primero a los griegos y luego al papa en Civitella (junio de 1053). Luego de la batalla, León se entregó personalmente a sus conquistadores, quienes lo trataron con el mayor respeto y consideración, y se declararon sus soldados.

Aunque consiguió más con la derrota que lo que podría haber ganado con la victoria, regresó a Benevento como un hombre con el corazón destrozado. La matanza de Civitella estuvo siempre presente para él, quién se encontraba además profundamente turbado por la actitud de Miguel Cerulario, patriarca de Constantinopla. Este ambicioso prelado estaba determinado, si era posible, a no tener ningún superior ni en la Iglesia ni en el estado. Tan temprano como en 1042, comenzó a retirar el nombre del papa de los dípticos sagrados, y rápidamente procedió, primero en privado y luego en público, a atacar a la Iglesia Latina ya que ésta utilizaba pan no fermentado (ázimos) en el Sacrificio de la Misa. A la larga, y también de una manera muy bárbara, cerró las iglesias Latinas de Constantinopla. En respuesta a esta violencia, León envió una severa carta a Miguel (septiembre de 1053), y comenzó a estudiar griego, para intentar comprender mejor los temas en disputa. De todos modos, si Miguel había tomado ventaja de las dificultades del papa con los normandos para llevar adelante sus planes, el Emperador Griego, viendo que sus posesiones en el sur de Italia estaban involucradas en los sucesos normandos, presionó al patriarca a ser más respetuoso del papa. A las cartas reconciliatorias que Constantino y Cerulario despachaban ahora a Roma, León envió las respuestas apropiadas (enero de 1054), reprochando la arrogancia del patriarca. Sus cartas fueron transportadas por dos distinguidos cardenales, Humberto y Federico, pero él había dejado esta vida antes que el trascendental resultado de su embajada fuera conocido en Roma. El 16 de julio de 1054, los dos cardenales excomulgaron a Cerulario, y el Este fue finalmente separado del cuerpo de la Iglesia.

Los anales de Inglaterra demuestran que León tuvo muchas relaciones con éste país, y su santo rey Eduardo. Dispensó al rey de un voto de realizar un peregrinaje a Roma, a condición que entregara limosnas a los pobres, y donara un monasterio en honor de San Pedro. León autorizó también el traslado de la sede de Credition a Exeter, y prohibió la consagración del indigno Abad de Abington (Spearhafor) como Obispo de Londres. A pesar de los problemas que Roberto de Jumièges, Arzobispo de Canterbury, tuvo con la familia del Conde Godwin, él recibió el apoyo del papa, quien le enviara su palio y condenó a Stigand, el usurpador de la sede (1053?). El rey Macbeth, supuesto asesino de Duncan, y a quien Shakespeare inmortalizara, se cree visitó Roma durante el pontificado de León, y se piensa que pueda haber expuesto las necesidades de su alma a tan tierno padre. Luego de la batalla de Civitella León nunca recuperó su espíritu. Alcanzado por una enfermedad mortal, se hizo trasladar a Roma (marzo de 1054), donde falleció con una muerte digna. Enterrado en San Pedro, realizó múltiples milagros tanto en vida como luego de su muerte, y alcanzó su lugar en el Martirologio Romano.

WIBERT and other contemporary biographers of the saint in WATTERICH, Pont. Rom. Vitæ, I (Leipzig, 1862); P. L., CXLIII, etc.; ANSELM OF REIMS, ibid., CXLII; LIBUIN in WATTERICH and in P. L., CXLIII; see also BONIZO OF SUTRI; ST. PETER DAMIAN, LANFRANC, and other contemporaries of the saint. His letters are to be found in P. L., CXLIII; cf. DELARC, Un pape Alsacien (Paris, 1876); BRUCKER, l'Alsace et l'élglise au temps du pape S. Léon (Paris, 1889); MARTIN, S. Léon IX (Paris, 1904); BRÉHIER, Le Schisme Oriental au XIe Siecle (Paris, 1899); FORTESCUE, The Orthodox Eastern Church (London, 1907), v; MANN, Lives of the Popes, VI (London, 1910).

HORACE K. MANN Transcrito por WGKofron Traducido por Ángel Nadales