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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Voluntariado en el pensamiento de Juan Pablo II

De Enciclopedia Católica

Revisión de 22:24 4 sep 2024 por Sysop (Discusión | contribuciones)

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Fuente: Vatican News [1]

Introducción

El tema del voluntariado es un tema del que se ha hablado muchísimo en los últimos tiempos. Se han dado diversas opiniones y perspectivas que reflejan una multitud de visiones y posturas ante éste fenómeno.

Más allá del debate, que ciertamente permanece abierto, podemos decir que el voluntariado es inequívocamente, un signo de los tiempos y que, los voluntarios, en palabras de Juan Pablo II constituyen un “«ejército» de paz difundido en todas las partes de la tierra, y un signo de esperanza para nuestros tiempos.”

Todo esto ante la iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas que en el año 2001 decidiera dedicar ese año como el año internacional del voluntariado.

El voluntariado como virtud es una realidad que sin lugar a dudas ha existido siempre, desde que el hombre es hombre y por lo tanto sujeto moral.

Sin embargo quizás a partir de la década de los años sesenta del siglo pasado el voluntariado como fenómeno y como inquietud cultural ha venido creciendo vertiginosamente y ha ido asumiendo una identidad particular. Podríamos decir que el fenómeno del voluntariado ha ido asumiendo un conjunto de características peculiares y específicas.

Creo que mucho de esto se debe, en parte al tema de los cambios culturales por el fenómeno de la tecnología y por el cambio de paradigmas que la tecnología genera en la vida social y que nos hace muchas veces experimentar en primera persona la necesidad de tantos hombres y mujeres que viven en situación de miseria material como cultural.

Ahora bien, me parece nos corresponde reflexionar en torno a la naturaleza del voluntariado. ¿Qué es el voluntariado? ¿Qué refleja? ¿Por qué vemos hoy en día una conciencia creciente de hacer trabajo voluntario? ¿Por qué se ha puesto de moda en algunos sectores hacer trabajo voluntario? ¿Por qué hoy en día el trabajo comunal o el servicio social (diversos rostros de voluntariado) son requisito indispensable en muchos centros de estudios para aspirar a terminar el ciclo de formación? etc., etc.

Ciertamente el voluntariado no es una realidad que exista privada de un coyuntura histórica y cultural. Nada de eso. El voluntariado es fruto de una perspectiva de la realidad. Esta perspectiva nos remonta al fascinante tema de la cultura y su naturaleza.

Podemos decir además que el voluntariado es hasta cierto punto expresión de cómo una cultura se entiende a sí misma. Es decir hasta cierto punto los valores que una cultura transmite son, los valores que llevan al compromiso de mucha gente generosa y de buena voluntad. Por lo tanto de lo dicho podemos concluir que el tema del voluntariado es en el fondo el tema de la cultura. El debate en torno a la naturaleza del voluntariado expresa el debate en torno a la naturaleza de la cultura. Incluso podremos decir que si bien el voluntariado es expresión de la cultura, la cultura a la vez es a la vez, expresión de la antropología, es decir de lo que entendemos del hombre, de su valor y destino.

Ahora bien este tema, ciertamente complejo en sí mismo nos lleva a tratar de entender cuáles son los valores que predominan en una coyuntura histórica en donde el concepto de cultura esta tan ideologizado y que presenta en no pocas ocasiones significados tan antagónicos dependiendo del punto de vista con el que se le mire. Desde esta perspectiva es natural percibir que el fenómeno del voluntariado es consecuencia de visiones y perspectivas diversas y muchas veces radicalmente opuestas.

Por tanto si la cultura es expresión de una comprensión antropológica de la persona misma el voluntariado al ser un rostro concreto de una cultura determinada reflejará el modo en que el hombre se comprende a sí mismo, comprende su entorno, y expresa sus motivaciones y orientaciones.

En el mundo occidental post moderno, son muchas las iniciativas que son promovidas por diversos sectores de la sociedad. Sin embargo es importante señalar que no todas estas iniciativas de voluntariado responden a una recta comprensión de Dios, de la persona humana, del mundo, y en general del universo de la creación.

En la realidad del voluntariado, como fenómeno complejo, amplío y extendido vemos que se hace evidente la necesidad de una mayor comprensión de las prioridades que se hacen urgentes promover. Sobretodo porque vivimos en un mundo y en una cultura que aparece muchísimas veces completamente extraviado en la comprensión de su propia identidad y destino.

Quizas resulten tremendamente sugerentes las palabras del Cardenal Martino en la presentacion del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:

“Transformar la realidad social con la fuerza del Evangelio, testimoniada por mujeres y hombres fieles a Jesucristo, ha sido siempre un desafío y lo es aún, al inicio del tercer milenio de la era cristiana. El anuncio de Jesucristo, “buena nueva” de salvación, de amor, de justicia y de paz, no encuentra fácil acogida en el mundo de hoy, todavía devastado por guerras, miseria e injusticias; es precisamente por esto que el hombre de nuestro tiempo tiene más que nunca necesidad del Evangelio: de la fe que salva, de la esperanza que ilumina, de la caridad que ama”

Nuestra perspectiva pretende pues dejarse iluminar por la luz de la fe, dado que creemos que ella es la única visión capaz de permitirnos profundizar en la verdad del ser humano y por lo tanto también de la cultura. Por ello y también desde la convicción de que ninguna realidad, legítimamente humana, le es ajena a la Iglesia creemos que la Iglesia no puede no hacerse eco de las diversas voces particulares que promueven proyectos de diversa naturaleza que manifiestan una sensibilidad que se hace eco de los diversos desafíos que debe enfrentar la sociedad contemporánea y que son legítimamente humanos.

Creemos que el fenómeno mismo del voluntariado merece una lectura exhaustiva en clave cristiana. Por eso en el fondo el tema del voluntariado es en parte el tema de la cultura. Podríamos decir además que una manera de medir la vitalidad, fortaleza y hasta salud mental de una cultura son las iniciativas voluntarias que se organizan en orden a conseguir fines de diversa naturaleza.

El voluntariado desde la perspectiva cristiana nos ofrece una riqueza única e irrepetible que vale la pena conocer a fondo. La fe y el Evangelio, tienen sin la menor duda muchísimo que decirnos sobre este tema tan interesante y sobretodo tan necesitado de recta iluminación.

El presente trabajo pretende profundizar en la naturaleza del voluntariado desde una visión de la realidad en el marco del pensamiento del Papa Juan Pablo II. Podríamos decir que la idea fundamental es profundizar en el aporte específico del voluntariado cristiano en el pensamiento del Papa Magno.

Pretendemos describir cómo el voluntariado cristiano ayuda al desarrollo del ser humano a nivel integral. Esta perspectiva es única porque tiene como punto de partida una comprensión del ser humano en su dimensión total, trascendente y específica que sólo se entiende a la luz del verbo encarnado.

Pienso que plantear el tema resulta tremendamente relevante en orden a poder difundir una visión clara que nos permita entender la relevancia para la vida práctica del cristiano de éstas realidades. Además porque indudablemente muchos de los valores que encierra el concepto del voluntariado, son indudablemente de inspiración cristiana y encuentran su fundamente y plenitud en la Revelación de Dios. Por lo tanto el intento de este trabajo es dejar que el Papa Juan Pablo II nos ilumine sobre la naturaleza del voluntariado en todas sus consecuencias como camino de humanización.

Pienso que el valor del tema de estudio que es “La cultura del voluntariado en el pensamiento del Papa Juan Pablo II” es muy relevante y oportuno ante tantas ofertas de pseudo-humanismos que se imponen en el mundo post moderno.

El punto de partida es sin duda la conciencia de que la Iglesia, experta en humanidad, muestra el hombre al propio hombre desde la persona del Señor Jesús. Así la Iglesia nos enseña que nuestra vida no se encierra en esta historia sino que va más allá. Sin embargo, la conciencia del hombre abierto a lo trascendente, no la hace descuidar el papel del hombre en el tiempo, el mundo presente y la necesidad de construir un mundo cada vez más humano en esta tierra.

El Papa magno fue sin la menor duda, un gran filósofo que entendió, con una profundidad envidiable el profundo drama del hombre en el mundo contemporáneo. Además, como quizás pocos antecesores suyos, captó también, con singular profundidad el drama de la cultura contemporánea en toda su dimensión, con sus luces y sus sombras.

Queda claro entonces que la finalidad es presentarle al lector una visión sintética pero clara de cómo a través del trabajo voluntario se puede contribuir no poco a la construcción de una cultura más humana. Por eso es que el Papa Juan Pablo II no duda en explicar que el voluntariado “constituye un factor peculiar de humanización: gracias a las diversas formas de solidaridad y servicio que promueve y concreta, hace que la sociedad esté más atenta a la dignidad del hombre y a sus múltiples expectativas. A través de la actividad que lleva a cabo, el voluntariado llega a experimentar que la criatura humana sólo se realiza plenamente a sí misma si ama y se entrega a los demás. “

Sin lugar a dudas la fe nos presenta la posibilidad de entender el voluntariado como un medio privilegiado para vivir la caridad, es decir como un servicio de la caridad, como medio para educar en la prioridad del “ser” sobre el “qué hacer,” en un mundo cada vez más individualista, como medio para elevar el concepto de filantropía a la altura de la realidad de la caridad cristiana, como un ejercicio de esperanza para promover la solidaridad y la civilización del amor dando así el aporte específico del cristianismo. Como un medio de dar testimonio de Cristo y por lo tanto como un modo de realizar un valiosísimo apostolado siguiendo el ejemplo del buen samaritano y promoviendo una visión de la persona humana en su dimensión trascendente.

Indudablemente existe en mí la motivación de buscar darle un sentido trascendente al esfuerzo de tanta gente que trabaja de manera desinteresada por ayudar a los demás y que quizás en muchas circunstancias no tienen la posibilidad de leer algo que les explique la repercusión y el valor de lo que se puede lograr a través del ejercicio constante y sistemático de dar lo mejor de uno mismo.

Además, este trabajo pretende sembrar en los lectores la inquietud de entender claramente que si bien el trabajo voluntario en sí es un valor, la mentalidad secularista contemporánea alaba, impulsa y sin duda promueve muchas iniciativas de carácter voluntario pero que terminan sirviendo a agendas particulares que, muchas veces, buscan reivindicar causas ideológicas que se apartan de una recta comprensión de la realidad. En todo caso el trabajo voluntario desde la perspectiva católica, rectamente entendido, parte de una visión de la persona en la que la persona objeto de la ayuda no es exclusivamente un sujeto de asistencia sino una persona que debe ser ayudado a encaminarse cada vez más hacia una vida más humana y por ello digna.

Lo que queremos presentar en el fondo es la conciencia que el voluntariado alcanza su plenitud en la virtud de la caridad. En este sentido Juan Pablo II nos dirá que: “La caridad representa la forma más elocuente de evangelización porque, respondiendo a la necesidades corporales, revela a los hombres el amor de Dios, providente y padre, siempre solícito con cada uno. No se trata de satisfacer únicamente las necesidades materiales del prójimo, como el hambre, la sed, la carencia de vivienda y la asistencia médica, sino de llevarlo a experimentar de modo personal la caridad de Dios. A través del voluntariado, el cristiano se convierte en testigo de esa caridad divina; la anuncia y la hace tangible con intervenciones valientes y proféticas.”

Conviene mencionar una vez más que, el gran marco de referencia dentro del cual, creemos que tenemos que entender el tema del voluntariado, es el marco de la caridad cristiana.

La caridad cristiana es una realidad tan rica que sin duda marca la pauta de cualquier aproximación al voluntariado desde la riqueza del patrimonio confiado a la Iglesia.

Por otro lado, no podemos dejar de mencionar, que estas líneas se escriben días antes de la beatificación del Papa Juan Pablo II, durante el Pontificado de Benedicto XVI y en el año 2011.

Diez años atrás celebrábamos el Año internacional del voluntariado declarado por la ONU. Este año ha sido declarado como año internacional del voluntariado europeo por la Comunidad Económica Europea.

El tema en cuestión, es decir el tema del voluntariado, está pues, de algún modo en el centro del debate contemporáneo y muchos hablan de él.

Conviene mencionar, que Benedicto XVI, en total continuidad con Juan Pablo II, también ha intervenido en no pocas ocasiones en torno al tema del voluntariado y en especial en torno al gran tema de la caridad cristiana

Por eso es que conviene, para hacerse una idea, más exhaustiva del tema, leer la Deus caritas est, que de algún modo, describe con pluma de oro, lo que podríamos llamar el aporte único y específico que la fe brinda en las iniciativas organizadas de la Iglesia, entre ellas, por supuesto aquellas que interesan a este trabajo.

Sea como fuere, por una cuestión metodológica y práctica y con la humiladad de quien se sabe superado, pretendemos concentrar nuestra atención en el Magisterio de Juan Pablo II.

Capítulo I. Hacia una comprensión sociológica del voluntariado

En este primer capítulo buscamos realizar una aproximación al tema del voluntariado desde una perspectiva sociológica en orden a profundizar en la naturaleza del voluntariado. Creemos oportuno presentar una visión descriptiva del tema para hacernos una idea más exhaustiva del tema de estudio y sus particularidades en el llamado “espacio público moderno.”

Trataremos de ofrecer una síntesis de los temas esenciales que contribuyen a definir el rostro concreto y específico del voluntariado en el complejo contexto contemporáneo.

De este modo, y una vez habiendo descrito el tema podremos tener una visión más exhaustiva del fenómeno, interesante y a la vez complejo, de la realidad del voluntariado para iluminarlo, en el siguiente capítulo, con la riqueza del pensamiento del Papa Juan Pablo II.

Hacia una definición del voluntariado

El tema del voluntariado, hemos dicho ya, nos sitúa, en el esfuerzo de presentar una definición, ante un tema denso que presente varios desafíos complejos .

Antes de entrar en la definición del tema del voluntario, creemos oportuno mencionar, que el voluntariado, como existe hoy en día, es decir con sus características y fisonomía particular, es un fenómeno típico de la modernidad que manifiesta un modo específico de asociación.

Manifiesta un modo asociativo que presupone un conjunto de estructuras políticas y culturales que reconocen el derecho individual de asociación en causas de diverso tipo. Es en este sentido en el que decíamos que la participación en una asociación de voluntariado es un fenómeno típico de la modernidad.

Podríamos decir que el trabajo voluntario es el esfuerzo hecho como consecuencia de un compromiso no remunerado en alguna causa, sea la que fuere, sirviendo en general por medio de ese esfuerzo a la comunidad en búsqueda de un determinado fin percibido como un bien.

Recogemos también la definición de Ivo Colozzi sobre el tema del voluntariado que encontramos particularmente clara y enriquecedora: “La característica fundamental del trabajo voluntario consiste en el hecho de ser una actividad desarrollada sin ninguna remuneración de tipo financiero, o con una remuneración mínima, como reembolso de gastos y de todas formas sin relación con la cantidad y calidad o la complejidad del trabajo desarrollado. Esta característica convierte el trabajo voluntario en una paradoja es un trabajo porque exige el desarrollo de tareas encaminadas directa o indirectamente a ofrecer un servicio a terceros en el ámbito de una estructura que tiene, sin embargo, un cierto grado de formalismo y contemporáneamente es utilización del tiempo libre. Es decir, algo que uno escoge hacer cuando le es posible y en cuando le resulta personalmente gratificante.”

Siguiendo con la misma definición, Colozzi afirma también, que la realidad del trabajo voluntario presenta además, una paradoja frente a la actitud econocéntrica que se ha venido imponiendo y se creía que constituía el fin de la libertad de iniciativa en la concepción liberal de la sociedad:

“La paradoja intrínseca de trabajar sin retribuciones de tipo económico en una sociedad que ha organizado todo el trabajo en base al código del dinero donde el nivel de remuneración conseguido se convierte en el indicativo del propio status social du de la importancia socialmente atribuida al trabajo desarrollado, no puede dejar de influir sobre aspectos subjetivos del trabajo realizado por voluntarios, es decir las motivaciones, las expectativas, las actitudes, el sentido de pertenencia a la organización, así como las formas de organización, o seas las modalidades de dirección y gestión de estas organizaciones, que por ello, presentan modelos y perfiles específicos en los cuales debemos profundizar.”

El voluntariado ha ido asumiendo un lugar importante en el bienestar social y ha dado y ciertamente da una contribución en el progreso social y cultural. Además es la base fundamental de muchas organizaciones no gubernamentales, de asociaciones de diverso tipo. Es además un medio mediante el cual jóvenes y no tan jóvenes, hombres y mujeres, discapacitados, grupos familiares y otros grupos sociales participan en la vida económica, social y cultural dando una contribución propia al bien común.

Ciertamente existen diversos modos de participar en causas que exigen un compromiso voluntario. Y así como existen diversas causas, podemos decir también que existen diversos modos de participar en ellas.

En general y tratando de llegar a formular algunos elementos sintéticos, podríamos decir que la gran mayoría de definiciones sobre el tema del voluntariado incluyen las siguientes características:

1.El carácter gratuito del trabajo voluntario. Es verdad que en algunas ocasiones, las menos, se subsidia el transporte de los voluntarios o se les da algún beneficio en orden a que puedan ejercer de modo seguro el esfuerzo que realizan, (por ejemplo, seguro médico en aquellos lugares en donde los bomberos no son remunerados, ni tampoco son empleados a sueldo). Más allá de algún caso determinado, que la verdad son muy pocos, se entiende que el voluntariado es un tipo de trabajo que no es remunerado y que no se hace persiguiendo un beneficio material ni una gratificación económica como compensación del esfuerzo empleado durante las horas de trabajo o por su servicios.

2.Otra característica interesante del voluntariado, es lo que podemos llamar la intencionalidad del voluntariado.

El voluntario, mediante su esfuerzo, persigue un fin. Es decir, tiene un objetivo trazado de manera concreta y para conseguir ese objetivo, se compromete en un esfuerzo determinado y a través de ese compromiso contribuye, da un aporte personal, en la dirección de la solución de un problema o carencia.

Por otro lado, el voluntariado, en esta dimensión de intencionalidad, supone además no sólo el propio consentimiento y la intencionalidad sino también se entiende la capacidad de realizar la ayuda o el esfuerzo que se propone.

Además de ello también es necesaria una estructura o un conjunto de condiciones para el interesado pueda realizar su esfuerzo. Es lo que podríamos llamar el conjunto de condiciones favorables, que hacen posible que la intención se lleve a la práctica. En general esto ocurre a través de alguna institución que desarrolla una actividad organizada y públicamente conocida.

3.Otra dimensión importante presente en todo trabajo voluntario es el tema de la necesidad o justificación. Podemos decir, que en el voluntario, existe la necesidad, quizás convicción de orden moral, de atender una exigencia presente en la realidad. Por ello podemos distinguir claramente que el voluntariado, en sí mismo, es un tipo de acción que no es un pasatiempo, ni es meramente un entretenimiento sino que se persigue la satisfacción de una necesidad moral.

El tema de las motivaciones en el voluntariado

El tema de las motivaciones que llevan al compromiso voluntario es también un tema amplio y complejo. No pretendemos en este momento hacer un juicio moral sobre las motivaciones de fondo en el voluntariado sino que queremos, por ahora, enfocarnos en una perspectiva más descriptiva del fenómeno que nos permita tener una visión unitaria y global del tema.

Sea como fuere, anteriormente hemos mencionado que se ha llegado a asumir como un axioma que, en la concepción liberal de la sociedad, la única motivación para la acción era el interés privado.

El voluntariado de algún modo desmitifica la tesis, anteriormente mencionada, de la sociedad liberal y manifiesta un carácter social y comunitario del ser humano que es capaz de superar la falsa oposición del bien individual-bien comunitario y envés de generar antagonismos, podríamos decir, genera unidad, reconciliación y perfeccionamiento.

Así se impone la conciencia que no es de suyo contradictorio el esfuerzo por nuestro crecimiento y consolidación individual en el marco del bien común y que además en el esfuerzo de aporte personal por el bien común el hombre se perfecciona a sí mismo.

Según el Profesor Alfredo Rodríguez Sedano de la Universidad de Navarra: “El voluntariado como don se entronca en el carácter personal del ser humano y se ordena al mutuo perfeccionamiento esencial de quien ejerce y sobre quien se realiza una acción de voluntariado, a través de la relación que se establece. Esta consideración permite explicar una cuestión que emerge en quien lleva a cabo una acción de voluntariado: ¿quién mejora más, quién sale más beneficiado, quién realiza una acción o sobre quién recae una acción de voluntariado? La experiencia demuestra que tanto uno como otro salen beneficiados, es decir, logran ese mutuo perfeccionamiento que se persigue en la relación. La clave para entenderlo está en percatarse de que el voluntariado es don que surge de ese radical personal que es dar.”

Esta perspectiva del voluntariado, situada en una aguda visión antropológica, manifiesta el carácter perfectible del ser humano por medio de sus acciones y manifiesta además, que el voluntariado contribuye al bien común e individual y por lo tanto al fortalecimiento social y comunitario. El voluntariado constituye, por tanto una forma privilegiada de participación social en la comunidad que estimula y favorece un compromiso mayor en aquellos en quienes repercute determinada iniciativa, ya sea en términos, podríamos decir “testimoniales” o en términos de gratitud por parte de los sujetos receptores de una determinada ayuda que son estimulados por su parte, a ofrecer también una contribución propia al bien común.

“El voluntariado contribuye a que la solidaridad sea algo real, y como todos llega donde no alcanza el Estado, completándose la justicia con la equidad; sirve para que los miembros de la sociedad no eludan responsabilidades, de modo que su contribución no proceda únicamente a través del Estado sino también directamente. El ejercicio solidario sanea las relaciones sociales. La participación de todos para contribuir al bien común no ha de frenar la responsabilidad del Estado, pero tampoco éste ha de prescindir de lo que deba y tenga derecho a hacer cada uno. La participación en sí misma en un bien común que busca ese bien común. Este conjunto de intenciones y acciones enriquece a los individuos y a la vida social.”

Resulta también interesante situar conceptualmente al voluntariado en un lugar y en una dimensión que va más allá de la mera justicia legal. En el fondo la motivación del voluntariado se sitúa en las categorización de un conjunto de necesidades que van más en la línea de lo estrictamente debido lo cual supone una actitud altruista y que trasciende el individualismo mezquino y egocéntrico.

Muchas de estas labores voluntarias son asumidas con la conciencia de que se hace algo que excede lo mandado. Se encuentran aquí muchas asociaciones que, contando o no con el apoyo del estado, ofrecen un espacio para el ejercicio de las virtudes sociales. En este sentido se entiende el voluntariado como un modo novedoso y fructífero de ejercer un nuevo tipo de ciudadanía, es una ciudadanía responsable y participativa.

Podemos decir que existen diversas motivaciones que impulsan al voluntariado. De abundante información estadística disponible, podemos concluir que los motivos que impulsan a los voluntarios se pueden dividir en tres:

a)El servicio altruista a los otros o la sociedad como bien en sí mismo.

b)La valoración de las relaciones interpersonales que ofrece el voluntariado y que son sustancialmente distintas de las producidas en los ámbitos profesionales y laborales ordinarios.

c)La comunión o sintonía entre los fines de una determinada organización, que son percibidos y valorados como objetivamente importantes.

En términos generales el voluntariado es percibido y considerado como una actividad altruista que por medio del ejercicio de la participación en el espacio público busca promover el bien común.

Es así que, en el universo del perfil de los voluntarios, resulta curiosos percatarse de la relación directa que existe entre el nivel educativo y la capacidad e interés de participar en diversas iniciativas voluntarias. Junto con eso también aparece el nivel religioso y el tema de la conciencia de la incapacidad de lo material de satisfacer al hombre.

Junto con el tema de la satisfacción de un interés personal, otros manifiestan que, por medio del trabajo voluntario, buscan el desarrollo de las propias habilidades prácticas, otros por un tema de esparcimiento y diversión, también está presente el tema de la solidaridad, el tema de la devolución de los favores recibidos, el tema del prestigio social, y por supuesto también el tema de las motivaciones por razones sobrenaturales, es decir como consecuencia de la fe.

De lo dicho, vemos que el tema del voluntariado es en general, un fenómeno complejo, poliforme, y que se plasma en diversas formas de servicio y que es además, realizado por gente de espectro amplío.

También vale la pena mencionar que muchos voluntarios desarrollan su trabajo y contribución en el ámbito educativo, en el médico, también ante eventualidades relacionadas con tragedias climáticas o situaciones de desastres naturales, en la lucha contra la pobreza y la discriminación, en la defensa de los derechos humanos, el respeto y protección al medio ambiente, etc.

Vale la pena mencionar, además que el desarrollo del internet permite hoy conectar, especialmente en el primer mundo, ofertas de trabajo voluntario que tienen un conjunto de características muy específicas y particulares.

Voluntariado y el llamado "Tercer sector""

La realidad del voluntariado es considerada como parte importante del denominado “tercer sector”.

El tercer sector es una categoría que aún no genera unanimidad en el debate sociológico y cultural de nuestros días. Algunos prefieren un conjunto de sinónimos o categorías afines, entre las que destacan: el sector voluntario, sector de la economía solidaria, etc. Sea como fuere, e independientemente de la categoría preferida, el fondo del debate manifiesta la categorización de una realidad que “ocupa” el tercer sector y que hace explícita además una cierta madurez en la comprensión de espacios sociales que quizás antes no estaban tan claros.

El tema nos lleva a la constatación de cómo, en el espacio público moderno, o si se prefiere contemporáneo, ha venido ocurriendo una transformación cultural profunda que requiere una comprensión que permita entender mejor su magnitud y alcance. El voluntariado es una manifestación de esta madurez.

El tercer sector, sería pues, aquella realidad que ocupa, en el espacio social, ni aquellas iniciativas de carácter privado y con naturaleza capitalista (que sería el primer sector) ni tampoco la realidad pública, estatal gubernamental (que sería el segundo sector). Aunque el debate, hemos dicho está abierto, igual las categorías ayudan a delimitar el modo de entender el fenómeno del voluntariado.

Dentro del tercer sector se integran por ejemplo realidad que no encajan ni dentro del primer sector ni segundo. Entre ellas, las cooperativas, las organizaciones no gubernamentales, las caridades, etc.

De alguna manera hacemos referencia a una definición que no resiste, la lógica de la realidad ocupada por el estado todopoderoso y omnipresente ni tampoco la ocupada por el interés capitalista, con su lógica econocéntríca.

Sea como fuere, el voluntariado es considerado, por lo menos, con la fisonomía que tiene hoy como una “forma social emergente” que de algún modo manifiesta un nuevo modo organizativo que hasta cierto punto manifiesta la insuficiencia de la capacidad de la sociedad civil de organizarse según el binomio tradicional estado y mercado. De algún modo, el tercer sector, responde a una categorización de la necesidad de cubrir un cierto espacio público que manifiesta la existencia de una legítima, creciente y cada vez más madura conciencia colectiva de la autonomía de la subjetividad social en el ámbito de la acción social.

Este en un tema creciente en las últimas décadas y por eso hemos dicho, anteriormente, que el voluntariado, aunque como virtud y ejercicio de la acción, ha existido siempre, hoy asume un conjunto de características peculiares que lo llevan a ir asumiendo una identidad cada vez más definida.

Como hemos dicho, el debate sociológico, ciertamente permanece abierto, pero no deja de ser interesante escuchar que el concepto de tercer sector puede incluso ser subdividido a la vez en otras tres subdivisiones. El voluntariado se inserta en las tres. Estos sectores serían:

1.Sector comunitario: Incluiría aquellas organizaciones que ejercen su acción en una comunidad, normalmente pequeña y modesta dependiendo en buena parte del trabajo voluntario, un ejemplo podrían ser las organizaciones de seguridad vecinal, las pequeñas asociaciones comunitarias de deportes, las sociedades cívicas, etc. 2.Sector del voluntariado. Las organizaciones de voluntariado se caracterizan por el elemento de la formalidad, es decir tienen un conjunto de principios recogidos en un estatuto o plan de acción, o su equivalente. Son también independientes del gobierno, son autogobernadas. Son organizaciones sin fines de lucro y operan sobre la base del compromiso de sus asociados. Entre los ejemplos quizás más llamativos estarían las asociaciones asistencialistas de gran escala, las caridades organizadas, las campañas nacionales por servir determinados fines, etc.

3.Sector del llamado emprendedor social, Siguiendo también la fuente ya citada, el nivel del emprendedor social sería más bien aquella realidad social que incluye asociaciones que tienen fines de lucro pero con fines sociales y cuyas ganancias se utilizan para ser reinvertidas en el proyecto o también en otros proyectos de servicio a la comunidad que promueven el bien comunitario. Queda claro, pues que aunque existe el rédito, no son manejadas con el criterio de maximizar beneficios para los dueños o accionistas. Aquí podríamos situar a las cooperativas, los fondos de desarrollo, las uniones de crédito, originalmente las cajas rurales.

La economía social, o tercer sector busca pues desarrollarse, no por la búsqueda de un interés económico sino como consecuencia de la percepción de una necesidad que no es atendida eficientemente por el sector público o privado.

Por su naturaleza, meta económica, en general las organizaciones del tercer sector, han comenzado a ganar prestigio como medios para crear confianza, y dar un importante aporte en la cohesión y prosperidad de una sociedad.

Ciertamente, en las organizaciones del tercer sector encontramos un ejercicio concreto del deber de participar, en la obra común, de dar un aporte, en el plano personal a la construcción del bien común.

Es por ello que el voluntariado manifiesta una forma concreta de participación activa en esta tarea.

El concepto de capital social, tiene mucho que ver con el tema del tercer sector. Cada vez se ha ido percibiendo con mayor nitidez la real magnitud que el tercer sector o sector de la economía social congrega, implica y aporte la configuración social.

Esa comprensión ha ido llevando a la madurez social del voluntariado como una forma social emergente que ha ido adquiriendo carta de ciudadanía en el espacio público moderno.

Algunos hablan del voluntariado como parte de lo que consideran el capital social, que sería una fuerza laboral no formal pero sí operante y presente en el ámbito público que es capaz de generar riqueza y dar un aporte significativo en el ámbito social. Por ello se le llama capital social. Más allá del concepto, que entiendo, es discutible, y que presenta un sabor demasiado centrado en un aspecto no esencial del fenómeno, como es el factor meramente económico, igual resulta interesante que la madurez de este fenómeno requiera también un análisis en términos cuantitativos y económicos.

El tercer sector y más en concreto el voluntariado se ha manifestado además como una realidad capaz de ofrecer una óptima y rápida capacidad organizativa en circunstancias apremiantes que exigen una respuesta inmediata como son por ejemplo, las situaciones producidas por una tragedia natural, o alguna circunstancia de esa naturaleza.

Esto se ha manifestado en muchísimos lugares a través de la pronta y más rápida respuesta a nivel de cuerpos intermedios que a nivel oficial.

Quizás esto, no termine de llamar la atención de modo clamoroso pues en el fondo, manifiesta, que el hombre, independientemente del sistema político en el que vive, no deja por ello de ser hombre, y por lo tanto de ofrecer una respuesta de modo humano en circunstancias que exigen de uno una actitud de servicio y generosidad.

Sea como fuere, en el desarrollo social, la pronta capacidad de respuesta de organizaciones del tercer sector, manifiesta por decirlo de algún modo, que en la complejidad del mundo moderno, ante ciertas eventualidades que no responden a planificaciones exhaustivas y programáticas, el Estado no puede tener una capacidad de respuesta organizativa más pronta que la de la respuesta a nivel individual y asociativo y pretender que sea así sería en el fondo atribuirle al estado una responsabilidad en el protagonismo público que consideramos a veces exagerada y desproporcionada.

Voluntariado y participación

Sin duda el voluntariado manifiesta su condición de ser un medio de participación social en la búsqueda del bien común.

Su objetivo no es otro que el desarrollo comunitario y la mejora de las condiciones de vida en la sociedad de modo que se favorezca el paso de condiciones menos humanas a condiciones cada vez más humanas.

El voluntariado constituye, por tanto una forma privilegiada de participación social en la comunidad y que además estimula y favorece un compromiso mayor en aquellos en quienes repercute determinada iniciativa, ya sea en términos, podríamos decir “testimoniales” o ya sea, como hemos dicho anteriormente, en términos de gratitud por parte de los sujetos receptores de una determinada ayuda que son estimulados por su parte a ofrecer también su propia contribución al bien común.

“El voluntariado contribuye a que la solidaridad sea algo real, y como todos llega donde no alcanza el Estado, completándose la justicia con la equidad; sirve para que los miembros de la sociedad no eludan responsabilidades, de modo que su contribución no proceda únicamente a través del Estado sino también directamente. El ejercicio solidario sanea las relaciones sociales. La participación de todos para contribuir al bien común no ha de frenar la responsabilidad del Estado, pero tampoco éste ha de prescindir de lo que deba y tenga derecho a hacer cada uno. La participación en sí misma en un bien común que busca ese bien común. Este conjunto de intenciones y acciones enriquece a los individuos y a la vida social.”

Resulta también interesante situar conceptualmente al voluntariado en un lugar y en una dimensión que va más allá de la mera justicia legal. En el fondo la motivación del voluntariado se sitúa en las categorización de un conjunto de necesidades que van más en la línea de lo estrictamente debido. Muchas de estas labores voluntarias son asumidas con la conciencia de que se hace algo que excede lo mandado. Se encuentran aquí muchas asociaciones que, aunque cuenten con el apoyo del estado, -en la medida que contribuyen a alcanzar el bien común-, ofrecen un espacio para el ejercicio de las virtudes sociales. En este sentido se entiende el voluntariado como un modo novedoso y fructífero de ejercer un nuevo tipo de ciudadanía, es una ciudadanía responsable y participativa.

El voluntariado en la Historia

Frente al tema del voluntariado a lo largo de la historia, resulta interesante constatar que la Iglesia ha ejercido, a la largo de toda su historia este servicio o por utilizar un sinónimo oportuno esta “diaconía” hacia los demás como actitud vital.

Quizás sea importante mencionar que no era denominado “voluntariado cristiano” sino “obras de misericordia,” o simplemente era una manifestación del ejercicio de la caridad. En todo caso, el nombre como fuese llamado era y es lo de menos.

No se trata de hacer una lectura anacrónica de la historia, pero creemos que no tener en cuenta la contribución que ha hecho a la Iglesia en este ámbito es traicionar el espíritu del servicio de la caridad.

Podemos decir pues, que, la Iglesia católica, ha hecho a lo largo de la historia un aporte masivo y es poseedora de una experiencia en la acción caritativa, incomparable, y sin duda, de proporciones difícilmente imitables.

El voluntariado cristiano aparece como una síntesis profundamente humana de las exigencias propias del amor con el tema de la identidad evangélica. Así el voluntariado cristiano es entendido como medio de apostolado y también de compromiso social.

Por eso es que, sin duda, el voluntariado cristiano, ha existido siempre y hoy, se manifiesta en profunda continuidad con su historia, pero se manifiesta también en un lenguaje nuevo y con unas características propias, aunque ciertamente, el espíritu que lo sostiene, es el mismo. Históricamente vale la pena recordar entre otras, el aporte de los gremios, montepíos, hospitales, caridades, cajas de ahorro que, surgidas en el seno de la Iglesia, buscaban dar un aporte al pobre y necesitado.

Así constatamos que, la Iglesia ha sostenido con sus propios bienes y recursos el peso de la asistencia social, especialmente durante el medioevo, en el que el Estado como agente social, por lo menos en los términos como lo entendemos hoy en día, prácticamente no existía.

Durante el siglo XIX y comienzos del XX, cuando los gobiernos de inspiración liberales e ilustrados intentaron secularizar las redes asistenciales cristianas mediante la desamortización y expropiación de bienes eclesiásticos, la Iglesia siguió su labor social a través del llamado catolicismo social.

Centrándonos más en el contexto moderno, y en concreto, en la segunda mitad del siglo XX, en donde se trata de organizar la sociedad según la idea, hegemónica, omnipresente y “todo abarcante” del “Estado de Bienestar” llama la atención la reacción contraria que recupera la importancia de la acción privada y de las asociaciones intermedias en el espacio público.

Según la Doctrina Social de la Iglesia, en este campo, la responsabilidad fundamental no es del estado, sino de la persona individual y concreta junto a la de los diversos grupos y asociaciones intermedios en los que se articula la sociedad.

En este sentido el voluntariado manifiesta esta percepción de la importancia de la iniciativa privada y de los cuerpos intermedios y pone de manifiesto, un modo, podríamos decir moderno, de ejercer un aporte ciudadano y cultural, responsable, generoso y comprometido

Capítulo II: La cuestión del "Voluntariado" en el contexto cultural

    En el contexto contemporáneo existen múltiples visiones y perspectivas de buena fe en torno al tema del voluntariado.

La gran mayoría de ellas parten de legítimas intuiciones sobre la necesidad del compromiso social y eso es un valor ciertamente innegable pero constatamos también que muchas veces no encuentran, en el panorama cultural contemporáneo, un marco intelectual de dialogo lo suficientemente maduro para encontrar su lugar en el universo legítimo de la jerarquía de valores.

Se hace necesario, sin duda alguna, un aporte cristiano y específicamente católico del tema para enriquecer el potencial del voluntariado.

Creo firmemente que este fenómeno, que expresa dimensiones, legítimamente humanas, clama por la necesidad de ser iluminada desde la fe y la revelación y encontrar así un proceso natural de madurez.

Además porque en la presente coyuntura experimentamos un auge de distintos tipos de iniciativas sociales. Ahora bien, el voluntariado no es una realidad que exista separada de una coyuntura histórica y cultural. Nada de eso. El voluntariado es fruto de una perspectiva de la realidad. Dicho, de otra manera, de una lectura de la realidad.

Esta perspectiva nos liga con fascinante tema de la cultura. Es decir, el marco adecuado para entender lo que hemos llamado la “cuestión del voluntariado” es el marco cultural.

Es sabido que, acerca de la naturaleza de la cultura, se han dicho muchísimas cosas. Ha sido punto de no pocas y acaloradas discusiones en el debate intelectual de las últimas décadas.

El tema del debate cultural es central debido a que el voluntariado plasma un ideal de vida en la acción que tiene, como toda acción querida, una dimensión que es sujeto de valoración moral.

”Un fenómeno importante de nuestro tiempo es el nacimiento y difusión de muchas formas de voluntariado que se hacen cargo de múltiples servicios. A este propósito, quisiera dirigir una palabra especial de aprecio y gratitud a todos los que participan de diversos modos en estas actividades. Esta labor tan difundida es una escuela de vida para los jóvenes, que educa a la solidaridad y a estar disponibles para dar no sólo algo, sino a sí mismos. De este modo, frente a la anti- cultura de la muerte, que se manifiesta por ejemplo en la droga, se contrapone el amor, que no se busca a sí mismo, sino que, precisamente en la disponibilidad a «perderse a sí mismo» (cf. Lc 17, 33 y par.) en favor del otro, se manifiesta como cultura de la vida.”

En éste sentido creemos que el voluntariado es hasta cierto punto expresión de cómo una cultura se entiende a sí misma y por otro lado qué visión tiene del hombre, de su dignidad, del sentido de la vida, de la esperanza, aunque también del rol que le corresponde al Estado y también del rol que corresponde a la iniciativa particular.

Es decir hasta cierto punto los valores que una cultura transmite son, los valores que llevan al compromiso de mucha gente generosa y de buena voluntad. En consecuencia, se puede concluir que el tema del voluntariado está inmerso profundamente en el tema de la cultura.

El debate en torno a la naturaleza del voluntariado expresa el debate acerca de la naturaleza de la cultura. Se pude decir, además, que si bien el voluntariado es expresión de la cultura, ésta, a su vez es expresión de la antropología.

Entonces, este tema, ciertamente de suyo complejo, nos lleva a tratar de identificar y entender cuáles son los valores que predominan en una coyuntura histórica en donde el concepto de cultura esta tan teñido por ideologías o acaso falsos humanismos y que presenta, en no pocas ocasiones, significados tan antagónicos dependiendo del punto de vista con el que se le mire.

Desde esta perspectiva es natural percibir que el fenómeno del voluntariado es consecuencia de visiones y perspectivas diversas y muchas veces radicalmente opuestas y además también antihumanas.

Desde una perspectiva descriptiva vemos que, en el mundo occidental post moderno, son muchas las iniciativas que son promovidas por diversos sectores de la sociedad. Sin embargo, es importante señalar que no todas estas iniciativas de voluntariado responden a una recta comprensión de Dios, de la persona humana, del mundo, y en general del universo de la creación.

En este sentido resultan particularmente claras las palabras que pronunció el entonces Cardenal Ratzinger en la celebración de la Misa de Exequias del Papa Juan Pablo II en 2005:

“Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuantas modas del pensamiento… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir en el error (Cf. Efesios 4, 14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar «zarandear por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud que está de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas.

Nosotros tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. «Adulta» no es una fe que sigue las olas de la moda y de la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la medida para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad.

Tenemos que madurar en esta fe adulta, tenemos que guiar hacia esta fe al rebaño de Cristo. Y esta fe, sólo la fe, crea unidad y tiene lugar en la caridad. San Pablo nos ofrece, en oposición a las continuas peripecias de quienes son como niños zarandeados por las olas, una bella frase: hacer la verdad en la caridad, como fórmula fundamental de la existencia cristiana. En Cristo, coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad, sería como «un címbalo que retiñe» (1 Corintios 13, 1).”

En la realidad del voluntariado, como fenómeno complejo, amplio, y extendido vemos que se hace evidente la necesidad de una mayor comprensión de las prioridades que se urge promover porque vivimos en un mundo que aparece muchísimas veces completamente extraviado en la comprensión de su propia identidad y destino. Como zarandeado por innumerables vientos que generan caos y confusión.

Desde una lectura desde la fe, vemos que esta situación es descrita de manera sugerente por el Cardenal Martino en la presentación del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:

“Transformar la realidad social con la fuerza del Evangelio, testimoniada por mujeres y hombres fieles a Jesucristo, ha sido siempre un desafío y lo es aún, al inicio del tercer milenio de la era cristiana. El anuncio de Jesucristo, “buena nueva” de salvación, de amor, de justicia y de paz, no encuentra fácil acogida en el mundo de hoy, todavía devastado por guerras, miseria e injusticias; es precisamente por esto que el hombre de nuestro tiempo tiene más que nunca necesidad del Evangelio: de la fe que salva, de la esperanza que ilumina, de la caridad que ama.”

La perspectiva del presente trabajo pretende, pues, dejarse iluminar por la luz de la fe y centrados en el magisterio del Papa Juan Pablo II, dado que, según nuestro parecer, sólo a partir de la fe y de la revelación, se puede profundizar en la verdad integral del ser humano y, por consiguiente, de la cultura. Encontraremos así, el marco de referencia adecuado para profundizar en el tema en cuestión.

El fenómeno del voluntariado merece una lectura exhaustiva en clave cristiana, porque la fe y el mensaje cristiano tienen mucho que decir al respecto y sobretodo, mucho con qué enriquecer el tema del voluntariado.

Se puede decir, además, que una manera de medir la vitalidad, fortaleza y coherencia de una cultura son las iniciativas voluntarias que se organizan en orden a conseguir fines de diversa naturaleza.

El voluntariado, desde la perspectiva cristiana y católica en particular, nos ofrece una riqueza única e irrepetible que vale la pena conocer a fondo.

La fe y el Evangelio, tienen sin la menor duda, muchísimo que decirnos sobre este tema tan interesante y sobretodo tan necesitado de recta iluminación.

La idea fundamental es profundizar en el aporte específico del voluntariado cristiano en el pensamiento del Papa Juan Pablo II. Se busca describir cómo el voluntariado cristiano ayuda al desarrollo del ser humano a nivel integral.

Esta perspectiva es única porque tiene como punto de partida una comprensión del ser humano en su dimensión total, trascendente y específica que sólo se entiende a la luz del Verbo Encarnado.

Plantear el tema resulta muy relevante en orden a poder difundir una visión clara que permita entender los efectos, para la vida práctica del cristiano, de éstas realidades.

Además porque indudablemente muchos de los valores que encierra el concepto del voluntariado, son indudablemente de inspiración cristiana y encuentran su fundamente y plenitud en la Revelación de Dios.

Por lo tanto el intento de este trabajo es presentar las enseñanzas más relevantes del Papa Juan Pablo II sobre este tema. El valor de un estudio como éste sobre radica en su oportunidad, en medio de un mundo en el que abundan tantas ofertas de pseudo-humanismos.

El punto de partida es, sin duda, la conciencia de que la Iglesia, experta en humanidad, muestra el hombre al propio hombre desde la persona del Señor Jesús.

Así la Iglesia nos enseña que nuestra vida, entendida desde la verdad del evangelio, no se encierra en esta historia sino que va más allá, que la supera y trasciende.

Sin embargo, la conciencia del hombre abierto a lo trascendente, no lo hace descuidar el papel del hombre en el tiempo y en el mundo presente y lo sitúa ante la necesidad de construir un mundo cada vez más humano.

Recordando al Siervo de Dios, Juan Pablo II, que captó también, con singular profundidad el drama de la cultura contemporánea en toda su dimensión, con sus luces y sus sombras queremos afirmar que buscamos una visión sintética pero clara de cómo a través del trabajo voluntario se puede contribuir no poco a la construcción de una cultura más humana.

Por eso es que el Papa Juan Pablo II explica la importancia del voluntariado diciendo que: “constituye un factor peculiar de humanización: gracias a las diversas formas de solidaridad y servicio que promueve y concreta, hace que la sociedad esté más atenta a la dignidad del hombre y a sus múltiples expectativas. A través de la actividad que lleva a cabo, el voluntariado llega a experimentar que la criatura humana sólo se realiza plenamente a sí misma si ama y se entrega a los demás.”

En el presente trabajo, partimos de la certeza que la fe nos presenta la posibilidad de entender el voluntariado como un medio privilegiado para vivir la caridad, es decir como un servicio de la caridad, como medio para educar en la prioridad del “ser” sobre el “qué hacer,” en un mundo cada vez más individualista, como medio para elevar el concepto de filantropía a la altura de la realidad de la caridad cristiana, como un ejercicio de esperanza para promover la solidaridad y la civilización del amor dando así el aporte específico del cristianismo y su visión cultural que lo que marca la diferencia con otras visiones.

Como un medio de dar testimonio de Cristo y por lo tanto como un modo de realizar el apostolado del grado más elevado, siguiendo el ejemplo del buen samaritano y promoviendo una visión de la persona humana en su dimensión trascendente.

Este estudio también busca enriquecer acaso el esfuerzo de tantos voluntarios que, trabajando de manera generosa por ayudar a los demás y que quizás, en muchas circunstancias, no tienen la posibilidad de enriquecerse con algo que les explique la repercusión y el valor de lo que se puede lograr a través del ejercicio constante y sistemático de dar lo mejor de uno mismo a través del ejercicio concreto de la caridad. Además, este trabajo pretende sembrar en quien lo leyere, la inquietud de entender claramente que si bien el trabajo voluntario en sí es un valioso, la mentalidad secularista contemporánea impulsa y promueve muchas iniciativas de trabajo voluntario pero que terminan sirviendo a agendas particulares que buscan reivindicar causas ideológicas que se apartan de una recta comprensión de la realidad promoviendo fines, muchas veces censurables y antihumanos.

En todo caso, el trabajo voluntario desde la perspectiva católica, parte de una visión de la persona en la que el sujeto ayudado no deja de ser es, meramente el receptor de la acción asistencialista sino una persona que debe ser ayudado a encaminarse hacia una vida cada vez más humana y por ello digna.

Lo que queremos presentar en el fondo es la conciencia de que el voluntariado alcanza su plenitud en la virtud de la caridad.

En este sentido Juan Pablo II nos dirá que:

“La caridad representa la forma más elocuente de evangelización porque, respondiendo a la necesidades corporales, revela a los hombres el amor de Dios, providente y padre, siempre solícito con cada uno. No se trata de satisfacer únicamente las necesidades materiales del prójimo, como el hambre, la sed, la carencia de vivienda y la asistencia médica, sino de llevarlo a experimentar de modo personal la caridad de Dios. A través del voluntariado, el cristiano se convierte en testigo de esa caridad divina; la anuncia y la hace tangible con intervenciones valientes y proféticas.”

El debate en torno del tema de la cultura

Hemos dicho ya que el marco de referencia para situar lo que podríamos llamar “la cuestión del voluntariado” es el ámbito del debate cultural contemporáneo.

El voluntariado es expresión del modo cómo el hombre se proyecta en el mundo. Y el hombre, es por naturaleza creador de cultura, o en su defecto de anticultura.

Por otra parte, la cultura afecta indiscutiblemente el fenómeno del voluntariado y la comprensión que se tenga del mismo.

Podemos decir que existe así un complejo universo de relaciones que influyen tanto en el hombre como en la cultura y viceversa.

Frente al tema del voluntariado, que es lo que nos interesa, la pertinencia del debate cultural afecta y condiciona las motivaciones que llevan a impulsar acciones de voluntariado que, indudablemente se nutren de los valores que se perciben en la cultura de la que uno forma parte.

Por otro lado, el tema del debate cultural nos sitúa, más temprano que tarde, con otro tema fundamental que no puede ser otro que el tema del hombre. En el fondo lo que subyace en el tema cultural es el tema antropológico.

Quiero decir con esto que creo que el debate en torno al tema de la cultura, su naturaleza y destino, es en el fondo el debate en torno a la naturaleza y destino del hombre.

Hemos considerado oportuno reflexionar sobre lo que hemos llamado el “debate en torno al tema de la cultura” pues en realidad el tema cultural-antropológico y el tema del voluntariado se implican, suponen y complementan.

No pretendemos aquí, entrar larga y exhaustivamente en la polémica antropológica contemporánea. Se trataría de un objetivo demasiado pretensioso para nuestras intenciones, y ciertamente demasiado complejo.

Sin embargo, creemos oportuno mencionar que para hacer un diagnóstico que se acerque a la verdad sobre el tema del voluntariado es imposible ignorar el marco de referencia antropológico y cultural del mismo.

La cultura tiene como vocación y sentido estar al servicio del ser humano como ámbito en donde el hombre encuentra un espacio para cultivar las diversas dimensiones de su existencia y por lo tanto para humanizarse. Esto implica, obviamente, pasar de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida cada vez más humanas.

Sin embargo, resulta paradójico que muchas veces la “cultura” se vuelva en contra del ser humano y lo lleve por un camino de deshumanización.

Esto porque la cultura manifiesta un conjunto de valores o en su defecto antivalores, que se consolidan en modos de pensar y de aproximación a la realidad toda y que humanizan o deshumanizan a la persona humana.

Al respecto encontramos unas claras palabras que expresan puntualmente el problema al que hacemos referencia:

“Ante una cultura de lo efímero, con frecuencia más atenta a las sensaciones que a los valores, los cristianos están llamados a ser ministros de la inagotable novedad de la palabra de Dios, transmitiendo, con su aportación, una sólida cultura de la vida, de la solidaridad, de la familia y de los derechos humanos. Es un recorrido indispensable, si se quiere contribuir a edificar la civilización del amor.” CULTURA Y PERSONA

Queda claro entonces que coexisten diversos tipos de cultura. Por ello, al hilo y escucha de los últimos pontificados, encontramos, por un lado que el Papa Juan Pablo II no ha dudado en hablar en un sin número de ocasiones sobre la “cultura de muerte”.

La “cultura de muerte” es aquella que, se construye por describirla de alguna manera, de espaldas a Dios, como si éste no existiera o en términos prácticos como si no tuviera qué decirle al hombre. También indudablemente afectan las corrientes de pensamiento que quizás sin negar explícitamente la existencia de Dios, se ubican más bien, en una perspectiva, en la que niegan en todo caso la naturaleza del ser humano.

Sea como fuere, en el fondo, se parte de una visión reductiva y se permanece cerrado a cualquier referencia a lo sobrenatural y trascendente.

Es por ello que el juicio sobre la situación de la cultura y del mundo Juan Pablo II hacía el siguiente diagnóstico:

“Ningún encuentro con el mundo será fecundo si el creyente deja de fijar su mirada en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. El vacío que muchos experimentan hoy ante la pregunta sobre el porqué de la vida y de la muerte, sobre el destino del hombre y sobre el sentido del sufrimiento, sólo puede ser colmado por el anuncio de la verdad que es Jesucristo. El corazón del hombre estará siempre "inquieto", hasta que descanse en él, verdadero consuelo para cuantos están "fatigados y sobrecargados" (Mt 11, 28).” Si los hijos de la Iglesia de este tiempo no asumimos la tarea de “encarnar” a Cristo en el aquí y ahora de nuestra existencia no podremos realizar la concreción de esta tarea. No podremos tampoco demostrar cómo, en la lógica de la fe, el mundo debe no ser un ámbito inhóspito ni tampoco “tierra baldía” o de conflicto. Más bien, ha de ser expresión de todo lo rectamente humano a la luz del Evangelio.

Por lo tanto habiendo llegado a este punto, nos corresponde afirmar, la firme convicción de que la fe católica, que sintetiza la verdad de Dios y la verdad del hombre en un dinamismo cruciforme tiene un aporte, esencial, irremplazable, constitutivo en el marco del desarrollo de una cultura humana.

Aquí nos encontramos con el impostergable tema de la Evangelización de la cultura.

En este sentido somos nosotros, hijos de la Iglesia, los que peregrinamos en estas situaciones históricas concretas los que tenemos que asumir el “relevo generacional” y vivir comprometidos en el anuncio de la verdad integral del hombre a todo nivel. He aquí una terea en pendiente. Esta tarea pendiente es la evangelización de la cultura.

El compromiso cristiano que parte del encuentro personal y con el Señor Jesús que es Dios, se debe prolongar en la reconciliación con nosotros mismos, con nuestros hermanos humanos y con la creación toda y que por lo tanto nos lleva a sentirnos profundamente protagonistas del deber de ser artesanos de una cultura de la reconciliación hecha concreta en la vida social.

Es por ello que desde la reflexión de la fe constatamos como la evangelización de la cultura es un asunto medular. En ella se juega el conjunto de criterios que motivan al compromiso con el necesitado. El voluntariado como rostro concreto de la fe hecha vida es un medio para plasmar la luz del Evangelio en los criterios de juicio y de pensamiento que predominan en los hábitos y modelos de comportamiento que se plasman en la cultura. Por ello el tema de la evangelización de la cultura en un asunto de una importancia impostergable.

Se trata en palabras de Pablo VI de «…alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuerzas inspiradoras, los modelos de vida de la humanidad que están en constaste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación»

Solidaridad y desarrollo

La Iglesia, por vocación, “experta en humanidad,” ha siempre manifestado explícitamente una honda preocupación por el drama humano y todas sus complejidades.

Esto se ha manifestado siempre a todos los niveles y en todas las dimensiones de la vida humana. Tanto a nivel social, material, cultural, espiritual, religioso, etc.

Es por ello que la Iglesia ha buscado siempre animar al hombre en el correcto despliegue de su naturaleza en orden a que brille en él y en la sociedad toda la grandeza de su dignidad y vocación. Esto sin embargo no es una tarea sencilla, al contrario, inmensamente ardua y llena de complejidades.

Al respecto la Constitución “Gaudium et Spes” del Concilio Vaticano II nos decía unas palabras sabia que nos ayudan a situarnos ante el problema con calma y a la vez, esperanza:

“Los cristianos nada pueden desear más ardientemente que servir cada vez más generosa y eficazmente a los hombres del mundo actual. Y así, prestando fielmente su adhesión al Evangelio y disponiendo de su fuerza, unidos a todos los que aman y practican la justicia, han tomado sobre sí la realización de una tarea inmensa en esta tierra...”

La tarea inmensa, de la que se nos habla, no puede ser pues otra que el tema del desarrollo. El desarrollo es un tema crucial en el contexto cultural contemporáneo.

Sin embargo, el término “desarrollo” es constantemente utilizado en muchos sentidos ambiguos y no pocas veces con una carga ideológica compleja que presenta un contenido antagónico y ambivalente.

El mundo de hoy sin duda ofrece muchas posibilidades que pueden ser aprovechadas para el bien, pero también nos sitúa de cara a complejos desafíos que no podemos posponer. Al respecto nos decía el Padre Juan Pablo II conmemorando el vigésimo aniversario de la aparición de la Encíclica “Populorum Progressio”:

“Por eso la Iglesia tiene una palabra que decir, tanto hoy como hace veinte años, así como en el futuro, sobre la naturaleza, condiciones, exigencias y finalidades del verdadero desarrollo y sobre los obstáculos que a él se oponen. Al hacerlo así, cumple su misión evangelizadora, ya que, cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta, aporta su primera contribución a la solución del urgente problema del desarrollo”

Y luego de varios años, más en concreto en el 2001, situando el tema del desarrollo en relación directa con el tema de la globalización, el Santo Padre nos decía lo siguiente:

“Si se mira bien, la globalización es un fenómeno intrínsecamente ambivalente, a mitad de camino entre un bien potencial para la humanidad y un daño social con graves consecuencias. Para orientar en sentido positivo su desarrollo, será necesario esforzarse a fondo con vistas a una "globalización de la solidaridad", que hay que construir con una nueva cultura, con nuevas reglas y con nuevas instituciones, tanto nacionales como internacionales.” Además el panorama contemporáneo hoy genera un conjunto de circunstancias que no han tendido precedente histórico. El Compendio de la Doctrina social de la iglesia en este sentido nos dice:

La vertiginosa multiplicación de las vías y de los medios de comunicación «en tiempo real», como las telecomunicaciones, los extraordinarios progresos de la informática, el aumento de los intercambios comerciales y de las informaciones son testimonio de que por primera vez desde el inicio de la historia de la humanidad ahora es posible, al menos técnicamente, establecer relaciones aun entre personas lejanas o desconocidas.

Podríamos decir que, en general, hoy en día, el tema el desarrollo es entendido desde una perspectiva demasiado econocéntrica. Quiero decir que existe, en sentido práctico, una mentalidad, que se impone y que concede al elemento económico un carácter hegemónico, como si la integralidad del tema humano dependiese principalmente de él y de hecho fuese el hombre el que estuviese subordinado a lo económico cuando en realidad es o debería ser al revés.

Podríamos llamar a esta realidad “reduccionismo economicista”. Esto genera una mentalidad en la que la gente empieza a creer que es la economía lo único que importa. Así no se integra la visión ética de la realidad en el análisis complejo del drama humano.

Esta mentalidad ha influido también el concepto de desarrollo que hoy en gran medida ha venido a presentarse como un sinónimo de progreso económico.

Las repercusiones antropológicas de esta realidad son gravísimas y amenazan seriamente al hombre que aparece indefenso ante esta tendencia creciente y universal.

Es así que vale la pena repensar el modo cómo la Iglesia entiende el tan importante tema del desarrollo.

Vale la pena presentar, en este contexto, una lectura en clave cristiana del tema del desarrollo. Benedicto XVI nos ha dicho:

“Un desarrollo armonioso es posible si las opciones económicas y políticas realizadas tienen en cuenta los principios fundamentales que lo hacen accesible a todos: me refiero, en particular, a los principios de subsidiariedad y solidaridad. En el centro de toda programación económica, considerando especialmente la vasta y compleja red de relaciones que caracteriza la época posmoderna, debe estar siempre la persona, creada a imagen de Dios y querida por él para custodiar y administrar los inmensos recursos de la creación. Sólo una cultura común de la participación responsable y activa puede permitir a todo ser humano sentirse no usuario o testigo pasivo, sino colaborador activo en el proceso de desarrollo mundial.

El interés económico y comercial no debe convertirse nunca en algo exclusivo, porque de hecho mortificaría la dignidad humana. Puesto que el actual proceso de globalización que está atravesando el mundo afecta cada vez más a los campos de la cultura, la economía, las finanzas y la política, hoy el gran desafío es "globalizar" no sólo los intereses económicos y comerciales, sino también las expectativas de solidaridad, respetando y valorando la aportación de todos los componentes de la sociedad.

Como habéis reafirmado oportunamente, el crecimiento económico no debe separarse jamás de la búsqueda de un desarrollo humano y social integral. A este respecto, la Iglesia, en su doctrina social, subraya la importancia de la aportación de los cuerpos intermedios según el principio de subsidiariedad, para contribuir libremente a orientar los cambios culturales y sociales y dirigirlos a un auténtico progreso del hombre y de la colectividad. A este propósito, en la encíclica Spe salvi reafirmé que «las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario»”

Con esta intervención queda claro, en el pensamiento del Santo Padre que el elemento económico es ciertamente importante, aunque no es un fin en sí mismo sino más bien un medio que debe favorecer el desarrollo integral del ser humano a todo nivel, tanto material como espiritual.

Para ello, el Santo Padre recuerda el tema pendiente central del concepto de solidaridad. Al respecto vale la pena recordar unas palabras muy esclarecedoras: “A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuestos al sacrificio, incluso extremo: «dar la vida por los hermanos»” Al respecto Ana Marta González nos dice: “Precisamente esto, en efecto, es lo que entendemos por “solidaridad”: una actitud del corazón para la cual no existe un sustituto técnico-político adecuado. Las nuevas formas de marginación no se resuelven únicamente con decisiones políticas y medidas legislativas. Esto se percibe de manera especial no ya cuando de trata de salir al paso de grandes catástrofes, sino con ocasión de las tragedias cotidianas en medio de las cuales transcurre la vida de tanta gente, bastante cerca de nosotros. Y es que la solidaridad como actitud ética conduce a mostrar una especial sensibilidad e intentar poner remedio a todo aquello que, aunque sea levemente, amenaza la ya de por sí frágil existencia humana, especialmente en el caso de los grupos sociales que, por diversas circunstancias, se podrían incluir entre los más vulnerables de la sociedad.”

Por lo tanto aquí la Iglesia enriquece el debate cultural con un concepto de desarrollo y caridad que enriquecen sin duda la comprensión de la tarea pendiente puesto a que: “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia”

¿A modo de síntesis?

El desafío que los hijos de la Iglesia, experimentamos de cara a los años venideros, con calma, serenidad y esperanza pero también con la conciencia de quien se experimenta interpelado por la invitación de ser partícipes activos de la Nueva Evangelización pasa por una dimensión de anuncio que no se queda en la denuncia.

Podemos decir que esta tarea se proyecta en una dimensión de anuncio integral de la verdad del ser humano y sus repercusiones.

Creemos que hoy, en este contexto, el anuncio supone una recta comprensión de la realidad del desarrollo en la que la solidaridad, la subsidiariedad, y la participación de todos, cada uno según sus posibilidades y capacidades, contribuya al desarrollo del bien común de modo que el orden comunitario exprese, así una plasmación serena e integral de una cultura reconciliada.

El voluntariado, tiene, en este contexto, mediante su capacidad sintetizadora una contribución que aportar en la obra común.

Capítulo III: El aporte del Magisterio del Papa Juan Pablo II

Como hemos mencionado varias veces, del tema del voluntariado existen diversas opiniones y diversas perspectivas. Sin embargo resulta importante entender que no toda perspectiva es igualmente valiosa. En este sentido este capítulo busca aproximarse al tema del voluntariado desde la riqueza única que el cristianismo puede aportar.

Es por eso que en este capítulo repasaremos algunos de los elementos constitutivos del voluntariado cristiano en el pensamiento del Papa Juan Pablo II.

Nuevamente queremos decir que el marco de referencia obligatorio dentro del cual se hace necesario presentar el tema del voluntariado, es el marco de la caridad cristiana. No hacerlo significaría, traicionar el espíritu.

La caridad cristiana es una realidad tan rica que sobrepasa la pretensión de éste trabajo que se escribe días antes de la beatificación del Papa Juan Pablo II, durante el Pontificado de Benedicto XVI.

Hace ya diez años celebrábamos el Año internacional del voluntariado declarado por la ONU.

Este año ha sido declarado como año internacional del voluntariado europeo por la Comunidad Económica Europea.

El tema en cuestión, es decir el tema del voluntariado, está pues, de algún modo en el centro del debate contemporáneo y no ha perdido vigencia y por los cambios culturales de las últimas décadas, y la configuración del espacio público moderno, de algún modo este fenómeno ha terminado de tomar cuerpo, por lo menos como lo entendemos hoy tanto a Juan Pablo II como a Benedicto XVI. Conviene mencionar, que Benedicto XVI, en total continuidad con Juan Pablo II, también ha intervenido en no pocas ocasiones en torno al tema del voluntariado y en especial en torno al gran tema de la caridad cristiana

Por eso es que conviene, para hacerse una idea, más exhaustiva del tema, leer la Deus caritas est, que de algún modo, describe con pluma de oro, lo que podríamos llamar el aporte único y específico que la fe brinda en las iniciativas organizadas de la Iglesia, entre ellas, por supuesto aquellas que interesan a este trabajo.

Sea como fuere, por una cuestión metodológica y práctica y con la humildad de quien se sabe superado, pretendemos concentrar nuestra atención en el Magisterio de Juan Pablo II.

Sin embargo, quien escribe esto también ha investigado el tema en cuestión dentro del Magisterio de Benedicto XVI y no puede dejar de afirmar la sintonía en temas de fondo que unen a ambos desarrollos magisteriales.

Según el Cardenal Javier Lozano Barragán, Presidente del Pontificio Consejo para la pastoral de los agentes sanitarios, “El Papa Juan Pablo II trata del tema del Voluntariado católico de 1979 a la fecha en no menos de 170 ocasiones.” Esta afirmación del Cardenal Lozano Barragán es contundente. Manifiesta la riqueza del desarrollo del tema a lo largo de tantos años de pontificado del Papa Magno.

Como vemos la intervenciones del Papa con respecto a este tema han sido variadas y diversas. Conviene mencionar también que propiamente dicho no existe un pensamiento desarrollado de manera sistemática por el Papa Wojtyla sobre el tema del voluntariado. Lo que sí existe es un conjunto de oportunas intervenciones que nos permiten esbozar algunos elementos valiosos que nos ayudan a profundizar en la riqueza de esta realidad. Además son un aporte singular para el cristiano que busca profundizar en su fe pueda plasmar en el compromiso cristiano un modo concreto -el modo cristiano- de vivir la caridad en medio de una cultura que ofrece no pocas paradojas y contradicciones.

Por lo tanto conviene aquí preguntarnos por aquello que aporta la perspectiva cristiana al fenómeno del voluntariado. Perspectiva sintetizada en el pensamiento de Juan Pablo II. En este sentido dirá Juan Pablo II lo siguiente:

Frente a este consolador desarrollo de los organismos de asistencia y promoción humana, ¿cuál es la aportación específica que los cristianos están llamados a dar? […] El cristiano está llamado a dar su contribución específica a esta vasta acción humanitaria, pues sabe que en la sagrada Escritura la exhortación a amar al prójimo está vinculada al mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mc 12, 29-31).

No pretendemos presentar una síntesis de todo lo que ha dicho el Papa Magno, pero sí pretendemos señalar algunas características que le dan al voluntariado cristiano esa originalidad única que sólo el cristianismo es capaz de aportar. Para ello, que mejor que empezar presentando el tema como lo presenta Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica postsinodal “Christifideles laici” hablando en torno al tema de la caridad:

“Precisamente en este contexto continúan surgiendo y difundiéndose, en concreto en las sociedades organizadas, distintas formas de voluntariado, que actúan en una multiplicidad de servicios y obras. El voluntariado, si se vive en su verdad de servicio desinteresado al bien de las personas, especialmente de las más necesitadas y las más olvidadas por los mismos servicios sociales, debe considerarse una importante manifestación de apostolado, en el que los fieles laicos, hombres y mujeres, desempeñan un papel de primera importancia.”

El aporte del Magisterio de Juan Pablo II: Voluntariado, Anuncio y Evangelización

En la perspectiva del Papa Juan Pablo II sobre el voluntariado el anuncio del evangelio constituye la primera caridad del cristiano de modo que el lenguaje de las obras corrobore la caridad de las palabras.

Llama la atención la relación que establece el Santo Padre entre anuncio y servicio de la caridad en el marco de la eclesialidad. No son realidades antagónicas sino que forman parte de un mismo mensaje e invitan a una coherencia integral de vida. Así el voluntariado católico está llamado a convertirse en un anuncio eficaz de la esperanza y la caridad.

En la misma línea de la afirmación anterior, sabemos que si el anuncio del Evangelio es la primera caridad del cristiano entonces se impone de manera inmediata el anuncio del mandamiento supremo del amor que todos los seres humanos estamos llamados a vivir.

Así, el tema del amor cristiano supera y trasciende a la mera filantropía y se convierte en anuncio y testimonio de Cristo.

Es aquí en donde testimonio, caridad, entrega se convierten en un signo elocuente de la dimensión de anuncio de la fe y por lo tanto en un medio de evangelización y apostolado.

El Santo Padre, en este contexto, habla de cómo, en las sociedades libres y organizadas, siguen creciendo y desarrollándose, -es un dato sociológico-, diversas formas de voluntariado que ocupan diversos ámbitos del espacio social.

El Santo Padre anima a vivir el espíritu de caridad y el compromiso generoso con los necesitados y considera este esfuerzo una manifestación de apostolado abierta a todos, hombres, mujeres, gente de toda edad y condición. Cada uno tiene algo que aportar al bien de todos y todos estamos llamados a ofrecer una contribución al bien común.

Dentro del ámbito del anuncio y de la evangelización, en las que ciertamente el voluntariado es medio, el Santo Padre, recuerda también la dimensión profética del voluntariado.

Para ello, el voluntariado católico no debe perder de vista la búsqueda de una auténtica promoción de las personas y del bien común y que trascienda la mera asistencia y que se desarrolle en el marco de la gratuidad, el desprendimiento y la generosidad cristiana.

Los iconos del voluntariado cristiano

El Santo Padre presenta, varios pasajes bíblicos que de algún modo constituyen el paradigma de la caridad que están llamados a vivir los voluntarios en el servicio generoso que prestan ante diversas situaciones como pueden ser las emergencias, las enfermedades, las catástrofes naturales, etc.

El Santo Padre presenta el valor de hacerse eco de las necesidades de nuestros hermanos siguiendo el ejemplo del modelo del buen samaritano.

Aquí el Santo Padre resalta la capacidad de hacerse “prójimo” del necesitado y por eso constituye un maravilloso ejemplo de altruismo y generosidad.

Por otro lado, el Santo Padre, presenta también al Señor como el modelo por excelencia del voluntario cristiano “Él "no vino a ser servido, sino a servir" (Mt 20, 28), y "siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de que nos enriqueciéramos con su pobreza" (2 Co 8, 9). En el Cenáculo, durante la última Cena, después de lavar los pies a sus discípulos, el Maestro les dijo: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 15). Siguiendo su ejemplo, los voluntarios llevan a toda persona que sufre el bálsamo del amor divino.”

El Santo Padre presenta también el episodio del lavatorio de los pies y del Mandato de la caridad como programa de vida para los voluntarios.

Se nos presenta así un amor total e incondicional que es presentado como fuente de inspiración para aquellos que son discípulos del Señor. También recurre el Santo Padre a presentar el ejemplo de santa María al acudir con prontitud a visitar y ayudar a su prima Isabel. En éste ejemplo, el voluntariado encuentra el testimonio de aquella prontitud con la que debemos atender la necesidad de los demás.

La iglesia no es una agencia de voluntariado =

Una comprensión de la Iglesia como una agencia de voluntariado seria expresión de una comprensión muy pobre del misterio de la Iglesia. Sin embargo la Iglesia, brinda un servicio generoso que trasciende una actitud meramente asistencialista para mirar al hombre en su totalidad, en su condición de ser hijo y en el marco de la compresión de su dignidad, vocación y destino.

Se encuentra así el marco para superar una praxis que se quede en el mero sentimiento humanitario y de un servicio que se queda en el "espíritu de este mundo" y se entiende claramente la llamado a servir y no a ser servidos. Éste es el marco de referencia para asumir una actitud oblativa y generosa.

La dimensión profundamente pedagógica del voluntariado

El voluntariado ofrece también una fuerza educativa digna de la más alta estima. En el pensamiento del Santo Padre, el voluntariado es presentado como un recurso educativo particularmente digno de atención en la medida en que enseña y estimula una orientación de vida sanamente desinteresada y a la vez cultiva el espíritu solidario y atento a las necesidades de los demás. En este sentido es enriquecedor para todos y un ámbito para enriquecerse de la experiencia de verse ante situaciones diversas y complejas. (Lo que hoy en el ámbito educativo contemporáneo se entiende como “service learning”.)

El Santo Padre afirma que es necesario, en la formación moral, ayudar a las personas, a adquirir las virtudes y capacidades que permitan servir a Dios y a los hermanos. Es una invitación a que las motivaciones en el obrar, sean sobrenaturales de modo que ayuden a cultivar y alentar la conciencia que cada uno tiene que ofrecer una contribución a la renovación de la sociedad.

Además, en continuidad con lo que afirmábamos líneas arriba, puede constituir también un camino de cuestionamiento en la línea de la opción vocacional de vida.

Por otro lado, dentro del marco del crecimiento en las virtudes, el voluntariado aparece también como escuela de contemplación y compromiso

Acción y contemplación son dos realidades que se complementan. No podemos en el fondo dar amor si es que antes no tenemos una experiencia honda de oración, de encuentro con el Señor. Así dentro del marco del equilibrio entre la gracia y la libertad, entre el don y la respuesta, el voluntariado cristiano aparece como una síntesis vital del inseparable binomio de la oración y el compromiso fecundo.


El voluntariado como espacio para poner al servicio de los demás la riqueza de los propios talentos

Muy en la línea de lo anterior, es decir el voluntariado como recurso educativo, aparece también el voluntariado como medio para ofrecer poner al servicio de los demás los propios talentos y capacidades.

Así aparece el tema de la capacidad de articular carrera profesional y amor auténtico saliendo al encuentro de las necesidades de las personas que nos rodean.

En este sentido el voluntariado aparece como una realidad sintética y reconciliadora.

El voluntariado como medio para promover el “Evangelio de la Vida”

El Santo Padre menciona que el voluntariado ayuda a promover la cultura de la vida en la medida en que ofrecen una aportación preciosa al servicio de la vida.

Aquí el Santo Padre explica que este servicio o mejor dicho, caridad, es una realidad no circunscrita a personas de determinada raza o religión.

Surge así la capacidad de percibir el sufrimiento del necesitado.

Parte importante también de la promoción de la cultura de la vida que hace el voluntariado y que aporte un criterio hoy, oportuno es la capacidad que tiene el voluntariado de manifestar, por decirlo de algún modo la primacía del ser sobre el tener.

Según el Santo Padre, esta percepción, de la primacía del ser sobre el tener es consecuencia de una visión religiosa del hombre y del mundo. Es parte, por lo tanto, de la cosmovisión cristiana de la realidad y aporta una perspectiva de la realidad que ayuda a superar el materialismo que constituye una seria amenaza para el hombre contemporáneo.

Voluntariado y Doctrina Social de la Iglesia

El voluntariado aparece también como una gran síntesis de la Doctrina Social de la Iglesia, en la medida en que, partiendo de una visión cristiana del hombre y del mundo, es capaz de traducirse en una búsqueda solidaria del bien común.

Además porque entiende, estimula y valora el compromiso de cada cual, a través de la comunicación de los bienes espirituales y materiales, al bien común, esfuerzo, dicho sea de paso, en el que cada uno tiene un aporte propio y específico que presentar.

Además el voluntariado manifiesta de algún modo la elocuencia de la caridad cristiana que encuentra su fundamento en el Evangelio y que constituye un signo de esperanza.


Conclusiones

  En este trabajo hemos querido presentar el tema al voluntariado como un interesante signo de los tiempos y hemos querido iluminarlo a la luz de la fe y del desarrollo magisterial del Papa Juan Pablo II.

Resulta interesante constatar que existe cierta unanimidad intelectual que comprende el fenómeno del voluntariado con un conjunto de características que lo ha llevado a ir asumiendo una “personalidad propia” que lo hace sujeto de estudio y que es además característico del espacio público moderno.

Sabemos que hoy existen muchos tipos de voluntariado y esto es ciertamente un elemento positivo aunque a la vez complejo. Positivo en cuanto manifiesta un modo de ejercer el derecho-deber de la “participación” en diversas formas de iniciativas en el ámbito social. Complejo en la medida que sin duda, el voluntariado expresa y manifiesta el modo como una cultura se entiende a sí misma, y en eso en el panorama contemporáneo es fuente de innumerables desafíos.

En esa línea creemos que el voluntariado es una realidad vulnerable a lecturas parciales e ideológicas que amenazan la potencialidad de su riqueza.

Por ello es que creemos que el aporte de la fe resulta decisivo para encaminarnos en una interpretación equilibrada y recta de un tema con tanta potencialidad.

Sobre todo porque por el voluntariado, a lo largo de la historia, la Iglesia ha hecho mucho. Quizás sería más preciso decir, que por medio del voluntariado a lo largo de la historia, la Iglesia ha hecho mucho aunque de suyo no existía, por lo menos como hoy, la connotación que la palabra voluntariado tiene hoy en día. Sea como fuere, y buscando continuar con el tema de una visión integral y sintética del voluntariado, consideramos necesario, iluminar el tema desde el magisterio Pontificio de los últimos años situados aquí en el pensamiento de Juan Pablo II, aunque vale la pena expresar, explícitamente que el Papa Benedicto también ha tenido un conjunto de intervenciones de riquísimo valor para el tema que en este trabajo nos ocupa.

De lo dicho pretendo que quede claro que resulta importante iluminar esta realidad desde la fe porque hay mucho de lícito e interesante en el fenómeno del voluntariado pero que exige una purificación de la razón, de modo que el voluntariado, rectamente entendido se manifieste no sólo como un signo de los tiempos sino además manifieste el rostro concreto de la caridad cristiana para que así alcance toda la fuerza irradiativa de la que es capaz.

Creemos, por lo tanto, que una lectura del voluntariado en clave cristiana es fundamental para ubicar el tema en toda su potencialidad evangelizadora y por medio de él, generar esa síntesis de la verdad evangélica hecha vida.

Creemos que ello sólo será posible desde una recta antropología cristiana, capaz de entender al hombre en toda su integralidad y riqueza.

Un primer gran tema, que es fundamental para cualquier aproximación a la realidad del voluntariado, por lo menos desde la fe y del desarrollo magisterial de Juan Pablo II es entenderlo dentro del gran contexto de la caridad cristiana. El voluntariado es una manifestación de lo que constituye el perfil único, irrepetible e insustituible de la acción caritativa de la iglesia. Aquí encontramos ciertamente el marco de referencia fundamental que ha motivado este trabajo.

Es la caridad cristiana y además la cosmovisión cristiana de la realidad la que tiene que iluminar la “cuestión del voluntariado” para enriquecer su comprensión dado que, como ya hemos dicho, tiene mucho valor en sí mismo pero también es susceptible de difundir visiones equivocadas que ponen en riesgo la recta comprensión del ser del hombre, de su naturaleza, dignidad y destino.

Por ello a la luz del Magisterio Pontificio hemos querido proponer una lectura en clave del voluntariado para acaso, contribuir, a delinear el perfil específico e insustituible del voluntario católico.

A modo de intento de síntesis sobre el aporte específico del voluntariado católico, nos parece oportuno señalar las siguientes características que presentamos y que han de ser entendidas en conjunto.

Si algo tiene el voluntariado católico es su condición de ser integrador, multidisciplinar y sintético y por ello prima la visión de conjunto pero por una cuestión de forma presento bajo diferentes títulos que simplemente recalcan algún acento dentro de una visión unitaria y de conjunto.

No es ideológico

El voluntariado católico no puede jamás identificarse con una ideología ni tampoco debe ser entendido como una realidad utópica . El voluntariado surge del compromiso del que se siente interpelado en ofrecer un aporte personal en el ejercicio de contribuir al bien común.

De algún modo podemos decir que manifiesta un modo de actuar responsable y participativo.

El voluntariado cristiano es una plasmación del ejercicio de la caridad cristiana intentado llevar a la acción la vida según el Espíritu de las Bienaventuranzas.

En éste sentido conviene unir y no independizar la síntesis que ofrece el voluntariado cristiano como fe hecha acción, como síntesis entre fe creída y fe vivida.

Así el voluntariado católico es expresión de la experiencia del seguimiento de Cristo.

La Iglesia no es una agencia de voluntariado ni tampoco una ONG.

El voluntariado católico distingue sin error ni confusión que por su misma esencia la misión de la Iglesia no es ni se puede identificar con la misión de una organización no gubernamental.

Ciertamente el modo de organizar el ejercicio de la caridad en la Iglesia se ha plasmado históricamente a través de muchos modos, entre ellos, y de corte moderno, podemos identificar muchas ONG´s inspiradas en el espíritu cristiano. Sin embargo la identificación de la Iglesia como una agencia de voluntariado, o una ONG implica un error eclesiológico radical e irreconciliable, aunque de suyo, existan muchos modos organizativos, jurídicos y sociales cómo el ejercicio de la caridad asume un rostro concreto.

Conviene tener en claro, que la Iglesia, comunidad de fe y de culto, es capaz de mirar integralmente al hombre, en la medida en que mira a Dios, de ahí que su misión no se agote en la dimensión asistencial de promoción humana aunque ésta esté, inspirada y fecundada por la realidad de la fe.

Signo de los tiempos y valor profético

El voluntariado católico es un signo de los tiempos. Así lo manifestó explícitamente el Papa Juan Pablo II y conviene también recordar que el año 2001 fue declarado, por la ONU, como el “año internacional del voluntariado” y que el 2011 ha sido declarado como el “año europeo del voluntariado.”

Así la Iglesia, haciéndose eco de los signos de los tiempos, ofrece una lectura del tema del voluntariado que nos permite situarnos ante él desde los criterios del evangelio, reconociendo en él su “valor profético” pero ofreciendo también el marco de referencia adecuado para entender el desafío en términos integrales y ajenos a cargas ideológicas y reductivas.

El voluntariado se vuelve así un ejercicio de anuncio en la acción. Es un ideal vivido en la acción que sabe que ha de experimentar un proceso constante de purificación.

Esto nos lleva al encuentro con la teología del amor y del verdadero significado de la diaconía cristiana pero también entiende que el voluntariado católico está abierto a una vivencia cada vez más coherente de la fe en su conjunto.

Enfatiza el tema de la caridad

El voluntariado aparece también como un modelo de participación social que manifiesta la primacía de la caridad sobre la justicia. Además, en concreto, como el servicio de la caridad, servicio que todos estamos llamados a vivir.

Es en este sentido en donde se encuentra, por medio de la caridad, un camino en donde la persona, entiende el voluntariado como un medio equilibrado de desarrollo individual en armonía plena con una contribución de carácter comunitario. En el fondo es la perspectiva integradora del bien personal subordinado al bien común, cosa que parece que hoy también necesita una cierta purificación.

Es una manera en la que la contribución al bien común no se delega únicamente al estado, sino que se da de manera directa.

Aquí se entiende claramente que en la discusión compleja, por el calor ideológico de décadas pasadas entre justicia y caridad, se pretendía atribuir al estado la tarea exclusiva del ejercicio de la caridad en la que en realidad la realidad de la caridad, equivalía a justicia.

Esta es una visión que ponía todo el énfasis de la construcción del bien común en el estado. El voluntariado además se presenta entre ambos, pero no se cruza de brazos, sino que más bien sale al encuentro de la necesidad. En ese sentido el voluntariado tiene una “mística de mirada abierta” que reconoce la prioridad del prójimo. Además se presenta como una respuesta activa e inmediata que trasciende el lenguaje jurídico-técnico-político.

El voluntariado católico encuentra en varios ejemplos de la Sagrada Escritura todo un programa acerca del modo de vivir la caridad y en particular del estilo en que se debe vivir la caridad evangélica.

Entre ellos “el buen samaritano” es uno de los iconos del voluntariado cristiano.

A través del “Lavatorio de los pies y el Mandato de la Caridad se sintetiza el programa de vida para el voluntario católico.

El voluntariado encuentra en el ejemplo de María la prontitud con la que debemos atender la necesidad de los demás.

Voluntariado y evangelización

La presentación del voluntariado y el tema de la caridad está también presentado en su dimensión evangelizadora. Aparece así el voluntariado como un modo elocuente de evangelización que encuentra en Cristo a su modelo por excelencia Aparece también la dimensión del voluntariado como don gratuito. En este sentido el voluntariado católico nos ofrece la oportunidad de realizar un aporte en el plano personal poniendo al servicio de los demás la riqueza de los propios talentos.

El poner al servicio de los demás, la riqueza de los propios dones y capacidades no va en desmedro de la comprensión que la primera caridad del voluntario está en el anuncio y testimonio del Evangelio. El anuncio a través del testimonio del mandamiento supremo del amor.

Voluntariado y esperanza cristiana

El voluntariado aparece como un signo de esperanza en medio de una cultura hedonista y egocéntrica que cae en el error profundamente anti humano de valorar más el “tener” que el “ser.”

Hay una visión positiva de la experiencia humana y del hecho humano que no cae en un falso irenismo pero que también es capaz de percibir lo rectamente humano y de purificarlo y elevarlo.

El lenguaje de la caridad cristiana nos lleva al encuentro con la identidad más profunda de la fe católica y resplandece la dimensión humanizadora del voluntariado.

El voluntariado como signo de esperanza resalta el valor de la solidaridad cristiana que testimonia la caridad evangélica. Así el voluntariado se convierte en una experiencia de Dios.

Es solidario e inclusivo

El voluntariado aparece como un camino de “inclusión” solidaria. Es así que el otro, independientemente de su condición, situación y credo, aparece como mi prójimo.

“El voluntariado contribuye a que la solidaridad sea algo real, y como todos llega donde no alcanza el Estado, completándose la justicia con la equidad; sirve para que los miembros de la sociedad no eludan responsabilidades, de modo que su contribución no proceda únicamente a través del Estado sino también directamente. El ejercicio solidario sanea las relaciones sociales. La participación de todos para contribuir al bien común no ha de frenar la responsabilidad del Estado, pero tampoco éste ha de prescindir de lo que deba y tenga derecho a hacer cada uno. La participación en sí misma en un bien común que busca ese bien común. Este conjunto de intenciones y acciones enriquece a los individuos y a la vida social.” ç

Sólo en este sentido, partiendo del reconocimiento del valor del otro, fundamentado en la realidad de ser Imagen y Semejanza de Dios, el hombre encuentra el marco de referencia adecuado para promover una recta comprensión del deber de trabajar por los demás. Esta comprensión, no es opcional, sino más bien obligatoria.

Es parte además, del llamado, personal e intransferible de responder al servicio de la caridad, parte esencial de la vocación cristiana. El voluntariado, constituye, un rostro concreto y privilegiado, aunque ciertamente no el único, como este servicio se hace realidad.

Es una realidad sintética, interdisciplinar y reconciliadora

El voluntariado católico aparece como una realidad en la que confluyen varias disciplinas y saberes. Se resalta su carácter interdisciplinar, integrador y se manifiesta como síntesis de la Doctrina Social de la Iglesia.

Por otro lado se presenta la Doctrina Social de la Iglesia como relevante para el discernimiento de las problemáticas concretas y además como referente indispensable para la acción. Se busca plasmar en líneas concretas de acción las normas universales.

El voluntariado católico se caracteriza también como una expresión que manifiesta el recto equilibrio de los 4 niveles de reconciliación en el sentido que de la reconciliación con Dios, como reconciliación fundamental, se plasma en una reconciliación personal abierta a los hermanos y en armonía también con el universo de la creación. Además así, se establece una jerarquía de valores o de iniciativas que permite discernir la prioridad de iniciativas. Queda claro por tanto la recta jerarquía de valores y prioridades en un mundo relativista que supone que todo voluntariado es cualitativamente lo mismo.

Así salvaguardamos la invitación que nos hacía la Gaudium et Spes: “Las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio… De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo”

Coherencia fe y vida pública

El voluntariado aparece también como medio privilegiado de vivir la fe el ámbito público. En otras palabras, es una síntesis entre fe y cultura.

Esto nos centra de lleno en la tarea deber de inculturar el evangelio. De hacer público el compromiso católico. De dar un aporte público para evangelizar la cultura.

Así el voluntariado nos ofrece un modo de vivir una espiritualidad encarnada que impulsa a la misión y que nos invita a hacernos partícipes de la misión evangelizadora de la Iglesia. Podríamos también decir que así el voluntariado ofrece un rostro concreto en el esfuerzo de la síntesis entre fe y cultura, entre Iglesia y mundo en donde se genera un diálogo enriquecedor en el que cada uno hace una contribución enriquecedora en un clima de naturalidad y armonía.

En este sentido queda claro que el voluntariado hace un aporte en la línea de promover una cultura rectamente humana. Así ante la cultura de muerte, se responde con la construcción de una cultura de vida.

El incomparable aporte histórico de la Iglesia

Resulta sugerente constatar que la Iglesia ha ejercido, a la largo de toda su historia esta diaconía hacia los demás y que no necesariamente era llamada “voluntariado cristiano” pero que de suyo respondía, en sentido esencial al ejercicio de la caridad organizada.

En este sentido la Iglesia católica ha hecho históricamente un aporte interesantísimo y es poseedora de un patrimonio de acción caritativa, históricamente incomparable, sin precedente y sin duda, de unas proporciones inimitables.

El voluntariado cristiano aparece como una síntesis profundamente humana de las exigencias propias del amor con el tema de la identidad evangélica. Así no sólo el voluntariado cristiano es entendido como medio de apostolado sino también como medio de auténtica promoción humana.

Podemos decir además que ha existido siempre aunque hoy, se manifiesta en profunda continuidad con su historia, pero quizá en un lenguaje nuevo. El voluntariado como escuela para la vida

El voluntariado se manifiesta como recurso educativo. Así, en el lenguaje más pedagógico y contemporáneo se llama, entre otras cosas “service learning”

El voluntariado manifiesta su potencialidad cómo medio para el ejercicio de las virtudes en el terreno práctico y en el servicio.

Así manifiesta su potencialidad como escuela de contemplación y compromiso.

“Las personas y los grupos sociales cuanto más se esfuerzan por resolver los problemas sociales según la verdad, tanto más se alejan del arbitrio y se adecuan a las exigencias objetivas de la moralidad.”

Voluntariado y visión cristiana del trabajo

El voluntariado supone y enriquece la concepción estática del trabajo. Así el voluntariado, pone de manifiesto la armonía que debe existir entre la dimensión objetiva del trabajo y la dimensión subjetiva del mismo. Es un modo de trabajo que supone el compromiso no sólo con la causa a la que se sirve, sino que además supone también la comprensión del bien personal que ese esfuerzo implica para mí como camino para compartir los dones espirituales y materiales al servicio de los demás.

Anexo: Las intervenciones más destacadas del Papa Juan Pablo II sobre el tema del voluntariado

Encíclias  Carta Encíclica “Centesimus annus”, 1 de mayo de 1991:

Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos.

Efectivamente, parece que conoce mejor las necesidades y logra satisfacerlas de modo más adecuado quien está próximo a ellas o quien está cerca del necesitado. Además, un cierto tipo de necesidades requiere con frecuencia una respuesta que sea no sólo material, sino que sepa descubrir su exigencia humana más profunda. Conviene pensar también en la situación de los prófugos y emigrantes, de los ancianos y enfermos, y en todos los demás casos, necesitados de asistencia, como es el de los drogadictos: personas todas ellas que pueden ser ayudadas de manera eficaz solamente por quien les ofrece, aparte de los cuidados necesarios, un apoyo sinceramente fraterno.

49. En este campo la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, su Fundador, está presente desde siempre con sus obras, que tienden a ofrecer al hombre necesitado un apoyo material que no lo humille ni lo reduzca a ser únicamente objeto de asistencia, sino que lo ayude a salir de su situación precaria, promoviendo su dignidad de persona. Gracias a Dios, hay que decir que la caridad operante nunca se ha apagado en la Iglesia y, es más, tiene actualmente un multiforme y consolador incremento. A este respecto, es digno de mención especial el fenómeno del voluntariado, que la Iglesia favorece y promueve, solicitando la colaboración de todos para sostenerlo y animarlo en sus iniciativas.

Para superar la mentalidad individualista, hoy día tan difundida, se requiere un compromiso concreto de solidaridad y caridad, que comienza dentro de la familia con la mutua ayuda de los esposos y, luego, con las atenciones que las generaciones se prestan entre sí. De este modo la familia se cualifica como comunidad de trabajo y de solidaridad. Pero ocurre que cuando la familia decide realizar plenamente su vocación, se puede encontrar sin el apoyo necesario por parte del Estado, que no dispone de recursos suficientes. Es urgente, entonces, promover iniciativas políticas no sólo en favor de la familia, sino también políticas sociales que tengan como objetivo principal a la familia misma, ayudándola mediante la asignación de recursos adecuados e instrumentos eficaces de ayuda, bien sea para la educación de los hijos, bien sea para la atención de los ancianos, evitando su alejamiento del núcleo familiar y consolidando las relaciones entre las generaciones (101).

Carta Encíclica, “Evangelium vitae”, 25 de marzo de 1995:

A este heroísmo cotidiano pertenece el testimonio silencioso, pero a la vez fecundo y elocuente, de " todas las madres valientes, que se dedican sin reservas a su familia, que sufren al dar a luz a sus hijos, y luego están dispuestas a soportar cualquier esfuerzo, a afrontar cualquier sacrificio, para transmitirles lo mejor de sí mismas ".(111) Al desarrollar su misión " no siempre estas madres heroicas encuentran apoyo en su ambiente. Es más, los modelos de civilización, a menudo promovidos y propagados por los medios de comunicación, no favorecen la maternidad. En nombre del progreso y la modernidad, se presentan como superados ya los valores de la fidelidad, la castidad y el sacrificio, en los que se han distinguido y siguen distinguiéndose innumerables esposas y madres cristianas... Os damos las gracias, madres heroicas, por vuestro amor invencible. Os damos las gracias por la intrépida confianza en Dios y en su amor. Os damos las gracias por el sacrificio de vuestra vida... Cristo, en el misterio pascual, os devuelve el don que le habéis hecho, pues tiene el poder de devolveros la vida que le habéis dado como ofrenda ".(112) " ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: "Tengo fe", si no tiene obras? " (St 2, 14): servir el Evangelio de la vida

87. En virtud de la participación en la misión real de Cristo, el apoyo y la promoción de la vida humana deben realizarse mediante el servicio de la caridad, que se manifiesta en el testimonio personal, en las diversas formas de voluntariado, en la animación social y en el compromiso político. Esta es una exigencia particularmente apremiante en el momento actual, en que la " cultura de la muerte " se contrapone tan fuertemente a la " cultura de la vida " y con frecuencia parece que la supera. Sin embargo, es ante todo una exigencia que nace de la " fe que actúa por la caridad " (Gal 5, 6), como nos exhorta la Carta de Santiago: " ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: "Tengo fe", si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y algunos de vosotros les dice: "Idos en paz, calentaos y hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta " (2, 14-17).

En el servicio de la caridad, hay una actitud que debe animarnos y distinguirnos: hemos de hacernos cargo del otro como persona confiada por Dios a nuestra responsabilidad. Como discípulos de Jesús, estamos llamados a hacernos prójimos de cada hombre (cf. Lc 10, 29-37), teniendo una preferencia especial por quien es más pobre, está sólo y necesitado. Precisamente mediante la ayuda al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado -como también al niño aún no nacido, al anciano que sufre o cercano a la muerte- tenemos la posibilidad de servir a Jesús, como El mismo dijo: " Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis " (Mt 25, 40). Por eso, nos sentimos interpelados y juzgados por las palabras siempre actuales de san Juan Crisóstomo: " ¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No le honréis aquí en el templo con vestidos de seda y fuera le dejéis perecer de frío y desnudez ".(113)

90. Un papel específico están llamadas a desempeñar las personas comprometidas en el voluntariado: ofrecen una aportación preciosa al servicio de la vida, cuando saben conjugar la capacidad profesional con el amor generoso y gratuito. El Evangelio de la vida las mueve a elevar los sentimientos de simple filantropía a la altura de la caridad de Cristo; a reconquistar cada día, entre fatigas y cansancios, la conciencia de la dignidad de cada hombre; a salir al encuentro de las necesidades de las personas iniciando -si es preciso- nuevos caminos allí donde más urgentes son las necesidades y más escasas las atenciones y el apoyo.

El realismo tenaz de la caridad exige que al Evangelio de la vida se le sirva también mediante formas de animación social y de compromiso político, defendiendo y proponiendo el valor de la vida en nuestras sociedades cada vez más complejas y pluralistas. Los individuos, las familias, los grupos y las asociaciones tienen una responsabilidad, aunque a título y en modos diversos, en la animación social y en la elaboración de proyectos culturales, económicos, políticos y legislativos que, respetando a todos y según la lógica de la convivencia democrática, contribuyan a edificar una sociedad en la que se reconozca y tutele la dignidad de cada persona, y se defienda y promueva la vida de todos.

Esta tarea corresponde en particular a los responsables de la vida pública. Llamados a servir al hombre y al bien común, tienen el deber de tomar decisiones valientes en favor de la vida, especialmente en el campo de las disposiciones legislativas. En un régimen democrático, donde las leyes y decisiones se adoptan sobre la base del consenso de muchos, puede atenuarse el sentido de la responsabilidad personal en la conciencia de los individuos investidos de autoridad. Pero nadie puede abdicar jamás de esta responsabilidad, sobre todo cuando se tiene un mandato legislativo o ejecutivo, que llama a responder ante Dios, ante la propia conciencia y ante la sociedad entera de decisiones eventualmente contrarias al verdadero bien común. Si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres. Repito una vez más que una norma que viola el derecho natural a la vida de un inocente es injusta y, como tal, no puede tener valor de ley. Por eso renuevo con fuerza mi llamada a todos los políticos para que no promulguen leyes que, ignorando la dignidad de la persona, minen las raíces de la misma convivencia ciudadana.


Exhortaciones Apostólicas    Exhortación Apostólica postsinodal “Christifideles laici” del 30 de diciembre de 1988:

La caridad, alma y apoyo de la solidaridad

41. El servicio a la sociedad se manifiesta y se realiza de modos diversos: desde los libres e informales hasta los institucionales, desde la ayuda ofrecida al individuo a la dirigida a grupos diversos y comunidades de personas.

Toda la Iglesia como tal está directamente llamada al servicio de la caridad: <<La Santa Iglesia, como en sus orígenes, uniendo el "ágape" con la Cena Eucarística se manifestaba unida con el vínculo de la caridad en torno a Cristo, así, en nuestros días, se reconoce por este distintivo de la caridad y, mientras goza con las iniciativas de los demás, reivindica las obras de caridad como su deber y derecho inalienable. Por eso la misericordia con los pobres y enfermos, así como las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua, dirigidas a aliviar las necesidades humanas de todo género, la Iglesia las considera un especial honor>> (148) . La caridad con el prójimo, en las formas antiguas y siempre nuevas de las obras de misericordia corporal y espiritual, representa el contenido más inmediato, común y habitual de aquella animación cristiana del orden temporal, que constituye el compromiso específico de los fieles laicos. Con la caridad hacia el prójimo, los fieles laicos viven y manifiestan su participación en la realeza de Jesucristo, esto es, en el poder del Hijo del hombre que "no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mc. 10, 45). Ellos viven y manifiestan tal realeza del modo más simple, posible a todos y siempre, y a la vez del modo más engrandecedor, porque la caridad es el más alto don que el Espíritu ofrece para la edificación de la Iglesia (cf. 1 Co. 13, 13) y para el bien de la humanidad. La caridad, en efecto, anima y sostiene una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades del ser humano.

Tal caridad, ejercitada no sólo por las personas en singular sino también solidariamente por los grupos y comunidades, es y será siempre necesaria. Nada ni nadie la puede ni podrá sustituir; ni siquiera las múltiples instituciones e iniciativas públicas, que también se esfuerzan en dar respuesta a las necesidades -a menudo, tan graves y difundidas en nuestros días- de una población. Paradójicamente esta caridad se hace más necesaria, cuanto más las instituciones, volviéndose complejas en su organización y pretendiendo gestionar toda área a disposición, terminan por ser abatidas por el funcionalismo impersonal, por la exagerada burocracia, por los injustos intereses privados, por el fácil y generalizado encogerse de hombres. Precisamente en este contexto continúan surgiendo y difundiéndose, en concreto en las sociedades organizadas, distintas formas de voluntariado, que actúan en una multiplicidad de servicios y obras. El voluntariado, si se vive en su verdad de servicio desinteresado al bien de las personas, especialmente de las más necesitadas y las más olvidadas por los mismos servicios sociales, debe considerarse una importante manifestación de apostolado, en el que los fieles laicos, hombres y mujeres, desempeñan un papel de primera importancia. Exhortación Apostólica postsinodal “Pastore dabo vobis” del 25 de marzo de 1992:

9. Sin embargo, no faltan situaciones y estímulos positivos, que suscitan y alimentan en el corazón de los adolescentes y jóvenes una nueva disponibilidad, así como una verdadera y propia búsqueda de valores éticos y espirituales, que por su naturaleza ofrecen terreno propicio para un camino vocacional a la entrega total de sí mismos a Cristo y a la Iglesia en el sacerdocio.

Hay que decir, antes que nada, que se han atenuado algunos fenómenos que en un pasado reciente habían provocado no pocos problemas, como la contestación radical, los movimientos libertarios, las reivindicaciones utópicas, las formas indiscriminadas de socialización, la violencia.

Hay que reconocer además que también los jóvenes de hoy, con la fuerza y la ilusión típicas de la edad, son portadores de los ideales que se abren camino en la historia: la sed de libertad; el reconocimiento del valor inconmensurable de la persona; la necesidad de autenticidad y de transparencia; un nuevo concepto y estilo de reciprocidad en las relaciones entre hombre y mujer; la búsqueda convencida y apasionada de un mundo más justo, más solidario, más unido; la apertura y el diálogo con todos; el compromiso por la paz.

El desarrollo, tan rico y vivaz en tantos jóvenes de nuestro tiempo, de numerosas y variadas formas de voluntariado dirigidas a las situaciones más olvidadas y pobres de nuestra sociedad, representa hoy un recurso educativo particularmente importante porque estimula y sostiene a los jóvenes hacia un estilo de vida más desinteresado, abierto y solidario con los necesitados. Este estilo de vida puede facilitar la comprensión, el deseo y la respuesta a una vocación de servicio estable y total a los demás, incluso en el camino de una plena consagración a Dios mediante la vida sacerdotal.

La reciente caída de las ideologías, la forma tan crítica de situarse ante el mundo de los adultos que no siempre ofrecen un testimonio de vida entregada a los valores morales y trascendentes, la misma experiencia de compañeros que buscan evasiones en la droga y en la violencia, contribuyen a hacer más aguda e ineludible la pregunta fundamental sobre los valores que son verdaderamente capaces de dar plenitud de significado a la vida, al sufrimiento y a la muerte. En muchos jóvenes se hacen más explícitos el interrogante religioso y la necesidad de vida espiritual. De ahí el deseo de experiencia "de desierto" y de oración, el retorno a una lectura más personal y habitual de la Palabra de Dios, y al estudio de la teología.

Al igual que eran ya activos y protagonistas en el ámbito del voluntariado social, los jóvenes lo son también cada vez más en el ámbito de la comunidad eclesial, sobre todo con la participación en las diversas agrupaciones, desde las más tradicionales, aunque renovadas, hasta las más recientes. La experiencia de una Iglesia llamada a la "nueva evangelización" por su fidelidad al Espíritu que la anima y por las exigencias del mundo alejado de Cristo pero necesitado de El, como también la experiencia de una Iglesia cada vez más solidaria con el hombre y con los pueblos en la defensa y en la promoción de la dignidad personal y de los derechos humanos de todos y cada uno, abren el corazón y la vida de los jóvenes a ideales muy atrayentes y que exigen un compromiso, que puede encontrar su realización concreta en el seguimiento de Cristo y en el sacerdocio.

40. (…) Viene del numero Finalidad de la educación del cristiano es llegar, bajo el influjo del Espíritu, a la "plena madurez de Cristo" (Ef. 4, 13). Esto se verifica cuando, imitando y compartiendo su caridad, se hace de toda la vida propia un servicio de amor (cf. Jn. 13, 14-15), ofreciendo un culto espiritual agradable a Dios (cf. Rom, 1) y entregándose a los hermanos. El servicio de amor es el sentido fundamental de toda vocación, que encuentra una realización específica en la vocación del sacerdote. En efecto, él es llamado a revivir, en la forma más radical posible, la caridad pastoral de Jesús, o sea, el amor del buen Pastor que "da su vida por las ovejas" (Jn. 10, 11).

Por eso una pastoral vocacional auténtica no se cansará jamás de educar a los niños, adolescentes y jóvenes al compromiso, al significado del servicio gratuito, al valor del sacrificio, a la donación incondicionada de sí mismo. En este sentido, se manifiesta particularmente útil la experiencia del voluntariado, hacia el cual está creciendo la sensibilidad de tantos jóvenes. En efecto, se trata de un voluntariado motivado evangélicamente, capaz de educar al discernimiento de las necesidades, vivido con entrega y fidelidad cada día, abierto a la posibilidad de un compromiso definitivo en la vida consagrada, alimentado por la oración; dicho voluntariado podrá ayudar a sostener una vida de entrega desinteresada y gratuita, y al que lo practica, le hará más sensible a la voz de Dios que lo puede llamar al sacerdocio. A diferencia del joven rico, el voluntario podría aceptar la invitación, llena de amor, que Jesús le dirige (cf. Mc. 10, 21); y la podría aceptar porque sus únicos bienes consisten ya en darse a los otros y "perder" su vida.   Exhortación Apostólica postsinodal “Vita consecrata” del 25 de marzo de 1996:

56. Una manifestación significativa de participación laical en la riqueza de la vida consagrada es la adhesión de fieles laicos a los varios Institutos bajo la fórmula de los llamados miembros asociados o, según las exigencias de algunos ambientes culturales, de personas que comparten, durante un cierto tiempo, la vida comunitaria y la particular entrega a la contemplación o al apostolado del Instituto, siempre que, obviamente, no sufra daño alguno la identidad del Instituto en su vida interna. (127)

Es justo tener en gran estima el voluntariado que se nutre de las riquezas de la vida consagrada; pero es preciso cuidar su formación, con el fin de que los voluntarios tengan siempre, además de competencia, profundas motivaciones sobrenaturales en su propósito y un vivo sentido comunitario y eclesial en sus proyectos. (128) Debe tenerse presente también que, para que sean consideradas como obras de un determinado Instituto, aquellas iniciativas en las que los laicos están implicados con capacidad de decisión, deben perseguir los fines propios del Instituto y ser realizadas bajo su responsabilidad. Por tanto, si los laicos se hacen cargo de la dirección, éstos responderán de la misma a los Superiores y Superioras competentes. Es conveniente que todo esto sea considerado y regulado por normas específicas de cada Instituto, aprobadas por la Autoridad Superior, en las cuales se prevean las competencias respectivas del Instituto mismo, de las comunidades y de los miembros asociados o de los voluntarios.

El reto de la pobreza

89. Otra provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza. La respuesta de la vida consagrada está en la profesión de la pobreza evangélica, vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad.

¡Cuántos Institutos se dedican a la educación, a la instrucción y formación profesional, preparando a los jóvenes y a los no tan jóvenes para ser protagonistas de su futuro! ¡Cuántas personas consagradas se desgastan sin escatimar esfuerzos en favor de los últimos de la tierra! ¡Cuántas se afanan en formar a los futuros educadores y responsables de la vida social, de tal modo que éstos se comprometan en la supresión de las estructuras opresivas y a promover proyectos de solidaridad en favor de los pobres! Estas personas consagradas luchan para vencer el hambre y sus causas, animando las actividades del voluntariado y de las organizaciones humanitarias, y sensibilizando a los organismos públicos y privados para propiciar así una equitativa distribución de las ayudas internacionales. Mucho deben las naciones a estos agentes emprendedores de la caridad que, con su incansable generosidad, han dado y siguen dando una significativa aportación a la humanización del mundo.


Exhortación Apostólica postsinodal “Ecclesia in Europa” del 28 de Junio de 2003:

85 Es vocación de la Iglesia, como " signo creíble, aunque siempre inadecuado del amor vivido, hacer que los hombres y mujeres se encuentren con el amor de Dios y de Cristo, que viene a su encuentro ". (141) La Iglesia, " signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano ", (142) da testimonio del amor cuando las personas, las familias y las comunidades viven intensamente el Evangelio de la caridad. En otras palabras, nuestras comunidades eclesiales están llamadas a ser verdaderas escuelas prácticas de comunión.

Por su propia naturaleza, el testimonio de la caridad ha de extenderse más allá de los confines de la comunidad eclesial, para llegar a cada ser humano, de modo que el amor por todos los hombres fomente auténtica solidaridad en toda la vida social. Cuando la Iglesia sirve a la caridad, hace crecer al mismo tiempo la " cultura de la solidaridad ", contribuyendo así a dar nueva vida a los valores universales de la convivencia humana.

En esta perspectiva es menester revalorizar el sentido auténtico del voluntariado cristiano. Naciendo de la fe y siendo alimentado continuamente por ella, debe saber conjugar capacidad profesional y amor auténtico, impulsando a quienes lo practican a " elevar los sentimientos de simple filantropía a la altura de la caridad de Cristo; a reconquistar cada día, entre fatigas y cansancios, la conciencia de la dignidad de cada hombre; a salir al encuentro de las necesidades de las personas iniciando -si es preciso- nuevos caminos allí donde más urgentes son las necesidades y más escasas las atenciones y el apoyo ". (143)

88. Se ha de promover también convenientemente la pastoral de los enfermos. Teniendo en cuenta que la enfermedad es una situación que plantea cuestiones esenciales sobre el sentido de la vida, el cuidado de los enfermos ha de ser una de las prioridades " en una sociedad de la prosperidad y la eficiencia, en una cultura caracterizada por la idolatría del cuerpo, por la supresión del sufrimiento y el dolor y por el mito de la eterna juventud ". (145) Para ello se ha de promover, por un lado, una adecuada presencia pastoral en los diversos lugares del dolor, por ejemplo, mediante la dedicación de los capellanes de hospitales, los miembros de asociaciones de voluntariado, las instituciones sanitarias eclesiásticas, y, por otro, el apoyo a las familias de los enfermos. Hará falta además estar al lado del personal médico y auxiliar con medios pastorales adecuados, para apoyarlo en su delicada vocación al servicio de los enfermos. En efecto, los agentes sanitarios prestan cada día en su actividad un noble servicio a la vida. A ellos se les pide que den también a los pacientes una ayuda espiritual especial, que supone el calor de un autentico contacto humano.

Discursos

Discurso a los miembros de la Conferencia Episcopal Italiana en visita “Ad Limina” del 20 de mayo de 1999:

4. Amadísimos obispos italianos, todos estamos conmovidos a causa de la tristísima situación de guerra y atropello étnico que se está viviendo desde hace tiempo en la República federal de Yugoslavia. Al agradecer la oración coral con que vuestras Iglesias están respondiendo al llamamiento que hice al comienzo de este mes de mayo, deseo expresaros mi profundo aprecio por el elevado número de testimonios e iniciativas de solidaridad que están llevando a cabo los institutos religiosos, las Cáritas y los organismos de voluntariado, principalmente en los lugares a donde llegan los prófugos y también en muchas otras partes de Italia.

Discurso a los peregrinos que acudieron a Roma para la misa de canonización de Cirilo Bertrán y ocho compañeros del 22 de noviembre de 1999:

San Benito Menni descubrió su vocación precisamente cuando llevaba a cabo tareas de voluntariado en Milán. Muchos de los peregrinos que habéis venido para su canonización sois voluntarios en diversos centros hospitalarios y en otros centros asistenciales. Ese servicio enriquece vuestra vida y hace crecer la capacidad de donación y acogida solidaria del prójimo, especialmente de los que sufren. Os animo a proseguir en esa labor, iluminados por los ejemplos del padre Menni, imitándole y siguiéndole en el camino de misericordia que él practicó.

Discurso a los dirigentes y socios del “Círculo de San Pedro” del 5 de junio de 2000:

2. En efecto, vuestra benemérita Asociación va penetrando cada vez más en el corazón de Roma, impulsada por el deseo de responder a las urgencias de los más pobres y olvidados. Entre las diferentes intervenciones de solidaridad realizadas en favor de quienes sufren por la falta de lo necesario, reviste singular significado la nueva iniciativa que, con ocasión del gran jubileo, habéis emprendido, garantizando diariamente una acción de voluntariado en los comedores establecidos junto a las basílicas patriarcales. Os expreso una vez más a todos mi felicitación por haber aceptado generosamente la invitación a colaborar en el proyecto denominado "La caridad del Papa para el jubileo".

Discurso en el Jubileo de los voluntarios de la XV Jornada Mundial de la Juventud del 12 de agosto de 2000:

2. Quisiera saludar con especial cordialidad a los "voluntarios del jubileo", que ya están trabajando desde hace algunos días para preparar la celebración ordenada de la Jornada mundial de la juventud. Se trata de un acontecimiento muy esperado, y en el que todos los creyentes tienen puesta su mirada, porque a las generaciones jóvenes les corresponde recoger la antorcha de la fe y llevarla a sus coetáneos y a la humanidad del tercer milenio.

Una representación de ellos está aquí, mientras que los demás se encuentran en la plaza de San Pedro, pero nos escuchan porque están en conexión con nosotros mediante la radio. Han participado en la santa misa presidida por el cardenal vicario, y concluirán la celebración de su jubileo cruzando por la Puerta santa. Quiero recordar, asimismo, a los agentes del Centro del voluntariado del jubileo, que coordina a los diversos grupos de voluntarios que están a disposición de los peregrinos del Año santo.

Queridos hermanos, os saludo con afecto y os agradezco la generosidad con que habéis asegurado vuestra colaboración. Dios os recompense la diligencia y la disponibilidad que manifestáis en el servicio que estáis llamados a prestar. Se os pide que ayudéis a vuestros coetáneos y a los peregrinos procedentes de todo el mundo a participar de modo ordenado y provechoso en los diferentes momentos de la Jornada mundial de la juventud. Ayudadles, también gracias a una organización eficiente, a encontrarse con Cristo y a hacer que este encuentro internacional sea una experiencia inolvidable, experiencia de los jóvenes, de la Iglesia joven. Ayudadles, además, a experimentar la belleza de estar juntos animados por sentimientos positivos, para poner las bases de una nueva humanidad, inspirada en los valores de la fraternidad y de la paz. Esta experiencia se expresa también a través de la variedad de los colores. A través de los colores y también a través de las inscripciones que lleváis. Cada uno posee un carné de identidad.

Discurso a numerosos grupos de peregrinos del 9 de diciembre de 2000:

3. Dirijo ahora mi palabra a la Federación de organismos cristianos de servicio internacional de voluntariado. Queridos hermanos, al término de vuestra asamblea general anual, habéis querido dirigirme vuestro deferente saludo. Os agradezco vuestra presencia y vuestro gesto cordial.

Vuestra benemérita actividad en favor de los países en vías de desarrollo nace de vuestro profundo deseo de poner en práctica el evangelio de la caridad. En este ámbito, vuestra obra se presenta como una peculiar vocación laical no sólo al servicio del anuncio cristiano, sino también de la dignidad de toda persona y del desarrollo de los pueblos del mundo. A la vez que os expreso la gratitud eclesial por vuestra generosa disponibilidad, animo a los socios de los 52 organismos que componen vuestra federación a proseguir con entusiasmo las iniciativas de sensibilización con respecto a los objetivos que os habéis prefijado y a perseverar con espíritu evangélico en vuestra actividad en favor de tantos hermanos y hermanas necesitados. Acompaño mi deseo con la seguridad de un recuerdo particular en la oración.

Discurso a diferentes grupos de peregrinos jubilares del 30 de diciembre de 2000:

2. Me dirijo ahora a la numerosa representación de las organizaciones de voluntariado, que trabajan en el ámbito de la protección civil y han venido a Roma para celebrar su jubileo. Saludo con deferencia a las autoridades presentes, comenzando por el ministro de Interior, a quien agradezco las cordiales palabras que acaba de dirigirme. Doy las gracias, de igual modo, a los dos representantes de los voluntarios, que han interpretado vuestros sentimientos comunes. Amadísimos voluntarios, también os agradezco vuestros dones: la pala, antigua y nueva herramienta de trabajo, y el casco de los bomberos, siempre presentes cuando hay que salvar alguna vida.

Vosotros constituís una de las expresiones más recientes y maduras de la larga tradición de solidaridad arraigada en la generosidad y en el altruismo del pueblo italiano. En vuestras asociaciones confluyen creyentes y no creyentes, animados por el deseo común de socorrer a quien necesita ayuda. Las nobles finalidades y propósitos de vuestros organismos han recibido recientemente un justo reconocimiento en apropiadas normas legislativas, que han contribuido a la formación de una identidad nacional del voluntariado de la protección civil, atenta a las necesidades primordiales de la persona y del bien común.

Hoy vuestras organizaciones, tanto de carácter nacional como local, cuentan con cerca de un millón trescientos mil miembros en Italia, en más de tres mil organizaciones. Estas, que van asumiendo cada vez más el papel de custodios naturales del territorio, han escrito durante estos años páginas estupendas de generosa solidaridad, y representan en la realidad contemporánea un prometedor signo de esperanza.

¡Cómo no recordar, por ejemplo, las intervenciones en favor de los damnificados por el aluvión de la región de Versilia, de los afectados por el terremoto de Umbría y Las Marcas, de las víctimas de la riada de Sarno, de Piamonte y del Valle de Aosta! Y ¡cómo no mirar con admiración a los miles de voluntarios que han participado en misiones humanitarias en Bosnia-Herzegovina, Albania y Kosovo, o en operaciones de socorro en favor de las poblaciones turcas, afectadas por el reciente seísmo, y de las francesas de la región de Dordoña! En esas ocasiones, la colaboración de los voluntarios con las fuerzas institucionales no sólo alivió las consecuencias de graves tragedias, sino que también contribuyó a suscitar entre la gente un impulso más fuerte de solidaridad.

Vuestra presencia hoy en Roma para celebrar el jubileo expresa claramente vuestro compromiso de proseguir la noble acción que distingue a las asociaciones de voluntariado de la protección civil.

Queridos hermanos, seguid testimoniando con vuestra obra benemérita el primado del ser sobre el tener, típico de toda visión religiosa del hombre y del mundo. De este modo, contribuiréis a poner las bases de la civilización del amor. Dondequiera que insidias y peligros atenten contra la tranquilidad y la paz, y humillen y aíslen al hombre, sed centinelas vigilantes e iconos vivos del buen Samaritano.

Discurso a los voluntarios de la diócesis de Roma del 10 de noviembre de 2001:

Amadísimos voluntarios:

1. Os saludo con afecto al final de la celebración eucarística con la que habéis querido comenzar este encuentro organizado con ocasión del Año internacional del voluntariado, que la Asamblea general de las Naciones Unidas ha establecido en el 2001.

Saludo cordialmente al cardenal vicario, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido, haciéndose intérprete de los sentimientos comunes. Saludo asimismo a monseñor Armando Brambilla, obispo delegado para la asistencia religiosa en los hospitales de Roma, las cofradías y las asociaciones pías. Recuerdo también con gratitud a los responsables de Cáritas y de la oficina de Emigrantes de esta Iglesia de Roma, así como a los participantes en el congreso organizado por la Universidad católica del Sagrado Corazón y el policlínico Agostino Gemelli de Roma. Os saludo a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, deseosos de servir a los hermanos siguiendo el ejemplo de Jesús, que en la víspera de su pasión, después de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 15).

¿De qué ejemplo nos habla? La respuesta parece evidente en el contexto en que se pronuncian esas palabras. Realizando con sus Apóstoles un gesto reservado habitualmente a los esclavos, anuncia su muerte, mediante la cual al día siguiente se entregaría a sí mismo en el Calvario. Por tanto, Jesús habla de un amor total e incondicional, en el que desea que sus discípulos aprendan a inspirar su comportamiento.

Las palabras del Señor en la última Cena deben constituir para vosotros un programa de vida. En efecto, vuestra misión consiste precisamente en reproducir los gestos de Aquel que, aun siendo de naturaleza divina, tomó por amor la condición de siervo (cf. Flp 2, 6-7). Irradiar el Evangelio en el nuevo milenio

2. En la carta apostólica Novo millennio ineunte invité a toda la Iglesia a "remar mar adentro", para irradiar con fuerza y renovado entusiasmo el Evangelio en el nuevo milenio. Esta exhortación resuena hoy con particular vigor para vosotros, llamados a colaborar de modo singular en la obra de la nueva evangelización. ¡Gracias por el testimonio generoso que dais en una sociedad dominada a menudo por el afán de tener y poseer! Como fieles discípulos e imitadores de Cristo, os sentís impulsados a ir contra corriente, realizando la opción evangélica de servir a los hermanos no sólo porque tenéis el deseo de conseguir objetivos legítimos de justicia social, sino también, y sobre todo, porque estáis animados por la fuerza irresistible de la caridad divina.

El campo de acción que se abre diariamente ante vuestros ojos es enorme. En efecto, son numerosos y graves los problemas que afligen a nuestra sociedad. Al observar la realidad de nuestra ciudad, no podemos menos de reconocer que, por desgracia, existen aún carencias en los servicios sociales y lagunas en los servicios básicos de diversas zonas periféricas, así como graves formas de desigualdad en la renta y en el disfrute de bienes primarios como la escuela, la casa y la asistencia sanitaria. Y ¿qué decir de la marginación en la que viven mendigos, nómadas, tóxicodependientes y enfermos de sida? Por no hablar de la disgregación familiar, que perjudica a las personas más débiles, ni de las formas de violencia física o psicológica contra mujeres y niños.

¿Cómo no recordar, asimismo, los problemas relativos a la inmigración y al aumento del número de ancianos solos, de enfermos y de pobres?

Este preocupante cuadro social, al que se unen con frecuencia una lamentable falta de respeto por la vida y la persona humana y un desconcertante vacío de valores morales y religiosos, interpela ante todo a las instituciones, pero estimula en particular a la comunidad cristiana, que desde siempre ve en la caridad el camino real de la evangelización y la promoción humana.

3. El voluntariado, tan difundido en Italia, constituye un auténtico "signo de los tiempos" y muestra una viva toma de conciencia de la solidaridad que une recíprocamente a los seres humanos. Al permitir a los ciudadanos participar activamente en la gestión de los servicios destinados a ellos y en las diversas estructuras e instituciones, el voluntariado contribuye a aportar el "suplemento de alma" que las hace más humanas y respetuosas de la persona.

Para poder desempañar su papel profético, la acción del voluntariado debe mantenerse fiel a algunos rasgos esenciales típicos: ante todo, la búsqueda de una auténtica promoción de las personas y del bien común, que vaya más allá de la asistencia, por lo demás necesaria; en segundo lugar, el estilo de genuina gratuidad, que debe caracterizar siempre, a ejemplo del Señor Jesús, la acción de los creyentes. Hay que conservar celosamente este estilo propio de los voluntarios, que testimonian el Evangelio, incluso cuando se beneficien de las formas de apoyo económico previstas por las leyes para la realización de las tareas de voluntariado.

Queridos hermanos, que cada habitante de nuestra ciudad, independientemente de su raza o religión, encuentre en vosotros a hermanos generosos y conscientes de ejercer la caridad no como pura filantropía, sino en nombre de Cristo. Para manteneros fieles a esta vocación, perseverad en la oración y en la escucha de la palabra de Dios, así como en la participación en la Eucaristía. De este modo seréis capaces de ver en los hermanos que sufren el rostro del Señor, contemplado en la oración y en la celebración de los misterios divinos. Además, contribuiréis a la obra de misión permanente a la que tantas veces he invitado en estos años a la comunidad diocesana de Roma. Con estos deseos, os encomiendo a la protección materna de la Salus populi romani y de corazón os imparto a cada uno la bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestros familiares y a cuantos se benefician de vuestro servicio continuo.

Discurso a la Conferencia Episcopal de Tailandia en visita “Ad Limina” del 16 de noviembre de 2001:

La sociedad contemporánea necesita urgentemente estas instituciones educativas para proporcionar una sólida formación moral y ayudar a los estudiantes a adquirir las virtudes y las capacidades requeridas para el servicio a Dios y al prójimo. Es preciso impulsar a los estudiantes a comprometerse en formas de servicio y obras de voluntariado para que se sientan cada vez más implicados en la misión de la Iglesia y aprendan a contribuir de modo concreto a la renovación de la sociedad. Confío en que haréis todo lo posible por mantener y fortalecer el carácter católico de vuestras escuelas y encontrar nuevas maneras de garantizar a los pobres y marginados mayor acceso a la educación, pues de otro modo no tendrían la oportunidad.

Discurso en el 30º Aniversario de la fundación de la Cáritas italiana del 24 de noviembre de 20001:

5. Cuanto más se logre implicar a cada uno de los miembros y a la comunidad entera, tanto más eficaces resultarán los esfuerzos para prevenir la marginación, influir en los mecanismos generadores de injusticia, defender los derechos de los débiles, eliminar las causas de la pobreza y poner en "contacto solidario" el Sur y el Norte, el Este y el Oeste del planeta. ¡Cuántas posibilidades se abren en este campo para el voluntariado! A vosotros os corresponde la tarea de valorarlas todas. Pienso, de modo singular, en las energías frescas de tantos muchachos y muchachas que, gracias al servicio social, pueden dedicar una parte de su tiempo a intervenciones socio-caritativas en Italia y en otros países. De este modo podréis contribuir a dar vida a un mundo en el que por fin callen las armas y se realicen proyectos de desarrollo sostenible.

6. Sin embargo, queridos hermanos y hermanas, para cumplir el mandato que la Iglesia os confía es indispensable que permanezcáis siempre a la escucha y en contemplación de Cristo. Es preciso que la oración preceda, acompañe y siga cada una de vuestras intervenciones.

Sólo así podréis responder con prontitud al Señor, que está a la puerta de nuestro corazón y de nuestras comunidades y "llama" de modo discreto, pero insistente.

Discurso en el 30º Aniversario de la fundación de la Cáritas italiana del 24 de noviembre de 20001:

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os dirijo un cordial saludo a todos vosotros, al final del simposio internacional sobre el voluntariado católico en la sanidad, promovido y organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud.

Saludo con afecto, ante todo, a monseñor Javier Lozano Barragán, presidente de vuestro Consejo pontificio, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo a los demás prelados, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los representantes de los Estados y de los Gobiernos, a los estudiosos y a los investigadores, así como a los delegados de las numerosas asociaciones de voluntariado que, con su presencia y su contribución científica, han querido honrar esta importante manifestación.

A través de cada uno de vosotros deseo enviar mi saludo y mi agradecimiento a todos los voluntarios que, comprometidos en múltiples formas de solidaridad, trabajan en nombre de la Iglesia junto a los pobres y a los que sufren.

2. Vuestro simposio, que tiene como lema las palabras del Evangelio "Vade et tu fac similiter", "Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10, 37), se sitúa en el marco del Año internacional del voluntariado, proclamado oficialmente por las Naciones Unidas. Por tanto, constituye una magnífica ocasión para reflexionar en el servicio voluntario, que la Iglesia ha alentado siempre con fuerza.

En una sociedad que siente la influencia del materialismo y el hedonismo, la vitalidad del voluntariado representa un signo prometedor de esperanza. La acción de los voluntarios destaca el valor de la solidaridad, contribución insustituible para responder a las expectativas profundas de la persona y resolver los graves y urgentes problemas de la humanidad. El voluntariado se caracteriza precisamente por su capacidad de testimoniar amor gratuito al prójimo, contribuyendo de este modo a realizar la anhelada civilización del amor.

3. "Ve y haz tú lo mismo". Como modelo de referencia de vuestra acción, habéis elegido, queridos voluntarios, al buen samaritano, del que habla la conocida parábola evangélica. Parábola muy elocuente, que exhorta a todo creyente y a todo hombre de buena voluntad a testimoniar personalmente el amor, en especial a los que sufren. Jesús es el modelo por excelencia del voluntario cristiano. Él "no vino a ser servido, sino a servir" (Mt 20, 28), y "siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de que nos enriqueciéramos con su pobreza" (2 Co 8, 9). En el Cenáculo, durante la última Cena, después de lavar los pies a sus discípulos, el Maestro les dijo: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 15). Siguiendo su ejemplo, los voluntarios llevan a toda persona que sufre el bálsamo del amor divino.

Para cumplir fielmente esta misión, es preciso que mantengan fija la mirada en Cristo, porque sólo de su corazón viene el vigor espiritual que transforma la existencia. En nuestras sociedades modernas socialmente avanzadas, pero que prevén instituciones específicas para responder a las exigencias de los pobres y de los que sufren, se siente con fuerza la necesidad de un "suplemento de alma" que infunda esperanza incluso en la experiencia amarga del sufrimiento y de la precariedad, respetando plenamente la dignidad de todo ser humano. Ciertamente, las instituciones pueden responder a las necesidades sociales de la gente, pero ninguna de ellas es capaz de sustituir el corazón del hombre, su compasión, su amor y su iniciativa.

4. Gracias a Dios, numerosos fieles laicos están comprometidos hoy en múltiples formas de voluntariado. La comunidad cristiana realiza, a través de su obra, una profética fantasía de la caridad, evocando el espíritu de la primera comunidad de Jerusalén, que "ofreció a los no cristianos la imagen conmovedora de un intercambio espontáneo de dones, hasta la comunión de los bienes, en favor de los más pobres" (Novo millennio ineunte, 53).

Queridos voluntarios, que este sea siempre vuestro estilo de servicio, especialmente cuando tengáis que atender a los enfermos y a los que sufren. Que vuestras actividades sean expresión visible de la caridad de las obras, a través de la cual el anuncio del Evangelio, que es la primera caridad, no corre el riesgo de "ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día". En efecto, "la caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras" (ib., 50).

Cuando con voluntarios de diferentes religiones, o que se declaran no creyentes, realizáis una acción común en favor del hombre, considerad providencial esta oportunidad para poner en práctica el diálogo y la colaboración interreligiosa e intercultural. En efecto, la defensa y la promoción de la vida no son monopolio de nadie; más bien, constituyen una tarea confiada a todos.

Juntos es más fácil combatir y derrotar las graves formas de injusticia y miseria que ofenden la dignidad humana; juntos es posible dar una contribución decisiva para el crecimiento de la sociedad civil, cuyas instituciones resultan a menudo insuficientes para satisfacer la petición de ayuda que se eleva de las personas necesitadas. Juntos se puede dar vida a un mundo más acogedor. Por tanto, es interés de las mismas instituciones públicas incentivar y sostener las actividades del voluntariado, tanto las que realizan algunas personas individualmente como las que promueven las asociaciones organizadas para acelerar el camino hacia la construcción de una sociedad solidaria, donde reinen la justicia y la paz.

5. Vuestro interesante simposio se concluye hoy, un día rico en significado, en el que se celebra la Jornada mundial de lucha contra el sida. Con esta ocasión la opinión pública está invitada a tomar conciencia de las causas y las consecuencias de esta grave enfermedad.

Queridos hermanos y hermanas enfermos de sida, no os sintáis solos. El Papa está cerca de vosotros con afecto y os sostiene en vuestro difícil camino. La Iglesia acompaña a los hombres de ciencia, y anima a todos los que trabajan incansablemente para curar y derrotar esta grave forma de enfermedad. Siguiendo el ejemplo de Cristo, considera la asistencia a quien sufre como un componente fundamental de su misión, y se siente interpelada personalmente por este nuevo ámbito del sufrimiento humano. Consciente de que todo enfermo es un "camino particular" para la acogida de la Palabra, se inclina con amor sobre todo hermano y hermana afectados por la enfermedad.

Queridos profesionales de la salud y queridos voluntarios, se os ha confiado la tarea de hacer sentir a quien sufre el amor y el consuelo de Cristo. Que a través de vosotros resuene en el corazón de estos hermanos y hermanas nuestros doloridos la invitación, llena de amor, de Jesús: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os aliviaré" (Mt 11, 28).

María, la Virgen del consuelo y de la misericordia, os acompañe con su ternura materna y sostenga vuestros pasos.

Con estos deseos, os imparto de corazón a cada uno de vosotros, a cuantos comparten vuestro laudable compromiso y a aquellos a quienes servís y consoláis en nombre de Cristo, una especial bendición apostólica .

Discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio “Cor Unum” del Jueves 7 de febrero de 2002:

1. Me alegra dar mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, con ocasión de la XXIV asamblea plenaria del Consejo pontificio "Cor unum". Saludo al presidente, monseñor Paul Josef Cordes, a quien agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes, comenzando por el secretario y los colaboradores del dicasterio. Saludo a los señores cardenales, los obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos de diversa proveniencia que participan en la plenaria; algunos de ellos han sido nombrados recientemente. A todos y a cada uno expreso mi más sincero agradecimiento por la disponibilidad y el espíritu de colaboración que muestran en un ámbito tan importante del apostolado eclesial.

A través del Consejo pontificio "Cor unum" el amor de la Iglesia llega a numerosas personas pobres y necesitadas en el mundo entero, valiéndose de múltiples intervenciones e iniciativas de las comunidades locales y de las instituciones caritativas internacionales.

2. En vuestra asamblea plenaria de este año habéis querido profundizar el tema del voluntariado, un fenómeno importante que suscita hoy tantas energías para el bien en la Iglesia y en el mundo. Se trata de un tema en el que también centró su atención la Organización de las Naciones Unidas. El año pasado la ONU dedicó su reflexión precisamente al voluntariado.

En efecto, el voluntariado, fruto de opciones conscientes, aunque a veces difíciles, ofrece a la sociedad, además de un servicio concreto, el testimonio del valor de la gratuidad. Este valor, en sí mismo muy elocuente, contrasta con el individualismo, por desgracia muy difundido en nuestras sociedades, especialmente en las opulentas. Frente a los intereses económicos, que a menudo parecen constituir la categoría dominante de las relaciones sociales, la acción de los voluntarios tiende a manifestar la centralidad del hombre. La persona, en cuanto tal, es la que merece ser servida y amada siempre, especialmente cuando está minada por el mal y el sufrimiento o cuando se la margina y vilipendia.

En este sentido, el voluntariado representa un significativo factor de humanización y de civilización. Con ocasión de la Jornada del voluntariado, el 5 de diciembre del año pasado, dirigí un mensaje a cuantos están comprometidos en el ámbito del servicio al hombre y al bien común, para subrayar el interés con que la Iglesia considera este vasto fenómeno. En él reafirmé la validez de esta experiencia, que ofrece a muchas personas la posibilidad de vivir concretamente la llamada al amor, ínsita en el corazón de todo ser humano.

3. Para los cristianos, la raíz de este compromiso se encuentra en Cristo. Por amor Jesús entregó su vida a los hermanos, y lo hizo gratuitamente. Los creyentes siguen su ejemplo. Así, comprometidos en múltiples campos de acción humanitaria, pueden convertirse para los no creyentes en un verdadero estímulo a experimentar la profundidad del mensaje evangélico.

Muestran de manera concreta que el Redentor del hombre está presente en el pobre y en el que sufre, y quiere ser reconocido y amado en toda criatura humana.

Para que este testimonio tenga gran influjo, espero que cuantos trabajan en asociaciones e instituciones católicas de voluntariado tomen como modelo a los numerosos santos de la caridad, que con su existencia han dejado en la Iglesia una estela de luminoso heroísmo evangélico. Cada uno ha de tratar de encontrarse personalmente con Cristo, que colma de amor el corazón de cuantos quieren servir al prójimo.

4. Vuestra plenaria se celebra pocos meses después del trigésimo aniversario de fundación del Consejo pontificio "Cor unum", instituido el 15 de julio de 1971 por el siervo de Dios Pablo VI. Ya han pasado tres decenios, durante los cuales la acción caritativa de la Iglesia ha crecido y se ha difundido a través del servicio de los organismos eclesiales y la contribución de innumerables fieles. Los resultados obtenidos confirman la validez de la intuición de mi venerado predecesor, el cual, acogiendo las orientaciones sugeridas en el concilio ecuménico Vaticano II, quiso instituir en la Sede apostólica un organismo de coordinación y animación de las numerosas instituciones presentes en la Iglesia, en el ámbito de la promoción humana y de la solidaridad cristiana. También hoy, en vuestro Consejo pontificio, las diócesis y las organizaciones católicas dedicadas al ejercicio de la caridad tienen un lugar de encuentro, de diálogo y de orientación, para intervenir más eficazmente en el ámbito de las diversas formas de pobreza.

5. Al dar gracias a Dios por los treinta años de actividad de "Cor unum", siento la necesidad de renovar mi gratitud por la solicitud con la que en numerosas ocasiones, a veces en circunstancias dolorosas y trágicas, ha sido instrumento de la caridad del Papa. En particular, me complace recordar el esfuerzo realizado recientemente para prestar ayuda a los prófugos de Afganistán, así como en otras regiones de la tierra afectadas por guerras o calamidades naturales.

Queridos hermanos y hermanas, os aliento a proseguir en esta obra, que ya se lleva a cabo con buenos resultados, mediante la cual contribuís en gran medida a la promoción de la dignidad del hombre y a la causa de la paz. Además, expreso mis mejores deseos de que el esfuerzo diario que realizáis para impulsar la pastoral caritativa de las comunidades diocesanas y sostener al voluntariado católico se traduzca en un anuncio cada vez más eficaz del evangelio de la esperanza y de la caridad.

Con estos deseos, a la vez que os encomiendo a todos a la protección materna de la Virgen María, como prenda de fervor espiritual y de todo bien anhelado, os imparto de corazón a cada uno una especial bendición apostólica.

Discurso a la federación de organismos cristianos del servicio internacional del 14 de diciembre de 2002:

1. Me alegra acogeros y saludaros a cada uno de vosotros, que habéis venido aquí en representación de las Asociaciones católicas de voluntariado internacional, reunidas en la Federación de organismos cristianos de servicio internacional (FOCSIV).

Dirijo un saludo particular al consiliario eclesiástico, así como a vuestro presidente, al que agradezco las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos.

2. Durante estos días estáis celebrando la asamblea anual de vuestra federación, que reviste este año un significado especial, puesto que se cumple el trigésimo aniversario de la fundación de la FOCSIV. En efecto, surgió después del concilio Vaticano II, gracias a la iniciativa de algunos fieles laicos, animados por mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI.

Desde sus comienzos se ha distinguido, en el ámbito de la cooperación entre los pueblos, por el empeño con que ha promovido constantemente el desarrollo de los más necesitados, a través de la acción generosa de miles de voluntarios, enviados desde 1972 hasta hoy a los países del así llamado tercer mundo por los diversos organismos que componen la Federación. Vuestras asociaciones están presentes actualmente en los cinco continentes, donde realizan importantes proyectos de solidaridad en colaboración con las Iglesias locales y con los misioneros.

3. Lo que caracteriza a vuestra benemérita federación, llamada a trabajar juntamente con muchos otros organismos de asistencia y de promoción humana, es la inspiración cristiana que orienta y sostiene su actividad en numerosas partes del mundo.

En la sagrada Escritura el deber de amar al prójimo está íntimamente unido al mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (cf. Mc 12, 29-31). El amor al prójimo, si se funda en el amor a Dios, cumple plenamente el mandamiento de Cristo.

El cristiano está llamado a hacer "experimentable" de algún modo, a través de su dedicación a los hermanos, la ternura providente del Padre celestial. El amor al prójimo, para ser pleno y constante, necesita alimentarse del horno de la caridad divina. Esto supone largos momentos de oración, la escucha atenta de la palabra de Dios y, sobre todo, una existencia centrada en el misterio de la Eucaristía.

4. Por tanto, el secreto de la eficacia de todos vuestros proyectos es la constante referencia a Cristo. Precisamente esto es lo que han testimoniado muchos de vuestros amigos, que se han distinguido como auténticos y generosos obreros del Evangelio, llegando a veces hasta el sacrificio de la vida.

Amadísimos hermanos y hermanas, siguiendo su ejemplo, avanzad con confianza. Más aún, intensificad vuestro celo apostólico para responder a las urgencias de cuantos se ven hoy obligados a vivir en condiciones de pobreza o abandono.

Que la Virgen Inmaculada os proteja y os haga artífices de justicia y de paz. Con estos sentimientos, os deseo a vosotros, aquí presentes, y a vuestras asociaciones un rico y fecundo apostolado. En la inminencia de la santa Navidad, os felicito cordialmente a vosotros y a vuestras familias, al tiempo que, asegurándoos mi recuerdo en la oración, os bendigo con afecto.

HOMILÍAS    Homilía “¡No tengáis miedo a ser santos!” en la IV Jornada Mundial de la Juventud, en Santiago de Compostela del 20 de agosto de 1989:

6. ¿Por qué estáis aquí vosotros, jóvenes de los años noventa y del siglo veinte? ¿No sentís también dentro de vosotros "el espíritu de este mundo"? ¿No venís tal vez-vuelvo a decirlo-para convenceros definitivamente de que "ser grandes" quiere decir aservir"? Este "servicio" no es ciertamente un mero sentimiento humanitario. Ni la comunidad de los discípulos de Cristo es una agencia de voluntariado y de ayuda social. Un servicio de esta índole quedaría reducido al horizonte de "espíritu de este mundo". ¡No! Se trata de mucho más. La radicalidad, la calidad y el destino del "servicio", al que todos somos llamados, se encuadra en el misterio de la Redención del hombre. Porque hemos sido criados, hemos sido llamados, hemos sido destinados, ante todo y sobre todo, a servir a Dios, a imagen y semejanza de Cristo que, como Señor de todo lo creado, centro del cosmos y de la historia, manifestó su realeza mediante la obediencia hasta la muerte, habiendo sido glorificado en la Resurrección (cf. Lumen gentiam n. 36). El reino de Dios se realiza a través de este "servicio", que es plenitud y medida de todo servicio humano. No actúa con el criterio de los hombres mediante el poder, la fuerza y el dinero. Nos pide a cada uno de nosotros la total disponibilidad de seguir a Cristo, el cual "no vino a ser servido sino a servir".

Juan Pablo II, Homilía “Reconciliación en la Caridad” del 16 de mayo de 1999:

1. "Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida" (Salmo responsorial).

Estas palabras del Salmo responsorial son un eco de los conmovedores testimonios que se han presentado antes de la celebración eucarística, ilustrando con la fuerza de la experiencia vivida el tema de este encuentro mundial: "Reconciliación en la caridad". En toda situación, incluso en la más dramática, el cristiano hace suya la invocación del Salmista: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? (...). Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro" (Sal 26, 1. 8-9). Esas palabras nos infunden valentía, alimentan nuestra esperanza y nos impulsan a gastar todas nuestras energías para hacer que el rostro del Señor resplandezca como luz en nuestra existencia. Por tanto, buscar el rostro del Señor significa aspirar a la comunión plena con él, amarlo sobre todas las cosas y con todas las fuerzas, pero el camino más concreto para encontrarlo es amar al hombre, en cuyo rostro brilla el del Creador.

Se acaban de presentar en esta plaza algunos testimonios que han puesto de relieve los prodigios que Dios realiza a través del servicio generoso de un gran número de hombres y mujeres, que hacen de su existencia un don de amor a los demás, un don que no se detiene ni siquiera ante el que lo rechaza. Estos hermanos y hermanas nuestros, junto con otros muchos voluntarios en todos los lugares de la tierra, atestiguan con su ejemplo que amar al prójimo es el camino para llegar a Dios y hacer que se reconozca su presencia también en nuestro mundo, tan distraído e indiferente.

2. "Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida".

La Iglesia, sostenida por la palabra de Dios, no deja de proclamar la bondad del Señor. Donde hay odio, anuncia el amor y el perdón; donde hay guerra, la reconciliación y la paz; donde hay soledad, la acogida y la solidaridad. Prolonga en todos los lugares de la tierra la oración de Cristo, que resuena en el evangelio de hoy: "Que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). El hombre, hoy más que nunca, necesita conocer a Dios para poner en sus manos, con una actitud de abandono confiado la debilidad de su naturaleza herida. Siente, a veces de modo inconsciente, la necesidad de experimentar el amor divino que lo hace renacer a una vida nueva.

Toda comunidad eclesial mediante diversas formas de apostolado que la ponen en contacto con antiguas y nuevas formas de pobreza, tanto espiritual como material, está llamada a favorecer este encuentro con el "único Dios verdadero, y con su enviado, Jesucristo. La mueve e impulsa la convicción de que ayudar a los demás no significa simplemente dar un apoyo y una ayuda material, sino, sobre todo, llevarlos, con el testimonio de la propia disponibilidad, a experimentar la bondad divina, que se revela con especial fuerza en la mediación humana de la caridad fraterna.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, me alegra mucho acogeros hoy en gran número, con ocasión de la Jornada de la caridad organizada por el Consejo pontificio "Cor unum". Con agrado celebro la eucaristía con vosotros y para vosotros, recordando a todos los "testigos de la caridad", quienes en todo el mundo luchan por vencer la injusticia y la miseria que, por desgracia, siguen presentes de muchas formas evidentes y ocultas. Pienso aquí en los innumerables rostros del voluntariado que inspira su acción en el Evangelio, institutos religiosos y asociaciones de caridad cristiana organizaciones de promoción humana y servicio misionero, grupos de compromiso civil e instituciones de acción social educativa y cultural. Vuestras actividades abarcan lodos los campos de la existencia humana, y vuestras intervenciones llegan a muchísimas personas que atraviesan dificultades. Os expreso a cada uno mi estima y mi aliento.

Doy las gracias a monseñor Paul Josef Cordes y a los colaboradores del Consejo pontificio "Cor unum", que han organizado este encuentro. Se sitúa en el marco del año de preparación inmediata para el gran jubileo del aún 2000, dedicado al Padre celestial, rico en bondad y misericordia. Doy las gracias a cuantos han brindado su testimonio y a todos los que han querido tomar parte en esta asamblea tan significativa.

Deseo, además, alentaros a cada uno a proseguir esta noble misión, que os compromete como hijos de la Iglesia en los lugares donde el hombre sufre y vive situaciones de pobreza. A todas las personas con quienes tengáis contacto llevadles el consuelo de la solidaridad cristiana; proclamadles y testimoniadles con vigor a Cristo, Redentor del hombre. El es la esperanza que ilumina el camino de la humanidad. Os impulse y sostenga el testimonio de los santos en particular el de san Vicente de Paúl, patrono de todas las asociaciones caritativas.

4. Es consolador constatar cómo se multiplican en nuestra época las intervenciones del voluntariado que une mediante acciones humanitarias a personas de origen, cultura y religión diferentes. Surge espontáneamente en el corazón el deseo de dar gracias al Señor por este movimiento creciente de atención al hombre, de filantropía generosa y de solidaridad compartida. El cristiano está llamado a dar su contribución específica a esta vasta acción humanitaria, pues sabe que en la sagrada Escritura la exhortación a amar al prójimo está vinculada al mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mc 12, 29-31).

¡Cómo no subrayar esta fuente divina del servicio a los hermanos! Sí, el amor al prójimo sólo corresponde al mandato y al ejemplo de Cristo si va unido al amor a Dios. Jesús, que da su vida por los pecadores, es signo vivo de la bondad de Dios, del mismo modo, el cristiano, a través de su entrega generosa, hace que los hermanos con quienes entra en contacto experimenten el amor misericordioso y providente del Padre celestial.

Ciertamente, el perdón, que nace del amor al enemigo, es la más alta manifestación de la caridad divina. A este propósito, Jesús afirma que no constituye un mérito particular amar a quienes son nuestros amigos y nos benefician (cf. Mt 5, 46-47). Tiene verdadero mérito el que ama a su enemigo. Pero ¿quién tendría la fuerza para coronar una cima tan sublime, si no estuviera sostenido por el amor a Dios? Ante nuestros ojos se presentan en este momento las nobles figuras de heroicos servidores del amor que, en nuestro siglo, dieron su vida por sus hermanos, muriendo para cumplir el mayor mandamiento de Cristo. Al mismo tiempo que acogemos su enseñanza, estamos invitados a seguir sus huellas, conscientes de que el cristiano expresa su amor a Jesús con la entrega a los demás, pues lo que hace al más pequeño de sus hermanos, lo hace a su Señor (cf. Mt 25, 31-46).

5. "Todos ellos perseveraban unánimes en la oración. con algunas mujeres, entre ellas María, la Madre de Jesús" (Hch 1, 14).

Ciertamente, icono del voluntariado es el buen samaritano, que atendió con prontitud al viandante desconocido que había caído en manos de los salteadores mientras bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30-37). Además de esta imagen, que debemos contemplar siempre, la liturgia nos presenta hoy otra: en el cenáculo, los Apóstoles y María perseveraban en la oración, a la espera de recibir el Espíritu Santo.

La acción presupone la contemplación: de ella brota y se alimenta. No podemos dar amor a los hermanos si antes no lo recibimos de la fuente auténtica de la caridad divina, y esto sucede sólo después de tiempos prolongados de oración, de escucha de la palabra de Dios y de adoración de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana. Oración y compromiso activo constituyen un binomio vital, inseparable y fecundo. Amadísimos hermanos y hermanas, que estos dos "iconos del amor" inspiren toda vuestra acción y vuestra vida entera. Que María, Virgen de la escucha, os obtenga del Espíritu Santo a cada uno el don de la caridad, y os convierta a todos en artífices de la cultura de la solidaridad y en constructores de la civilización del amor. Amén.

MENSAJES


Mensaje con motivo de la III Jornada Mundial del Enfermo del 21 de Noviembre de 1994:

6. Me dirijo ahora a vosotros médicos, enfermeros, miembros de asociaciones y grupos de voluntariado, que estáis al servicio de los enfermos. Vuestra obra será auténtico testimonio y acción concreta de paz, si estáis dispuestos a ofrecer amor verdadero a aquellos con quienes estáis en contacto y si, como creyentes, sabéis descubrir en ellos la presencia de Cristo. Esta invitación se dirige de manera muy especial a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas que, por carisma de su instituto o por su forma particular de apostolado, se dedican directamente a la pastoral sanitaria.

Mensaje: “El jubileo nos invita a contemplar el rostro de Jesús” en la III Jornada Mundial del Enferno del 6 de agosto de 1999:

A lo largo de la historia, el hombre ha aprovechado los recursos de su inteligencia y de su corazón para superar los límites inherentes a su propia condición, y ha logrado grandes conquistas en la tutela de la salud. Basta pensar en la posibilidad de prolongar la vida y mejorar su calidad, aliviar los sufrimientos y valorar las potencialidades de la persona mediante el uso de medicamentos de eficacia segura y de tecnologías cada vez más avanzadas. A esas conquistas se añaden las de carácter social, como la conciencia generalizada del derecho a la asistencia sanitaria y su codificación en las diversas "Cartas de los derechos del enfermo". Además, no hay que olvidar la significativa evolución que se ha realizado en el sector de la asistencia gracias a la aparición de nuevas aplicaciones sanitarias, de un servicio de enfermería cada vez más cualificado y del fenómeno del voluntariado, que en tiempos recientes ha alcanzado niveles significativos de competencia.

Además de los Padres de la Iglesia y de los fundadores y fundadoras de institutos religiosos, ¡cómo no pensar con admiración en la multitud de personas que, en el silencio y en la humildad, han consagrado su vida al prójimo enfermo, alcanzando en muchos casos las cimas del heroísmo! (cf. Vita consecrata, 83). La experiencia diaria muestra cómo la Iglesia, inspirada en el evangelio de la caridad, sigue contribuyendo con un sinfín de obras, hospitales, estructuras sanitarias y organizaciones de voluntarios, al cuidado de la salud y de los enfermos, con particular atención a los más necesitados, en todas partes del mundo, cualquiera que sea o haya sido la causa, voluntaria o involuntaria, de su sufrimiento.

9. El ejemplo de Cristo, buen Samaritano, debe inspirar la actitud del creyente, induciéndolo a hacerse "prójimo" de sus hermanos y hermanas que sufren, mediante el respeto, la comprensión, la aceptación, la ternura, la compasión y la gratuidad. Se trata de luchar contra la indiferencia que lleva a las personas y los grupos a aislarse de forma egoísta en sí mismos. Con este fin, "la familia, la escuela, las demás instituciones educativas, aunque sólo sea por motivos humanitarios, deben trabajar con perseverancia para despertar y afinar esa sensibilidad hacia el prójimo y su sufrimiento" (Salvifici doloris, 29). En quien cree, esta sensibilidad humana se asume en el ágape, es decir, en el amor sobrenatural, que lleva a amar al prójimo por amor a Dios. En efecto, la Iglesia, guiada por la fe, al dispensar afectuosa atención a cuantos están afligidos por el sufrimiento humano, reconoce en ellos la imagen de su Fundador pobre y sufriente, y se apresura a aliviar su indigencia, recordando sus palabras: "Estaba enfermo y me visitasteis" (Mt 25, 36).

El ejemplo de Jesús, buen Samaritano, no sólo impulsa a asistir al enfermo, sino también a hacer lo posible por reinsertarlo en la sociedad. En efecto, para Cristo curar es, a la vez, reintegrar: de la misma forma que la enfermedad excluye de la comunidad, así también la curación debe llevar al hombre a reencontrar su lugar en la familia, en la Iglesia y en la sociedad.

A cuantos están comprometidos, profesionalmente o por elección voluntaria, en el mundo de la salud, les dirijo una cordial invitación a fijar su mirada en el divino Samaritano, para que su servicio se convierta en prefiguración de la salvación definitiva y en anuncio de los nuevos cielos y de la nueva tierra, "en los que habitará la justicia" (1 P 3, 13).

12. En este marco, los creyentes están llamados a desarrollar una mirada de fe sobre el valor sublime y misterioso de la vida, incluso cuando se presenta frágil y vulnerable. "Esta mirada no se rinde desconfiada ante quien está enfermo, sufriendo, marginado o a las puertas de la muerte; sino que se deja interpelar por todas estas situaciones para buscar un sentido y, precisamente en estas circunstancias, encuentra en el rostro de cada persona una llamada a la mutua consideración, al diálogo y a la solidaridad" (ib., 83).

Esta tarea incumbe particularmente a los profesionales de la salud: médicos, farmacéuticos, enfermeros, capellanes, religiosos y religiosas, administradores y voluntarios que, en virtud de su profesión, están llamados de modo especial a ser custodios de la vida humana. Pero esa tarea interpela también a todos los demás seres humanos, comenzando por los familiares de la persona enferma. Saben que "el deseo que brota del corazón del hombre ante el supremo encuentro con el sufrimiento y la muerte, especialmente cuando siente la tentación de caer en la desesperación y casi de abatirse en ella, es sobre todo aspiración de compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba. Es petición de ayuda para seguir esperando, cuando todas las esperanzas humanas se desvanecen" (ib., 67).

Mensaje con motivo de la conclusión del Año Internacional del Voluntariado del 5 de diciembre de 2001:

1. Al final de este año, que las Naciones Unidas han dedicado al voluntariado, deseo expresaros mi sincero y cordial aprecio por la constante entrega con que, en todas las partes del mundo, vais al encuentro de cuantos se hallan en la indigencia. Sea actuando individualmente sea agrupados en asociaciones específicas, representáis para niños, ancianos, enfermos, gente en dificultad, refugiados y perseguidos, un rayo de esperanza que disipa las tinieblas de la soledad y anima a vencer la tentación de la violencia y del egoísmo.

¿Qué impulsa a un voluntario a dedicar su vida a los demás? Ante todo, el ímpetu innato del corazón, que estimula a todo ser humano a ayudar a sus semejantes. Se trata casi de una ley de la existencia. El voluntario siente una alegría, que va más allá de la acción realizada, cuando logra dar gratuitamente algo de sí a los demás.

Precisamente por eso, el voluntariado constituye un factor peculiar de humanización: gracias a las diversas formas de solidaridad y servicio que promueve y concreta, hace que la sociedad esté más atenta a la dignidad del hombre y a sus múltiples expectativas. A través de la actividad que lleva a cabo, el voluntariado llega a experimentar que la criatura humana sólo se realiza plenamente a sí misma si ama y se entrega a los demás.

2. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nos comunica la razón profunda de esta experiencia humana universal. Al manifestar el rostro de Dios que es amor (cf. 1 Jn 4, 8), revela al hombre el amor como ley suprema de su ser. Durante su vida terrena Jesús hizo visible la ternura divina, despojándose "a sí mismo, tomando condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres" (Flp 2, 7), y "se entregó por nosotros como (...) víctima de suave aroma" (Ef 5, 2). Compartiendo hasta la muerte nuestras vicisitudes terrenas, nos ha enseñado a "caminar en la caridad".

Siguiendo sus huellas, la Iglesia, durante estos dos milenios, no ha dejado de testimoniar este amor, escribiendo páginas edificantes gracias a santos y santas que han marcado la historia. Pienso, entre los más recientes, en san Maximiliano Kolbe, que se sacrificó para salvar a un padre de familia, y en la madre Teresa de Calcuta, que se dedicó a los más pobres de entre los pobres.

A través del amor a Dios y del amor a los hermanos, el cristianismo irradia toda su potencia liberadora y salvífica. La caridad representa la forma más elocuente de evangelización porque, respondiendo a las necesidades corporales, revela a los hombres el amor de Dios, providente y padre, siempre solícito con cada uno. No se trata de satisfacer únicamente las necesidades materiales del prójimo, como el hambre, la sed, la carencia de vivienda y la asistencia médica, sino de llevarlo a experimentar de modo personal la caridad de Dios. A través del voluntariado, el cristiano se convierte en testigo de esta caridad divina; la anuncia y la hace tangible con intervenciones valientes y proféticas.

3. No basta salir al encuentro de quien se halla en dificultades materiales; es preciso satisfacer al mismo tiempo su sed de valores y de respuestas profundas. Es importante el tipo de ayuda que se ofrece, pero mucho más aún el corazón con el que se brinda. Ya se trate de microproyectos o de grandes realizaciones, el voluntariado está llamado a ser en todo caso escuela de vida, especialmente para los jóvenes, contribuyendo a educarlos en una cultura de solidaridad y acogida, abierta a la entrega gratuita de sí.

¡Cuántos voluntarios, al comprometerse valientemente en favor del prójimo, llegan a descubrir la fe! Cristo, que pide ser servido en los pobres, habla al corazón de quien se pone al servicio de ellos. Hace experimentar la alegría del amor desinteresado, amor que es fuente de la verdadera felicidad.

Deseo vivamente que el Año internacional del voluntariado, durante el cual se han realizado numerosas iniciativas y manifestaciones, ayude a la sociedad a valorar cada vez más las múltiples formas del voluntariado, que representan un factor de crecimiento y civilización. A menudo los voluntarios suplen y anticipan las intervenciones de las instituciones públicas, a las que corresponde reconocer adecuadamente las obras nacidas gracias a su valentía y favorecerlas sin extinguir su espíritu originario.

4. Queridos hermanos y hermanas que constituís este "ejército" de paz difundido en todas las partes de la tierra, sois un signo de esperanza para nuestros tiempos. Donde surgen situaciones de dificultad y sufrimiento, hacéis fructificar los insospechables recursos de entrega, bondad e incluso heroísmo, que están en el corazón del hombre.

Haciéndome portavoz de los pobres de todo el mundo, quiero daros las gracias por vuestro compromiso incesante. Proseguid con valentía vuestro camino; que las dificultades nos os detengan jamás. Que Cristo, el buen samaritano (cf. Lc 10, 30-37), sea el modelo excelso de referencia de todo voluntario.

Imitad también a María que, yendo "con prontitud" a ayudar a su prima Isabel, se convierte en mensajera de alegría y salvación (cf. Lc 1, 39-45). Que ella os enseñe el estilo de la caridad humilde y activa, y os obtenga del Señor la gracia de reconocerlo en los pobres y en los que sufren.

Con estos deseos, os imparto de corazón a todos vosotros y a cuantos encontráis cada día en los caminos del servicio al hombre una especial bendición apostólica.

Regina Caeli & Ángelus    Regina Caeli del 16 de mayo de 1999:

1. Os saludo con alegría a todos vosotros, que habéis venido hoy a la plaza de San Pedro para la Jornada de la caridad, organizada por el Consejo pontificio "Cor unum". Algunos de vosotros tienen responsabilidades en las grandes organizaciones católicas de ayuda que, con notables esfuerzos, se dedican a combatir la miseria presente en el mundo. Otros representan al vasto pueblo de "voluntarios" que, en muchas partes del mundo, se dedican gratuitamente a servir al prójimo. Con ocasión de catástrofes naturales, situaciones de emergencia, guerras y enfermedades, una multitud de hombres y mujeres, con espíritu de generoso altruismo, prestan ayuda a cuantos tienen dificultades, y les dedican tiempo y energías, siguiendo el ejemplo del buen samaritano. En efecto, precisamente el buen samaritano, del que habla el evangelio, es icono del voluntario que se hace prójimo de su hermano necesitado (cf. Lc 10, 30 ss). Quiera Dios que este pacífico "ejército de esperanza" extienda cada vez más su acción, con iniciativas destinadas a tutelar los derechos humanos, ayudar a los necesitados y promover la cultura de la solidaridad y la civilización del amor.

2. Frente a este consolador desarrollo de los organismos de asistencia y promoción humana, ¿cuál es la aportación específica que los cristianos están llamados a dar? A la luz de las enseñanzas evangélicas, saben que deben testimoniar por doquier y con todos los medios posibles el mandamiento supremo del amor: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. (...) Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mc 12, 30-31). La vocación y la misión del creyente consiste en amar a Dios y amar al prójimo. El amor a los hermanos deriva del amor a Dios y sólo puede alcanzar su plenitud en quien vive el amor a Dios. La filantropía, por más digna de alabanza que sea, nada puede hacer ante algunas miserias humanas.

La acción caritativa del cristiano, cuando permanece fiel al mandato y al ejemplo de Jesús, se convierte en anuncio y testimonio de Cristo, que da su vida, sana el corazón del hombre, cura las heridas causadas por el odio y el pecado, y dona a todos alegría y paz.

El mundo del voluntariado, que incluye a personas de todas las clases sociales y de diversos ambientes culturales y religiosos, espera que los creyentes aporten su contribución específica. Si no sienten esta exigencia apostólica, no cumplirán su misión evangelizadora de ser "sal de la tierra" y "luz del mundo" (cf. Mt 5, 12-13).

3. Así pues, me dirijo a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que en vuestra acción os inspiráis en el Evangelio. Habéis recibido el don de la caridad: sed conscientes de que sois testigos y dispensadores de este don. Vuestra misión no debe reducirse jamás al papel de simples agentes sociales o de generosos filántropos.

El evangelio de la caridad es la gran profecía de nuestro tiempo. Es el lenguaje de la evangelización que perciben de forma más inmediata también quienes aún no conocen a Cristo, el cual está presente en el hermano necesitado. Nos lo confirman unas precisas palabras suyas: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).

A la vez que os agradezco todo lo que habéis hecho, os digo en nombre de la Iglesia: mostrad al hombre de nuestro tiempo a Cristo, muerto y resucitado por la salvación de todo ser humano, sin distinción de raza y cultura. Él es la esperanza que brilla en el horizonte de la humanidad.

Os sostenga María, Virgen de la escucha y Madre solícita de todos los hombres. Os acompañe también mi bendición, que de buen grado os imparto a vosotros, a vuestras iniciativas y a cuantos encontréis en vuestras actividades de promoción humana y solidaridad cristiana.

Ángelus del 7 de enero de 2001:

1. Ayer, solemnidad de la Epifanía, concluyó el gran jubileo del año 2000, y hoy celebramos la fiesta del Bautismo de Jesús. Como todos los años, he tenido la alegría de administrar el bautismo a algunos recién nacidos. Al renovar un cariñoso saludo a las familias, deseo a sus hijos un futuro lleno de bendiciones del Señor.

2. Algunas Iglesias de Oriente, siguiendo su calendario, celebran hoy la Navidad. En esta feliz circunstancia, me siento espiritualmente cercano a esos queridos hermanos en la fe, a quienes expreso mis mejores deseos de alegría y paz.

Unidos a ellos en la fe y en la caridad de Cristo, repito hoy lo que dije el 25 de diciembre del año pasado en el mensaje Urbi et orbi: "¡Tú, Cristo, que contemplamos hoy en brazos de María, eres el fundamento de nuestra esperanza! (...) En ti, y sólo en ti, se ofrece al hombre la posibilidad de ser una "criatura nueva". ¡Gracias por este don tuyo, Niño Jesús!" (n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de diciembre de 2000, p. 20).

3. Durante estos días el sentimiento más fuerte en mi corazón es el de gratitud. Ayer pude dar gracias al Señor por el don extraordinario del jubileo y a cuantos han trabajado generosamente por el éxito de sus diferentes momentos.

Hoy siento el deber de expresar una vez más mi sincera gratitud especialmente a los voluntarios que aquí en Roma, en Jerusalén y en muchos otros santuarios y basílicas, metas de numerosos peregrinos, han prestado su servicio de acogida. Lo hago dirigiéndome a vosotros, amadísimos voluntarios, que acabáis de participar en la celebración eucarística en la basílica vaticana, presidida por el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité para el gran jubileo del año 2000.

Veo en vosotros, hermanos y hermanas amadísimos, a los casi setenta mil voluntarios, jóvenes y adultos de tantos países, que durante el Año jubilar han venido a esta ciudad de los Apóstoles para ponerse al servicio de los peregrinos del Año santo. Fieles al lema que lleváis escrito en vuestro uniforme: "Era forastero y me acogisteis" (Mt 25, 35), habéis acompañado a miles de personas hacia la Puerta santa de las basílicas patriarcales. Así, habéis sido guías expertos, ayudantes solícitos y testigos privilegiados de las maravillas de Dios, experimentando la verdad de las palabras del Señor Jesús, que dijo: "Hay mayor felicidad en dar que en recibir" (Hch 20, 35).

En nombre de todos los peregrinos, el Papa os dice ¡gracias! Y os desea que aprovechéis la experiencia vivida: al volver a vuestra casa, conservad en el corazón los momentos jubilares en los que habéis participado y manifestad en vuestra vida diaria una actitud de "voluntario", que os haga reconocer en toda persona que encontráis a un hermano al que debéis amar y servir, y os impulse a ser constructores de la civilización del amor en este nuevo milenio que comienza.

4. Las Naciones Unidas han proclamado el 2001 Año internacional del voluntariado; por eso, en vosotros deseo saludar y alentar a todos los voluntarios del mundo, hombres y mujeres, que ofrecen gratuitamente una parte de su tiempo a través de múltiples formas de solidaridad fraterna para la promoción y la educación de la persona humana, en particular estando junto a los más pobres y a cuantos sufren material y espiritualmente.

El voluntariado, en todas sus formas, es ante todo una actitud del corazón; de un corazón que sabe abrirse a las necesidades de los hermanos, reconociendo en ellos la altísima dignidad humana en la que se refleja la grandeza misma de Dios, a cuya imagen ha sido creado todo ser humano (cf. Gn 1, 27; Mt 25, 40). Amadísimos voluntarios, encomendemos todos vuestros propósitos de bien a María con la plegaria del Ángelus.

Guillermo Leguía Lama

Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima


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