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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Comunión cotidiana y Confesión frecuente

De Enciclopedia Católica

Revisión de 17:56 22 abr 2024 por Sysop (Discusión | contribuciones) (Capítulo II: Condiciones, ventajas y efectos de la comunión cotidiana)

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                        TEXTO EN PROCESO DE TRADUCCIÓN


Introducción

Desde siempre, los cristianos se han preguntado sobre el ritmo de su práctica eucarística. Este ritmo ha variado, según las épocas, o los países. Después de un siglo, la iglesia católica recomienda explícitamente, a sus fieles, la comunión cotidiana. Querríamos, en cuatro capítulos sucesivos, mostrar, primeramente, las magníficas posibilidades que abren ciertos documentos de Vaticano II, y de la época posconciliar – siguiendo a san Pío X – con miras a facilitar el acceso a la comunión de cada día, en el contexto de una mejor comprensión del Padre Nuestro [1] . Luego, exponer las condiciones, ventajas y efectos de la comunión cotidiana, sea en general, sea, de manera indirecta, en la vida familiar, profesional, y socio-económica. Después, manifestar qué constituye la entrada plena en un estado de vida, y finalmente, desplegar el rol que podría jugar su presentación en la pastoral individual; especialmente, en la pastoral de conjunto de la Iglesia futura. Sin olvidar responder, a algunas objeciones antiguas y nuevas, desarrollaremos las motivaciones teológicas, espirituales, sociales, históricas y pastorales, que hacen urgentes, el anuncio y la predicación de la ofrenda eucarística de cada día, por parte de diferentes “agentes pastorales”.

[1] Cf. J. Duhr, art. Comm. Fréquente, DSAM, T. II, 1953, COL, 1234-1237. Y San Pío X, Sacra Tridentina Synods, 1905: “Por esta comparación (Jn 6,59) con el pan y el maná, los discípulos podían comprender fácilmente, que el pan era el alimento cotidiano del cuerpo. El maná fue el alimento cotidiano de los Hebreos en el desierto; de la misma manera, el alma cristiana, podía nutrirse cada día del pan celeste. Además, cuando Cristo nos mandó pedir, en la oración dominical, nuestro Pan cotidiano, hay que entender, como casi todos los Padres de la Iglesia lo enseñan, no tanto el pan material, el alimento del cuerpo, sino el pan eucarístico que debe ser recibido cada día”.

Capítulo I: La comunión cotidiana en los documentos conciliares de Vaticano II y en los documentos Post-Conciliares

2. ¿Invitación anticuada?

Conviene tratar este asunto, especialmente hoy, porque muchos estarán tentados de considerar “anticuada” la doctrina y los consejos expuestos por san Pío X, en sus célebres decretos de 1905 y 1910, sobre la comunión cotidiana. Y sobre la edad de la primera comunión. Antes de citar, abundantemente, es útil recordar que el primer decreto de 1905, es citado y retomado, en la Instrucción Eucharisticum mysterium de 1967 (§ 37), y el segundo, de 1910, en el Apéndice al Directoire général de catéchèse, publicado en 1972 (AAS, t. 64, p. 173); ambos, son documentos de la Santa Sede.

Los decretos liberadores de san Pío X que facilitan el acceso a la Eucaristía, constituyen un acontecimiento importantísimo en la historia sobrenatural de la Iglesia durante el segundo milenio de su existencia.

Hace más de un siglo, Mons. De Ségur lo había previsto proféticamente, cuando escribía a Melle Tamisier: “Si yo fuese Papa, el fin principal de mi pontificado, sería restaurar la comunión cotidiana. Compartí esta idea con Pío IX…”. Agregaba: “El Papa que lo haga, bajo la inspiración del Espíritu Santo, será el renovador del mundo”. Escribió, finalmente, en un libro sobre “Nuestras grandezas con Jesús”: El santo que Jesús empleará para efectuar este regreso (a los hábitos de tiempos apostólicos) será el más grande benefactor que jamás haya producido la Iglesia.

Los fieles, en general, saben que la comunión cotidiana es posible. En numerosos países, pocos saben que es recomendada por la Iglesia. Hemos asistido, desde la Liberación (de los nazis), a dos momentos paralelos: La rarefacción de la comunión cotidiana [1], y la mayor frecuencia de la comunión semanal. El primer hecho, es tanto más paradójico, cuanto la Iglesia ha querido facilitar el acceso de todos a la comunión cotidiana, por diversos medios, a menudo ignorados.

3. Vaticano II

Si es cierto que la constitución conciliar sobre la Liturgia no menciona explícitamente la comunión cotidiana, ésta, sin embargo, está fuertemente inculcada en el decreto de Vaticano II sobre las iglesias católicas orientales (§ 15). “Se recomienda, vivamente, a los fieles, recibir la Sagrada Eucaristía, aun todos los días” (enixe quotidie). Este texto está en perfecta armonía con la recomendación hecha a los sacerdotes de celebrar cada día la Eucaristía, acto supremo de su ministerio sacerdotal. (Ministerio de los Sacerdotes §13).

4. El clero, invitado a exhortar

En 1967, la Instrucción Eucaristicum Mysterium pide a los párrocos, a los confesores, y a los predicadores exhortar frecuentemente y con mucho celo al pueblo, una práctica tan preciosa y tan beneficiosa: Siguiendo a san Pío X, da como razón, el acrecentamiento de la unión con Cristo. Poco antes, la instrucción recuerda la conveniencia de la comunión eucarística, aun fuera de la Misa, cuando los fieles están impedidos de participar en ella, e insiste que esta comunión cotidiana se vuelva accesible a los enfermos y a los ancianos, a toda hora, incluso fuera de todo peligro de muerte.

5. Nuevo rito de la comunión fuera de la Misa

Con este mismo fin, la Santa Sede ofreció [2] recientemente a la Iglesia una renovación de los ritos de celebración y de distribución de la Comunión fuera de la Misa, previendo un rito más largo, y un rito más breve, con un punto en común: La proclamación de la palabra debe esclarecer y acompañar la manducación del pan eucarístico, lo que constituye una aplicación particular de un principio general de la reforma litúrgica operada por el último concilio.

6. Los laicos ministros extraordinarios de la Eucaristía

La institución reciente de los ministros extraordinarios de la comunión – religiosos, religiosas y laicos – permitiría en numerosos casos la efectiva realización de la comunión cotidiana, al seno de las parroquias y de las instituciones católicas de enseñanza. A condición, de que los pastores reconozcan, con la Iglesia, la licitud como el fundamento espiritual de la comunión fuera de horas de la misa, comunión, que no deja de ser participación en el Sacrificio


[2] El texto latino fue promulgado en Roma el 21 de junio de 1973 bajo el título “Ordo de sacra comunione et de cultu mysterii eucharistico extra missam”. Se le encuentra en el notable y práctico “Enchiridion Documentorum Instaurationis Liturgicae”, publicado por R. Kaczynski, de la Congregación del Culto divino, Marietti, Roma, T. I (1963-1973), pp. 951-965. Una traducción francesa aprobada por la Santa Sede en 1978 acaba de aparecer en 1983 (AELF, Paris, Ed. CLD, 106 páginas). En el § 14 (p. 15 del texto francés) leemos. “Hay que conducir a los fieles, a comulgar en la celebración eucarística misma. Sin embargo los sacerdotes no se rehusarán a distribuir la comunión a los fieles que la pidan, incluso fuera de la Misa, por un motivo justo. Por otro lado, conviene que los fieles impedidos de asistir a la celebración eucarística de la comunidad, sean frecuentemente reconfortados por la Eucaristía, y que así se sientan unidos, no solamente al Sacrificio del Señor, sino – también- a esta comunidad, y sostenidos por el amor de sus hermanos”. El texto prosigue § 15. Se enseñará cuidadosamente a los fieles lo que sigue: Incluso cuando comulguen fuera de la Misa, se unen íntimamente al Sacrificio que perpetúa el Sacrificio de la Cruz”. Finalmente, al precisar § 18 que el “lugar donde se distribuye la santa Comunión fuera de la Misa, es el oratorio donde se celebra habitualmente la Eucaristía, o donde se conserva. El texto manifiesta suficientemente, en armonía con una práctica ya antigua, que es plenamente lícito, y de ninguna manera anti litúrgico, organizar y anunciar anticipadamente, un horario de distribución de la comunión en las parroquias, fuera de la Misa. Es necesario subrayarlo, porque algunos sacerdotes, se inclinan, hoy, a negarlo. Conviene recordar, en este contexto, Fénelon (Oeuvres, Paris, 1823, t. 17, pp.523 y 527: (Lettre sur fréquente communion) que la Iglesia de los Padres, conoció, desde el principio, la práctica de la comunión fuera de la Misa, y en relación con ella: después de haber evocado el testimonio de san Justino, en la primera descripción de la celebración eucarística, después de aquellas del Nuevo Testamento, el obispo de Crambai agregaba: “Se daba la especia del pan sagrado, en canastillas, a los fieles, para llevarlos a sus casas en tiempos de persecución…Tenían un cofre donde escondían este precioso tesoro: cada uno, tanto hombres como mujeres, se daban a sí mismos, diariamente, esta comunión doméstica, esperando que pudiesen reunirse sin peligro, en algún lugar a celebrar los misterios. Cuando se celebraban, los diáconos iban, después de la comunión de toda la asamblea, a llevarlos a los ausentes. De esta manera, la ausencia misma, cuando no era voluntaria, no eran razón de privar de la comunión, en ningún día de asamblea, a ningún fiel. Se temía menos las irreverencias… que el inconveniente de privar de la comunión cotidiana.

Capítulo II: Condiciones, ventajas y efectos de la comunión cotidiana

Sección A: en general

7. ¿Por qué un ritmo cotidiano?

¿Por qué preferir este ritmo cotidiano de renovación de la Alianza [1] mediante la comunión eucarística, a un ritmo semanal? O, si se prefiere: ¿Por qué Cristo nos hace pedir la Eucaristía de cada día? El ritmo cotidiano, está incluido en la significación de la materia del Sacramento: el pan, alimento cotidiano del hombre; queriendo darse a nosotros bajo la apariencia de pan, Jesús nos hace comprender su deseo de ser recibido cada día, por aquellos que fueron invitados por él a cargar su cruz cada día, a imitación suya. La comunión cotidiana, tal cual emerge de la literatura lucana (Evangelios y Hechos), manifiesta el carácter cotidiano de la vida cristiana, con sus componentes de constancia y de perseverancia, en medio de las tentaciones y persecuciones.

8. Ritmo dominical solamente: ritmo raro

En comparación, comulgar los domingos solamente, cuando podría hacerse también varias veces por semana, es además comulgar raramente, y por tanto, privarse de una cierta plenitud de los frutos de la Eucaristía. ¿Si tomáramos una vez por semana el alimento terrestre, sobreviviríamos por mucho tiempo?

Ciertamente, aquellos que comulgan el domingo solamente, y lo hacen dignamente, comulgan ya a menudo, si no pueden hacerlo más frecuentemente. Su comunión dominical manifiesta y fortalece, de manera particular la unidad de la comunidad local. En general, en la actual sociedad occidental, raros son aquellos que pueden comulgar únicamente el domingo, porque muchos pueden, también, recibir la Eucaristía el sábado. Los que asisten a dos misas el sábado, pueden comulgar dos veces (cf. CIC 917 y más adelante nº 82).

9. Impedir la no práctica…

Inversamente, la insistencia, especialmente durante la preparación a la primera comunión, y al matrimonio, como durante la confirmación, sobre la importancia de la comunión cotidiana como supremo factor del crecimiento en Cristo, contribuirá a impedir, anticipadamente, en muchos casos, el alejamiento de los adolescentes, o de los jóvenes casados respecto de la práctica dominical, y de la práctica religiosa en general.

10. …mediante la digna comunión cotidiana de los jóvenes

Bien entendido, no es cualquier comunión cotidiana la que alienta la Iglesia, sino aquella que es hecha de manera digna, después de una conveniente preparación, y seguida de una acción de gracias personal.

11 ¿Guardar silencio sobre la misa cotidiana?

La preparación aquí evocada, nos recuerda la necesidad del estado de gracia, para acercarse dignamente a la Eucaristía. Conocemos la inquietud de numerosos obispos, y pastores, delante del actual contraste, entre el gran número de comuniones dominicales – no decimos intencionalmente, comuniones frecuentes, porque pensamos con el Papa san Pío X (Sacra Tridentina Synodus, 1905: Actes de Pie X, B. Presse, t. 2, p. 257) que “los frutos de la comunión cotidiana, son incomparablemente más abundantes que los de la comunión semanal” – y la rareza, o la ausencia de confesiones periódicas, incluso anuales. Hay, ahí, ciertamente, una paradoja de la que algunos quisieran sacar una conclusión más paradójica aun, y del todo errónea: El silencio sobre la comunión cotidiana.


12. Rarefacción reciente de los comulgantes cotidianos.

De hecho, en numerosos países, si la comuniones dominicales son relativamente más numerosas que antes del Concilio Vaticano II; si se reporta, también, numerosos casos en los que nadie, entre los participantes a la Misa, se abstienen de la comunión, es preciso reconocer que las comuniones cotidianas, se han vuelto mucho más raras. Se pude preguntar, razonablemente, si las confesiones raras, que se deplora en el contexto de las comuniones dominicales más numerosas, se verifican, igualmente, en los casos de los comulgantes cotidianos. Es, tal vez, lo contrario que pareciera, incluso sociológicamente, verdad. Y la caída de las confesiones, los días de semana, se debe a la caída de las comuniones semanales, ocasiones de confesión.

13. La comunión frecuente, llama a la confesión frecuente.

La comunión frecuente, en virtud del dinamismo de creciente caridad, que es su efecto particular, llama a la confesión frecuente, produciendo, si no se obstaculiza a la gracia sacramental de la Eucaristía, una contrición siempre más intensa, y más perfecta, que aspira a su sacramentalización en el sacramento de penitencia.

14. La confesión frecuente conduce a una comunión más fructuosa…

La Iglesia de nuestro tiempo, tomada en su conjunto, tiene necesidad de recurrir frecuentemente al sacramento de la reconciliación y al supremo Sacramento de la Eucaristía. Recurso, al menos mensual en el primer caso, y cotidiano en el segundo, en la medida de lo posible. Recurrir frecuentemente a la Confesión, condiciona íntimamente, la plena eficacia de la comunión eucarística. Por eso, Juan Pablo II, podía escribir en su Encíclica Redemptor Hominis:

“Sin ese esfuerzo constante, y siempre retomado, para la conversión, la participación en la Eucaristía estaría privada de su plena eficacia redentora. Carecería de ella, o al menos, se debilitaría la disponibilidad particular de ofrecer a Dios, el sacrificio espiritual, en el cual se expresa de manera esencial y universal, nuestra participación en el sacerdocio de Cristo… merced a una conversión constante y siempre más profunda”.

Dicho de otra manera, la gracia sacramental de la Eucaristía diaria, comida y bebida, solo produce en plenitud todos sus efectos (fervor de la caridad hacia Dios, y hacia los hombres, remisión de los pecados veniales) si el comulgante se dispone a recibirla, recurriendo periódicamente, al ejercicio sacramentalizado dela virtud de la penitencia. Es en la medida en que haga justicia a Dios, que puede ser invadido por su amor.

Entre las disposiciones que favorecen el acceso fructuoso a la confesión periódica, y a la comunión frecuente y cotidiana, conviene destacar, especialmente, la práctica de la oración mental durante al menos un cuarto de hora, preparada por la lectura espiritual. Tal como lo subraya san Alfonso María Ligorio, el último Doctor de la Iglesia, la oración mental, condiciona para cada uno, el conocimiento de sus vicios, sin el cual, no puede haber imitación concreta de las virtudes de Cristo, ni tampoco esfuerzos para alcanzar la perfección. (Por otro lado, la acción de gracias después de la comunión- normalmente de un cuarto de hora, para un adulto – es una forma de oración facilitada por el ejercicio habitual de una o varias otras).

La iniciación a la oración mental, que favorezca el recurso más eficaz a los sacramentos, debería ser parte integrante, de toda catequesis, y de toda educación cristiana digna de ese nombre.

El conjunto cotidiano de la lectura espiritual, la oración mental y la comunión sacramental, constituye lo que se podría llamar la “triple columna” que mejor sostiene la vida espiritual, y su tendencia hacia la perfección de la caridad.

15 … por la detestación de los pecados veniales.

Inversamente, la fidelidad a la gracia sacramental, propia del sacramento de reconciliación penitente, dispone al bautizado, a entender mejor el supremo consejo evangélico, de la comunión cotidiana, en el contexto de la resistencia creciente a las pasiones desordenadas, que se oponen al deseo del Pan de Vida. La comunión cotidiana, producirá tanto mejor su fruto de remisión de los pecados veniales, cuanto su detestación sea más cultivada más a menudo, en la confesión frecuente. [2]

No hay nada de raro: “aunque los sacramentos de la nueva alianza producen sus efectos ex opere operato, (cf. Trento, DS 1606 y 1608, Vat. II, G 42), este efecto es, sin embargo tanto más grande, cuanto más perfectas sean las disposiciones de quienes los reciben”, como lo recordaba S. Pío X en “Sacra Tridentina Synodus” (§ 4). Bajo esta relación, la confesión frecuente, es el sacramento de un acceso más digno y más fructuoso a la Sagrada Eucaristía.

No exageremos, sin embargo, las condiciones de un acceso digno a la Eucaristía cotidiana: Para san Pío X, “aunque sea soberanamente ventajoso para los comulgantes cotidianos, estar exentos de pecado venial plenamente deliberado, y de todo afecto por este pecado, basta, sin embargo, que no tengan falta mortal con la firme voluntad de no pecar en el futuro nunca más: Por esta sincera y firme voluntad, es imposible que, comulgando cada día, no se libren, poco a poco, incluso de los pecados veniales, y de sus afectos”. El estado de gracia, y la recta intención, bastan para acercarse cada día a la comunión (S. Tridentina Synodus, 16 dic. 1905, § 1 a 3) La confesión frecuente no es, pues, necesaria pero sí muy útil para una digna comunión frecuente.

Más profundamente todavía, la penitencia sacramentalizada está totalmente polarizada por la Eucaristía, razón de ser y fin de todos y cada uno de los otros seis sacramentos. Eso es lo que, siguiendo a santo Tomás de Aquino, recuerda el catecismo del concilio de Trento (§ 228).

16. Relación íntima entre Confesión y Comunión (cf. § 56).

Resulta de todo esto, que la relación entre los dos sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, no es, como numerosos fieles parecen creerlo hoy, extrínseca y accidental, sino íntima y sustancial. Y esto, es además más cierto y más impresionante, si se aplica este principio, no solamente a la relación entre confesión y comunión anuales, sino también a la que existe entre confesión frecuente y comunión cotidiana.

El remedio al actual abuso de comuniones sin confesión, concretamente en pecado mortal, se sitúa más que en la rarefacción del ritmo eucarístico, en su intensificación, incluso en su cotidianeidad, después, si es necesario, de una confesión sacramental.

Para alcanzar este fin, se requiere con urgencia, hoy, una enseñanza clara, sostenida, metódica y ferviente sobre los frutos y los efectos de la comunión eucarística, distinguiéndolos los de la comunión rara, de los de la comunión frecuente y cotidiana. Tal es el rol magnífico de los catequistas, de los sacerdotes, los educadores religiosos y de los padres cristianos.

17. La comunión cotidiana, favorece la perseverancia dominical.

Precisemos. Si se quiere – y esto es necesario – obtener un compromiso firme y convencido, en favor de la misa dominical, nada contribuirá tanto como el anunciar la buena nueva de la invitación a la misa, y a la comunión cotidiana.

18. La primera comunión, primera en una serie cotidiana

Si se quiere preparar bien a la primera comunión, de tal suerte que no sea, en los hechos, la última o casi, nada es más eficaz que presentarla, como la primera de una posible, y deseable serie de comuniones cotidianas.