Guerra de los Treinta Años
De Enciclopedia Católica
La Guerra de los Treinta Años (1618-48), aunque una guerra prominentemente alemana, fue también de gran importancia para la historia de toda Europa, no sólo porque casi todos los países de Europa occidental tomaron parte en ella, sino además a causa de los resultados finales y de su conexión con las otras grandes guerras europeas de la misma época.
I. LAS CAUSAS DE LA GUERRA
La causa fundamental fue la decadencia interna del imperio alemán desde 1555, como lo evidenciaban el debilitamiento del poder imperial, la inmensa escasez de manifestaciones de patriotismo por parte de los estados del imperio, y la parálisis de la autoridad imperial y sus agencias entre los Estados protestantes del suroeste de Alemania, los cuales permanecían en un estado de descontento desde 1555. Como resultado, Alemania entera se encontraba en un interminable malestar. La ruina del imperio animó a las otras naciones de Europa del Oeste a invadir su territorio. España y Holanda hicieron uso de la tregua de doce años para afianzarse en el distrito vecino del Bajo Rin e incrementar su base estratégica. Por casi cien años Francia había firmado tratados con muchos de los estados hostiles al emperador. Enrique IV de Francia fue asesinado en 1610 cuando estaba a punto de entrometerse en la guerra por la sucesión de Jülich-Cleve. Jaime I de Inglaterra era el suegro del jefe del partido protestante de Alemania, el Elector del Palatinado Federico V, y se inclinaba por tomar parte en una disputa continental. Dinamarca buscaba con vehemencia el poder de “administración” sobre las diócesis del norte de Alemania que se habían vuelto protestantes y tener control de la boca del Elba. Gustavo Adolfo (1611-32), de Suecia, también mostraba un fuerte deseo de interferir en los asuntos alemanes. Cuando estalló la Guerra de los Treinta Años, todos estos países, en realidad, estaban impedidos de tomar parte en ella por dificultades internas o por conflictos en otras direcciones. Sin embargo, la disposición por hacerlo existía en todas partes.
Otra causa de la guerra fue el hecho de que los países que formaban la provincia austriaca pertenecían al imperio. En primer lugar porque el imperio, debido a las posición geográfica de estos países, se veía involucrado en los asuntos contemporáneos de Europa Oriental. La reacción general de la aristocracia que manifestó en Europa a finales de los siglos 15 y 16, gradualmente se hizo tan poderosa en los países del este y del norte que a principios del siglo 17 estalló entre sus representantes y el poder soberano una pelea de vida o muete en los distritos más activos de estas secciones. Estas causas dieron el primer impulso a la Guerra de los Treinta Años (ver la sección II, abajo). Adicionalmente, la dinastía que gobernaba los países que formaban Austria era una rama de la familia Habsburgo, cuya línea más distinguida por ese tiempo gobernaba España. Desde el reinado de Felipe II (1556-98) los Habsburgo españoles eran los campeones del catolicismo en Europa Occidental y los principales rivales de Francia en la pelea por la supremacía en Europa. Desde cerca de 1612, especialmente durante la administración de Felipe IV (1621-65) y su distinguido ministro Olivares, desplegaron una energía incrementada y trataron de inducir a los Habsburgo alemanes para que apoyaran sus planes. El imperio estaba aún más afectado por esta política española porque la cabeza de los Habsburgo alemanes era el Emperador de Alemania.
Una importante causa adicional fue el sectarismo religioso, el cual, después de disminuirse por un corto periodo, creció con mayor intensidad a comienzos del siglo 17. Solamente los teólogos católicos y unos pocos príncipes tomaron parte en el movimiento católico (cerca de 1592) que siguió al Concilio de Trento; el segundo movimiento, por el contrario, reunió las masas del clero y los laicos y fue marcado por un ardiente espíritu de fe y una demanda apasionada por la difusión del catolicismo. Aunque entre los protestantes el entusiasmo idealista tal vez no fue tan grande, el sentimiento de sus partidarios era igualmente violento y su combatividad no menos ardiente. Después de comenzar la guerra pronto se hizo manifiesto que las razones sociales y económicas hacían de Alemania un suelo favorable para su crecimiento. La vida económica, que por largo tiempo había prosperado mucho, desde la segunda mitad del siglo 16 se quedó estancada. Consecuentemente, existía un gran número que estaba satisfecho de tener la oportunidad de mantenerse como soldados pagados y de enriquecerse con el pillaje. Los nobles, a su vez, y quienes eran numerosos en proporción al resto de la población, tomaron ventaja de la oportunidad para darse gusto en sus feudos y con sus robos. Ya que sólo un pequeño número de ellos se sentía atraído por guerras extranjeras, estaban listos por lo tanto para desórdenes internos. Pronto aparecieron hábiles líderes que reunieron tanto a los nobles como a los burgueses bajos sus banderas y los retuvieron a su servicio dándoles rienda suelta a sus malvados instintos. Por otra parte, el pueblo de Alemania, que desde hacía tiempo se había desacostumbrado a la guerra y no estaba entrenado para soportar cargas públicas, se irritó bajo las dificultades ahora impuestas sobre él. Este descontento, combinado con el escaso equipamiento de las tropas, ayudó a prolongar la guerra.
II. LA REBELIÓN DE BOHEMIA
A comienzos del siglo 17, las regiones gobernadas por los Habsburgo de Alemania incluían Austria Alta y Baja, Bohemia junto con Moravia y Silesia, la parte más pequeña de Hungría que no había sido conquistada por los turcos, Estiria, Corintia, Carniola, el Tirol, y las provincias fronterizas de Alemania. Este territorio, sin embargo, se dividió entre tres ramas de la familia, la línea principal, los Estirios, y los del Tirol-Vorarlberg. Aunque la línea principal de los Habsburgo poseía por mucho la parte más grande de estos territorios, sus posesiones no formaban un todo compacto, sino que solamente eran un número de países vagamente conectados, cada uno con su propios estados provinciales, los cuales estaban compuestos mayormente por nobles que mantenían una constante oposición a la dinastía, así como también un gran deseo de libertad religiosa, o sea, el derecho de volverse protestantes e introducir el protestantismo en sus dominios. La lucha de la nobleza contra la dinastía alcanzó su punto más alto durante la última década del reino de Rodolfo II (1576-1612). Todavía en esa época la nobleza mantenía relaciones con el Partido Protestante activo en el imperio. En 1604 los nobles húngaros se rebelaron con la ayuda del gobernador de Transilvania, y en 1607 se rebelaron de nuevo y se aliaron con los turcos. El 25 de junio de 1608, Rodolfo fue obligado a transferir el gobierno de Hungría, Austria y Moravia a Matías, su hermano más sumiso; sin embargo, no renunció a sus derechos como Rey de Bohemia, y en 1609 pudo pacificar un levantamiento de la nobleza bohemia al conceder la Carta Imperial (Majestätsbrief), la cual daba libertad religiosa no sólo a los nobles y a sus dependientes en Bohemia, sino también a aquellos que vivían en las tierras de la corona. Esta concesión ayudó a fortalecer mucho el poder de los nobles.
Después de la muerte de Rodolfo, el Cardenal Klesl, como consejero de Matías (1612-19), buscó evitar a toda costa cualquier nueva crisis, así como la manera de ganar tiempo para reorganizar los recursos de la dinastía reinante. Matías, como Rodolfo, no tenía hijos y la familia real escogió como sucesor a Fernando, el jefe de la rama estiriana de los Habsburgo, quien había restaurado el catolicismo en Estiria. En 1617 la dinastía persuadió a los bohemios para aceptar a Fernando como su futuro rey, y en 1618 triunfaron sobre los húngaros al elegirlo. Antes de esto (en mayo de 1618) los nobles bohemios se habían rebelado otra vez, bajo el liderazgo del conde von Thurn, a causa de una presunta violación a la carta concedida por Rodolfo. La dinastía aún no estaba lista para la guerra. Cuando Matías murió (en marzo de 1619) los húngaros y los habitantes de Moravia se unieron a la revuelta, y en junio Thurn avazó con un ejército sobre Viena para persuadir a los austriacos de que se le unieran. Sin embargo, la actitud determinada de Fernando evitó la insurrección y Thurn se retiró. Fernando pudo ir ahora a Frankfort, donde su elección como emperador (el 28 de agosto) aseguró la dignidad imperial de su familia. Dos días antes de esto, los bohemios habían elegido al líder de los protestantes, Federico del Palatinado, como rival Rey de Bohemia.
Los habitantes de Austria Baja se unieron ahora a la revuelta. Bethlen Gabor, Príncipe de Transilvania, hizo una alianza con sus líderes y en unión con ellos amenazaron una vez más a Viena a finales de 1619. Sin embargo, desde entonces la disciplina del ejército bohemio declinaba constantemente y los líderes se mostraban en desacuerdo. La ayuda esperada del partido protestante nunca fue recibida, excepto porque un puñado de los nobles menos importantes del imperio se unieron a las fuerzas insurgentes. Por otro lado, en octubre de 1619, Fernando obtuvo la ayuda de Maximiliano de Baviera, quien tenía el ejército más grande en el imperio, y del Elector protestante de Sajonia. España y Portugal también enviaron tropas. Maximiliano aterrorizó de tal manera al partido protestante, el cual había formado la Unión desde 1608, que fue completamente desmantelado. Entonces se internó en Bohemia apoyado por las tropas Austriacas y derrotó decisivamente a los bohemios en la batalla de la Montaña Blanca, cerca de Praga. El Elector Federico, llamado el “Rey Invierno” a causa de la breve duración de su reinado, huyó. Fernando tomó posesión de sus provincias y restauró el orden. La guerra con Transilvania, sin embargo, se prolongó con interrupciones hasta 1626.
III. LA GUERRA EN EL PALATINADO Y LA GUERRA CON DINAMARCA
El emperador puso a Federico, el Elector palatino, bajo la prohibición del imperio el 22 de enero de 1621; aquel se rehusó a suplicar el perdón. La reconciliación se hizo más difícil por la demanda de Maximiliano de Baviera de la parte de las tierras del Palatinado llamadas el Palatinado Superior, como recompensa por los gastos de la guerra; también deseaba, de acuerdo con los reclamos tradicionales de la familia gobernante de Baviera, la dignidad electoral perteneciente al Palatinado; el emperador se lo concedió vacilante y bajo ciertas condiciones (21-25 de febrero de 1623). Maximiliano obtuvo las tierras deseadas al llevar la guerra al territorio Palatinado. Las tropas españolas se habían establecido en estos distritos a comienzos de 1620, y apuntaban a retener la posesión del Palatinado con el propósito de establecer comunicación entre las posesiones italianas de España y sus territorios en Burgundy y Los Países Bajos. Al llevar a cabo este propósito los españoles se apoderaron en el mismo año (1620) de la Valtellina y el territorio de la Liga Raetiana. Antes de esto, en 1617, cuando Fernando se convirtió en el jefe de la dinastía Habsburgo de Alemania, España había expresado sus deseos por la devolución de los territorios austriacos en Alsacia.
Ninguno de los vencedores deseaba continuar la guerra. El emperador estaba completamente ocupado con la restauración de su poder en las posesiones heredadas y con la guerra contra Transilvania. Los españoles sólo tenían una pequeña fuerza militar, como se mostraba por la manera desanimada con la que retomaron la guerra con los Países Bajos en 1621. Maximiliano realmente deseaba posesionarse de sus conquistas; pero no confiaba en los españoles, y encontraba muy difícil lidiar con los gastos de la guerra, pues no recibía ayuda exterior de importancia. Por otro lado, el Conde Palatino no recibió ayuda activa ni de los estados protestantes del imperio o de los extranjeros, pero a comienzos de 1622 varios aventurados partidarios suyos – Ernesto de Mansfeld, Cristian de Brunswick (llamado “Cristian el loco”) y Margrave Jorge Federico de Baden – reunieron 50 mil mercenarios, un ejército de tamaño inusual para la época. Esta fuerza debía oponerse al ejército de Maximiliano y los españoles, y tan rápido como disminuía su número eran reclutados de nuevo. El comandante en jefe bávaro, Tilly, derrotó a este ejército cuando intentaba evitar que sus tropas y las españolas ocuparan los pueblos fortificados del Electoral Palatinado (combate indefinido en Wimpfen, el 6 de mayo de 1622; derrota severa de Cristian en Höchst, el 20 de junio de 1622). Después de esto, sin embargo, los Países Bajos, el enemigo de España, permitieron al todavía no conquistado Mansfeld entrar a su territorio; desde aquí, él avanzó en 1623 al interior de Frisia del Este. El plan era que Cristian vendría en su apoyo con un nuevo ejército. Sin embargo, Tilly persiguió a Cristian y lo derrotó completamente el 6 de agosto de 1623, en Stadtlohn, Westafalia, pero no pudo en ese momento atacar a Mansfeld. Bajo estas circunstancias, Tilly fue obligado a permanecer en el noroeste de Alemania; los estados de estos territorios no habían tomado parte en la guerra, y pronto el acuartelamiento de los soldados y las contribuciones forzadas levantaron un descontento violento entre ellos.
Un movimiento sectario se hizo sentir gradualmente. En 1623 fue elegido por primera vez un católico como Obispo de la Diócesis de Osnabrück. Por esto, los estados de la Baja Sajonia demandaron la garantía del emperador para la seguridad en sus tierras que antiguamente habían pertenecido a la Iglesia. El emperador, sin embargo, sólo tenía la voluntad de prometer seguridad contra la fuerza, no contra el juicio de expropiación. En 1624 Maximiliano comenzó a hacer de nuevo católico el Alto Palatinado. En Suabia, los estados católicos buscaban recuperar las muchas edificaciones católicas que habían sido adquiridas por los protestantes. Un gran número de demandas relacionadas con propiedad eclesiástica estaban aún en litigio ante las cortes del imperio. Se desarrolló por un lado el deseo, y por el otro el temor, de que todos los cambios hechos por los protestantes en todo el imperio contrarios a la Paz Religiosa de Augsburgo fuesen abolidos. Los países extranjeros comenzaron a prestar una atención creciente a la guerra. Francia buscó especialmente separar a Maximiliano del emperador; Holanda concedió subsidios; en 1624 una embajada francesa intrigó contra la dinastía Habsburgo en las Cortes de Alemania y el norte; Inglaterra y Holanda negociaron con el rey Cristian IV de Dinamarca y con Gustavo Adolfo para inducir a estos gobernantes a tomar parte en la guerra. Cristian, quien pertenecía a los estados del imperio como Conde de Holstein, fue elegido comandante de sus fuerzas por los estados oprimidos y levantados del círculo bajo de Sajonia, y el 9 de diciembre de 1625, llegó a un acuerdo con Inglaterra y Holanda y marchó hacia el imperio.
De esta manera, los enemigos del emperador y del Duque de Baviera se hicieron tan poderosos que el emperador nunca más pudo dejar las cargas o la dirección de la guerra a un solo príncipe del imperio, aunque este príncipe fuese tan capaz como Maximiliano. La lucha amenazaba ahora con extenderse a toda Europa. Wallenstein, un noble bohemio, y el más hábil de todos los líderes de los mercenarios, ofreció recoger y mantener de la misma manera que el enemigo, una fuerza más grande y mejor equipada que la de los protestantes. Fernando aceptó la oferta de Wallenstein y el 7 de abril de 1625 lo nombró general. Por alguna razón desconocida Wallenstein y Tilly no llegaron a un entendimiento. En 1626 Wallenstein tomó una posición en el Elba. Mansfeld planeaba rodearlo y establecer comunicación con el Príncipe de Transilvania, pero Wallenstein lo derrotó el 25 de abril en el puente sobre el Elba en Dessau. Sin embargo, Mansfeld pudo marchar a Transilvania donde encontró que Bethlen Gabor había decidido hacer la paz. Poco después de su llegada, murió de fiebre. Wallenstein incrementó su ejército a 70 mil hombres y en el verano de 1627 derrotó las tropas de Mansfeld, ahora sin un líder, en Dosel, Silesia, el 9 de julio. Mientras tanto, Tilly había derrotado al rey danés Cristian el 27 de agosto de 1626, en una batalla cruelmente sangrienta en Lutter en el Barenberg. Durante el invierno Cristian equipó un nuevo ejército; no obstante, Tilly lo condujo desde el bajo Weser y el Elba, pero no tomó Stade.
IV. EL EDICTO DE RESTITUCIÓN
El éxito de los ejércitos imperial y bávaro en el norte de Alemania permitió a los católicos reclamar las tierras de la Iglesia. En 1626 el enérgico Francisco Guillermo de Wartenberg, un pariente de Maximiliano, se convirtió en Obispo de Osnabrück, Él buscaba convertirse en obispo también de las diócesis de Minden y Verden, que se habían vuelto protestantes. En 1627 el Archiduque austriaco Leopoldo Guillermo se convirtió en Obispo de Halberstadt; a comienzos de 1628 fue derrotado por un príncipe de Sajonia en su intento por asegurar la Arquidiócesis de Magdeburgo, pero en el verano de 1628 obtuvo el derecho de sucesión a la Arquidiócesis de Bremen. En 1627, al sur de Alemania, Maximiliano se comprometió a hacer el Electoral Palatinado católico de nuevo. Las demandas católicas eran ahora enviadas al emperador desde todas partes. De acuerdo con el método de administración de los Habsburgo y con la propia manera de pensar del emperador, estas demandas fueron todas entregadas en 1628 al Concilio Áulico para investigación judicial. Después, en marzo de 1929, Fernando promulgó el Edicto de Restitución. En su primera parte el edicto establecía el significado de las ordenanzas disputadas de la Paz Religiosa; ordenaba que todas las demandas legales surgidas de la Paz Religiosa que estuvieran pendientes ante las cortes imperiales fuesen resueltas sumariamente de acuerdo con el edicto. Más adelante nombraba tres comisiones para determinar y corregir las violaciones de la Paz Religiosa en todas las partes del imperio. Los güelfos, en el norte de Alemania, fueron obligados a devolver lo que habían tomado de la Diócesis de Hildesheim en 1523 con la excepción de una pequeña parte; en marzo de 1630, los comisionados imperiales tomaron posesión de Magdeburgo, y en mayo y julio de 1630, Francisco Guillermo de Wartenberg se estableció en Varden y Minden. Al sur de Alemania Würtemberg, en particular, fue forzado ha indemnizar.
Al comienzo de los problemas, durante el periodo de la revuelta de Bohemia, el más poderoso de los estados protestantes se mantuvo fiel al emperador. La transferencia del electorado a Maximiliano, sin embargo, indignó a los sajones y a los brandenburgueses porque ponía fin a la igualdad de religiones en el Colegio Electoral. Para evitar que Brandenburgo se uniera al lado opuesto, Wallenstein la arrasó entre 1626 y 1627. El Edicto de Restitución, no obstante, apartó a todos los gobernantes protestantes y a los nobles del emperador. Por su deseo de paz y la escasez de fuerza optaron por no tomar acción contra él. No fue sino hasta que los estados católicos también se separaron del emperador que surgió la crisis en los asuntos internos del imperio lo cual influenció ampliamente la continuación de la guerra.
El método de Wallenstein para reclutar mercenarios y mantener el ejército requirió del establecimiento de divisiones extremadamente grandes. Siguiendo una costumbre introducida por Fernando en Austria, asignó a cada una de estas divisiones un distrito definido para la reunión de reclutas y suministros. Al principio, estos distritos estaban en los dominios de los gobernantes y nobles hostiles al emperador, gradualmente, sin embargo, los territorios de los príncipes espirituales que habían estado unidos por Maximiliano en la Liga fueron entonces asignados y finalmente, en mayo de 1628, los dominios del Elector de Sajonia quien había sido, por otro lado, protegido por los Habsburgo. Los estados resistieron, apelando a la Ley de la Dieta Imperial de 1570, y se quejaban de que sus países fuesen utilizados como depósitos de reclutas sin su consentimiento. Protestaron contra la extraordinaria cantidad de contribuciones obligatorias, su larga duración y contra la cantidad de pillaje. Enfatizaron estas quejas con amenazas de tomar la ley en sus propias manos. Miraban al emperador con sospecha cuando, después de que él había puesto, en 1621, el Elector Palatinado bajo la prohibición del imperio sin el consentimiento de los Electores, revivió otros privilegios imperiales que habían caído en desuso. De esta manera, declaró los estados de la Baja Sajonia, que habían tomado parte en la guerra danesa contra sus órdenes, culpables de traición penalizada con la pérdida de sus territorios. Los estados sabían instintivamente que la soberanía de sus territorios, la cual existía de hecho desde 1555, dependía solamente de la pasividad del imperio en asuntos foráneos, y que ellos tendrían que ser más sumisos a la autoridad del emperador podría convertir la guerra civil en un conflicto europeo, como parecía más probable año tras año. Este pensamiento los perturbaba grandemente. El horizonte no era claro; ignoraban las políticas europeas. Decían que bajo la influencia de Wallenstein, Fernando podría volver absoluto el poder imperial, y la libertad germana, que era su libertad como príncipes, estaba en peligro. El hecho de que el ejército de Wallenstein estuviera compuesto tanto de católicos como de protestantes, y de que tan celosamente había nombrado como general a un luterano como Hans Georg von Arnim, imprimió en los estados católicos la idea de que sus intereses comunes con el emperador se habían debilitado, y los indujo a unirse por interés propio con los estados protestantes en oposición al emperador. Maximilano, en particular, estaba ansioso y descontento. Un capuchino italiano, Valerio Magni, lo irritaba con reportes acerca de Wallenstein y las intenciones del emperador, mientras Wallenstein avivaba la llama con su tratamiento severo del Elector de Baviera, con sus constantes demandas al emperador por mayor autoridad militar, y asegurando su propio nombramiento como príncipe del imperio (abril de 1628).
Los primeros síntomas claros de la tensión entre el emperador y los estados del imperio fueron: el encuentro de la Liga en Würzburg, en enero de 1627; la sesión de los Electores en Mülhausen entre octubre y noviembre de 1627; y el encuentro de los Electores Católicos en Bingen, en junio de 1628. La asamblea en Mülhausen ya había demandado un cambio en la organización militar y el despido de Wallenstein. Al principio, Fernando buscó reducir la tensión trabajando sobre Maximiliano; en el Tratado de Munich, en 1628, le concedía la dignidad Electoral y la posesión tanto del Electoral Palatinado Superior y el de la ribera derecha del Rin por treinta años. En el curso de 1628, sin embargo, la posición marcadamente superior del emperador sobre los estados fue seriamente comprometida por su deseo, después de completar la reorganización de sus territorios en Austria, de asegurar la continuidad de la corona imperial en su familia con la elección de su hijo como Rey de los Romanos. Este deseo lo hizo depender de la buena voluntad de los Electores. En la primavera de 1628 forzó a Wallenstein a reducir un poco el tamaño de su ejército, y en el otoño del mismo año a hacer una mayor reducción. Enojados por esto, los Electores se rehusaron a acceder a los deseos del emperador para la convocatoria del Colegio Electoral y quisieron aplazarla hasta el final de la guerra. El Edicto de Restitución también aplazó la reunión, pero sólo por un corto tiempo. Por demanda de Fernando, el Elector de Mainz finalmente convocó al colegio para junio de 1630. Antes de la reunión, el emperador forzó de nuevo a Wallenstein para despedir una gran parte de sus tropas. El encuentro de los Electores, el cual tuvo lugar en Ratisbon desde el 3 de julio hasta el 12 de noviembre de 1630 y al que no asistieron los dos Electores protestantes, se desarrolló bajo condiciones políticas y militares totalmente cambiadas.
V. LA GUERRA SE CONVIERTE EN UN CONFLICTO EUROPEO
Cerca de 1625 los Habsburgo españoles comenzaron a desarrollar una política enérgica, como lo habían hecho durante el siglo 16. Creían que había llegado una gran oportunidad de darle al protestantismo un golpe aplastante; además tenían la esperanza de recibir ayuda de Francia, aunque esta esperanza era vana. Las tropas españolas fueron enviadas primero contra los holandeses; en 1626 Spinola tomó la importante fortaleza de Breda. Mientras tanto, Austria y Baviera ayudaron a los españoles cortando la principal fuente de ganancias comerciales de los holandeses, el Báltico. De esta manera, los españoles pensaron utilizar contra los holandeses los mismos medios que éstos habían empleado contra ellos cuando trataron de asilar las flotas españolas que llevaban a España el producto de las minas de plata de América. Al principio, Fernando dudó y Maximiliano aún más. Sin embargo, en la conferencia de Bruselas de 1626 se acordó bloquear la costa del Mar del Norte y, al menos, un puerto del Báltico. Austria descubrió muy pronto que podría favorecer sus propios intereses en esta empresa. Fernando planeaba ganar una ruta al mar en aguas libres para sus productos por medio de tratados con los países en las riberas del Elba y el Oder, y con tratados con las más grandes ciudades holandesas podría obtener una buena salida para sus productos de exportación, especialmente al enviar cobre húngaro a España. En 1627 los Duques de Mecklenburg fueron privados de sus posesiones por apoyar al Rey de Dinamarca, y Wismar fue confiscado como un buen puerto en el Báltico. De acuerdo con el plan, los españoles aparecerían ahora con una flota en el Báltico, la cual le permitiría a Wallenstein ganar la supremacía en el mar. Durante este periodo, sin embargo, las actuaciones de España en el mar fueron decepcionantes y en esta ocasión ninguna flota apareció. Mientras tanto, los pueblos hanseáticos, con quienes se había contado desde el principio para llevar a cabo el plan, fueron intimidados por Dinamarca para que no enviaran barcos. Wallenstein intentó construir una flota propia, pero sólo logró reunir una pequeña flotilla bajo el mando de Gabriel Leroy, con la cual realizaba ocasionales ataques sorpresa. La última esperanza de ayuda de España se evaporó cuando la flota española cargada de plata fue destruida el otoño de 1628. Los defectos del método de Wallenstein para desarrollar la guerra aparecieron al mismo tiempo como consecuencia de las peculiares características de los problemas que intentaba resolver. No se atrevió a utilizar su ejército para asedios difíciles o ataques relámpago; donde era forzado a hacerlo, su proyecto falló. Dejó en la retaguardia y sin tomar la fuertemente fortificada ciudad de Magdeburgo, que controlaba el paso sobre el Elba. En mayo de 1628 quiso tomar por asalto la ciudad de Stralsund, la cual formaba una conexión entre la costa del Báltico alemán y Suecia, pero renunció a su plan y la asedió desde el lado de tierra. Sin embargo, no pudo forzar a la ciudad a rendirse ya que tropas danesas y suecas vinieron en su ayuda. Su victoria, en agosto de 1628, sobre un ejército danés de relevo en Wolgast no cambió el resultado. Dinamarca firmó la Paz de Lubeck el 22 de mayo de 1629, con la condición de que todos los territorios conquistados fuesen restituidos. Pero esto provocó que Gustavo Adolfo entrara en la guerra.
En el otoño de 1629, Gustavo Adolfo declaró ante la Dieta de Suecia que el emperador quería conquistar Suecia y el Báltico, y que debería evitarse que lo hiciera, pero que si Suecia obtenía la victoria en suelo alemán, los estados alemanes se convertirían en el botín de Suecia. Por esta misma época, a pesar de ofrecer varios incentivos, el rey se había limitado a guerras con oponentes débiles. No obstante, siempre había estado en guerra, no sólo porque la amaba, sino también por la necesidad de apoyar a su ejército en los países extranjeros, como Suecia era un país pobre, de otra manera no podría mantenerla. Mientras tanto, el rey no rechazaba nada por incrementar la prosperidad de Suecia. Sólo hasta entonces él esperaba asegurar las riquezas de las ciudades y principados del norte de Alemania. Pero ahora, los planes político-económicos del emperador amenazaban con poner fin al comercio de cobre de Suecia, su más valiosa fuente natural de riqueza, mientras las tropas de Wallenstein amenazaban con expulsar las fuerzas suecas del país más allá del Báltico, por cuyas ganancias, especialmente de aduanas, obtenía ampliamente sus medios pecuniarios. La autodefensa al igual que el espíritu de aventura forzó al rey a prestar algo de atención al emperador. Sin embargo, lo dudó hasta 1630, cuando, el 6 de junio, desembarcó en la costa alemana de Pomerania. Excepto por algunas personas de importancia, Gustavo Adolfo no fue bien recibido, aún por los protestantes, y fue obligado a hacer su camino hasta Pomerania por la fuerza de las armas. En poco tiempo se le había agotado el dinero completamente, y se debatió durante meses si debía o no aventurarse tierra adentro. Wallenstein quizás pudo aplastarlo, pero en cambio dejó el camino abierto para él, porque resentido con la orden del emperador en la primavera de 1630 para que redujera el número de sus tropas, había dispersado la mayor parte de las fuerzas imperiales en los distritos ahora ocupados por Gustavo, y había permitido a otros destacamentos irse a pelear en Holanda e Italia. El año anterior Tilly había rogado inútilmente el permiso de Maximiliano para atacar a los holandeses en el momento preciso y en su propio país, dando como razón que el dinero de los holandeses estaba siendo usado constantemente para renovar la oposición a las tropas bávaras. No obstante, Maximiliano no tenía el coraje para entrar en conflicto abierto con un país enemigo. De esta manera el gobernante holandés, Federico Enrique, en 1629, después de que el gran general español Spinola se había retirado, pudo sitiar Bois-le-Duc, propinándole así el primer desaire a España. Ahora no era Tilly quien se apresuraba a ayudar a los españoles; se envió una fuerza imperial, desprendida del ejército de Wallenstein. Pero cuando los holandeses sitiaron la fortaleza de Wesel y de esta manera pusieron en peligro la retirada de las tropas imperiales, una parte de estas fuerzas se replegó. Bois-le-Duc se rindió el 14 de septiembre y los holandeses pudieron tomar la ofensiva. En Francia, Richelieu, desde 1624 hasta 1628, había restablecido la autoridad interna del gobierno a tal punto de que después de veinte años de política exterior cautelosa, se podían adoptar medidas más positivas. Este cambio se hizo primero evidente para los Habsburgo de Lorraine. El Duque Carlos de Lorreine (desde 1624), un vasallo del emperador, presentó un reclamo como heredero al Ducado de Barr en Alsacia; pero Richelieu disputó sus derechos y hostigó a la autoridad secular del Obispo de Verdun al extremo que esta tuvo que refugiarse en el imperio. En 1627 la línea masculina de los Duques de Mantua-Montferrat, al norte de Italia, se extinguió. El siguiente heredero era el Duque de Nevers, un pariente de los Borbones. Tomó posesión de Mantua de inmediato y esperaba asegurar también Montferrat casando a su hijo con la hija de su predecesor, ya que la sucesión de Montserrat estaba en la línea femenina. Sin embargo, Montserrat se asentaba muy por debajo de Mantua en la parte occidental del norte de Italia. Por consiguiente España y Saboya lograron apoderarse del distrito antes de que el Duque de Nevers pudiera entrar en él. España deseaba mantener una influencia controlada sobre la parte norte de Italia, la cual había adquirido durante el reino de Carlos V. Por otro lado, Francia ahora veía que Saboya, la cual se había vuelto dependiente de ella, de repente tomaba partido con España. España pidió la decisión del emperador, quien era el protector de Mantua. Fernando intervino en la pelea, no solo porque su dinastía había considerado siempre de gran valor los derechos imperiales en Italia, sino porque constantemente había sido, desde el tiempo en que gobernaba Estiria, un oponente de Venecia, la cual creía que se podría tornar peligrosa. Pero ni él ni España desarrollaron las negociaciones de manera rápida y con insistencia, ya que su atención estaba en otras direcciones. De esta manera, Richelieu tuvo tiempo para castigar a Saboya (1628-29). Después de esto, las tropas de Fernando sitiaron Mantua y los españoles, bajo el mando de Spinola, asediaron Casale. Richelieu aún no consideraba a Francia lo suficientemente fuerte para enfrentarse a los Habsburgo directamente. Cuando fue tomada Mantua y la posición de Casale se hizo muy precaria, Richelieu propuso una tregua; esta fue firmada en Rialto el 4 de septiembre de 1630. Entonces, Richelieu envió a Ratisbon a su negociador más hábil, Pére Joseph, donde los electores estaban todavía en sesión. Esperaba sacar a Francia de la batalla y, a la vez, levantar suficientes enemigos contra Austria.
El 17 de junio de 1630, Richelieu firmó un tratado con los Países Bajos por medio del cual les daba un subsidio por la continuación de la guerra contra España. Por medio de la tregua, la cual había sido provocada por Francia, entre Gustavo Adolfo y Polonia en Altmark en septiembre de 1629, Gustavo estaba en libertad de tomar parte en la guerra dentro del imperio. Sin embargo, dudó en asumir las responsabilidades que podrían permitirle a Francia interferir con el manejo de su guerra. Desde marzo de 1629, Richelieu había llevado a cabo activas negociaciones con los estados imperiales pero hasta ahora con poco propósito. Su meta era separarlos del emperador y unirlos en una confederación neutral bajo su liderazgo. Al mostrar que la amistad con Francia, un país esencialmente pacífico, podría protegerlos contra las pretensiones del emperador guerrero, y que su alianza con Francia les garantizaría sus “libertades germanas” contra Austria, Richelieu esperaba separarlos del emperador. No obstante, Maximiliano se apresuró a hacerle una contrapropuesta para que Francia formara alianza únicamente con los estados católicos, abandonado todos los acuerdos hechos hasta ahora con los protestantes. De esta manera, sería posible aislar a los Habsburgo y, a la vez, completar la restauración católica del occidente de Europa. Las bases de estas negociaciones desde octubre de 1629, estaban en el borrador del tratado entre Francia y Baviera. Richelieu transfirió las negociaciones con el emperador al lugar donde el Colegio Electoral estaba en sesión, porque esperaba que allí pudiera llegar a un acuerdo con los estados. Sin embargo, para Richelieu no fue fácil alcanzar el éxito en sus empresas, debido al desembarco de Gustavo Adolfo en suelo alemán en junio. Cuando el emperador le anunció a los Electores (el 13 de agosto de 1630) la renuncia de Wallenstein, ellos se declararon listos para ayudarlo contra Gustavo Adolfo bajo la condición de que tanto las tropas imperiales como las de los estados estuvieran unidas bajo el mando de Maximiliano. Fernando utilizó la simpatía de los Electores para ejercer presión sobre el negociador francés. Aunque éste último estaba allí únicamente para llegar a un acuerdo sobre la parte norte de Italia, Fernando le hizo prometer en la Paz de Ratisbon (13 de octubre) que cuando el Duque de Nevers recibiera Mantua y Montserrat como feudos, Francia no atacaría al imperio ni de ninguna manera ayudaría a otros a atacarlo, y que el Duque de Lorraine debería estar incluido en este arreglo. Este éxito imperial, no obstante, no llegó a ninguna parte, porque los estados y el emperador no lograron ningún acuerdo. Los Electores protestantes, en cambio, invitaron a los estados protestantes a reunirse en Leipzig y formar un partido neutral (Asamblea de los Príncipes en Leipzig, febrero – abril de 1631). Los católicos llegaron a un acuerdo con el emperador, en el cual las tropas imperiales estarían al mando de Tilly, pero Maximiliano se había hecho a la idea de que Tilly debería ocuparse únicamente en defender a Baviera contra un posible ataque de Gustavo Adolfo. Insistió, por lo tanto, en que las tropas imperiales y las suyas no deberían unirse en un solo ejército. Esto le permitió a Richelieu, cuyo derrocamiento parecía seguro en noviembre de 1630, evitar la confirmación de la Paz de Ratisbon, y, contrario al arreglo, firmar el Tratado de Bärwalde (23 de enero de 1631) con Gustavo Adolfo. En este tratado, Gustavo, cuya necesidad de dinero lo había vuelto finalmente dócil, se comprometía a hacer la guerra con el emperador durante cuatro años.
VI. LA GUERRA CON SUECIA DENTRO DEL IMPERIO
Después de la destitución de Wallenstein, Gustavo pudo expulsar de toda la parte baja del caudal del Elba a las tropas imperiales, las cuales huyeron en desbandada y no tenían comandante. El avance más lejano lo llevaría por los territorios de los Electores de Brandenburgo y Sajonia, pero estos príncipes se rehusaron a dejarlo pasar. De esta manera Tilly ganó tiempo para asumir el comando en el Elba y el Oder, e inmediatamente intentó (en febrero de 1631) forzar a Gustavo a la batalla; pero éste no estaba dispuesto a entrar en una. En este periodo, durante el cual no se presentó ningún hecho significante, la posición de Tilly se volvió crítica porque, como había ocurrido en Stralsund, un destacamento sueco bajo el mando de Dietrich von Falkenberg se había arrojado sobre Magdeburgo en septiembre de 1630 y, apoyado por los ciudadanos, no permitieron la entrada de las tropas imperiales. Magdeburgo era la ciudad a la que Wallenstein había evitado con tanto cuidado. Tilly, decidió tomarla y la asaltó el 20 de mayo de 1631. Pero un incendio, del que se acusa de haberlo iniciado a los suecos cuando vieron perdida la ciudad, la convirtió en cenizas y le arrebató a Tilly la ventaja que había ganado. Mientras tanto, Gustavo había tomado ventaja de la retirada de sus oponentes hacia Magdeburgo para asediar las fortalezas de Frankfort y Landsberg en la mitad del curso del Oder, y exprimir del Elector de Brandenburgo Küstrin y la fortaleza de Sapndau en la desembocadura del Spree en el río Havel. Temiendo que el Elector de Sajonia también cediera ante Gustavo, Tilly trató de aterrorizar al inseguro gobernante; sin embargo, Gustavo había forzado al Elector, bajo la influencia del general luterano von Arnim, quien había sido antiguo oficial de Wallenstein, a formar una alianza temporal con Suecia el 17 de septiembre de 1631; las tropas combinadas de Sajonia y Suecia destruyeron el ejército de Tilly en Breitenfeld, cerca de Leipzig. La victoria tuvo un gran efecto en la moral, pero no decidió la guerra. En el noroeste de Alemania, Pappenheim tenía una posición excelente que le permitía controlar para el emperador la línea del Weser, y el mismo emperador y Baviera tenían suficientes medios para armar nuevos ejércitos. La fortaleza de Gustavo Adolfo estaba siempre muy por debajo de la de sus enemigos. Consciente de esto, sintió la necesidad de entrar en distritos ricos que él pudiera usar como apoyo y fortalecimiento de sus tropas; además, quería comenzar conversaciones con los estados protestantes del suroeste de Alemania que fueran favorables a él, y tal vez, esperaba que estando allí podría persuadir a Francia de emprender una guerra común contra el emperador. Dejó los sajones para ocupar a los austriacos atacando Praga, y sin moverse contra Pappenheim se dirigió hacia las diócesis en los cursos medio y bajo del Rin para derrotarlos primero y de esta manera a su jefe Maximiliano, antes de dar un golpe decisivo contra el emperador. Mientras vivía en el centro del imperio durante el invierno de 1631-32, preparó sus planes para asegurar el absoluto control de Suecia sobre los estados protestantes y para secularizar las diócesis que habían permanecido católicas. También realizó los esquemas para utilizar la moneda alemana para incrementar la prosperidad de Suecia.
El temor que Maximiliano sentía por Suecia crecía constantemente, y en mayo de 1631 firmó su primer tratado con Francia. Sin embargo, para él era muy difícil asumir una posición neutral hacia los príncipes protestantes que se oponían al emperador y al imperio. Gustavo Adolfo, por su lado, no se inclinaba a prescindir del campeón del catolicismo en el imperio por el bien de Richelieu. Finalmente, Maximiliano perdió completamente el coraje y las negociaciones para la tregua comenzaron en diciembre de 1931, y fue concluida en enero de 1632. Richelieu continuó siendo hostil hacia el emperador, a pesar de que éste había estado de acuerdo en firmar el Tratado de Cherasco (abril de 1631), en el cual renunciaba al reconocimiento del Duque de Nevers de su gobierno sobre Mantua; este tratado reemplazaba el de Ratisbon. Contrario a lo acordado en Cherasco, Richelieu no retiró sus tropas de Piedmont, sino que, gracias a la traición de Pignerolo, las retuvo. Viajó hasta Lorraine, gobernada por Gastón de Orleáns, quien vivía en discordia con su hermano el rey Luis XIII, como pretexto para llevar la guerra a Lorraine y asediar una fortaleza tras otra. De esta manera, sus tropas se mantenían cerca del escenario de la guerra entre los alemanes y los holandeses. En enero de 1632, Gustavo Adolfo pidió que Richelieu tomara de los Habsburgo Hagenau y Zabern en Alsacia. Richelieu lo dudó, y argumentando razones religiosas Pére Joseph lo persuadió para que rechazara la propuesta. Durante todos estos meses, el emperador no tenía un comandante a quien pudiera confiarle el mando de sus fuerzas. Su hijo, Fernando III, era aún muy joven, así que por necesidad se volvió de nuevo hacia Wallenstein. Éste lo tuvo en suspenso y sólo aceptó cuando se le garantizaron poderes tan grandes como para levantar sospechas contra sí mismo. El contrato se hizo el 13 de abril de 1632, aunque realmente Wallenstein había asumido el mando muchas semanas atrás.
En febrero de 1632, Gustavo reabrió la campaña y comenzó el asedio de Bamberg. Pero Tilly llegó con tropas frescas y liberó a la ciudad. Deseaba tener conversaciones con Wallenstein en Eger y de esta manera forzar a Gustavo para que se retirar del interior de Alemania, pero Wallenstein no se movió; en consecuencia, Gustavo quedó libre para avanzar directamente sobre Baviera. El 15 de abril hubo una batalla indecisa en Rain a orillas del Lech; Tilly fue mortalmente herido y los bávaros se retiraron del campo de batalla. Esto le abrió a los suecos el camino a Munich y les permitió saquear las tierras bajas de Baviera. Maximiliano retuvo Ingostandt y Ratisbon, los dos puntos de mayor importancia estratégica en su país. Gustavo Adolfo simplemente perdió tiempo en su campaña de Baviera. En el noroeste de Alemania, Poppenheim tuvo éxito en sus proyectos. Se reunieron nuevas fuerzas imperiales en Bohemia y Suabia. En Junio, Wallenstein conquistó Bohemia, formó una alianza con Maximiliano y mantuvo inactivo a Guastavo en Nuremberg durante semanas. Gustavo trató en vano de hacer entrar a Wallenstein en batalla, y cuando intentó asaltar la posición de Wallenstein (el 3 de septiembre) fue derrotado. Por cerca de seis semanas marchó sin objetivo a través de Franconia y Suabia, perseguido por Wallenstein. De pronto, éste se desvió hacia Sajonia para reunirse con Pappenheim y cortarle el camino hacia el Báltico a Gustavo. Este continuó y el 16 de noviembre forzó a una batalla en Lützen cerca de Leipzig, precisamente cuando las fuerzas de Wallenstein y Pappenheim se reunían. Los suecos resultaron victoriosos, pero pagaron por ello con la vida de Gustavo Adolfo. Del lado imperial, Pappenheim, el general de caballería más hábil y capaz del emperador, fue asesinado.
La muerte del rey sueco no trajo cambios esenciales. Sus políticas fueron realizadas de la misma manera y con igual habilidad por su confiable consejero Axel Oxenstiern. La fortaleza de las tropas suecas había estado declinando a lo largo de 1632. Los asuntos importantes que debían decidirse eran: si, a medida que el poder sueco declinaba, los príncipes protestantes podrían actuar independientemente del liderazgo de Sajonia, apropiándose de la causa del protestantismo y de la independencia de los gobernantes principescos; también, si el emperador podría encontrar un comandante que pudiera hacer lo menos y demorar innecesariamente a Wallenstein. A causa de estas dificultades los siguientes dos años se ocuparon más en negociaciones que en batallas. Oxenstiern trajo al Duque Bernhard de Saxe-Wimar, quien había sido entrenado bajo Gustavo Adolfo y quien era el más hábil de los comandantes jóvenes entre los protestantes alemanes, y con él unió más a Sajonia con Suecia; también hizo un acuerdo con los gobernantes protestantes de los estados de Alemania central en la asamblea de Heilbron (en marzo de 1633). En noviembre del mismo año, Bernhard con un osado avance tomó Ratisbon; Austria se abría ante él, mientras una revuelta de los campesinos bávaros lesionaba la fuerza de Baviera. El duque, sin embargo, no se aventuró dentro de Austria y hacia enero Maximiliano había controlado a sus campesinos. Suecia perdió rápidamente su popularidad aún entre los protestantes de Alemania central, porque demandaba demasiado. Adicionalmente, Oxenstiern inundó estos estados con monedas suecas de cobre y envió su buena plata a Suecia, arruinándolos económicamente. Tan pronto como 1634 la influencia de Richelieu sobre estos estados era más grande que la de Suecia. Wallenstein utilizó su ejército muy poco en 1633. Estaba constantemente ocupado con negociaciones, principalmente con Sajonia, pero también con Suecia, con vista a imponer la paz en los Habsburgo. El comandante de las fuerzas Sajonas, von Arnim, lo convenció de acordar una tregua después de otra. De esta manera, Sajonía conservó sus fuerzas y ganó tiempo para mejorar su posición en el imperio con relación tanto al emperador como a Suecia. Aunque más adelante lo negó, a comienzos de 1634 Richelieu todavía creía que Wallenstein estaba listo para entrar en relaciones también con Francia. Fernando y Maximiliano, sin embargo, ya habían planeado su caída; fue asesinado en Eger en 25 de febrero de 1634. Francia fue el único país que tuvo éxito en la guerra y en la política desde 1632 hasta mitad de 1634. Un incrementado número de fortalezas en Lorraine cayeron bajo su control. En la primavera de 1632, después de hacer un tratado con el Arzobispo de Traer para protegerlo de los suecos, las tropas de Francia ocuparon Coblenz y Ehrenbreitstein en el lado opuesto del Rin. Richelieu también llevó a cabo negociaciones con el Arzobispo de Colonia, quien era también el Obispo de Liége, con las que esperaba traer tropas francesas al interior del noroeste de Alemania en el lado donde se encontraban las fuerzas imperiales, y también guarnecer Dinan, la cual pertenecía a la Diócesis de Liége. Desde este punto Francia sería capaz de ejercer una fuerte influencia en la guerra entre España y Holanda. Dinan no fue obtenida debido a una revuelta de los ciudadanos en Colonia. Sin embargo, a partir de este momento, Richelieu presionó constantemente para avanzar hacia Alsacia. Deseaba que los príncipes protestantes le pidieran que guarnicionara los pueblos fortificados de Alsacia, y por un tiempo en 1634 ocupó Montbéliard, la cual pertenecía a Wurtember y a la Diócesis de Basilea. Para 1633, España ya había enviado tropas desde Italia y desde Holanda a la parte alta del Rin como protección. Los planes de Richelieu se mantuvieron a raya debido al lento progreso de la guerra en Holanda. A pesar del tratado de 1630, por el cual Francia concedía subsidios, los Generales de Estado mostraron poco espíritu combativo, mientras la parte sur de Holanda estaba positivamente en contra de la guerra. Un ataque español por mar sobre Holanda terminó en septiembre de 1632 con una derrota completa. Por otro lado, un ataque del gobierno holandés sobre Maastricht en 1633 condujo a la captura de la fortaleza, no, como se esperaba y se había planeado, a una revuelta de las provincias del sur contra España. Ni siquiera esto forzó a Francia a entrar abiertamente en la guerra. Comenzaron negociaciones para la paz y fue sólo por sus más grandes esfuerzos, y por su promesa de que Francia también le declararía la guerra a España, que Richelieu pudo frustrarlas.
En el otoño de 1634 también se tomaron acciones concluyentes en el imperio. El hijo de Fernando asumió el comando de las tropas imperiales y Maximiliano expulsó a los suecos de Ratisbon. Este mismo año, el comando del ejército bávaro fue asumido por el Duque de Lorraine quien había sido obligado a huir de su país. Los intentos de von Arnim para tomar Praga por segunda vez, fallaron: En el suroeste de Alemania los suecos tenían sin lugar a dudas el ejército más fuerte. A comienzos de septiembre los ejércitos imperial y de Baviera se unieron en Nördlingen, a la que habían deseado capturar los suecos bajo el mando de Hom, y destruyeron completamente (el 6 de septiembre de 1634) los restos del bien disciplinado ejército con el que Gustavo Adolfo había conseguido sus triunfos. Después de todo, los hombres que pelearon bajo la bandera sueca eran sólo mercenarios, sedientos por el pillaje, como aquellos de los demás ejércitos de la época. Para prevenir que el emperador se convirtiera en amo absoluto del imperio, Richelieu tuvo que declararle la guerra. Casi al mismo tiempo de su declaración, la guerra también fue proclamada por Fernando y Felipe IV (mayo de 1635).
VII. LA GUERRA DEL IMPERIO Y ESPAÑA CONTRA FRANCIA Y SUECIA HACIA SU PUNTO DE GIRO
El prospecto de la interferencia de Francia llevó a Sajonia a hacer la amistad con el emperador. Ambos deseaban que el Tratado de Praga (30 de mayo de 1635) fuera la base de la paz general entre los estados del imperio y el emperador y para su unión contra el enemigo extranjero. Para este fin, tuvo que concederse la amnistía a todos los estados que, dentro de un tiempo definido, estuvieran de acuerdo con el tratado. El tratado también buscaba reajustar las relaciones constitucionales entre el emperador y los estados compatibles con el desarrollo histórico y de esta manera convertir el imperio en un todo orgánico. Desde 1555 los estados casi habían olvidado las ventajas de su unión en un imperio hasta que la supremacía de Suecia había vuelto a despertar esta conciencia. La declaración de guerra de Francia también levantó un sentido de nacionalidad; la mayoría de los gobernantes alemanes, siguiendo el ejemplo de Brandenburgo, estuvieron de acuerdo con el tratado entre el emperador y Sajonia. El 12 de mayo de 1636, se proclamó la paz en el imperio. Algunos, en realidad, la firmaron en Estrasburgo a regañadientes; la viuda Landgravina de Hesse Cassel aplazó su acuerdo sin atreverse a rechazar abiertamente el tratado. Finalmente, en diciembre de 1636, el hijo de Fernando fue elegido Rey de los romanos, y el 15 de febrero de 1637, sucedió a su padre como emperador.
El emperador, Baviera y España decidieron comenzar una energética operación ofensiva contra Francia. En 1635 un ejército imperial y bávaro combinado hizo retroceder a los franceses en Alsacia y Lorraine, pero los comandantes de estas fuerzas carecían de coraje y precaución. En 1636 las fuerzas combinadas tuvieron que retirarse, finalmente, a través del Rin, después de que su número había sido grandemente reducido. En 1635, los españoles habían sitiado y debilitado el Elector de Traer, y, por los hábiles movimientos de Fabián, destruyeron los dos ejércitos de franceses y holandeses que habían entrado a los Países Bajos españoles. En 1636, las fuerzas de España y Holanda pronto se igualaron. España, ahora con fuerzas superiores, se volvió contra Francia. El general de la caballería alemana, Jan van Perth, quien compartía la dirección de la campaña, deseaba avanzar directamente contra París, pero los jefes de la expedición permitieron detenerse frente a la pequeña fortaleza de Corbie, hasta que los franceses trajeron otros 50 mil hombres. Este ejército forzó a los españoles a retirarse una vez más. Los sajones hicieron un infortunado intento, con la ayuda de las tropas imperiales, para sacar completamente de Alemania los restos de las fuerzas suecas; la campaña terminó en la severa derrota del ejército combinado por el general sueco Baner en Wittstock (4 de octubre de 1636). El fantástico plan de los españoles para vengar esta derrota, con un ataque combinado de su flota y las fuerzas imperiales y sajonas en Livonia, así como un golpe a la retaguardia sueca, falló porque la flota, mientras estaba de camino, fue derrotada (1639) por los holandeses en el Canal Inglés. Por medio de una desesperada defensa, Brandenburgo logró salvar de los suecos al menos su fortaleza. En 1639, Baner hizo dos veces una marcha forzada tan lejos como Prga, saqueando y aterrorizando a medida que avanzaba. Desde finales de 1636 los Habsburgo fueron puestos en una posición defensiva desfavorable en el oeste. Francia tomó a su servicio el ejército bajo el mando de Bernhard de Saxe-Weigmar, en la parte alta del Rin, y en diciembre de 1638, Bernhard conquistó Briesach en la rivera derecha del Rin. En 1637, después de un célebre sitio, Holanda retomó el pueblo de Breda que había perdido en 1626. Ni los holandeses ni los franceses hicieron progresos posteriores en los Países Bajos, ni podían derivar las ventajas esperadas de la captura de Arras (agosto de 1640), por la cual ellos habían perforado la línea de defensa que protegía el sur de Holanda. Todavía en 1639, los Habsburgo mantenían su superioridad numérica, pero sus enemigos conducían la guerra con gran habilidad. En consecuencia, los imperialistas ganaron muy poco cuando Piedmont proclamó su independencia de Francia en 1639.
La unión entre los estados alemanes que siguió al ataque de Francia no engendró ningún entusiasmo por la guerra. Ellos anhelaban la paz y esperaban que la paz que el congreso propuso en 1636 pudiera realizarse. Pronto la prolongación de la guerra, y sus desastres, levantaron un renovado descontento con las políticas del imperio. En todas partes se escuchaban las quejas acerca de cómo el emperador estaba continuando la guerra sólo para el provecho de España. Las negociaciones entre Maximiliano y Francia, las cuales se habían llevado a cabo casi desde el comienzo de la guerra, se renovaron en 1637, aunque como es usual, sin resultados. En 1639 el Duque Bernhard murió inesperadamente. Francia alistó sus tropas, y las colocó bajo el mando de hábil General Guébriant; y de esta manera adquirió lo que no había tenido nunca antes: un experimentado ejército propio en suelo Alemán. En el invierno de 1639-40 Guébriant forzó sangrientamente su camino al interior del imperio intentando unirse con Baner. A medida que avanzaba, la Landgravina de Hesse rompió negociaciones con el emperador; de esta manera, una vez más, los extranjeros ganaron aliados en el mismo corazón de Alemania. En enero de 1641, Baner planeó capturar Ratisbon de nuevo, pero el deshielo que comenzaba lo desanimó. Guébriant también vio que no podía mantenerse por más tiempo en una posición tan avanzada; para 1631, las fuerzas imperiales controlaban la línea del Weser y lo amenazaban en ese costado. En la primavera de 1641 los sajones y el emperador se preparaban para repetir las acciones de ofensiva contra Suecia que habían fallado en 1636. El plan falló, debido a las muertes simultáneas de von Arnim, el estadista de Brandenburgo, el Conde Schawarzenberg y Baner. El joven Federico Guillermo se convirtió en Elector de Brandenburgo en diciembre de 1640, y a comienzos del verano de 1641 proclamó una declaración de neutralidad. Esto le dio a los suecos tiempo para poner sus tropas bajo el mando de Torstenson, quien era muy superior a Baner en energía. Más aún, el levantamiento de la nobleza francesa no fue tan exitoso como los Habsburgo esperaban. Guébriant, de hecho, fue obligado a retirarse del imperio para ayudar a su represión, pero en su camino a Francia derrotó las tropas imperiales y españolas en Kempen en enero de 1642, la cuales iban a ayudar a los nobles franceses. Mientras tanto, la guerra había dado un giro decisivo a favor de Francia, en un lugar inesperado. Los habitantes de Barcelona, oprimidos por los soldados españoles los atacaron, se rebelaron y muy pronto se les unió Cataluña entera (junio de 1640). Richelieu envió ayuda a los rebeldes de inmediato. En diciembre de 1640, Portugal también se sacudió del yugo español. Por muchos años España estuvo paralizada en el asiento de la guerra por estos conflictos en la península de los Pirineos. Por otro lado, los franceses, bajo el liderazgo de los jóvenes comandantes Turenne y Condé, se volvieron expertos en el arte de la guerra. Para junio de 1642, Piedmont estaba de nuevo bajo control. En 1643, Condé destruyó completamente las mejores y más célebres tropas del ejército español en Rocroi en los Países Bajos. Las provincias de Hainault y Luxemburgo, en el sur de Holanda, cayeron en sus manos. En 1644, Holanda asedió la boca del Scheldt y el Grevelingen francés, y en 1645 Francia ocupó la mayor parte de Flandes y en 1646 Dunkirk. De aquí en adelante, los españoles mantenían únicamente a algunas de las grandes ciudades en los Países Bajos españoles. La gente, excepto la nobleza, permaneció leal a ellos.
VIII. LOS RESULTADOS DE LA GUERRA
Los Habsburgo alemanes fueron forzados a tomar la defensiva y su causa estaba en gran peligro. Aliados con Maximiliano se vieron obligados a usar su principal fuerza para prevenir la ocupación del sur de Alemania por los franceses. Pelearon con valentía en esta parte de Alemania bajo el mando de Mercy durante los años 1643 a 45, pero fueron continuamente obligados a retrocedes. El 5 de mayo de 1645, obtuvieron la famosa victoria sobre Turenne en Mergentheim; el 3 de agosto de 1645, los franceses vencieron en Allersheim y Mercy fue asesinado. Sin embargo, las tropas imperiales y bávaras eran al menos lo suficientemente fuertes para salvar Baviera de las incursiones de los franceses. Mientras tanto, sin embargo, las fuerzas imperiales no habían podido traer un ejército lo suficientemente grande contra Suecia. Esta se vio obligada a encontrar en Dinamarca (en 1642) a un nuevo enemigo. Pero los daneses lograron tan poco como sus aliados imperiales. Las fuerzas imperiales fueron severamente derrotadas por Tortenson en Breitenfeld en noviembre de 1642, y en Jüterbogk y Magdeburgo en octubre de 1644. Después de estas dos victorias, Torstenson hizo una alianza con Jorge Rákóczy, el sucesor de Bethlen Gabor como Príncipe de Transilvania, Resuelto a llevar la guerra directamente dentro de las tierras heredadas por el emperador, Torstenson avanzó de inmediato tan lejos como Brünn, pero allí se dio cuenta de que se estaba debilitando a causa de tal empresa. El resultado de las victorias suecas en este año fue la constante pérdida de control por parte de los imperialistas de Weser, y de su posición en el noroeste de Alemania. Dinamarca concluyó un tratado de paz en 1645. Durante los años 1642 a 45 los estados alemanes pedían incesantemente la paz. Tan pronto como 1640, en una sesión de Electores en Nuremberg, se expresaba la opinión de que una parte de Pomerania debería cederse a los suecos si esto los satisfacía. En 1641 ante la sugerencia de los electores la primera Dieta sostenida desde 1613 se reunió en Ratisbon, y su éxito probó que el esfuerzo hecho en la Paz de Praga para revivir la organización del imperio había dado buen fruto. La Dieta garantizaba al emperador considerables subsidios. Los estados, sin embargo, mostraron muy directamente que creían que el emperador estaba sobreestimando a España. Francia y Suecia alentaron este punto de vista expresando su disposición para abrir negociaciones. Entre los estados ganaba terreno la opinión de que si Austria no rompía su conexión con España los estados abandonarían una vez más al emperador y se unirían entre ellos y harían un tratado de paz por el imperio con Francia y Suecia. Los estados esperaban que estos dos países consintieran en no interferir en los asuntos internos del imperio, especialmente en los relacionados con la religión. El sufrimiento económico y la miseria de la población del imperio se habían incrementado en gran medida, debido principalmente a las incursiones de los suecos y el éxito final estaba claramente fuera de dudas. Juan Felipe von Schönborn, Obispo de Würzburg, se mostraba especialmente activo en apoyar la propuesta de que los estados deberían separarse del emperador y establecer la paz en el imperio sin él. Maximiliano alentaba al Obispo, aunque no de mucho agrado. Uno tras otro, los estados alemanes más pequeños consiguieron cartas de protección de los suecos para escapar a ser saqueados por ellos. De esta manera, estos territorios se hicieron neutrales sin ninguna formalidad adicional. De los principados más grandes, Brandenburgo abandonó su neutralidad en 1644, sin embargo, no se amistó con el emperador a causa de esto. Por otra parte, Sajonia, la cual estaba agotada y desesperada, hizo un tratado directo de neutralidad con Suecia en 1645. Bajo estas circunstancias, el emperador, a comienzos de 1643, también se declaró listo para negociar. Deseaba, sin embargo, que el tratado de paz fuera general, no limitado a la extensión geográfica como fue el caso en 1630. Las negociaciones se llevaron a cabo con Francia en Münster, con Suecia en Osnabrück, donde se encontraba la embajada sueca desde la primavera de 1643. A mediados de 1643 los delegados imperiales aparecieron en los lugares designados, y los delegados franceses siguieron en la primavera de 1644. A finales de este año, los delegados imperiales presentaron su primera proposición, a la cual los franceses no respondieron hasta noviembre de 1645. Una última disputa surgió sobre el asunto de si sólo el emperador debería negociar por el imperio o si los estados también deberían estar representados. La disputa terminó prácticamente con el envío de invitaciones por parte de Francia y Suecia a los estados, para que se presentaran en las negociaciones. El 26 de agosto de 1645, el emperador también los invitó. El mismo año, representantes de España y Holanda también aparecieron en Münster. Un embajador de Venecia y un nuncio apostólico tomaron parte como mediadores entre Francia y el emperador.
El curso de las negociaciones se vio influenciado por los resultados de los últimos eventos de la guerra, y se decidió por las condiciones militares de 1646. En este año, los suecos, bajo el mando de Wrangel se unieron con Turenne y los dos ejércitos ocuparon Baviera. Esto condujo a Maximiliano a hacer un tratado de neutralidad con Suecia en marzo de 1647. Todo el imperio estaba ocupado ahora por los ejércitos de Francia y Suecia, pero el emperador retuvo la indiscutida posesión de sus tierras heredadas. Las sublevaciones de los años 1647-48 fueron directamente contra él. Los franceses, sin embargo, no podían ayudar a estas revueltas, ya que problemas internos en Francia reclamaban su atención y los hicieron desear llegar a un arreglo con el emperador y el imperio. Mientras Turenne marchaba de regreso a Francia (1647) Wrangel sitiaba Praga, pero fue expulsado por el emperador y Maximiliano, quien rompió su acuerdo con Suecia. En 1648 Turenne apareció de nuevo y, aliado con los suecos, derrotó las fuerzas imperiales y bávaras en Zusmarhausen, y arrasó cruelmente con Baviera. El ataque sobre Praga fue reanudado por los suecos en julio de 1648 bajo el mando de Königsmark. Tomaron parte de la ciudad, pero los austriacos llegaron con un ejército mayor y los forzaron a retirarse en noviembre de 1648.
Al comienzo de las negociaciones para la paz, el emperador había esperado poder indemnizar a Suecia y separarla de Francia, pero cuando los suecos rechazaron la propuesta se vio obligado a renunciar a sus intenciones de hacer la paz solamente si España estaba incluida en ella. Apoyada por Maximiliano, Francia indujo al emperador y al imperio a permanecer neutral durante la guerra Franco-Hispana. Sin embargo, el éxito de Francia no evitó que Holanda hiciera la paz con España el 5 de junio de 1648. Pero Francia recibió una recompensa por esta decepción con una nueva y gran victoria de Condé en Lens, en los Países Bajos el 20 de agosto de 1648. Para asegurar la paz para el imperio, Austria aceptó renunciar, en 1648, a sus tierras heredadas en Alsacia y a la ciudad de Breisach a favor de Francia; también reconoció finalmente la incorporación de los territorios de Metz, Toul y Verdun en Francia. Sin embargo, pospuso su decisión en cuanto a los reclamos de Francia del Ducado de Lorraine, y evitó que Francia se hiciera estado del imperio por sus conquistas en Alsacia. Suecia recibió las tierras alrededor de la boca del Oder con Stettin y Hither Pomerania, el territorio cerca de la desembocadura del Weser, y las diócesis de Bremen y Verden, así como también Wismar, y se convirtió en estado del imperio, ya que éste y no el Electorado de Sajonia había sido el líder de los estado protestantes en las negociaciones de paz. Adicionalmente, recibiría dinero para pagar a sus mercenarios.
Vistos en general, todos los estados y territorios del imperio fueron confirmados en las posesiones que tenían en 1618. La excepciones fueron: el Electorado de Sajonia fue confirmado en sus posesiones de Lusatia, la cual había sido concedida en 1620; a Baviera le fue dejada la posesión del Palatinado Superior y del cuarto electorado, al tiempo que se creaba un nuevo octavo electorado para el Palatinado; por la intervención de Francia, Brandenburgo recibió, además de Pomerania Superior, un número de diócesis con el derecho a secularizarlas. Esto y las concesiones similares hechas a Suecia por Bremen y Verden socavaron uno de los principales cimientos de la organización del imperio, la cual había descansado por cientos de años sobre la existencia y la importancia de los dominios espirituales. En otros asuntos, era evidente que los estados más importantes buscaban, probablemente con sinceridad, no dañar los esfuerzos hechos en la Paz de Praga para revivir la organización del imperio, aunque en varias instancias ellos inflingieron mucho daño sobre él. Para la organización del imperio era contrario que las negociaciones, desviándose de su intención original, no estaban limitadas a asuntos externos. Suecia y un gran número de estados protestantes no estaban dispuestos a permitir esto. Para calmar los reclamos hechos por las diferentes denominaciones religiosas sobre el mismo territorio el año de 1624 fue tomado como el año normal, y la denominación que hubiese prevalecido en ese año en un territorio iba a ser, como regla, la religión permanente de ese territorio. El calvinismo fue incluido en la paz religiosa. La fuerza obligatoria del principio cujus regio, ejus religio, fue restringida al garantizar libertad de conciencia privada, pero solamente en una extensión limitada. El resultado de estas regulaciones estaba principalmente en que el periodo de violentas disputas religiosas que habían dividido al imperio había terminado. También se esperaba que un trabajo efectivo de las partes orgánicas del imperio – las dietas imperiales y provinciales, la corte suprema, el Concilio Áulico y la constitución del distrito – estuvieran aseguradas para el futuro por un acuerdo de las relaciones de uno con el otro y de su autoridad. Los detalles de esta reconstrucción fueron dejados a la decisión de una Dieta futura. Se determinó, sin embargo, que la cesión de suministros debería hacerse no por mayoría de votos, sino por arreglos voluntarios de los estados. Todos los gobernantes, aún los más insignificantes del sur y el oeste de Alemania, fueron declarados soberanos en el gobierno interior de sus territorios con ciertas excepciones. Además, se le concedió a cada estado el derecho a tener relaciones diplomáticas con países extranjeros y a hacer tratados con ellos. En realidad, estas regulaciones sólo daban reconocimiento legal a condiciones que ya existían.
Austria estaba exenta de todas estas regulaciones, especialmente de los cambios en los cánones legales que prevalecían allí. Esto mostraba el poco daño que la guerra le había inflingido, y también la incrementada diferencia entre sus dominios y aquellos de los otros estados del imperio. El sello fue impuesto sobre esta diferencia por el hecho de que Francia (en 1647) aseguró el nombramiento de Juan Felipe von Schönborn como Elector de Mainz y en consecuencia como Canciller del Imperio, y especialmente por el hecho de que el tratado le concedía a Francia y Suecia influencia diplomática constante sobre el imperio como agradecimiento por la evacuación de los territorios imperiales. Para contrarrestar la influencia que Austria ejercía dentro del imperio en virtud de su posesión de la corona imperial, Francia y Suecia recibieron el derecho de supervisar la ejecución del tratado dentro del imperio y por consiguiente de interferir en los asuntos del imperio. Bajo estas bases, la Paz de Westfalia con Francia y Suecia se firmó el 24 de octubre de 1648. Los principales resultado de la Guerra de los Treinta Años fueron: la fundación y reconocimiento de una Austria unificada bajo el gobierno de los Habsburgo alemanes; el renacimiento, en un dudoso sentido, del Santo Imperio Romano; el establecimiento de Suecia en suelo alemán; el permanente debilitamiento de Dinamarca; la renuncia de Holanda a todo esfuerzo para sacar a España del sur de los Países Bajos; un enorme incremento del poder de Francia. La pregunta de si España sería capaz de mantenerse como gran poder al lado de Francia llevó a once años más de guerra entre los dos países y fue decidida a favor de Francia por el Tratado de los Pirineos. Este tratado y el de Westfalia fueron las bases de la preeminente posición de Francia durante la segunda mitad del siglo 17.
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MARTIN SPAHN Transcrito por Douglas J. Potter Dedicado al Sagrado Corazón de Jesus Traducido por Mauricio Acosta Rojas