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Martes, 3 de diciembre de 2024

Abusos sexuales: Psicología de la víctima y del victimario

De Enciclopedia Católica

Revisión de 14:51 5 ene 2022 por Sysop (Discusión | contribuciones)

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Aproximación al problema

Hace apenas unos días que el Papa Francisco ha puesto nuevamente sobre el tapete el tema de los abusos sexuales de parte de sacerdotes.Al mismo tiempo, y por diferencia de algunos meses, tuvimos ocasión de ver algunos filmes referidos al tema; nos referimos a “Obediencia perfecta” (2014), donde se narra el caso del P. Maciel, “El camino de la cruz” (2014), film alemán dedicado al abuso de conciencia de parte de un grupo católico y, finalmente, “El Bosque de Karadima” (2015), donde se analizan las acusaciones contra el sacerdote chileno homónimo.

Las tres películas narran -con base ficticia o real- los casos que pudieron darse en ciertas organizaciones católicas “conservadoras” o de “buena doctrina”.

No es nuestra intención aquí hacer, ni una crítica cinematográfica[2] ni atacar lo que algunos de estos grupos tengan de bueno, sino, simplemente prevenir y reflexionar acerca del por qué pueden darse estos casos de mala praxis incluso en sus miembros más encumbrados (fundadores o superiores “ortodoxos”).

Y no hace falta poner nombres; puede ser el caso del P. Fulano, Mengano o Zutano, pues no se trata de una persona, sino de un patrón; un patrón que aquí bautizaremos como “el gurú católico”, es decir, el líder carismático que, por su modo de ser, “arrastra” a muchas almas al catolicismo militante y comprometido.

El gurú católico

Sabemos que los gurúes existen por doquier: en el ámbito político, empresarial, militar, y también –por lo tanto- en el eclesiástico. Y son excelentes cuando, usando los dones que el Señor les dio, los aprovechan para el fin que Dios se ha propuesto, intentando realizar obras grandes y no buscando la propia gloria, sino la de Quien la merece: Dios.

Pero el caso del gurú católico es singular pues puede ser un arma de doble filo. ¿Por qué? Porque si bien se aplaudirán sus logros y conquistas, cuando cometa un error grande –incluso en el caso de faltas objetivamente graves- si no ha logrado rectificar su intención, la “estructura” montada por él, quizás haga oídos sordos a las críticas y denuncias, viendo en solo calumnias y conspiraciones que sólo intentan destruir la “obra”.

Es esto y no otra cosa lo que pasó –para poner sólo un ejemplo- con los casos de los PP. Maciel y Karadima:

- “Nos atacan porque tenemos muchas vocaciones”

- “Nos atacan porque somos buenos y porque odian la ortodoxia” -decían.

Y esto no sólo era dicho por los acusados, sino por el núcleo más íntimo de sus colaboradores. Es decir, todo se reducía a una refutación ad hominem (“contra el hombre”): “¡Mirad quién ataca y veréis si es verdad!” –en vez de analizar los hechos.

Es que la estructura ideológica montada por el gurú impide a menudo ver el monte,cayendo así en un sistema de auto-confirmación ideológica donde “la estructura de interpretación de la realidad” previene las respuestas incluso cuando la “teoría” y el “sistema” puedan fallar.

Pongamos un ejemplo, que se non è vero, è ben trovato. En el film sobre el cura chileno, un joven “del riñón”, embelesado por la obra y la persona del gurú, entra a formar parte de sus más íntimos seguidores. Ya dentro, por diversos y lentos procesos de manipulación, que van desde la dependencia espiritual e intelectual a la afectiva, termina cayendo dentro del “círculo” de los más cercanos y, finalmente, abusados… No es, al principio, un abuso grotesco; es lento; casi imperceptible, pero suficiente para que la víctima, se sienta presa de un secreto; un secreto que sólo él y su abusador saben. Es el siguiente: “algo ya sucedió entre nosotros”; no es sólo un tema sexual; es un caso de poder: “tú sabes que yo sé lo que hicimos”. Y esto es lo más duro: la víctima comienza a sentirse hasta culpable de lo sucedido. “¿Cómo es que ha pasado? ¡Si él es un santito!” – piensa el protagonista de este film.

La víctima se “siente culpable”; no se anima a hablar. Por un lado, porque piensa que no van a creerle y hasta llega a “auto-convencerse” de que lo que vivió no fue real.

Se siente “desagradecido”: ha vivido al lado del gurú, ha gozado de sus beneficios y ahora… ¿lo va a traicionar? No suele ser fácil distinguir la obsecuencia (que es un vicio) de la lealtad (que es un virtud), menos aun cuando media cierta manipulación de los “mayores”.

Además, se le ha explicado al acosado que, de darse a conocer estas inmoralidades se estaría “difamando” injustamente y, por lo tanto, dañando al bien común entendido éste cuantitativa y hegelianamente: “¡habría menos vocaciones, menos colegios, menos obras de caridad! ¡Se le daría de comer pasto a las fieras progresistas!”, etc., olvidando que, el bien común, es ese conjunto de condiciones que permiten al hombre alcanzar una vida virtuosa (en este caso, la vida virtuosa del alma consagrada a Dios en esa institución).

Pero el gurú no actúa solo: en el “círculo” de los colaboradores del gurú, hay de todo: desde obsecuentes que, bajo capa de obediencia repiten una “historia oficial” hasta algunos que, bajo capa de bien, optan por silenciar –o simplemente negar yhacer negar- la realidad. Es allí, en ese tipo de grupos donde la obediencia aún significa algo, donde podrá abusarse de ella llamando a silencio por medio de los oficiales intermedios y diciendo aquello de Voltaire a sus camaradas: “A la menor crítica, a la menor respuesta, aun la más moderada y cortés, hay que gritar ‘calumnia, injuria, sátira atroz’, tratando a los adversarios de bribones, fugitivos de la cárcel, hipócritas, locos”.

El gurú, por su parte, niega siempre los hechos; su conciencia se ha hecho cada vez más y más laxa; él se encuentra “más allá del bien y del mal” y no considera lo suyo como algo grave; en realidad es una nonada. Cuando la cosa aún no pasó a mayores, sus indecencias serán “muestras de afecto”, demostraciones “cariñosas”, etc.

¿Cómo se da la salida o el escape de estos círculos? La víctima sólo logra salir con un gran esfuerzo moral y psicológico. Y sólo gracias a que Dios, o él mismo hace lo que San Ignacio aconseja en una de las famosas reglas de discernimiento: hablar. Él quizás lo sepa teóricamente, pero aún no lo ha puesto en práctica:

“(El enemigo del hombre) se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. Porque, así como el hombre vano, que, hablando a mala parte, requiere a una hija de un buen padre o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras y sus acciones sean secretas; y el contrario le displace mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras e intención depravada, porque fácilmente colige que no podrá salir con la impresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y persuasiones a la ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos” (Libro de los Exercicios Spirituales, nº 326).

Al principio era el Lógos, la Palabra; y aquí también. Hay que hablar.

Para quien le sirva y con la intención de bajar al mercado, como decía Platón, damos aquí algunos tips que quizás puedan ayudar a descubrir casos de guruísmo católico (o pseudo-católico):

La manipulación de las conciencias

La manipulación de las conciencias: el gurú y sus seguidores más cercanos impiden consultar a alguien ajeno al “grupo” pues “no entenderá”. “No es de los nuestros”… Y esto podrá suceder incluso con algún antiguo y prudente director espiritual “externo” a la obra. El alma sólo debe abrirse con alguien de “adentro”. Deformación de la virtud de la obediencia: aunque el ojo del individuo vea “negro”, si el superior dice “blanco”, es porque es “blanco”. Algunos podrían decir que al entrar en este tipo de agrupaciones se hace un “pacto de alianza” con Dios y con los hermanos, mediante el cual se renuncia, en cierto modo y de manera anticipada a las propias visiones y valoraciones “en relación a los contingentes singulares cuando no concuerden con las del superior", incluso cuando fueran “mejores que las del mismo” (justo lo contrario a lo que opinará el gran Castellani al respecto).

Claro desorden en el deseo de “ser aceptado” por el grupo: hay que “ser querido, no tolerado”; quien esté en la obra, no querrá ser relegado o que se diga de él “anda mal”…, “algo le sucede”, etc. Y estos son sólo algunos tips, de varios más.

Queda, por último, ver cómo en estos casos, es decir, en casos de grupos católicos de aparentemente buena doctrina puedan darse casos de mala praxis; cómo puede suceder esto en movimientos donde muchos de sus miembros buscan la santidad con radicalidad y la exaltación de la Iglesia. Es decir, ¿puede un grupo fundado por un gurú abusador dar frutos apostólicos y de santidad?

Creemos que sí; y esto, en parte, gracias a él pero también a pesar de él.

Por el fruto se conoce al árbol

Si creemos que por el fruto se conoce el árbol, sabemos que Dios puede utilizar elementos deficientes para hacer sus obras. Si así lo hizo con Sansón, que con una sola quijada de burro mató a miles de filisteos, ¿cuánto más podría hacer con un burro entero? Porque la obra de Dios es una cosa y el gurú católico, otra. Por eso nadie debería verse desalentado ante tales circunstancias, sino todo lo contrario: debería uno comprometerse aún con mayor coherencia y radicalidad en la causa de Dios y del Evangelio.

Vayamos concluyendo entonces con una pregunta y dos respuestas, a saber: ¿por qué Dios eligió este tipo de personas y por qué la Iglesia aprobó sus instituciones? Parece ser un misterio sin respuesta. Sin embargo, pueden tenerse en cuenta dos cosas. La primera es que Dios se empeña en hacer el bien aún con elementos deficientes: no puede ser de otra manera, porque en virtud de nuestra naturaleza caída debe operar tanto con nuestras excelencias como con nuestras inmundicias. Además de este modo, queda aún más que claro que las obras apostólicas no proceden de la capacidad e ingenio de los hombres sino de Él mismo. Así lo hizo Jesucristo, al elegir a varios pescadores y hombres sencillos entre sus apóstoles.

La segunda es que, la Iglesia, al aprobar una obra (la Legión, la “Pía Unión Sacerdotal”, etc.), no eleva a los altares a sus fundadores, sino simplemente declara que el modo de vida regulado en sus reglamentos y constituciones, es compatible con el Evangelio. La Iglesia aprueba la obra, no al operante.

Pero…¿Por qué permitiría incluso que los “progres” se aprovechen de ello para atacar las obras buenas de los grupos aparentemente ortodoxos? La pregunta vale; y vale tanto como preguntarse porqué permite el mal. La respuesta sin duda es un misterio; sabemos sin embargo que Dios respeta la libertad del hombre (incluso la de quien obra mal) pues, sin ella, no tendríamos mérito al obrar bien, ni culpa al hacerlo mal. Lo que no podrá dejar de “permitir”, en su infinita justicia, es la inexorabilidad del premio y del castigo, ni tampoco el derramar su infinita misericordia sobre las víctimas.

Y a nosotros nos permitirá no sólo una purificación pasiva de la Fe, como le llamaba San Juan de la Cruz, sino también de prevención y de alerta contra este tipo de personas.

Por amarga la verdad debo echarla de la boca.

De gurúes católicos, progresivos u ortodoxos, líbera nos Domine.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi [1]



Notas

[1] Javier Olivera Ravasi (1977), sacerdote. Abogado por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Profesor universitario en Ciencias Jurídicas y Sociales (UNC), doctor en Filosofía (Pontificia Università Lateranense, Roma) y doctor en Historia (UNC). Se desempeña dictando materias y conferencias en el ámbito de la Filosofía, las Lenguas Clásicas y la Historia.

[2] De entre las tres películas, sólo diremos en cuanto a valoración crítica, que “El camino de la cruz” nos pareció la mejor lograda, tanto por el contenido como por la psicología de los personajes. Las otras dos son más bien flojas y tendenciosas.