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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Obispos, Yoga, Liturgia y Oración

De Enciclopedia Católica

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Presentación

Se nos ha olvidado o hemos querido que se nos olvide. O a lo mejor nadie nos lo dijo ni nos lo enseñó. Tal vez no hemos caído en la cuenta viendo, cómo se celebra muchas veces la santa liturgia.

Pero la liturgia es oración.

Podría parecernos que no: que es acción, movimiento, intervenciones, ruido, ajetreo, moniciones y discursos variados. Pero, esa es la deformación de la liturgia, una deformación que padecemos y que no acaba de corregirse ni atajarse: ¡tan metida está en los espíritus secularizados de hoy que secularizan todo lo que tocan!

La Liturgia es oración: una oración especial, en común, eclesial, que incluye diversos modos (luego los veremos), con la Presencia Real de Cristo glorioso («Donde dos o tres están reunidos en mi Nombre. Cfr Origen del Nombre de Jesucristo).

Reflexiones de una Nota doctrinal

La liturgia es oración. Los obispos españoles nos lo han recordado recientemente en una Nota doctrinal sobre la oración cristiana, «Mi alma tiene sed del Dios vivo», de septiembre de 2019.

En esa nota leemos lo siguiente, que después glosaremos:

La oración cristiana es iniciativa de Dios y escucha del hombre. En esto se distingue radicalmente de cualquier otro tipo de meditación[40]. Desde sus inicios, la comunidad cristiana ha rezado con los Salmos, aplicándolos a Cristo y a la Iglesia: en su variedad, reflejan todos los sentimientos y situaciones de la vida de Jesús y de sus discípulos[41]. La práctica de la «lectio divina», recomendada por la Iglesia, introduce al creyente en la historia de la salvación y personaliza la relación salvífica de Dios con su Pueblo. El lenguaje eclesial de la oración se encuentra sobre todo en la sagrada liturgia. El creyente «interioriza y asimila la liturgia durante su celebración y después de la misma»[42]. De este modo, al unir la oración personal y la liturgia, evita caer en el peligro de un subjetivismo que reduce la oración a un simple sentimiento sin contenido objetivo. El centro de la vida litúrgica lo constituye el sacramento de la Eucaristía, «fuente y culmen de toda la vida cristiana»[43] y, por ello, la oración más importante de la Iglesia. El encuentro sacramental con el amor de Dios en su Palabra y en el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se vive en la Santa Misa se prolonga en la adoración eucarística[44].

Vemos las principales afirmaciones:

«La oración cristiana es iniciativa de Dios y escucha del hombre»: se sigue en esto el dinamismo de la Revelación. La iniciativa, libre y amorosa, proviene de Dios, y el hombre recibe poniéndose a la escucha. La oración no es un vacío, la nebulosa o la nada, sino la escucha ante el Tú de Dios. ¡Cuánto más en la liturgia que se escucha su Palabra proclamada! Más aún… la liturgia no es mera reunión humana, asamblearia; es un pueblo santo ante el Tú de Dios, ante Dios mismo. «Desde sus inicios, la comunidad cristiana ha rezado con los Salmos». La Liturgia de las Horas, con sus salmos, ha marcado la jornada diaria de la Iglesia al amanecer (Laudes) y al atardecer (Vísperas), como los ejes fundamentales de su plegaria. La Iglesia, por su naturaleza, es Iglesia orante, Ecclesia orans, ya que el mismo Apóstol de las gentes mandó: «Orad sin cesar» (1Ts 5,17). La Liturgia de las Horas es la Iglesia en oración. En los salmos vemos a Cristo y/o a la Iglesia; con los salmos oramos, en las pausas de silencio saboreamos y contemplamos; con las lecturas, escuchamos y meditamos; con las preces santificamos la jornada en Laudes o intercedemos por el mundo en Vísperas. Realmente es oración. Por eso es bueno difundir su rezo entre todos como ya pedía el Concilio Vaticano II: «Se recomienda, asimismo, que los laicos recen el Oficio divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí e inclusive en particular» (SC 100). Hemos de convencernos del valor orante de la Liturgia de las Horas: «El Oficio divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es, además, fuente de piedad y alimento de la oración personal. Por eso se exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en dicho Oficio, que al rezarlo, la mente concuerde con la voz, y para conseguirlo mejor adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca de los salmos» (SC 90). Por eso las parroquias deben ser comunidades cristianas de oración, «escuelas de oración», y Laudes y Vísperas la oración de todos (cf. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 33-34).

«El lenguaje eclesial de la oración se encuentra sobre todo en la sagrada liturgia». Quien participa en la liturgia y se deja imbuir del espíritu litúrgico, va aprendiendo a orar y dirigirse a Dios con los mismos términos con que la liturgia lo hace, con la misma reverencia y recogimiento con que la Iglesia pronuncia sus plegarias. Sabemos lo que es oración cristiana porque participamos en la oración litúrgica de la Iglesia. Y su lenguaje es lenguaje de oración en la liturgia que modela nuestra alma. La liturgia es una gran escuela de fe y de oración: hemos de apreciarla. Y decir «escuela» no significa –por si acaso, lo matizamos- que haya que multiplicar elementos didácticos, moniciones, diálogos, carteles, etc. De por sí, en sí misma, la liturgia en su desarrollo es ya escuela de oración. «El creyente «interioriza y asimila la liturgia durante su celebración y después de la misma»[42]». Cita esta Nota de los obispos el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 2655. Como la liturgia no es mero ceremonial, acción, o happening en otro sentido opuesto, sino oración de la Iglesia, el creyente debe ir asimilando, interiorizando, haciendo suya la liturgia misma en cuanto que es oración. «Durante», dice el texto: la liturgia misma es oración al ser celebrada y durante la liturgia el creyente debe orar con la liturgia, orar la liturgia, interiorizar cuanto en la liturgia se reza o se canta. Y también «después»: acostumbrarse en la oración personal, en la meditación, a tomar la liturgia, sus oraciones, sus prefacios, sus textos, sus antífonas, etc., y saborearlas despacio, extraer toda la riqueza que contienen, imbuir el alma de esta «theologia prima», de esta teología primera que es la liturgia. «Al unir la oración personal y la liturgia, evita caer en el peligro de un subjetivismo que reduce la oración a un simple sentimiento sin contenido objetivo». Hay un peligro real: el subjetivismo, cargado de emoción y sentimientos, que sólo valora lo que me provoca emociones, sentimientos… Este subjetivismo todo lo reduce a emoción y sentimiento, al mero movimiento afectivo. También la fe la reduce a sentimiento. La oración personal unida a la liturgia nos cura de esas emotividades, de ese subjetivismo, para situarnos frente al Misterio de Dios, la Verdad revelada. Entramos en lo objetivo: la liturgia, el orden de la revelación, la fe recibida. El paso ciertamente es difícil acostumbrados a buscar lo emotivo, lo sentimental, lo que me apetece, lo que me llena, etc., marcados por esta «sociedad líquida» que dicen los expertos de estas materias. «El centro de la vida litúrgica lo constituye el sacramento de la Eucaristía, «fuente y culmen de toda la vida cristiana»[43] y, por ello, la oración más importante de la Iglesia». ¡Quién lo diría! La celebración de la Santa Misa es oración, «la oración más importante de la Iglesia». Aparentemente, no. Se celebra terriblemente mal (en general): abuso de moniciones, cantos ruidosos que no son litúrgicos, omisión de los momentos de silencio, etc. Además, a veces se entiende lo de orar en la Santa Misa como rezar cada cual por su cuenta lo que pueda y sepa. Tampoco es eso. Lo que se trata es de orar la Santa Misa, orar con la Santa Misa, con sus himnos y cantos, con sus oraciones y prefacio y plegaria eucarística, meditar con las lecturas bíblicas, orar en silencio en las distintas pausas… uniéndonos al sacerdote y ofreciéndonos al Padre por sus manos junto con el Sacrificio de Cristo: «aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos» (SC 48).

«El encuentro sacramental… que se vive en la Santa Misa se prolonga en la adoración eucarística». ¡Vivir la adoración eucarística siendo almas eucarísticas! Allí se forja la oración personal, adorando en silencio a Jesucristo en la custodia. ¡Horas de Sagrario y de adoración ante el Santísimo! ¡Cuánto bien hace al alma! Ahí el creyente está ante el Tú de Jesucristo, ahí ama y es amado, escucha lo que Cristo pronuncia, medita, pide, intercede. Sin duda, para la oración cristiana, es un beneficio enorme prolongar la Santa Misa con la adoración eucarística. «Todo el que se vuelve hacia el augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin gran gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida con Cristo en Dios y cuánto sirve estar en coloquio con Cristo: nada más dulce, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad» (Pablo VI, Mysterium fidei, 8). «La presencia de Jesús en el tabernáculo ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón. «¡Gustad y ved qué bueno es el Señor¡» (Sal 33 [34],9)» (Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, 18). Por ello, se nos invita: «La adoración eucarística fuera de la Misa… Postrémonos largo rato ante Jesús presente en la Eucaristía, reparando con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos e incluso los ultrajes que nuestro Salvador padece en tantas partes del mundo. Profundicemos nuestra contemplación personal y comunitaria en la adoración, con la ayuda de reflexiones y plegarias centradas siempre en la Palabra de Dios y en la experiencia de tantos místicos antiguos y recientes» (ibíd.).

Éstas son las enseñanzas de nuestros Obispos sobre las relaciones entre la liturgia y la oración personal. Merece la pena conocerlas y ajustarnos a ellas.

Javier Sánchez Martínez