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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Amito

De Enciclopedia Católica

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Pequeño lienzo, cuadrado o rectangular que, como las demás vestiduras sacerdotales, necesita una bendición previa a su uso. El objeto de esta vestidura, la primera que se pone el sacerdote para la Misa, es que cubra los hombros y, originariamente, también la cabeza. Muchas de las antiguas órdenes religiosas todavía usan el amito de la manera como lo hacían en la Edad Media; es decir, que el amito se extiende primero sobre la cabeza con las puntas cayendo sobre los hombros; luego se colocan las otras vestiduras, desde el alba a la casulla, y por fin, al acercarse al altar, el sacerdote retira el amito de la cabeza de modo que cuelgue alrededor del cuello por encima de la casulla, a la manera de una pequeña cogulla o capucha. De este modo, como fácilmente podrá comprenderse, el amito forma una suerte de cuello que protege del contacto directo con la piel al material noble de que está hecha la casulla. Al retirarse del altar, el sacerdote vuelve a colocarse el amito sobre la cabeza de modo tal que, tanto al entrar como al marcharse, sirve para cubrir la cabeza en lugar del birrete moderno. Esta costumbre de cubrir la cabeza con el amito ha caído en desuso entre el clero en general, y el único vestigio que perdura es la rúbrica que señala que, en el momento de ponérselo, el amito deberá permanecer sobre la cabeza durante un minuto antes de ser ajustado alrededor del cuello. En la ceremonia de su ordenación, los subdiáconos reciben el amito de manos del obispo quien les dice:”Recibe el amito que indica la disciplina de la voz” (castigatio vocis). Esto parece tener relación con algún uso primitivo del amito en calidad de especie de bufanda para proteger la garganta. Por otra parte, la oración que se le indica al clero para el momento de ponerse esta vestidura alude a un galeam salutis, un “yelmo de salvación contra las insidias del enemigo”, acentuando su uso como cobertura de cabeza. En sentido estricto, los clérigos inferiores a subdiáconos no deberían usar el amito, por ser éste una vestidura sagrada.

Al bucear en la historia del amito, nos encontramos con la misma dificultad que surge ante nosotros al enfrentarnos con expresiones usadas por escritores antiguos. La palabra amictus, que sigue siendo el nombre latino de esta vestidura, y de la que proviene nuestro vocablo amito, parece haber sido empleada en su sentido actual por Amalarius a comienzos del siglo IX. Éste nos dice que el amictus es la primera vestidura que debe colocarse y envolver el cuello (De Eccles. Ofic.., II, xvii, en P.L., CV, 1094). Es también probable que podamos identificar con certeza la misma vestidura con el anagolagium mencionado en el primer Ordo Romanus, documento de mediados del siglo VIII o anterior. Anagolagium parece ser sencillamente una corrupción de la palabra anabolium ( o anaboladium), a la que san Isidoro de Sevilla define como una suerte de envoltura de lino usada por las mujeres para cubrirse los hombros, por otro nombre sindon. No existe nada que haga suponer que esta última fuera una vestidura litúrgica; por lo tanto, debemos sacar en conclusión que no podemos buscar con seguridad el origen del amito actual antes de la mencionada referencia al primer Ordo Romano (P.L., LXVIII, 940). Es curioso que este anagolagium, aunque fuera también usado por el diácono y el subdiácono papales, se lo pusiera el Papa por encima y no por debajo del alba. Hasta el momento presente, el Papa, cuando pontifica, usa una suerte de segundo amito de seda a rayas llamado fanon , que se pone encima del alba y se dobla luego sobre la parte alta de la casulla. Por otra parte, el amito en el rito Ambrosiano se coloca después del alba. No se ha podido aclarar en qué momento se empezó a considerar al amito como parte indispensable de la indumentaria litúrgica del sacerdote, ya que tanto el Obispo Teodulfo de Orleáns (f. 821) como Walafrido Strabo (f. 849) lo pasan por alto en circunstancias en las que podíamos esperar de ellos que lo mencionaran. Además, la “Admonitio Synodalis”, documento de fecha incierta pero vulgarmente atribuido al siglo IX (ver, sin embargo, Revista benedictina, 1892, pág. 99), claramente impone la obligación de celebrar Misa con el amito, alba, estola, manípulo y casulla. Algunos escritores litúrgicos primitivos, como Rabanus Maurus, se inclinaban a considerar al amito como proveniente del efod de los sacerdotes judíos, pero las autoridades modernas son unánimes en el rechazo de esta teoría. Buscan el origen del amito en algún propósito utilitario, aunque hay diferencias de opinión considerables respecto de si era, en un comienzo, un lienzo para el cuello introducido por razones de decoro para tapar la garganta desnuda; o nuevamente una pañoleta que protegía las vestiduras nobles del sudor que, en los climas meridionales suele bañar la cara y el cuello, o quizás una bufanda de invierno para abrigar la garganta de aquellos que, con la finalidad de cantar en la iglesia, debían cuidarse la voz. Cada una de estas opiniones merece tenerse en cuenta pero no parece posible llegar a ninguna conclusión exacta. (ver Braun, Die priesterlichen Gewänder, pág. 5). Los varios nombres por los que se lo conocía en la antigüedad, humerale ( es decir “lienzo de los hombros”, Germ. Schultertuch ), superhumerale anagologium, etc., no nos ayudan a conocer su historia.

Igual que para el alba, sólo se admite como material para el amito la tela de hilo tejida con fibra de lino o cáñamo. En el centro del amito se debe bordar una pequeña cruz que el sacerdote tiene que besar antes de ponérselo. Las autoridades competentes (por ejemplo Thalhofer, Liturgia, I, 864) disponen que el amito debe medir al menos aproximadamente 82 cm. de largo por 60cm de ancho. Se permite el uso de un borde de puntilla en los amitos destinados a los días de fiesta; las tiras pueden ser de seda blanca o de color. (Barbier de Montault, Costume Eccl., II, 231). En la Edad Media cuando el amito se doblaba sobre la casulla y por tanto quedaba a la vista, se solía adornar con “indumentaria” o tiras de bordado suntuoso. Esta práctica ya no está permitida.

Bibliografía

BRAUN, Die priesterkichen Gewänder (Friburgo, 1897), 1-15,

ROHAULT DE FLEURY, La Misa, VII,

THURSTON en The Month (Sept., 1898), 265 y siguientes.

Ver también las obras ya mencionadas en la bibliografía de ALB; GIHR, El Santo Sacrificio de la Misa, (tr., St. Louis, Mo., 1902), 273-277, que ofrecen una amplia relación del simbolismo atribuido a esta y otras vestiduras por liturgistas medievales.

Escrito por Herbert Thurston

Traducción de Estela Sánchez Viamonte