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Martes, 3 de diciembre de 2024

La Cardiomorfosis y la Esclavitud que libera

De Enciclopedia Católica

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En la devoción a los santos Cristos en forma de pasos o estaciones en la procesiones de semana Santa, que acabamos de ver, hay una intención “utilitaria” en favor de la Cardiomorfosis. La “composición de lugar” y la visión “cuadro por cuadro” de la dolorosa Pasión de Cristo estaba pensada para encender los corazones fríos, para caldear los corazones tibios y para calcinar en el fuego del amor Eucarístico a los corazones inflamados , todo esto en la línea del concepto “incendium amoris” .

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En esta alegoría, de mediados del siglo XVIII, el Sagrado Corazón de Jesús horno ardiente de caridad, y los Corazones de María y de José son las pavesas que comunican este fuego de amor, incendiándolos, a los corazones de santa Teresa, san Ignacio de Loyola, san Lorenzo y san Cayetano en presencia de un franciscano y un donante. La ignición del Corazón frío es el inicio del camino cardiomórfico, camino que esta pautado con detalle y que era espejo de la vida de Cristo, tanto en sus esfuerzos, como en Sus Sacrificios.

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Asociando el concepto del "incendium amoris" al suceso de la zarza ardiente, se entenderá mejor a qué se debe el protagonismo de San Agustín en los emblemas, grabados y pinturas puestos al servicio de la Cardiomorfosis. Recordaremos que en la manifestación teofánica del desierto, una voz que salía de la zarza ordenó a Moisés pastor que se descalzara porque estaba pisando suelo santo; luego de este encuentro, en Moisés se operaría una transformación espiritual. San Agustín, por su parte, presta oídos a un niño que le ofrece la Sagrada Escritura. Enfocando su atención en la Palabra escrita, San Agustín, se irá despojando de los elementos que no se condicen con la vida de santidad, tal como Moisés se despojó de sus sandalias sucias.

Desde ese momento, San Agustín empieza a enderezar sus senderos, tal como leemos en sus sentidas "Confesiones". Por consiguiente, San Angustín será el modelo por excelencia de obispos, sacerdotes y religiosos de ambos sexos, y sus sentencias, comentarios y tratados, estarán siembre en boca y manos de la gente de Iglesia. El corazón de San Agustín, a la manera de la zarza, empezó a arder con el fuego inextinguible del amor de Dios. El libro de "Las Confesiones", profusamente publicado, inspira y alienta a los corazones que entran en combate espiritual, y les sirve de bálsamo en los momentos de aridez o pérdida de la gracia, porque los textos del doctor latino son insuperablemente esperanzadores, ya que presentan a un Dios que es "Amor y nada más que Amor".

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El quid del asunto podría ser resumido así: la vida del hombre es lucha constante, en la que se ha de obtener vencimiento sobre uno mismo y sobre el mundo, el demonio y la carne; es lucha porque es disputa entre el demonio y el ángel de la Guarda cuyas consecuencias se terminan de pagar bien en el Purgatorio, bien en el infierno. Hay una disputa entre fuerzas contrarias.

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Hay que optar entre la esclavitud al demonio y las esclavitud que libera: La Esclavitud a San José, a María y a la Eucaristía. Es la reactualización, en el hombre, del combate angélico; entre los que dicen ¡Serviam!, y aquellos que se niegan a servir, la diferenciación de los que tienen corazón de plomo, atados a las cosas terrestre y los tienen un corazón espiritualizado, que a la menor oportunidad sale volando hacia Dios, como se ve la primera pintura que ilustra esta sección.

Las dos imágenes que siguen, son correspondientes, aunque opuestas. Sabiendo “que por las llagas de Cristo hemos sido sanados”, por deducción directa se entiende que igualmente lo he hemos sido merced a los instrumentos que las causaron. Si muriendo en la Cruz,Cristo nos libro de eterna muerte, cuando cargó sus cadenas, nos liberó de las nuestras, que no son otras que las del pecado. Si juntamos las dos imágenes, el mensaje es muy directo: o somos aherrojados por las pesadas cadenas del pecado, que tiran de nosotros como quien tira de unas bestias, hasta conducirnos a la condenación eterna; o humillamos la cerviz para ser uncidos por el suavísimo yugo de la ley de Dios que nos conduce mansamente a la eterna bienaventuranza.

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En ese sentido, debe entenderse la imagen siguiente, que nos muestra dos fuerzas que tiran, cada cual por su lado, un carro en el que descansa un corazón. Las fuerzas aludidas son el Ángel de la guarda, Ministro de Dios, que es observado por el ojo abierto del alma –que reside en el corazón- , como recordándonos la expresión de . San Agustín: <<el alma es un ojo abierto que mira a Dios>>. El santo Ángel fija los ojos en el cielo contemplando la corona de victoria que le espera a su protegido, por cuya salvación reza permanentemente, como lo indica el gesto de sus manos. En sentido opuesto tenemos al demonio y los pecados que inspira, alegorizados en una mula. La terquedad de la mula es símbolo de lo pertinaz del pecado y de lo contumaz de la impenitencia. La elección de un animal como alegoría nos recuerda que el pecado bestializa al hombre, deshumanizándolo, tal como ocurrió con el rey Nabucodonosor, que privado de entendimiento llegó a pacer con los rumiante en los jardines de su propio palacio.

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La vida no es solamente lucha, sino también es laboreo, siembra y cosecha de Virtudes y descarte de las malezas de los vicios y de los Siete pecados capitales. Cristo aparece como divino hortelano que criba el corazón humano para desprenderlo de guijarros, alimañas y cizañas. El segundo plano nos indica que habrá una última criba, entendida como purificación última en forma de penitencia, o bien como descarte final del corazón de piedra, que es imagen del higuera que no da fruto, que Cristo maldice porque sólo sirve para ser talada y para ser quemada. En el primer plano, es decir en el momento “actual”, vemos a Cristo hortelano sacudiendo con fuerza un corazón, del que ya han saltado la desidia, la avaricia, la soberbia, la lujuria la ira, la gula, y la envidia.

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El alma humana resultará vencedora, solamente si el corazón ha perseverado y se ha correspondido con el de Cristo. Vemos aquí al alma victoriosa, alada a la manera de la diosa Niké, con alas pequeñas para que la alegoría sea manifiestamente clara: se trata del alma humana y no de un ser angélico. El combatiente en la fe, empuña con la mano izquierda cual bastón de Mariscal, la cruz que fue su soporte en la vida temporal: la fe, la esperanza y la caridad. Con la mano derecha sostiene su corazón que está encendido en caridad (incendium amoris). Pisotea al demonio con ambos pies, porque ya no será tentado de andar por malos caminos, y contempla la luz eterna. Dicho en otras palabras, se ha prucido la victoria del amor divino que ha asistido al amor humano, para que ame de corazón lo que debe amar y odie de corazón lo que deba odiar.