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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Adoración

De Enciclopedia Católica

Revisión de 20:47 19 nov 2007 por Sysop (Discusión | contribuciones)

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En el más estricto sentido, es un acto de religión ofrecido a Dios en reconocimiento de su suprema perfección y dominio, y de la dependencia que de El tienen las creaturas; en un sentido menos estricto, la reverencia mostrada a cualquier persona u objeto que posee inherentemente o por asociación un carácter sagrado o un alto grado de excelencia moral. La creatura racional, levantando la vista hacia Dios, a quien la razón y la revelación muestran ser infinitamente perfecto, no puede, en derecho y justicia mantener una actitud de indiferencia. Es esa perfección, que es infinita en si misma y la fuente y satisfacción de todo el bien que poseemos o que poseeremos, la que debemos adorar reconociendo su inmensidad y sometiéndonos a su supremacía. Esta adoración requerida por Dios, y dada exclusivamente a El como Dios, es designada por los griegos como latreia (latinizada, latria), siendo la palabra Adoración la mejor traducción que nuestra lengua permite. Adoración difiere de otros actos de culto, tales como la súplica, confesión de los pecados, etc., en que su formalidad consiste en un auto humillación ante el Infinito y en devoto reconocimiento de su trascendente excelencia. En el Apocalipsis V, 11,12 se da un excelente ejemplo de adoración: "Vi y oí la voz de muchos ángeles en derredor del trono, y de los vivientes y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas y de millares de millares, que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición. Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron." El precepto revelado de adorar a Dios fue pronunciado a Moisés en el Sinaí y reafirmado en las palabras de Cristo: "Al Señor tu Dios adorarás, y a El solo darás culto" (Mat, IV, 10).

El elemento primario y fundamental en la adoración es un acto interior de la mente y la voluntad; la mente percibiendo que la perfección de Dios es infinita, la voluntad ordenándonos resaltar y dar culto a esta perfección. Sin alguna medida de esta adoración interior "en espíritu y en verdad" es evidente que cualquier muestra externa de culto divino sería mera pantomima y falsedad. Pero igualmente evidente es que la adoración sentida dentro buscará expresión hacia fuera. La naturaleza humana demanda expresión de algún tipo para sus estados de ánimo espirituales y emocionales; y a este instinto por la auto expresión se debe todo nuestro aparato de habla y expresión corporal. Suprimir este instinto en la religión sería tan falto de razón como reprimirlo en cualquier otra provincia de nuestra experiencia. Más aún, haría atroz daño religioso reprimir su tendencia a manifestaciones externas, ya que la expresión externa reacciona sobre el sentimiento interior acelerándola, reforzándola y manteniéndola. Como enseña Santo Tomás: "es connatural para nosotros pasar de los signos físicos a la base espiritual en que se apoyan" (Summa II-II:48:2). Era entonces de esperarse que los hombres se hubieran puesto de acuerdo en que ciertas acciones convencionales expresasen adoración al Ser Supremo. De estas acciones, una preeminente y exclusivamente ha significado adoración, y esa es sacrificio. Otros actos han sido usados extensamente para el mismo propósito, pero la mayor parte de ellos – siempre exceptuando el sacrificio—no han sido reservados exclusivamente para el culto Divino; también han sido empleados para manifestar amistad o reverencia para altos personajes. Así Abraham "cayó rostro a tierra" frente al Señor (Gen, xvii, 3). Esto claramente fue un acto de adoración en su más alto sentido; aún cuando podía tener otro significado, sabemos por ejemplo de I Reyes, xx, 41, que dice que David adoró "cayendo rostro a tierra" frente a Jonás, que había venido para advertirle del odio de Saúl. Del mismo modo Gen xxxi; 3 narra que Jacob, al encontrar a su hermano Esaú "hizo reverencia con su cara hasta el suelo siete veces ". Leemos de otras formas de adoración entre los hebreos, tales como quitarse los zapatos (Exodo. iii, 5), hacer caravana (Gen. xxiv, 26), y se nos dice que los publicanos contritos se ponían de pie cuando oraban, y que San Pablo se arrodilló cuando hizo adoración con los ancianos de Efeso. Entre los primeros Cristianos era común adorar a Dios de pié, con los brazos extendidos y de cara al oriente. Finalmente, tal vez deberíamos mencionar el acto pagano de adoración que parece contener la explicación etimológica de nuestra palabra adoración.. La palabra adoratio muy probablemente se originó de la frase (manum) ad os (mittere), que designaba el acto de besar la mano a la estatua de oro que uno quería honrar.

Concerniente a la manifestación verbal de adoración – es decir, la oración de alabanza- no es necesaria ninguna explicación. La conexión entre nuestros sentimientos interiores y su expresión articulada es obvia.

Hasta aquí hemos hablado de la adoración dada directamente a Dios como el ser infinitamente perfecto. Está claro que adoración en este sentido no puede ser ofrecida a objetos finitos. Así, el impulso que nos conduce a adorar la perfección de Dios por si misma, nos mueve también a venerar los rastros y atribuciones de esa perfección tal como conspicuamente aparecen en los hombres y mujeres santos. Aún a objetos inanimados que por una u otra razón notablemente nos recuerdan la excelencia, majestad, amor y misericordia de Dios damos naturalmente algún grado de reverencia. La bondad que poseen estas creaturas por participación o asociación es un reflejo de la bondad de Dios; honrándolos de forma apropiada ofrecemos tributo al Que da todo bien. En tales casos El es el fin último de nuestro culto, ya que El es la fuente de la perfección derivada que le dio origen. Empero, como sugerimos más arriba, cuando el objeto inmediato de nuestra veneración es una creatura de este tipo, el modo de culto que le dedicamos es fundamentalmente diferente del culto que pertenece a Dios solamente. Latria, como ya dijimos, es el nombre de este último culto; y para el tipo secundario, invocado por santos o ángeles, empleamos el término dulia. La Santísima Virgen, manifestando de una manera más sublime que cualquier otra creatura la bondad de Dios, merece de nosotros un reconocimiento más elevado y veneración más profunda que cualquier otro de los santos; y este culto particular que merece debido a su posición única en la economía divina, en la teología se designa como hiperdula, es decir dulia en un grado eminente. Es desafortunado que ni nuestra lengua ni el latín posean en su terminología la precisión de la lengua griega. La palabra latria nunca se aplica en ningún sentido otro que la incomunicable adoración que se debe a Dios únicamente. Pero en el inglés las palabras adore y worship aún se emplean algunas veces, y en el pasado fueron comunmente empleadas también para significar especies inferiores de veneración religiosa y aún para expresar admiración o afecto por personas vivientes sobre la superficie de la tierra. Así David "adored" Jonás. De la misma manera Mefibaal "se echó sobre su rostro, postrándose" ante David (II Samuel, ix, 6). Tennyson dice que Enid en su sincero corazón, adoraba a la reina. Aquellos que por necesidad adoptaron estas maneras de expresión entendieron perfectamente bien lo que significaban con ellas y por tanto no estaban en peligro de invadir los derechos de la Divinidad. Se hace apenas necesario hacer notar que los católicos también, aún los menos letrados, no están en peligro de confundir la adoración que deben a Dios con el honor religioso que se da a creaturas finitas aún cuando se emplee la palabra worship, que debido a la pobreza de nuestro lenguaje, es aplicada a ambos. El Séptimo Concilio General, en 757, plantea el asunto en pocas palabras cuando dice "verdadera latria se dará solamente a Dios"; y el Concilio de Trento (Ses. XXV) aclara la diferencia entre invocación de los santos e idolatría.

Pueden agregarse algunas pocas palabras en conclusión sobre las ofensas que tienen conflicto con la adoración a Dios. Pueden resumirse en tres categorías:


Culto ofrecido a falsos dioses; Culto ofrecido al verdadero Dios, pero de una manera falsa, despreciable y escandalosa; y Blasfemia.

La primera clase abarca pecados de idolatría. La segunda clase abarca pecados de superstición. Estos pueden tomar muchas formas que serán tratadas bajo otros títulos. Baste decir que observancias vanas que descuidan lo esencial en el culto a Dios y exageran características puramente accidentales o desprecian lo esencial en excesos fantásticos y pueriles, son repudiadas enfáticamente en la teología católica. Dar honor, o pretender dar honor a Dios por medio de números místicos o frases mágicas, como si la adoración consistiese principalmente en el número de expresiones de las frases, corresponde a la Cabala judía o mitología pagana, no al culto del Santísimo. (ver BLASFEMIA; IDOLATRIA; MARIA; SANTOS; CULTO.)

WILLIAM L. SULLIVAN Transcrito por Michael C. Tinkler Traducido por Javier L. Ochoa M.