Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Jueves, 21 de noviembre de 2024

Concilio de Basilea

De Enciclopedia Católica

Revisión de 11:42 9 may 2007 por 80.58.205.32 (Discusión)

(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Saltar a: navegación, buscar


Convocado por el papa Martín V en 1431 y clausurado en Lausana en 1449. La posición del papa como Padre común del mundo cristiano había sido seriamente comprometida por la ubicación de la corte papal en Aviñón y por la consecuente identificación de los intereses de la iglesia con los de un pueblo particular. Los hombres comenzaron a ver al papa más como una institución nacional que universal y su sentimiento de lealtad religiosa se ponía con frecuencia en la balanza con los arranques de celos nacionales. Era natural que los hechos derivados del gran Cisma de Occidente (1378-1417), no fortaleciesen al papado cuando candidatos rivales luchaban por el trono de S. Pedro y por la alianza de las naciones cristianas.

Tal espectáculo estaba bien calculado para agitar las creencias de los hombres en la forma monárquica de gobierno y para llevarles a buscar en otras formas el remedio de los males que entonces afligían a la iglesia. No era de extrañar que los que pedían un concilio general como árbitro final, último tribunal de apelación para todos, al que debía someterse hasta el papa, se aseguraron de que les pusieran atención. El éxito del concilio de Constanza (1414-18) en asegurar la retirada o deposición de los tres papas rivales había dado un fuerte argumento a los que defendían la teoría conciliar. Parece claro tanto por los discursos de algunos de los Padres de Constanza como de sus decretos que ese sentimiento iba ganando terreno y que mucha gente había llegado a pensar que el gobierno de la Iglesia por concilios generales convocados a intervalos regulares estaba más en armonía con la necesidades del tiempo. Como resultado, en la sesión número 39 del Concilio de Constanza (9 oct. 1417) se decreta que los concilios generales debían celebrarse frecuentemente, que el próximo había de convocarse dentro de cinco años, el siguiente siete años más tarde y después un concilio cada diez años; que el lugar debía determinarlo el mismo concilio y que no podía ser cambiado ni por el papa a no ser en caso de guerra o pestilencia y en este caso con el consentimiento de las dos terceras partes de los cardenales. De acuerdo con este decreto Martín V convocó el concilio de Basilea y sólo si entendemos el sentimiento que había bajo este decreto podemos entender la importancia de la disputa entre Eugenio IV y el concilio ¿Quién iba a gobernar la Iglesia, el papa o el concilio? Ese el asunto del que se trataba.

Se ha discutido mucho si ha de considerarse al de Basilea como un Concilio Geneneral y, de ser así, en qué sentido. Los galicanos extremistas (e.g. Edmund Richer, Hist. Concil. Gen., III, vii) sostiene que debe ser considerado ecuménico desde el principio (1431) hasta su finalización en Lausana(1449). Los escritores moderados de la escuela galicana (e.g. Nat. Alexander, IX, pp. 433-599), admiten que después de la aparición de la Bula de Eugenio IV (18 sept., 1437) trasladando el concilio a Ferrara, lo de Basilea sólo puede considerarse como un conventículo cismático.

Por otra parte, escritores como Bellarmino (De Concil., I, vii), Roncaglia y Holstein rehúsan nombrar el de Basilea entre los concilios generales de la Iglesia debido al escaso número de obispos que asistieron al principio y la subsiguiente actitud rebelde respecto a los decretos papales de disolución. La verdadera opinión parece ser la que aportó Hefele (Conciliengesch., 2d ed., I, 63-99) de que puede considerarse ecuménico hasta la bula "Doctoris Gentium" (18 sept., 1437) que trasladó las sesiones a Ferrara y que los decretos que se emitieron durante ese período respecto a la extirpación de la herejía, el establecimiento de la paz entre las naciones cristianas, la reforma de la iglesia, si no son perjudiciales para las se apostólica, pueden ser considerados como decretos de un concilio general.

Según el mencionado decreto de Constanza, el concilio de Pavía había sido convocado por Martín V (1423) y al aparecer la plaga en esa ciudad, sus sesiones se trasladaron a Siena. Poco se hizo, excepto determinar el lugar donde el siguiente concilio habría de convocarse. Se veía con desconfianza que fuera una ciudad italiana, porque era probable que fuera muy favorable al papa. Los obispos franceses y la universidad de París querían que fuera un lugar en Francia, pero finalmente, debido principalmente al representante del emperador Segismundo, se acordó Basilea por parte de todos y una vez hecha la elección, se disolvió el concilio (7 de marzo 1424). A medida que se acercaba el día para la reunión del concilio, Martín V era urgido por parte de todos para que no pusiera ningún obstáculo y, aunque conocía las tendencias de aquel tiempo, y temiendo que el concilio llevara más a una revolución que a una reforma, dio finalmente su consentimiento y nombró al cardenal Giuliano Cæsarini como presidente (1 feb.1431.

El propósito principal del concilio iba a ser la reforma de la iglesia en su “cabeza y miembros”, la solución de las guerras husitas, el establecimiento de la paz entre las naciones de Europa y finalmente la reunión de las iglesias oriental y occidental. Las demandas de la curia romana, su constante interferencia en la adjudicación de los beneficios, el derecho de apelación en todos los asuntos a un nuevo juicio de las autoridades locales, las cargas económicas relacionadas con instituciones como las Annatas, expectativas y reservas, para no hablar de los impuestos papales directos, demasiado comunes desde le siglo trece; había razones para las quejas de los clérigos y poderes civiles de las diferentes naciones. Estos impuestos papales y el abuso sobre los derechos de las autoridades locales eclesiásticas y civiles, habían sido razón de resentimientos, especialmente en Inglaterra y Alemania y por ello el remedio de estos abusos se esperaba de un concilio general. La gente miraba con simpatía la reunión de Basilea, aun cuando a veces no estaban de acuerdo con sus métodos. Además, la cuestión de la simonía, del concubinato del clero o la reorganización de los sínodos diocesanos y provinciales, el abuso de las censuras, especialmente del entredicho, exigían una reforma en la disciplina de la Iglesia.

Las enseñanzas de Wicleff y Hus habían encontrado muchos apoyos en Inglaterra y Bohemia y a pesar de la condena de Constanza, los Husitas aún eran poderosos en Bohemia, y aunque había muerto su líder Ziska (1424), una pérdida importante para ellos, las diferentes secciones seguían en la lucha y el emperador Segismundo deseaba que se terminara la guerra que había afectado gravemente a sus recursos. Más aún, el creciente poder de los Turcos era una amenaza no sólo para la existencia del Imperio de Oriente sino para toda Europa y hacía imperativo que los príncipes cristianos dejaran sus disputas internas y se unieran con los griegos en defensa de su cristiandad común contra el poder del Islam. El movimiento a favor de la convocatoria había sido especialmente favorecido por Martín V y por el emperador Juan VII Paleólogo (1425-48).

El presidente del concilio, cardenal Giuliano Cæsarini, nombrado por Martín V y confirmado por Eugenio IV, presidió la primera sesión pública, pero se retiró inmediatamente al recibir la bula papal disolviendo el concilio (diciembre, 1431). Los miembros eligieron entonces al obispo Philibert de Constance como presidente. Más tarde, probablemente en la séptima sesión general (6 nov. 1432) Cæsarini volvió a tomar la presidencia y continuó el espíritu de oposición al papado hasta que los elementos más extremistas dirigidos por el cardenal d´Allemand de Arles comenzaron a dominar.

En la asamblea del 6 de dic. De 1436 rehusó aceptar la voluntad de la mayoría respecto a que Basilea, Avignon o alguna ciudad de Saboya fuera seleccionada como lugar del concilio que se iba a celebrar para la reunión de los griegos con la iglesia occidental y continuó actuando como presidente hasta el 31 de julio de 1437, cuando se emitió un decreto reclamando la presencia del papa en Basilea dentro de sesenta días para responder de su desobediencia. Cæsarini finalmente dejó Basilea tras la aparición de la Bula "Doctoris Gentium" (18 septiembre, 1437) trasladando el concilio a Ferrara y se unió a los partidarios del papa. Después de su retirada, el cardenal D´Allemand jugó un papel importante en la elección del antipapa Félix V que a su vez le nombró presidente de la asamblea. El nombramiento, sin embargo, no fue aceptado por algunos, que eligieron al arzobispo de Tarentaise. Los otros miembros del concilio que tomaron parte en los acontecimientos fueron Capranica, que había sido creado cardenal por Martín, pero que no fue admitido al cónclave a la muerte de Martín V porque su nombre no había sido publicado y no fue reconocido por Eugenio, Æneas Sylvius Piccolomini, más tarde Pio II, ni por el renombrado Nicolás de Cusa, ni por el cardenal Luis d'Allemand, ni por Juan de Antioquía, ni por Juan de Ragusa ni por los dos canonistas, Nicolás, arzobispo de Palermo y Luis Pontanus.

Eugenio IV confirmó el nombramiento de Cæsarini como presidente hecho por su predecesor el mismo día de su coronación (12 marzo), pero con algunas reservas que fueron dictadas por el deseo de Eugenio de celebrar el concilio en alguna ciudad más conveniente para los representantes de los griegos. El día en que el concilio debía haber comenzado (4 de marzo) en Basilea solamente había un delegado y a principios de abril llegaron tres representantes de la universidad de París, junto con el obispo de Chalons y el abad del Cister, seis en total que llegaron todos juntos (1 de abril) y escribieron cartas de invitaciones urgiendo a los cardenales, obispos y principies de Europa. Cæsarini, que hasta este momento había estado ocupado en la cruzada organizada contra los husitas, intentó reafirmar a los delegados y calmar su impaciencia, empleando además la influencia de Segismundo en este mismo sentido. El papa escribió a Caesarini (31 de mayo) requiriéndole que solucionara el asunto de los husitas tan pronto como fuera posible y que procediera a Basilea para la apertura del Concilio. Al recibir esta carta, el legado determinó, tras consultar con Segismundo, permanecer con las fuerzas armadas pero al mismo tiempo enviar a dos de sus compañeros, Juan de Palomar y Juan de Ragusa para que actuaran como sus representantes en Basilea. Llegaron allí el 19 de julio, se reunieron en asamblea en la catedral (23 de julio) en la que se leyeron los documentos de autorización y el concilio se declaró formalmente abierto. Aunque no había presentes más de una docena de miembros, la asamblea se arrogó el título de concilio general y comenzó a actuar como si su autoridad estuviera asegurada.

Tras el fracaso de la cruzada contra los husitas, Caesarini llegó a Basilea el 11 de sept, y unos días después (17 de sept), de acuerdo con las instrucciones recibidas de Eugenio, envió a Juan Beaupre a Roma, como delegado, para informar al papa de los acontecimientos. El delegado que era desfavorable a la continuación del concilio afirmó ante el papa que habían llegado pocos prelados, que había poca esperanza de que número creciera debido a la guerra entre Borgoña y Austria y por la inseguridad general de los caminos, que hasta la ciudad de Basilea estaba en peligro y las gentes de la ciudad estaban contra el clero. Al recibir estas noticias (12 nov.) una comisión a Caesarini firmada por doce cardenales le daban poderes para disolver el concilio si lo estimaba aconsejable y convocar otro que se reuniría en Bolonia dieciocho mesas después de la disolución.

Mientras la asamblea de Basilea se habían puesto en comunicación con los Husitas requiriéndoles que enviaran representantes al concilio y garantizaándoles cartas de salvoconducto. Esto se entendió en Roma como un intento de reabrir a la discusión cuestiones de doctrina ya solucionadas en Constanza y en Siena. Eugenio IV entonces emitió una bula (18 de dic.) disolviendo el concilio y convocando otro que se reuniría en Bolonia.

Antes de la llegada de esta bula, Caesarini ya había tenido la primera sesión pública (14 de dic.) a la que habían asistido tres obispos, catorce abades y un considerable cuerpo de doctores y sacerdotes. Naturalmente la bula de disolución, aunque no enteramente inesperada, ofendió gravemente a los que estaban presentes y el 3 de enero de 1432, cuando iba a ser leída, los miembros se ausentaron para impedir la publicación. Caesarini envió a Roma una protesta con palabras muy fuertes contra la disolución, en la que apuntaba a las malas consecuencias que resultarían de dar tal paso, pero al mismo tiempo, por obediencia a la bula papal renunció a su puesto de presidente del concilio. S egismundo, que ya había nombrado al duque de Baviera como protector del concilio, se oponía también a la acción de Eugenio IV ya que tenía grandes esperanzas de que en este concilio se pudiera terminar la controversia con los husitas; como al mismo tiempo quería tener buenas relaciones con el papa, del que esperaba la corona imperial, hizo de mediador más que de defensor.

Se enviaron delegados desde Basilea para asegurarse que la bula era retirada. Muchos príncipies de Europa que esperaban que los trabajos del concilio lograran reformas útiles expresaron al papa su desacuerdo, sobre todo el duque de Milán, que era hostil personalmente a Eugenio IV.

Confiando en estos apoyos se celebró la segunda sesión pública (el 15 de febrero, 1432) en la que se renovaron los decretos de Constanza que declaraban que un concilio general recibía su autoridad directamente de Cristo y que todos estaban obligados a obedecerlos, hasta el papa. Además se decidió que el Concilio general, ahora en sesión, no podía ser trasladado, prorrogado o disuelto sin su consentimiento.

Todo parecía favorecer al concilio. Segismundo tenía un ejército poderoso en el norte de Italia. Una asamblea del clero francés en Bourges (febrero 1432) declaró a favor de la continuación en Basilea y resolvió enviar representantes. El duque de Borgoña escribió que enviaría a los obispos de su nación y usaría su influencia con el Rey de Inglaterra para que hiciera lo mismo. Los duques de Milán y Saboya también estaban a favor mientras que la universidad de París declaró que sólo el diablo pudo inspirar al papa para que adoptara tal decisión. Así animado, el concilio tuvo su tercera sesión (29 de abril 1432) en la que se ordenaba al papa que retirara la bula de disolución y que se presentase en Basilea personalmente o por procuradores, en los tres próximos meses. Parecidas órdenes se enviaron a los cardenales y tanto ellos como el papa fueron amenazados con procedimientos judiciales no se que lo cumplieran.

En la cuarta sesión pública (20 junio, 1432) se decretó que si el trono papal quedaba vacante durante el tiempo del concilio, el cónclave solo podría hacerse en su lugar de sesiones y mientras, Eugenio IV no debiera crear más cardenales excepto en el concilio, ni debía impedir a nadie la asistencia y que todas las censuras pronunciadas contra él eran nulas e inválidas. Hasta llegaron a nombrar un gobernador del territorio de Aviñón y prohibir que se acercase a Basilea las embajadas papales a no ser que se les hubiera garantizado antes un salvoconducto.

Segismundo estaba en constante comunicación con el papa y le urgió a hacer algunas concesiones. Al principio Eugenio estuvo de acuerdo en permitir que se celebrara un concilio nacional en alguna ciudad alemana para reformar los abusos de la iglesia de Alemania y para solucionar la controversia husita. Más tarde estaba dispuesto a permitir que el concilio de Basilea continuara la discusión sobre las reformas de la iglesia, la controversia husita y el establecimiento de la paz entre las naciones cristianas, siempre que sus conclusiones se sometieran a la confirmación papal y siempre que se celebrara un concilio en Bolonia o en alguna ciudad italiana para la reunión de iglesia oriental. Segismundo entregó esta carta a Basilea (27 de julio) y exhortó a los delegados a la moderación.

El 22 de agosto, los plenipotenciarios del papa fueron recibidos en Basilea y se dirigieron al concilio, apuntando que la forma monárquica de gobierno era la establecida por Cristo, que el papa era el juez supremo en los asuntos eclesiásticos y que la bula de disolución no se debía a los recelos del papa hacia el concilio general como tal. Terminaron declarando que si la asamblea de Basilea persistía en la oposición a Eugenio no podía ser considerada de otra forma que un conventículo cismático y que iba a llevar no a la reforma sino a un mayor abuso. Ofrecieron Bolonia u otra ciudad en los Estados Pontificios como lugar del futuro concilio, que el papa renunciaría a sus derechos soberanos sobre la ciudad elegida mientras la asamblea estuviera reunida. El concilio replicó (3 de sept.) reafirmando la superioridad del concilio general sobre el papa en todos los asuntos que pertenecen a la fe, disciplina o la extirpación del cisma y rechazando absolutamente las ofertas hechas por los plenipotenciarios.

En la sexta sesión pública (6 de sept) a la que asistieron cuatro cardenales (Cæsarini, Branda, Castiglione y Albergati) y treinta y dos obispos, se propuso declarar contumaces a Eugenio y sus dieciocho cardenales, pero esta proposición se pospuso debido principalmente a la representación de Segismundo. En octubre se establecieron las órdenes pendientes para las transacciones de los asuntos del concilio. Sin hacer referencia alguna al rango eclesiástico, los miembros se dividieron en cuatro comités en los que las cuatro naciones que asistían al concilio debían estar igualmente representadas. Los votos de obispos y cardenales no eran de más importancia que los de los profesores, canonistas y párrocos, de manera que se aseguraban de que el clero inferior llevaría la voz cantante en las decisiones del concilio. Cada comité celebraba sus sesiones por separado y comunicaban a los otros sus decisiones y solo se celebraba una sesión pública de todos los miembros cuando se habían asegurado la unanimidad entre los comités. Este acuerdo en el que los miembros irresponsables habían conseguido el predominio tendía a llevar los asuntos a una crisis. En la séptima sesión (6 nov.) se arregló que en caso de la muerte de Eugenio, los cardenales debían presentarse ante el concilio antes de 60 días para celebrar el cónclave. Poco después en la octava sesión pública (18 de dic.) se le concedió al papa otra prórroga de sesenta días para retirar la bula de disolución, bajo amenazas de actuaciones canónicas en el caso de que no cumpliera y finalmente, en la décima sesión (19 feb 1433) se cumplió la amenaza y, en presencia de cinco cardenales y cuarenta y seis obispos se declaró al papa contumaz y se activaron contra él las penas canónicas.

Eugenio IV afligido por sus sufrimientos corporales, abandonado por muchos de sus cardenales y presionado por los rebeldes italianos intentó con todos los medios en su poder, y apoyado por Felipe, duque de Milán, llegar a una solución. Propuso (14 dic.1433) que el lugar del concilio fuera una ciudad italiana, dando a la asamblea de Basilea cuatro meses para solucionar la controversia husita. Al ser rechazado ésto, estuvo de acuerdo en que se reuniera en una ciudad alemana siempre que doce obispos imparciales y los embajadores de las distintas naciones lo quisieran.Más tarde (1 febrero 1433) aceptó sin condiciones una ciudad alemana y hasta llegó a aceptar (14 feb. 1433) la misma Basilea si los decretos contra el poder papal ser retiraban, se permitía presidir a su delegado y hubiera al menos 75 obispos. Todas estas ofertas fueron rechazadas por el concilio (marzo 1433) y se renovó el decreto sobre al superioridad del concilio sobre el papa. El duque de Baviera pudo apenas impedir que se iniciara un proceso contra el papa en la doceava sesión pública (13 de julio).

Mientras tanto, Segismundo había hecho las paces con Eugenio y había recibido la corona imperial en Roma (31 de mayo, 1433). Requirió al concilio que no siguiera procediendo contra el papa hasta que él mismo estuviera presente y por otra parte presionó al papa para que hiciera más concesiones. En respuesta Eugenio emitió (1 agosto 1433) una bula en la que declaraba que estaba contento y deseaba que el concilio fuera reconocido como legalmente constituido desde el principio; que continuara como si nada hubiera sucedido y que él mismo ayudaría a las deliberaciones con todos los medios en su poder, siempre que sus legados fueran admitidos como presidentes reales y que todos los decretos contra él o sus cardenales se retiraran. Esta declaración coincidía exactamente con la fórmula enviada por Caesarini al emperador (18 junio) excepto en las palabras introducidas por el papa nos contentamos y queremos (volumus et contentamur) en lugar de las palabras “decretamos y declaramos " (decernimus et declaramus). Este cambio desagradó al concilio, puesto que implicaba solamente que toleraba pero eso no era la aprobación que ellos querían. Así que viendo los problemas de Eugenio en Italia con los Colonna, con el duque de Milán y otros, rehusaron aceptar esta concesión. Finalmente el 15 de diciembre, 1433, Eugenio emitió una bula en la que aceptaba la fórmula “decretamos y declaramos” con la que retiraba todos los manifiestos previos contra el concilio de Basilea.

Y así se restableció la paz entre los dos partidos, aunque la reconciliación era más aparente que real. Los legados papales fueron admitidos como presidentes, pero se les negó jurisdicción, se limitó sus poderes por la voluntad del concilio, siendo forzados a aceptar los decretos de Constanza, lo que hicieron en su propio nombre pero no en el del papa (24 de abril 1434) y finalmente, cuando en la sesión pública número dieciocho (26 de junio) se renovaron solemnemente los decretos de Constanza, rehusaron asistir. A pesar de sus esfuerzos, el concilio seguía en la oposición al papa, reclamando jurisdicción en todos los asuntos, políticos y religiosos y entrando en negociaciones con los griegos sobre la reunión de las iglesias. En la vigésima sesión pública (22 de mayo 1435) se comenzó la reforma de la disciplina de la iglesia. Se pasaron decretos contra el concubinato del clero y el abuso de la excomunicación y el entredicho. El 9 de junio de 1435 se abolieron la Annatas y todos los impuestos normales del papado aunque no se dieron pasos para proveer a sus necesidades financieras. Más tarde se ordenó a los recolectores de los impuestos papales que se presentaran en Basilea para rendir cuenta de su trabajo; todas las deudas pendientes al papa que debían ser pagadas en Basilea. Los delegados papales, especialmente Traversari y Anton de Vito defendieron los derechos de Eugenio, pero el elemento moderado iba gradualmente perdiendo el control de la asamblea y el partido extremista reunido alrededor del cardenal Luis d'Allemand, ya no pudo ser contenido.

Ninguna legislación pasaba si no estaba dirigida contra la Santa sede. Por fin, después de que los diputados papales, los cardenales Albergati y Cervantes, fueran recibidos muy mal en Basilea (25 de marzo)y después de que se hubieran aprobados decretos sobre el futuro cónclave, el juramento papal, el número de cardenales etc.,Eugenio IV se dio cuenta de que la reconciliación no era posible y dirigió una nota a los príncipes de Europa en la que resumía las injurias infligidas al papado por el concilio y requería de los diferentes gobiernos que retirasen sus obispos de Basilea y ayudaran a la preparación de un concilio ecuménico de cuyas deliberaciones debería esperarse algo mejor.

El concilio había abierto previamente comunicaciones con los griegos (sept. 1434)para determinar donde debía reunirse la asamblea de la reunificación. En diciembre de 1436, se propuso que el concilio se celebrara en la misma Basilea, en Aviñón o en Saboya. El cardenal Caesarini rehusó hacer su proposición a la reunión, pero la moción del cardenal d'Allemand fue aceptada. El papa rehusó consentir y los diputados del emperador griego protestaron contre ello, con lo que se envió una nueva embajada a Constantinopla. Los griegos rehusaron a ir a Basilea o a Saboya y el pueblo de Aviñón no mostró deseo alguno de que el concilio se celebrara allí. Una fuerte minoría, incluyendo a los legados papales y la mayoría de los obispos presentes querían que se eligiera una ciudad italiana y la mayoría, liderada por el cardenal 'Allemand y compuesta principalmente por el clero inferior se opusieron a esta proposición y tras una sesión muy alborotada (7 mayo 1437) en la que ambos partidos publicaron sus decretos, Eugenio IV confirmó la de la minoría y el embajador griego declaró que era la aceptable por el emperador. El partido revolucionario controlaba completamente el concilio. Contra los deseos de Caesarini, Cervantes y Segismundo se ordenó (31 julio, 1437) al papa que se presentara ante el concilio para responder de su desobediencia y el 1 oct. Fue declarado contumaz.

Eugenio respondió a estos excesos publicando la bula "Doctoris gentium" (18 sept), en la cual se afirmaba que a no ser que los delegados abandonaran sus métodos y se concentraran durante un tiempo en el asunto bohemio, el concilio sería trasladado a Ferrara. La respuesta fue la reafirmación de la superioridad del concilio general (19 octubre). El cardenal Caesarini hizo un último esfuerzo de reconciliación pero falló y entonces, acompañado por todos los cardenales excepto d'Allemand y la mayoría de los obispos, dejó Basilea y se unió al papa en Ferrara, sitio al que el concilio había sido trasladado definitivamente por una bula de Eugenio IV (30 dic.).

En adelante la asamblea de Basilea podía considerarse cismática. La mayoría del mundo cristiano permaneció leal al papa y al concilio de Ferrara. Inglaterra, Castilla, Aragón, Milán y Baviera desaprobaron la asamblea de Basilea, mientras por otra parte Francia y Alemania ,aunque reconocían a Eugenio IV, intentaron mantener una postura neutral.

En una reunión con el clero francés en Bourges (mayo 1438) en la que estuvieron presentes los delegados del papa y de Basilea, se determinó permanecer fieles a Eugenio, mientras al mismo tiempo muchas de las reformas de Basilea fueron aceptadas con ciertas modificaciones.

Sobre estas bases se redactaron los 23 artículos de la Pragmática Sanción de Bourges (7 julio 1438). En Alemania, después de la muerte de Segismundo (9 de diciembre de 1437), delegados de ambos partidos fueron a Frankfurt para pedir la ayuda de los príncipes, pero declararon la neutralidad hasta que se eligiera a al rey y aún después de la elección de Albrecht II, se mantuvo la neutralidad hasta que por fin, en Maguncia (marzo 1439) siguieron el ejemplo de Francia y declararon a Eugenio IV como papa legítimo y al mismo tiempo aceptaron muchas de las reformas de Basilea.

En Basilea se resolvió deponer al papa y para preparar la deposición se redactaron 3 artículos;

• Que el concilio general es superior al papa.

• Que el papa no puede prorrogar o disolver tal asamblea.

• Que cualquiera que niegue ésto es hereje.

El cardenal d'Allemand era el inspirador y aunque contra los deseos de obispos y la mayoría de los embajadores presentes el decreto fue aprobado (16 de mayo 1439) y Eugenio IV fue depuesto por hereje y cismático (25 de junio). Inmediatamente se tomaron medidas para elegir a su sucesor. El cardenal Luis d'Allemand, once obispos 5 teólogos y nueve juristas y canonistas formaron el cónclave y el 30 de octubre de 1439, Amadeo, ex duque de Saboya, fue elegido tomando el nombre de Félix V, vivía en las riberas del lago de Ginebra, retirado con un grupo de caballeros organizados como la Orden de S. Mauricio. El duque de Saboya estaba muy relacionado con muchos de los príncipes europeos y el concilio necesitaba urgentemente la riqueza que poseía según era fama. Nombró presidente a d'Allemand, pero el conventículo se resintió de este acto de autoridad y eligió al arzobispo de Tarentaise (26 de feb 1440). También se dieron pasos para recaudar impuestos de los beneficios eclesiásticos para Felix V (4 de agosto 1440).

La elección del antipapa enajenó la simpatía del mundo hacia Basilea. En adelante sólo tendrían el apoyo de Suiza y Saboya. Pronto surgieron las disputas entre Félix V y el conventículo de Basilea. Ellos no quisieron permitir que su nombre precediera al del Concilio en la promulgación de decretos y él no estaba dispuesto a costear los gastos de los nuncios de los distintos países. Las sesiones dejaron de ser tan frecuentes, las relaciones entre Félix V y el concilio empeoraban hasta que por fin, en desafío a su voluntad, dejó Basilea y se estableció en Lausana (diciembre 1442). Al ver que no lograba el apoyo de Sforza, Aragón o Milán el concilio tuvo su última sesión en Basilea (16 de mayo 1443) y decretó que se reuniera otro concilio general en Lyon tres años después y que hasta que eso sucediera el concilio de Basilea debía seguir con su trabajo; si la ciudad de Basilea se convertía en peligrosa, debía ser trasladado a Lausana.

Ningún decreto de interés general apareció después de esta sesión. Pero hizo falta algún tiempo hasta que los príncipes alemanes abandonaran la actitud de neutralidad. En diferentes dietas Nüremberg (1438), Maguncia (1441), Frankfort (1442), Nüremberg (1443, 1444), Frankfort (1445), se proponía que se celebrara un concilio para resolver las disputas entre Basilea y Eugenio IV. Sin embargo, una sentencia de deposición emitida por Eugenio IV contra los príncipes electores de Colonia y Tréveris que favorecían a Basilea, levantó a todos los príncipes alemanes contra él y en la dieta de Frankfort (1446) se resolvió enviar una embajada a Roma para exigir la convocatoria de un nuevo concilio y, mientras, el reconocimiento de las reformas de Basilea, o de lo contrario se retirarían de su alianza con él. El emperador Federico III no estuvo de acuerdo con esta decisión y envió a su secretario Æneas Sylvius, a negociar con el papa. Por fin, tras largas negociaciones en Roma Y Frankfort, se llegó a un acuerdo (febrero 1447) conocido como el Concordato de los Príncipes, que estaban de acuerdo en abandonar la actitud de neutralidad si el papa restauraba a los príncipes depuestos y aceptaba, con algunas modificaciones, ciertas reformas de Basilea. Se redactó el Concordato de Viena entre el sucesor de Eugenio IV y el emperador Federico III. Se definían claramente los derechos del papa en el nombramiento de los beneficios y se acordaron las fuentes de ingresos sustitutas de las annatas, que eran abolidas. Una vez llegado a este acuerdo, Federico III prohibió a la ciudad de Basilea dar acogida a la asamblea cismática y en junio de 1448, se vieron obligados a retirarse a Lausana. Finalmente, después de unas pocas sesiones en Lausana, Félix V renunció y se sometió al papa legítimo, Nicolás V. Los miembros de la asamblea también eligieron a Nicolás como papa y entonces decretaron la disolución del concilio (25 de abril de 1449).

Ya sólo quedaban pendientes las negociaciones entre el Concilio de Basilea y los Husitas. Se invitó a éstos, como hemos visto al principio del concilio, aunque sólo se aceptaron las condiciones propuestas por los husitas en la cuarta sesión (20 junio 1432) y se ordenaron oraciones por el retorno a la Iglesia.

Hacia el principio de 1433, llegaron casi 300 del partido calixtino y tras repetidas negociaciones en Praga y Basilea los cuatro artículos exigidos por los husitas fueron acordados con algunas modificaciones, i.e., la comunión bajo ambas especies, aunque los sacerdotes debían enseñar que la comunión bajo una era igualmente válida; libre predicación de la palabra de Dios pero sujeta a la autoridad eclesiástica; castigo de los pecados mortales pero solamente por un tribunal legal; la retención de las temporalidades de los clérigos que por otra parte estaban obligados a entregar su riqueza superflua según los cánones. Todo esto formó el Pacto de Praga, acordado el 30 de noviembre de 1433. Muchas de las sectas más extremas, como los Taboritas rehusaron aceptarlo pero tras ser derrotados (Lippau, 1434) se proclamó un pacto similar en Iglau en julio de 1436, aplicado por el concilio de Basilea (15 enero 1437).

El concilio de Basilea pudo haber hecho mucho para asegurar las reformas, tan necesitadas entonces, y para hacer recuperara la confianza en la autoridad a eclesiástica. Por todas partes surgieron simpatías y apoyo para que se remediasen los abusos existentes. Pero bajo la influencia de teorías extremistas y de sus teóricos se dejó arrastrar a una lucha poco gloriosa contra el papa y el valioso tiempo y energías que debían haberse empleado para sacar adelante le legislación útil, se perdieron en discusiones inútiles. Tuvo éxito en poner ante los ojos del mundo los abusos, pero sin el papa, no tenía autoridad suficiente para realizar esas necesarias reformas y como consecuencia las autoridades civiles tuvieron que encargarse de las que la autoridad eclesiástica había vergonzosamente fallado en corregir. Dio un duro golpe a los derechos de la Santa Sede y puso en peligro la fe de los hombres en el poder espiritual del papa en un tiempo en que su soberanía temporal estaba en peligro inminente. Llevó a Francia, por la Pragmática Sanción de Bourges, al establecimiento del Galicanismo como una fórmula definida, mientras que en Alemania, a través de largos intervalos de neutralidad, la gente estaba preparada para cortar los lazos con la Santa Sede, como sucedió después en la Reforma.


JAMES MACCAFFREY.


Transcrito por Tim Drake.


Traducido por Pedro Royo.


The Catholic Encyclopedia, Volume II. Published 1907. New York: Robert Appleton Company. Nihil Obstat, 1907. Remy Lafort, S.T.D., Censor. Imprimatur. +John M. Farley, Archbishop of New York

Copyright © 2007 by Kevin Knight. All rights reserved