Vikingos
De Enciclopedia Católica
Hombres del Norte
Aquellos primeros escandinavos que, durante los siglos IX y X, asolaron las costas de Europa occidental y sus islas, para más tarde convertirse de saqueadores en colonos. Este artículo se limitará a la historia de su migración.
Tácito se refiere a los “suiones” (Germ., xliv, xlv) que vivían más allá del Báltico, como ricos en potencial armamentístico y humano. Pero, salvo la ocasional arribada de una flotilla vikinga en el Meuse a principios del siglo VI, no se vuelve a tener referencia de los escandinavos hasta finales del siglo VIII, cuando las falanges del éxodo desembarcaron en las costas inglesas y escocesas para saquearlas.
A grandes rasgos, las divisiones políticas de Escandinavia eran muy similares a las de hoy en día; excepto en el caso de los suecos, confinados en una estrecha franja de territorio. Los fineses ocupaban la zona septentrional de la Suecia actual, y los daneses la extremidad meridional y las orillas orientales del Cattegat, mientras los noruegos se alineaban a lo largo de la costa de Skagerrak, cercenando el dominio de los suecos desde el mar de Occidente. Los habitantes de estos reinos mostraban cierta afinidad general con los pueblos teutónicos, con quienes les unían raza e idioma.
En cuanto a lo social y religioso, no eran diferentes de los anglos y sajones del siglo VI. Aunque no disponemos de una relación satisfactoria de las migraciones, sabemos que se debieron principalmente al incremento de población, a la corrupción del sistema tribal y a los esfuerzos de los reyes, especialmente Harold el Rubio, por consolidar su poder; amén de cierto afán de aventura y de curiosidad por las tierras que la Cristiandad occidental disponía a su arbitrio. Los Hombres del Norte invadieron Occidente en tres oleadas principales:
- La más meridional comenzó desde el sur de Noruega y Dinamarca. Tras desfilar ante la costa alemana, visitó ambos extremos del Canal, rodeó el promontorio bretón y alcanzó los estuarios del Loira y del Garona. Hizo una incursión al oeste de Inglaterra e Irlanda, y en algunos casos se prolongó hasta las costas de España y Portugal (donde los Hombres del Norte entraron en contacto con los sarracenos), incluso internándose en el Mediterráneo hasta Italia.
- La oleada central, que atravesó la misma región directamente hacia el este y norte de Inglaterra, mientras
- La oleada del norte corrió desde Noruega en dirección oeste hacia las Orcadas y otras islas, donde se fue a dividir para encaminarse hacia Islandia o hacia el sur, contra Irlanda y el mar de Irlanda.
La labor devastadora que la primera oleada de Hombres del Norte desarrolló en el continente, la refleja en tono desgarrado lo que queda de la Crónica de los Francos, pues parece que los codiciosos invasores paganos hubieran apuntado a los monasterios como blanco de sus embates, con lo que debieron destruir la mayor parte de los registros de su propia depredación. Una armada danesa se presentó en Frisia en 810; y, diez años después, otra alcanzó la desembocadura del Loira; pero los asaltos sistemáticos e insistentes no comenzaron hasta alrededor de 835. Desde esta fecha hasta los primeros años del siglo siguiente, las naves vikingas frecuentaron casi anualmente las riberas y valles fluviales de Alemania y la Galia.
Sobre el año 850, comenzaron a establecer baluartes en las islas cercanas a las desembocaduras de los ríos, donde podían invernar y almacenar sus botines, y como refugio para las raras ocasiones en que los reyes francos o ingleses lograban intervenir sus agresiones. Algunos fueron: Walcheren, en la desembocadura del Scheldt; Sheppey, en la del Támesis; Oissel, en el bajo Sena; y Noirmoutier, cerca del Loira. Durante más de setenta años, la Galia pareció sucumbir a merced de los daneses. Sus saqueos se extendieron tierra adentro desde costas y valles fluviales, y llegaron a internarse hasta Auvernia. Apenas hallaban resistencia, fuera de la de algún rey o conde aislados. Roberto el Fuerte consiguió defender París contra viento y marea, y sentó los cimientos de la posterior Casa de Capeto, pero fue asesinado en 866. Por fin, el triunfo de los daneses cerró este período de destrucción; los arrasadores se convirtieron en colonos; y, en 911, Carlos el Simple, respetando el poder de Rollón en Normandía, pudo oponer una barrera contra invasiones posteriores.
Entretanto, Inglaterra había sido agredida no sólo desde el Canal y por el sureste, sino por parte de naves vikingas que cruzaban el mar del Norte. Durante un tiempo, los daneses habían logrado incluso más victorias que en zona gala, sometiendo las regiones del norte y del este a un tiempo. La suerte de Wessex parecía haber sido echada tras una sucesión de victorias danesas en 871. Sin embargo, Alfredo logró recuperar el control, el territorio se dividió entre daneses y sajones occidentales, y las expediciones subsiguientes se contuvieron durante un tiempo a consecuencia de la organización de una armada y la derrota de Hastings en 893.
Por ambos caminos, el meridional y el septentrional, llegaron también los Hombres del Norte a Irlanda. Fue uno de los primeros países occidentales en padecerlos, pues era el más débil a comienzos del siglo IX. Los vikingos arribaron allí incluso antes del año 800, y la costa oeste conoció sus barcos en fecha tan temprana como 807. No obstante, fueron derrotados cerca de Killarney en 812; así, no castigaron el país con toda su brutalidad hasta el 820. Veinte años después, parece que había tres “reinos” noruegos en Irlanda: Dublin, Waterford y Limerick, tributarios de un rey superior. Pero los irlandeses obtuvieron una serie de victorias, mientras estallaba la guerra entre daneses procedentes del canal y noruegos que afluían del norte. Las guerras danesas continuaron durante el siguiente siglo y medio. Ningún bando cobraba ventaja significativa, y se resintió tanto la faz del país como el carácter nacional.
Por fin, durante el Viernes Santo de 1014, Brian Boru infligió a los daneses una gran derrota en Clontarf, sobre la orilla de la bahía de Dublín. A partir de ahí, dejaron de constituir una fuente de agresiones para Irlanda, aunque mantuvieron enclaves en cierto número de poblaciones costeras. Durante los primeros ataques a Irlanda, las islas de Escocia, en especial las Orcadas, se habían convertido en nidos permanentes de la fuerza noruega y hogar de los expatriados por Harold el Rubio. Incluso regresaron para ayudar a los enemigos del rey, hasta el punto de que, en torno a 855, Harold hubo de prolongar sus victorias sobre Noruega conquistando las Orcadas. Como resultado, los vikingos con afán separatista presionaron sobre las Feroe e Islandia, que ya habían sido exploradas, para allá establecer uno de los más notables solares de civilización noruega. Unos cien años más tarde, los islandeses habrían de fundar una colonia en la franja costera que se extiende entre los glaciares y el mar, a la cual llamaron Groenlandia (“Tierra Verde”, N. del T.) para atraer a los colonos. Poco después, se produjo el asentamiento temporal de Vinlandia (“Tierra de Vides”, N. del T.), sobre continente norteamericano.
Pero las proas de los barcos vikingos no siempre apuntaban al oeste. También siguieron la costa noruega hasta el Cabo Norte, y establecieron relaciones comerciales con “Biarmalandia”, en la costa del mar Blanco. El Báltico, no obstante, proporcionaba una ruta más fácil hacia oriente, y en los siglos noveno y décimo constituía el Lago Sueco. A mediados del siglo IX, un tal Rurico de tintes mitológicos reinaba sobre un reino noruego o “varego” en Novgorod; y, en 880, uno de sus sucesores, Olieg, estableció la capital en Kiev y reinó desde el Báltico hasta el mar Negro. En 907, infligió a la misma Constantinopla la humillación que había caído sobre tantas ciudades de occidente, y “Bizancio” hubo de pagar el impuesto llamado Danegeld al soberano noruego que comandaba un ejército ruso. Hasta se dice que las naves varegas transitaron a lo largo del Volga y cruzaron las remotas aguas del Caspio.
Sin embargo, existe en la empresa noruega un segundo estadio tan notable como el primero, aunque por diferentes razones. Las conquistas normandas en la Italia meridional e Inglaterra, así como en parte de las Cruzadas, donde los normandos protagonizaron capítulo tan destacado, demuestran cuánta pudo ser la asombrosa vitalidad de los Hombres del Norte tras haber adoptado el cristianismo y la cultura franca de manos de los pueblos a quienes habían expoliado.
Es imposible referir toda la irrefrenable actividad de los Hombres del Norte. Constituye un misterio de lo que podría llamarse “personalidad racial”. Sus tropas raramente eran numerosas; sus pequeños y abiertos barcos, adecuados para las aguas seguras de sus propias costas, pero de lo más incompatibles con la navegación oceánica; y carecían de mando unificado en su lugar de origen. Su éxito se debió al indómito valor de cada unidad, a una tradición de disciplina que hacía a sus compactos “ejércitos” superiores en cualidades luchadoras y acción a las heterogéneas y defectuosamente organizadas partidas con que los reyes francos e ingleses solían combatirles. Se dice que a menudo ganaron batallas con una retirada fingida, maniobra peligrosa si no se dispone de tropas bien disciplinadas. Hasta que Alfredo reunió una flota para proteger sus costas, fueron los indiscutibles dominadores del mar.
Tuvieron suerte en la época de sus invasiones. Sus embates serios no comenzaron hasta que el imperio de Carlomagno se hubo debilitado desde dentro, y cuando el precepto teutónico del reparto entre los herederos prevalecía sobre el principio de la unidad romana. Al comienzo del período de la regeneración, el espíritu de disciplina que había proporcionado el éxito militar a los Hombres del Norte, les convirtió en una de las grandes fuerzas organizadoras de la baja Edad Media. Por doquier, estos “romanos de la Edad Media” se muestran como organizadores. Tomaron la variopinta materia que se les brindó en la Galia, Inglaterra, Rusia o la Italia meridional, y le imbuyeron vida y actividad. Pero las razas que asimilan no se mantienen; y, para el final del siglo XII, los Hombres del Norte habían concluido su obra en Europa, absorbidos por la población que habían conquistado y dominado.
F.F. URQUHART
Transcrito por Fr. Richard R. Losch.
Traducción:
José Benito Freijanes Martínez.