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Martes, 3 de diciembre de 2024

César Vallejo: Poeta desmesurado

De Enciclopedia Católica

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Del infortunio de la pérdida de Fe: César Vallejo y el dolor del existir

Presentación

El ser humano es la única criatura o «animal metafísico» que tiene la necesidad metafísica, es decir, la necesidad de explicar el mundo en el que vive y tener normas de vida para poder vivir en armonía con sus semejantes, elaborar creencias y vivir de acuerdo a ellas.

Esta necesidad metafísica se satisface a través de la fe que es el elemento básico del pensamiento. Comienza con la conciencia misma y una vez comenzada, desarrolla una tendencia a la conservación. Ahora bien, la fe que necesitamos tener para encausar nuestras vidas, puede estar referida a alguna divinidad o algún ideal; pues, sin ella como descreídos nos hundimos en el más profundo nihilismo que inevitablemente nos llevará a la pérdida de las ganas de seguir viviendo.

César Vallejo, poeta auténtico y «desmesurado» supo de esta necesidad y su palabra fue expresión de un profundo pensar que llegó a los límites más extremos del decir humano. En sus inicios, como devoto judeo-cristiano interpeló a Dios por tanta miseria, desigualdad y sufrimiento que tenía que soportar «este pobre barro pensativo»; y distanciándose de esta divinidad, se entregó en cuerpo y alma, a la nueva fe de la causa marxista o comunista, para construir un nuevo mundo donde el verdadero creador de Dios era el proletariado, y su revolución era el acto fundamental de creación de Dios.

Sin embargo, esta nueva fe, después de su experiencia en la guerra civil española lo ha decepcionado por completo. Está verdaderamente solo, que es la más grande desolación del nihilista contemporáneo. Abandonó al Dios trascendente y se entregó al Dios de la razón: las leyes, el Estado y el partido…; y, éste último le ha fallado y no cabe marcha atrás, pues, en el intento ha quemado todas sus naves, se ha jugado la vida entera; ¡ha perdido la fe!...; y, sin ella los seres humanos no pueden vivir más aún si son sumamente sensibles e inteligentes como lo es todo poeta auténtico y lo fue este vate peruano.

Introducción

César Vallejo (1892-1938) es indudablemente el poeta más representativo de la lengua castellana en el Perú, pero eso no lo hace el poeta nacional [1] ; pues, sus versos y su prosa no expresan el sentir de las mayorías que constituyen nuestro país de raigambre andina.

Sin embargo, su obra escrita que incursiona en todos los géneros –la novela, el cuento, la poesía, el teatro y el periodismo de opinión– es una exhibición de un manejo creativo, eximio y preciso del lenguaje; destacándose nítidamente como poeta. Sus versos, son la expresión de un «poeta inspirado», de ahí que trascienda fronteras convirtiéndose en poeta universal y clásico. Con su pensar y decir, se ha aproximado a lo misterioso e insondable de la vida y la expresión verbal que podamos hacer de la misma.

César Vallejo, es uno de los poetas auténticos –como los llamara Friedrich Nietzsche–, que como los genuinos filósofos se dejan llevar por el impulso hacia la verdad que tan sólo pregunta: «¿Qué es lo verdaderamente valioso de la existencia?» [2]  ; existencia frágil y efímera de comunes mortales.

Y como poeta auténtico, supo de la necesidad metafísica, de la necesidad de creer que sólo experimenta el ser humano; necesidad que satisface la fe que es el elemento básico del pensamiento. Comienza con la conciencia misma y una vez comenzada, desarrolla una tendencia a la conservación.

Ahora bien, la fe que necesitamos tener para encausar nuestras vidas, puede estar referida a alguna divinidad o algún ideal; pues, sin ella como descreídos nos hundimos en el más profundo nihilismo que inevitablemente nos llevará a la pérdida de las ganas de seguir viviendo, como le sucedió a este insigne y «desmesurado» poeta peruano y universal.

Nacimiento del poeta «des-mesurado»

Vallejo, desde sus inicios en Los heraldos negros (1919), se muestra como un poeta pensante, en el que el pensamiento es lo prioritario y su pensar gira en torno a la existencia del ser humano tal como se lo plantearon los poetas trágicos de la Grecia auroral. El poeta peruano al igual que el Edipo de Sófocles, es el buscador de la verdad, el que aspira a conocerse a sí mismo y con su honradez va su ruina: olvidando lo peligroso que resulta ir más allá de los límites de la mesura trazados por los dioses y el destino a los míseros mortales. Mas aún, experimenta el sentimiento trágico pero él está distante de la tragedia, pues ésta no sólo se sentía sino se vivía de manera colectiva; él sólo tiene una «sombría intuición» de lo trágico.

“Vallejo es, sin duda, un poeta difícil porque la clase de experiencia que quería comunicarnos era compleja –sentencia acertadamente José Miguel Oviedo– y se colocaba en los límites mismos de lo que podemos expresar con el lenguaje. En eso consiste parte de su grandeza: en haber querido llegar a donde otros, antes y después de su tiempo, no se atrevieron a explorar con la intensidad, pertinencia y sombría intuición de él” [3] . Por esta razón, a su connatural tristeza [4] y fatalismo confeso [5] , le añadirá la convicción y certeza del sin-sentido del existir, que lo conducirá a sentirse solo, abandonado y acongojado en este mundo de mortales sufrientes. Así el poeta confiesa:

Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma. Yo no sé!

Son pocos; pero son…Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán talvez los potros de bárbaros atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre…Pobre…pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmadas;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé!

Finaliza este libro, quejándose de su suerte ante el creador de lo existente, reclamándole lo mismo pero de distintas maneras como reza el título “Espergesia”[7] :

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,

que soy malo; y no saben,

del Diciembre de ese Enero. Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío

en mi aire metafísico

que nadie ha de palpar:

el claustro de un silencio que habló a flor de fuego.

Yo nací un día que Dios estuvo enfermo…

Todos saben que vivo,

que mastico…Y no saben

por qué en mi verso chirrían,

oscuro sinsabor de féretro,

luyidos vientos

desenroscados de la Esfinge

preguntona del Desierto…

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo, grave.


Palabras profundas de un creyente judeo-cristiano cuestionador y decepcionado que reclama a su creador por su infeliz situación, quedándose con la única posible explicación: «Nací» o mejor dicho, nacimos «un día/ que Dios estuvo enfermo, grave». El poeta-pensador se encamina por esos años al nihilismo y la negación de Dios, sentimiento propio y muy en boga entre los jóvenes citadinos y universitarios de la época. Interpela a Dios, que no sabe del sufrimiento humano –de «este pobre barro pensativo»–, del terrible martirio del abandono del ser amado que experimentan los míseros mortales en esta vida que es tan incierta como un juego de «dados» que de tanto rodar irreversiblemente terminará en la sepultura. Así en “Los dados eternos”, el joven poeta encara a Dios, y desafiante anota:

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;

me pesa haber tomádote tu pan;

pero este pobre barro pensativo

no es costra fermentada en tu costado:

¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío si tú hubieras sido hombre,

hoy supieras ser Dios;

pero tú, que estuviste siempre bien,

no sientes nada de tu creación.

¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos que hay candelas,

como en un condenado,

Dios mío prenderás todas tus velas,

y jugaremos con el viejo dado…

Tal vez, ¡oh jugador! al dar la suerte

del universo todo,

surgirán las orejas de la Muerte,

como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, obscura,

ya no podrás jugar, porque la Tierra

es un dado roído y ya redondo

a fuerza de rodar a la aventura,

que no puede parar sino en un hueco,

en el hueco de inmensa sepultura . [8]


Así el vate provinciano se abre al mundo europeizado como la voz del héroe moderno que ha perdido la fe en Dios y lo que es más terrible, que Dios ha empezado a abandonar el lenguaje mismo; y, encuentra que la vida es trágica –aunque no la pueda vivir como tal, puesto que la tragedia nació y murió entre los griegos–, «un nudo de guerra» –dirá años más tarde en Trilce (1922)–, situado en el mundo como un ser solitario, desarraigado y rechazado.

Años después, ya instalado en París, vivirá temporadas de terribles carencias económicas –como nos informa detalladamente Stephen Hart– y también sus más profundas decepciones que le permitirán poetizar desde la vivencia misma sus más descarnadas reflexiones sobre la condición humana [9]  ; y, sufrirá los más grandes “ahogos” por la falta del «aire metafísico» y sus dudas con respecto a sus sentimientos religiosos.

En sus poemas recogidos y publicados por Georgette de Philippart, su viuda, bajo el nombre escogido por ella y Raúl Porras Barrenechea de Poemas humanos (1939), “Vallejo explora desde dentro de la condición del hombre que sufre –advierte Marco Martos–, no como un poeta que se acerca a los dolientes para tratar de interpretar sus sufrimiento, sino como un hombre que sufre y que tiene el don de la palabra” [10] . Vivirá esos años, tratando de superar “el error innato de creer –como señalara Arthur Schopenhauer– que existimos para ser felices, cuando en realidad la vida es sufrimiento, dolor” [11] . En el poema titulado: “Un hombre pasa con un pan al hombro” , fechado en noviembre de 1937, escribe:

Un hombre pasa con un pan al hombro

¿Voy a escribir, después sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo

¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano

¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño

¿Voy, después, a leer a André Breton?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre

¿Cabra aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras

¿Cómo escribir, después, del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza

¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente

¿Hablar, después de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance

¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda

¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando

¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina

¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos ¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?

Efectivamente, en cada una de las interrogantes que existen en el poema, se recalca lo absurdo y cruel que resulta el existir humano, crueldad que ha llevado hasta la cocina misma el arma letal con la que se matan entre sí los humanos mortales sin respetar ni filiaciones carnales o ideológicas-espirituales.


Nacimiento del poeta militante

César Vallejo llega a Lima y la ciudad no le llama la atención; sin embargo, el vate provinciano queda fascinado de llegar a la Universidad de Lima, la de San Marcos, y alternar con la crema y nata de la élite de Lima, codeándose con gente como los Belaunde, los Gálvez, los Miró Quesada, los Riva Agüero, los Lavalle, entre otros –tal como lo relata en una carta a sus amigos de Trujillo, fechada el 27 de febrero de 1918 y que recoge Stephen Hart–, el poeta exultante afirma: “…Me siento pulcro, claro, nítido, fuerte, enhiesto, olímpico ¡vamos!...ya ven ustedes: hoy he amanecido al otro lado de las cosas. ¡Viva la vida!...Clemente Palma: uno de mis mayores admiradores. Así como suena” [13] . Unos años después en 1923, desde la capital del Perú, el poeta ya autor consagrado, emprenderá su viaje sin retorno a Europa, fuente de todas las ideas e inquietudes que animan a los jóvenes de la élite limeña y peruana de las primeras décadas del siglo XX.

Sin embargo, para entender su recorrido existencial y su evolución intelectual-espiritual, hay que considerar que, la matriz formadora de César Vallejo tanto en lo que se refiere a sus primeros años –en la casa paterna, gozando del cariño del padre y particularmente de la madre–, como la universitaria –alejado del entrañable hogar de aquella infancia feliz–, fue el judeo-cristianismo y su profundo mesianismo, que permite entender no sólo su rebeldía como joven que cuestiona sus convicciones y reclama a su creador por la actual situación de desgracia y sufrimiento de sus hermanos los mortales sino también la búsqueda sincera y honrada, de un nuevo referente o paradigma absoluto para la construcción de un mundo sano y perfecto.

Ahora bien, el judeo-cristianismo de la época, es el de la Europa moderna y globalizadora, que ha venido experimentando severos cambios espirituales como consecuencia de las transformaciones sociales y económicas que se han ido presentando a partir de los siglos XII y XIII, y consolidando después del renacimiento y la postulación de los nuevos íconos productos de la razón, como son la ciencia-técnica y el estado.

Para cuando vive el poeta, muy distante ha quedado el judeo-cristianismo de la Alta Edad Media en la que Job, es sin duda el modelo bíblico en el que la imagen del Homo –viator/ en el camino, y penitens/ penitente– está mejor encarnada. “Esta visión pesimista del hombre, débil, vicioso –recalca Jacques Le Goff–, sufriente, penitente y siempre en viaje por esta tierra y por su vida que son espacios/tiempo efímeros de su destino, donde él camina, según sus elecciones, hacia la vida o hacia la muerte para la eternidad, fue predominante hasta antes de los siglos XII-XIII” [14] . Visión que ha sido reemplazada por una imagen más optimista del hombre, reflejo de la imagen divina capaz de continuar en la tierra la creación y capaz de salvarse; pero esta nueva representación contiene elementos que se le han ido añadiendo a partir del renacimiento en la que el progreso y la salvación ya no es únicamente espiritual-trascendental sino económico-terrenal, como lo continuarían argumentando los filósofos ilustrados, los positivistas y particularmente el marxismo triunfante después de la experiencia de octubre de 1917.

Estos cambios en la matriz judeo-cristiana, formadora del poeta, explicarían su actitud de rebeldía y reclamo al creador por la situación desgraciada, sufriente y desgarradora de los mortales humanos que son triturados en la labor diaria con las máquinas y sometidos a un mundo cada vez más inhumano, donde las relaciones humanas están siendo reemplazadas por el trato entre cosas y mercancías.

Al reclamo airado le sucede el alejamiento y por último la negación del Dios trascendente; pero, no olvida ni abandona su matriz primigenia, va en la búsqueda de un referente o paradigma absoluto, que garantice una sociedad perfecta donde cesen los conflictos y que sea para siempre. El cambio, por cierto no fue nada fácil, y ese fue su gran dilema existencial [15]  ; que no sólo explicaría el silencio de sus últimos años –casi no publicó poesía entre 1922 y 1938, año de su muerte– sino también su grandeza; pues, fue un poeta que nunca se durmió en sus laureles –nos advierte Julio Ortega–, a los que, ya sabemos , prefería asumir como cebollas [16] .

Sin embargo, su dedicación al marxismo se acentúa en Europa hacia el año 1926 y se definió con total nitidez al año siguiente [17] . En esta ideología encuentra la promesa y realización de un nuevo mundo que ya se ha puesto en marcha por la voluntad de los bolcheviques al mando de Trotsky –a quien admira de manera particular– y Lenin, el líder nato de la revolución rusa.

Se inicia así una nueva etapa en su vida, alejado geográficamente de su terruño natural y distante espiritualmente de sus iniciales convicciones. Abraza la causa marxista, comunista y se convierte en un poeta y escritor militante. En 1928, después de su primer viaje a Rusia, redacta, junto con otros políticos y escritores peruanos, una tesis a favor del Partido Comunista Peruano, recién fundado por José Carlos Mariátegui, y propone crear una célula del Partido en París. Al año siguiente, en 1929, emprende su segundo viaje a Rusia –acompañado de su amada Georgette que compartía sus convicciones políticas – quedando deslumbrado de los cambios que se venían operando. En 1931, se inscribe en el Partido Comunista Español y entusiastamente se entrega como poeta y escritor a la nueva causa, compartiendo el sueño –nacido de la razón humana que se ha alejado de toda «participación mística» y se considera ilimitada-todopoderosa– y la pasión de muchos intelectuales de ese tiempo, que consideraban tener una misión sagrada que cumplir; misión que el poeta peruano, intentará realizar en España que vive una guerra civil por razones ideológico-políticas.

A este período pertenecen sus creaciones poéticas como España, aparta de mí este cáliz, y los recogidos con el nombre Poemas humanos, entre los más celebres. Y cuentos como «Paco Yunque»; y, El Tungnsteno, sin duda, la obra narrativa más polémica y controvertida del escritor santiaguino. “Período de gran actividad política, de intensa labor creativa y de gran lucidez ideológica y teórica –resalta el reconocido «vallejista» Antonio González Montes–,…inspirado en el arte socialista,…más universal y permanente que el anterior y responde a una sensibilidad y una visión más profundas y plenas de lo humano y lo social” [19] .

Ahora bien, este cambio de referente o paradigma absoluto no resulta nada extraordinario si tenemos en cuenta que, “el viejo mesianismo y profetismo judíos –nos recuerda Karl Löwith–, que permanecieron inalterados a pesar de dos mil años de historia económica –desde el artesanado hasta la gran industria– y la fe judía en una justicia absoluta, explican la base idealista del materialismo histórico. Bajo la forma de aparentes predicciones científicas, el Manifiesto comunista conserva el inconfundible rasgo de la fe: «la confianza cierta en la llegada de lo que se espera»…, Marx, fue ante todo un judío digno del Antiguo Testamento…” [20] .

Antes de pasar a citar algunos versos de Vallejo que corresponderían a su período de poeta militante, comprometido con la causa comunista, quisiera puntualizar la diferencia abismal que se abre entre el poeta “trágico” moderno y el auténtico trágico de la antigua Grecia auroral.

Ambos, recordemos son poetas auténticos, «des-mesurados» prefiero llamarlos, en tanto han hecho de la poesía un género para pensar, pensar poética y metafóricamente la condición humana, en su efímera, variable y voluble existencia. Y en ambos casos, su pensar y decir ha ido al fondo más insondable y cuanto más profundo más claro del sentido de la vida y de la existencia humana, aunque el antiguo poeta no deja de reconocer que lo hace en un estado de «posesión o inspiración» por parte de lo divino-misterioso; el poeta moderno-contemporáneo esta experiencia la soslaya o la niega y todo lo atribuye a su capacidad racional.

Ahora bien, el poeta trágico griego, no dejó de conmoverse hondamente ante la miseria de la existencia, y así lo demuestra la propia invención de la tragedia, que les pertenece. Desde Homero encontramos ese reconocimiento, “…nada hay sin duda más mísero que el hombre/ de todo cuanto camina y respira sobre la tierra” [21]  ; y le sigue Hesíodo que en la Teogonía sentencia:“…No haber nacido sería lo mejor para el hombre,/ sin haber visto jamás el resplandor del amanecer,/ de haber nacido conviene franquear cuanto antes/ las puertas del Hades y descansar bajo una espesa capa de tierra” [22] . Sófocles en Edipo en Colono lo resume diciendo: “..El no nacer es la suerte que triunfa sobre todas las otras, pero la que más se le acerca es volver cuanto antes allí de donde venimos” [23]  ; y, Eurípides, el más trágico, en Hipólito, afirma: “…La vida de cualquier hombre está colmada de dolor y no hay remedio para sus fatigas” [24] .

¿Qué hacer ante tal designio? Vivir el presente, aceptando tu situación de mortal y alegrarte de esta existencia efímera, que debes vivirla dignamente como humano, procurando la mejor armonía entre los tuyos, evitando la violencia y plenamente conciente que no podrás jamás construir un mundo social perfecto ni menos para siempre. Los trágicos griegos no pensaron desde la desdicha –nos recuerda Friedrich Nietzsche– y angustia sino desde la ventura y la vida feliz y alegre . He aquí el mensaje de «salvación» que trae consigo la religiosidad griega, como lo ha explicado Karl Kerényi, superando así el prejuicio que se tenía creyendo que sólo la religión judeo-cristiana contenía un mensaje de salvación para el infeliz mortal [26] .

El poeta “trágico” moderno-contemporáneo de matriz judeo-cristiano, como es el caso de César Vallejo; primero no aceptó que Dios haya podido dejar que la miseria y el sufrimiento humano vaya en crecimiento, salvo que haya realizado su creación cuando estuvo enfermo, gravemente enfermo. Luego, al abandonar la búsqueda de la salvación trascendental, buscará en el marxismo, la doctrina que permita guiar a los hombres a la conquista de la justicia absoluta e instaurar un mundo social donde reine la paz perpetua; es decir, lograr la salvación de carácter terrenal y la consumación del progreso material. El presente, para este poeta es de infelicidad, de ahí que su pensar y decir nazca de la desventura y la desdicha que se proyecta a un mundo mejor y eterno que se renueve de generación en generación por la solidaridad de todos los hombres comprometidos en la conquista de esta noble causa.

Así se puede entender mejor el sentido de los poemas titulados España, aparta de mí este cáliz, escritos y leídos en medio de la guerra civil que padecieron los españoles por esos años, aunque todos serían publicados póstumamente en 1939, por los soldados republicanos. En esta guerra, donde los comunistas liderando a gran parte del pueblo español, lucharon por derrotar el sufrimiento, la injusticia y el odio que exacerban los amigos del dinero y las ganancias excesivas.

En “Himno a los voluntarios de la República”, que es el que inicia este poemario de su experiencia militante y bélica en España –de acuerdo al análisis de Juan Larrea–, celebra entusiasta y extensamente, la marcha de los milicianos que voluntariamente entregan hasta sus vidas por la defensa de sus derechos e ideales en un conflicto que expresa la agonía a nivel planetario puesto que los problemas de injusticia son semejantes en todo el orbe. El poeta, marcha, celebra y evoca en estos términos a sus camaradas y hermanos de esta nueva “religión” [27]  :

Voluntario de España, miliciano

de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,

cuando marcha a matar con su agonía

mundial, no sé verdaderamente

qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo, aplaudo,

lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo

a mi pecho que acabe, al bien, que venga,

y quiero desgraciarme; ..

Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo, oró de cólera

y soberanamente pleno, circular,

cerró su natalicio con manos electivas;

arrastraban candado ya los déspotas

y en el candado sus bacterias muertas…

Proletario que muere de universo, ¡en qué frenética armonía

acabará tu grandeza, tu miseria, tu vorágine impelente,

tu violencia metódica, tu caos teórico y práctico, tu gana

dantesca, españolísima, de amar aunque sea a traición, a tu enemigo!...

¡Se amarán todos los hombres

y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes

y beberán en nombre

de vuestras gargantas infaustas!...

¡Obrero redentor, redentor nuestro,

perdónanos, hermano, nuestras deudas!

como dice un tambor al redoblar, en sus adagios:

qué jamás tan efímero, tu espalda!

qué siempre tan cambiante tu perfil!...

¡Voluntarios,

por la vida, por los buenos, matad

a la muerte, matad a los malos!

¡Hacedlo por la libertad de todos,

del explotado y el explotador,

por la paz indolora –la sospecho

cuando duermo al pie de mi frente

y más cuando circulo dando voces–

y hacedlo, voy diciendo,

por el analfabeto a quien escribo,

por el genio descalzo y su cordero,

por los camaradas caídos,

sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!.... [28]

Lucha que concluirá con la victoria final cuando todo el pueblo, el «candoroso proletariado», se levante –predice con fervor religioso–, como un gran masa, una poderosa y arrolladora «Masa», como titula a uno de sus más emblemáticos poemas, y termine por crear la nueva humanidad redimida del egoísmo, el dolor y la muerte; entre tanto, el combatiente no debe perder la fe en la victoria final, como lo declaman sus versos:

Al fin de la batalla

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: «No mueras, te amo tanto»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:

«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando: «Tánto amor, y no poder nada contra la muerte!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: «¡Quédate, hermano!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre; echóse andar… [29]

Y, en “España, aparta de mí este cáliz”, se dirige a los niños, al futuro de la humanidad y España como madre universal, que si cae y no se libra de la injusticia habrá tiempo para que los niños del mundo continúen la lucha «cuando crezcan»; así el poeta los invoca:

Niños del mundo,

si cae España -digo, es un decir-

si cae

del cielo abajo su antebrazo que asen,

en cabestro, dos láminas terrestres;

niños. ¡qué edad de las sienes cóncovas!

¡qué temprano en el sol lo que os decía!

¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!

¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

Niños del mundo, está

la madre España con su vientre a cuestas

está nuestra maestra con sus férulas,

está madre y maestra,

cruz y madera, porque os dio la altura, vértigo y división y suma, niños;

Si cae –digo, es un decir– si cae

España, de la tierra para abajo,

niños, ¡cómo vais a cesar de crecer![...]

Niños, […]

si no veis a nadie, si os asustan

los lápices sin punta, si la madre

España cae –digo, es un decir–

salid, niños del mundo: id a buscarla!... [30]

La guerra civil española que desangró a múltiples ciudades ibéricas, tuvo muchos ingredientes: enfrentamientos entre nacionalismos, entre demócratas y comunistas contra fascistas; y las intensas purgas y procesos entre comunistas divididos entre leninistas-estalinistas y trotskistas. La guerra se inició en julio de 1936 y concluyó en abril de 1939, después de la toma de Madrid en marzo de 1937, a manos de las fuerzas fascistas que fueron poco a poco acabando con los focos de resistencia contando con el apoyo de los gobiernos fascistas de Italia y Alemania. España cayó, como lo sospechaba el poeta, su «decir» se hizo realidad, una amarga y frustrante realidad.

Al final del proceso bélico, el General Francisco Franco Bahamonde, impuso un gobierno dictatorial y conservador que permaneció en el poder hasta su muerte acaecida en 1975; el poeta peruano y universal, testigo y miliciano en la lucha tuvo que retirarse a París, después de la toma de Madrid. A la llamada Ciudad Luz, llega este hombre, completamente derrotado, desilusionado y triste.

El poeta desarmado, desilusionado y triste

Los versos del poema XIV de España, aparta de mí este cáliz, fechados probablemente en octubre de 1937, describen a España luchando contra ella misma, viviendo enfrentamientos fratricidas entre miembros de credos religiosos afines o partidarios de las mismas ideologías, particularmente entre comunistas divididos por esos años entre leninistas-estalinistas y trotskistas. Sentencia el poeta:

¡Cuídate, España de tu propia España!

¡Cuídate de la hoz sin el martillo,

cuídate del martillo sin la hoz!

¡Cuídate de la víctima apesar suyo,

del verdugo apesar suyo

y del indiferente a pesar suyo!

¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,

negárate tres veces,

del que te negó, después, tres veces!

¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,

y de las tibias sin las calaveras!

¡Cuídate de los nuevos poderosos

¡Cuídate del que come tus cadáveres,

del que devora muertos a tus vivos!

¡Cuídate del leal ciento por ciento!

¡Cuídate del cielo más acá del aire

y cuídate del aire más allá del cielo!

¡Cuídate de los que te aman!

¡Cuídate de tus héroes!

¡Cuídate de tus muertos!

¡Cuídate de la República!

¡Cuídate del futuro!.. .[31]

Qué profunda desazón, desconfianza, desengaño y tristeza encierran cada uno de estos versos, fechados el 10 de octubre de 1937, casi a veinte años del triunfo de la revolución rusa. La hoz y el martillo enfrentados, el obrero y el campesino odiándose mutuamente, y los jefes comunistas, los famosos comisarios son los «nuevos poderosos» de los que recomienda que hay que cuidarse; y, sigue recomendando, cada vez con mayor énfasis, cual gritos desgarradores diversos cuidados, pero el más conmovedor es el último, que reza así: «¡Cuídate del futuro!...»

¿Qué fue de la esperanza en el mañana y la alegría de luchar solidariamente por un futuro mejor? ¡Todo se ha venido abajo ante sus ojos, él ha visto y escuchado esas persecuciones y enfrentamientos entre comunistas que resultaban ser más fieras que contra el enemigo fascista! César Vallejo, poeta auténtico, dotado de palabra para expresar los sentimientos más sensibles y profundos del alma humana, no soportó tamaña desilusión. Otros de su generación como George Orwell o Arthur Koestler, también experimentaran este profundo desengaño, pero encontraron formas expresivas para tratar de resarcir tremenda depresión . Sin embargo, el poeta peruano, que ya bastantes sufrimientos tenía acumulados y guardados a lo largo de su corta existencia pero muy triste, no soporto más… [33]

Llegado a París se reúne con su esposa Georgette, pero su compañía sumamente difícil –«…ella, objetivamente es un problema terrible –le confiesa a su amigo Juan Larrea–. Sudo a chorros con ella. O me salvo, salvándola, o me salvo sin ella… ¡Joder!¡Estoy caliente contra mí mismo!» [34]; y elocuente resulta el testimonio de Mario Vargas Llosa quien narra que, «...ella, era menuda y filiforme como un faquir y de carácter temible…La amistad con ella era dificilísima, como atravesar un campo de brasas ardientes, pues la cosa más nimia e inesperada podía ofenderla y desencadenar sus iras» [35]– le amarga más el sorbo diario del cáliz de la insoportable existencia que tiene que sufrir y sobrellevar. Está verdaderamente solo, que es la más grande desolación del nihilista contemporáneo. Abandonó al Dios trascendente y se entregó al Dios de la razón: las leyes, el Estado y el partido…; y, éste último le ha fallado y no cabe marcha atrás, pues, en el intento ha quemado todas sus naves, se ha jugado la vida entera; ¡ha perdido la fe!...

Nada en este mundo lo ata –bienes materiales no posee y nunca los ha buscado; y, los hijos que Georgette le pudo haber dado perecieron por aborto que él exigió; pues, como le admitiera a su amigo Domingo Córdoba: «…Bien sabes que un hijo complicaría tremendamente mi vida y que a Georgette no la cambia ni el diablo…¿Yo padre de familia? ¡Nunca, ni pensarlo! ¡Yo soy solo y moriré sin dejar rezagos humanos de mi existencia!» [36] – y sólo dejará sus escritos, celosamente guardados y sin precisar fechas de redacción.

Así podemos leer este otro poema que se titula: “Despedida recordando un adiós”, fechado probablemente el 12 de octubre de 1937, en el que como poeta –pues, la poesía no está hecha para entenderla: basta con presentirla…, la poesía es un viaje intuitivo – se despide mediante un mensaje críptico del profundo malestar que lo embarga; he ahí la clave para interpretar y comentar los siguientes versos:


Al cabo, al fin, por último,

tomo, volví y acábome y os gimo, dándoos

la llave, mi sombrero, esta cartita para todos.

Al cabo de la llave está el metal en que aprendiéramos

a desdorar el oro, y está, al fin

de mi sombrero, este pobre cerebro mal peinado,

y, último vaso de humo, en su papel dramático,

yace este sueño práctico del alma.

¡Adiós, hermanos san pedros,

heráclitos, erasmos, espinosas!

¡Adiós tristes obispos bolcheviques!

¡Adiós, gobernadores en desorden!

¡Adiós, vino que está en el agua como vino!

¡Adiós alcohol que está en la lluvia!

¡Adiós también me digo a mí mismo,

adiós, vuelo formal de los miligramos!

¡También adiós, de modo idéntico,

frío del frío y frío del calor!

Al cabo, al fin, por último, la lógica,

los linderos del fuego,

la despedida recordando aquel adiós .


Así, mes a mes va decayendo, para marzo de 1938, el poeta le escribe una carta a su amigo Luis José de Orbegozo –según nos informa Stephen Hart en su detallada biografía del poeta–, en la que le comenta que está muy débil y padece un terrible surmenage, está postrado en cama, necesitando una larga curación y dinero para afrontarla, cuestión última que no tiene lo cual aumenta más su desolación . A inicios de abril, su salud se agrava, se le presenta un persistente hipo que le impide la respiración. “El eminente especialista Dr. Lemiére fue llamado el 7 de abril –nos relata el citado biógrafo–, y tras efectuar algunos exámenes declaró: «Todos los órganos están perfectos. Yo veo que este hombre se muere, pero no sé de qué” [40] . Está muriendo de desasosiego –me permito afirmar–, la grieta aquella por la que se infiltró la pena, una profunda desolación y depresión, que terminaron con sus pocas ganas de vivir [41] .

La mañana del 15 de abril de 1938 –Viernes santo–, César Vallejo falleció, tal como lo había anunciado en unos versos tiempo atrás; aunque no fue jueves ni de tarde y en aguacero…¿una lluvia que tenía alcohol?...ya no importa, pues, no necesita disipar alguna pena…todo está consumado…para siempre.

Fernando Muñoz Cabrejo

Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

Notas

[1] Tal como sostiene Miguel Ángel Huamán en Vallejo dice hoy. Editorial Cátedra Vallejo. Lima, 2014. p.55.

[2]Vid. La filosofía en la época trágica de los griegos. Valdemar Editores. Madrid, 1999. p.39.

[3] Vid. César Vallejo. Antología poética. Prólogo. Alianza Editorial. Madrid, 2013. p.12.

[4] Conviene tomar en cuenta la impresión que le causó al adolescente Ciro Alegría el joven profesor César Vallejo –tal como lo recuerda en sus memorias, Mucha suerte con harto palo–: “…De todo su ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto a un hombre que pareciera tan triste…, había algo profundamente desgarrado en aquel hombre que yo no entendí sino sentí con toda mi despierta y alerta sensibilidad de niño…Volviendo a examinar los rasgos de mi profesor, lo encontré parecido a Cayetano Oruna, peón de nuestra hacienda a quien llamábamos Cayo…Así fue como encontré a César Vallejo y así como lo vi, tal si fuera por primera vez…Cuando recuerdo aquella ocasión, me parece verlo arrodillado con la mirada, sufriendo, por el niño y él y todos los hombres”.(Véase: “El Vallejo que conoció Alegría”. En: “Hildebrant en sus trece”. Lima, 3 de mayo, 2013).

[5] Cf. César Vallejo. Correspondencia completa. Pre-Textos. Madrid, 2011. pp. 128-129.

[6] Vid. “Los Heraldos negros” En Poemas Completos. Ediciones Copé. Lima, 2005. p.73.

[7] Vid. Ob. cit. p.160.

[8] Vid. Ob. cit. p.145.

[9] Cf. César Vallejo. Una biografía literaria. Editorial Cátedra Vallejo. Lima, 2014. pp.175-204.

[10] Vid. Poéticas de César Vallejo. Editorial Cátedra Vallejo. Lima, 2014. p. 26

[11] Vid. El mundo como voluntad y representación. t.II. Madrid. FCE/ Club de Lectores, 2003. pp.616-617.

[12]Vid. Ob. cit. pp.390-391.

[13] Vid. Ob. cit. p.85.

[14] Vid. El hombre medieval. Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1999. p.78.

[15] Por esos años escribe con frecuencia a su amigo Pablo Abril de Vivero, unas cartas que confirman su fatalismo y dudas existenciales. Así por ejemplo, en la misiva del 19 de octubre de 1924 le revela: “… Algún día podré morirme, en el transcurso de la azarosa vida que me ha tocado llevar, y entonces, como ahora, me veré solo, huérfano, de todo aliento familiar y hasta de todo amor. Pero mi suerte está echada. Estaba escrito. Soy fatalista. Creo que todo está escrito”. Y meses después, en carta del 5 de julio de 1925, le confiesa que, “…me acabo de consultar con un médico, en forma detenida…y que la causa de mi mala salud proviene de mi miseria, que sobrellevo hace dos años,…Mi vida va pasando así, y ella sigue esterilizándose más y más, para toda labor. Ni yo saco nada de ella, ni nadie. Mi vida no sirve ni a mí, ni a nadie. Este remordimiento se hace cada día más tormentoso y obsesionante”. (Vid. César Vallejo. Correspondencia completa. Pre-Textos. Madrid, 2011. pp. 128-129 & 145).

[16] Cf. César Vallejo. La escritura del devenir. Santillana, S. A. Lima, 2014. p. 59.

[17] Aunque todavía no logra superar su confeso fatalismo, pues, siempre contando con su fiel amigo y “bombero financiero” Pablo Abril de Vivero, le escribe desde París el 12 de setiembre de 1927, “…Hasta ahora vivo sumido en un paréntesis provisorio, a las puertas siempre de otro género de existencia, que, como repito, no llega nunca…Y así han transcurrido cinco años en París…Ya no es posible postergar por más tiempo esta engañosa situación. Empiezo a preferir la miseria definitiva, antes que sostenerme en tan equívoca y temblorosa inseguridad del porvenir. Empiezo a resignarme. Empiezo a reconocer en la suma miseria mi vía auténtica y única de existencia. Me parece que yerro, al buscar la seguridad económica o, al menos, el pan a su hora y el agua a su hora. Yo he nacido para pobre de solemnidad y cuanto haga yo en contra será, como lo ha sido hasta ahora, estéril. Me parece que esto no es literatura, puesto que parte de la realidad y apunto a la realidad”. (Vid. Ob. cit. p. 224).

[18] Resulta muy interesante tener en cuenta las palabras de Georgette, quien afirma: “Entre Vallejo y yo, tácito era el acuerdo: no se pronunciaba nunca la palabra felicidad, personal o conyugal; vivíamos por y para la revolución mundial. Es para tal inepcia que Vallejo habrá aniquilado tan anónimamente su vida y que, por mi parte –disculpen– he visto pasar toda mi existencia, de todo despojada y sin una hora propia”. ( Vid. Allá ellos, allá ellos, allá ellos! Lima, 1978. pp. 45-46).

[19] Vid. Introducción a la narrativa de Vallejo. Editorial Cátedra Vallejo. Lima, 2014. pp.49-50.

[20]Vid. Historia del mundo y salvación. Katz Editores. Buenos Aires, 2007. pp.61-62.

[21] Vid. Ilíada. XVII, 446. Club de Lectores. Madrid, 1995.

[22]Vid. Ob. cit. 560-562. En Obras y fragmentos. Editorial Gredos, S. A. Madrid, 1983.

[23] Vid. Ob. cit. 1225. En Obras Completas. Cátedra, S. A. Madrid, 2008.

[24] Vid. Ob. cit. 189. UNAM. México, 1998.

[25] Cf. La filosofía en la época trágica de los griegos. Valdemar Editores. Madrid, 199. pp.38-39.

[26] Cf. La religión antigua. Herder, S. A. Madrid, 1999. pp. 197-198.

[27] No olvidemos que el triunfo de Lenin en Rusia, lugar que visitó César Vallejo en dos oportunidades, y que le inspiraron escritos como Rusia en 1931 y El arte y la revolución; significó que la nueva fe y religión impuesta por los bolcheviques traería consigo el nacimiento de un nuevo hombre. “Los viejos mitos habían caído –advierte Leszek Kolakowski–, pero los hombres buscaban aún un significado a la vida; el socialismo abría brillantes perspectivas y era capaz de inspirar sentimientos de unidad y entusiasmo que merecían ser llamados religiosos. Marx no sólo fue un hombre académico, sino también un profeta religioso. En la religión socialista Dios era sustituido por la humanidad, una creación superior en la que el individuo podía hallar por fin un objeto de amor y culto; de esta forma podía trascender a su insignificante yo y experimentar el gozo de sacrificar su propio interés para el infinito aumento del ser colectivo. la identificación efectiva del hombre con la humanidad le liberaría del temor del sufrimiento y a la muerte, restauraría su dignidad y fuerza espiritual, y reforzaría sus facultades creativas. La nueva fe era una premonición de la gran armonía del futuro: la moralidad individualidad sería anulada por la moralidad colectiva, adquiriendo así sentido las acciones humanas. El verdadero creador de Dios era el proletariado, y su revolución era el acto fundamental de creación de Dios”. (Vid. Las principales corrientes del marxismo. t.II. Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1982. p. 438).

[28] Vid. Ob. cit. pp. 423-428.

[29] Vid. Ob. cit.. p. 450.

[30] Vid. Ob. cit.. pp. 454-455.

[31] Vid. Ob. cit. p.453.

[32] Arthur Koestler (1905-1983), era un judío nacido en Hungría, que había escrito parte de su obra en alemán y vivido de cerca los acontecimientos más importantes de la época contemporánea y en los que se involucró activamente; pues, pasó del sionismo agresivo a las creencias parasicológicas, del comunismo más dogmático y consecuente al anticomunismo feroz, de la fe en la república española a la lucha por el derecho a la eutanasia. Fue un apasionado y a la vez inconforme de toda causa o creencia que abrazara, propendía ardorosamente hacia la disidencia. Tuvo muchos conflictos y abandonos en su vida, pero, la deserción que lo hizo célebre fue la del Partido Comunista, al que se había afiliado en Alemania, a principios de 1931, y del que se apartó siete años más tarde, después de haber sido militante y agente del Komintern, a tiempo completo, disgustado y decepcionado por los pleitos entre leninistas-estalinistas y trotskistas. “Era una fe poderosa –comenta de esos años juveniles y militantes–, y su pérdida un empobrecimiento para siempre. La mayoría de mis camaradas se sentían impulsados por las mismas ideas; por lo menos durante sus primeros pasos en su carrera partidaria, la visión prometeica dominaba la tendencia destructiva…Nunca antes ni después fue la vida tan plena de significado como en aquellos siete años. Tuvieron la grandeza de un hermoso error por encima de la podrida verdad…En fin, la mentalidad de una persona que vive dentro de un sistema cerrado de pensamiento, ya sea del comunismo u otro, puede resumirse en una sola formula: Puede probar todo lo que cree, y cree todo lo que cree, y cree todo lo que puede probar. El sistema cerrado agudiza las facultades mentales…, produce un tipo de inteligencia escolástica, talmúdica, minuciosa, que no le ofrece ninguna protección cuando quiere cometer las más toscas imbecilidades. La gente de este tipo se encuentra notablemente a menudo entre los intelectuales. Me gusta llamarlos los «ingeniosos imbéciles», expresión que no considero ofensiva, ya que yo fui uno de ellos”.(Vid. Autobiografía. 2. El camino hacia Marx. Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1974. pp. 120, 124 y 129). Al abandonar el partido, su labor literaria comenzó y con mucho éxito, pareciera como él mismo reconoció que, su militancia y su fe ciega habían ocasionado un efecto paralizador sobre sus cualidades creativas. Fue durante la segunda guerra mundial en 1940 cuando publicó los dos relatos más importantes de su vida como literato: Espartaco. La rebelión de los gladiadores, y El cero y el infinito. Esta obra, no sólo le dio fama y reconocimiento literario sino que le sirvió para “desintoxicarse” del marxismo, exponiendo la vida del camarada Rubashov, que era interrogado, procesado y obligado a aceptar su culpa para salvar la revolución y al Partido; de manera muy semejante a los procesos y ejecuciones que se realizaron entre agosto de 1936 y marzo de 1938 en Moscú contra viejos bolcheviques como Bujarin, Kámenev, Zinóviev, entre otros. “…el Partido no puede equivocarse nunca –advierte Koestler en labios de uno de sus personajes–, es la encarnación de la idea revolucionaria en la historia, y la historia no sabe de escrúpulos ni de vacilaciones…La historia conoce su destino y nunca se equivoca, y el que no tiene absoluta fe en la historia no pertenece al Partido” (Vid. Ob. cit. Emecé Editores, S.A. Buenos Aires, 1960. p.40). El viejo bolchevique termina aceptando todos los métodos y el Estado que él mismo había ayudado a crear. Ahora bien, en estas reflexiones éticas y políticas se pareció mucho a otros de su generación como André Malraux, George Orwell, Albert Camus; pero, los superó a todos en conocimientos científicos. En los años cincuenta, Koestler anunció que se desinteresaba de los asuntos políticos y se entregó a los asuntos científicos. Su educación inicial en ciencias en la Universidad de Viena le permitió moverse con desenvoltura en el complejo escenario de las grandes transformaciones de la física, la biología, la química, la astronomía y las matemáticas. La parapsicología, también llamó su atención. De esa etapa sobresalen sus escritos: Los sonámbulos (1959), El espíritu de la máquina (1968), Las raíces del azar (1974), El desafío del azar (1975), Jano (1981). En todos ellos, su perspicaz inteligencia le permitió realizar reflexiones críticas muy agudas en las que destaca la limitación humana para dar cuenta de lo misterioso que resulta todo lo existente. Advirtió también de lo peligroso que resulta cuando intelectos superiores como los de Platón y Aristóteles, esbozan explicaciones o teorías equivocadas; por ejemplo en el campo de la astronomía, y logran persuadir a otros que esa es la verdad. Estas dos mentes gemelas, con sus errores detuvieron por milenio y medio el desarrollo científico, particularmente en astronomía. “Sabemos que todo esto ocurrió –sentencia el analista y divulgador científico–; sí conociéramos exactamente por qué sucedió, probablemente dispondríamos del remedio para las dolencias de nuestro tiempo..”. (Vid. Los sonámbulos. t. I. Salvat Editores, Barcelona, 1986. p.31). En marzo de 1983, el borrascoso, alcohólico, mujeriego y genial Koestler se suicidó junto a su tercera esposa, Cynthia Jefferies. El escritor tenía setenta y siete años y sufría la enfermedad de Parkirson que se había visto agravada por una leucemia linfática crónica en fase terminal. La decisión no sorprendió a nadie, ya que había pasado los últimos años de su vida defendiendo la eutanasia a través de Exit, una organización que afirmaba el derecho a la muerte voluntaria. George Orwell (1903-1950), seudónimo de Eric Blair, nació en la India y se educó en Inglaterra. En su turbulenta existencia fue sucesivamente policía, librero, maestro de escuela y periodista y viajó por todo el mundo. Como muchos jóvenes de su generación, abrazó la causa comunista que lo llevó a participar como miliciano en la guerra civil española entre los partidarios de orientación trotskistas del POUM; experiencia que lo decepcionará de los ideales marxistas como lo expondrá en Mi guerra civil española (1939). Sin embargo, su reconocimiento como escritor lo logrará con sus escritos publicados después de la segunda guerra mundial, Rebelión en la granja (1945) y 1984 y Cazando un elefante (1949). En la primera, describe alegóricamente la corrupción de los ideales socialistas de la revolución rusa, por esos años conducida por Stalin. La trama es la siguiente: Los animales de la llamada «Granja Manor», propiedad del señor Jones y administrada por él, se sublevan victoriosamente contra sus dueños humanos y pasa a llamarse «Granja Animal», que incluso se hace más próspera que cuando la manejaban los humanos; pero, pronto surgen las rencillas entre los cerdos, que se habían autoerigido como líderes por su inteligencia, quienes empiezan a abusar de su poder y manipulan los mandamientos –siete se habían dictado– en su favor. Snowball y Napoleón, los dos cerdos líderes se enfrentan duramente hasta que Napoleón lanza sus perros contra el otro líder al que obliga a emprender la huída, para siempre. Napoleón, dueño absoluto, impone un orden que solo favorece a los cerdos que se comportaban de manera más abusiva que los humanos, sin poder hacer ningún reclamo. Dictadura que se consagra cuando los animales preguntan al burro Benjamín –uno de los pocos que sabe leer– sobre cuál es el único mandamiento que queda escrito y vigente. La respuesta es que el séptimo, convenientemente modificado por los cerdos, que dice así: Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros. Al final, por decisión de Napoleón, la granja recupera su nombre inicial, «Granja Manor» y sus directivos celebran el acontecimiento brindando con los humanos ahí presentes. “No había duda de la transformación –escribe George Orwell– ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro”. (Vid. Ob. cit. Ediciones Destino. Barcelona, 1978. p. 181). Y en 1984, su última novela y que marca el punto culminante de su talento de escritor; nos presenta al mundo del futuro dividido en tres grandes estados totalitarios. El protagonista. Winston Smith, aparece como símbolo de la rebelión contra le monstruoso “Gran Hermano”, que quiere controlarlo todo, interviniendo incluso en las esferas más íntimas de los sentimientos humanos. Mutatis mutandis, y salvando las distancias, hoy en día, muchos de los que no quieren reconocer el fracaso e inviabilidad de poner en práctica los “sueños de la razón” marxistas, optan por anquilosarse en sus creencias dogmáticas; y, otros, llegan hasta maldecir toda utopía; así, por ejemplo, “…la utopía cristiana empezó con un hombre excepcional –afirma el talentoso y bien informado César Hildebrandt– que expulsaba a los mercaderes de los templos pero terminó con los golpes de pecho del Opus Dei…La utopía comunista empezó con otro judío genial descubriendo el robo del salario y el secreto de la plusvalía y terminó en los juicios de Moscú dictados por Stalin: purgas de escalofrío donde se mataba en nombre del partido… El maoísmo utópico de las cuevas de Yenán terminó con las revelaciones del Dr. Li, el médico de Mao…, el líder tumbaba campesinas jovencitas…y Mao estaba convencido que estas niñas le transfundían vitalidad.. Odio las utopías. Odio cada vez más, las grandes palabras y las enormes mentiras que tras ellas se esconden. El hombre no es la utopía de la creación. Y ni siquiera, de pronto, su comienzo. Tal vez todo esto es sólo un experimento fallido y quizá seamos la utopía de un dios idiota”. (Véase: “Maldiciendo utopías”. En: “Hildebrant en sus trece”. Lima, 25 de abril de 2014).

[33] A este respecto, es conveniente no dejar de considerar que la tristeza, es el sentimiento más difundido entre los peruanos –quizás por tantos abusos, engaños, fracasos y derrotas acumuladas a lo largo de nuestra historia–; y, él como poeta, debió sentirlo en mayor medida, profundamente. Marco Aurelio Denegri, hace poco nos ha recordado, disertando sobre la primacía de la tristeza entre los peruanos que, “… en nuestro idioma, hay veintisiete vocablos que se refieren a la tristeza, pero apenas hay diez referentes a la alegría. Y, en el Perú, la tristeza es un vocablo muy presente en el uso diario; Pablo Macera ha dicho que en el Perú lo normal es sentirse mal y que la salud es una forma de adaptación incorrecta. «Quien se siente feliz en el Perú –afirma Macera– es un miserable; ni siquiera un tonto»…Federico More decía que aquí en el Perú, para llevar talento se necesita permiso, como para portar armas. Y dígase lo propio de la alegría. Aquí el talento y la alegría, y con cuanto mayor razón la felicidad y naturalmente el placer, causan recelo y rechazo. Quienes lo nieguen, revelan con su negativa que confunden lastimosamente lo espurio con lo auténtico”. (Véase: “Primacía de la tristeza”. En :“El Comercio”. Lima, 25 de agosto, 2014). Tristeza que padecemos y no nos abandonará quién sabe por cuánto tiempo; pues, en las dos últimas décadas hemos crecido económicamente –en el rubro de las exportaciones, construcciones de viviendas o departamentos y demás actividades económicas–, pero, no construimos un país y menos una nación. José Matos Mar –uno de los gurúes sociales de nuestra colectividad, a propósito de una nueva edición en el 2010 de su Desborde popular y crisis del estado, publicado en 1984– afirma equivocadamente que, “…El otro Perú al inicio de este siglo XXI, está en buen camino al haber logrado cambiar el rostro tradicional y criollo de la gran Lima dando fin a discriminaciones y prejuicios, acabando con mitos y categorías sociales, y haber contribuido a forjar una sociedad nacional andina que, con un buen gobierno y cambios estructurales, puede convertirse en un país emergente; pasar del crecimiento al desarrollo”. (Vid. Ob. cit. pp. 10-11. Empresa Editora El Comercio. Lima, 2010). Esta falta de cohesión como colectivo humano lo constatan estudiosos de la sociedad peruana contemporánea; convocados para conversar sobre la crisis de la institucionalidad en el país, afirmaron: “…esta crisis se encuentra en la ausencia de un proyecto colectivo –señala Germán Alarco, economista de la Universidad Pacífico–; …El Estado nunca ha sido un Estado nacional sino de unos cuantos que se benefician. Creo que si seguimos en esta misma dirección podríamos llegar a un punto en el cual el despelote o el desgobierno, como quieran llamarlo, amenazarán lo formal –anota el sociólogo Francisco Durand–; y, Gonzalo Portocarrero –sociólogo de la ex-PUCP–, concluye que, …la ley no tiene vigencia en nuestro país. Y no tiene vigencia porque no hay Estado y no hay nación. Al otro lo sentimos como un extraño, alguien que podemos engañar y cuyos derechos podemos atropellar porque no nos corresponde respetarlo…No hay nada que indique que el Perú sea una sociedad de ciudadanos. Estamos en una suerte de tierra de nadie. Nadie quiere ser el siervo, el cholito de nadie, pero tampoco nadie asume lo que son sus deberes y derechos…Son personajes exitosos pero inmorales”. (Véase: “El Perú no es una sociedad de ciudadanos-Conversatorio”. En: “Hildebrant en sus trece”. Lima, 23 de mayo, 2014). En medio de esta catastrófica situación, indignan los “estudiosos” y “analistas filosóficos y sociales”, tratando de explicar todos estos fenómenos desde la más hipócrita identificación y compasión social. Esta grave situación se percibe con más claridad si nos fijamos en los resultados del último proceso electoral del 5 de octubre de 2014, lejos de poder llamarse, como les gusta decir a algunos analistas políticos, una “fiesta democrática”, parecería ser un velorio, son para deprimirse; pues, se ha profundizado la fragmentación política del país; y, muchos de los candidatos con antecedentes cuestionables, consiguieron el puesto público al que postulaban o están cerca de hacerlo ya que lograron pasar a una segunda vuelta. Entre nosotros se ha instalado un ambiente de impunidad y una preocupante mentalidad de elegir a la autoridad que sea eficaz «aunque robe». Lo cual resulta, “la resignación degenerada. Es una manera ruin de ser estoico –anota indignado el periodista César Hildebrant–, una vertiente de la involución…; mentalidad fruto no de la casualidad sino hereditaria…”. (Véase: “Éxito del robo”. En: “Hildebrant en sus trece”. Lima, 3 de octubre, 2014). Y el “legado” estaría en la historia, en los múltiples casos de corrupción administrativa y estatal que vienen desde las postrimerías del período colonial, pasando por el del guano y el salitre hasta nuestros días, como lo ha descrito y analizado con detalle Alfonso Quiroz en su Historia de la corrupción en el Perú, aparecida en mayo de 2013. Ancestral mala costumbre que se ha agravado en los últimos años por la llamada “cultura chicha o combi”, donde todo ha sido confundido y se realiza con peculiar violencia; y, lo más preocupante, hasta con cierta tolerancia, pues, existe identificación con la corrupción de manera transversal. “¿Significa que nuestra sociedad –se interroga el psicoanalista Jorge Bruce– es intrínsicamente psicopática? La psicopatía se caracteriza por la ausencia de empatía afectiva (el psicópata sí posee empatía cognitiva: sabe lo que sientes pero no puede ni quiere sentirlo), carencia de escrúpulos, escaso sentimiento de culpa y un pragmatismo que hace de los otros meros peldaños para su ascenso personal”. (Véase:“Una cultura psicopática”. En “La República”. Lima, 9 de octubre de 2014). Tenemos, pues, una lamentable situación que hará perdurar y ahondar nuestra legendaria tristeza. Quizá mi diagnóstico sea pesimista; sin embargo, no olvidemos que un pesimista no es más que un optimista bien informado.

[34] Vid. Hart, Stephen. Ob. cit. pp, 221-222.

[35] Vid. El pez en el agua. Memorias. Editorial Seix Barral, S.A. Barcelona, 1993. pp. 456-457.

[36] Vid. Hart, Stephen. Ob. cit. pp. 220-221

[37]Cf. “Refugio”. En: “Hildebrant en sus trece”. Lima, 17 de octubre, 2014.

[38] Vid. Ob. cit. p.368.

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