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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Clemente V, Papa

De Enciclopedia Católica

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(BERTRAND DE GOT.)

Nacido en Villandraut en Gascoña, Francia en 1264; muerto en Roquemaure el 20 de abril de 1314. Fue elegido el 5 de Junio de 1305, en Perugia, como sucesor de Benedicto XI, luego de un cónclave de once meses, cuya extensa duración se debió a las facciones francesas e italianas entre los cardenales. Diez de los quince cardenales votantes (en su mayoría italianos) lo eligieron. El relato de Giovanni Villani (Hist. Florent. VIII, 80, in Muratori, SS. RR. Ital., XIII, 417; cf. Raynald, Ann. Eccl., 1305, 2-4) sobre una decisiva influencia de Felipe el Hermoso, y la conferencia secreta del nuevo papa con él, y abyectas concesiones a ese rey en el bosque de Saint-Jean-d’Angély, carece de valor histórico; por otra parte, los cardenales deseaban complacer al poderoso rey de Francia a quien el difunto Benedicto XI se había visto obligado a apaciguar con notables concesiones, y no es improbable que el rey y el futuro papa hayan llegado a tal clase de entendimiento. Como Arzobispo de Bordeaux, Bertrand de Got era realmente súbdito del Rey de Inglaterra, pero desde la temprana juventud había sido amigo personal de Felipe el Hermoso. No obstante, había permanecido fiel a Bonifacio VIII. El nuevo papa venía de una distinguida familia. Un hermano mayor había sido Arzobispo de Lyons, y muerto (1297) como Cardenal-Obispo de Albano y legado papal en Francia. Bertrand estudió artes en Toulouse y derecho canónico y civil en Orléans y Bolonia. Había sido sucesivamente canon en Bordeaux, vicario general del Arzobispo de Lyons (su hermano mencionado), capellán papal, Obispo de Comminges bajo Bonifacio VIII, y finalmente Arzobispo de Bordeaux, entonces un cargo difícil debido al persistente conflicto entre Inglaterra y Francia por la posesión de Normandía. Los cardenales le suplicaron encarecidamente venir a Perugia y de ahí ir a Roma para su coronación, pero él les ordenó viajar a Lyons, donde fue coronado (14 de noviembre de 1305) con gran pompa en presencia de Felipe el Hermoso. Durante la procesión pública acostumbrada, el papa fue arrojado de su caballo por un muro que se derrumbó; uno de sus hermanos fue muerto en aquella ocasión, también el anciano Cardenal Matteo Orsini quien había tomado parte en doce cónclaves y había conocido trece papas. La joya más preciosa de la tiara papal (un rubí) se perdió ese día, incidente interpretado proféticamente por historiadores alemanes e italianos, y el día siguiente otro hermano fue asesinado en una riña entre sirvientes del nuevo papa y criados de los cardenales. Por algún tiempo (1305-1309), el Papa Clemente residió en diferentes lugares en Francia (Bordeaux, Poitiers, Toulouse), pero finalmente ocupó su residencia en Avignon, entonces feudo de Nápoles, aunque dentro del Condado de Venaissin que desde 1228 reconoció al papa como soberano (en 1348 Clemente VI compró Avignon por 80.000 gulden de oro a Joanna de Nápoles). Un gran cariño por su nativa Francia y un miedo igualmente influyente de las condiciones cuasi-anárquicas de Italia, y en particular de los Estados de la Iglesia y la ciudad de Roma, lo llevaron a esta fatídica decisión, a través de la cual se expuso a la dominación de un gobernante civil (Felipe el Hermoso), cuyos objetivos inmediatos eran una monarquía francesa universal y la humillación solemne del papa Bonifacio VIII en represalia por la valerosa resistencia de éste a la astucia, violencia y usurpaciones de Felipe (Hergenröther).

ESTADOS DE LA IGLESIA

El gobierno de los Estados de la Iglesia fue confiado por Clemente a una comisión de tres cardenales, mientras en Espoleto su propio hermano, Arnaud Garsias de Got, ocupaba el puesto de vicario papal. Giacomo degli Stefaneschi, un senador y jefe popular, gobernaba dentro de la ciudad en una forma permisiva y personal. La confusión y la anarquía eran frecuentes, debido al implacable odio mutuo entre los Colonna y los Orsini, la tradicional turbulencia de los romanos, y los conflictos airados frecuentes entre el pueblo y los nobles, condiciones que habían venido empeorando a través del siglo trece y finalmente habían conducido incluso a los papas italianos a fortalezas exteriores tales como Viterbo, Anagni, Orvieto, y Perugia. Ninguna ilustración más gráfica de las condiciones locales en Roma y en el Patrimonio de Pedro podría pedirse que la descripción de Nicolás de Butrinto, el historiógrafo del emperador Enrique VII, en su fatídica expedición romana de 1312 [ver Von Raumont, Geschichte der Stat Rom, Berlin, 1867, II(1), 745-65]. Entre los infortunados eventos romanos del reinado del papa Clemente estuvo la conflagración del 6 de mayo de 1308, que destruyó la iglesia de San Juan de Letrán, pronto reconstruida, sin embargo, por los romanos con la ayuda del papa. Clemente no vaciló en poner a prueba las conclusiones de la guerra con el estado italiano de Venecia que se había aprovechado injustamente de Ferrara, un feudo del Patrimonio de Pedro. Cuando la excomunión, interdicción, y una prohibición general de todas las relaciones comerciales fracasaron, él proscribió a los venecianos, y provocó que se predicara una cruzada contra ellos; finalmente su legado, Cardenal Pélagrue, derrocó en una tremenda batalla a los arrogantes agresores (28 de Agosto de 1309). El vicariato papal de Ferrara fue entonces conferido a Roberto de Nápoles, cuyos mercenarios catalonianos, sin embargo, eran más odiosos para la gente que los usurpadores venecianos. En todo caso, las potencias más pequeñas de Italia habían aprendido que ya no podrían despojar impunemente la herencia de la Sede Apostólica.

PROCESO DE BONIFACIO VIII

Casi de inmediato el Rey Felipe demandó del nuevo papa una condenación formal de la memoria de Bonifacio VIII; solo así podría ser aplacado el odio real. El rey quería que el nombre de Bonifacio fuese retirado de la lista de papas como un hereje, sus restos desenterrados, quemados, y las cenizas esparcidas al viento. Clemente buscó evitar esta acción odiosa y vergonzosa, en parte por retardo, en parte por nuevos favores al rey; renovó la absolución concedida al rey por Benedicto XI, creó nueve cardenales franceses de un grupo de diez, restauró a los cardenales Colonna sus lugares en el Sacro Colegio, y entregó al rey títulos de propiedad de la iglesia por cinco años. Finalmente, retiró la Bula “Clericis Laicos”, aunque no la legislación anterior sobre la cual se basaba, y declaró que la Bula doctrinal “Unam Sanctam” no afectaba de manera desventajosa al meritorio rey francés, y no implicaba para él y su reino un mayor grado de sujeción a la sede papal que el que existía anteriormente. El papa fue amable también con Carlos de Valois, el hermano del rey, y pretendiente al trono imperial de Constantinopla, concediéndole un diezmo de dos años de las rentas de la iglesia; Clemente esperaba que una cruzada organizada desde una Constantinopla reconquistada sería exitosa. En Mayo de 1307, en Poitiers, donde se hizo la paz entre Inglaterra y Francia, Felipe insistió de nuevo en un proceso canónico para la condenación de la memoria de Bonifacio VIII, como un hereje, un blasfemo, un sacerdote inmoral, etc. Finalmente, el papa contestó que un asunto tan delicado no podía ser decidido por fuera de un concilio general, y el rey durante un rato pareció satisfecho con esta solución. Sin embargo, retornó frecuente e insistentemente a su proposición. En vano resultó que el papa mostrara buena voluntad para sacrificar a los Templarios (ver abajo); el despiadado rey, seguro de su poder, presionó por la apertura de este juicio único, insólito desde la época del Papa Formoso. Clemente tuvo que ceder, y designó el 2 de Febrero de 1309, como la fecha, y Avignon como el lugar para el juicio de su predecesor muerto sobre los vergonzosos cargos tanto tiempo difundidos por Europa por los cardenales Colonna y su facción. En el documento (citación) que convocaba (13 de Septiembre de 1309) a los testigos, Clemente expresaba su convicción personal de la inocencia de Bonifacio, y al mismo tiempo su resolución de satisfacer al rey. Si bien el papa pronto (2 de Febrero de 1310) tuvo que protestar contra una falsa interpretación de sus propias palabras, el proceso realmente comenzó en un consistorio del 16 de Marzo de 1310, en Avignon. Siguió mucha demora, de una parte y de la otra, a propósito de los métodos de procedimiento. A comienzos de 1311, los testigos fueron interrogados fuera de Avignon, en Francia, y en Italia, pero por comisarios franceses y en su mayor parte sobre los cargos antes mencionados de los Colonna (ver BONIFACIO VIII). Finalmente, en Febrero de 1311, el rey escribió a Clemente dejando el proceso para el futuro concilio (de Vienne) o para la propia acción del papa, y prometiendo el retiro de los cargos; al mismo tiempo declaraba que sus intenciones habían sido puras. El precio de estas bienvenidas concesiones fue una declaración formal del Papa Clemente (27 de abril de 1311) de la inocencia del rey y la de sus amigos; estos representantes de Francia, el “Israel de la Nueva Alianza”, habían actuado, decía el papa, de buena fe y con un celo puro, tampoco temerían en el futuro ningún perjuicio canónico de los sucesos de Anagni. William Nogaret fue exceptuado, pero en su declaración de inocencia, y por intercesión de Felipe, se le impuso una penitencia y también recibió la absolución. Solamente aquellos que retuvieron propiedad eclesiástica fueron finalmente excluidos del perdón. El celo religioso de Felipe fue de nuevo reconocido; los borrones aún están visibles en la “Regesta” de Bonifacio VIII, en los Archivos del Vaticano (ver Tosti, “Storia di Bonifazio VIII”, Rome, 1886, II, 343-44). Esta dolorosa situación fue cerrada por Clemente V mediante el Concilio de Vienne (16 de Octubre de 1311), la mayoría de cuyos miembros eran favorables a Bonifacio. No es seguro que el concilio asumiera formalmente la cuestión de la culpa o inocencia de Bonifacio. En su forma actual los Actos oficiales del concilio guardan silencio, ninguno de los escritores contemporáneos lo mencionan como un hecho. Es verdad que Giovanni Villani describe a Felipe y sus consejeros como afanados por la condenación de Bonifacio por parte del concilio, pero, dice, la memoria del papa fue purgada formalmente de todos los cargos adversos por tres cardenales y varios juristas; más aún, tres caballeros catalonianos ofrecieron defender con sus espadas el buen nombre del papa Gaetani contra todos los adversarios, con lo cual el rey cedió, y demandó tan solo ser declarado libre de culpa y de toda responsabilidad por el giro que habían tomado los acontecimientos. Con la muerte de sus enemigos personales, disminuyó la oposición a Bonifacio, y su legitimidad no fue ya más desmentida aún en Francia (Balan, “Il processo di Bonifazio VIII”, Roma, 1881).

CLEMENTE V Y LOS TEMPLARIOS

Desde la expulsión final (1291) de las fuerzas cruzadas de Tierra Santa, las órdenes eclesiástico-militares en Europa habían despertado mucha crítica adversa, en parte porque se atribuía a sus celos (Templarios, Hospitalarios o Caballeros de San Juan, Orden Teutónica) la humillante derrota, en parte a causa de la enorme riqueza que habían adquirido en su corta existencia. Los Templarios (llamados así por el Templo de Jerusalén, pauperes commilitones Christi Templique Solomonici, i.e. pobres soldados compañeros de Cristo y del Templo de Salomón) eran los más ricos. Sus monasterios cual fortalezas, conocidos como Templos, se levantaron en toda Europa, y para finales del siglo trece protegían el principal sistema bancario de Europa; los caballeros gozaban de la confianza de los papas y los reyes y personas ricas debido a su honradez, el buen manejo de sus asuntos, y su sólido reconocimiento basado en los innumerables bienes de la orden y sus extensas relaciones financieras. Ya antes de la ascensión del papa Clemente, su prestigio estaba creciendo en forma peligrosa; además de la envidia despertada por sus riquezas, se levantaron contra ellos acusaciones de arrogancia, exclusivismo, usurpación de derechos episcopales, etc. Ellos habían resistido varios intentos de unir su orden con los Hospitalarios, y en tanto que ya no es fácil establecer el grado de su popularidad entre la gente común, es seguro que en muchas partes de Europa habían despertado la avaricia de príncipes y la envidia de muchos eclesiásticos superiores, especialmente en Francia; sin la cooperación de los últimos nunca habrían caído de manera tan trágica. Su relato se cuenta en su totalidad en el artículo TEMPLARIOS; por lo tanto, para evitar repetición, será suficiente mencionar aquí los hechos principales. En el primer año del pontificado de Clemente V el rey francés comenzó a exigir del papa la supresión de esta orden eclesiástica y a poner en marcha una campaña de violencia y calumnia tal como había ocurrido en el caso de Bonifacio VIII. Si el papa, como naturalmente se temía, se negó finalmente a ceder en el asunto del proceso contra la memoria de su predecesor, seguramente estaría muy contento de adquirir alivio con el sacrificio de los Templarios. Debido a la debilidad e irresolución del Papa Clemente, el plan real dio resultado. Después de un intento infructuoso del papa (en Agosto de 1307) para unir los Templarios y los Hospitalarios, cedió a las exigencias del Rey Felipe y ordenó una investigación de la orden, contra la cual el rey entabló cargos de herejía (renuncia de Cristo, inmoralidad, idolatría, desprecio por la Misa, negación de los sacramentos, etc.). Felipe, sin embargo, no esperó por la operación usual de la Inquisición, sino que, con la ayuda de su confesor, Guillaume de Paris (el inquisidor de Francia), y sus inteligentes e inescrupulosos juristas (Nogaret, de Plaisians, Enguerrand de Marigny) atacó repentinamente a toda la orden, el 12 de Octubre de 1307, con el arresto en París de Jacques de Molay, el Grand Comandante, y ciento cuarenta caballeros, seguido por el mandato del inquisidor de arrestar a todos los miembros a través de Francia, y el secuestro real de los bienes de la orden. La opinión pública fue astuta y exitosamente prevenida por los susodichos juristas. También se hizo aparecer falsamente que el papa aprobó, o estuvo conscientemente enterado de la acción real, mientras la cooperación de los inquisidores y obispos franceses puso el sello de aprobación eclesiástica sobre un acto que ciertamente era una gran injusticia.

Mientras Felipe invitaba a los príncipes de Europa a seguir su ejemplo, Clemente V protestaba (27 de Octubre) contra la usurpación real de la autoridad papal, exigía transferir a su custodia los prisioneros y su propiedad, y suspendía la autoridad inquisitorial de los eclesiásticos del rey y los obispos franceses. Felipe se sometió en apariencia, pero mientras tanto Clemente había publicado otra Bula (22 de Noviembre) ordenando una investigación de los cargos anti-Templarios en todos los países europeos. (Puede decirse de una vez que los resultados fueron generalmente favorables a la orden; en ninguna parte, dada la ausencia de tortura, se obtuvieron confesiones como las que se aseguraban en Francia). Los débiles esfuerzos de Clemente por obtener para la orden estricta justicia canónica (él mismo era un excelente canonista) fueron contrarrestados por la nueva Bula que dignificaba y parecía confirmar los cargos del rey francés, ni entonces ni posteriormente sustentados por evidencia material o documentos aparte de sus propios testigos sobornados y las confesiones de los prisioneros, obtenidas por tortura y por otros métodos dudosos de sus carceleros, ninguno de los cuales se atrevía a desafiar la bien conocida voluntad de Felipe. La presunta Regla secreta de los Templarios, que justificaba los cargos mencionados, nunca fue producida. Mientras tanto William Nogaret había estado ocupado difamando al Papa Clemente, amenazándolo con acusaciones no diferentes a las que pendían contra Bonifacio VIII, y estimulando exitosamente una opinión anti-templaria contra la próxima reunión (Mayo de 1308) de los Estados Generales. En Julio de ese año se convino entre el papa y el rey que la culpa o inocencia de la orden misma se separaría de la de sus miembros (franceses) individuales. La primera fue reservada para un concilio general, próximo a ser convocado en Vienne en el sur de Francia, y preparar evidencia para lo que, además de los interrogatorios en ejecución a través de Europa, y una declaración ante el papa de los setenta y dos miembros de la orden traídos desde las prisiones de Felipe (todos los cuales se confesaron culpables de herejía y rogaron por la absolución), se designaron varias comisiones especiales, de las que las más importantes comenzaron sus sesiones en París en Agosto de 1309. Sus miembros, actuando en nombre y con la autoridad del papa, eran opuestos al uso de la tortura, puesto que antes de ellas cientos de caballeros sostenían libremente la inocencia de la orden, mientras que muchos de los que anteriormente se rindieron ante los inquisidores diocesanos, ahora retractaron sus afirmaciones como contrarias a la verdad. Cuando Nogaret y de Plaisians vieron el probable resultado de las declaraciones ante las comisiones papales, precipitaron los asuntos, hicieron que el Arzobispo de Sens (hermano de Enguerrand de Marigny) convocara un concilio provincial (Sens era entonces metropolitana de París y sede del tribunal local de la inquisición), en el cual fueron condenados, como herejes reincidentes, cincuenta y cuatro caballeros que recientemente se habían retractado ante los comisarios papales de sus confesiones iniciales alegando que las mismas habían sido hechas bajo tortura y eran totalmente falsas. El mismo día (12 de Mayo de 1310), todos estos caballeros fueron quemados públicamente en París fuera de la Porte St. Antoine. Hasta el final todos declararon su inocencia.

Ya no podría haber posibilidad alguna de libertad de defensa; la comisión papal en París suspendió sus sesiones por seis meses, y cuando se reunió de nuevo halló delante de ella solo caballeros que habían confesado los crímenes de los que se les había acusado y habían sido reconciliados por los inquisidores locales. El destino de los Templarios se selló finalmente en el Concilio de Vienne (abierto el 16 de Octubre de 1311). La mayoría de sus trescientos miembros se oponían a la abolición de la orden, convencidos de que los presuntos crímenes no estaban probados, pero el rey fue apremiante, apareció en persona en el concilio, y finalmente obtuvo de Clemente V la ejecución práctica de su voluntad. En la segunda sesión del concilio, en presencia del rey y sus tres hijos, se leyó la Bula “Vox in excelsis”, de fecha 22 de Marzo de 1312, en la cual el papa decía que si bien no tenía suficientes razones para una condenación formal de la orden, no obstante, por razones de bienestar común, el odio abrigado contra ellos por el Rey de Francia, la naturaleza escandalosa de su juicio, y la probable dilapidación de los bienes de la orden en todo el territorio Cristiano, la suprimía en virtud de su poder soberano, y no por ninguna sentencia definitiva. Por otra Bula del 2 de Mayo confirió a los Hospitalarios el derecho a la propiedad de la orden suprimida. En una forma u otra, sin embargo, Felipe consiguió el principal legado de su gran riqueza en Francia. En cuanto a los Templarios mismos, los que siguieron manteniendo sus confesiones fueron dejados libres; aquellos que se retractaron fueron considerados herejes reincidentes y como tales fueron llevados a los tribunales de la Inquisición. Fue solo hasta 1314 que El Gran Maestro, Jacques de Molay y Geoffroy de Charmay, Gran Preceptor de Normandía, reservados al juicio del papa, fueron condenados a cadena perpetua. Inmediatamente después ellos proclamaron la falsedad de sus confesiones, y se acusaron a sí mismos de cobardía al traicionar a su orden para salvar sus vidas. Fueron de una vez declarados herejes reincidentes, devueltos por la autoridad eclesiástica a la autoridad secular, y fueron quemados el mismo día (18 de Marzo de 1314). Del Papa Clemente V puede decirse que las pocas medidas de equidad que aparecen en el curso de este gran crimen se debieron a él; infortunadamente su sentido de la justicia y su respeto por la ley fueron contrarrestados por un carácter débil y vacilante, al cual quizás contribuyó su enclenque e incierta salud. Algunos piensan que estaba convencido de la culpa de los Templarios, especialmente después de que tantos de los principales miembros la habían admitido; ellos explican así su recomendación del uso de la tortura, así como su tolerancia a la supresión por parte del rey de toda libertad de defensa propiamente dicha de parte del acusado. Otros creen que él temía para sí mismo el sino de Bonifacio VIII, cuyo cruel enemigo, William Nogaret aún vivía, fiscal general de Felipe, diestro en violencia legal, y envalentonado por una larga carrera de exitosa infamia. Su motivación más fuerte era, con toda probabilidad, la preocupación por salvar la memoria de Bonifacio VIII de la injusticia de una condenación formal en la que habrían insistido la malicia de Nogaret y el frío rencor de Felipe, de no habérseles arrojado la rica presa de los Templarios; sostener frente a ambos el coraje apostólico podría haber acarreado intolerables consecuencias, no solo humillaciones personales, sino el más peligroso mal del cisma bajo condiciones peculiarmente desfavorables para el papado. (Ver FELIPE EL HERMOSO; VIENNE, CONCILIO DE; TEMPLARIOS.)

CLEMENTE V Y EL EMPERADOR ENRIQUE VII

En busca de las enormes ambiciones de la monarquía francesa (Pierre Dubois, “De recuperatione terræ sanctæ”, ed. Langlois, Paris, 1891), el rey Felipe estaba ansioso por ver escogido a su hermano Carlos de Valois Rey de Alemania en sucesión del asesinado Adolfo de Nassau, por supuesto con miras a obtener más tarde la corona imperial. El Papa Clemente estaba aparentemente a favor del plan de Felipe; al mismo tiempo puso en conocimiento de los electores eclesiásticos que la selección del Conde Enrique de Lützelburg, hermano del Arzobispo de Trier, sería de su agrado. El papa estaba bien enterado de que un mayor crecimiento de la autoridad francesa solo podría reducir aún más su propia medida de independencia. Aunque elegido el 6 de Enero de 1309 como Enrique VII, y asegurado pronto del consentimiento papal para su coronación imperial, fue solo en 1312 que el nuevo rey llegó a Roma y fue consagrado emperador en la iglesia de San Juan de Letrán por cardenales especialmente delegados por el papa. Circunstancias obligaron a Enrique VII a ponerse del lado de los Gibelinos, con el resultado de que en la misma Roma encontró un poderoso grupo de Güelfos en posesión de San Pedro y la mayor parte de la ciudad, respaldados activamente también por el Rey Roberto de Nápoles. El nuevo emperador, después del humillante fracaso de su expedición italiana, se comprometió a obligar al rey Angevin a reconocer la autoridad imperial, pero fue contrariado por la acción papal en defensa del Rey Roberto como vasallo de la Iglesia Romana, señor feudal de las Dos Sicilias. En vísperas de una nueva campaña italiana en respaldo del honor y los derechos imperiales, Enrique VII murió repentinamente cerca de Siena, el 24 de Agosto de 1313. El era la última esperanza de Dante y sus compañeros Gibelinos, para quien en esta época el gran poeta redactó en el “De Monarchiâ” su ideal de buen gobierno en Italia mediante la restauración del fuerte imperio anterior de gobernantes alemanes, en los que veía los señores ideales del mundo europeo, y aún del papa como príncipe temporal.

CLEMENTE V E INGLATERRA

Embajadores de Eduardo I asistieron a la coronación de Clemente V. A solicitud del rey Eduardo, el papa lo liberó de la obligación de cumplir las promesas adicionadas al Charter en 1297 y 1300, si bien después el rey sacó poca o ninguna ventaja de la absolución papal. Más aún, para satisfacer al rey, suspendió y llamó al tribunal papal (1305) al Arzobispo de Canterbury, Roberto de Winchelsea, quien previamente había sufrido mucho por adherirse a la causa de Bonifacio VIII, y a quien Eduardo I estaba ahora persiguiendo con cargos no probados de traición. (Ver CLERICIS LAICOS). Fue solo en 1307, después del ascenso de Eduardo II, que a solicitud del rey, Clemente V le permitió a este gran clérigo regresar de Bordeaux a su sede de Canterbury, cuyo antiguo derecho a coronar los reyes de Inglaterra mantuvo con éxito. Clemente excomulgó (1306) a Robert Bruce de Escocia por su participación en el asesinato del Comyn Rojo, y privó de sus sedes a los obispos Lambarton y Wishart por su papel en la subsiguiente sublevación nacional de los Escoceses. Los Lores y los Comunes en el Parlamento de Carlisle (1307) manifestaron un fuerte carácter antipapal, a propósito, entre otras demandas, del otorgamiento de ricos beneficios ingleses a extranjeros, y aunque no siguió ninguna acción legal, los posteriores Estatutos de Provisores y Præmunire hicieron memoria de este evento como indicativo del carácter inglés. (Ver Gasquet, “The Eve of the Reformation”, disertación en “Mixed Jurisdiction”, y para otros asuntos de interés inglés la “Regesta” de Clemente V, y Bliss, “Calendar of Ecclesiastical Documents relating to England”, Londres, 1893 sqq., series Rolls.)

CLEMENTE V Y EL DERECHO CANONICO

El completó el “Corpus Juris Canonici” medieval mediante la publicación de una recopilación de decretos papales conocidos como “Clementineæ”, o “Liber Clementinarum”, a veces “Liber Septimus” en referencia al “Liber Sextus” de Bonifacio VIII. Contiene decretos de éste papa, de Benedicto XI, y del mismo Clemente. Junto con los decretos del Concilio de Vienne fue promulgado (21 de Marzo de 1314) en la residencia papal de Monteaux cerca de Carpentras. Sigue el método de los “Decretals” de Gregorio IX y el “Liber Sextus” de Bonifacio VIII, i.e. cinco libros con subdivisión en títulos y capítulos. Como el papa murió (20 de Abril) antes de que esta recopilación hubiera sido publicada, su autenticidad ha sido puesta en duda por algunos, por lo que Juan XXII la promulgó de nuevo el 25 de Octubre de 1317, y la envió a la Universidad de Bolonia como una recopilación auténtica de decretos papales para ser usados en los tribunales y los colegios. (Laurin, “Introd. In corpus juris canonici”, Freiburg, 1889; cf. Ehrle, “Archiv f. Litteratur und Kirchengesch.”, IV, 36 sqq.)

La correspondencia oficial de Clemente se encuentra en cinco volúmenes de la Regesta Clementis V ( Benedictine ed., Roma, 1885-92); BALUZE, Vita paparum Avenionensium (Paris, 1693), I; RAYNAULD, Ann Eccl., ad ann. 1303-13); HEFELE, Conciliengesch. (2d ed.), VI, 393 sig.; EHRLE, Archiv f. Litt. u. Kirchengesch. (1867-89); CHRISTOPHE, Hist. de la papauté pendant le quatorzième siécle (Paris, 1853), I; SOUCHON, Papstwahlen von Bonifaz VIII. bis Urban VI. (1888); RABANIS, Clément V et Philippe le Bel (Paris, 1858); BOUTARIC, La France sous Philippe le Bel (Paris, 1861); RENAN, Etudes sur la politique de Phiplippe le Bel (Paris, 1899); WENCK, Clement V. und Heinrich VII. (1882); LACOSTE, Nouvelles éstudes sur Clément V (Paris, 1896); BERCHON, Hist. du Pape Clément V (Paris, 1896); BERCHON, Hist. du Pape Clément V (Bordeaux, 1898), y la exhaustiva bibliografía en CHEVALIER, Bio-Bibl. Para la literatura de los Templarios, ver TEMPLARIOS. Será suficiente mencionar aquí: LAVOCAT, Le procès des frères de l’ordre du Temple (Paris, 1888); SCHOTTMÜLLER, Der Untergang des Templer Ordens (1893); CH. LANGLOIS, Histoire de France, ed. LAVISSE (Paris, 1901), III (ii), 174-200; LEA, History of the Inquisition (New York, 1887), III, 238-334; DELAVILLE LE ROULX, La suppression des Templiers in Revue des questions historiques (1890), XLVII, 29; y GRANGE, The Fall of the Knights of The Temple in Dublin Review (1895), 329-46.


Escrito por THOMAS J. SHAHAN

Transcrito por WGKofron

Con gratitud a la Iglesia de Santa María, Akron, Ohio

Traducido por Daniel Reyes V.