San Alfonso María de Ligorio
De Enciclopedia Católica
Alfonso, como muchos santos, tuvo un padre excelente y una santa madre. Don José de Ligorio tenía sus defectos. Él era algo mundano y ambicioso, comparado con su hijo, y era de carácter fuerte cuando se le oponía. Pero era un hombre de fe genuina, y de una vida piadosa y sin mancha, y pretendía que su hijo fuera también así. Aun cuando lo presentaba en sociedad para arreglarle un buen matrimonio, él deseaba que Alfonso tuviera a Dios primero, y cada año padre e hijo hacían un retiro religioso en alguna casa religiosa. Alfonso, asistido por la gracia divina, no decepcionó a su padre. De una infancia modesta y pura, pasó a la adultez sin reproche. Se le preguntó a un compañero, Baltasar Cito, quien después se convirtió en un distinguido juez, si Alfonso dio señas de veleidad en su juventud. Él respondió enfáticamente: "¡Nunca! , Sería un sacrilegio decir otra cosa." El confesor del Santo declaró que éste preservó su inocencia bautismal hasta la muerte. Aun en tiempos de peligro.
Puede haber poca duda de que el joven Alfonso con su elevado espíritu y fuerte carácter estaba ardientemente dedicado a su profesión, y en camino a ser consentido por el éxito y la popularidad que ésta daba. Cerca del año1722, cuando él tenía veintiséis años de edad, comenzó a asistir constantemente a la vida de la sociedad, desatendiendo las prácticas piadosas y la oración, que habían sido parte integral de su vida, y disfrutar del placer de la atención que le brindaban en todos lados.
"Banquetes, entretenimientos, teatros," escribió mas tarde--"estos son los placeres del mundo, pero son placeres que están llenos de la amargura de la hiel y de afiladas espinas. Créanme porque lo he vivido, y ahora lloro sobre ello". No hubo un gran pecado, pero tampoco santidad, y Dios, Quien deseaba que su servidor fuera santo y un gran santo, le iba a hacer tomar ahora el camino a Damasco. En 1723 hubo un litigio entre un noble Napolitano, cuyo nombre no ha llegado a nosotros, y el gran duque de Toscana, en la que una propiedad valuada en 500,000 ducados, es decir, $500,000 o 100,000 libras, estaba en disputa. Alfonso era uno de los principales abogados; no sabemos de cual lado. Cuando llegó el día el futuro Santo dio un brillante discurso de apertura y se sentó confiado de la victoria. Pero antes de que él llamara a un testigo, el consejero opositor le dijo en tono escalofriante: "Sus argumentos son un desperdicio de oxígeno. Usted no revisó el documento que trae abajo todo su caso". "Qué documento es ese?" Dijo Alfonso algo resentido. "Deje que lo veamos”. Se le pasó una pieza de evidencia que él la había leído y releído varias veces, pero siempre en un sentido exactamente contrario al que en ese momento veía que tenía. El pobre abogado empalideció. Permaneció inmóvil por un momento; y dijo con voz quebrada: "Usted tiene razón. He estado equivocado. Este documento le da a usted la razón". En vano, los que estaban a su alrededor y aun el juez trataron de consolarle. Se había estrellado contra la tierra. Él pensó que su error sería adjudicado no a un descuido sino a un olvido deliberado. Sintió que su carrera estaba arruinada, y dejó la corte casi de lado, diciendo: "Mundo, Yo sé que sabes. Cortes, no me verán nunca más" Durante tres días rechazo la comida. Entonces cesó la tormenta, y él comenzó a ver que la humillación había sido enviada por Dios, para quebrar su orgullo y sacarlo del mundo. Confiado en que algún sacrificio especial se requería de él, aunque todavía no sabía que, no regresó a su profesión, pero pasó días en oración, buscando saber la voluntad de Dios. Después de un corto intervalo--no sabemos que tan largo--vino la respuesta. El 28 de Agosto de 1723, el joven abogado había ido a realizar su acto de caridad favorito visitando a los enfermos del Hospital de Incurables. De pronto se encontró rodeado de una misteriosa luz; la casa parecía estremecerse, y una voz interior le dijo: "Deja el mundo y entrégate a Mí." Esto ocurrió dos veces. Alfonso dejó el Hospital y fue a la Iglesia de la Redención de los Cautivos. Aquí reposó su espada ante la estatua de Nuestra Señora, e hizo la resolución solemne de entrar en estado eclesiástico, y aun mas ofrecerse como novicio a los Padres del Oratorio. Él sabía que tendría duras pruebas. Su padre, ya disgustado del fracaso de dos planes de matrimonio para su hijo, y exasperado del rechazo de Alfonso hacia su profesión, iba a ofrecer una enérgica oposición a la decisión de dejar este mundo. Y así resultó. Tuvo que soportar una persecución de dos meses. Al final se llegó a un compromiso. Don José estuvo de acuerdo en que su hijo fuera sacerdote, siempre y cuando él cediera en su propósito de unirse al oratorio, y continuara viviendo en casa. Para esto, Alfonso, aconsejado por su director, el Padre Tomás Pagano quien también era Oratoriano, estuvo de acuerdo. De esta manera quedó libre para su verdadero trabajo, la fundación de una nueva congregación religiosa. El 23 de Octubre del mismo año, 1723, el santo se vistió con el hábito sacerdotal. En Septiembre del siguiente año recibió la tonsura y pronto se unió a la asociación de sacerdotes misioneros seculares llamados "Propaganda Napolitana", la cual para ser miembro, no requería tener una residencia común. En Diciembre de 1724, él recibió las ordenes menores, y el subdiaconado en Septiembre de 1725. El 6 de Abril de 1726, fue ordenado diácono, y poco más tarde pronunció su primer sermón. El 21 de Diciembre del mismo año, a la edad de treinta, fue ordenado sacerdote. Por seis años trabajó en y alrededor de Nápoles, llevando a cabo misiones para la Propaganda y predicando a los pobres de la capital. Con la ayuda de dos laicos, Pedro Barbarese, un maestro de escuela, y Nardone, un viejo soldado, a quienes él convirtió de una mala vida, enroló a miles de pobres en una suerte de confraternidad llamada la" Asociación de las Capillas", que hasta hoy existe. Entonces, Dios lo llamó para el trabajo de su vida.
En Abril de 1729, el apóstol de China, Mateo Ripa, fundó un colegio misionero en Nápoles, conocido coloquialmente como el "Colegio Chino". Pocos meses después Alfonso dejó la casa de su padre y se fue a vivir con Ripa, sin llegar a ser miembro de su sociedad. En su nuevo aposento conoció a un amigo de su anfitrión, el Padre Tomás Falcoia, de la congregación de los "Pii Operarii" (Obreros Píos), y entabló con él la gran amistad de su vida. Había una diferencia considerable en edad entre ellos, porque Falcoia, nacido en 1663, tenía ahora sesenta y seis, y Alfonso solo treinta y tres, pero el viejo sacerdote y el joven tenían almas semejantes. Muchos años antes, en Roma, Falcoia había tenido una visión de una nueva familia de hombres religiosos y mujeres cuyo propósito particular debía ser la imitación perfecta de las virtudes de Nuestro Señor. Él había tratado de formar una rama del Instituto al unir a doce sacerdotes en una vida común en Tarentum, pero la comunidad se deshizo pronto. En 1719, junto con el Padre Filangieri, también uno de los "Pii Operarii", había refundado un Conservatorium de mujeres religiosas en Scala en las montañas detrás de Amalfi. Pero cuando les puso una regla, formada de aquélla de las monjas de la Visitación, él no parecía tener una idea clara para establecer el nuevo instituto de su visión. Sin embargo, Dios quiso que el nuevo Instituto comenzara con estas monjas de la Scala. En 1724, poco después de que Alfonso dejara el mundo, una postulante, Julia Crostarosa, nacida en Nápoles el 31 de Octubre de 1696, y por lo tanto casi de la misma edad que el Santo, entró al convento de Scala. Su nombre religiosos era hermana María Celeste. En 1725, cuando ella era todavía una novicia, tuvo una serie de visiones en las cuales vio una nueva orden (aparentemente de monjas solamente) similar a la revelada a Falcoia muchos años antes. Aún su Regla era conocida para ella. Se le pidió a ella que la escribiera y que se la enseñara a la autoridad del convento, al mismo Falcoia. Con el propósito en mente de tratar a la monja con severidad y no hacer caso de sus visiones, el director se sorprendió al encontrar que la Regla que ella había escrito era una realización de lo que había estado por largo tiempo en su mente. Él entregó la nueva Regla a un grupo de teólogos, quienes la aprobaron, y dijeron que podía ser implementada en el convento de la Scala, siempre y cuando la comunidad la aceptara. Pero cuando el asunto se expuso a la comunidad, comenzó la oposición. La mayoría estaba a favor de la aceptación, pero el superior objetaba y apelaba a Filangieri, el compañero que ayudó a Falcoia a fundar el convento, y ahora, como General de los "Pii Operarii", su superior. Filangieri prohibió cualquier cambio a la Regla y removió a Falcoia de toda comunicación con el convento. Así estuvieron los asuntos por varios años. Cerca de 1729, sin embargo, Filangieri murió, y el 8 de Octubre de 1730, Falcoia fue consagrado Obispo de Castellamare. Ahora él era libre, sujeto a la aprobación del Obispo de Scala, para actuar de acuerdo a lo que él pensaba que era lo mejor para el convento. Ocurrió que Alfonso, enfermo y agotado por el trabajo, había ido con unos compañeros a la Scala a principios del verano de 1730. Incapaz de permanecer desocupado, el había predicado a los pastores de cabras de las montañas con tal éxito que Nicolás Guerriero, Obispo de Scala, le pidió que regresara y dirigiera un retiro en su Catedral.
Falcoia, oyendo esto, le pidió a su amigo que diera un retiro a las monjas de su Conservatorium al mismo tiempo. Alfonso estuvo de acuerdo con ambas peticiones y arregló todo con sus dos amigos, Juan Mazzini y Vicente Mannarini, en Septiembre. El resultado del retiro para las monjas fue que el joven sacerdote, quien había tenido prejuicios en contra de la nueva Regla propuesta por unos reportes en Nápoles, se volvió en un convencido partidario, y aún obtuvo el permiso del Obispo de la Scala para el cambio. En 1731, el convento unánimemente adoptó la nueva Regla, junto con el hábito rojo y azul, los colores tradicionales del vestido de Nuestro Señor. Se estableció una rama del nuevo Instituto de acuerdo a la visión de Falcoia. La otra no tardaría en llegar. Sin duda Tomás Falcoia tenía la esperanza de que el ferviente joven sacerdote, quien era devoto de él, pudiera bajo su dirección, ser el fundador de la nueva Orden que él tenía en su corazón. Una nueva visión de la hermana Maria Celeste parecía mostrar que tal era la voluntad de Dios. El 3 de Octubre de 1731, en la tarde de la fiesta de San Francisco, ella vio a Nuestro Señor con San Francisco a su mano derecha y a un sacerdote a su izquierda. Una voz dijo "Éste es a quien Yo he escogido como cabeza de mi Instituto, el General Prefecto de una nueva Congregación de hombres que trabajarán para Mi Gloria." El sacerdote era Alfonso. Poco después, Falcoia le hizo saber a éste su vocación de dejar Nápoles e ir y establecer una orden de misioneros en Scala, quien deberían sobre todo trabajar por los pastores de cabras abandonados. Siguió a esto un año de molestias y ansiedad.
El superior de la Propaganda y aun el amigo de Falcoia, Mateo Ripa, se opusieron al proyecto fervientemente. Pero el director de Alfonso, el Padre Pagano; el Padre Fiorillo, un gran predicador Dominico; el Padre Manulio, Provincial de los Jesuitas; y Vicente Cutica, Superior de los Vicentinos, apoyaron al joven sacerdote y el 9 de Noviembre de 1732, la "Congregación de el Más Santo Redentor", o como se le llamó por diecisiete años, "del Más Santo Salvador", comenzó en un pequeño hospicio perteneciente a las monjas de Scala. Aunque San Alfonso era el fundador y de facto cabeza del Instituto, en un principio la dirección general, así como la posición de director y consejero de Alfonso, fue asumida por el Obispo de Castellamare y no fue sino hasta la muerte de este ultimo, el 20 de Abril de 1743, que se tuvo una reunión general y el Santo fue elegido formalmente Superior-General. De hecho, en su humildad, en el principio el joven sacerdote no era Superior ni de la casa, con el juicio de que uno de sus compañeros, Juan Bautista Donato, llenaba mejor el puesto porque el ya había tenido alguna experiencia de la vida en comunidad en otro Instituto.
Los primeros años, después de la fundación de la nueva orden, no eran prometedores. Surgieron las diferencias, el amigo y compañero principal del Santo, Vicente Mannarini, se opuso a él y a Falcoia en todo. El primero de Abril de 1733, todos los compañeros de Alfonso excepto un hermano laico, Vitus Curtius, lo abandonaron, y fundaron la congregación del Sagrado Sacramento, la cual, confinada al Reino de Nápoles, se extinguió en 1860 por la Revolución Italiana. Las diferencias también se extendieron a las monjas, y la misma hermana Maria Celeste dejó la Scala y fundó un convento en Foggia, donde murió en olor de Santidad, el 14 de Septiembre de 1755. Ella fue declarada Venerable el 11 de Agosto de 1901. Alfonso, sin embargo, se mantuvo firme; pronto llegaron otros compañeros, y aunque la Scala misma fue dejada de lado por los Padres en 1738, en 1746 la nueva congregación tenía cuatro casas en Nocera de Pagani, Ciorani, Iliceto (ahora Deliceto), y Caposele, todas en el reino de Nápoles. En 1749, la Regla y el Instituto para hombres fueron aprobados por el Papa Benedicto XIV, y en1750, La Regla y el Instituto de monjas. Alfonso era abogado, fundador, superior religioso, obispo, teólogo, y místico, pero sobre todo un misionero, y ninguna biografía del Santo negará darle este lugar prominente. De 1726 a 1752, primero como miembro de la "Propaganda", y luego como líder de sus propios padres, él atravesó las provincias de Nápoles gran parte de cada año llevando misiones aun a los pueblos mas pequeños y salvando muchas almas. Una característica especial de su método era el regreso de sus misioneros, después de un intervalo de varios meses, a la escena de sus trabajos para consolidar su trabajo, en lo que se llamó la "renovación de la misión".
Después de1752 Alfonso dio menos misiones. Sus dolencias se incrementaban, y él se mantenía ocupado con sus escritos. Su promoción al Episcopado en 1762 le llevó a una renovación de su actividad misionera, pero de una forma ligeramente diferente. El Santo tenía cuatro casas, pero durante su vida, no sólo se volvió imposible abrir más en el reino de Nápoles, sino que apenas se podía obtener alguna tolerancia mínima para las casas que ya existían. La causa de esto fue la "regalismo", la omnipotencia de los reyes incluso en asuntos espirituales, la cual era el sistema de gobierno en Nápoles al igual que en todos los estados Borbones. El autor inmediato de lo que fue prácticamente toda una vida de persecución para el Santo fue el Marqués Tanucci, quien llegó a Nápoles en 1734. Nápoles había sido parte del dominio español desde 1503, pero en 1708 cuando Alfonso tenía diez años, fue conquistado por Austria durante la guerra de la sucesión Española. En 1734, sin embargo, fue reconquistada por Don Carlos, el joven Duque de Parma, bisnieto de Luis XIV, y el reino Borbón independiente de las dos Sicilias fue establecido. Con Don Carlos, o como se le llamaba generalmente, Carlos III, de su último titulo como Rey de España, vino el abogado, Bernardo Tanucci, quien gobernó Nápoles como Primer Ministro y regente por los siguientes cuarenta y dos años. Esto fue una revolución grande para Alfonso. Si esto hubiera ocurrido pocos años antes, el nuevo Gobierno podría haber encontrado a la congregación Redentorista ya autorizada, y como la política anticlerical de Tanucci mostró ser más la de suprimir nuevas Ordenes, que, a excepción de la Sociedad de Jesús, en suprimir viejas Ordenes, El Santo pudo haber sido libre en desarrollar la nueva orden con relativa paz. Lo que pasó fue que se le negó la exequatur real al edicto de Benedicto XIV, y el reconocimiento del estado de su Instituto como una congregación religiosa hasta el día de su muerte. Hubo años enteros, de hecho, en que parecía que el Instituto estuvo al borde de ser cerrado. El sufrimiento que esto le dio a Alfonso, con su disposición sensitiva e intensa, fue muy grande, además, lo que fue peor, la relajación de la disciplina y la pérdida de vocaciones en la Orden misma. Alfonso, sin embargo, hacía incansables esfuerzos con la Corte. Quizá era muy ansioso, y en una ocasión cuando él estaba impresionado por una denegación, su amigo el Marqués Brancone, Ministro de Asuntos Eclesiásticos y un hombre de piedad profunda, le dijo amablemente: "Pareciera que has puesto toda tu confianza aquí abajo"; con lo cual el Santo recuperó la paz interior. Un intento final para ganar la aprobación real, el cual finalmente parecía que tenía éxito, le condujo a Alfonso a su dolor máximo: la división y la ruina aparente de su Congregación y el disgusto de la Santa Sede. Esto fue en 1780, Alfonso tenía ochenta y tres años. Pero, antes de relatar el episodio del "Reglamento", como se le conoce, debemos hablar del periodo en el Episcopado del Santo.
En el año 1747, el Rey Carlos de Nápoles deseaba nombrar a Alfonso Arzobispo de Palermo, y fue sólo por sus vivos ruegos que pudo librarse. En 1762, no hubo escape y fue por la obediencia al Papa que aceptó el puesto de Obispo de Santa Agata de los Góticos, una pequeña Diócesis Napolitana, que estaba a unas pocas millas del camino de Nápoles a Capua. Aquí con 30,000 personas sin instrucción, 400 clérigos indiferentes y algunas veces escandalosos, y diecisiete casas religiosas más o menos relajadas, a las cuales cuidar, en un campo tan lleno de yerbas que parecía que era lo único que se podía cosechar, lloró y rezó días y noches y trabajó incansablemente por trece años. Más de una vez intentaron asesinarlo. En un motín que ocurrió durante la hambruna que afectó el sur de Italia en 1764, él salvó la vida al sindical de Santa Ágata, ofreciendo la suya a la muchedumbre. Él alimentó al pobre, instruyó al ignorante, reorganizó su seminario, reformó sus conventos, creó un nuevo espíritu en sus sacerdotes, reprendió a los nobles escandalosos y a las malas mujeres con la misma imparcialidad, le dio el honor correspondiente al estudio de la teología y la teología moral, y todo este tiempo le estuvo rogando al Papa que le permitiera renunciar de su puesto porque no hacía nada por su diócesis. A todo su trabajo administrativo debemos agregarle su continuo trabajo literario, sus muchas horas de oración, sus terribles austeridades, y la tensión de una enfermedad que hizo de su vida un martirio.
Ocho veces durante su larga vida sin contar su última enfermedad, el Santo recibió los sacramentos para los moribundos, pero la peor de todas sus dolencias fue un ataque de fiebre reumática durante su episcopado, un ataque que duró de Mayo de 1768 a Junio de 1769, y lo dejó paralítico hasta el final de sus días. Esto le dio a Alfonso la cabeza inclinada que notamos en los retratos que de él se han hecho. Tan inclinada que al principio, la presión que producía su barbilla le produjo una peligrosa herida en el pecho. Aunque los doctores tuvieron éxito en enderezarle un poco el cuello, el santo por el resto de su vida tuvo que alimentarse mediante un tubo. No hubiera podido celebrar misa nunca más, si es que un prior Agustino no le hubiese enseñado cómo apoyarse en la silla para que con la asistencia de un acólito pudiera llevar el cáliz a sus labios. Pero a pesar de sus achaques, ambos Clemente XIII (1758-69) y Clemente XIV (1769-74) obligaron a Alfonso a permanecer en su puesto. En Febrero de 1775, sin embargo, Pío VI fue electo Papa, y el siguiente Mayo le permitió al santo renunciar a su puesto.
Alfonso regresó a su pequeña celda en Nocera en Julio de 1775, para preparar, una feliz y rápida muerte. Doce años, sin embargo, todavía lo separaban de su recompensa, años que en su mayor parte no fueron de paz sino de grandes aflicciones como nunca las había tenido. En 1777, el Santo, además de cuatro casas en Nápoles y una en Sicilia, tenía otras cuatro en Scifelli, Frosinone, San Ángelo a Cupclo, y Beneventum, en los Estados de la Iglesia.. En caso de que las cosas se pusieran difíciles en Nápoles, el buscó mantener en estas casas la Regla y el Instituto. En 1780, surgió una crisis en la cual ellos hicieron esto, aunque de tal manera que trajo división en la Congregación y sufrimiento y desgracia extremas para su fundador. La crisis surgió de esta manera. Desde el año de 1759 dos benefactores de la Congregación, el Barón Sarnelli y Francis Maffei, por uno de esos cambios comunes en Nápoles, se convirtieron en sus enemigos más amargos, e iniciaron una vendetta contra ella en las cortes legales que duró veinticuatro años. Sarnelli era apoyado casi abiertamente por el poderoso Tanucci, y finalmente la eliminación de la Congregación parecía una cuestión de días, cuando el 26 de Octubre de 1776, Tanucci, quien había ofendido a la reina María Carolina, de repente cayó del poder. Bajo el gobierno del Marqués de la Sambuca, quien, a pesar de que era un regalista, era un amigo personal del santo, hubo una promesa de tiempos mejores, y en Agosto de 1779, las esperanzas de Alfonso aumentaron por la publicación de un decreto real que le permitía nombrar superiores en su Congregación y tener un noviciado y casa de estudios. El Gobierno había reconocido el buen efecto de sus misiones, pero deseaba que los misioneros fueran sacerdotes seglares y no de orden religiosa. El decreto de1779, sin embargo, parecía un gran paso hacia adelante. Alfonso, habiendo obtenido tanto, esperaba conseguir aún más, y mediante su amigo, Mgr. Testa, el Gran Almoner, para conseguir la aprobación de su Regla. A diferencia del pasado, no pidió exequatur al edicto de Benedicto XIV, porque las relaciones en ese momento estaban más tensas que nunca entre las cortes de Roma y Nápoles; pero él esperaba que el rey pudiera dar una sanción independiente a su Regla, provisto, él renunció a todo derecho a la propiedad en común, lo cual él estaba preparado a hacer. Era del todo importante para los Padres el rechazar el cargo de ser una congregación religiosa ilegal, la cual era una de los principales alegatos en la acción siempre presente y agresiva del Barón Sarnelli. Quizá, en cualquier caso el sometimiento a su regla a un poder civil hostil y sospechoso era un error. En todo evento, el resultado fue desastroso. Alfonso estando tan viejo y débil--tenía ochenta y cinco años, paralítico, sordo, y casi ciego--su única oportunidad de éxito era la de ser servido fielmente por sus amigos y subordinados, y fue traicionado en ambos casos. Su amigo el Gran Almoner lo traicionó; sus dos enviados para negociar con el Gran Almoner, Los Padres Majone y Cimino, lo traicionaron, siendo ellos los consultores generales. Incluso su confesor y vicario general en el gobierno de su Orden, El Padre Andrés Villani, tomó parte en la conspiración. Al final la Regla fue alterada al punto de ser irreconocible, los propios votos de religión fueron abolidos. En esta Regla alterada o Reglamento, como fue llamada, el inocente Santo fue inducido a poner su firma. Fue aprobada por el rey y forzada a la estupefacta congregación mediante todo el poder del estado. Surgió una conmoción de miedo. Alfonso mismo no estaba enterado. Le habían llegados vagos rumores de la traición, pero el se había negado a creerlos. "Tú fundaste la Congregación y tú la destruiste ", le dijo un padre. El santo lloró en silencio y trató en vano de encontrar un medio por el cual la orden pudiera salvarse. Su mejor plan hubiera sido consultar a la Santa Sede, pero en esto de le habían adelantado. Los padres en los Estados Papales, con precipitado empeño, denunciaron muy temprano el cambio de la Regla a Roma. Pío VI, ya de por sí disgustado con el Gobierno Napolitano, tomó a los padres en sus dominios bajo su protección especial, les prohibió todo cambio de Regla en sus casas, y aún renunciar a la obediencia a los superiores napolitanos, es decir a San Alfonso, hasta que pudiera haber un interrogatorio. Siguió un largo proceso en la corte de Roma , y el 22 de Septiembre de 1780, se redactó un decreto provisional , el cual se hizo absoluto el 24 de Agosto de 1781, reconociendo que las casas en los estados papales solas constituían la congregación Redentorista. El Padre Francisco de Paula, uno de los principales apelantes, fue nombrado su Superior General, "en lugar de aquellos", el edicto decía, "quienes siendo sus altos superiores de la dicha congregación han adoptado junto son sus seguidores un nuevo sistema esencialmente diferente del anterior, y han abandonado el Instituto en el cual ellos profesaron, y han por lo tanto dejado de ser miembros de la congregación." De modo que el Santo fue cortado de su propia orden por el Papa quien lo iba a declarar "Venerable". Él vivió en este estado de exclusión por siete años más y en ese estado murió. No fue hasta después de su muerte, como el profetizó, que el gobierno Napolitano, al fin reconoció su Regla, y que se reuniera la Congregación Redentorista bajo una cabeza (1793).
Alfonso todavía tenia que enfrentar una tormenta más, y sobre el final. Alrededor de tres años antes de su muerte pasó a través de una verdadera "Noche del Alma". Le cayeron espantosas tentaciones contra cada virtud, junto con apariciones diabólicas y alucinaciones, y terribles escrúpulos e impulsos para desanimarse le hicieron vivir un infierno. Al fin vino la paz, y el 1 de Agosto de1787, cuando sonaban las campanas del ángelus del mediodía, el Santo pasó pacíficamente a su recompensa. Casi había completado su año noventa y uno. Fue declarado "Venerable", el 4 de Mayo de 1796; fue beatificado en1816, y canonizado en 1839. En 1871, fue declarado Doctor de la Iglesia. "Alfonso fue de estatura mediana", dice su primer biógrafo, Tannoia; "Su cabeza era algo grande, su cabello negro, y barba larga." Él tenía una sonrisa placentera, y su conversación muy agradable, pero aún así tenía modales de gran dignidad. Era líder natural de hombres. Su devoción al Santísimo Sacramento y a Nuestra Señora eran extraordinarios. Él tenía caridad tierna para todos los que estaban en problemas; recorrería cualquier distancia para salvar una vocación; se expondría a la muerte para prevenir el pecado. Sentía amor por los animales inferiores, y las criaturas silvestres que volaban de todos lados se acercaban a él como a un amigo. Sicológicamente, Alfonso puede ser clasificado entre las almas dos veces nacidas; es decir, hubo un punto de conversión o cambio marcado en su vida, en el cual él se convirtió, no del pecado serio, que el nunca cometió, sino de lo comparativamente mundano, a un completo sacrificio personal para Dios. El temperamento de Alfonso era muy ardiente. Él era un hombre de pasiones fuertes, usando el término en el sentido filosófico, y de tremenda energía, pero desde su infancia sus pasiones estuvieron bajo control. Aun más, hablando sólo de la ira, aunque comparativamente temprano en su vida él parecía muerto al insulto o injusticia cometido contra él, en casos de crueldad, o de injusticia con otros, o del deshonor a Dios, el mostró la indignación de los profetas incluso en avanzada edad. Al final, sin embargo, todo lo humano de esto había desaparecido. En el peor caso, era solo el escaparate donde el templo de la perfección estaba construido. De hecho, aparte de los que fueron santos por la gracia del martirio, puede dudarse que muchos hombres y mujeres de temperamento flemático hayan sido canonizados. La differentia en los santos no es que no tengan falta sino el poder de guía, un poder de guía de generoso auto sacrificio y ardiente amor a Dios. El impulso de este apasionado servicio a Dios , viene de la gracia Divina, pero el alma debe corresponder (lo cual es también gracia de Dios), y el alma de fuerte voluntad y pasión fuerte responde mejor. La dificultad entre fuertes voluntades y fuertes pasiones es que son difíciles de domar, pero cuando se les doma, son ingrediente principal para la santidad.
No menos notable que la intensidad con la que Alfonso trabajó, es la cantidad de trabajo que realizó. Su perseverancia fue indomable. Él hizo y guardó un voto de no perder un solo momento de su tiempo. A él le ayudó su característica de ser muy práctico. Aunque era un buen teólogo dogmático--un hecho que aún no se reconoce lo suficiente-- no era un metafísico como los grandes escolares. Él era un abogado, no solo durante sus años en el Colegio, sino a través de toda su vida--un abogado, que a su habilidad para abogar y enorme conocimiento de los detalles prácticos se le agrega una compresión brillante de los principios fundamentales. Esto fue lo que lo convirtió en el príncipe de los teólogos morales, y le ganó, cuando su canonización lo hizo posible, el título de "Doctor de la Iglesia". Esta combinación del sentido común práctico con la extraordinaria energía en el trabajo administrativo debían hacer a Alfonso, si fuera más conocido, particularmente atractivo a las naciones de habla inglesa, especialmente siendo un santo moderno. Pero no debemos buscar los parecidos tan lejos. Si en algunas cosas Alfonso era un anglo-sajón, en otras era un verdadero napolitano, aunque siempre un santo. Él escribió frecuentemente de un napolitano a los napolitanos. Si las cosas vehementes que escribió en sus cartas, especialmente en los asuntos de quejas y alegatos, fueran considerados escritos por un santo de sangre Anglo-Sajona, nos sorprendería e impactaría. Ver a los estudiantes Napolitanos, en una animada pero amigable discusión, parecería a los extraños como una disputa violenta. San Alfonso parecía un milagro de calma a Tannoia. De haber sido lo que los anglo-sajones consideran un milagro de calma, hubiera parecido a sus compañeros comocompletamente inhumano. Los santos no son inhumanos sino hombres reales de carne y hueso, sin embargo muchos hagiógrafos pueden ignorar este hecho.
En tanto que la intensidad continua de actos reiterados de virtud a los cuales hemos llamado potencia de guía es lo que realmente llamamos santidad, hay otra cualidad indispensable. La dificultad extrema del trabajo de toda una vida que es moldear un santo consiste precisamente en esto, que cada acto de virtud que el santo realiza refuerza su carácter, esto es, su voluntad. Por otra parte, aun desde la caída del hombre, la voluntad del hombre ha tenido su peligro más grande. Tiene una tendencia en cada momento a desviarse, y si se desvía del camino correcto, más grande será el ímpetu y más terrible el choque final. El santo tiene un gran ímpetu, y un santo estropeado es con frecuencia un gran villano.
Para evitar que el barco se hiciera pedazos en las rocas, existe la necesidad de un timón de respuesta rápida, respondiendo a la más ligera presión de la Gracia Divina. El timón es la humildad, la cual, en el intelecto, es una realización de nuestra propia falta de valor, y en la voluntad, la docilidad para la buena guía. ¿Pero cómo fue que en Alfonso creció en tan necesaria virtud cuando él fue una autoridad casi toda su vida? La respuesta es que Dios lo mantuvo humilde mediante pruebas interiores. Desde sus más tiernos años tuvo un miedo ansioso sobre cometer pecado, lo que a veces terminaba en escrúpulo.
Él, quien dio reglas y dirigió a otros tan sabiamente, tenía, en cuanto concierne a su propia alma, que depender en la obediencia como un niño. Para suplir esto, Dios le permitió en los últimos años de su vida, caer en ignominia con el Papa, y encontrarse a sí mismo privado de toda autoridad externa, temblando a veces por su salvación eterna. San Alfonso no ofrece tanto directamente al estudiante de teología mística como otros santos contemplativos que han llevado vidas de retiro. Desgraciadamente, él no fue obligado por su confesor, en virtud de su santa obediencia, como le pasó a Santa Teresa, a escribir sus estados de oración; así que no sabemos precisamente lo que eran. La oración que él recomendó a su Congregación, de la cual tenemos hermosos ejemplos en sus trabajos ascéticos, es afectiva; el uso de aspiraciones cortas, peticiones, y actos de amor, más que meditación discursiva con gran reflexión. Su propia oración fue en su mayor parte lo que algunos llaman" activa", otros contemplación “ordinaria”. De estados pasivos extraordinarios, tales como éxtasis, no hay muchos casos anotados en su vida, aunque hay algunos. En tres diferentes ocasiones en sus misiones, mientras predicaba, un rayo de luz de una pintura de Nuestra Señora se dirigió hacia él, y el cayó en el éxtasis delante de la gente. Ya en avanzada edad, fue varias veces elevado en el aire mientras hablaba de Dios.
Su intercesión curaba a los enfermos; él leía los secretos de los corazones, y predecía el futuro. Cayó en un trance clarividente el 21 de Septiembre de 1774, y estuvo presente en espíritu en el lecho de muerte en Roma del Papa Clemente XIV.
Fue relativamente tarde en su vida cuando Alfonso se volvió escritor. Si hacemos la excepción de algunos poemas publicados en 1733 (el Santo nació en 1696), su primer trabajo, un pequeño volumen llamado "Visitas al Sagrado Sacramento", apareció en 1744 o 1745, cuando tenía casi cincuenta años de edad. Tres años mas tarde el publicó el primer esbozo de su "Teología Moral" en un solo volumen llamado "Notas para Busembaum", un célebre teólogo moral Jesuita. Él pasó los siguientes pocos años en remodelar su trabajo, y en 1753 apareció el primer volumen de "Teología Moral", el segundo volumen, dedicado a Benedicto XIV, lo publicó en 1755. Nueve ediciones de "Moral Theology" aparecieron durante la vida del Santo, las de1748, 1753-1755, 1757, 1760, 1763, 1767, 1773, 1779, y 1785, siendo las "Notas para Busembaum" la primera. En la segunda edición el trabajo obtuvo la forma que retuvo en adelante, aunque en posteriores ediciones el Santo retiró algunas opiniones, corrigió algunas pequeñas, y trabajó en el enunciado de su teoría de Equiprobabilismo hasta que él la consideró completa. Además, publicó muchas ediciones de compendios de sus grandes trabajos, tales como el "Homo Apostolicus", hecha en 1759. La "Teología Moral", después de una introducción histórica por el amigo del Santo: P. Zaccaria, S.J., la cual fue omitida, sin embargo, de la octava y novena ediciones, comenzó con el tratado "De Conscientia", seguido por el de "De Legibus". Estos forman el primer libro de su trabajo, mientras que el segundo contiene los tratados sobre Fe, Esperanza, y Caridad. El tercer libro trata de los diez Mandamientos, el cuarto con los estados clericales y monásticos, y los deberes de los jueces, abogados, doctores, comerciantes, y otros. El quinto libro tiene dos tratados "De Actibus Humanis" y "De Peccatis"; el sexto es sobre los sacramentos, el séptimo y último sobre las censuras de la Iglesia.
San Alfonso como un teólogo Moral ocupa el dorado centro entre las escuelas que tendían ya sea al relajamiento o al rigor que dividía al mundo teológico de su tiempo. Cuando él se estaba preparando para el sacerdocio en Nápoles, sus maestros fueron de la escuela rígida, ya que aunque el centro de la agitación Jansenista estaba en el norte de Europa, ninguna orilla estaba tan remota como para no sentir la movimiento de sus olas. Cuando el santo comenzó a oír confesiones, sin embargo, vio el daño echo por el rigorismo, y por el resto de su vida el se inclinó mas hacia la escuela moderada de los teólogos Jesuitas, a quienes él llama "los maestros de moral". San Alfonso, sin embargo, no en todo siguió sus enseñanzas, especialmente en un punto muy debatido en las escuelas; a saber: si nosotros podemos en la práctica seguir una opinión la cual niega una obligación moral, cuando la opinión que afirma una obligación moral nos parece del todo más probable. Esta es la gran pregunta del "Probabilismo". San Alfonso, después de publicar anónimamente (en 1749 y 1755) dos tratados defendiendo el derecho a seguir la opinión menos probable, al final se inclinó en contra de ese legalismo, y en caso de duda solo permitía la libertad de la obligación donde las opiniones a favor y en contra de la ley fueran iguales o casi iguales. Él llamó a su sistema el Equiprobabilismo. Es verdad que los teólogos aun los de las grandes escuelas han estado de acuerdo en que, cuando una opinión en favor de la ley es más probable de tal modo que en la práctica se vuelve en una certeza moral, no se debe seguir la opinión menos probable, y algunos han supuesto que San Alfonso no quiso decir otra cosa en su terminología. De acuerdo con este punto de vista él escogió una fórmula diferente que los escritores Jesuitas, en parte porque él pensó que sus propios términos eran más exactos, y, en parte para salvar sus enseñanzas y su congregación tanto como fuera posible de la persecución del Estado, la cual después de 1764 había caído tan pesadamente en la Sociedad de Jesús, y en 1773 estaba pronta a suprimirla formalmente. Es un asunto de controversia familiar, pero parece que había una diferencia real, aunque no mucha en la práctica como se supone, entre las últimas enseñanzas del Santo y las actuales en la Sociedad. Alfonso era abogado, y como abogado el le dio mucha importancia al peso de la evidencia. En una acción civil una preponderancia de la evidencia le da el caso a una de las partes. Si las cortes civiles no pudieran decidir en contra de un defendido basado en una mayor probabilidad, pero tuviera que esperar, como debe esperar una corte criminal, para certidumbre moral, muchas acciones nunca se resolverían. A San Alfonso le pareció como el conflicto entre ley y libertad para una acción civil en la que la ley tenía los onus probandi, aunque fueron dadas mayores probabilidades en el veredicto. El Probabilismo puro se parece a un juicio criminal, en el cual el jurado debe encontrar en favor de la libertad (el prisionero en la barra) si queda cualquier duda razonable en su favor. Mas aún, San Alfonso fue un gran teólogo, y así le dio mucho peso a la probabilidad intrínseca. Él no tenía miedo de tomar una decisión. "Yo sigo mi conciencia", escribió en 1764, " y cuando la razón me persuade le hago poco caso a los moralistas." Para seguir una opinión en favor de la libertad sin pesarla, sólo porque alguien mas la sostiene, le parecería a Alfonso una abdicación de la oficina judicial con la cual estaba investido como confesor. Todavía debe ser admitido con justicia que todos los sacerdotes no son grandes teólogos capaces de estimar la probabilidad intrínseca en su verdadero valor, y la Iglesia misma podía haber concedido algo al probabilismo puro por los honores sin precedente que se le rindieron al santo en su decreto del 22 de Julio de 1831, el cual le permite a los sucesores seguir cualquiera de las opiniones de San Alfonso sin darle peso a las razones en las cuales estas se basaban.
Además de su Teología Moral, el santo escribió un gran número de trabajos dogmáticos y ascéticos cercanos todos a lo vernacular. Las "Glorias de María", "La Selva", "La verdadera Esposa de Cristo", "Los grandes medios de oración", "El camino de la salvación", "Ópera Dogmática, o Historia del Concilio de Trento", y "Sermones para todos los domingos del año", son los más conocidos. También fue poeta y músico. Sus himnos se celebran justamente en Italia. A principios del siglo XX, un dueto compuesto por él, “Entre el Alma y Dios”, se encontró en el Museo Británico con la fecha aproximada de 1760 y conteniendo una corrección con su propia letra.
Finalmente, San Alfonso era un maravilloso escritor de cartas, y nada más la correspondencia que se ha salvado llega a 1,451 cartas, llenando tres grandes volúmenes. No es necesario notar ciertos ataques no católicos sobre Alfonso como el patrón de la mentira. San Alfonso fue tan escrupuloso de la verdad que cuando en 1776, el regalista, Mgr. Filingeri, se convirtió en Arzobispo de Nápoles, el santo no escribió para felicitar al nuevo primado, aun a riesgo de hacerse de otro poderoso enemigo para su Congregación perseguida, porque pensaba que no era honesto decir que "estamos felices de oír de su promoción." Será recordado que incluso de joven su principal insatisfacción en la caída en la corte era el temor de que su error sea entendido como un intento de engañar. La pregunta de qué constituye o no una mentira, no es una pregunta fácil, sino todo un tema en sí mismo. Alfonso no dijo nada en su "Teología Moral" lo cual no es enseñanza común de los teólogos católicos.
Hay muy pocas anotaciones sobre sus propios tiempos en sus cartas. El siglo dieciocho fue una serie de guerras; que los españoles, polacos, y la sucesión austriaca; la guerra de los siete años, y la guerra de la independencia americana, terminando con las aún mas gigantescas luchas en Europa, que resultaron de los eventos de1789.A excepción del 45’ en todos estos, empezando por el primer disparo en Lexington, el mundo de habla inglesa estaba en un lado y los Estados Borbones, incluyendo Nápoles, en el otro. Pero para esta historia seglar la única referencia en la correspondencia del Santo la cual llegó a nosotros por una frase de su carta de Abril de 1744, la cual habla del paso de las tropas españolas las cuales habían venido a defender Nápoles contra los Austriacos. Él estaba más preocupado por el conflicto espiritual que estaba ocurriendo a la misma vez. En efecto, eran días funestos. La infidelidad y falta de piedad estaban ganando terreno; Voltaire y Rousseau eran los ídolos de la sociedad; y el antiguo régimen, al menospreciar a la religión, su único soporte, estaba tambaleándose. Alfonso era un amigo devoto de la Sociedad de Jesús y su larga persecución por la Corte Borbona, la cual terminó en su eliminación en 1773, lo llenó de tristeza. Él murió en el inicio de la gran Revolución la cual iba a barrer con sus perseguidores, habiendo visto en una visión los problemas que la invasión Francesa a iba a traer en 1798 a Nápoles.
Podría pintarse una serie de retratos interesantes de todos los que tuvieron algo que ver en la vida del santo: Carlos III y su ministro Tanucci; El hijo de Carlos: Ferdinando, y la extraña e infeliz reina de Ferdinando, María Carolina, hija de María Teresa y hermana de María Antonieta; Los Cardenales Spinelli, Sersale, y Orsini; Los Papas Benedicto XIV, Clemente XIII, Clemente XIV, y Pío VI, a cada uno de los cuales Alfonso dedicó un volumen de su trabajo. Aun la sombra funesta de Voltaire aparece en la vida del santo, porque Alfonso le escribió para felicitarlo por una conversión, la cual en realidad, nunca ocurrió! De nuevo, tenemos una amistad de treinta años con el gran editor Veneciano de la casa de Remondini, cuyas cartas del santo, fueron cuidadosamente preservadas cuando se volvió en hombre de negocios, llenando un cuarto del volumen. Otros amigos personales de Alfonso fueron los Padres Jesuitas de Matteis, Zaccaria, y Nonnotte.
Un respetable oponente era el temible controversialita Dominicano, P. Vincenzo Patuzzi, y por si fuera poco tenemos a otro Dominicano, P. Caputo, Presidente del seminario de Alfonso y un dedicado ayudante en su trabajo de reforma. Para hablar de santos, el gran misionero Jesuita San Francisco de Gerónimo tomó al pequeño Alfonso en su brazos, lo bendijo, y profetizó que haría un gran trabajo para Dios; mientras que un Franciscano, San Juan José de la Cruz, fue bien conocido por Alfonso más tarde en su vida. Ambos fueron canonizados el mismo día que el Santo Doctor, el 26 de Mayo de 1839. San. Pablo de la Cruz (1694-1775) y San Alfonso, quienes fueron contemporáneos, parece que nunca se encontraron aquí en la tierra, aunque el fundador de los pasionistas era un gran amigo del tío de Alfonso, Mgr. Cavalieri, quien era un gran sirviente de Dios. Otros Santos y sirvientes de Dios fueron aquellos de la propia casa de Alfonso, el hermano; San Gerard Majella, quien murió en 1755, y Enero Sarnelli, César Sportelli, Dominic Blasucci, y María Celeste, todos los cuales han sido declarados "Venerable" por la Iglesia.
El Beato Clemente Hofbauer se unió a la congregación Redentorista en los años seniles del Santo, aunque Alfonso nunca vio en persona al hombre que debería ser el segundo fundador de su orden. Excepto por las probabilidades de la guerra europea, Inglaterra y Nápoles estaban en mundos diferentes, pero Alfonso podía haber visto al lado de Don Carlos cuando conquistó Nápoles en 1734, un muchacho inglés, de catorce años, quien ya había mostrado gran galantería bajo el fuego e iba a formar parte de la historia, El príncipe Carlos Eduardo Stewart. Pero uno puede saturar un lienzo angosto y es mejor hacer un ligero diagrama para dejar la figura central en su relieve solitario. Si cualquier lector de este artículo acudiera a las fuentes originales y estudiara la vida del Santo mas extensamente, su esfuerzo no sería desperdiciado.
Mucho del material para la vida completa de San Alfonso está todavía en manuscrito en los archivos Romanos de la Congregación Redentorista y en los archivos de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares. El fundamento de todo lo demás está en: Della vita ed istituto del venerabile Alfonso Maria Liguori, de ANTONY TANNOIA, uno de los grandes biógrafos de la literatura. Tannoia nació alrededor de 1724 y entró a la Congregación Redentorista en 1746. Como el no murió hasta1808 (su trabajo apareció en 1799) él fue un acompañante del Santo por mas de cuarenta años y testigo de muchos de sus relatos. Aun donde no lo fue, él puede en general ser confiado, ya que el era un Boswell en recolectar hechos. Su vida contiene un número de inexactitudes menores, sin embargo, es seriamente defectuosa en cuanto a la fundación de la Congregación y en los problemas en los cuales cayó en 1780. Tannoia, también, mediante su idiosincrasia mental, se las arregla para dar la impresión equivocada de que San Alfonso era severo. Hay algo insatisfactorio en la traducción del Francés del trabajo de Tannoia. Mimoires sur la vie et la congrigation de St. Alphonse de Liguori (Paris, 1842, 3 vols.). La traducción inglesa en la Serie del Oratorio es también inadecuada. Una vida celebrada justamente es Vie et Institut de Saint Alphonse-Marie de Liguori, en cuatro volúmenes, por el CARDENAL VILLECOURT, (Tournai, 1893). La vida en alemán, DILGSKRON, Leben des heiligen Bischofs und Kirchenlehrers, Alfonsus Maria de Liguori (New York, 1887),es académica e inexacta. El CARDENAL CAPECELATRO ha escrito también la vida del Santo, La Vita di Sant' Alfonso Maria de Liguori (Rome, 2 vols.). La última vida, BERTHE, Saint Alphonse de Liguori (Paris, 1900, 2 vols.. SVO), da una cuenta extremadamente completa y pictórica de la vida del Santo y su época. Esta ha sido recientemente traducida al Inglés con adiciones y correcciones (Dublin, 2 vols. , Royal SVO); DUMORTIER, Les premihres Redemptoristines (Lille, 1886), and Le Phre Antoine-Marie Tannoia (Paris, 1902), contiene alguna información útil; Lo mismo que BERRUTI, Lo Spirito di S. Alfonso Maria de Liguori, 3 ed. (Rome, 1896). Las propias cartas del Santo son de valor extremo en suplemento a Tannoia. Una edición centenaria, Lettere di S. Alfonso Maria de'Liguori (ROMA, 1887, 3 Vols.). Fue publicada por P. KUNTZ, C.SS.R., director de los archivos Romanos de su Congregación. Una traducción al inglés en cinco volúmenes está incluida en los veintidós volúmenes de la edición Centenaria Americana de los trabajos ascéticos de San Alfonso (New York). Hay muchas ediciones de la Teología Moral del Santo; la mejor y la última es la de P. GAUDI, C.SS.R. (Roma, 1905).Los trabajos dogmáticos completos del Santo se han traducido al Latín por P. WALTER, C.SS.R., S. Alphonsi Mariae de Liguori Ecclesiae Doctoris Opera Dogmática, (Nueva York, 1903, 2 vols., 4to). Ver también HASSALL, The Balance of Power (1715-89) (Londres, 1901); COLLETTA, History of the Kingdom of Naples, 1734-1825, 2 vols., tr. by S. HORNER (Edinburgo, 1858); VON REUMONT, Die Carafa von Maddaloni (Berlin, 1851, 2 vols.); JOHNSTON, The Napoleonic Empire in South Italy, 2 vols. (Londres, 1904). El libro de Colleti da la mejor fotografía general de la época, pero esta llena de un sesgo anticlerical.
HAROLD CASTLE Transcrito por Paul T. Crowley Dedicado a Fr. Clarence F. Galli Traducido por Alfonso Enríquez