Teatro: Los orígenes remotos
De Enciclopedia Católica
El marco cronológico de este estudio viene impuesto por las fechas de los testimonios conservados (siglos XII-XVII) y coincide en líneas generales con una etapa en la que en la Europa románica se desarrollan los dramas litúrgicos en latín y aparecen las primeras manifestaciones de teatro vernáculo que darán lugar a los grandes Misterios y los Autos del Corpus de los siglos XV-XVII. Poco es lo que se puede decir de épocas anteriores y en todo caso la mayoría de los estudiosos coinciden en afirmar que no existe solución de continuidad entre el teatro romano, que, ya en decadencia, desaparece definitivamente con las invasiones bárbaras, y el medieval, un fenómeno enteramente nuevo que tiene sus raíces en la liturgia cristiana y solo en su vertiente juglaresca presenta puntos de contacto con la actividad de los mimi e histriones del teatro romano tardío.
Del teatro prerromano en Galicia nada sabemos; se ha querido ver un carácter dramático en ciertas danzas que según el testimonio de Estrabón practicaban los pueblos del noroeste peninsular en el momento en que Roma entró en contacto con ellos, pero las noticias del geógrafo greco-romano son demasiado imprecisas como para que se pueda afirmar nada concreto al respecto. Por dos veces menciona Estrabón en su Geografía las danzas de los galaicos. En su libro III, 3, 7 dice: “mientras beben danzan en círculo al son de la flauta y la corneta saltando y arrodillándose (...) los hombres y las mujeres bailan juntos cogidos de las manos” y más adelante (4, 16) añade: “veneran a un cierto Dios las noches de luna llena y toda la familia canta y baila durante toda la noche delante de su casa”. Las citas nos presentan danzas con saltos cayendo de rodillas, muy frecuentes en el folklore peninsular, no sólo en el gallego, y pruebas de la existencia de danzas religiosas pero es difícil deducir la presencia de aspectos dramáticos. Para Bonilla y San Martín, sin embargo, serían testimonio de una actividad dramática en la Península anterior a la llegada de los romanos.
En cuanto al teatro romano, no tenemos la menor evidencia de que fuera conocido en la Gallaecia. Ni en los límites de la Galicia administrativa actual, ni en los de la antigua provincia romana, mucho más extensos como se sabe, ha aparecido el menor resto de teatros y es revelador que ciudades de cierta importancia como Lugo o Astorga no contaran con uno cuando en otras zonas del imperio ciudades más pequeñas los tenían. Tenemos, eso sí, algunas inscripciones (Chaves, Braga...) en las que se hace referencia a anfiteatros y juegos de gladiadores, pero podría tratarse de recintos ambulantes de madera como los que sabemos que recorrían las ciudades menores del Imperio.
La única referencia al teatro, tardía e indirecta, la encontramos en la Historiae adversus paganus (ca. 417) de Paulo Orosio en la que se condenan las representaciones teatrales y los juegos públicos y se les culpa de la decadencia de la civilización romana. Orosio, natural de la zona de Braga, conocía pues el teatro romano pero eso no indica necesariamente que se practicase en su región natal ya que sabemos de la formación de Paulo en el norte de África (Hipona) con San Agustín y allí sí son abundantes los restos de teatros. Hay que tener en cuenta también que la condena del teatro y su consideración de culpable de la decadencia moral del mundo romano es un tópico entre los Padres de la Iglesia desde Tertuliano y probablemente Paulo Orosio simplemente se esté haciendo eco de él.
Con todo, no hay que pensar que condenas como la de Orosio fueran las causantes de la desaparición del teatro antiguo cuya decadencia había comenzado ya en el siglo I, mucho antes de que el cristianismo fuese la religión oficial del imperio. El gran teatro romano de tradición griega había ido poco a poco decayendo en el favor del público, cada vez más orientado hacia espectáculos cómicos y fáciles a cargo de mimos, músicos e histriones. Este teatro cómico, a menudo obsceno y procaz, es el que condenan los Padres de la Iglesia y es un espectáculo que por su propia naturaleza no necesita de grandes recursos escenográficos pudiendo desarrollarse en cualquier foro o calle sin necesidad de contar con edificios específicos.
Es probable que en Galicia, zona de baja intensidad de romanización, no se conociese el teatro de tradición griega pero creo que de algunas noticias indirectas se puede deducir que en la etapa final del Imperio no era desconocido el espectáculo callejero de los mimi, antecedentes sin duda de los juglares medievales. Gregorio de Tours, denomina “mimus regis” al joven juglar que el rey suevo Miro tenía a finales del siglo VI, “qui ei per verba joculatoria laetitiam erat solitus excitare”, y cuando San Valerio del Bierzo en el siglo VII reprende al presbítero Justo, que hacía del culto de su iglesia un espectáculo sacro-profano empleando técnicas juglarescas para atraer al público (“perversas poesías y nefandas cantilenas”), está pensando en lo que él mismo describe como el “vértigo obsceno y lujurioso del teatro, moviendo en todos los sentidos los brazos en círculo...”, prueba de que los gallegos de la tardoromanidad y la primera Edad Media veían a los juglares como los sucesores de los mimos romanos, aunque es probable que el juglar de Miro fuese más un simple bufón que alguien diestro en las artes literarias. Así parece indicarlo el tono que emplea el de Tours al relatarnos el castigo divino que sufrió el mimus por haberse atrevido a coger uvas, sin el menor respeto, de la parra del atrio de la iglesia ourensana de San Martín.
[1] © Julio I. González Montañés 2002-2009.
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