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Martes, 3 de diciembre de 2024

Divina Providencia

De Enciclopedia Católica

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Definición

La Providencia en general, visión previa, es una función de la virtud de la prudencia y puede ser definida como la razón practica, que adapta los medios a un fin. Aplicada a Dios, “la Providencia es Dios mismo considerado en aquel acto por el cual en Su sabiduría El ordena todos los eventos del universo de manera que se realice el fin por el cual fueron hechas las cosas. Ese fin es que todas las criaturas deban manifestar la gloria de Dios, y en particular que el hombre lo glorifique, reconociendo en la naturaleza, la obra de Su mano; sirviéndolo en obediencia y amor. Y por lo mismo logrando el completo desarrollo de su naturaleza y la felicidad eterna en Dios. El universo en un sistema de seres reales, creador por Dios y dirigidos a El por este fin supremo, la concurrencia de Dios., como ser necesario a todas las operaciones naturales, ya sean de cosas animadas o inanimadas y aun mas, para operaciones en el orden sobrenatural. Dios preserva el Universo en la existencia. Actúa dentro y con cada criatura en cada y todas sus actividades. A pesar del pecado, debido a la voluntaria perversión de la libertad humana, actuando con la concurrencia, pero contrario al propósito e intención de Dios y a pesar del mal que es consecuencia del pecado. Dirige todos, incluso el mal y el pecado mismo a su finalidad por el cual el universo ha sido creado. Todas estas operaciones de parte de Dios, con la excepción de la creación, son atribuidas en la Teología Católica, a la Divina Providencia.

El Testimonio de la Creencia Universal

En todas las religiones, ya sean estas Cristianas o paganas, la fe en la Providencia, entendida en un sentido amplio, como un ser supra humano que gobierna el universo y dirige el curso de los asuntos humanos con un propósito definido y diseño beneficioso, ha sido siempre una creencia muy real y practica. Oración, divinización, bendición y maldición, oráculo y rito sagrado, son todas palabras que testifican una creencia en algún poder regulador, de carácter divino, casi divino: tal fenómeno se encuentra en cada raza y tribu aunque incivilizada o degradada. Lo encontramos, por ejemplo, no solo entre los salvajes de hoy, sino también entre los primeros griegos, quienes no parecían distinguir claramente entre “Providencia” y “Destino” y sin embargo, sus dioses no eran mas que humanos glorificados, sujetos a la fragilidad humana y atados por la pasión humana y ellos, sin embargo, cuidaban el hogar y la familia y tomaban partido en las guerras humanas, eran los protectores y vengadores de la humanidad. La intima conexión de los dioses sobre los asuntos humanos fue aun mas marcada en la religión de los primeros Romanos quienes tenían un dios especial que cuidaba de cada detalle de sus vidas diarias, sus trabajos en el campo, y los negocios del estado. Las antiguas religiones de Oriente, presentan las mismas características. Auramazda, el supremo dios de los persas durante el periodo de los grandes reyes, era el regulador del mundo, el hacedor de reyes y naciones, quien castigaba al malvado y escuchaba las oraciones del bondadoso (ver las inscripciones cuneiformes traducidas por Casartelli en “Historia de la Religión” II, 13 y sgts). Similar loción prevaleció en Egipto. Todas las cosas son regalos de Dios. Ama al obediente y humilla al orgulloso, recompensa al bien y castiga al malvado (Renouf 100 sq.). Osiris, el rey de los dioses, juzga al mundo de acuerdo a su voluntad y a todas las naciones, pasadas, presentes y futuras, da sus mandamientos (op. cit., 218 sq.). Amon-Ra es el señor de los tronos de la tierra, el fin de toda existencia, el apoyo a todas las cosas, justo de corazón cuando alguien le suplica, proveedor de los pobres y oprimidos (op. cit., 225 sq.). Los registros Asirios y babilonios no son menos claros. Mardok, el señor del Universo, muestra piedad hacia todos, infunde temor en los corazones y controla sus vidas: mientras, Asmas dirige la ley de la naturaleza y es el supremo dios del cielo y la tierra (Jastrow, 296, 300, 301).

Los libros del Avesta, aunque grafican un sistema dualista, representa al buen dios, Mazdah Ahura con su corte, como ayudando a aquellos que lo adoran contra el principio del mal (Hist. de la Relig., II, 14). En el dualismo de las teorías agnósticas, por otro lado, el mundo esta fuera del dios supremo, Bythos, quien no tiene ninguna ingerencia en los asuntos humanos antes o después de la encarnación. Esta idea de una deidad remota y trascendente derivo probablemente de la filosofía griega. Sócrates ciertamente admitió la providencia y creyó en la inspiración y la divinización; pero, para Aristóteles la doctrina de la Providencia era una mera opinión. Es verdad que para él, el mundo era el instrumento y expresión de un pensamiento Divino, pero Dios mismo vivía una vida totalmente aparte. Los Epicúreos explícitamente negaron la Providencia, sobre la base que si Dios se preocupaba por los hombres, El no podía ser ni feliz ni bueno. Todo se debe, según ellos, a la oportunidad o a la libre voluntad. Ambos puntos, fueron opuestos por los Estoicos, quienes insistieron que Dios debe amar al hombre, de otro modo, la misma noción de Dios se destruiría (Plutarco, "De comm. notit.", 32; "De stoic. rep.", 38). Intentaron probar la acción o existencia de la Providencia desde la adaptación de los medios al fin en la naturaleza, donde el mal, es meramente un accidente, un detalle, o un castigo. Por otro lado, las nociones de dios, naturaleza, fuerza y destino no fueron claramente distinguidas por los Estoicos, quienes las veían, como prácticamente, lo mismo. Mientras, incluso Cicerón quien trabajo el argumento desde la adaptación en considerable longitud en su “De natura Deorum” termina insatisfactoriamente con la declaración: “Magna Dii curant, parva negligunt", como su ultima solución al problema del mal (n. 51-56).

El Testimonio de las Escrituras

Aunque el termino Providencia es aplicado a Dios en solo tres oportunidades en las Escrituras (Eclesiastés 5:5; Sabiduría 14:3; Judith 9:5), (y en una en Sabiduría 6:17), la doctrina general de la Providencia esta ensenada consistentemente a través del Antiguo y Nuevo Testamentos. Dios no solo implanta en la naturaleza de las cosas la potencialidad del desarrollo futuro (Génesis 1:7,12,22,28; 8:17; 9:1,7; 12:2; 15:5) sino que en este desarrollo como en todas las operaciones de la naturaleza, El co-opera; de manera que en el lenguaje bíblico lo que hace la naturaleza, es dicho que Dios hace (Gén. 2,5, cf 9; 7,4, cf 10; 7,19-22, cf 23; 8,1-2, cf 5 ss). Semilla tiempo y cosecha, frío y calor, verano e invierno, las nubes y la lluvia, los frutos de la tierra, la vida misma, así son sus dones (Gén. 2,7; 8,2; Sal. 146,28; 103; 148; Job 38,37; Joel 2,21 y ss; Sirac 11,14) Así también con el hombre. El hombre cultiva la tierra (Gén. 3,17 y ss; 4,12; 9,20) pero los trabajos humanos sin la asistencia Divina son inútiles (Sal. 126,1; 59,13; Prov. 21,31). Incluso para un acto de pecado, es necesaria la concurrencia Divina. Por ende, en las Escrituras, las expresiones “Dios endureció el corazón del Faraón” (Éxodo 7,3; 9,12; 10,1,20,27; 11,10; 14,8), “el corazón del Faraón fue endurecido” (Éxodo 7,13; 8,19,32; 9,7.35), “El Faraón endureció su corazón” (8,15) y “El faraón no condujo su corazón a hacerlo” (8,23) o “no escucho" (7,4; 8,19) o “aumentó su pecado” (9,34) son prácticamente sinónimos. Dios es el único regulador del mundo (Job 34,13). Su voluntad gobierna todas las cosas (Sal. 148,8; Job 9,7, Is. 40; 22-6; 44,24-8, Sirac 16,18-27; Ester 13,9). El ama a todos los hombres (Sab. 11,25,27), desea la salvación de todos (Is. 45,22; Sab. 12,16) y Su Providencia se extiende a todas las naciones (Deut. 2,19; Sab. 6,8; Is. 66; 18). No desea la muerte del pecador, sino mas bien deberá arrepentirse (Ez. 18,20; 33,11; Sab. 11,24); porque Él es, sobre todas las cosas un Dios misericordioso y un Dios de gran compasión (Éxodo 34,6; Números 14:18; Deuteronomio 5:10; Salmos 32:5; 102:8-17; Sirac 2:23).

Sin embargo, El es un Dios justo, como también un Salvador (Isaías 45:21). Por lo tanto, ambos, el bien y el mal proceden de El (Lamentaciones 3:38; Amos 3:6; Isaías 45:7; Eclesiastés 7; Sirac 11:14), bien como un don generoso libremente conferido (Salmos 144:16; Eclesiastés 5:18; 1 Crónicas 29:12-4), el mal como consecuencia del pecado (Lamentaciones 3:39; Joel 2:20; Amos 3:10 ; Isaías 5:4) Porque Dios premia al hombre, de acuerdo a sus obras, (Lamentaciones 3:64; Job 34:10-7; Salmos 17:27, Sirac 16:2,13; 11:28; 1 Samuel 26:23) sus pensamientos y sus herramientas (Jeremías 17:10; 32:19; Salmos 7:10). De su obra no hay escape (Job 9:13; Salmos 32:16,17; Sabiduría 16:13-8) y nadie prevalece a El (Sirac 18:1; Sabiduría 11:22-3; Proverbios 21:30; Salmos 72:12; Eclesiastés 8:12). Si los malvados son perdonados por el momento (Jeremías 12:1; Job 21:7-15; Salmos 72:12-3; Eclesiastés 8:12), finalmente recibirán su desolación si no se arrepienten (Jeremías 12:13-7; Job 21:17,18; 27:13-23); mientras el bueno, aunque pueda sufrir por un tiempo, será confortado por Dios (Salmos 90:15; Isaías 51:12), quien lo reconstruirá y no cesara de hacerles el bien (Jeremías 31:28 y ss; 32:41). Porque a pesar del malvado, los consejos de Dios no cambian o mutan (Isaías 14:24-7; 43:13; 46:10; Salmos 32:11; 148:6). Al mal, lo convierte en bien (Génesis 1:20; cf. Salmos 90:10) y al sufrimiento lo utiliza como un instrumento ya sea para enseñar al hombre como un padre enseña a sus hijos (Deuteronomio 8:1-6; Salmos 65:10-2; Sabiduría 12:1,2), de forma que en verdad, el mundo lucha por la justicia (Sabiduría 16:17).

Las enseñanzas en el Antiguo Testamento, sobre la Providencia, están asumidas por Nuestro Señor, quien saca de ella lecciones practicas, ambas en relación a la confianza en Dios (Mateo 6:25-33; 7:7-11; 10:28-31; Marcos 11:22-4; Lucas 11:9-13; Juan 16:26, 27) y en relación al perdón a nuestro enemigos (Mateo 5:39-45; Lucas 6:27-38) mientras que en San Pablo se convierte en la base de una teología definitiva y sistemática. A los atenienses en el Areópago, Pablo declara: • Que Dios hizo el Universo y es su supremo Señor (Hechos 17:24) • Que sostiene el universo en su existencia, dando vida y aliento a todas las cosas (verso 25) y, por lo tanto, como la fuente de donde todo procede, El mismo no carece de nada ni tiene necesidad de ningún servicio humano; • Que El ha dirigido el crecimiento de las naciones y su distribución (verso 26) y • Esto, al punto que ellos deben buscarlo a El (verso 27) en Quien vivimos y nos movemos, somos, y cuyos hijos somos. Siendo, por lo tanto, creación de Dios es absurdo para nosotros asemejarlo a El con cosas inanimadas (verso 29), y aunque Dios ha tolerado la ignorancia del hombre parte del tiempo, ahora El exige penitencia (verso 30) y, habiendo enviado a Cristo, Cuya autoridad esta garantizada por Su Resurrección, ha elegido un día cuando el mundo sea juzgado por El en justicia (verso 31).

En la Epístola a los Romanos, el carácter sobrenatural de la Divina Providencia se desarrolla aun mas y la doctrina de la Providencia se torna idéntica a aquella de la gracia. La Naturaleza manifiesta tan claramente el poder y la divinidad de Dios que no reconocerlo es inexcusable (Romanos 1:20-2). Por tanto, Dios en su ira (verso 18) da al hombre un sentido de reprobación sobre los deseos de su corazón (verso 28). Algún día El se reivindicara (2,2-5) e interpretara a cada hombre de acuerdo a sus obras (2:6-8; cf. Corintios 5:10; Gálatas 6:8) su conocimiento (Romanos 2:9 y sgtes) y sus secretos pensamientos (II, 16); pero por el momento El se abstiene (3:26; cf. 9:22; 2 Pedro 2:9) y esta dispuesto a justificar a todos los hombres a través de la redención de Jesucristo (Romanos 3:22, 24, 25) porque todos los hombres tienen necesidad de la ayuda de Dios (3,23). Mas aun los cristianos quienes habiendo recibido la gracia de la redención (5,1) deben glorificar en tribulación, sabiendo que no es sino una prueba que fortalece la paciencia y la esperanza (5,3,4). Porque las gracias que vendrán, serán mucho mas grandes que aquellas ya recibidas (v, 10 sgtes) y mucho mas abundantes que las consecuencias del pecado (v, 17). Se nos ha prometido la vida eterna (v, 21); pero sin ayuda, no podemos hacer nada para ganarla (vii, 18-24). Es la gracia de Cristo que se nos entrega (vii, 25) y nos hace co-herederos con El (viii, 17). Sin embargo, debemos sufrir con El (verso 17) y ser pacientes (verso 25) sabiendo que todas las cosas ocurren para el bien de aquellas que Dios ama; porque Dios en su Providencia nos ha mirado con amor desde toda la eternidad, nos ha predestinado a ser hechos conforme a la Imagen de Su Hijo, que El pudo haber sido el primero entre muchos, nos ha llamado (2 Tesalonicense 2:13), nos ha justificado (Romanos 5:1; Corintios 6:11) e incluso hoy, ha comenzado a cumplir dentro de nosotros, la obra de glorificación (Romanos 8:29,30; cf. Efesios 1:3 sgtes: 2Corintios 3:18; 2 Tesalonicenses 2:13)

Este es, el propósito benéfico de quien todo lo ve “Providencia” es enteramente gratuito, no merecido (Romanos 3:24; 9, 11-2). Se extiende a todos los hombres (Romanos 2:10; 1 Timoteo 2:4), incluso a los Judíos reprobados (Romanos 11:26 sgtes); y por ella son regulados todos sus tratos con el hombre. (Efesios 1:11)

Testimonio de los Padres

El Testimonio de los Padres es, difícil decir, perfectamente unánime desde el principio. Incluso aquellos padres – y no hay muchos – que no tratan el tema expresamente, usan la doctrina de la Providencia como la base de sus enseñanzas, tanto dogmáticas como practicas (ej. Clemente "I Epis. ad Cor.", XIX sq., XXVII, XXVIII en "P.G.", I, 247-54, 267-70). Dios gobierna todo el universo (Aristides, "Apol.", I, XV en "Texts and Studies" (1891), 35, 50; "Anon. epis. ad Diog.", VII en "P.G.", II, 1175 sq; Orígenes . "Contra Celsum", IV, n. 75 in "P.G.", XI, 1146; San Cipriano Lib de idol. van.", VIII, IX en "P.L.", IV, 596-7; San Juan Crisostomo "Ad eos qui scandalizati sunt", V en "P.G.", LII, 487; St. Augustine, "De gen. ad lit.", V, XXI, n. 42 en "P.L.", XXXIV, 335-8; San Gregorio el Grande “Lib. Moral” ", XXXII, n. 7 en "P.L.", LXXVI, 637 sq.; XVI, XII en "P.L.", LXXV, 1126]. Se extiende a todo individuo, adaptándose a si mismo a las necesidades de cada uno (San Juan Crisóstomo "Hom. XXVIII en Matt.", n. 3 en "P.G.", LVII, 354) y abarca incluso lo que pensamos debido a nuestra propia iniciativa (Hom. XXI, n. 3 en "P.G.", 298). Todas las cosas son creadas y gobernadas en vistas al hombre, al desarrollo de su vida y su inteligencia, y a la satisfacción de sus necesidades. (Aristides, "Apol.", I, V,; Orígenes, VI, XV, XVI; Contra Celsum", IV, LXXIV, LXXVIII en "P.G.", XI, 1143-51; Lactancio, "De ira Dei", XIII, XV en "P.L.", VII, 115 ss.; San Juan Crisóstomo "Hom. XIII en Matt.", n. 5 en "P.G.", LVII, 216, 217; "Ad eos qui scand.", VII, VIII en "P.G.", LII, 491-8; "Ad Stagir.", I, IV en "P.G.", XLVII, 432-4; San Agustin, "De div. quæst.", XXX, XXXI en "P.L.", XL, 19, 20). La prueba más importante de esta doctrina deriva de la adaptación de los medios a un fin, la cual, dado que ocurre en el universo comprometiendo a una vasta multitud de individuos relativamente independientes, distintos por naturaleza, función y fin aplican el control continuo y el gobierno unificador de un solo Ser supremo. (Minucio Félix, "Octavius", XVII en Halm, "Corp. Scrip. Eccl. Lat.", II, 21, 22: Tertuliano, “Adv. Marcion” II, III, IV en "P.L.", II, 313-5; Orígenes "Contra Celsum", IV, LXXIV ss. en "P.G.", XI, 1143 ss.; Lactancio "De ira Dei", X-XV en "P.L.", VII, 100 sq.; San Juan Crisostomo "Hom. ad Pop. Ant.", IX, 3, 4 en "P.G.", XLIX, 106-9; "Ad eos. qui seand.", V, VII, VIII en "P.G.", LII, 488-98; "In Ps.", V, n. 9 en "P.G.", LV, 54-6; "Ad Demetrium", II, 5 en "P.G.", XLVII, 418, 419; "Ad Stagir.", passim en "P.G.", XLVII, 423 ss.; St. Augustine, "De gen. ad lit.", V, XX-XXIII en "P.L.", XXXIV, 335 ss.; "In Ps.", CXLVIII, n. 9-15 en "P.L.", XXXVII, 1942-7; Teodoreto"De prov. orat.", I-V en "P.G.", LXXXIII, 555 ss; San Juan Damasceno "De fid. orth.", I, 3 en "P.G.", XCIV, 795 sq.). Nuevamente, desde el hecho que Dios creo el universo, se muestra que también lo gobierna; justamente como los planes del hombre demandan atención y guía, también Dios como un buen trabajador, debe cuidar su obra. (San Ambrosio, "De Offic. minist.", XIII en "P.L.", XVI, 41; San Agustin, "In Ps.", CXLV, n. 12, 13 en "P.L.", XXXVII, 1892-3; Teodoret, "Deprov. orat.", I, II en "P.G.", LXXXIII, 564, 581-4; Salvianus, "De gub. Dei", I, VIII-XII en "P.L.", LIII, 40 sq.; San Gregorio el Grande "Lib. moral", XXIV, n. 46 en "P.L.", LXXVI, 314).

Además de esto, Tertuliano ("De testim. animæ" in "P.L.", I, 681 sq.) y San Cipriano (loc. cit.) apelan al testimonio del alma humana, como expresada en dichos comunes a todos los hombres (cf. Salvianus, loc. cit.); mientras Lantancio ("De ira Dei", VIII, XII, XVI en "P.L.", VII, 97, 114, 115, 126 utiliza un argumento claramente pragmático basado en la ruina total que resultaría a la sociedad si la Providencia de Dios generalmente es negada.

El tema de la Providencia en los Padres esta casi invariablemente conectada con el problema del mal. ¿Como puede el mal y el sufrimiento ser compatible con la benevolente providencia de un Dios todopoderoso? Y ¿Por qué especialmente al justo se le permite sufrir mientras que los malvados son aparentemente prósperos y felices? Las soluciones patrióticas a estos problemas pueden resumirse bajo las siguientes ideas: • El pecado no esta ordenado por la voluntad de Dios, aunque ocurra con Su permiso. Puede ser adscrito a la providencia solo como resultado secundario (Orígenes, "Contra Celsum", IV, LXVIII en "P.G.", XI, 1516-7; San Juan Damasceno "De fid. orth.", II, 21 en "P.G.", XCIV, 95 sq.). • El pecado se debe al abuso del libre albedr161o; un abuso que ciertamente previo Dios, pero pudo haber sido prevenido solo quitándole al hombre su atributo mas noble. (Tertuliano, "Adv. Marcion.", II, V-VII en "P.L.", II, 317-20; San Cirilo de Alejandría "In Julian.", IX, XIII, 10, 11, 18 en "P.G.", LXXIV, 120-1, 127-32; Teodoret, "De prov. orat.", IX, VI en "P.G.", LXXXIII, 662). • Mas aun, en este mundo, el hombre tiene que aprender por experiencia y contraste y desarrollarse al superar los obstáculos (Lactancia, "De ira Dei", XIII, XV en "P.L.", VII, 115-24; San Agustín, "De ordine", I, VII, n. 18 en "P.L.", XXXII, 986). • Por lo tanto, una razón por la cual Dios permite el pecado es para que el hombre logre tomar conciencia de lo que esta bien y de su propia incapacidad de alcanzarla, de forma de colocar su confianza en Dios. (Anon. epis. ad Diog., VII-IX en "P.G.", II, 1175 sq.; San Gregorio el Grande, "Lib. moral.", III, LVII en "P.L.", LXXV, 627). • Dios no es responsable del pecado en si, sino solo por los males que resultan del castigo al pecado. (Tertuliano, "Adv. Marc.", II, XIV, XV en "P.L.", II, 327 sq.), males que ocurren sin la voluntad de Dios pero a los cuales no es contrario (San Gregorio el Grande, op. cit., VI, XXXII En "P.L.", LXXVII, 746, 747). • Si no hubiera habido pecado, el mal físico habría sido inconsistente con la bondad Divina (St. Agustín, "De div. quæst.", LXXXII en "P.L.", LX, 98, 99); tampoco Dios hubiera permitido el mal del todo a no ser que pudiera sacar bien del mal (San Agustín, "Enchir.", XI en "P.L.", LX, 236; "Serm.", CCXIV, 3 en "P.L.", XXXVIII, 1067; San Gregorio el Grande, op. cit., VI, XXXII, XVIII, XLVI en "P.L.", LXXV, 747; LXXVI, 61-2). • Todo mal físico, es, por lo tanto, consecuencia del pecado, el resultado inevitable de la Caída (San Juan Crisostomo, "Ad Stagir.", I, II in "P.G.", LXVII, 428, 429; San Gregorio el Grande, op. cit., VIII, LI, LII en "P.L.", LXXV, 833, 834), y bajo esta perspectiva, es vista como una medicina (San Agustín "De div. quæst.", LXXXII en "P.L.", XL, 98, 99; "Serm.", XVII, 4, 5 en "P.L.", XXXVIII, 126-8), una disciplina ("Serm.", XV, 4-9 in "P.L.", XXXVIII, 118-21; San Gregorio el Grande, op. cit., V, XXXV; VII, XXIX; XIV, XL en "P.L.", LXXV, 698, 818, 1060), y una ocasión de caridad. (San Gregorio el Grande, VII, XXIX). El mal y el sufrimiento por tanto, tienden a aumentar en merito (XIV, XXXVI, XXXVII en “P.L.”, 1058, 1059) y en este sentido, la función de la justicia se torna en agencia del bien (Tertuliano, c. "Adv. Marc.", II, XI, XIII en "P.L.", 324 sq.). • El mal, por lo tanto, sirve a los designios Divinos (San Gregorio el grande, op cit VI, XXXII en “P.L”, LXXV, 747; Teodoro "De prov. orat.", V-VIII en "P.L.", LXXXIII, 652 sq.). De ahí que si el Universo es considerado como un todo, encontramos que aquello para lo cual el individuo es malo, será al final consistente con la bondad divina, en conformidad con la justicia y el recto orden (Orígenes, "Contra Celsum", IV, XCIX en "P.G.", XI, 1177-80; San Agustin, "De ordine", I, I-V, 9; II, IV en "P.L.", XXXII, 977-87, 990, 999-1002). • Es el fin el que prueba la felicidad (Lactantius, "De ira Dei", XX en "P.L.", VII, 137 sg.; San Ambrosio, "De offic. minist.", XVI, cf. XII, XV en "P.L.", XVI, 44-6, 38 sgtes.; San Juan Crisostomo, "Hom. XIII en Matt.", n. 5 in "P.G.", LXVII, 216, 217; San Agustin "In Ps.", XCI, n. 8 in "P.L.", XXXIII, 1176; Teodoro, "De prov. orat.", IX in "P.G.", LXXXIII, 727 sgtes.). En el Juicio Final el problema del mal será resuelto pero hasta entonces, las obras de la Providencia se mantendrán más o menos como un misterio. San Agustin, "De div. quæst.", LXXXII en "P.L.", XL, 98, 99; San Juan Crisostomo, "Ad eos qui scand.", VIII, IX en "P.G.", LII, 494, 495). Sin embargo, en relacion a la pobreza y el sufrimiento, es bueno tener en mente que al privarnos del los bienes terrenales, Dios no esta sino retirando lo que es Suyo (San Gregorio el grande) op. cit., II, XXXI en "P.L.", LXXVII, 571; y en segundo lugar, tal como nos comenta Salvianus ("De gub. Dei", I, I, 2 in "P.L.", LIII, 29 sq.), nada es tan liviano que no parezca pesado a quien lo soporta involuntariamente, y nada es tan pesado que no parezca liviano a aquel que lo soporta con buena voluntad.

El Testimonio de los Concilios

De los credos, hemos aprendido que Dios Padre es omnipotente, creador del Cielo y la tierra; que Dios, el Hijo, que descendió del Cielo, se hizo hombre, sufrió y murió por nuestra salvación y será el juez de los vivos y los muertos; que el Espíritu Santo inspiro a los Profetas y a los Apóstoles y habito en los santos – todo lo cual implica la Providencia natural y sobrenatural. La Profesión de fe de los valdenses en 1208 declara a Dios como el gobernador y dispensador de todas las cosas corporales y espirituales (Denzinger, 10ma ed., 1908, n. 421)

El Concilio de Trento (Sess. VI, can. VI, A.D. 816), define que el mal esta en poder del hombre y que los frutos del mal no son atribuibles a Dios en el mismo sentido como lo son los buenos frutos, sino solo como permisivo, de modo que la vocación de Pablo es obra de Dios en un sentido mas verdadero que la traición de Judas. El Concilio Vaticano agrega a esta doctrina declarando que Dios en Su Providencia protege y gobierna todas las cosas. (Sess. III, c. I, d. 1784).

Desarrollos Filosóficos

La base de toda especulación filosófica entre los Escolásticos en relación a la naturaleza precisa de la Providencia, su relación a otros atributos Divinos, y de la creación, fue establecida por Beocio en "De consol. fil." (IV, VI ss. en ""P.L.", LXIII, 813 ss.). La Providencia es la Inteligencia Divina misma y existe en el principio supremo de todas las cosas; o, nuevamente, es la evolución de las cosas temporales como concebidas y traídas a la unidad en la Inteligencia Divina, la cual, como decía Santo Tomas (Summa I, G XXII, a.1) es la causa de todas las cosas. La Providencia, por lo tanto, es primeramente atribuible a la Inteligencia de Dios, aunque ella también implica voluntad (I, Q. XXII, a. 1, ad 3 urn), y, por lo tanto esta definida por San Juan Damasceno como “la voluntad de Dios por la cual todas las cosas están ordenadas a la recta razón” ("De fid. orth.", I, 3 en "P.G.", XCIV, 963, 964). El termino Providencia, sin embargo, no debe tomarse tan literalmente. No es simplemente visión o visión previa. Involucra más que una mera visión o conocimiento, porque implica una disposición activa y ordenamiento de las cosas a fin definido; pero no involucra sucesión. Dios sostiene todas las cosas juntas en un acto comprehensivo (I, Q. XXII, a. 3, ad 3 um), y por el mismo acto produce, conserva y concurre en todas las cosas (I, Q. civ a. 1, ad 4 urn). La Providencia como expresada en el orden creado de las cosas es llamada por Boecio como Destino (loc. Cit.)’ pero Santo Tomas, naturalmente objeta el uso de este termino (I, Q. CXVI, a. 1). Estrictamente, solo aquellas cosas que están ordenadas por Dios a la producción de ciertos efectos determinados, son sujetas a la necesidad o Destino (I, Q. XXII, a. 4; Q. CII, a. 3; Q. CXVI, a. 1, 2, 4). Esto incluye la oportunidad, el cual es un término relativo e implica meramente que algunas cosas suceden sin consideración de, o incluso contrarias al propósito natural y la tendencia de algún agente particular, natural o libre. (I, Q. XXII, a. 2; Q. CVI, a. 7; Q. CXVI, a. 1); y no que las cosas suceden sin consideración de la causa universal y suprema de todas las cosas. Pero no excluye la libre voluntad. Algunas causas no están determinadas ad unum, sino que son libres de elegir entre los efectos los cuales son capaces de producir. (I, Q. xxii, a. 2 ad 4 um; cf. Boecio, op. cit., V, ii, en "P.L.", LXIII, 835). Por tanto, las cosas suceden contingentemente como también necesariamente (I, Q. xxii, a. 4), porque Dios le ha dado a cosas diferentes, distintos modos de actuar y Su concurrencia es dada de acuerdo a ello. (I, Q. XXII, a. 4). Sin embargo, todas las cosas, ya sean por causas necesarias o por una elección libre del hombre, son previstas por Dios y preordenadas de acuerdo a Su propósito todopoderoso.

Por ende, la Providencia as al mismo tiempo, universal, inmediata, eficaz y sin violencia: universal porque todas las cosas están sujetas a ella(I, Q. XXII, a. 2; CIII, a. 5); inmediata en que aunque Dios actúa por causas segundas, sin embargo como en todo postulado Divino la concurrencia es recibida por los poderes de operación de El. (I, Q. XXII, a. 3; Q. CIII, a). Eficaz porque todas las cosas sirven al propósito final de Dios, un propósito que no puede ser frustrado (Contra Gentiles, III, XCIV); sin violencia (suavis) porque no viola ninguna ley natural, sino que mas bien produce sus propósitos a través de estas leyes (I, Q. CIII, a. 8).

Las funciones de la Providencia son triples. Como física, conserva lo que es y concurre con lo que ocurre o se transforma; como moral, opera sobre el hombre la ley natural, una conciencia, sanciones – física, moral y social / responde a las oraciones humanas, y en general gobierna tanto a la nación como al individuo. Que Dios deba responder a las oraciones no se debe entender como una violación al orden natural de la Providencia, si no más bien como llevar a efecto la Providencia “porque el arreglo mismo, de conceder al peticionario, cae dentro el orden de la Providencia Divina. Por lo tanto, decir que no debemos orar para ganar algo de Dios porque el orden de su Providencia es inmutable, es como decir que no debemos caminar para llegar a algún lugar o comer para apoyar la vida” (Contra Gentiles, III, XCV). La Providencia, por la cual podemos superar el pecado y merecer la vida eterna - sobrenatural pertenece a otro orden, y para analizarlo referimos al lector al tema de la GRACIA; PREDESTINACION.

El tratamiento de Santo Tomas al problema del mal en relación a la Providencia, esta basado sobre la consideración del universo como un todo. La voluntad de Dios es que Su naturaleza sea manifiesta de la forma mas alta posible y por lo tanto ha creado cosas como El mismo, no solo en su bondad en si, sino también que son causa de bien en otros (I, Q. CIII, a. 4, 6). En otras palabras, ha creado un universo, no un número aislado de seres. De ahí se sigue, de acuerdo a Santo Tomas, que las operaciones naturales tienden a lo que es mejor al todo, pero no necesariamente lo que es mejor para cada parte, excepto en relación al todo (I, Q. XXII, a. 2, ad 2 um; Q. LVIII, a. 2, ad 3 um; Contra Gent., III, XCIV). El pecado y el sufrimiento son males porque son contrarios al bien del individual y al propósito original de Dios en relación al individuo, pero no son contrarios al bien del universo y esta voluntad buena se realiza finalmente por la omnipotente Providencia de Dios.


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Fuente: Walker, Leslie. "Divine Providence." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12510a.htm>.

Traducido por Carolina y Luisa Eyzaguirre