Teatro: El Teatro en los colegios de los jesuitas
De Enciclopedia Católica
La orden jesuita, orientada casi desde sus comienzos hacia la enseñanza y la formación, adoptó la modalidad de teatro escolar y la introdujo en sus colegios con una triple finalidad: didáctica, moralizante y propagandística. En la Ratio Studiorum que regulaba la enseñanza en los colegios jesuíticos hay dos reglas para los Rectores que aluden al teatro. En la primera (regla 13) se les ordena que las comedias se representen sólo en ocasiones muy señaladas, siempre en lengua latina, que sean de temas piadosos o sagrados y que no tengan papeles femeninos, y en la segunda (regla 16), que se guarden las piezas, seleccionadas por “el Prefecto de Estudios o jueces competentes”, en las bibliotecas de los colegios. La segunda regla siempre se cumplió, y ello nos ha garantizado la conservación de centenares de obras, pero no así la primera. Pronto se introdujeron las lenguas vernáculas y se amplió el número y la temática de las representaciones, de modo que a finales del siglo XVI, en los numerosos centros de enseñanza que la Compañía tenía en Europa y América era costumbre representar Églogas, Tragedias, Autos, Comedias y Entremeses, de tema preferentemente religioso pero a veces profano, con ocasión de las ceremonias de comienzo y final de curso, en las fiestas del Corpus y en las de los patronos de los centros y de las localidades en las que éstos se asientan, lo mismo que con motivo de visitas de personajes importantes.
La producción teatral de los jesuitas es enorme y resulta imposible intentar aquí siquiera un esbozo del cuadro de difusión y el catálogo de las obras. En España se conservan más de dos centenares, la mayoría mediocres pero algunas de alta calidad literaria, muchas anónimas y otras de autores conocidos (el Padre Azevedo, el P. Juan Bonifacio, el P. Hernando de Ávila...) que cuentan entre los grandes dramaturgos del XVI, se inspiran frecuentemente en el teatro de Plauto y Terencio, y sirven de eslabón entre la generación de Lope de Rueda y las de Lope de Vega y Calderón, no por casualidad educados en los jesuitas. En Galicia la presencia de los discípulos de San Ignacio de Loyola fue temprana; tres Padres, procedentes de Braga, estaban en Santiago en 1543, sólo tres años después de la fundación de la orden, y en 1544 llegaron doce, procedentes de Lovaina, hasta A Coruña donde predicaron con gran éxito unos días antes de seguir hacia Coimbra. Tenemos también noticias de una misión jesuita en Mondoñedo en 1547 y sabemos que en Compostela intentaron, hacia 1551-52, hacerse cargo del control del Colegio de Fonseca y, a través de él, de toda la Universidad, entonces en proceso de reestructuración y consolidación como institución académica. Los jesuitas contaron con el apoyo del arzobispo Álvarez de Toledo y del conde de Monterrei, Don Alonso de Acevedo y Zúñiga, albaceas testamentarios del arzobispo Don Alonso de Fonseca, fundador del Colegio compostelano. Álvarez de Toledo era amigo personal de San Ignacio al que encarga una reforma del plan de estudios que el santo envía en 1552 aunque no llega a entrar en vigor ante la oposición de la ciudad que “no quería un Colegio sino una Universidad honrada”, y del Claustro, dominado por los benedictinos y los dominicos que solicitaron la intervención real. Quizá como compensación por este fracaso, el conde de Monterrei funda y dota un Colegio de la orden en su villa natal en 1555, el primero de los que tuvieron los jesuitas en tierras gallegas, seguido en las décadas siguientes por los de Compostela (1578) y Monforte (finales del XVI) y, ya en el siglo XVII, por los de Ourense (1653-54), A Coruña (1673) y Pontevedra (ca. 1685), lo que convirtió a la orden en la principal institución dedicada a la enseñanza secundaria en Galicia. De la documentación conservada se deduce la existencia, por parte de los miembros de la orden, de una actitud que hoy calificaríamos de “colonialista” ante la “gente inculta y bárbara” del Reino de Galicia, y consta que los Padres jesuitas no querían en general venir a colegios gallegos. Sabemos también que la mayoría de los rectores y profesores hasta el siglo XVIII eran foráneos, sin embargo, se prestó cierta atención a la lengua del país ya que consta que en 1572, con motivo de una celebración por el traslado de los restos del Conde fundador del colegio desde Santiago a la iglesia provisional del de Monterrei, con presencia de su nuera Dª Inés de Velasco y de sus nietos D. Gaspar y D. Baltasar de Acevedo y Zúñiga, los profesores y estudiantes redactaron: “papeles de varias composiciones (...), en verso y prosa, en lenguas latina, griega, hebrea, española, gallega y portuguesa”.
Como sucedía en el resto de los colegios de la orden, en los gallegos eran habituales las representaciones teatrales en las fiestas principales y con ocasión de las visitas de personalidades importantes. En ellas actuaban los alumnos con el vestuario y los decorados adecuados, poniendo en escena textos de los profesores y de los alumnos o piezas de dramaturgos conocidos. El público lo formaban el resto de los estudiantes y profesores pero también, al menos en algunas ocasiones, frailes de otras órdenes, autoridades y los habitantes de la villa en la que se asentaba el Colegio e incluso de pueblos cercanos. No eran pues simples actos académicos sino sociales y sin duda contribuyeron a familiarizar al público gallego con el hecho teatral. En el Colegio de Monterrei las representaciones comenzaron casi en el mismo momento de la inauguración del centro (hay datos desde 1558), y consta que el curso de 1561-62 “Los gramáticos representaron un diálogo sobre la Penitencia, representando sus papeles convenientemente revestidos con los trajes que correspondían a sus personajes”. La representación duró “casi seis horas (...) sin ningún cansancio del auditorio” y “se tuvieron también otros diálogos compuestos por los mismos alumnos”. En el curso 1562-63 una carta del Padre Astete nos informa que “se representó un coloquio de las ciencias, donde decían todas que querían tomar como reina a la Teología y disponerse para ella”, para lo cual “Aderezose bien la clase”. Las representaciones se repetían todos los años. En 1568 es el P. Juan Pérez, Prefecto de estudios, quien alabando las habilidades literarias de los alumnos del colegio nos informa que: “Hacen también sus diálogos y los representan en público (...) en la fiesta de la Circuncisión representaron una comedia con gran soltura y elegancia” a la que asistieron alumnos y profesores, los abades del monasterio y “gente de los pueblos vecinos”. Era también frecuente que se hiciesen representaciones para agasajar a visitantes ilustres. Así sucedió en el curso 1568-69 según nos dice el rector P. Francisco López: “Hízose una tragedia muy sustancial con unas declaraciones en verso y prosa para la venida del Obispo Tricio”, y en los de 1569-70 y 1571-72, ante una visita del Provincial de la orden (“Hízose en su presencia una tragicomedia la cual compuso el P. Juan Pérez (...) y la intituló “El triunfo de paciencia” (trataba sobre la historia de Job), y con motivo de la llegada a la villa de la Condesa Dª Inés de Velasco y sus hijos: “hízoseles una comedia célebre de la historia de Judit de que gustaron mucho”. En otros colegios gallegos de la Orden los datos son más escasos pero también hubo representaciones al menos en Santiago y Monforte como se deduce de la documentación aportada por Rivera Vázquez. En 1596 ejercía como maestro en el colegio de Santiago el P. Francisco Pérez de Ledesma famoso escritor de “composiciones y comedias”, actividad que le fue prohibida por el Provincial aunque no debió de hacer mucho caso ya que al año siguiente se le reprueba que hubiese escrito un diálogo para representar en la iglesia de la Compañía en Compostela que duraba “dos o más horas”. En Monforte, con motivo de la llegada a la villa en 1594 del nuevo Rector, P. Gaspar Sánchez, la Escuela de Niños, que ya estaba en marcha, “le representó algunos diálogos de mucho gusto y entretenimiento” y en fechas posteriores continuaron las representaciones destacando por su rica escenografía barroca las asociadas con los festejos por el centenario de la Compañía en 1640.
Probablemente la mayor parte de estas obras se hacían en latín como prescribe la Ratio Studiorum pero hay pruebas de que otras se hacían en lengua vernácula o eran bilíngües. Sus autores fueron en la mayoría de los casos profesores de fuera de Galicia aunque también tenemos casos documentados de profesores gallegos que escribieron obras de teatro como el P. Antonio Rodríguez, natural de Vilaza (Monterrei), autor de un tratado de caligrafía manuscrito de 1599 (Libro que contiene diversos alfabetos), el cual según el Padre Valdivia “Tenía gracia particular en hacer coloquios y representaciones santas y andanzas muy graciosas en nuestras fiestas; y componía unos entremeses muy graciosos y honestos con que alegraba a las innumerables gentes que acudían a nuestras fiestas en Carnestolendas”. La mayor parte de estas noticias sobre el teatro jesuítico aparecen en la obra del Padre Valdivia sobre el Colegio de Monterrei y eran accesibles desde la publicación del libro de Evaristo Rivera, pero no habían sido tenidas en cuenta por los historiadores del teatro en Galicia. Son, sin embargo, de gran interés que se ve acrecentado por la conservación de dos de las piezas representadas:
La primera de ellas, hoy en la Academia de la Historia madrileña, está escrita en latín, castellano, portugués y gallego. Le he dedicado algunos estudios y ediciones parciales que resumo aquí. La obra, titulada Egloga de Virgine Deipara [Egloga a la Virgen Madre de Dios], es de indiscutible origen gallego ya que su colofón nos informa de que fue representada el “año 1581 día de la Concepción de Nuestra Señora delante del Conde de Monterrey”, al cual le pareció “larga de prosa, las canciones parecieron algo largas”. La pieza es efectivamente larga de prosa y verso, artificiosa y de regular calidad pero resulta de gran interés como testimonio de la existencia de teatro escolar en Galicia y como precedente temático y lingüístico del Entremés famoso sobre da pesca do rio Miño (1671) de Gabriel Feixóo de Araúxo. Escrita la copia conservada de la Égloga por al menos cinco manos, una rúbrica inicial añadida a posteriori con la misma letra del colofón final nos informa: “Para la introducción de la égloga se hizo este prólogo, y de camino dio [el conde] los premios del primer certamen...”. En el prólogo aludido, el autor da noticia en castellano de su intención de honrar a la Virgen María con: “Una égloga en que en estilo pastoril se pone en práctica la mesma fiesta que se hace saliendo un pastor llamado Regiano (...) el cual después de aber publicado su fiesta por todo el reino (...) de todas las partes de donde suelen aquí concurrir estudiantes (...) bendran [pastores] dos de los puertos, el uno llamado Çalasio y el otro Marino, que en lengua griega y latina significan una misma cosa, otros dos vendrán del Miño y del Sil, llamado el uno Orminio y el otro Síleno, y otros de otras partes quios nombres darán vien a entender las tierras de donde son. Armarán así un justoso desafío sobre quien alabará mejor aquella de quien todos somos (...) mui aficionados y debotos”. Concluye el prólogo y sale Regiano quien tras cantar alabanzas a María y convocar a todos a la fiesta termina con estos versos:
“Deseo si pudiese que se hiziese con el culto posible la fiesta que tenemos oi delante, y que en las almas plante, la Virgen sus amores mostrándose propicia, al reino de Galicia, y haciéndonos a todos mil fabores...”
Salen a continuación Çalasio y Marino que dialogan en latín informándose mutuamente de sus respectivas procedencias. Entran después Orminio y Síleno quienes, ya en castellano, pero con seseo, cantan las alabanzas de la villa:
“...mas asmira a Monterrei las altas casas que ensierran la nobleza y señorío de todas estas tierras por do pasas”
Tras encontrarse con Çalasio y Marino que acuden convidados “a la solene fiesta que Regiano/ oy haze en honra de la Virgen Pura”, se invitan mutuamente a visitarse en su tierra y alaba cada uno las bondades de su lugar de origen. La tierra de Orminio destaca por:
“la leche, el requesón, la mantequilla el lomo del benado vien cosido lacones, longanizas y morsillas con el chorizo al humo renegrido”
La de Çalasio es un prodigio de feracidad y en su descripción se explotan todos los tópicos literarios de los locus amoenus:
“Allí verás los árboles copados los prados de nuevas flores llenos, los guertos sabiamente cultibados, las frescas fuentes i alamos amenos. Los sitios i naranjos que cargados de nuebo fruto no están aún ajenas de las naranjas viejas que encojidas tornan a ser de nuebo fruto henchidas. Allí la ierba fértil y abundosa engorda en pocos días las obejas, allí la flor diversa i olorosa da pasto a las solícitas abejas”
En la escena III del primer acto hacen su aparición nuevos personajes cuyos nombres, como se anunciaba en el prólogo, delatan su procedencia: Sanabrius, Fenanio, Vianus y Consus. Todos se unen al coro de alabanzas costumbristas a la tierra y sus productos, adobadas con loas a María y a su “inmaculada concepción”, y referencias a su papel como mediadora y protectora frente al demonio:
“Que no me contento con amarla ni demandarla una sola cosa que se que es poderosa en alcanzar lo que ella quiera dar a sus queridos mas pido con gemidos que me encienda en su amor y defienda del pecado y esté a mi lado al tiempo de mi muerte y a mí me haga fuerte y animoso contra el dragón ansioso que ha de estar para atrapar mi alma si pudiere”
Terminado el primer acto una rúbrica nos informa que se hizo un descanso para “dar los premios a los poetas”. Se reanuda la función (Act. II, Esc. I) con la aparición en escena de Lusitanus y Castellanus. El primero, con la tópica hipérbole de los portugueses, compara la tierra de Monterrei con la de Portugal “de tra los montes, porque a terra que esta alen do Texo non na a no mundo millor”. El castellano por su parte pregunta al portugués si ha pasado a Galicia “después que los reinos se an juntado”, en evidente alusión a la unión de España y Portugal en 1580 bajo la corona de Felipe II. El resto de la conversación entre el lusitano y el castellano se convierte en una apología de la unificación y de la hermandad hispano-portuguesa, y una crítica feroz a Don Antonio, el Prior de Crato, hijo bastardo del infante D. Luis que aspiraba a la corona y fue proclamado rey por el pueblo y el bajo clero portugués frente a Felipe II. Castellanus, muy diplomático, halaga constantemente a Lusitanus y reconoce los méritos de Portugal “a quien si la fortuna uviera sido faborable le fuera poco un mundo, según los grandes ánimos conque siempre an acometido empresas dificultosísimas por mar y por tierra”. Lusitanus, tocado en su punto débil, añade: “... fora diso ten a cidade de Lisboa a qual os que a viron poden deser que viron todo o mundo”. Continúa el castellano recomendando a los lusitanos “mucha lealtad (...) a vuestro legítimo y verdadero rey (...), olvidando a don Antonio a quien Dios a abatido y humillado como a tan soberbio y arrogante”. El portugués, convertido a la causa felipista, exclama: ¡Não me nomeis ese ome que nos quemou as entrañas e nos destruyo nosas terras, home por quien tanto sangue de cristian se derramou!, en clara alusión a los excesos cometidos por las milicias del Prior de Crato que, derrotadas el 25 de Agosto de 1580 en Cascais por el Duque de Alba, se retiraron desordenadamente hacia el norte, saqueando y robando, lo que les granjeó la enemistad de la población. Las referencias a la unificación terminan con un lamento de Lusitanus : “foi castigo de Dios que quiso abaixar nosa soberba pois en tan poco tenpo perdemos dous reis e tantos principes e infantes...”, en el que alude a la desaparición de la flor y nata de la nobleza portuguesa en la batalla de Alcazarquivir, la muerte del rey Don Sebastián (1578) y la de su tío y sucesor el cardenal-infante Don Enrique (1580) que dejó el trono vacante y abrió el camino para la unión de los reinos. Regiano que había aparecido en escena durante la conversación anterior, recuerda el motivo de la reunión y fiesta y comienzan las alabanzas a María (“niso não daremos ventaxe os portugueses a ninûa outra naçon”, dice Lusitanus), seguidas de un pormenorizado catálogo de santuarios de la Virgen y de las imágenes marianas más veneradas en Castilla y Galicia así como de los milagros a ellas atribuidos. La réplica de Lusitanus roza la caricatura: “Eu concedo que os castelaos tem muytas imagens de Nosa Sra. e romarias de muyta devaçaon e que en Galiça seia tambien esta serenissima virgen reverenciada porem nao tem que ver con Portugal. Huâ cousa vos quero decir que si a madre de Deos quisera vir agora a morar a terra a nihûa outra parte vira de millor vontade que a Portugal (...). En soa hûa cidade [Lisboa] a mais memorias e templos de Madre de Deos que en toda a Castella e Galicia juntas (...) poys con o aceyte e cera que ali se gasta nas lamparas cada mes poderas vosoutros pasar muitos anos”.
Pero el castellano, conciliador, dice no ponerlo en duda, pide detalles sobre las imágenes más famosas y promete “si Dios a mi me da salud” acudir en “romeria” a visitarlas. El acto III comienza con la llegada de los demás pastores y el encuentro en escena entablándose un rápido diálogo en el que intervienen todos, primero en latín y luego en castellano, y deciden entonar canciones en honor de la Virgen. Son en total cuatro, efectivamente “algo largas”, y concluyen con todos de rodillas haciendo cada uno su petición a María. Veamos la súplica pacifista de Viano:
“Yo te supplico y pido princesa de los cielos que las pasadas guerras y amarguras que en Portugal a avido conviertas en consuelo y en amorosa paz las armas duras. Y hagas ataduras tan firmes y tan fuertes entre los coraçones, que cesen dissensiones trabajos, alborotos, robos, muertes y bivan como hermanos gallegos, portugueses, castellanos”.
y su himno final, en correcto gallego:
“Viva!, Viva!, Viva! Philippo en Portugal Castela e Galicia con grande irmandad. Vivan os galegos e os castelás e os lusitanos seglares e crego[s] no aia mays renegos nem guerra ne afan”
La obra tiene como vemos una clara dimensión propagandística y fue redactada sin duda con la intención de halagar al Conde de Monterrei, D. Gaspar de Azevedo y Zúñiga, que se encontraba en la villa tras organizar un ejército y unirse en Verín a las tropas del Conde de Lemos para hostigar en su retirada a los partidarios de D. Antonio y someter Chaves que se resistía a reconocer como rey a Felipe II. La fecha escogida obligaba a la temática mariana que debió de ser frecuente en las representaciones del Colegio de Monterrei, puesto, por deseo expreso de su fundador, bajo la advocación de Santiago el Mayor, aunque tenía también a la Virgen como patrona porque los Padres habían llegado a la villa un 24 de marzo, víspera de la fiesta de la Anunciación. Ya en el curso 1578-79 se había creado en Monterrei la Congregación mariana, una institución muy habitual en los Colegios de la Orden y con este motivo se había convocado un certamen literario en cuya entrega de premios “diose fin a la fiesta con un gracioso diálogo en el cual se mostró cuanto importaba a un cristiano ser devoto de Nuestra Señora”. De esta noticia y de la existencia de la Égloga puede deducirse que las representaciones de temática mariana debieron de ser habituales en el Colegio de Monterrei durante las fiestas del 25 de marzo. Los que se han ocupado del estudio del Entremés famoso sobre da pesca do rio Miño, pieza aparentemente insólita en el panorama teatral gallego del siglo XVII, han recurrido en general para explicarla a suponer la existencia de una tradición entremesística popular hoy perdida pero viva en la memoria de la gente, que sigue denominando entremeses a las representaciones carnavalescas (Oimbra y la zona del Ulla, por ejemplo), y en algunas escenificaciones populares de “contos” como las de Sergude, Melide y Lubián que pervivieron hasta tiempos recientes. Sería demasiada casualidad que se nos hubiera conservado la única pieza que se escribió en la época y una lectura atenta del Entremés demuestra que no puede tratarse de una pieza aislada ya que la técnica utilizada delata un conocimiento, si quiera somero, de los recursos propios del género teatral, e incluso se han visto influencias del teatro de Gil Vicente y de la Propalladia de Torres Naharro. Estas influencias podrían haberle llegado a Feixoó a través del conocimiento de las representaciones teatrales de compañías ambulantes castellanas que tenemos documentadas a lo largo del siglo XVII actuando en el Corpus y en las fiestas patronales de las villas y ciudades gallegas contratadas por los gremios, los ayuntamientos y los cabildos catedralicios. Creo, sin embargo, que a la vista de la Égloga de Monterrei hay que ampliar las fuentes de la obra de Feixóo de Araúxo. La Égloga prueba la existencia de una tradición de piezas bilingües en las que la lengua, como sucede en el Entremés, se utiliza como elemento caracterizador de la procedencia social o geográfica de los personajes. Por otra parte, la coincidencia en tomar como punto de partida un acontecimiento bélico (la guerra de Sucesión de 1580 en la Égloga y la de Restauración portuguesa de 1669-70 en el Entremés) y la moraleja final con el hermanamiento entre gallegos y portugueses lleva incluso a preguntarse si Feixóo conocería directamente la pieza de Monterrei o alguna semejante, hoy perdida. Existe un lapso de noventa años entre la representación de la Égloga y el Entremés de Feixoó de Arauxo pero no es imposible que éste conociese el texto de Monterrei que pudo seguir representándose en el Colegio en las fiestas del 25 de marzo. Monterrei era a mediados del XVII el colegio jesuita más importante de Galicia y el mayor centro de enseñanza secundaria del país, con más de 1000 alumnos y una treintena de profesores. Es muy probable que en él estudiase el bachiller Arauxo de cuya obra se ha deducido que debió de vivir parte de su vida en la zona de Ourense y cuyo linaje, unido por estrechos lazos con la casa condal de Monterrei, procedía de Celanova según testimonian Vasco de Aponte y los genealogistas del siglo XVIII. No creo casual que tanto la Égloga, como el Entremés pertenezcan a lo que podríamos denominar teatro de frontera, un subgénero en el que la “raya” y el conflicto-hermanamiento fronterizo juegan un papel fundamental en el desarrollo de la peripecia dramática. Este tópico debió de ser extraordinariamente popular en Galicia lo que explicaría su aparición en algunas obras del “ciclo galaico” de Tirso de Molina, especialmente en la comedia titulada Mari-Hernández la gallega en la que late también la idea de la rivalidad-hermandad entre gallegos y portugueses y en la que Tirso emplea el gallego en algunos diálogos (unos 60 versos) y hace constantes referencias a los conflictos fronterizos con los portugueses, de nuevo en un contexto bélico: el de la guerra hispano-portuguesa mantenida por Felipe III. Sin trasunto bélico, encontramos de nuevo el tópico de la reyerta-hermanamiento con los vecinos portugueses en la única obra teatral en gallego que nos ha llegado del siglo XVIII, una pieza conocida como el Entremés del portugués descubierta y publicada por José Luis Pensado quien no indica donde la encontró aunque afirma que es una copia apógrafa y atribuye al copista castellano la castellanización de algunos fragmentos. La existencia de esta pieza en la que, como en el Entremés, se caracteriza el habla de los personajes portugueses con la grafía nh, que no tiene repercusiones fonéticas, lleva a pensar que estaban destinadas a la imprenta y a sospechar que en Galicia pudo haber existido una literatura de cordel similar a la que en el siglo XVIII conquistaba los mercados castellanos y portugueses.
La segunda de las piezas de teatro jesuítico gallego conservada en la actualidad es la Comedia de la invención de la sortija, representada en Monforte en el verano de 1594 con motivo de la visita a la villa del cardenal y arzobispo de Sevilla, D. Rodrigo de Castro, fundador y mecenas del Colegio y emparentado con los condes de Lemos. La obra, descubierta y publicada por Antonio Cortijo, se conserva en un manuscrito de la Fernán Núñez Collection en la Bancroft Library de la University of California en Berkeley (UCB MS 143, vol. 18 [D-2]: Comedia de /la ynuencion de / la sortija en la veni-/da a Monforte del / yllustrisimo Señor don Rodrigo de Cas-/tro Arcobispo de Se-/villa Carde-/nal de la Santa ygle-/sia de Roma).
Representados la mayoría de sus papeles por los niños de la escuela de menores, según se afirma en el prólogo, a ella hace referencia el autor de la Historia del Colegio de Monforte de la Academia de la Historia, cuando relatando la visita del cardenal a Monforte dice: “La escuela de los niños, que ya estaua puesta, le representó algunos diálogos de mucho entretenimiento y gusto”.
A lo largo de dos jornadas, van desfilando ante el arzobispo de Sevilla, los invitados y las autoridades de la villa, personificaciones de las distintas provincias y ciudades gallegas, adornadas con divisas y emblemas alusivos a sus peculiaridades geográficas, culturales y gastronómicas, y llevando ofrendas que presentan a las autoridades, antes de 'correr la sortija'. Aparecen también personajes mitológicos (Neptuno, Baco, Diana, Vulcano, Sirenas, Ninfas...) y alegóricos (el Tiempo, la Razón, la Justicia, la Iglesia, el Vulgo, la Necedad...).
En el primer día, se representó un Entremés en varias escenas, que se intercalaron entre las de la procesión alegórica de la sortija. En el Entremes aparecen pastores y otros personajes populares que también quieren, como los caballeros, “correr la sortija”, aunque resultan insultados y engañados en un tono cómico (entre los personajes destaca el llamado Quinolilla, con habla sayaguesa y rasgos que lo aproximan al típico "pastor bobo" del teatro castellano de finales del XVI y del XVII).
La obra es, probablemente, de autor gallego y una de las escenas del Entremés (fols. 35r-36v, 55 versos) está compuesta totalmente en gallego. En ella intervienen tres pastores (Pascual, Afonso y Pelaio) que quieren emborrachar al tamborilero Xaniño y acaban todos cantando y bailando, dando fin así a la primera jornada de la fiesta-representación