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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Bolandistas

De Enciclopedia Católica

Revisión de 22:51 3 dic 2012 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Página creada con '<span style="color:#000066"> Una asociación de estudiosos eclesiásticos dedicados a editar las Actas de los Santos (Acta Sanctorum). Esta obra es una gran colección hagiogr...')

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Una asociación de estudiosos eclesiásticos dedicados a editar las Actas de los Santos (Acta Sanctorum). Esta obra es una gran colección hagiográfica comenzada durante los primeros años del siglo diecisiete y continuada hasta nuestros días. Los colaboradores se llaman bolandistas, como sucesores de Bolland, el editor del primer volumen. La colección contiene 68 volúmenes.

Aunque Bolland ha dado su nombre a la obra, no debe ser considerado como su fundador. La idea fue concebida primero por Heribert Rosweyde (n. en Utrecht, 1569; m. en Amberes, 1629). Entró en la Compañía de Jesús en 1588; trabajador infatigable e investigador atrevido pero sensato, a pesar de sus obligaciones como profesor de filosofía en el colegio jesuita de Douai durante los últimos años del siglo dieciséis, Rosweyde dedicó el tiempo libre de sus vacaciones y días festivos a explorar las bibliotecas de los numerosos monasterios repartidos por Hinault y el Flandes francés. Copió con su mano un gran número de documentos sobre la historia de la iglesia en general y la hagiografía en particular y comenzó a ver los antiguos textos contenidos en manuscritos de forma diferente a la de aquellos que hacían las revisiones a las que estaban acostumbrados muchos editores, sobre todo Lippomano y Surius, por entonces los más famosos, y a las que habían pensado que debían someterlas.

Rosweyde opinaba que sería útil publicar los textos en su forma original. Sus superiores, a los que sometió su plan en 1603, que recibió una completa aprobación, y le permitió preparar la edición proyectada, pero sin relevarle de ninguna de las actividades a las que dedicaba su prodigiosa actividad. Así que de momento se le concedía el privilegio de dedicar su tiempo libre a la preparación del trabajo. Rosweyde no dejó su proyecto que anunció públicamente en 1607 asi como el plan a seguir. Bajo el título: "Fasti sanctorum quorum vitae in belgicis bibliothecis manuscriptiae", produjo un pequeño volumen en 16avo publicado por la prensa de Plantin de Amberes, una lista alfabética de nombres de santos cuyas actas se habían encontrado ya por él mismo o le habían llamado la atención en colecciones de viejos manuscritos. Esta lista ocupaba cincuenta páginas; la nota introductoria en la que indica el carácter y arreglo de esta obra tal como la había concebido, llena catorce páginas. Finalmente, contiene un apéndice de veintiséis con las actas no publicadas de la pasión de los santos mártires de Cilicia, Probo y Andrónico, que Rosweyde consideraba – erróneamente – que era el informe oficial salido de la pluma de un oficial del tribunal romano.

Según el programa, la obra iba a consistir en dieciséis volúmenes, además de otros dos de explicaciones y tablas. El primer volumen iba a presentar los documentos que concernieran a la vida de Jesucristo y las fiestas establecidas en honor de los sucesos especiales de Su vida; el segundo volumen estaría dedicado a la vida y fiestas de la Santísima Virgen y el tercero a las fiestas de los santos honrados con un culto especial. Los siguientes doce volúmenes darían las vidas de los santos cuyas fiestas se celebran respectivamente en los doce meses del año, un volumen para cada mes. Este calendario se había arreglado así por una orden de sus superiores, en vez del orden cronológico que prefería Rosweyde. Pero esto presentaba, en aquel momento, dificultades formidables. Por fin, el volumen dieciséis debía exponer la sucesión de martirologios que habían estado en uso en diferentes períodos y en las varias iglesias de la cristiandad. El primero de los dos volúmenes suplementarios debía contener notas y comentarios sobre las vidas, divididos en ocho libros que tratarían respectivamente de los siguientes temas:

• El autor de las vidas;

• los sufrimientos de los mártires;

• las imágenes de los santos:

• ritos litúrgicos y costumbres mencionadas en los documentos hagiográficos;

• costumbres profanas a los que se había hecho alusiones;

• cuestiones de cronología;

• nombres de lugares encontrados en esos mismos documentos;

• términos bárbaros u oscuros que podían asombrar a los lectores;

El otro suplemento debía presentar una serie de copiosas tablas que contuvieran:

• los nombres de los santos cuyas vidas habían sido publicadas en los volúmenes precedentes;

• los mismos nombres seguidos por notas con el lugar de nacimiento del santo, su situación en la vida, su titulo de santidad, el tiempo y lugar en el que vivió, y el autor de su vida;

• el estado de vida de varios santos (religiosos, sacerdotes, virgenes, viudas etc.);

• su posición en la Iglesia ( apóstol, obispo, abad etc.);

• la nomenclatura de los santos ilustres por su nacimiento, apostolado, lugar, entierro, por países;

• nomenclatura de los lugares en los que son honrados con un culto especial;

• enumeración de las enfermedades por cuya cura son invocados especialmente;

• las profesiones que les tienen por patrones;

• los nombres propios de personas y lugares se hallan en sus vidas publicadas;

• los pasajes de la Sagrada escritural explicados allí;

• puntos que pueden ser utilizados en las controversias religiosas;

• los que se pueden aplicar en la enseñanza de la doctrina católica;

• una tabla general de palabras y cosas en orden alfabético.

“Y Otros más”, añade el autor, “si algo de importancia se presenta de lo que nuestros lectores puedan darnos alguna idea”.

El cardenal Bellarmino, a quien Rosweyde envió una copia del pequeño, volumen no pudo evitar exclamar cuando hubo leído el programa: “¡Este hombre cuenta, entonces, con vivir doscientos años más!”. Dirigió una carta al autor, cuyo original se guarda en la biblioteca de los bolandistas, firmada pero no escrita por la mano de Belarmino en la que sugiere en un idioma plano y pulido que le parecía un plan quimérico. Pero Rosweyde no se dejó desconcertar por ello. Desde muchos sitios recibía palabras de ánimo, alabanzas entusiastas y asistencia valiosa. La nueva empresa encontró un protector especial, tan generoso cono celoso e ilustrado, Antoine de Wynghe, abad del conocido monasterio de Liessies, en Hinault, tercer sucesor del venerable Louis de Blois, quien parecía haberle trasmitido la devoción hacia los hijos de S. Ignacio de Loyola. La simpatía de este mecenas se manifestó de múltiples formas: cartas de recomendación a los directores de las varias casas de la gran orden benedictina que abrió a Rosweyde y sus asociados las bibliotecas monásticas; en préstamos y donaciones de libros, de manuscritos y copias de manuscritos; en ayudas financieras. Rosweyde contaba que podría completar su obra soñada y acabarla exitosamente.

Pero de hecho no fue más allá de las primeras etapas de la estructura. Su actividad literaria se agotó en una multitud de obras históricas, religiosas y polémicas, algunas de las cuales, es verdad, estaban destinadas a formar parte de la gran compilación hagiográfica, pero la gran mayoría nada tiene que ver con ella. Los escritos que hubieran estado disponibles son: la edición del Pequeño Martirologio Romano en el que Rosweyde creía reconocer la colección mencionada por S. Gregorio el Grande en cu carta a Eulogio de Alejandría; la edición del martirologio de Ado de Vienne (1613); los diez libros de las Vidas de los Padres del Desierto, que publicó primero en latín (1615 en fol.) dedicando la obra al abad de Liessies, y después en flamenco (1617). Con una inscripción de Jeanne de Bailliencourt, Abadesa de Messines. El resto, sin embargo, como por ejemplo la edición flamenca de los “Flores de los Santos “de Ribadeneira (1619, dos volúmenes en fol.), la “Historia General del Iglesia” (1623) a la que añadió como apéndice una detallada historia de la iglesia en los Países Bajos, ambos en flamenco; y en este idioma las vidas de S. Ignacio y S. Felipe Neri; la traducción al flamenco de la primera parte del “Tratado de Perfección“, alejó completamente su atención de lo que debería haber sido su tarea principal. Sin embargo, se debe decir en su favor que sus superiores, sin dejar de animarle a que siguiera en su gran proyecto, debido a las necesidades por puestos vacantes, le impusieron continuamente obligaciones que no le dejaban el tiempo libre suficiente e indispensable.

Esto lo manifiesta claramente en el memorando que les envió en 1611, en respuesta a una pregunta sobre el progreso en la preparación de sus volúmenes. Pero no es menos verdad que casi todas sus publicaciones, las más importantes se han mencionado arriba, son de fecha posterior y sin duda hay que culpar principalmente a Rosweyde del retraso que, por otra parte, fue afortunado puesto que el resultado fue una ventajosa modificación del plan de trabajo. En el momento de su muerte, en Amberes 1629, no había ni una página lista para la imprenta. Más aún, sus superiores por su parte, dudaban si era conveniente que otras manos continuaran su obra. Durante más de 20 años, sin embargo, Rosweyde había sido extraordinariamente activo, se había asegurado el acceso a una gran cantidad de manuscritos y había conseguido la cooperación de muchos eruditos que manifestaron gran interés en sus proyectos y gracias a su cooperación había coleccionado muchos manuscritos y libros relacionados con las vidas de los santos. En una palabra, había despertado tal interés, tan universal y tan profundo que se hizo necesario satisfacerlo.

El Padre Juan van Bolland (nacido en Julemont, en Limburg, 1596; muerto en Amberes 12 sep., 1665) era en este momento Prefecto de Estudios en el colegio de Mechlin, y estaba al cargo de una congregación compuesta por la gente principal de la ciudad, llamada la “Congregación Latina”, porque sus ejercicios, sermones incluidos se hacían en latín. Su familia dio el nombre – o lo tomó – de la villa de Bolland, cerca de Julemont. Antes de iniciar sus estudios teológicos había enseñado Bellas Letras con distinción a los tres grados superiores de humanidades de Ruremonde, Mechlin, Bruselas y Amberes. El superior de la provincia belga de la Compañía de Jesús le pidió que examinara los papeles que había dejado Rosweyde, y que le informara después qué se podía hacer con ellos. Bolland fue a Amberes, se familiarizó con los manuscritos y aunque admitiendo que el trabajo estaba en un estado esquemático muy burdo y con errores, dio razones para creer hasta sin demasiado exceso de trabajo se podía terminar con éxito. Hasta se mostró dispuesto a encargarse de ello, pero con dos condiciones: que se le dejara modificar libremente el plan de Rosweyde tal como él lo entendía y que los libros, copias y notas recogidos por Rosweyde debían separarse de la biblioteca de la Casa de los Profesos, donde estaban mezclados con los de uso común y llevados a un lugar para uso exclusivo del nuevo director del proyecto.

El Provincial, Jacques van Straten, aceptó con entusiasmo tanto la oferta como las condiciones. Bolland fue trasladado del colegio de Mechlin y asignado a la Casa de Profesos de Amberes, para dirigir la Congregación latina y ser confesor en la iglesia y con el encargo de preparar, en sus horas libres (horis subsecivis) las Acta Sanctorum para su publicación.

Felizmente no tenía la menor idea, ni tampoco el provincial, del trabajo que requería. Creyó que podría terminarlo él solo, sin ayuda y que, una vez terminado el verdadero trabajo y la preparación de tablas históricas, cronológicas, geográficas y otras, como había anunciado Rosweyde, podría completar la publicación añadiendo una colección que abarcara las noticias de los personas santas que habían florecido en la iglesia después del siglo quince, pero que no habían sido honradas con culto público.”Una vez que se haya hecho eso” escribió en el prefacio general, al principio del primer volumen de enero, ” si aun tengo tiempo para vivir, dedicaré las horas libres de mi vejez a juntar las doctrinas ascéticas encontradas en las enseñanzas de los santos tratados en esta obra “. Y sin embargo comenzó por organizar un plan de la misma amplitud que el de Rosweyde, que ya había asombrado a Bellarmino. Rosweyde había limitado su búsqueda de textos originales a las bibliotecas de Bélgica y regiones vecinas. No había ido más allá de Paris, por el sur, de Colonia y Tréveris, por el este. Bolland apeló a colaboradores jesuitas u otros que residían en todos los países de Europa.

Rosweyde había propuesto publicar al principio solamente los textos originales, sin comentarios o anotaciones, relegando a los últimos volúmenes los estudios útiles para apreciar su valor y que arrojaran luz sobre las dificultades. Bolland se dio cuenta enseguida qué defectuoso era su plan. Así que decidió dar para cada santo y su culto toda la información que había sido capaz de encontrar, de cualquier procedencia; poner un prefacio a cada texto con un estudio preliminar destinado a determinar su autor y su valor histórico, añadiendo a cada uno de ellos notas y explicaciones para aclarar las dificultades. Los deberes de los varios cargos que tenia Bolland se añadían a la formidable correspondencia causada por sus investigaciones en documentos y otras fuentes de información referentes a la vida y culto de los santos que se iban a tratar en la obra, además de las contestaciones a las numerosas cartas de consulta dirigidas a él de todas partes, sobre temas eclesiásticos, no le dejaban momento alguno libre para descargar sus obligaciones como hagiógrafo. Así que después de cinco años en Amberes se vio obligado a admitir que el trabajo estaba casi donde la había dejado Rosweyde, excepto que la masa de materiales que él había empezado a clasificar había aumentado notablemente; de hecho se había cuadruplicado. Mientras tanto el profundo deseo de que apareciera el monumento hagiográfico que Rosweyde había anunciado treinta años atrás, crecía más y más en el mundo religioso y culto.

A Bolland no le quedaba más remedio que admitir que la tarea estaba más allá de sus fuerzas individuales y pidió ayuda. El generoso abad de Liessies, Antoine de Wynghe, le apoyó pagando los gastos de los voluntarios que fueran asignados a Bolland, ya que la Casa de Profesos de Amberes, que dependía de las limosnas de los fieles pasa su subsistencia, no podía pagar a nadie cuyo trabajo que no cayera estrictamente en el campo de su administración. El ayudante elegido, sin duda por sugerencia de Bolland, fue uno de sus más brillantes discípulos en humanidades Godfrey Henschen (n. en Venray de Limburg, 1601; m. 1681), que habían entrado en la Compañía de Jesús en 1619. Fue asignado a su maestro en 1635 y trabajó en la publicación de las Acta Sanctorum hasta que murió en 1681, cuarenta y seis años después. Por entonces habían aparecido 24 volúmenes, el último de los cuales era el séptimo volumen de mayo. Había preparado una gran cantidad de material y muchos comentarios para junio.

Se puede decir que el trabajo de los bolandistas debe su forma final a Henschen. Cuando llegó a Amberes, Bolland logró poner en orden los documentos de los santos de enero y encontró a Juan van Meurs para publicarlos. Y para probar la capacidad de Henschen le ordenó que estudiara las actas de los santos de febrero, dejándole libre en la elección de los temas y la manera de tratarlos. Bolland se entregó completamente a la publicación de los volúmenes de enero. Iba bien avanzado cuando Henschen le trajo a Bolland los primeros frutos de su actividad en el campo de la hagiografía. Eran estudios para la historia de S. Vaast y de S. Amand, que fueron impresos después en el primer volumen de febrero, el día seis. Bolland quedó completamente asombrado, y quizás un poco avergonzado, por la gran visión y solidez del trabajo que su discípulo le mostró. El mismo no había soñado en nada similar.

Sus comentarios preliminares a las actas de los varios santos de enero se redujeron prácticamente a describir los manuscritos donde se habían encontrados los textos que estaba publicando, a algunas anotaciones y a una lista de variaciones en las varias copias y las ediciones previas. Los comentarios y anotaciones de Henschen solucionaron, o al menos trataron de solucionar todos los problemas que el texto de las Actas podía presentar en materia de cronología, geografía, historia o interpretaciones filológicas y todas estas cuestiones fueron tratadas con una erudición y un método que podría decirse absolutamente desconocido hasta entonces. Como Bolland era un sabio modesto y juicioso enseguida admitió la superioridad del nuevo método y deseaba que Heschen, a pesar de sus reticencias ocasionadas por su humildad y el profundo respeto hacia su maestro, revisara la copia que ya estaba en la prensa. La retuvo durante un tiempo considerable para permitir a su colega añadir y corregir lo que juzgara necesario o ventajoso. Las páginas con el material de los seis primeros días de enero habían venido de la imprenta. Aquellas que a Henschen le parecieron más defectuosas fueron remplazadas por revisiones. Su mano se nota más claramente en las páginas siguientes, aunque persistió en emplear una reserva y cuidado que a veces parece que le costó un esfuerzo, para evitar una diferencia demasiado marcada entre los comentarios de Bolland y los suyos. Papebroch, en su noticia impresa al principio del séptimo volumen señala especialmente el esfuerzo hecho en las actas de S. Wittikind, S. Canuto y S. Raimundo de Peñafort, del 7 de enero de S. Attico de Constantinopla y del beato Lorenzo Justiniano del día ocho, los de los santos Julian y Basilisa del día nueve, “pero desde este día en adelante”, añade, “Bolland dejó a Henschen los santos griegos y orientales así como la mayoría de los de Francia e Italia, reservándose solamente los de Alemania, España, Inglaterra e Irlanda”.

Aun deseaba asociarle a su nombre en la página del titulo, el humilde religioso no quiso aparecer excepto como su asistente y subordinado. Mientras, Bolland, en su prefacio general al primer volumen de enero, no dejó de notar lo que debía a si excelente colaborador. Entonces insistió en que su volúmenes de febrero y siguientes el nombre de Henschen estuviera en la página titular de forma tan prominente como la suya, más aún, en el curso de la publicación de estos volúmenes todos los comentarios de la pluma de Henschen debían firmarse con sus iniciales, puesto que recibía una gran número de cartas referentes a artículos escritos por su colega, que le causaban dificultades. Los dos volúmenes de enero que contenían respectivamente si tenemos en cuenta las tablas y artículos preliminares, el primero 1300 páginas y el segundo más de 1250, aparecieron a lo largo del mismo año 1643. En el mundo especializado levantaron mucho entusiasmo lo que es fácil de entender si consideramos hasta qué punto las nuevas publicaciones sobrepasaban todo lo conocido hasta entonces –La Leyenda Aurea, Guido Bernardo, Vincente de Beauvais, St. Antoninus de Florencia, Pedro de Natali, Mombritius, Lippomano y Surius.

Entonces, quince años después, en 1658, había un marcada diferencia en los tres volúmenes de febrero que mostraban una notable mejora sobre los de enero. De todas partes llegaban testimonios encomiásticos para mostrar a Bolland y a su colaborador la admiración por su obra. Las alabanzas no venían solo de la parte católica ya que que los especialistas protestantes del máximo rango no dudaron en alabar el verdadero espíritu científico que se notaba en la nueva colección, entre ellos el muy conocido Gerard Vossius. Los editores tuvieron la satisfacción de ver que a todas estas alabanzas se unía la de Alejandro VII, que manifestó públicamente que nunca se había comenzado un trabajo más útil y glorioso para la Iglesia y el mismo papa, por sugerencia del general de la Compañía de Jesús Goswin Nickel, invitó inmediatamente a Bolland a Roma, prometiéndole una rica cosecha de materiales. La invitación equivalía a una orden, aunque el viaje fue de gran ventaja para el trabajo de Bolland que desde luego aceptó alegremente la orden. Pero al ver que estaba demasiado débil por una reciente enfermedad para soportar las fatigas del viaje y como era necesaria su presencia para uno de los editores en Amberes, el centro de la correspondencia, obtuvo con facilidad el permiso del general de la orden para enviar en su lugar a Henschen, que ya era favorablemente conocido por sus colaboraciones en los volúmenes publicados. En este momento se unió a los hagiógrafos un nuevo compañero que iba a acompañar a Henschen en su viaje y más tarde participar en la gloria del trabajo de sus dos predecesores. Se trataba del Padre Daniel von Papenbroeck, mejor conocido en la forma ligeramente modificada de Papebroch (n Amberes 1628; m. 28 junio, 1714), que entró en la Compañía de Jesús en 1646, después de haber sido, como Henschen, un brillante discípulo de Bolland en los cursos de humanidades. Acababa de cumplir 35 años cundo se le destinó en exclusiva, en 1659, a la hagiografía, en la que iba a desarrollar una larga y fructuosa carrera que duró hasta su muerte, a los 87años y el 55 de su dedicación a este campo.

Al mismo tiempo que nombraban a Papebroch colaborador de Bolland y Henschen, los superiores de la orden, a instancia de personas importantes que deseaban que se acelerase la publicación de las “Acta Santorum”, se les liberaba de toda otra obligación regular para que pudieran dedicar todo su tiempo al trabajo hagiográfico. No estaban obligados a cumplir ninguna obligación del sagrado ministerio excepto aquellas que por cambio de ocupación permitían descansar a hombres de de tan enorme actividad intelectual. Por entonces se les concedió otro favor. Hemos visto que Bolland al aceptar suceder a Rosweyde en su puesto había conseguido que se dispusiera de un lugar aparte para las copias de manuscritos y libros recogidos por Rosweyde, que habían estado mezclados entre los de la biblioteca general de la Casa de Profesos. Este fue el embrión del Museo Bolandista, dos áticos con ventanas de buhardilla, tan estrechas que apenas se podía leer el título de los libros ni siquiera a mediodía. Más aún, las paredes carecían de estanterías para colocar los libros que estaban simplemente apilados uno sobre otro sin orden alguno. Hacía falta tener la maravillosa memoria local de Bolland para encontrar algo en ese caos. Hacia 1660 tuvo la satisfacción de que le dejaran un lugar espacioso en el primer piso donde podían colocarse en un orden metódico libros y manuscritos. La biblioteca del “Museo Hagiográfico”, como solían llamarla, recibía diariamente muchas adquisiciones gracias a los donativos de benefactores generosos y a compras sensatas de manera que Hanschen durante su viaje literario fue capaz de decir que había encontrado pocas bibliotecas públicas o privadas que se pedieran comparar con el “Museo Hagiográfico” de Amberes, que fue muy enriquecida años más tarde cuando Papebroch, a través de la muerte de su padres, un rico mercader de Amberes, fue capaz de dedicar al trabajo al que se dedicaba su gran herencia.

Los dos compañeros de Bolland comenzaron el viaje la fiesta de Sta María Magdalena, el 22 de julio, 1660. El viejo maestro los acompañó hasta Colonia, donde le dejaron después de una estancia de una semana. Una correspondencia casi diaria que le mantenía informado, se conserva en Bruselas, y nos permite seguir cada paso del peregrinaje a través de Alemania, Italia, y Francia. En Alemania visitaron sucesivamente Coblenza, Maguncia, Worms, Espira, Frankfort, Aschaffenburg, Würzburg, Bamberg, Nüremberg, Eichstädt, Ingolstadt, Augsburgo, Munich e Innsbruck. Por todas partes el nombre de Bolland les aseguraba una bienvenida entusiasta y les abría todas las bibliotecas; en todas partes encontraron material precioso para utilizar en los siguientes volúmenes de las “Acta”. Una recepción no menos amigable y una cosecha hasta más abundante esperaba a los viajeros Italia, en Verona, Vicenza, Padua, Venecia, Ferrara, Imola, Florencia, Rávena, Forlì, Rimini, Pesaro, Fano, Sinigaglia, Ancona, Osimo, Loreto, Asis, Perugia, Foligno y Spoleto. Llegaron a Roma el día antes de la Vigilia de Navidad y permanecieron allí hasta el 3 de octubre del año siguiente, 1661. Durante todo este tiempo, abrumados por las atenciones y favores de Alejandro VII, que les hizo personalmente el honor de su rica biblioteca Chigi y ordenó en breves especiales que todos las bibliotecas se les abrieran y sobre todo que se les diera acceso a los manuscritos del Vaticano.

Fueron recibidos con similar cortesía por los cardenales, los directores de las distintas órdenes, los sabios Allatius, Aringhi, Ughelli, Ciampini y otros, que eran entonces las lumbreras de la capital del mundo cristiano. Los cinco o seis copistas puestos a su disposición estuvieron constantemente ocupados durante los nueve meses que estuvieron en Roma, transcribiendo manuscritos siguiendo sus directivas, ocupación que duró bastante tiempo después de que se fueran los bolandistas. Éstos empleaban su tiempo principalmente en recoger manuscritos griegos, en lo que fueron ayudados diligentemente por conocido helenista Lorenzo Porcius y el abad Francesco Albani que más tarde llegaría a cardenal y papa con el nombre de Clemente XI. El sabio maronita Abraham de Eckel, que acababa de traer a Roma un gran número de manuscritos siríacos se ofreció a hacer extractos y traducirles las actas de santos que se encontraran en ellos. Ughelli les dio dos volúmenes in folio que había recogido para su “Italia Sacra”. Los Oratorianos les pusieron en contacto con los manuscritos de Baronius y con una gran colección de vidas de santos que ellos mismos habían pensado publicar. Después de Roma visitaron Nápoles-Ferrata, Monte Casino, y Florencia, donde permanecieron cuatro meses, y por fin Milán. Por todas partes, como en Roma, dejaron copistas que durante años continuaron transcribiendo el trabajo que les encargaron. A continuación, por más de seis meses, viajaron por Francia donde se detuvieron sucesivamente en la Gran Cartuja de Grenoble, en Lyon y en los monasterios de Cluny y Citeaux; en Dijon, Auxerre, Sens y por fin Paris.

Llegaron a la gran ciudad el 11 de agosto de 1662, y enseguida se les puso en contacto con todos los sabios de los que París podía presumir. Se les permitió copiar sin restricciones a su voluntad todo aquello que servía a su propósito: la riqueza de los materiales hagiográficos de las bibliotecas de Saint-Germain-des-Prés y de S. Víctor, asi como los de los Celestinos y Feuillants, de Wion d'Hérouval, de Thou, de Séguier, por fin de la biblioteca Mazarino y de la Biblioteca Real. Su estancia en París se prolongó otros tres meses, y cada momento lo emplearon en transcribir y cotejar, además de conseguir los servicios de varios copistas durante todo ese tiempo. Dejaron París el 9 de noviembre camino de Rouen, Eu, Abbeville y Arras, aunque omitiendo, lamentándolo mucho, la ciudad de Amiens porque las carreteras estaban impracticables y no lograron medios de transporte. Llegaron a Amberes el 21 de diciembre de 1662 después de una ausencia de 29 meses. No sólo trajeron consigo una enorme masa de documentos trascritos por ellos mismos y por los copistas que se habían visto obligados a utilizar sino que encontraron al llegar una cantidad similar de documentos de los copistas que habían empleado en las principales ciudades que habían visitado (sobre todo Roma, Florencia, Milán y Paris) y que seguían haciendo el trabajo que se les había encomendado.

Este largo viaje causó poca demora en el progreso del trabajo para el que por otra parte había producido tan buenos resultados. Gracias a la increíble actividad de los tres eminentes hagiógrafos, los tres volúmenes de marzo fueron entregados al público en 1668. Llevaban solamente el nombre de Henschen y Papebroch, pues Bolland había pasado a mejor vida el 12 de septiembre de 1665, treinta y seis años después de suceder a Rosweyde en la preparación de las “Acta Sanctorum “. Siete años después, en 1675, los tres volúmenes de abril aparecieron, precedidos de tratados preliminares, cuyos temas fueron, respectivamente: en el primer volumen, las dos más antiguas colecciones de noticias sobre los papas (catálogos de Liberius y Felix) y la fecha de la muerte de S. Ambrosio, ambos de Henschen; en el segundo, el intento de un tratado diplomático de Papebroch “cuyo mérito principal”, como le gustaba decir al autor con tanta sinceridad como modestia, “ era que inspiró a Mabillon a escribir su excelente trabajo "De re diplomatica"; en el tercero , una nueva edición revisada de las "Diatribi de tribus Dagobertis", que había hecho famoso a Henschen veinte años antes. La costumbre de poner estos “Parerga” se mantuvo en los siguientes volúmenes; hasta huido un volumen entero , el "Propylaeum ad tomos Maii", lleno de notas de Papebroch sobre la cronología e historia de los papas desde S. Pedro a Inocencio XI. Otra idea feliz por primera vez llevada a cabo en aquel tiempo fue la publicación de las actas griegas en el texto original; previamente sólo se habían dado las versiones latinas. Los textos griegos aún estaban relegados al final de los volúmenes en forma de apéndices y fue en el cuarto volumen de mayo donde se imprimieron por primera vez en el cuerpo de la obra. Los primeros tres volúmenes de mayo se publicaron en 1688. Además de los nombres de Heschen y Papebroch, la página titular llevaba los de Conrad Janninck y François Baert que habían sido asignados al trabajo, el primero en 1679 y el segundo en 1681, al mismo tiempo que el p: Daniel Cardon, que murió prematuramente el segundo año de su nombramiento.

Hasta este momento, Bolland y sus colaboradores no habían encontrado otra cosa que estímulos, pero pronto iba a estallar una tormenta sobre la cabeza del que dirigía ahora el trabajo y sobre el proyecto mismo. En el primer volumen de abril Papebroch tuvo la ocasión de tratar, en la fecha del día ocho, el Acta de S. Alberto, patriarca de Jerusalén, y autor de la regla de los carmelitas. En el comentario preliminar había combatido, como suficientemente fundado, la tradición universalmente recibida por los carmelitas de que el origen de la orden se remontaba al profeta Elías, que era considerado el fundador. Esto fue la señal para una explosión de ira por parte de esos religiosos. De 1681 a 1693 aparecieron no menos de veinte o treinta panfletos llenos de lenguaje abusivo contra el desafortunada crítica y adornado con títulos frecuentemente ridículos y violentos: "Novus Ismaël, cuius manus contra omnes et manus omnium contm eum, sive P. Daniel Papebrochius . . . ; Amyclae Jesuiticae, sive Papebrochius scriptis Carmeliticis convictus . . . . ; "Jesuiticum Nihil . . ."; "Hercules Commodianus Johannes Launoius redivivus in P Daniele Papebrochio . . . "; "R. P. Papebrochius Historicus Conjecturalis Bombardizans S.Lucam et Sanctos Patres", etc. Y la serie culminaba en el volumen sirmado por el P, Sebastian de St. Paul, provicial de la provincia flamenco-belga de la orden carmelitana y titulado : "Exhibitio errorum quos P. Daniel Papebrochius Societatis Jesu suis in notis ad Acta Sanctorum commisit contra Christi Domini Paupertatem, Aetatem, etc. Summorum Pontificum Acta et Gesta, Bullas, Brevia et Decreta; Concilia; S. Scripturam; Ecclesiae Capitis Primatum et Unitatem; S. R. E. Cardinalium Dignitatem et authoritatem; Sanctos ipsos, eorum cultum, Reliquias, Acta et Scripta; Indulgentiarum Antiquitatem; Historias Sacras; Breviaria, Missalia, Maryrologia, Kalendaria, receptasque in Ecclesia traditiones ac revelationes, nec non alia quaevis antiqua Monumenta Regnorum, Regionum, Civitatum, ac omnium fere Ordinum; idque nonnisi ex meris conjecturis, argutiis negativis, insolentibus censuris, satyris ac sarcasmis, cum Aethnicis, Haeresiarchis, Haereticis aliisque Auctoribus ab Ecclesia damnatis. Oblata Sanctissimo Domino Nostro lnnocentio XII . . . Coloniae Agrippinae, 1693".

Papebroch, que estaba recibiendo al mismo tiempo de parte de los más distinguidos eruditos mensajes de protesta por los ataques de los que era objeto, al principio no contesto y su silencio pudo parecer desdeñoso. Pero sabiendo que en Roma se daban pasos para condenar la colección de los Acta Sanctorum o de algunos de sus volúmenes, decidió con sus compañeros que el tiempo del silencia había pasado ya. Y fue el P. Janninck el que escribió una carta abierta al autor de la "Exhibitio Errorum", seguida pronto de otra en la que replicaba a un nuevo libro publicado en apoyo de la obra del Padre Sebastian de St. Paul. Las dos cartas fueron impresas en 1693. Les siguió una apología mas amplia de las “Acta “, publicada por el mismo P. Janninck en 1695; y por fin apareció en 1696, 1697 y 1698 los tres volúmenes de la "Responsio Danielis Papebrochii ad Exhibitionem Errorum", en la que el hagiógrafo analiza uno por uno los cargos arrojados contra él por el P. Sebastián y refuta cada uno con una contestación de sólidos argumentos aunque moderada en el tono.

Los adversarios de Papebroch, temiendo no conseguir de la corte papal la condena que deseaban, se dirigieron, con el mayor de los secretos al tribunal de la Santa Inquisición Española, donde consiguieron para su postura las más poderosas influencias. Antes de que los escritores de Amberes sospecharan de lo que la maquinaba contra ellos, se emitió, en noviembre de 1695, un decreto de este tribunal condenando los catorce volúmenes de las “Acta Sanctorum” publicados hasta la fecha, bajo las calificaciones más rigurosas, yendo tan lejas como calificar a la obra con la marca de la herejía. Papbroch quedó profundamente conmovido por el golpe. Podía asumir todos los insultos amontonados sobre él, pero estaba obligado a refutar el cargo de herejía.

Hizo los más vehementes intentos y puso a todos sus amigos españoles alerta para tratar de saber que proposiciones había visto el Santo oficio de España como heréticas, para retractarse si no era capaz de proporcionar una explicación satisfactoria o asegurarse de la corrección de la frase, si sus explicaciones eran aceptables. Sus esfuerzos fueron inútiles. Cayó seriamente enfermo en 1701 y creyendo en el momento de su muerte, tras recibir los santos sacramentos hizo que un notario público redactara en su presencia y ante testigos una protesta solemne que muestra qué profundamente le afectó la condena dirigida contra él por la Inquisición Española: “ Después de 43 años de esfuerzo asiduo, dedicados a la elucidación de las Actas de lso Santos, esperando ir a disfrutar de su compañía, sólo pido una cosa en la tierra y es que se implore inmediatamente a Su Santidad Clemente XI que me conceda después de la muerte lo que en vida he buscado en vano fe Inocencio XII. He vivido como católico y muerto siendo católico por la gracia de Dios. Tengo también el derecho de morir como católico ante los ojos de los hombres, lo que no es posible mientras el decreto de la Inquisición Española aparezca como justamente editado y publicado y mientras la gente lea que he enseñado en mis libros proposiciones heréticas por las que he sido condenado”

Papebroch había aceptado sin apelación o murmullo alguno la decisión del la Congregación Romana del 22 de diciembre de 1700, que colocaba en el Índice su Ensayo Cronológico e Histórico sobre los Papas, publicado en el "Propylaeum Maii", un decreto publicado, como se decía expresamente, por las secciones que trataban de ciertos cónclaves y que requerían simplemente la corrección de los pasajes en cuestión. Pero no cesó de trabajar durante los doce años que aun vivió, ya por sus propios esfuerzos o los de sus amigos, no solo para prevenir la confirmación por parte de Roma del decreto de la Inquisición Española, sino para asegurarse la retractación del decreto.

El P. Janninck fue enviado a Roma con este propósito y permaneció allí más de dos años y medio, desde el fin de octubre de 1697 hasta junio de 1700. Tuvo un éxito completo respecto a la primera parte de la misión y en diciembre de 1697 recibió la seguridad de que no pasaría ninguna censura contra los volúmenes condenados en España. Por fin Papebroch aceptó aliviado un decreto de silencio para ambas parte acordado por un breve del 25 de noviembre de 1698, pero fue necesario mas tiempo para llegar a una decisión final en el segundo asunto. Quizá Roma juzgó prudente no entrar en conflicto con la Inquisición española y quizás esta prolongó el conflicto con resistencia pasiva, pero el decreto de condenación de 1695 no fue revocado hasta 1715, el año siguiente a la muerte de Papebroch. Respecto al "Propylaeum Maii", no fue retirado del índice hasta la edición de 1900, pero esto no evitó que el editor francés Victor Palmé lo publicara en su reedición del Acta Sanctorum, que había emprendido alrededor de 1860.

Pero otra desagracia se abatió sobre Papebroch durante los últimos años del siglo diecisiete: unas cataratas que afectaban a los dos ojos le mantuvieron completamente ciego durante cinco años, lo que le obligó a dejar de lado toda actividad literaria. En 1702 recuperó la vista de su ojo izquierdo en una operación que tuvo éxito. Inmediatamente emprendió el trabajo de nuevo y continuó el Acta Sanctorum hasta el quinto volumen de junio, el número 24 de la colección, que apareció en 1709.

El peso de la edad – tenía 81 años – le obligaron a abandonar el trabajo más arduo del Mseo Bolandista. Vivió cinco años más, que dedicó a publicar los "Annales Antverpienses”, desde la fundación de Amberes hasta el año 1700. El manuscrito de esta obra comprendía once volúmenes in folio, siete de los cuales están en la Biblioteca real de Bruselas, y los otros probablemente perdidos. Una edición de los volúmenes conservados fue publicada en Amberes 1845-48 en cinco volúmenes en octavo.

No proseguiremos la historia del trabajo de los bolandistas en siglo dieciocho hasta la supresión de la compañía de Jesús, en 1773. la publicación continuó normalmente y sin grandes altibajos hasta el tercer volumen de octubre que apareció en 1770. la supresión de la compañía produjo una crisis en el que la obra casi se fue a pique. Entonces estaban en activo los bolandistas Cornelius De Bye, James De Bue e Ignatius Hubens. Los Padres Jean Clé y Joseph Ghesquière acababan de ser trasferidos de la obra. El primero, ene. Momento de la supresión de la Compañía era superior de la provincia flamenco-belga y el segundo estaba al cargo del proyecto de publicación de los "Analecta Belgica", una colección de documentos relativos a la historia de Bélgica, al que se habían asignado los fondos del Museo Belarmino. El Museo se estableció en Mechlin a principios del siglo dieciocho, con el propósito de oponerse a los Jansenistas pero más tarde fue trasferido a la Casa de Profesos de Amberes.

El 20 de septiembre se presentaron comisarios del gobierno en la residencia de los padres Jesuitas de Amberes y ante la comunidad reunida leyeron la bula de supresión de Clemente XIV y con cartas imperiales que le daban poder para ejecutarla. Sellaron las entradas a los archivos, bibliotecas y habitaciones de los padres que contenían dinero u objetos de valor. Lo mismo se hizo en todas las casa de la Compañía que existían en Bélgica. Sin embargo se emitió una orden especial que permitía a los miembros de la comisión encargados de ejecutar el decreto en la Casa de Profesos de Amberes “ reunir a los jesuitas empleados en la publicación de las ”Acta Sanctorum” y anunciarles que el gobierno, satisfecho con sus trabajos, estaba dispuesto a ejercer una consideración especial hacia ellos”. Se incluyó también en esta indulgencia para con los Bolandista al P Ghesquière y sus colaboradores en "Analecta Bélgica" Esta actitud favorable del gobierno dio como resultado, después de varias reuniones agotadoras, en trasladar a los bolandistas, e historiógrafos de Bélgica, con sus bibliotecas, y juntarlos en la abadía de Caudenberg, en Bruselas en 1778. Cada uno de los bolandistas iba a recibir una pensión anual de 800 florines, además de 500 florines que debían ser entregados a la comunidad de Caudenberg en pago por los gastos de mantenimiento y vivienda.

Las mismas indulgencias se le dieron a Ghesquière en consideración de su oficio de historiador. El resultado de la venta de los volúmenes debía ser dividido entre la abadía y los editores a condición de que la abadía se encargara de los gastos y proveyera de un copista que hiciera copias correctas de los manuscritos para los impresores, así como religiosos que fueran que aprendieran, bajo la dirección de los bolandistas mas ancianos, para continuar la obra. La otra parte de los beneficios debía ser dividida en partes iguales entre los escritores.

Los cuatro hagiógrafo fueron a vivir a Caudenberg y con el consentimiento del abad adoptaron a dos asistentes religiosos. Uno de ellos les dejó enseguida para seguir estudios científicos, sintiendo que no tenía la vocación para ese trabajo. El otro era Juan Bautista Fonson, entonces - 1788- de 22 años, cuyo nombre apareció pronto en la página del editor. En esta situación de las cosas apareció en 1780 el volumen IV de octubre bajo los nombres de Suyskens (m. 1771), Cornelius De Bye, Juan De Bue, Joseph Ghesquière, e Ignatius Hubens, todos ellos ex jesuitas. En 1786 apareció el V volumen, firmado por De Bye, De Bue, y Fonson. En el intervalo entre estos dos volúmenes el cuerpo de hagiógrafos había perdido, en 1872, al más joven de los miembros de Amberes Ignatius Hubens, remplazado en octubre de 1784 por un benedictino francés Dom Anselm Berthod que abandonó voluntariamente las grandes puestos que tenía en su orden y los que se le reservaban para poder dedicarse al trabajo que el gobierno de Viena le pedía que hiciera. Estuvo dedicado a ello poco más de tres años, porque murió en Bruselas en marzo de 1788.

Dos nuevos volúmenes salieron de la prensa real de Bruselas, a la que se había enviado todo el equipo de impresión que los bolandistas habían fundado en Amberes para su trabajo exclusivo. Los gastos de impresión así como las pensiones e indemnizaciones fueron compensadas al tesoro público por la confiscación del capital por la venta de sus volúmenes, la pensión colectiva de 2000 florines de Bravante recibidas del gobierno a lo largo de todo el siglo dieciocho hasta la supresión de la Compañía y la liberalidad de ciertos benefactores. El capital había crecido por 1773 a la suma de 130.000 florines que daban un beneficio anual de 9133 florines a los que se añadía el resultado de la venta de “Acta Santorum” que daba un promedio de 2400 florines anuales. La emperatriz María Teresa mostró hasta el final su simpatía por el trabajo de los bolandistas, pero no así su sucesor José II.

Este filósofo imperial introdujo reformas en el campo eclesiástico que los bolandistas notaron enseguida. Entre las casas religiosas suprimidas como inútiles se encontraba la abadía de Caudenberg. El decreto de supresión fue aplicado en mayo de 1786. Los bolandistas no se vieron involucrados al principio en esta catástrofe ya que se les asignó un lugar para vivir y la biblioteca en una parte del edificio antes ocupado por la Compañía de Jesús y se les permitió retener las pensiones y privilegios concedidos en 1778. En realidad se trataba su una dilación en la destrucción del trabajo. En 1784 el Príncipe von Kaunitz, ministro de José II y consejero principal en cuestiones de reforma religiosa, había hecho saber que el emperador no estaba contento con la lentitud del proceso de publicación y que esperaba al menos la publicación de un volumen al año para que el trabajo se terminara completamente en diez años. El ministro fue aun más lejos , comunicando a la municipalidad de Bruselas que “él atribuía la falta de actividad por parte de los bolandistas a su deseo de mantener para siempre [èterniser] los beneficios que producía la obra, y que si daban alguna satisfacción no había otra cosa que hacer que suprimir el establecimiento”. Los acusados no tuvieron dificultades en justificarse. Pero la corte de Viena había ya decidido no oír ninguna explicación y en 1778 pidieron un informe del Las Cuentas de la Corte sobre los gastos que conllevaba el trabajo de los bolandistas.

Y las conclusiones que sacaron de este informe es que si los suprimían, y también a los historiógrafos, el tesoro ganaría dos o tres mil florines. la Cámara se encargó de decir que no había ganancia alguna si se continuaba el trabajo. La comisión eclesiástica y la de estudios (una y misma comisión) consultados tomaron la decisión (11 octubre 1788). Decían: "El trabajo de los bolandistas está muy lejos de terminarse, y no podemos creernos que el final está cerca. Este trabajo no tiene otro mérito que ser un repertorio histórico, con una cantidad enorme de detalles que nunca merecerá mucha atención de los verdaderos sabios. Es sorprendente a cuando se suprimió la Compañía de Jesús lograran interesar al gobierno en esta basura y que lo es lo prueba el escaso beneficio que los bolandistas han sacado de sus trabajos. En cosa de negocios es una inversión muy pobre y desde el punto de vista científico no es mejor, por lo que es el momento de ponerle fin.”

Reforzado pro esta recomendación, el “Consejo de Gobierno” notificó al Consejo de Cuentes con despacho del 16 de octubre de 1788, que había decidido poner fin al trabajo de "Acta Sanctorum", y en consecuencia, desde esa fecha no se debía hacer más pagos a de los 800 florines que se les había asegurado, a los PP. De Bye, De Bue, Fonson, Ghesquière, y Cornelius Smet (un antiguo jesuita asociado con Ghesquière en la publicación de "Analecta Bélgica” y después incorporado a los bolandistas. Más tarde se tomaría una decisión sobre la imprenta y otros elementos del establecimiento suprimido. El expolio comprendía la biblioteca de los bolandistas y las copias de los volúmenes ya publicados que tenían almacenados, lo que creaba bastantes molestias. Una vez abandonada la serie sería difícil comprar un comprador para estas obras por las que querían sacar la máxima cantidad posible. Se decidió pedir a los mismos bolandistas que vendieran todos esos efectos para beneficio del tesoro público, lo que aceptaron esperando mantener unido el tesoro de su biblioteca y así asegurarse , de alguna manera, que la obra podría emprenderse de nuevo en el futuro.

Cornelius De Bye, comisionado especialmente para dirigir la venta, se volvió a Martín Gerbert, el sabio abad del monasterio de S. Blas en la Selva Negra.

Marcó un precio de venta por la biblioteca y los volúmenes publicados que permanecían sin venderse y se ofreció a ir al monasterio para enseñar a algún religioso joven para el trabajo de la publicación de las Acta Sanctorum. Pero no recibió contestación alguna a su carta del 11 de noviembre de 1788 ya sea por su disposición poco favorable hacia los jesuitas, como se había manifestado en varias ocasiones su famoso abad, o porque ya estaba embarcado en importantes proyectos.

En noviembre y diciembre, 1788, la Congregación de Benedictinos de S. Mauro, en Francia, por su propio acuerdo se puso en contacto con los oficiales del gobierno imperial de Viena para adquirir la biblioteca de los bolandistas en vistas a continuar la publicación. Tampoco tuvieron éxito. Por fin se llegó a un arreglo con el abad de los Premostratenses de Tongerloo. Se firmó un contrato el 11 de mayo de 1789 y el Gobierno trasfirió a la abadía la biblioteca bolandista y el Museo Bellarmino, con todos los accesorios, volúmenes impresos y todo el equipo de impresión. La abadía debía pagar al gobierno por las bibliotecas 12000 florines de Bravante y por todo lo demás 18.000 florines. La mitad de la suma se entregó a los hagiógrafos De Bye, De Bue y Fonson, más aún, la abadía estaba de acuerdo en pagar un salario anual a los tres así como a Ghesuière y Smet. Apenas se habían establecido los bolandistas en el nuevo monasterio cuando estalló la revolución en Bravante. Sin embargo siguieron con su trabajo y en 1794 publicaron el sexto volumen de octubre, firmado con los nombres de Cornelius De Bye y James De Bue, antiguos jesuitas, John Baptist Fonson, ex-canónigo de Caudenberg, Anselm Berthod el benedictino y Siard van Dyck, Cyprian van de Goor y Matthias Stalz, canónigos premonstratenses.

Ese mismo año Bélgica fue invadida por las tropas francesas y unida a la gran república. Se confiscaron los bienes eclesiásticos, se persiguió como a criminales a los sacerdotes y religiosos, los premostratenses de Tongerloo y los bolandistas obligados a dispersarse y de hecho el trabajo quedó suprimido. Parte de los tesoros de la biblioteca fueron ocultados en las casas de los campesinos de los alrededores y el resto apilado precipitadamente en vagones y trasladado a Westfalia. Cuando la tormenta de la persecución cedió en intensidad, se intentó recoger parte de lo dispersado. Pero mucho se había sido destruido o perdido. Lo que quedó se trasladó a la abadía de Torgerloo donde permanecieron sin problemas hasta 1825. Cuando se había perdido la esperanza de retomar el trabajo de los bolandistas, los canónigos de Tongerloo se deshicieron de un gran número de libros y manuscritos en venta pública y lo que quedó se lo dieron al gobierno de los Países Bajos, que enseguida incorporó los volúmenes a la Biblioteca Real de La Haya.

Los manuscritos fueron depositados en le Biblioteca de Bourgone. Sin embargo, la idea de volver a publicar no se perdió nunca en Bélgica. En 1801, el prefecto del departamento de Deux Nèthes (provincial de Amberes), en 1802 el Instituto de Francia con el Ministro del interior de la República como mediador y en 1810 el barón de Tour du Pin, Prefecto del Departmento del Dyle (Brussels), por requerimiento del ocupante de tan importante oficina y después el conde de Montalivet, se pusieron en contacto con los bolandistas anteriores que aun vivían para inducirlos a retomar la tarea una vez más. Pero los intentos fueron inútiles.

Y así quedaron las cosas hasta 1836. Se supo que se había formado una sociedad hagiográfica en Francia, bajo el patronazgo de varios obispos y de Guizot, ministro de Instrucción Publica, con el objeto de retomar el trabajo de los bolandistas. El principal promotor de la empresa, al abbé Theodore Perrin, de laval, fue a Bélgica el mismo año, 1836, para solicitar el apoyo del Gobierno y la colaboración de los eruditos belgas. No fue recibido como esperaba sino que al contrario, levantó indignación en Bélgica porque una obra que había sido considerada una gloria nacional pasara a manos de los franceses. El Abbé de Ram, Rector Magnificus de la Universidad de Lovaina y miembro de la Comisión Real de Historia, expresó este sentimiento en una carta dirigida al conde Theux, Ministro del Interior, implorándole urgentemente que no perdiera tiempo en asegurara para Bélgica el honro de completar la gran colección hagiográfica indicándole que la confiara a la Compañía de Jesús que la había comenzado y llevado durante las siglos anteriores.

El ministro reaccionó inmediatamente y negoció con tal energía que en enero de 1837 recibió del Padre van Lil, provincial de los jesuitas en Bélgica, la seguridad de que se nombrarían nuevos bolandistas por la Compañía, que residirían en el colegio de S. Miguel, en Bruselas. Fueron nombrados los PP Jean-Baptiste Boone, Joseph Van der Moere y Prosper Coppens, a los que se unió ese mismo año el P. Joseph van Hecke. El provincial, en nombre de esos bolandistas, pidió el privilegio de llevarse con él de la Biblioteca de Bourgogne y de la Biblioteca Real los manuscritos y libros que necesitaran como referencias en el curso del trabajo. Ambas peticiones fueron inmediatamente satisfechas, prometiéndoles un subsidio anual, que en mayo se fijó en 6.000 francos, que continuaron año tras año bajo los diferentes gobierno, tanto católicos como liberales se que sucedían en el poder, hasta la sesión parlamentarios de 1868, en la que los diputados la eliminaron del presupuesto y ya no se restableció.

Los nuevos hagiógrafos comenzaron por elaborar una lista de santos cuyas actas o noticias estaban por publicarse, es decir, los que son honrados en los varios días de octubre noviembre y diciembre por la Iglesia católica, comenzando el 15 de octubre, día en el que se había detenido el trabajo de sus predecesores. La lista se publicó en el mes de marzo de 1838 con una introducción que contenía un sumario de la historia del movimiento bolandista, el anuncio de que se retomaba el trabajo de nuevo y una llamada a todos los amigos de la ciencia religiosa implorando su ayuda para conseguir lo que para los nuevos hagiógrafos se sentía como lo más indispensable, es decir una biblioteca hagiográfica. Esto se publicó bajo el título "De prosecutione operis Bollandiani" (in octavo, 60 pp.).La llamada fue oída. La mayoría de los gobiernos europeos, muchas sociedades de eruditos y varios grandes publicistas enviaron copias de los trabajos históricos emprendidos por ellos. Individuos privados hicieron generosa donaciones de libros, con frecuencia precioso y raros volúmenes que habían adornado sus bibliotecas. Y en sus viajes literarios, los bolandistas eran recibidos de forma entusiasta y obsequiosa.

El primer volumen publicado después de la resurrección del bolandismo, el Volumen VII de octubre, pareció en 1845 conteniendo más de 2000 páginas en folio. Sucesivamente fueron sdaliendo los volúmenes VIII al XIII de octubre y el I y II de noviembre, además del "Propylaeum Novembris", una edición del griego Synaxarion llamado "de Sirmond", con las variaciones de 60 manuscritos distribuidos por las varias bibliotecas públicas de Europa.

El autor de este artículo no se considera a si mismo calificado para dar una estimación del trabajo de estos últimos bolandistas, habiendo sido miembro de este cuerpo demasiado tiempo. Pero es capaz, sin embargo de citar las apreciaciones de los más distinguidos y capaces profesores especialistas de este campo que testifican que los volúmenes publicados por los últimos bolandistas no son inferiores a los de sus predecesores del los siglos diecisiete y dieciocho. Las reservas de ciertos críticos son generalmente debidas a la prolijidad de los comentarios, que piensan que son con frecuencia excesivos, y a la timidez de ciertas conclusiones que no les parece que lleven a lo que las discusiones les habían llevado a esperar. Otra clase de censores reprochan a los bolandistas todo lo contrario, acusándoles de no mostrar suficiente respeto hacia lo que ellos llaman la tradición y de ser con mucha frecuencia hipercríticos.

Los miembros actuales están firmemente resueltos a estar en guardia contra estos excesos contrarios, algo, en verdad, que es más fácil a medida que pasa el tiempo, debido al constante progreso de los métodos científicos. Preemítasenos una palabra, en conclusión, respecto a lo que se ha hecho durante estos años para mantener el trabajo en el nivel de la erudición histórica moderna. Se ha juzgado oportuno, en primer lugar, publicar, además de los grandes volúmenes de la colección principal, que aparecen a intervalos indeterminados, una revista periódica que tiene el propósito de hacer saber al público culto interesado los materiales recientemente descubiertos por los bolandistas o sus amigos que sirven para completar las Acta Sanctorum publicados en los volúmenes ya impresos o la masa completa del trabajo. Esta revista ha comenzado con el título de "Analecta Bollandiana" en 1882, al ritmo de un volumen al año ya ha alcanzado el número de 26 en este año (N del T: Esto se escribía en 1907).

En los volúmenes siguientes al sexto número se han incluido, además de documentos inéditos, varias notas sobre asuntos hagiográficos. Desde la publicación del décimo volumen cada edición trimestral ha incluido un “Bulletin des publications hagiogphiques" en el que hay anuncios y apreciaciones sumarias de obras recientes y artículos en las revistas que tratan de asuntos hagiográficos. Otros trabajos auxiliares han requerido lasgos años de laborioso preparación. Son la "Bibliotheca Hagiographica Graeca" y la "Bibliotheca Hagiographica Latina", en las que se enumera bajo el nombre de casa santo, siguiendo un orden alfabético de sus nombres, todos los documentos relativos a sus vidas y culto escritos en griego o en latín, antes de principios del siglo dieciséis, junto con la indicación de todas las colecciones y libros donde pueden encontrarse. La primera de esas colecciones, que apareció en 1895, tiene 143 páginas (y hay en preparación una nueva edición notablemente aumentada). La segunda, publicada en 1898-99, tiene 1387 pgs. Se espera imprimir pronto la "Bibliotheca Hagiographica Orientalis”.

Más aún hay una tercera clase de obra auxiliar a la que los bolandistas de esta época dirigen su actividad y es la cuidadosa preparación de catálogos que contiene una descripción detallada sistemática de los manuscritos hagiográficos latinos y griegos de las diferentes bibliotecas. Mochos de esos catálogos han sido incorporados a “Analecta”, por ejemplo los de los manuscritos griegos de las bibliotecas romanas de los Barberini, los Chigi, y el Vaticano; la Biblioteca Nacional de Nápoles, la de la Universidad de Mesina y la de S. Marcos de Venencia; catálogos de los manuscritos latinos de la Biblioteca Real de Bruselas (2 vols en octavo) en la bibliotecas de las ciudades o universidades de Brujas, Gante, Lieja, Namur en Bélgica, de las municipales de Chartres, Le Mans, Douai, y Rouen, en Francia, de La Haya en Holanda y en Italia , de Milán ( la Ambrosiana) así como varias de Roma; también la Biblioteca Privada del Emperador de Austria, en Viena y la de Alphonsus Wins en Nivelles y por fin la Biblioteca de los bolandistas. Además de "Analecta", ha aparecido el catálogo de los antiguos (anteriores a 1500) manuscritos latinos de la Biblioteca nacional de París (volúmenes en tres octavos y tablas) y una lista de los manuscritos griegos de la misma biblioteca (compilada en colaboración con M. H. Omont. Todas estas publicaciones aunque demoran la aparición de los siguientes volúmenes de Acta Sanctorum, han logrado para las bolandistas cálidas palabra de ánimo y recomendaciones de los grandes especialistas.

Hay un detalle final que puede tener interés. Los bolandistas se han encontrado con dificultades en el arreglo de su biblioteca en su residencia de la Rue des Ursulines en Bruselas que han ocupado desde que retomaron la tarea en 1837. Durante la última parte de 1905 fueron trasladados al nuevo colegio de Saint-Michel en el Boulevard Militaire donde se asignaron amplios y seguros lugares para la biblioteca. Los 150,000 volúmenes contenidos en su museo literario están muy bien arreglados aquí Se ha dedicado un amplio espacio aparte para las revistas históricas y filológicas ( unas 600), casi das las cuales son enviadas regularmente por las sociedades cultas que las publican, ya gratuitamente ya en intercambio por "Analecta Bollandiana".

Por clasificarlas según el lugar de publicación y principal lenguaje empleado, son: 228 francesas (algunas publicadas en Bélgica, Suiza y otros pasases distintos de Francia); 135 alemanas; 88 italianas;55 inglesas (10 de las cuales son americanas) ; 13 rusas;11 holandesas, 7 flamencas; 7 españolas; 7 croatas; 4 suecas, 3 portuguesas, 2 irlandesas, 2 húngaras, 1 checa, 1 polaca, 1 rumana, 1 dálmata y 1 noruega. Más aún, 9 impresas en griego, 6 en latín, 4 en armenio y 1 en árabe. Finalmente un amplio hall cerca de la biblioteca se abrirá después de 1907 para los estudiantes extranjeros que quieran consultar las fuentes originales para ayudarles en sus investigaciones. Las citas de las Acta Sanctorum se refieren a tres ediciones diferentes. La primera, la original, comúnmente llamada edición de Amberes, ha sido suficientemente descrita arriba. Los volúmenes de la colección de Amberes fueron impresos de nuevo por primera vez de 1764 a 1770 en Venecia. Llegaron hasta el volumen VII de septiembre. La principal diferencia entre esta reimpresión y la de Amberes está en el hecho que las adiciones suplementarias a los diferentes comentarios impresos de los bolandistas al final del cada volumen o de un conjunto de volúmenes se trasponen a la edición de Venecia y se unen al comentario al que se refieren y por ello los contenidos de cada volumen no corresponde totalmente en los volúmenes marcados de forma similar en las varias ediciones.

Más aún, mochos de los parerga o tratados preliminares repartidos por la colección de Amberes han sido reunidos en tres volúmenes separados. Pero en toda la edición abundan los errores tipográficos. En 1863, el editor parisino Víctor Palmé inició una nueva publicación de la edición de Amberes, llegando hasta el décimo volumen. La reproducción reproduce exactamente volumen por volumen, la original, excepto los meses enero y junio. Los dos grandes volúmenes de enero se han divido en tres y en los de junio algunos cambios en la disposición de la materia, para hacerlos más accesibles a los lectores. Además, a cada uno de los volúmenes de los cuatro primeros meses se le añadieron unas pocas notas no publicadas (que llenan de una a seis páginas) de Daniel Papebroch, que se encontraron entre sus papeles y que se referían a los comentarios impresos en el primer volumen.


CH. DE SMEDT.

Transcrito por Michael C. Tinkler.

Traducido por Pedro Royo


(N del T)

El artículo se elaboró a principios del s. XX y durante él la actividad de los bolandistas no ha cesado. Los jesuitas han trabajado en esta enorme empresa durante tres siglos; damos unas pinceladas que deberán ampliarse posteriormente:

En 1949 se volvió a imprimir La Bibliotheca Hagiographica Katina en dos vol.(1898 - 1901); en 1957, en Bruselas, la Bibliotheca Hagiographica Graeca (H. Delehaye); en 1954 reimpresión de la Bibliotheca Hagiographica Orientalis (P. Peeters. Bruselas 1910).

Respeto a los bolandistas del s. XX los nombres más conocidos son: H. Delehaye, que murió en 1941, del que citamos algunas obras: Les legendes hagiographiques, Les origines du culte des martyrs, Cinq lecons sur la méthode hagiografique, Melanges d' hagiographie grecque et latine etc.

P. Peeters, orientalista (m. en 1950), con los bolandistas desde 1905, fue presidente. Ha publicado además Evangiles Apocryphes, Orient et Byzance, Recherche d'Histoire et philologie orientales, Bruselas 1951.etc.El Acta Sanctorum está publicando ya los días de diciembre, lo que significa que se acerca el final. Actualmente los bolandistas se llaman Société des Bollandistes: Su biblioteca está en la sede oficial, el colegio de S. Miguel, en Brusela, donde otros bolandistas continúan la gran obra única en su género por su amplitud y por los tres siglos de labor continuada.