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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Resurrección de Jesucristo y aparición a la Virgen

De Enciclopedia Católica

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¿Qué podemos decir de la aparición de Jesús resucitado a su Madre María? Entre las celebraciones que han perdurado entre los cristianos españoles e iberoamericanos y filipinos, quedan no pocos elementos de la celebración del sacramento del matrimonio (arras), ciertas fiestas (Virgen de la O, la Cruz de mayo, la Cruz de la Pasión –conjunto de instrumentos de la Pasión...) y algunos usos hispano-mozárabes (Encuentro del Resucitado con su Madre en la mañana de Pascua, etc.).

1. Madre del Resucitado.- Los evangelios van a lo esencial. Y más que reportaje o crónica, hacen teología. Hay muchos sucesos que nos gustaría leer en los evangelios, pero no los cuentan. Jesús, con la Resurrección ha consumado ya todo el plan divino.

Por esa sustancia –hypóstasis– de lo real que es la fe y la esperanza –convicción de las cosas que se esperan y argumento de lo que no se ve (Hb 11 1), María –la Madre de Jesús- está en adoración –celebración– del misterio. Y así la realidad sobrenatural se le llega a hacer, también, temporal y sensible. Cristo en el cielo está a la derecha de Dios, nos recuerda S. Pedro (1Pe 3 22). Así lo había anunciado Jesús: Veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha de la Majestad y llegando entre nubes del cielo (Mc 14 62).

El que vino del seno del Padre (Jn 1 18) encarnándose en María para nacer en Belén, ¿no pasará también por María en su vuelta definitiva al Padre? La gloria de Jesús es la misma gloria de Dios -dóxa, kabod, en sentido objetivo, es decir, el mismo ser de Dios- que se colma perfecta en la hora del Resucitado. Y María, ¿No contempló -ezeasámeza- su gloria como de Unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad? (Jn 1 14). María se sabe la Madre del Resucitado como se había reconocido la Madre del Crucificado.

Madre e Hijo se encuentran: El Hijo en cuerpo Trasfigurado; la Madre en el trasunto más cercano de gloria, como un éxtasis celeste. — No te he dicho que si crees verás la gloria -doxa- de Dios? , había dicho Jesús a Marta. Y la vio en la resurrección de Lázaro (Jn 11 40).

María, (–La Pisteúsasa– como nombre propio y con artículo, como describiendo naturaleza y cualidad), La-que-ha-creído, La Creyente por antonomasia, es declarada proféticamente dichosa (Lc 1 45). Esa fe, engarzando con Abrahán, padre de Israel, será fundamento y causa del cabal cumplimiento -teleiosis- en ella de todas las cosas que le ha dicho el Señor (Lc1 45). La Virgo fidelis – ê parzenos pistê– ha contemplado ya toda la gloria de Dios.

La aparición de Jesús Resucitado a su Madre fue mucho más que una visita de consuelo. Es la confirmación de la fe total, el sapiencial fruto de la esperanza indeficiente. MARÍA, la primera. ¡Cómo no! Aquí no hay que ver contradicción con Marcos cuando señala que Jesús se apareció primeramente –prôton- a Magdalena (16 9).

Los evangelistas no retrataron las miradas en la calle de La Amargura donde Madre e Hijo se encontraron. Pero la tradición no pudo olvidar su luz. Y quedó plasmada para la historia en la estación cuarta del viacrucis tradicional. Así ahora: pasaron por alto la escena de gloria en el alba de la Pascua entre la Madre y el Hijo. El que derramó lágrimas por Jerusalén y ante la tumba de su amigo en Betania, ¿no colmará de júbilo y de luz celeste también los ojos de quien lo miró siempre como espejo del Padre ––icono del Dios invisible, Co 1 15— y lo lloró muerto y enterrado?

2. Supuesto exegético.- Para los evangelistas, con intención apologética, en vistas a la predicación del kerigma, no contaban las apariciones a María, pero es un supuesto exegético que no se pone en duda. La Vble. Madre Ágreda se expresa así: Basta para mi intento tomar lo que es forzoso del que guarda el evangelista en los Actos de los Apóstoles, con que se entenderá mucho de lo que él omitió tocante a nuestra Reina y Señora, porque no era para su intento ni convenía escribirlo entonces (Lib 7, cap. 7. 96).

Tenía más fuerza apologética el que Jesús se apareciese a las mujeres. Después de la noticia del ángel, llenas de miedo y de gozo, corrieron a dar la nueva a los discípulos. Jesús les salió al encuentro y les dijo: —Salve, alegraos, que todo eso quiere decir el original jaírete. Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y lo adoraron (Mt 28 8-9). De forma semejante los discípulos se gozaron -ejáresan- viendo al Señor (Jn 20 20).

La ausencia de María en el sepulcro, ¿no será indicio de la esperanza o de la contemplación de la gloria de Dios en su Hijo ya resucitado? La experiencia pascual funda la Iglesia. Y María es Madre de la Iglesia (Pablo VI, Disc. de clausura del Conc., 7 dic. 1965).

Como se ha preguntado tantas veces, si Jesús se aparece a Magdalena y a las piadosas (Lc 24 1), –las myróforas)– que no le abandonaron, ¿no se aparecerá primero y a fortiori a la Virgo fidelis, a la Mater admirabilis... a quien con tan verdaderos y apropiados nombres invocan los griegos como Panagía –que expresa la totalidad o plenitud de la santidad aún mejor que nuestro superlativo Santísima–, Aeiparzenos –la Siemprevirgen–-, Kejaritomene –la Llenadegracia–, Teotocos –la Madre de Dios–?

La que estaba -stabat- primera en el Documento de la Cruz (Jn 19 25), ¿ no será también la primera en el Argumento de la Luz?

3. Tradición.- Los planteamientos exegéticos sobre el texto de Mateo (27 61 y 28 1: vino María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro), no están libres de discusión. Pero en Oriente, y al margen de la interpretación que se dé a los textos, para el Crisóstomo, ya a fines del s. IV, es un hecho la aparición de Jesús a su Madre en la mañana de Pascua: Ellas son las primeras que vieron a Jesús... Los discípulos huyeron. Ellas permanecieron en su sitio. ¿Quiénes son ellas? Su propia Madre y las otras.

Cierto, no hay datos históricos, pero, un principio en teología, rectamente entendido, es que la Tradición suple la historia. Otros, santos y teólogos, recogieron ese mismo parecer a través de los siglos, tanto en Oriente como en Occidente. S. Ambrosio (en su tercer libro de las vírgenes), Sedulio, S. Paulino de Nola, S. Alberto Magno, La Leyenda Dorada (s. XIII): “La Madre ha vivido la Resurrección y ha sido la primera que ha visto y ha creído” (La Resurrección del Señor); S. Bernardino de Siena, S. Lorenzo de Brindis, Benedicto XV, Juan Pablo II... Escribe S. Ignacio en sus Ejercicios: Primero: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento como está escrito: (¿también vosotros estáis sin entendimiento?). Y el P. J. Solano comenta: “La 4ª.semana se abre con la primera aparición a la Virgen María, defendida, –cosa insólita– por el santo como algo evidente, y que en su mente tenía gran importancia para mostrar el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae”. (Los Ejerc. de S. Ignacio a la luz del Vat. II, BAC, Madrid 1968, p. 381). Lo menciona Sta. Teresa. Y la Madre Ágreda lo describe así: Estando así prevenida María santísima, entró Cristo nuestro salvador resucitado y glorioso, acompañado de todos los santos y patriarcas. Postróse en tierra la siempre humilde reina y adoró a su hijo santísimo, y su Majestad la levantó y llegó a sí mismo. Y con este contacto –mayor que el que pedía la Magdalena de la humanidad y llagas santísimas de Cristo– recibió la Madre Virgen un extraordinario favor, que solo ella le mereció, como exenta de la ley del pecado. Y aunque no fue el mayor de los favores que tuvo en esta ocasión, con todo eso no pudiera recibirle si no fuera confortada de los ángeles y por el mismo Señor para que sus potencias no desfallecieran (MCD 2ª p. Lib VI, cap.26, 1471).

Y teólogos como Maldonado, Suárez y otros defendieron esta aparición. Así también algunos modernos. (S. Mimouni, Marianum, Romae, 1995, pp. 239-268).

S. Josemaría Escrivá afirma con plena convicción: “Se apareció a su Madre Santísima. –Se apareció a María de Magdala, que está loca de amor . –Y a Pedro y a los demás Apóstoles. –Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho! "¡Que nunca muramos por el pecado; que sea eterna nuestra resurrección espiritual!” (Santo Rosario).

“Cada vez son más los autores que sostienen la primacía de la Aparición a María, silenciada luego en la tradición (Hengel, Benoit…”). (J. A. Pagola: Jesús, aproximac. histór. p.425).

4. Estética.- La estética también ha recogido la tradición de este glorioso encuentro del Resucitado con María. En una pinacoteca de Valencia, España, (Museo provincial), se conservan dos antiguos cuadros de la aparición de Jesús resucitado a su Madre María. Uno de Rodrigo de Osona, el joven (S. XV-XVI). (Pertenece a la predela de un retablo desaparecido). Jesús, de cuerpo marfileño, se inclina y tiende los brazos a su Madre arrodillada. Otro pertenece a Fernando Yánez de Almedina, (de origen manchego, s. XVI). Jesús, María y el lecho: escena austera. Jesús, llegando con cruz erecta y firme como caminante, bendice a su Madre orante y arrodillada. Rojos intensos. Un retablo de la escuela de Amberes, donado en el s. XVI al Convento Ave María, de las Clarisas de Pont-à- Mousson (Lorena, Francia). El Señor de aspecto juvenil, con manto rojo y la Cruz de victoria, con el pendón rojo y blanco, y bendiciendo a su Madre. María sentada, túnica azul y manto blanco, interrumpe la lectura como sorprendida. Tiziano (1554): Cristo Resucitado aparecido a su Madre. Cristo con halo luminoso, y coronado con potencias consuela a su Madre, con manto oscuro y de rodillas. J. Fernández Navarrete (1579) tiene un cuadro en la Basílica de El Escorial que representa la Aparición a la Virgen de Cristo resucitado: Manto rojo de fondo, bandera rojiblanca de Victoria; María recogida y con la luz que le viene de Cristo. De Berruguete una Aparición en Santa María del Campo (Burgos). Luis de Vargas (1505-1567): Museo Bellas Artes de Sevilla. Cristo, ya en acto de Resurrección–Ascensión, de formato escultural y con bandera blanca de victoria en la izquierda mientras señala el cielo con la derecha, con halo de ángeles, se aparece a su Madre arrodillada y en oración sobre un cojín. Atribuido a Juan de Solís (s.XVII) se halla en la Catedral de Segovia un Cristo Resucitado aparecido a su Madre. Óleo sobre mármol. En el Libro de la Virgen (1963) se publican dos apariciones de Cristo Resucitado a su Madre: una de Frey Carlos; la otra, de Filipino Lippi. F. Sardá y Salvany , en su Año Sacro (1901), en un Octavario a Jesús Resucitado recoge un grabado de la Aparición a su Madre.

(El tema no es de los Evangelios, sino de la síntesis copta de los apócrifos, a partir de la aparición a Madalena. A veces va vinculado iconográficamente al descensus ad inferos, descrito en el Ev. de Nicodemo. Este asunto tuvo amplia aceptación contrarreformista, como vemos. Las Adnotationes et meditationes in Evangelia (1595) del P. Jerónimo Nadal lo incorpora en tal sentido con ilustración de Hieronimus Wierix y un equívoco Eodem die apparet Matri Mariae Virgini (fig. CIX). Francisco Pacheco lo asume como episodio de legítima representación en su Arte de la pintura (1642). Fue así tema frecuente, basado en la incontestable consideración de que si Cristo Resucitado se mostró a sus apóstoles, no pudo menos de aparecerse a su Madre (Las Edades del hombre. Segovia).

Otro cuadro representa a Jesús con manto marrón y María aún con el manto oscuro de su soledad, frente a frente en reverencia mutua. Arriba circularmente, el Padre Eterno presencia la escena. (¿XVIII? ¿XIX?).

5. Argumento de congruencia.- No poseemos la historia narrada. Debemos apelar al argumento de congruencia, a razones de conveniencia, las cuales no caen fuera de la consideración teológica. También aquí podemos traer legítimamente la célebre frase del Medievo: potuit, decuit, ergo fecit.

La Pisteusa, La creyente por excelencia -beata quae credidit- contempla la claridad –la gloria- de la Resurrección como lo sabía de corazón: porque todo lo que te ha dicho el Señor se cumplirá (Lc 1 45).

Esta aparición no fue registrada por la crónica, Pero no dejará de ser acontecimiento y vida. Como tantas cosas -conferens in corde suo- (Lc 2 19), la dejaron para el santuario del corazón.

	Es la   “añadidura ” profética ( tauta panta,  Mt 6 33) del ver lo que se creyó, 

de poseer lo que se esperaba. Amare hoc est: habere, amar es poseer dice S. Agustín. Cree lo que no ves para que veas lo que crees, doctora el Hiponense.

Es congruente.- ¿Qué razón existiría para no pensar que a la primera mujer a quien Jesús se aparece es a su Madre? Si el paralelismo tan socorrido por los Padres y la teología entre la primera Eva que nos trajo la muerte y la segunda que nos dio al Autor de la Vida es recurso típico y argumento de congruencia, ¿no será legítimo extenderlo también a otros casos? Si el anciano Simeón, hombre justo, vio cumplida la promesa del Espíritu que no moriría sin haber visto al Mesías del Señor (Lc 2 26-29), y la profetisa Ana que no se apartaba del templo sirviendo a Dios noche y día vio, dando gracias a Dios, la redención -liberación- de Israel (Lc 2 36-38), ¿no se aparecerá el Resucitado primeramente a la Esclava del Señor, a la Madre del Justo? Si se aparece a Magdalena de la que había expulsado siete demonios (Lc 8 2), ¿no se aparecerá la Siemprevirgen? Si se aparece a las piadosas ¿no se aparecerá a la mater piissima, a la Madre de la piedad? Si se aparece a los fundadores de la Iglesia ¿no se aparecerá a fortiori a la Madre de la Iglesia?

6. Teología de lo oculto.- Pero ¿qué añade esta aparición de Jesús a su Madre? Nada en lo esencial. O sí. Es bueno caer en la cuenta de que las acciones de Dios discurren muchas veces fuera del carril meticuloso que fabrican los hombres. Y que los más sabrosos secretos de Dios quedan ocultos a los ojos de los humanos. Es la teología de lo escondido que tanto inculca Jesús y que S. Mateo coloca como principio de santidad auténtica (6 4. 6. 18). Y Sta. Teresa se entretiene describiendo ese castillo interior que tiene muchas moradas y en el centro y mitad está la principal donde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma (Moradas primeras, cap. 1º. 3). Que Dios quiere mostrarse a la santidad de la vida y a la verdad del corazón sin necesidad de que se lo registren ni en crónicas ni en pantallas.

Es, pues, justo y natural, es teológico, pensar que Jesús dio “por añadidura” este gozo a su Madre. El Magnificat ya está pleno de sentido y de realidad.

P. Donato Jiménez Sanz, oar, 1999



Lumen gentium.- En el cap. conclusivo de la Const. LG dedicado a la Virgen María, leemos: "Así también la Beata Virgen participó en la peregrinación de la fe y sirvió fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, donde estaba, no sin un proyecto divino, (Jn 19 25), sufriendo profundamente con su Primogénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, amorosamente conforme con la inmolación de la víctima que generó; y, al final, por el mismo Jesús moribundo en la cruz, fue ofrecida cual Madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn 19 26 - 27)" (n. 58).

Estas palabras de gran intensidad, son el eco de una larga tradición auténtica del Magisterio. La Madre del hijo de Dios hecho hombre y consagrada, bajo la Cruz, Madre de su Cuerpo Místico. Posteriormente será proclamada Madre de la Iglesia por Pablo VI. Este título ilumina el sentido de la "íntima unión" de María con la Iglesia, en la cual ocupa "de manera eminente y singular" el "primer lugar" (n. 63). En su persona la Iglesia ha alcanzado aquella perfección que la vuelve sin mancha ni arruga (Ef 5 27). Ella representa el modelo -"typus"- de la Iglesia. Hay que considerar que María no está fuera de la Iglesia, sino que es su miembro eminente y ejemplar, además de ejercer una función materna sobre la Iglesia. El misterio de la Iglesia y el misterio de María se incluyen y se iluminan recíprocamente.

¿Cómo explicarlo? El Concilio, después de recordar las palabras del Apóstol (1 Tim 2 5-6): "Dios es único y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, que en el tiempo fijado dio el testimonio; se entregó para rescatar a todos", y agrega que "la función materna de María hacia los hombres, de ninguna manera oscurece o disminuye esta única mediación de Cristo, sino que enseña su eficacia" (n. 60).

La vida de gracia, participación a la vida divina, existe en principio y en la plenitud de Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico, para ser comunicada a su Cuerpo que es la Iglesia. Con esta comunicación, Cristo atrae a la Iglesia y, a cada uno de sus miembros, para asimilarlos a Él, para conformarse con Él y para participar al don de sí mismo para el Padre, a través del cual salvó la humanidad. Único mediador: el don de sí mismo es total e infinitamente suficiente para la salvación del mundo. Que nos hace partícipes de Su Iglesia, esto es un signo de su amor y de la profundidad de la unión en la que lo introduce. Como cada vida, la vida de la gracia es fecunda, trae su fruto en abundancia. Se realiza aquí una ley, tanto para la Iglesia como para María, en proporción a sus singulares privilegios.

El texto del Concilio lo hace resaltar con fuerza: "Bajo la Cruz, María sufre profundamente con su Unigénito; se asocia con ánimo materno a su sacrificio; aceptando amorosamente la inmolación de la víctima que ella generó": ¿Qué significan estas afirmaciones que indican que María tuvo una parte activa en el misterio de la Pasión y en la obra Redentora?

El mismo Concilio precisa: la Madre del divino Redentor fue "generosamente asociada a su obra, con un título absolutamente único": "(...) sufriendo con su Hijo, el agonizante en la Cruz, Ella colaboró de manera totalmente especial a la obra del Salvador, con obediencia, con la fe, la esperanza y la ardiente caridad, para restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por esto, Ella se convirtió para nosotros en la Madre en el orden de la gracia" (n. 61).

"Después de su asunción en el cielo, no ha interrumpido esta función salvífica, sino que, con su múltiple intercesión, sigue ofreciéndonos los dones a nosotros, asegurándonos nuestra salvación eterna".

Por esta razón María "es invocada por la Iglesia con los títulos de abogada, auxiliadora, socorredora, mediadora" (n. 62).

¿Podemos agregar al título de mediadora el de corredentora? A luz de lo expuesto, la respuesta es afirmativa. En efecto, el mismo Concilio, para evitar cualquier interpretación falsa, agrega que el empleo de estos títulos es legítimo solo a condición que sea entendido "de tal manera que nada sea detraído o añadido a la dignidad y a la eficacia de Cristo, único mediador" (ibid).

Se notará que este título de corredentora no aparece en el texto Conciliar. Se puede pensar que esta ausencia querida, obedecía a una motivación ecuménica. El uso del término necesitaba de ulteriores reflexiones.

Es verdad que, si el término de corredención tenía que evocar una yuxtaposición y una adición a la obra Redentora del Salvador, tenía que ser rechazado vigorosamente. Es en cuanto predestinada, suscitada, contenida en el sacrificio Redentor de Cristo, de manera subordinada, participante, en total dependencia de Él que se entiende la corredención de María bajo la Cruz, así como Ella está plenamente compenetrada de la intercesión del Hijo en la gloria, su mediación de intercesión hacia el cielo.

El Concilio ha enunciado el principio que, interpretando una intuición de la fe, norma toda la reflexión teológica en este campo: "Cada saludable influencia de la Beata Virgen hacia los hombres no nace de una necesidad objetiva, sino de una disposición puramente gratuita de Dios, y brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo; por lo tanto se funde sobre la mediación de éstos, de ésta depende en absoluto y alcanza toda su eficacia, no impidiendo mínimamente la unión inmediata de los creyentes con Cristo, sino facilitándola" (n.60).

A la luz de este principio, comprendemos en qué sentido María, a titulo único, es corredentora y cómo de manera proporcional la Iglesia es también corredentora. Comprendemos, además, en qué sentido la vocación de todos los bautizados a la santidad, nos lleva a participar en el misterio de la salvación. Cada una de estas participaciones es como una Epifanía de la fecundidad de la Cruz de Jesús.

(P. Georges Cottier, OP, “el Teólogo del Papa”).