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Jueves, 28 de noviembre de 2024

Sábana Santa, Perspectivas teológicas y pastorales

De Enciclopedia Católica

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Ante el umbral del Misterio: Perspectivas teológicas y pastorales de la Sábana Santa de Turín

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¿Por qué hablar de la Sábana Santa de Turín? ¿Por qué no mejor guardar silencio ante las contundentes pruebas del carbono 14 que, según dicen, descartan el origen bimilenario de este objeto arqueológico? ¿Por qué nuevamente crear polémica ante un tema que, para muchos, ya es un caso cerrado? ¿Por qué nos reunirnos estos dos días para profundizar sobre un antiguo lienzo hecho de lino?

¿Por qué seguir hablando de la Sábana Santa? Porque creemos que una de las razones más fuertes que tenemos son las auténticas actitudes de conversión y de fe suscitadas al conocer los maravillosos detalles que nos van revelando los estudios multidisciplinares.

Reconstrucción artística del Rostro de Cristo muerto, seùltado y resucitadp
¿Por qué hablar de la Sábana Santa? Ante todo porque consideramos que uno de los más grandes desafíos que tiene la Iglesia Católica para este nuevo milenio, es conducir a los hombres nuevamente hacia Dios y creemos que no podemos permitirnos el ser timoratos, ni mucho menos omisos, en divulgar tan invalorable medio como es, sin duda, el lienzo de Turín.
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¿Por qué hablar de la Sábana Santa? Por que creemos que así estamos respondiendo al desafío lanzado por nuestros obispos en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano: «Nuevas situaciones exigen nuevos caminos para la evangelización. El testimonio y el encuentro personal, la presencia del cristiano en todo lo humano, así como la confianza en el anuncio salvador de Jesús (kerygma) y en la actividad del Espíritu Santo, no pueden faltar. Se ha de emplear, bajo la acción del Espíritu creador, la imaginación y creatividad para que de manera pedagógica y convincente el Evangelio llegue a todos. Ya que vivimos en una cultura de la imagen, debemos ser audaces para utilizar los medios que la técnica y la ciencia nos proporcionan, sin poner jamás en ellos toda nuestra confianza » .
Cristo tundido a azotes
¿Por qué hablar de la Sábana Santa? Por que, como nos decía el Santo Padre Benedicto XVI en su visita al Santuario de la Santa Faz de Manoppello, creemos que: «todos nosotros, como dicen los Salmos, "buscamos el rostro del Señor"… Juntos tratemos de conocer cada vez mejor el rostro del Señor y de encontrar en el rostro del Señor la fuerza de amor y de paz que nos muestra también el camino de nuestra vida» y la Sábana Santa es sin duda un medio particularmente privilegiado para encontrarnos con el rostro del Señor.
Látigo romano
¿Por qué hablar de la Sábana Santa? Finalmente porque a todos nos gustaría escuchar, y en el fondo es la gran pregunta que todos nos hacemos y me incluyo en primera persona; si es la Sábana Santa de Turín el único testigo mudo del hecho más extraordinario de toda la historia de la humanidad: la Pasión, Muerte y Resurrección de Dios-Hombre, nuestro Señor Jesucristo.
Figura en bulto de Cristo crucificado que muestra las llagas producidas por el flagelo

Buscando la verdad en la cultura hodierna

Proféticamente el Papa Juan Pablo II al inicio de su pontificado nos dijo: «La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos transgredidos como jamás lo fueron antes» .

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El consumismo, el secularismo, las ideologías sectoriales, el desplazamiento de paradigmas culturales, el agnosticismo funcional, la llamada dictadura del relativismo; son manifestaciones de lo que se ha denominado «cultura de muerte ». La misma globalización, con su profunda carga de ambigüedad, conlleva el peligro de la hegemonía cultural y económica de una cultura en desmedro de las otras. Por otro lado vemos también como muchas personas van guiando su actuar de acuerdo a las resonancias emotivas del momento, viviendo en muchas ocasiones en un individualismo orientado únicamente a lo útil o a lo placentero, sin dejarse rectificar por criterios objetivos o razones de ningún tipo.
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Por desgracia, ante este panorama descrito, muchas personas necesitarán de algún tipo de revés o sufrimiento de cierta trascendencia para poder cuestionarse e iniciar algún tipo de cambio en sus propias vidas. Otras, tal vez viendo su propia realidad contingente y contradictoria tenderán a realizar una profunda evaluación personal o, lamentablemente, a caer en un angustiante nihilismo.

Creemos pues que el encontrarse cara a cara con una inexplicable, misteriosa y atractiva imagen del Crucificado plasmada en un lienzo de lino; podría llevar a muchas personas más allá de sí mismas, podría incluso llevar a un serio cuestionamiento sobre su propia muerte y destino final, podría llevar a preguntarse, en última instancia, sobre su propia identidad. La misteriosa imagen de la Sábana Santa, poco a poco, nos va cautivando y llevando así ante el umbral del misterio.

¿Podemos afirmar que la Sábana Santa de Turín es verdadera?

Para poder desarrollar nuestro tema (perspectivas teológicas y pastorales), es necesario tener claro ¿cuál es el grado de confiabilidad y autenticidad que podemos llegar analizando esta mortaja dada su intrínseca relación con Jesús de Nazaret?

Un primer criterio, nos decía Juan Pablo II, será el aproximarnos a «la Sábana Santa sin actitudes preconcebidas que den por descontado resultados que no son» y el mismo Papa nos invita «a actuar con libertad interior y respeto solícito, tanto en lo que respecta a la metodología científica como a la sensibilidad de los creyentes» . Desde una aproximación epistemológica ; debemos distinguir la verdad y la verificabilidad del objeto en cuestión ya que esto último implica entrar en un ámbito donde el científico debe reconocer sus límites ante una realidad que lo sobrepasa: el misterio. El conocimiento de un objeto tan complejo como la Sábana Santa no puede verse reducido a un método de datación ya que en el momento que esto suceda se habrá dejado de hacer ciencia y se estaría cayendo en una absolutización inadecuada de un método particular. «Me gustaría animar a mis colegas a darse cuenta de que la imagen de la Síndone no se define con una sola prueba del radiocarbono; de hecho, podría ser uno de los más grandes enigmas de la historia» , nos decía, el aquí presente, Dr. John Jackson. La ciencia, como medio para conocer la verdad de la realidad, se engrandece en el momento que reconoce sus límites y los busca sobrepasar acudiendo a conocimientos que van más allá de su competencia. «La ciencia se basa en el criterio de la verificabilidad, pero la verdad no es identificable exclusivamente con lo que puede ser verificado. Si en realidad todo lo que es verificable es ciertamente verdad, no todo lo que es verdad es ciertamente verificable. La ciencia debe por tanto reconocer y respetar la existencia de campos de competencia diferente al propio, como los de la filosofía y de la teología. A ellas aguardan iguales derechos y posibilidades en la búsqueda de la verdad» .

Entonces volviendo a la pregunta inicial de este punto, ¿cuál debe de ser el criterio - sea histórico, científico o religioso - que debe de utilizarse? y ¿cuál es el nivel de certeza que se necesita para establecer definitivamente la autenticidad de la Sábana Santa? Este problema ciertamente no es sencillo. Juan Pablo II ha sido claro al afirmar que este problema no es competencia del Magisterio de la Iglesia ya que la Sábana Santa no es un objeto de fe sino que es un objeto histórico único y particular .

Las conclusiones a las que han llegado los diversos estudios científicos sobre la imagen del cuerpo en la Sábana Santa son las siguientes: 1.La imagen es el resultado de haber envuelto un cadáver marcado por unas 700 heridas; 2.es el resultado por haber estado envolviendo un cadáver crucificado entre 30 y 36 horas; 3.el desvanecimiento del cuerpo se ha dado sin dejar marcas y 4.finalmente, el mecanismo de transferencia de la imagen en el lienzo se ha dado por medio de un cambio en las fibras superficiales del lienzo y es de origen desconocido. No existe nada parecido a la Sábana Santa.

Por lo tanto podemos afirmar con un alto grado de certeza que la Sábana Santa al ser un objeto único es un objeto irreproducible e inimitable. No existe nada que pueda asemejársele, por lo tanto no podría ser considerado falso en sí mismo. El enigma científico sobre el mecanismo de transferencia de la imagen de un cadáver a un lienzo es la verdad interna de la Sábana Santa. Cualquier prueba externa al lienzo podría ser falsificable por ser reproducible. Solamente la Santa Sábana es en sí misma ya es la prueba de su propia autenticidad y su propia certificación. Es un objeto que no puede ser explicado pero que es real y existe. Es por eso que, el recordado Juan Pablo II, nos decía: «Este preciosísimo lienzo, con su elocuencia dramática, nos ofrece el mensaje más significativo para nuestra vida: la fuente de toda existencia cristiana es la redención que nos consiguió el Salvador, que asumió nuestra condición humana, sufrió, murió y resucitó por nosotros. La Sábana Santa nos habla de todo esto. Es un testimonio único» .

Algunas nociones fundamentales

Luego de este segundo punto, veamos algunas nociones fundamentales de teología para tener una recta aproximación a la Sábana Santa. Un primer punto es que «la fe es ante todo la adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana» .

Esta verdad revelada por Dios mismo al hombre se da un momento histórico-temporal y ella está contenida en el llamado depositum fidei (depósito de la fe): es decir las Sagradas Escrituras y la Sagrada Tradición . Hablemos claro: éste es el fundamento de nuestra fe y no es otro. «Creemos a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos» . Adherirse-creer en estas verdades sobrenaturales es absolutamente necesario para poder alcanzar la salvación eterna y es por eso que contamos con la directa ayuda-gracia de Dios «que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede "a todos gusto en aceptar y creer la verdad"» .

Por otro lado tenemos la Sábana Santa de Turín. Ella es un objeto muy importante, muy venerable dada su directa relación con nuestro Señor Jesucristo. Pero si algún día cupiese la posibilidad de demostrar la falsedad de la Sábana Santa, nuestra fe quedaría intacta (no tocada, no alterada). Sin duda, y esto hay que decirlo, habríamos perdido un documento histórico muy significativo e importante. El afirmar que la Sábana Santa no forma parte del depositum fidei no implica de ninguna manera restarle importancia o, en el caso extremo, afirmar su falsedad. Es la ciencia, como hemos afirmado anteriormente, la que tiene la tarea de proporcionar la evidencia de la autenticidad y la veracidad de esta «sagrada reliquia». Recordemos que una reliquia es esencialmente un objeto histórico y permanece así aún después del reconocimiento de la Iglesia que decide dar su aprobación y, en el caso de la Sábana Santa, instituir una fiesta litúrgica, un oficio divino y una misa. Ella realiza esto no sin antes tener razones suficientemente serias y prudentes para hacerlo.

Juan Pablo II en su última visita pastoral a la archidiócesis de Turín en 1998, ha sido suficientemente claro al decir que: «La fascinación misteriosa que ejerce la Sábana santa impulsa a formular preguntas sobre la relación entre ese lienzo sagrado y los hechos de la historia de Jesús. Dado que no se trata de una materia de fe, la Iglesia no tiene competencia específica para pronunciarse sobre esas cuestiones. Encomienda a los científicos la tarea de continuar investigando para encontrar respuestas adecuadas a los interrogantes relacionados con este lienzo que, según la tradición, envolvió el cuerpo de nuestro Redentor cuando fue depuesto de la cruz» .

La distinción que existe entre revelación pública y revelación privada nos puede ayudar a tener una mejor comprensión del valor teológico-pastoral que tiene el lienzo venerado en Turín. Nos dice el Catecismo: «A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas «privadas», algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de «mejorar» o «completar» la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia» .

Podemos afirmar que en todos los tiempos ha habido revelaciones privadas. Las recientes «apariciones marianas» constituyen un ejemplo de ello. Estas revelaciones no constituyen parte del objeto de la fe católica-universal, que únicamente versa acerca del depósito que se contiene en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición y que fue confiado a la interpretación auténtica del Magisterio de la Santa Madre Iglesia . Por otro lado, nada obliga a los fieles a creer en las revelaciones privadas. Mas aún al aprobarlas, la Iglesia no nos impone la obligación de creer en ellas, sino solamente permite que puedan publicarse las enseñanzas que de ellas se derivan para edificación (aprovechamiento, crecimiento) y formación espiritual de los fieles. El asentimiento que se les ha de dar no es, un acto de fe católica (es decir universal) y sobrenatural (suscitado, sustentado y fortalecido por Dios) propiamente dicho; sino un acto de fe humana fundado en el hecho de que esas revelaciones privadas son probables y piadosamente creíbles.

En las revelaciones privadas, las realidades invisibles (espirituales) se manifiestan de manera visible; sin embargo no se trata de una visión beatífica es decir de un conocimiento absoluto de la divinidad; sino de una comunicación limitada por signos al servicio de una necesidad concreta (en un tiempo y en un lugar determinado) contando con la cooperación de unos sujetos particulares, que no son arrancados ni de su condición terrena ni de su propia subjetividad. La Iglesia pone en todo esto una prudencia y cautela ejemplares. Nos dice Próspero Lambertini, el futuro Benedicto XIV, en su libro «De beatificatione et canonizatione servorum Dei .»:

La Iglesia siempre pone con ello una doble prudencia

1. Una desconfianza crítica hacia esos fenómenos excepcionales: la autoridad se aplica a examinar los pros y los contras, a no confundir lo que hay de divino y lo que hay de humano, y a medir la ambigüedad y la relatividad de esas comunicaciones particulares.

2. Incluso cuando el obispo del lugar admite un juicio favorable, la Iglesia no impone jamás este juicio a la obediencia de la fe. La autoridad del magisterio exige un asentimiento sin reservas a los dogmas de la fe, garantizados por la autoridad del mismo Dios, pero en materia de apariciones esa autoridad no garantiza más una probabilidad. Y se contenta con decir: existen razones serias para creerlas; es bueno darles crédito, puesto que tales apariciones producen buenos frutos, etc».

La autoridad eclesiástica competente puede declarar que no hay ningún obstáculo (nihil obstat) contra la doctrina dogmática y moral católica y que hay razones suficientes serias para su aceptación, de forma que quien las afirma y quien las acepta no se expone al peligro de la superstición o herejía. Por otro lado, en vistas al bien personal, uno puede denegar el propio asentimiento y apartarse de ellas, con tal de que se haga con la modestia conveniente, con buenas razones y sin desprecio ni escándalo alguno. Es decir ningún cristiano está obligado a creer en las apariciones privadas, como Lourdes o Fátima, pese a que obispos y papas les han otorgado el máximo de aprobación y garantía. Pero justamente por eso, sería simplemente temerario y hasta arriesgado apartarse de un juicio tan autorizado.

El Papa Pío X nos dice en su «Pascendi Dominici gregis»: «Tales apariciones o revelaciones no han sido aprobadas ni reprobadas por la Sede Apostólica, la cual permite sólo que se crean piamente, con mera fe humana, según la tradición que dicen existir, confirmada con idóneos documentos, testimonios y monumentos. Quien siguiere esta regla estará libre de todo temor, pues la devoción de cualquier aparición, en cuanto mira al hecho mismo y se llama relativa, contiene siempre implícita la condición de la verdad del hecho; mas, en cuanto es absoluta, se funda siempre en la verdad, por cuanto se dirige a la misma persona de los Santos a quienes honramos. Lo propio debe afirmarse de las reliquias» .

Creemos que es prudente y necesario tener esta misma actitud de libertad hacia «la reliquia más espléndida de la pasión y resurrección», en palabras del mismo Juan Pablo II .

"Una reliquia única y misteriosa

La Sábana Santa de Turín ha sido considerada una reliquia y un objeto de culto desde los comienzos del cristianismo. Existen documentos que atestiguan que la Sábana Santa la han venerado reyes, papas, santos y creyentes de toda clase y condición. Desde Paulo II a Sixto IV, pasando por Julio II, León X, Clemente VII, Gregorio XII, Clemente VIII hasta llegar a Pío VII, quién dos veces veneró y expuso solemnemente la reliquia (en 1804 y 1815), se concedía año tras año favores espirituales y privilegios canónicos a quienes la visitaran en donde la reliquia peregrinaba.

Por eso creemos que es importante el testimonio de algunos Papas del siglo XX. Pío XI que ha sido indudablemente el Papa que más se ha interesado por la reliquia y más la ha estudiado personalmente. Además de considerar el aspecto religioso, él la estudió como científico, profundamente convencido de su autenticidad. En 1931, le dijo al Cardenal Maurilio Fossati, Arzobispo de Turín que había organizado la ostensión de ese año: «No se preocupe: en este momento estoy hablando como un estudioso y no como el Papa. Yo he seguido personalmente los estudios sobre la Sábana Santa y estoy convencido de su autenticidad. Ha habido oposiciones, pero ellas no prevalecen». En 1936, el Papa entregó unas fotografías del lienzo de Turín a un grupo de visitantes de la Acción Católica con las siguientes palabras: «Estas Imágenes provienen de aquel objeto que, aunque misterioso todavía, no es, ciertamente de fabricación humana - y esto puede decirse que ha sido demostrado ya- . Nos referimos a la Sábana Santa de Turín. Y hemos llamado misterioso a este objeto porque lo envuelve mucho misterio todavía; pero es un objeto en verdad sagrado, tal vez más sagrado que ningún otro objeto sobre la faz de la Tierra» .

El Papa Pablo VI manifestó repetidamente su confianza en la autenticidad del Sábana Santa y es muy importante su excepcional mensaje, ante millones de televidentes de toda Europa, transmitido el 22 de noviembre de 1973 por Eurovisión con el motivo de la primera Ostensión para la prensa y la televisión, que el mismo Pablo VI dijo: «Sea cual sea el juicio histórico y científico que puedan expresar los cuidadosos investigadores acerca de esta reliquia sorprendente y misteriosa, no podemos menos de desear que esta exposición sirva para conducir a los que se acercan a ella no solamente a una observación absoluta y sensible de los trazos externos y mortales de esta maravillosa figura del Salvador, sino que sea capaz, igualmente de introducirles una visión más penetrante de su misterio escondido y fascinante» .

El recordado Juan Pablo II rindió homenaje a la reliquia en tres oportunidades. La primera de ellas fue el 1 de septiembre de 1978 cuando era Cardenal de Cracovia y estaba en Italia con motivo del Cónclave por la muerte del Papa Pablo VI. La segunda oportunidad fue el 13 de abril de 1980 en su primera visita pastoral a la archidiócesis de Turín y la tercera fue el domingo 24 de mayo de 1998, en su segunda visita pastoral. En la homilía en la misa solemne, en el atrio de la Catedral de Turín en 1980, se referirá a la Sábana Santa diciendo: «Por lo demás, no podría ser de otra manera (refiriendo a los testigos de la resurrección) en la ciudad que custodia una reliquia única y misteriosa, como la Sábana Santa, testigo singularísimo – si aceptamos los argumentos de tantos científicos – de la Pascua: de la pasión, de la muerte y de la resurrección. ¡Testigo mudo pero a la vez sorprendentemente elocuente!» .

El 28 de abril de 1989 durante el viaje en avión hacia Madagascar, Juan Pablo II tiene un diálogo con algunos periodistas que lo acompañaban. Respondiendo a la pregunta sobre cómo debe de ser reconocida la Sábana Santa, que le formulara directamente el periodista Orazio Petrosillo, corresponsal en el Vaticano del diario “Il Messaggero”, dijo de manera cortante: «Pero, ciertamente es una reliquia, no se puede cambiar. Si no fuese una reliquia, entonces no se podría entender estas reacciones de fe que la circundan, y que se muestran también más fuertes que las pruebas —digamos—contrapruebas de orden científico, se muestran más fuertes. En este sentido una reliquia siempre es objeto de la fe».

Si buscamos el significado de la palabra «Reliquia», veremos que etimológicamente significa «residuo que queda de un todo» o «resto», con referencia al cuerpo humano o a partes del mismo. En un sentido estricto, se entiende por reliquias a los cuerpos o partes del cuerpo de un santo canonizado o de un beato que reciba el homenaje de los fieles; en este caso se llaman reliquias corporales. El Código Pío-benedictino denominaba «relíquias insignies» al cuerpo, la cabeza, un brazo, un antebrazo, el corazón, la lengua, una mano, una pierna o aquella parte por la cual el martír padeció; con tal que esté integra y no sea pequeña . Las otras relíquias son llamadas de «no-insignies». La consideración de que los objetos procedentes del contacto con el sepulcro de los santos eran también reliquias, facilitó de manera extraordinaria su multiplicación y la difusión de su culto. Desde sus inicios, la Iglesia ha venerado las reliquias; primero la de los mártires, luego también la de los santos confesores. El culto de la reliquia, previa autorización de las autoridad eclesiásticas competente, se llama «relativo de dulía», en cuanto se honra, se venera (respeto profundo, en grado sumo) la reliquia por la relación que ha tenido con la persona del beato o del santo y, finalmente, de este con Dios .

Indudablemente a la Iglesia le preocupó de sobremanera cómo y con qué fin se utilizaban las reliquias. Por desgracia, la ignorancia y el aprovechamiento de algunos, principalmente en el Medioevo, dio origen a la falsificación frecuente de reliquias. Claramente leemos en el IV Concilio de Letrán (1215): «Como quiera que frecuentemente se ha censurado la religión cristiana por el hecho de que algunos exponen a la venta las reliquias de los Santos y las muestran a cada paso, para que en adelante no se la censure, estatuimos por el presente decreto que las antiguas reliquias en modo alguno se muestren fuera de su cápsula ni se expongan a la venta. En cuanto a las nuevamente encontradas, nadie ose venerarlas públicamente, si no hubieren sido antes aprobadas por autoridad del Romano Pontífice» .

El antiguo Código Canónico normaba el reconocimiento de la reliquia por la autoridad eclesiástica competente que es el ordinario del lugar; de un cardenal, expresamente delegado por la Congregación para la Causa de los Santos o de algún varón eclesiástico a quien por indulto apostólico se le haya concedido la facultad de autenticar . En el momento del reconocimiento se toman partes del cuerpo que, autenticadas por el postulador, se distribuyen a los fieles.

Podríamos resumir la preocupación, cuidado y prudencia que tiene la Iglesia en relación a las reliquias en tres puntos fundamentales: - 1. la búsqueda de la verdad de la reliquia para llegar a un grado de certeza que le permita afirmar la autenticidad del objeto venerado;

- 2. la preocupación por la sana piedad, ya que las reliquias son un medio que nos deben de conducir al encuentro con Dios;

- 3. y el celo por la pastoral ya que se debe buscar siempre el aumento de la vida espiritual, el anuncio del mensaje del Señor y la obra evangelizadora.

El Concilio Tridentino reafirmará las enseñanzas del Concilio de Letrán acerca de las reliquias . Finalmente tenemos que preguntarnos ¿qué tipo de reliquia puede ser considerada la Sábana Santa de Turín? Podemos afirmar sin temor, junto al recordado Juan Pablo II, que la Sábana Santa de Turín es «la reliquia más espléndida de la pasión y de la resurrección» y que debe de ser considerada una reliquia «insigne por contacto», ya que ella habría envuelto, por cerca de treinta horas, el bendito cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Ciertamente esta afirmación presupone un grado de confiabilidad grande sobre de la autenticidad de este lienzo.

Un icono acheiropoeitos

¿Por otro lado es válido afirmar que la Sábana Santa es un «icono del Señor», es decir una imagen de Jesús? La palabra «icono» proviene del griego «eikón» que significa imagen histórica. No es casualidad que la cultura griega aplicó este término a un «retrato», es decir; al rostro real, concreto e histórico de una persona no dejando lugar a las creaciones personales. Después de la controversia iconoclasta fomentada por el emperador bizantino León III el Isaúrico, a la que puso fin el II Concilio de Nicea (787), el icono ha pasado a ser considerado como un testimonio de la Encarnación del Verbo así como un medio válido para expresar nuestra veneración al Dios Salvador. A pesar de la condena que sufre los iconoclastas (literalmente quebradores de imágenes) en el Concilio de Nicea; la paz no llegará sino hasta el año 843, cuando la emperatriz Teodora restaure definitivamente el culto a las imágenes y comience la búsqueda de aquellas imágenes que habían sobrevivido a la destrucción, sobre todo las «acheiropoeitos» (no hecho por mano humana) de la ciudad de Edesa. Lugar en donde es posible que haya estado la Sábana Santa antes de su llegada a Constantinopla en el año 944.

Finalmente, creemos que la Sábana Santa de Turín en cuanto «imagen» sí puede ser considerada un «icono» ya que es la verdadera imagen de una persona. Sin embargo es una imagen especial ya que no ha sido hecha por mano humana — «acheiropoeitos» — y está profusamente marcada de sangre por contacto directo con un cadáver, por lo tanto cabría la posibilidad de llamarla, de «icono ensangrentado no hecho por mano humana».

Un objeto sagrado para venerar

Sin duda uno de los puntos más significativos de toda la historia de la Sábana Santa es la existencia de una memoria litúrgica propia que se celebra todos los años en la ciudad de Turín el 4 de mayo. Ciertamente existe el culto y la misa de la Sábana Santa porque poseemos una reliquia que es considera la mortaja de Jesús. La liturgia católica que hoy se celebra nace con la llegada del lienzo a la ciudad de Chambéry en 1356. Esta liturgia canta: «Gaude felix, laeta Sabaudia, Sindonis dabis mundo Gandia» y fue aprobada por el Papa Julio II mediante un Breve el 26 de abril de 1506, que decía: «Nos parece digno, justo y debido el venerar y adorar la Síndone en la cual Nuestro Señor Jesucristo fue envuelto en el sepulcro y en la que se ven manifiestamente la huellas de la humanidad de Cristo que la Divinidad había unido a Sí, o sea: huellas de su verdadera sangre» .

El autor de las oraciones del Oficio y de la Misa fue el sacerdote dominico Antonio Pennet, prior del convento de Plain Palais y confesor del duque Carlos II de Saboya. En este Breve, la fiesta es colocada el 4 de mayo, justamente un día después de la fiesta del «hallazgo o invención de la Santa Cruz» en recuerdo del descubrimiento que se hiciera debido a la intervención de Santa Elena en el segundo decenio del siglo IV. La liturgia consta de Oficio completo y de una Misa, siendo la idea fundamental de esta liturgia el recordar la pasión y la sepultura de Jesús. El intermediario encargado de obtener la autorización papal fue Louis de Gorrevod, obispo de Maurienne, quien el 15 de abril de 1534 fue llamado a verificar la autenticidad de la reliquia después del incendio del 4 de diciembre de 1532.

El Papa Gregorio XIII, el 12 de abril de 1582, después del traslado de la reliquia a Turín, extiende la celebración de la fiesta del 4 de mayo a todos los lugares y dominios sujetos a la familia de Saboya, confirmando la indulgencia plenaria todos los visitantes. Benedicto XIII el 21 de marzo de 1727, concede el perdón de todos los pecados e indulgencia plenaria a todos aquellos que, confesados y habiendo recibido la Santa Comunión, visitaran la Capilla de la Sábana Santa los días miércoles del mes de marzo. La nueva liturgia se completará en 1727 durante su pontificado y sustituirá la anterior liturgia. El cambio del Oficio y de la Misa es afortunado conservando el mismo concepto en relación a la Sábana Santa con la Pasión de nuestro Señor Jesús.

Es muy significativa la oración colecta del texto de la misa ya que fue aprobada por el Papa Clemente X en 1673. «Oh Dios, que dejaste las huellas de tu pasión en la Síndone en la que estuvo envuelto tu cuerpo Santísimo y bajado de la cruz por José: concede propicio que por medio de tu muerte y sepultura seamos conducidos a la gloria de la resurrección» . En la nueva liturgia de la misa se utilizarán los textos de Isaías 63, 1-6 y la lectura del Evangelio es la de Marcos 15, 42-47. El Oficio de la Sábana Santa, largamente difundido, es suprimido en la reforma litúrgica de San Pío X. La misa, siempre votiva y particular, es mantenida el día 4 de mayo en el actual Misal Romano. Recordemos la importancia y el valor teológico de la liturgia en la Iglesia ya que según el conocido aforismo Lex orandi statuat legem credendi. En la aprobación oficial de los libros litúrgicos está empeñada la autoridad de la Iglesia, que regida y gobernada por el Espíritu Santo, no puede proponer a la oración de fieles fórmulas falsas o erróneas.

La Sábana Santa y la Teología fundamental

El entonces custodio de la reliquia, Cardenal Giovanni Saldarini, en un dossier dado a los obispos de la conferencia episcopal italiana el 13 de mayo de 1996 decía claramente: «La fe no se funda en la autenticidad de la Sábana y nunca se ha mencionado como la evidencia de verdad del cristianismo. Por eso el creyente se siente completamente libre y sereno en su investigación, mientras los incrédulos pueden sentirse incómodos si, teniendo como base las investigaciones históricas y científicas, debe obligarse a conciliar sus ideas personales con la certeza de estar en la posesión de la verdadera Sábana en la que fue envuelto Cristo» .

Pero por otro lado el buscar el fundamento y las «razones para creer» es una actitud necesaria, saludable y madura para todo creyente. «“La fe trata de comprender” (S. Anselmo, prosa.poem.): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor... Así, según el adagio de S. Agustín, «creo para comprender y comprendo para creer mejor» .

Es por eso que el conocer las innumerables huellas que vemos en la Sábana Santa nos pueden ayudar a creer y comprender mejor el sacrificio reconciliador de nuestro Señor Jesús en la Cruz. Con mucho respeto y objetividad, la ciencia puede ayudarnos a través de las investigaciones realizadas, a tener datos históricos relevantes y complementarios sobre la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo.

Creemos sin embargo, que existen dos razones que atañen directamente a la Teología Fundamental en relación al estudio de la Sábana Santa. La primera de ellas la podemos encontrar en el pasaje de la primera carta del apóstol San Pedro: «Al contrario, —dad culto al Señor,— Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta (dar razón) a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1Pe 3,15). La teología fundamental debe de recuperar una reflexión teológica que sepa motivar la necesidad de creer, como una opción fundamentada, libre y personal. Esto es lo que leemos en la encíclica Fides et ratio: «Del mismo modo, la teología fundamental debe mostrar la íntima compatibilidad entre la fe y su exigencia fundamental de ser explicitada mediante una razón capaz de dar su asentimiento en plena libertad. Así, la fe sabrá mostrar “plenamente el camino a una razón que busca sinceramente la verdad. De este modo, la fe, don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón, ciertamente no puede prescindir de ella; al mismo tiempo, la razón necesita fortalecerse mediante la fe, para descubrir los horizontes a los que no podría llegar por sí misma” » .

Lo segunda razón se relaciona con la necesidad de comunicar la fe a los demás de manera apelante y actual. Entender la Teología Fundamental desde esta perspectiva exige que el encuentro con el dato revelado siga una metodología que no sólo sepa comunicarse con el creyente, sino que sepa además, expresar los datos de la fe incluso fuera de su habitual entorno.

Solamente uniendo estas dos dimensiones de la Teología Fundamental (dimensión dogmática y dimensión apologética), podrá «recuperar su propia identidad que es…dar razón de la fe a todo el que la pida: al creyente, que intenta comprender, y al que intenta comprender, para creer» .

En ese sentido la Sábana Santa puede ser considerada «un signo» útil a la comprensión y divulgación del misterio revelado. Propiamente no podemos decir que existe una «teología de la Sábana Santa» sino mas bien que los datos, las informaciones y los significados presentes en este documento histórico; pueden proporcionar une serie de elementos sobre los cuales la teología podría profundizar y por lo tanto enriquecerse.

Ante el umbral del misterio del amor de Dios

Finalmente ¿Cuál es el mensaje que nos deja este lienzo empapado de sangre con una imagen misteriosa? Ciertamente dependerá, en primer lugar de la actitud con que la persona que se acerca a ella. Sin embargo es tan fuerte el mensaje que nos trasmite que inmediatamente nos remite al inmenso amor de Dios por nosotros. La Sábana Santa nos revela claramente la magnitud y la desproporción del castigo inflingido al crucificado y, desde una mirada de fe, nos lleva al misterio de la Cruz, al sentido reconciliador del dolor y el sufrimiento. Pero ¿a quién está dirigido este mensaje? Podemos decir que en un primer momento a la comunidad cristiana, sin embargo estos limites se ven traspasados dirigiéndose a todos los hombres que sean capaces de sintonizar y dejarse interpelar por aquel rostro Humano y Divino.

Cuando nos acercamos al Santo Lienzo percibimos un mensaje profundamente paradójico. Por un lado sabemos que son las huellas de un hombre que ha sufrido las terribles y atroces torturas de un condenado a muerte por crucifixión; sin embargo, el rostro no corresponde al semblante de una persona desesperada, ni al de un criminal condenado a un terrible flagelo y muerto de manera terrible y violenta. Nos dice bellamente el entonces Cardenal Joseph Ratzinger: «En ese rostro podemos reconocer la pasión de una forma estremecedora. Y vemos, además, una gran dignidad interna. Ese rostro desprende sosiego y resignación, paz y bondad. En este sentido nos ayuda de verdad a imaginarnos a Cristo» .

Al contemplar el rostro del Crucificado nos topamos también con la agonía del huerto, con la copa del sufrimiento, con el desprecio y el abandono de los amigos, con la fidelidad de muy pocos y con el silencio del Padre. El precio para devolver al hombre nuevamente su verdadero rostro; era el que Jesús asumiese de manera total el rostro del hombre, incluso que cargase con el «rostro del pecado». Mientras se identifica con nuestro pecado, el grito de angustia de Jesús nos revelará una tremenda soledad y abandono. Sin embargo, en medio de la fuerte oscuridad, el Crucificado se abandona totalmente a la protección del Padre: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu —y dicho esto, expiró» (Lc 23, 46). En la imagen del Crucificado vamos a ver también nuestro dolor; veremos la imagen del sufrimiento humano, icono del sufrimiento del inocente, huella de las innumerables tragedias que han marcado la historia de la humanidad. La Sábana Santa nos invita a contemplar el misterio del amor de un Dios que se encarna y que muere para reconciliar a su criatura amada.

Al acercarnos al Crucificado vemos también el rostro sereno de Aquel que ha vencido la muerte. ¡El ha resucitado! ¡Ya no está aquí! La resurrección es la respuesta del Padre a la obediencia de Hijo. Leemos en la carta a los Hebreos: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen » (Heb 5,7-9).

La Iglesia, contemplando el rostro del Resucitado, se lanzará, a semejanza de los primeros discípulos, a anunciar la Buena Nueva a todo el mundo buscando ser fiel al mandato del Señor: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15). El Señor Jesús al resucitar y vencer la muerte le devuelve, al hombre, el sentido originario de su existencia. Juan Pablo II nos dirá que: «precisamente en estos tiempos en que vivimos, en que se ha obrado la perspectiva de la “muerte del hombre” nacida de la “muerte de Dios” en el pensamiento humano, en la conciencia humana, en el obrar humano, precisamente estos tiempos exigen, de modo particular, la verdad sobre la resurrección del Crucificado. Exige también el testimonio de la resurrección, que sea más elocuente que nunca» .

Y es por eso que el rostro sereno y sufrido de la Sábana Santa no hace sino: «recordarnos la victoria de Cristo, nos comunica la certeza de que el sepulcro no es el fin último de la existencia. Dios nos llama a la resurrección y a la vida inmortal» . Encontrándonos con ese rostro doliente y resucitado, vivo y vencedor; podremos entender, como nos ha dicho Benedicto XVI, que: «sólo después de su pasión, cuando se encontraron con él resucitado, cuando el Espíritu iluminó su mente y su corazón, los Apóstoles comprendieron el significado de las palabras que Jesús les había dicho y lo reconocieron como el Hijo de Dios, el Mesías prometido para la redención del mundo. Entonces se convirtieron en sus mensajeros incansables, en sus testigos valientes hasta el martirio. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Sí, queridos hermanos y hermanas, para "ver a Dios" es preciso conocer a Cristo y dejarse modelar por su Espíritu, que guía a los creyentes "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). El que encuentra a Jesús, el que se deja atraer por él y está dispuesto a seguirlo hasta el sacrificio de la vida, experimenta personalmente, como hizo él en la cruz, que sólo el "grano de trigo" que cae en tierra y muere da "mucho fruto" (cf. Jn 12, 24)» .

En este nuevo milenio, estamos llamados a «dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza» a un mundo que necesita de testigos vivos que manifiesten que Cristo es real, que el amor de Dios es real; que salvan. En una bella reflexión teológica para el Encuentro de Rimini el año 2002 el entonces Cardenal Joseph Ratzinger nos decía: «Él que es la Belleza en sí mismo a dejado que golpeen su rostro, Él ha dejado que sea golpeado y coronado de espinas. La Sábana Santa de Turín nos permite imaginar todo ello de una manera muy especial. Pero, justamente en ese desfigurado rostro la autentica Belleza resplandece: La belleza del amor que ama “hasta el extremo” y que, de esta manera, se revela de manera más fuerte que la falsedad y la violencia».

Rafael Guillermo de la Piedra Seminario.

[1] Sábana Santa: Respuestas a un enigma


Selección José Gálvez Krüger. 03-03-2009.