Filioque
De Enciclopedia Católica
Filioque es una fórmula de gran importancia dogmática e histórica. Por una parte indica la Procesión del Espíritu Santo del Padre e Hijo como un Principio; por otra, fue la ocasión de un cisma griego. Ambos aspectos de la expresión requieren explicación.
I. SIGNIFICADO DOGMÁTICO DE FILIOQUE.
El dogma de la doble Procesión del Espíritu Santo del Padre e Hijo como un Principio se opone directamente al error de que el Espíritu Santo procede del Padre, no del Hijo. Ni el dogma ni el error crearon muchas dificultades durante el curso de los cuatro primeros siglos. Macedonio y sus seguidores, los llamados Pneumatomacos, fueron condenados por el concilio local de Alejandría (362) y por el papa S. Dámaso (378) por enseñar que el Espíritu Santo deriva su origen solo del Hijo, por creación. Si el credo utilizado por los Nestorianos, compuesto probablemente por Teodoro de Mompsuestia y la expresión de Teodoreto directamente contra el quinto anatema de Cirilo de Alejandría, niega que el Espíritu Santo deriva su existencia del o a través del Hijo, probablemente intentaron negar solamente la creación del Espíritu Santo por o a través del Hijo, inculcando al mismo tiempo su Procesión de ambos, Padre e Hijo. De todas las maneras la doble Procesión del Espíritu Santo no se discutía durante los primeros tiempos; la controversia estaba restringida al Oriente y duró poco tiempo.
La primera negación sin asomo de duda de la doble Procesión la encontramos en el siglo séptimo entre los herejes de Constantinopla cuando S. Martín I (649-655) en su escrito sinodal contra los Monotelitas emplea la expresión “Filioque”. Nada se sabe qué ocurrió después con la controversia, que no parece haber adquirido ninguna proporción digna de tenerse en cuenta, pues la cuestión no estaba relacionada con las enseñanzas características de los Monotelitas. En la iglesia occidental la primera controversia sobre la doble Procesión del Espíritu Santo se llevó a cabo con los enviados del emperador Constantino Coprónimo, en el sínodo de Gentilly, cerca de París, que tuvo lugar en tiempo de Pipino (767). No hay Actas sinodales ni más información. A principios del siglo nueve, Juan, un monje griego del monasterio de S. Sabas acusó a los monjes del monte Oliver de herejía, por haber introducido el Filioque en el Credo.
En la segunda mitad del mismo siglo, Focio, el sucesor de Ignacio, Patriarca de Constantinopla (858) injustamente depuesto, negó la procesión de Espíritu Santo del Hijo y se opuso a que se incluyera el Filioque en el credo de Constantinopla. La misma posición mantuvieron a finales del siglo décimo los Patriarcas Sisinio y Sergio y hacia la mitad del once, el Patriarca Miguel Cerulario, que renovó y completó el cisma griego. El rechazo del Filioque o la doble Procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo y la negación del primado del Romano Pontífice constituyen, aún hoy los principales errores de la Iglesia griega. Mientras fuera de la iglesia las dudas sobre la doble procesión se iban convirtiendo cada vez más en negación abierta, dentro de la iglesia la doctrina del Filioque se declaró dogma de fe en el Cuarto Concilio Laterano (1215), el segundo Concilio de Lyon (1274) y en el concilio de Florencia (1438-1445). Así la iglesia propuso de forma clara y con autoridad la enseñanza de la Sagrada Escritura y de la tradición sobre la Procesión de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
En cuanto a la Sagrada Escritura, los escritores inspirados llaman al Espíritu Santo el Espíritu del Hijo (Gálatas 4:6), el espíritu de Cristo (Romanos 8:9), el Espíritu de Jesucristo (Fil, i, 19), de la misma forma que le llaman Espíritu del Padre (Mateo, 10:20) y Espíritu de Dios (1 Corintios 2:11). De ahí que atribuyan al Espíritu Santo la misma relación con el Hijo como con el Padre: De nuevo, según la Escritura, el Hijo envía al Espíritu Santo (Lucas 24:49; Juan 15:26; 16:7; 20:22; Hechos 2:33; Tito 3:6), de la misma manera que el Padre envía al Hijo (Romanos 3:3) y como el Padre envía al Espíritu Santo (Juan 14:26). Ahora, la “misión “ o “envío” de una Divina Persona por otra no significa que la persona de la que se dice que es enviada, asume un carácter particular, a sugerencia de si mismo, en el papel del que envía, como mantenían los Sabelianos. Pero no implica ninguna inferioridad en la Persona enviada, como enseñaban los arrianos, sino que denota, de acuerdo con los teólogos más sólidos y los Padres, la Procesión de la persona enviada de la Persona que envía la Sagrada Escritura nunca presenta al Padre como siendo enviado por el Hijo ni al Hijo como enviado por el Espíritu Santo.
La misma idea del término “misión” indica que la persona enviada aparece para un cierto propósito por el poder del que envía, un poder ejercido en la persona enviada por medio de un impulso físico, o de una orden, o de oración, o, finalmente, de producción. Ahora, la Procesión, la analogía de producción, es la única manera admisible en Dios. Se sigue que los escritores inspirados presentan al Espíritu Santo como que procede del Hijo, puesto que lo presentan como enviado por el Hijo. Finalmente S. Juan (XVI, 13-15) trae las palabras de Cristo: “no hablará por si mismo, sino que hablara lo que oiga”…”recibirá de lo mío y os lo anunciará”…Todas las cosas que tiene el Padre son mías”. Aquí hay una doble consideración. Primero el Hijo tiene todo lo que tiene el Padre, así que debe parecerse al Padre en ser el Principio del que procede el Espíritu Santo. Segundo, el Espíritu Santo recibirá “de lo mío “, según las palabras del Hijo, pero Procesión es la única forma concebible de recibir que no implica dependencia o inferioridad. En otras palabras, el Espíritu Santo procede el Hijo.
La Enseñanza de la Escritura sobre la doble Procesión del Espíritu Santo fue fielmente preservada en la fe cristiana. Hasta los griegos ortodoxos conceden que los Padres latinos mantienen la Procesión del Espíritu Santo del Hijo. El gran trabajo de Petavius sobre la Trinidad (Lib. VII, cc. iii ss.) desarrolla a fondo la prueba de este asunto. Mencionamos aquí solamente algunos documentos en los que la doctrina patrística ha sido claramente expresada: la carta dogmática de S. León I a Turribius, obispo de Astorga Ep. XV, c. i (447); el llamado Credo Atanasiano; varios concilios de Toledo en los años 447, 589 (III), 675 (XI), 693 (XVI); la carta del papa Hormisdas al emperador Justius Ep. lxxix (521); las manifestaciones sinodales de S. Martín I contra los Monotelitas, 649-655; La contestación del papa Adriano I a los Libros Carolinos 772-795; los sínodos de Mérida (666), Braga (675) y Hatfield (680); el escrito del papa León III (m-816) a los monjes de Jerusalén; la carta del papa Esteban V (m.891) al rey de Moravia Suentopolcus (Suatopluk), Ep. xiii; el símbolo del papa León IX (m.1054): el Cuarto Concilio Luterano; el Segundo Concilio de Lyon, 1274; el concilio de Florencia, 1439.
Algunos de los documentos conciliares citados se pueden ver en Hefele "Conciliengeschichte" (2d ed.), III, nn. 109, 117, 252, 411; cf. P.G. XXVIII, 1557 ss. Bessarion , hablando en el concilio de Florencia dedujo la tradición de la Iglesia Griega de las enseñanzas de la Latina puesto que los Padres griegos y latinos, antes del siglo nueve, eran miembros de la misma Iglesia y es un antecedente improbable que los Padres Orientales hubieran negado un dogma firmemente mantenido por los Occidentales. Más aún, hay ciertas consideraciones que forman una prueba directa de la fe de los Padres griegos en la doble Procesión del Espíritu Santo.
• Primero, los Padres griegos enumeran a las Divinas Personas en el mismo orden que los Padres latinos; admiten que el Hijo y el Espíritu Santo están lógica y ontológicamente relacionados de la misma manera que el Hijo y el Padre. [S. Basilio, Ep. cxxv; Ep. xxxviii (alias xliii) ad Gregor. fratrem; "Adv.Eunom.", I, xx, III, sub init.] • Segundo Los Padres griegos establecen la misma relación entre el Hijo y el Espíritu Santo como entre el Padre y el Hijo; Como el Padre es la fuente del Hijo, así es el Hijo la fuente del Espíritu Santo. (Athan., Ep. ad Serap. I, xix, ss.; "De Incarn.", ix; Orat. iii, adv. Arian., 24; Basil, "Adv. Eunom.", v, in P.G.., XXIX, 731; cf. Greg. Naz., Orat. xliii, 9). • Tercero, no faltan pasajes en los escritos de los Padres en los que la Procesión del Espíritu Santo del Hijo se mantiene claramente: Greg. Thaumat., "Expos. fidei sec.", vers. saec. IV, in Rufius, Hist. Eccl., VII, xxv; Epiphan., Haer., c. lxii, 4; Greg. Nyss. Hom. iii in orat. domin.); Cyril of Alexandria, "Thes.", ass. xxxiv; el Segundo canon del sínodo de cuarenta obispos celebrado en Seleucia en Mesopotamia; la versión árabe de los cánones de S., Hipólito; la explicación nestoriana del Símbolo
La única dificultad escritural digna de mención se basa en las palabras de Cristo que trae Juan xv, 26, que el Espíritu Procede del Padre, sin que se haga mención del Hijo. Pero, en primer lugar, no se puede mostrar que esta omisión sea una negación y en segundo lugar, la omisión es sólo aparente, puesto que en la primera parte del versículo el Hijo promete “enviar” al Espíritu. La Procesión del Espíritu Santo del Hijo no se menciona en el Credo de Constantinopla, porque este Credo iba dirigido contra el error de los Macedonios contra el bastaba declarar la Procesión del Espíritu Santo del Padre. La expresión ambigua encontrada en algunos de los primeros escritores de autoridad se explican por los principios que aplican generalmente al lenguaje de los primeros Padres. [editar] II. LA IMPORTANCIA HISTORICA DEL FILIOQUE.
Hemos visto que el Credo de Constantinopla declaraba al principio solamente la Procesión del Espíritu Santo del Padre. Iba dirigida contra los seguidores de Macedonius que negaba la Procesión del Espíritu Santo del Padre. En oriente, la omisión de Filioque no llevó a ningún malentendido. Sin embargo, en España, las condiciones eran diferentes después de que los Godos renunciaran al arrianismo y profesaran la fe del Tercer Concilio de Toledo, en 589. No se puede asegurar quién añadió por primera vez el Filioque al Credo pero parece cierto que la adición se cantó por primera vez en la Iglesia Española después de la conversión de los godos. En 796 el patriarca de Aquilea justificó y aceptó el añadido del Sínodo de Friaul, y en 809 el concilio de Aquisgrán parece haberlo aprobado. Los decretos de éste concilio fueron examinados por el papa León III que aprobó la doctrina manifestada por el Filioque pero aconsejó que se omitiera la expresión en el Credo, aunque se práctica de añadir el Filioque se mantuvo a pesar de los consejos del papa y mediado el siglo once se había instalado firmemente hasta en Roma.
Los eruditos no están de acuerdo en qué momento exacto se introdujo en Roma pero la mayoría lo colocan en el pontificado de Benedicto VIII (1014-15). La doctrina católica fue aceptada por los diputados griegos que estaban presentes en el concilio de Florencia en 1439, cuando el credo se cantó en latín y griego con la palabra Filioque incorporada. En cada ocasión se esperaba que el Patriarca de Constantinopla y sus súbditos habían abandonado el estado de herejía y cisma en el que habían vivido desde tiempos de Focio, quien en alrededor del año 870 encontró en el Filioque una excusa para quitarse de encima toda dependencia de Roma. Pero fueran lo sinceros que fueran los obispos griegos, el caso en que no lograron arrastrar con ellos al pueblo con ellos y la fosa que separa oriente de occidente continúa ahí.
Es verdaderamente sorprendente que un tema como el de la doble Procesión del Espíritu Santo llamara la atención de la imaginación de la multitud. Pero por otra parte se habían interpuestos los sentimientos nacionales en el deseo de liberación del antiguo rival de Constantinopla. La Ocasión de lograrlo pareció presentarse en la adición del Filioque al Credo de Constantinopla. Si Roma no hubiera sobrepasado sus derechos al desobedecer el mandato del Tercer Concilio de Éfeso(431) y del Cuarto de Calcedonia (¿451?); aunque es verdad que estos concilios habían prohibido la introducción de otra Fe o de otro Credo y habían impuesto la pena de deposición de los obispos y clérigos y de excomunicación a los monjes y laicos que transgredieran esta ley, sin embargo los concilios no habían prohibido explicar la misma fe o proponer el mismo Credo de una forma más clara. Además, los decretos conciliares afectaban a transgresores individuales, como está claro por la sanción añadida, pero no obligaban a la Iglesia como un cuerpo. Finalmente los concilios de Lyon y Florencia no requirieron a los griegos que introdujeran el Filioque en el Credo pero si aceptar la doctrina católica de la doble Procesión del Espíritu Santo ( ver ESPIRITU SANTO Y CREDO)
A.J. MAAS
Transcrito por Mary y Joseph P. Thomas. En memoria del P. E.C-Joseph
Traducido por Pedro Royo