San José: Fundador y Padre del carmelo teresiano
De Enciclopedia Católica
Contenido
- 1 San José, Fundador y Padre del Carmelo teresiano
- 2 Introducción
- 3 Datos evangélicos
- 4 Reflexión teológica
- 5 José, esposo de María
- 6 José, padre de Jesús
- 7 José vive la paternidad sobre Jesús
- 8 Grandeza y santidad de San José
- 9 Privilegios de San José
- 10 Poder de intercesión de San José
- 11 San José en el Carmelo antes de Santa Teresa
- 12 Relaciones de Santa Teresa con San José
- 13 Devoción y experiencia josefina
- 14 Experiencia sobrenatural y mística
- 15 Formas expresivas de la devoción y experiencia de San José
- 16 Titulación de sus monasterios
- 17 Imágenes de San José en sus fundaciones
- 18 Celebración de las fiestas de San José
- 19 El capítulo 6 de la vida, panegírico de San José
- 20 PROYECCIÓN JOSEFINA DESDE SANTA TERESA
- 21 En el Carmelo teresiano
- 22 Algunas páginas gloriosas
- 23 CONCLUSIÓN
San José, Fundador y Padre del Carmelo teresiano
El título de esta lección es: "San José Fundador y Padre del Carmelo Teresiano". En ella, después de una breve introducción, una ficha teológica, y la reflexión que han hecho los teólogos a lo largo de la historia de la Iglesia, me refiero particularmente a las relaciones de San José con Santa Teresa y de ésta con San José; a su experiencia mística que tiene con el Santo Patriarca; expongo brevemente las ideas fundamentales del cap. VI de su Autobiografía; las expresiones de su devoción y de su amor a San José, como son la titulación de sus conventos, las imágenes o esculturas que llevaba para ellos, la celebración de la fiesta de la Solemnidad de San José, etc.; para acabar con la proyección de esta devoción de Santa Teresa en el Carmelo Teresiano que ha florecido de una manera singularísima, de una manera realmente admirable en tanto santos y santas, en tantos carmelitas y devotos entregados de verdad a San José con un amor entrañable.
Introducción
La presencia de San José en la Iglesia de Dios, tan fuertemente destacada por San Mateo, canonizada por el Espíritu Santo de varón justo, Esposo verdadero de María y Padre singular y virginal de Jesús, por quien de algún modo pasan los designios de Dios sobre la humanidad salvada, quedó silenciada en los primeros siglos de su existencia, como silencioso fue siempre él el Santo del silencio , de quien no se nos conserva ni una sola palabra. Es su persona la que es palabra decidora y potentísima. Con el correr de los siglos esa presencia fue despertando y abriéndose camino, como él se merece. No es posible ni siquiera señalar las fechas destacadas de la aparición de esa presencia, que se ha ido haciendo también silenciosa pero irresistible. Baste recordar que uno de esos momentos cumbres, en que aparece pujante y arrolladora la presencia de San José en la Iglesia, fue Santa Teresa de Jesús.
Para ensalzar la fuerza de la presencia de San José en la Iglesia, podíamos pasar revista a las muchas familias religiosas a él consagradas; a los sermones y libros a él dedicados; a los cientos de templos erigidos en su honor, y rara es la iglesia donde no está presente San José en una escultura o alguna pintura; a los millares de personas que han paseado y pasean su nombre por este mundo; a las muchas cofradías, fundadas bajo su nombre y alentadas por su patrocinio; a las serie de textos de los Papas exaltando su figura; a los millares de páginas josefinas de tantos santos y autores espirituales, que formarían un magnífico enchiridion josefino. Baste recordar, como último eslabón de una larga historia josefina en la Iglesia, su presencia y actuación en el Concilio Vaticano II, que tanta repercusión ha tenido y sigue teniendo en la vida eclesial. Juan XXIII en la Constitución apostólica, "Humanae Salutis", con que convoca el concilio, se lo confía a San José. Y en el discurso de clausura del último período del Concilio expresa esa misma confianza: "Esté siempre con nosotros la Inmaculada Virgen María; de igual modo San José, su castísimo Esposo, Patrono del Concilio ecuménico, cuyo nombre desde hoy brilla en el canon de la Misa,nos acompañe en el camino, el que fue dado por Dios como compañero y auxiliador de la familia nazaretana"(1). Culminación de esta trayectoria es la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, "Redemptoris Custos", sobre la figura y misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia, del 15 de agosto de 1989.
En la Sagrada Escritura, concretamente en el evangelio, que es el alma y la fuente de la auténtica y verdadera teología, no son muchas las palabras sobre San José, pero sí más que suficientes para trazar una ficha teológica del Santo, en la que se recogen su papel en la historia de la salvación y sus virtudes y grandezas. Concretamente desde esas palabras la Iglesia: Papas, liturgia, santos, teólogos, predicadores y sentido de la fe de los fieles, han ido trazando las líneas teológicas y espirituales del José que hoy venera y ensalza la misma Iglesia.
Datos evangélicos
El evangelio enseña claramente que José es quien transmite a Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la descendencia de Abraham con todo lo que ello significa, y, sobre todo, la descendencia de David y las promesas del reino mesiánico y eterno. Ese es el significado y la importancia de la genealogía de José, desposado con María, de la nace Cristo (Mt 1, 1-16).
San José en los planes de Dios juega un papel de capital importancia; sin él no hubiese existido el descendiente de David, el Mesías. José da su consentimiento a esta transmisión. El Señor le pide que tome a María como esposa, porque en los planes de Dios el Mesías tenía que nacer de una virgen, pero desposada, casada con un hombre justo; y este hombre es José. Y José con su silencio dijo SI a la embajada de Dios, recibiendo a María en su casa. Es todo el valor capital del anuncio a José (Mt 1, 18-24).
José es el varón justo, cabal, perfecto, y como tal ha obrado en el momento transcendental de la Encarnación del Verbo, totalmente entregado a la voluntad de Dios con una fe ciega y absoluta en El. Se desposa con María por voluntad de Dios Es un matrimonio preparado por el Espíritu Santo, en el que sólo interviene Este de una manera especialísima (Mt 1, 19a).
Por razón de su matrimonio con María, José es padre de Jesús, padre virginal. El evangelio le da el título de padre sin más: "He aquí que tu padre y yo te buscábamos" (Lc 2, 48); porque en todo el contexto del relato evangélico se comprende fácilmente el contenido de la paternidad.
Paternidad que encuentra su realización materializada en el nacimiento de Jesús en Belén. San José pone los actos previos al nacimiento de Jesús. Como esposo justo y fiel lleva a la madre, próxima al alumbramiento, a Belén; le busca una posada digna entre amigos y conocidos, y, al no hallarla, se instala con ella en un establo de bestias, esperando el santo advenimiento. Acompaña a María en el momento de dar a luz al hijo que el cielo les ha regalado a los dos, dice San Agustín. Ha llegado ya el fruto de su matrimonio virginal con María; ha visto colmada su paternidad por obra y gracia del Espíritu Santo, aceptando que fuese de aquel modo concreto, en pobreza y abandono del mundo (Lc 2, 4-7).
José, como padre del recién nacido, le circuncida al octavo día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho inherente a la misión del padre; así San José ejerce su dominio sobre el hijo y, de alguna manera le marca su personalidad. Al imponerle el nombre de Jesús le incluye con todo derecho en la descendencia davídica. Es un acto de dominio y de sabiduría porque el nombre responde a la sustancia de la persona (Lc 2, 21; Mt 1, 20-21. 25).
José y María, según San Lucas, presentan al niño Jesús en el templo como sacerdote y como sacrificio. Acto que representa el reconocimiento por los padres de la especial consagración a Dios de aquel Niño que ya recibió el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, por especial inspiración de un ángel (Lc 2, 22-24).
En su calidad de padre de Jesús recibe del cielo la orden de llevarle a Egipto para liberarle de las iras exterminadoras de Herodes y de volverle, a su debido tiempo, a Palestina (Mt 2, 13-23).
Y en su calidad de padre, José es obedecido por Jesús y le está sujeto (Lc 2, 51).
Los sentimientos de paternidad para con Jesús en José son tan fuertes que cuando los pastores cantan las maravillas de la aparición de los ángeles, su padre y su madre escuchan maravillados lo que se dice del Niño (Lc 2, 33); y cuando se pierde en el templo, le buscan por espacio de tres días con gran dolor; Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote (Lc 2, 48).
Reflexión teológica
Las palabras evangélicas sobre San José son pocas, pero son tan grandes, tan graves y tan densas de contenidos laudatorios del Santo, que basta el discurso de la razón, reflexionando sobre estos datos, para sacar de ellos, sin forzarlos, su grandeza singular y única. Desde estos datos se ha ido elaborando a lo largo de los siglos la que podemos llamar la teología de San José, que reducimos esencialmente a estos puntos:
José, esposo de María
Es, sin duda, la primera verdad que se destaca en los relatos evangélicos. San José está desposado con María. Entre ellos existe un verdadero matrimonio, con todos sus derechos y obligaciones, aunque sellado por la virginidad de entrambos. Un verdadero matrimonio, ordenado de una manera especial a recibir y educar dentro de él al fruto virginal del seno de María, Jesús. Por eso es un matrimonio que se fragua y se realiza por el instinto del Espíritu Santo. El Espíritu del Señor juega un papel especial en la realización de este matrimonio: la madre de Jesús había de ser una virgen, pero una virgen desposada con un hombre justo llamado José; Jesús tenía que nacer en una comunidad matrimonial, pero de una manera virginal. Un matrimonio verdadero, pero unido legítimamente por el vínculo de un amor casto con exclusión de toda obra de la carne. Un matrimonio para el que sólo José fue juzgado digno porque sólo a él le predestinó y preparó el Señor para dicho matrimonio. Un matrimonio para salvaguardar la fama de María en su maternidad divina y para introducir al Hijo de Dios en el mundo por los cauces normales por los que entran los demás hombres, con la exclusión de la generación carnal.
José, padre de Jesús
Desde la singularidad de este matrimonio hay que entender y comprender la paternidad de José sobre Jesús. A José, Dios le pide el consentimiento al matrimonio con María, con vistas a recibir a Jesús en este mundo, a introducirle en la marcha de la historia de la salvación en esta fase terrena: José, no temas recibir a María en tu casa, porque lo que ha concebido es por obra del Espíritu Santo; y José la recibió en su casa y con ella el fruto nacido de su vientre. Y por eso será llamado padre de Jesús. Es el apelativo que sin más aditamentos le da el evangelio.
Ya desde los primeros autores que tratan este tema encontramos este razonamiento para explicar que José es padre de Jesús y en qué sentido: María por derecho matrimoniaL pertenece a José, es como el campo de José. José por el voto de virginidad renuncia al uso de este derecho sobre María; en algún sentido lo cede al Espíritu Santo, que engendra de ella a Jesús virginalmente. Este, engendrado y nacido del cuerpo de María, en el campo de José, le pertenece como hijo. Lo explican por la ley del levirato: San José estaría civilmente muerto por el voto de virginidad y el Espíritu Santo le habría suscitado la prole; y también por el principio de derecho de que lo que nace en un campo pertenece al dueño del campo.
La paternidad sobre Jesús es la grandeza suprema de José, de la que derivan todos los demás privilegios y gracias, ya que el mismo matrimonio con María está divinamente ordenado a esta paternidad única en el mundo.
Los teólogos al desentrañar la paternidad de José sobre Jesús y querer darle un calificativo apropiado y expresivo de esa realidad, hablan de una paternidad legal, putativa, adoptiva, matrimonial, virginal, propia. Realmente es única. Es una paternidad en la que se dan todos los elementos de la misma sublimados, menos el de la generación carnal; y, además, todos ellos ordenados por Dios exclusivamente a una paternidad sobre Jesús. José es virginal y matrimonialmente padre de Jesús. No solamente no desmerece en nada la paternidad de José sobre Jesús porque le falta la generación carnal, sino que, como escribe San Agustín, tanto es más firmemente padre, cuanto más castamente es padre.
José vive la paternidad sobre Jesús
Dios que modela y forma uno a uno los corazones de los hombres (Sal 32, 15), puso en el corazón de José los sentimientos más altos de la paternidad. El corazón de José está modelado singularmente por la mano de Dios con miras a su Hijo, cuando Este se encarne en el mundo. No hay corazón de padre que se pueda comparar en el amor a los hijos, al de José por Jesús; el amor paternal de José excede toda ponderación. Predestinado para padre singular de Jesús, Dios le dotó de un amor paternal único. Como dice un autor "si no fue verdadero padre natural de Dios, no fue porque le faltase la congruidad y partes requisitas para eso, sino porque Dios de padre en la tierra no hizo elección" (I.Coutiño, Sermón...p. 112).
Expresión de su amor paternal es el comportamiento de José para con Jesús en su infancia y juventud. A los casos recordados del evangelio, añadamos que José como padre educa a Jesús en un sentido amplio, enseñándole las oraciones que todo fiel israelita rezaba a diario y las que decía en comunidad en el templo y en la sinagoga, como el Shema, la acción de gracias...oraciones que todo varón debía saber desde los doce años.
Sin duda le enseñó también aquellos pasos de la Escritura más destacados, que se referían a la historia de la salvación del pueblo escogido, los salmos más usados, las enseñanzas de los profetas y de los sapienciales.
Y, como el que no enseña a su hijo un oficio, le educa para ladrón, San José enseñó a su hijo el oficio de carpintero. La vida de Jesús niño y adolescente está fuertemente marcada por la educación que le dio San José.
Grandeza y santidad de San José
Del hecho del matrimonio con María, y del hecho de la paternidad sobre Jesús, todos los teólogos deducen la grandeza singular del Santo Patriarca. Es la suya una grandeza y santidad única. A nadie cede en ellas si no es a María. Y como ella, aunque en grado inferior, según muchos teólogos, José pertenece al orden hipostático, que le eleva por encima de todos los ángeles y santos.
Es una grandeza tal que exige unos grados y alturas de santidad excepcionales, ya que cuando Dios escoge a uno para un oficio o ministerio, a la medida del mismo da los excesos de santidad. Y no hay grandeza que se pueda comparar con la de ser esposo de María y padre de Jesús.
Por ser esposo de María y tratarse de un matrimonio preparado y realizado por Dios, el Señor le dotó de un alma semejante a la de María, en decir de San Bernardo; le enriqueció con una abundancia de gracias y virtudes, que está muy por encima de las dadas a hombres y ángeles. En todo matrimonio bien hecho se busca que haya cierta igualdad, cuánto más en el que hace el mismo Dios, donde tanto obliga la razón; por eso San José es virgen, como María, y es joven cuando se desposa con ella. Basta pensar en la grandeza, en la santidad, en la plenitud de gracia de María para deducir la santidad y abundancia de gracia de José.
Gracia y santidad en las que José no dejó de crecer de una manera rápida y altísima por el continuo contacto con María y con Jesús, ya que, según el principio tan repetido por todos, tanto más participa uno del calor del fuego cuanto está más cerca de él, y tanto más abundantemente bebe de la fuente cuanto está más cerca de ella.
Por ser padre de Jesús, se exige que tenga una santidad digna de tal oficio y ministerio. Todas las prerrogativas de santidad y virtudes de San José tienen su origen y explicación en la grandeza de su paternidad sobre Jesús. Al ser ésta el oficio y ministerio de mayor altura en la Iglesia, coloca a San José inmediatamente en el trono de Dios; su santidad y virtudes son enormemente superiores a las de todos los santos ángeles. Dios Padre puso en él generosamente todas las virtudes y dones, aún aquellos que parecen contradictorios, como virginidad y matrimonio...Mientras a otros santos les reparte los dones, a unos unos y a otros otros, a San José se los dio todos, le dio lo bueno y lo mejor y sin medida.
Privilegios de San José
Los teólogos no sólo deducen de los datos evangélicos la santidad y virtudes singulares de San José por su condición de Esposo de María y Padre virginal de Jesús, sino que llevan más lejos la fuerza del razonamiento y predican del Santo una serie de privilegios semejantes a los de María.
Poder de intercesión de San José
El poder de intercesión de San José es único, después del de María. Las razones teológicas de la misma las recogió Santa Teresa en su panegírico josefino del capítulo 6 de la Vida: porque es Padre de Jesús y Esposo de María. Si San José mandaba a Jesús como a hijo en la tierra y Este le obedecía, como a hijo sigue mandándole en el cielo; sus peticiones son mandatos. Como dice Juan Gersón: San José no pide, manda; no ruega, ordena; porque la petición del marido a la mujer y del padre al hijo se considera un mandato.
Este poder de intercesión no es sólo en algunas necesidades sino en todas, pues se trata del poder ante Jesús, de quien todo depende; es Santo poderoso no sólo para algunos sino para todos, para toda la Iglesia, que cree y confía en ese poder. Esa fe la expresó Pío IX declarándole Patrono de la Iglesia Universal el 8 de diciembre de 1870. Y si bien la fiesta fue suprimida más tarde a nivel de iglesia universal, es siempre verdadero que San José es Patrono y Protector singular de la Iglesia, ya que como Padre de la misma, en la línea que es Padre de Jesús, Cabeza de esta Iglesia, le corresponde este patronato y protección, proporcionalmente a como le corresponde a María, por ser Madre de la Iglesia el título de Patrona y Protectora de la misma.
San José en el Carmelo antes de Santa Teresa
San José en el Carmelo entra desde los orígenes de la Orden. No en vano el Carmelo es flor plantada, nacida y desarrollada en Palestina, la tierra de José. El Carmelo nace acunado por María y por José. Desde sus orígenes derrama fuertes aromas josefinos junto a los marianos. Y si no es cierto lo que se ha escrito, que "cuando los carmelitas, huyendo de la persecución de oriente, se refugiaron en occidente, nos trajeron la fiesta de San José(2), es innegable que la devoción a San José, a nivel personal y local, se vivía desde la venida de los carmelitas a Europa, si bien la fiesta del Santo Patriarca, a nivel de Orden, no aparece sino en la segunda mitad del siglo XV, con la particularidad de que los carmelitas fueron los primeros que en la Iglesia latina compusieron un oficio enteramente propio en honor de San José, que aparece en el breviario impreso en Bruxelas en 1580 y en los que le siguen; y es seguramente el que leía la Santa Madre en la fiesta de San José. Quiere decir que los carmelitas desde que comenzaron a honrar a San José, lo hicieron con tanto ardor y fe que apenas se encuentra precedente igual en la historia josefina. "Este oficio no solamente es el más antiguo monumento elevado en la Iglesia latina a la gloria de San José, sino también, seguramente, el cántico más hermoso que jamás le fue consagrado. Todas sus partes, desde la primera antífona hasta la última, nos representan al Santo en todo el esplendor de su gloria"(3).
¿Qué es lo que se cantaba y celebraba en esta festividad de San José del 19 de marzo? La virginidad de José, a quien Dios encomienda la virginidad de la Madre de su Hijo, con quien la casa, para celar el misterio de la Encarnación al diablo, y para que fuese testigo y guardián de la virginidad de María, defendiéndola de toda sospecha de infamia.
El matrimonio realizado por Dios es un matrimonio virginal, ligado no por unión carnal sino por un amor virtuoso; un matrimonio feliz por la fe, el sacramento y la prole bendita. Vice-Padre, Padre virgen y, como María, libre de toda infamia de pecado, sirviéndose mutuamente María y José con solicitud conyugal, y con igual dedicación alimentando al Hijo.
San José es el receptor del misterio de la Encarnación, por quien el Angel, enviado de Dios, da a conocer el misterio de la salvación humana, y que tiene los reinos de la vida.
Esta teología es la que leía y meditaba Santa Teresa en la fiesta de San José, mientras vivía en el monasterio de la Encarnación, donde consta que la devoción a San José estaba muy arraigada, y que, resumida y hecha experiencia singular, ha derramado en su Vida.
Relaciones de Santa Teresa con San José
Pocas personas en la historia de los hombres tan dotada para relacionarse con los demás como Santa Teresa. Estaba hecha para la amistad abierta y generosa, para una vida de relaciones sociales y espirituales amplias y varias. De hecho en el campo concretamente carmelitano, desde el General para abajo, se relacionó con tantos frailes y monjas.
Lo mismo le pasa con los santos del cielo. No es persona de un solo santo o de pocos. Por el contrario son muchos de los que se confiesa devota. La lista de los santos de su devoción particular, encabezada por San José, encontrada en su breviario, registra la friolera de 34 (y no es completa); entre ellos están los Patriarcas, las once mil vírgenes, los Santos de la Orden, los Angeles.
Muchos santos, pero uno singular, no sólo por ser el primero de la lista sino por razón de sus vivencias espirituales especiales con él: éste es San José.
Devoción y experiencia josefina
Lo que Santa Teresa nos enseña sobre San José en la historia de salvación de su alma es la expresión de una devoción sentida y profunda y sincera al Santo Patriarca, hecha vivencia, experiencia honda, intimísima y prolongada por muchos años. No habla de lo que aprendió en los libros, que alguno debió leer sobre San José, ni de lo que oyó en los sermones que oía, al menos cada año cuando procuraba hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía (V 6,7), y en otras ocasiones. Ella habla desde la experiencia personal de San José interviniendo en su vida y en su alma; no dice nada que no sepa por experiencia; que por eso se convierte en un apóstol singular de la devoción al Santo.
La devoción de la Santa a San José, hecha experiencia, aparece clara desde su entrada en la Encarnación. Y se fragua ya desde niña. "Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ser devotos de Nuestra Señora y de algunos santos" (V l,l). Y para la Santa no se puede pensar en la Virgen sin ver a su lado a San José. Lo cierto es que desde su entrada en la Encarnación esta devoción aparece pujante, viva y proselitista. Una devoción, hecha experiencia, que es el compuesto de afecto, entrega, veneración, confianza, amor, que le lleva a encomendarse muchas veces a él. Y el resultado de esta actitud múltiple, vivida día a día y con más intensidad en momentos de necesidad espiritual o corporal, es que se da cuenta que ha elegido a un santo lleno de bondad y de poder, experimenta que se relaciona con un Padre y Señor. Vio claro, tuvo por experiencia, como otras personas tenían también por experiencia, a quienes ella se lo recomendaba, la benéfica y universal ayuda con que San José le correspondía, sacándola con más bien que ella le sabía pedir. Se trata, no de una experiencia sobrenatural y mística, sino de un convencimiento total desde la fe sincera y el amor entregado, que lo que ha recibido en necesidades de alma y cuerpo son gracias dispensadas por San José, en atención a la total confianza con que se las ha pedido y el abandono esperanzado con que se le ha encomendado. De aquí nace el típico agradecimiento de la Santa: hace proselitísmo y conquista muchos devotos para San José: hay muchos que son devotos de nuevo...yo decía se encomendasen a él...y celebra su fiesta con toda solemnidad.
Experiencia sobrenatural y mística
La larga experiencia de la devoción a San José, con el tiempo se madura y se transforma en una experiencia sobrenatural, sin perder su carácter habitual de experiencia a nivel de gracia ordinaria, aunque muy fuerte. Esto sucede cuando la Santa comenzó a tener una manera nueva de experimentar las realidades sobrenaturales. También la devoción a San José queda tocada suave y fuertemente de esos vientos místicos que han entrado en su alma. En esta línea se desarrolló poderosamente la devoción de la Santa a San José, y las experiencias concretas de esta devoción mística irán apareciendo en momentos concretos y especiales de su vida.
La devoción a San José en el Carmelo teresiano va esencialmente unida a Santa Teresa. Es uno de los legados más ricos y característicos que la Santa dejó a sus hijos. Y los hace por la fuerza de esta experiencia y como fruto maduro de la misma. Una herencia valiosísima. Al experimentar a San José como Fundador de la Reforma, de su obra de Fundadora, le asocia esencialmente a la misma. No se comprende el Carmelo teresiano sin San José, sin la experiencia josefina de la Santa. Las palabras del P. Gracián, el gran confidente de la Madre Teresa por tanto tiempo, y prelado suyo muchos años, son terminantes: "...y por esta causa, según escribe el doctor Ribera, puso sobre la portería de todos sus monasterios que fundó a nuestra Señora y al gloriosa San José; y en todas las fundaciones llevaba consigo una imagen de bulto de este glorioso santo, que ahora está en Avila, llamándole fundador de esta Orden.
Los cuales (que profesan esta regla de carmelitas descalzos) reconocen por fundador de esta reformación al glorioso San José, con cuya devoción la fundó la Madre Teresa, así como toda la religión del Carmen reconoce por fundadora a la sacratísima Virgen María "(4).
De hecho la fundación del primer monasterio no se explica realmente sin la presencia y la ayuda de San José. El primer convento del Carmelo teresiano se funda en un ambiente bañado de lo sobrenatural, tal como entiende la Santa lo sobrenatural, ambiente en el que juega un papel de primera clase el glorioso San José. Como dice el P. Gracián, extendiendo esta importancia capital del Santo a todos los demás conventos: "de la manera que el glorioso San José hizo milagro en la fábrica de este monasterio (de San José), podría contar de otros muchos, así de frailes como de monjas, que parece imposible haberse labrado, si este glorioso santo no hubiese puesto las manos en estas fábricas"(5). Así, un dia después de comulgar oye muchas promesas de que no dejaría de hacerse el monasterio y que se serviría mucho en él y que se llamase San José, y que a una puerta nos guardaría él (San José) y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con nosotras" (V 32,ll). Metida ya en la edificación del monasterio, se encuentra atada por todas partes, sin dineros ni de dónde los tener, ni para el Breve ni para nada. En esta situación sin salida viene sobrenaturalmente en su ayuda San José; se lo había encomendado mucho; y el Señor, por maneras que se espanta a los que lo oían, me proveyó" (V 33,12). Le llegaron de manos de su padre y señor San José por medio de su hermano Lorenzo más de doscientos ducados.
En estos mismos días, estando en la iglesia de los dominicos, recibe la gracia mística de la vestición de una ropa de mucha blancura y claridad. Se la visten nuestra Señora, de grandísima hermosura, a quien ve al lado derecho, y su padre San José, que ve al izquierdo, dándole a entender que ya está limpia de sus pecados.
En este ambiente de lo sobrenatural quedó erigido oficialmente el monasterio del señor San José el día 24 de agosto de 1562. La Santa Madre experimenta un gran contento por haber hecho lo que el Señor le había mandado y porque hay otra iglesia más en este lugar, y precisamente de mi padre glorioso San José, que no la había (V 36,8). La extereorización de esta fuerte experiencia en la fundación del primer monasterio es una imagen de talla de San José, vestida, con el sombrero en la mano y la vara florida, sobre la puerta de la iglesia, y en un lienzo del Santo en el altar mayor.
La experiencia sobrenatural de San José en la fundación del primer monasterio es un punto culminante en la carrera de esas experiencias de su padre y señor San José, que comienza con la curación milagrosa de su gravísima enfermedad, y que marca un momento fundamental y decisivo en sus relaciones con el Santo Patriarca, en el que le experimenta -vi claro- como padre y señor omnipotente en todas las necesidades. La experiencia josefina ya no se corta y se prolonga a lo largo de toda su vida. Su existencia se desarrolla bajo el signo de San José. Isabel de la Cruz en su dicho para la beatificación de la Santa en el Proceso de Salamanca, la expresa con estos términos: "Era particularmente devota de San José y he oído decir se le apareció muchas veces y andaba a su lado"(6). Hay muchos datos y momentos en su vida en que siente esta experiencia de San José, además de los mencionados. Basta recoger estos tres. Un día que comulgaba había visto que venían alumbrando al Santísimo Sacramento el bendito San José de una parte y Lorenzo de Cepeda, su hermano, de otra. Así se lo cuenta a su sobrino Francisco, hijo de Lorenzo(7). Petronila Bautista habla de un arrobamiento muy grande que tuvo el día del bienaventurado San José, estando oyendo misa en la reja del coro de San José de Avila(8).
No, por conocido, es menos de ponderar el hecho de la aparición de San José cuando iban camino de Beas de Segura para una nueva fundación en aquella villa. Lo cuenta Ana de Jesús (Lobera), testigo del hecho como una de las ocho religiosas que acompañaban a la Madre en dicha fundación.
Formas expresivas de la devoción y experiencia de San José
Como de la abundancia del corazón habla la boca, la abundancia de la devoción y experiencia josefina de la Santa se visibiliza en una serie de manifestaciones externas. Y no importa que la devoción y la experiencia de San José alcance cotas sobrenaturales muy altas; a la Santa la altura de estas experiencias sobrenaturales no le hicieron perder el contacto con la tierra y la realidad de cada día. Y así vemos que, mientras la experiencia de San José se vive en lo más profundo del espíritu, en el centro del alma, las formas devocionales para expresar la misma son las más simples y elementales y las más tradicionales y comunes. Para ella los medios ordinarios de devoción de aquel entonces continúan siendo fuentes de piedad, de amor, de agradecimiento, y los medios de expresar su religiosidad hacia su padre y señor San José.
Titulación de sus monasterios
Para la Santa Madre los conventos que va fundando, a imagen del primero, son casas del señor San José, son su casa. Por eso procura que la mayoría lleve hasta el nombre y título de San José. De los diez y siete palomarcitos de la Virgen, fundados por ella, once están bajo el título de San José: Avila (1562), Medina del Campo (1567),Malagón (1568), Toledo (1569), Salamanca (1570), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1576), Caravaca (1576), Palencia (1580), Burgos (1582). Con esta particularidad, que a partir de la fundación de Beas, San José va asociado ingeniosamente a otros títulos.
Imágenes de San José en sus fundaciones
Si no todas las fundaciones de la Madre Teresa llevan el título de San José, no hay ninguna donde no esté presidiendo y amparando la imagen de San José. Es una manifestación más de su devoción y experiencia josefina el ir sembrando por sus conventos imágenes de San José, la mayoría de las cuales se conservan todavía.
Es notable, a este respecto, el dato que llevaba consigo en todas sus fundaciones una imagen de bulto de San José, que recibía el título de "San José del Patrocinio", y, cuando el P. Pedro Fernández la nombró Priora del convento de la Encarnación en 1571, y ella supo de la terrible negativa de la mayoría de las monjas para recibirla, llevó consigo esta imagen y el día de la toma de posesión, al tiempo que colocaba la imagen de la Virgen en la silla prioral, la acomodó en la silla subprioral; esta imagen luego le parlaría todo lo que las monjas hacían, que por eso se le llamó el Parlero, y de tanto hablar quedó con la boca abierta milagrosamente (ll).
En la fundación de Burgos, el médico Antonio Aguiar, amigo del P.Gracián, hace notar cómo, al no encontrar una imagen del Santo, reparaba por mano de un pintor un santo antiguo para que representase a San José(9). Como no quiere que falte mucho tiempo la imagen de San José en ninguno de sus conventos, son las casas de su padre y señor, recuerda a Diego de Ortiz, fundador del convento de Toledo, "no se descuide tanto de poner a mi señor San José en la puerta de la iglesia(10).
Celebración de las fiestas de San José
Una de las manifestaciones más auténticas de verdadera devoción a un santo es la celebración litúrgica de sus fiestas. La Santa no sólo celebraba la fiesta de San José; la solemnizaba. Lo dice ella misma: "procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía" (V 6,7). Esta costumbre de celebrar la fiesta de San José con toda solemnidad, con música y sermón, con volteo de campanas y galanura de flores y nubes perfumadas de incienso y mirra -que así se celebraba la fiesta de San José en las iglesias de la Orden, según el Beato Juan Bautista el Mantuano- (21), la comenzó en la Encarnación y la mantuvo los años que vivió en aquel monasterio, las reanudó cuando volvió de Priora, y la celebraba en el convento que le pillaba la fiesta del Santo Patriarca. Es uno de los datos más testificados en los Dichos para su Beatificación y Canonización.
Cuando escribe las Constituciones prescribe que "los domingos y días de fiesta se cante Misa, Vísperas y Maitines. Los días primeros de Pascua y otros días de solemnidad podrán cantar Laudes, en especial el día del glorioso San José" (Const. n.2).
Son elocuentes, a este respecto, los festejos religiosos de carácter mariano-josefino que organizaba en solemnidades litúrgicas, como la Navidad, en la que disponía la procesión con las imágenes de la Virgen y San José, de quien era devotísima, añade Isabel Bautista, que describe la escena, y éste pidiendo posada para la Virgen en cinta.
El capítulo 6 de la vida, panegírico de San José
El capítulo 6 de la Vida de la Santa, el libro de las misericordias del Señor para con ella, es un panegírico breve pero denso sobre San José.
Voy a fijarme únicamente en un punto o aspecto de este panegírico:
d. Las almas de oración deben ser devotas de San José
"En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas...Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino" (V 6,8).
Para la Santa los que se dedican a la oración forman una categoría especial en la Iglesia de Dios, son los siervos del amor (VII,l); a ella pertenecen sus hijas las carmelitas descalzas. Para estas San José es un maestro consumado.
La oración mental, según Santa Teresa, es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama (V 8,5), es decir, con Jesús humanado.
El camino de la oración debe llevarnos a encontrar y vivir en compañía de Jesús. De ahí la exhortación de la Santa: "¿Pues qué mejor que la del mismo Maestro que enseñó la oración que vais a rezar? Representad al mismo Señor junto a Vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando; y creedme, mientras pudiéreis, no estéis sin tan buen amigo...¿ Pensáis que es poco un tan buen amigo al lado? (C 26,l).
La Santa, convencida por la propia experiencia, que la oración es tanto más auténtica y santificadora cuanto es un encuentro más íntimo con Jesús, un encuentro en el que el alma "le está hablando y regalándose con El" (V 1311), exhorta ardiente y amorosamente a ocuparse "en que mire que le mira y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con El y acuérdese que no merecía estar allí...; hace muchos provechos esta manera de oración teresiana, y en la compañía e intimidad con Jesús Humanado debe desarrollarse en sus diversas etapas.
Si esto es la oración para la Madre Teresa, se comprende que proponga a San José como Maestro insuperable en este camino. La vida de San José, su vocación, su misión, su predestinación, están totalmente en la perspectiva de la compañía de Jesús y se concretan en estarle siempre al lado, hablarle, regalarse con El, pedirle, servirle. Toda la razón de su existencia es la vida con Jesús y para Jesús. La vida de José tiene su razón de ser solamente en Jesús: recibirle y acogerle en el seno de su Madre, ponerle el nombre, cuidarle y velar por El, alimentarle, enseñarle, vivir en su compañía e intimidad. ¿Quién podrá comprender la intimidad dulce y suave, gozosa y dolorosa, que vivió con Jesús? ¿Quién podrá vislumbrar los grados del trato de amistad que se desarrolló entre ellos y con María?
Si en la oración, como trato de amistad con Cristo, es aspecto esencial escuchar la palabra de Jesús, ver verdades, San José escuchó ensimismado muchas veces las palabras de su hijo Jesús, que le calaban hondo en el corazón. Si a los apóstoles, por ser sus amigos (Jn 15,15), Jesús les descubre sus secretos ¿qué secretos y verdades no descubriría a su padre San José? Y ¡cómo escucharía este las palabras, llenas de vida y calor, de Jesús! ¡Con qué docilidad las asimilaría, con qué amor las metería y meditaría en su corazón!, ¡qué conversaciones mantendrían entre los dos!
Toda la vida de San José fue oración, porque fue una vida en compañía de Jesús, de intimidad y familiaridad con El. Nadie supo más y mejor de esta oración que él, que por tanto tiempo trató con Jesús y María en una comunión y comunicación auténtica y única de amistad y amor.
Por eso en el Carmelo teresiano San José siempre ha sido Maestro de oración. Son incontables las almas que han encontrado en él el maestro y guía de su camino oracional, y algunas han llegado a una verdadera experiencia sobrenatural y mística de él, como la Santa Madre.
PROYECCIÓN JOSEFINA DESDE SANTA TERESA
Lo que la Santa escribe sobre su personal y particular experiencia josefina, tan sencilla y vitalmente expuesto, tiene una finalidad: proyectarlo en los demás, quiere que todos sean devotos de San José y se encomienden a él. Y lo ha logrado plenamente. No es posible leer las páginas, en que la Santa describe sus experiencias josefinas y quedarse indiferente. Santa Teresa, cuyas palabras sobre San José caben en muy pocas páginas, se ha convertido en un apóstol de primera magnitud del Santo por la naturalidad, calor y amor con que las escribe. Por lo que escribe del Santo, como exposición de su experiencia sobrenatural y desde la misma, aunque tan breve, entra en el catálogo de los grandes apóstoles josefinos, y por lo que hizo en su obra fundacional. Y esto no sólo para el Carmelo teresiano sino para la Iglesia universal. El P. Gracián en su Josefina cita casi todos los lugares en que la Santa habla de San José(11). Y, después de él, la mayoría de los autores carmelitas cuando se presenta la ocasión. Los predicadores del XVII, en gran número, citan las palabras del capítulo 6 de la Vida, alineándola con Gersón e Isidoro de Isolanis. Santa Teresa entra enseguida en el catálogo de los grandes apóstoles y propagadores de la devoción a San José. Podemos aplicar a este aspecto concreto lo que la Santa dice que le prometió el Señor de su primera casita de San José, que "sería una estrella que diese de sí gran resplandor" (V 32,ll). San José de Avila, la casa de San José ha encendido en el cielo de la Iglesia muchas estrellas de devoción y amor al Santo Patriarca, y sigue y seguirá alumbrándolas.
Como dice un autor francés, Lucot: "Los Papas encontraron un auxiliar poderoso para la propagación del culto de nuestro Santo en la célebre Reformadora del Carmelo. Gersón había hecho mucho por él, Teresa hizo mil veces por sí misma, por los religiosos de su Reforma y por las religiosas de su Carmelo. San José le es deudor, sobre todo, de su gloria sobre la tierra(12).
En el Carmelo teresiano
Que la fundación de San José tuvo un marcado signo apostólico josefino para el Carmelo mismo es claro. En él se serviría mucho a San José. Así lo han comprendido e interpretado los autores carmelitas. El P. Juan de la Anunciación, General de la Congregación de España, historiando la fundación de San José de Avila, escribe: "púsose el Santísimo Sacramento; dedicóse la iglesia a nuestro Padre San José, que por aquel principio es Patrón y Protector de nuestra Reforma...El convento de San José de Avila es el principio y el solar de todos los conventos de la descalcez y principio y solar de la devoción josefina de los mismos"(13).
Valga como confirmación de cómo la devoción a San José penetró en el alma y en la vida de la Descalcez el hecho de intitular tantos conventos con el título y nombre de San José, siguiendo en ello el ejemplo de la Santa Madre. En 1699 había en el mundo 321 conventos de frailes carmelitas descalzos, sin contar los hospicios. De ellos 73 llevan el título de San José. Y hay 180 de monjas sujetas a la Orden y de ellos están bajo el título de San José 57.
Más importantes que los conventos materiales con sus títulos son los conventos espirituales y vivos de las almas. Y estos conventos vivientes respiran bajo el signo de San José. San José ha ocupado y sigue ocupando un lugar de preferencia en ellos. Costumbres devocionales josefinas, introducidas por la Santa Madre, se siguen celebrando aún, como expresión de una devoción genuina, en los carmelos teresianos, y otras que se han ido introduciendo, inspiradas en aquellas(14). Los carmelos teresianos desde su soledad, clausura y silencio son hogares de cálido amor y devoción sentida a San José, que caldean en la Iglesia, focos potentes de devoción honda al Santo que esparcen sus resplandores en la comunidad eclesial. Sería interesante recoger las vivencias josefinas que se registran en los carmelos de la Madre Teresa, en donde San José tiene en cada carmelita una verdadera devota y propagandista, porque viven auténticamente el carisma teresiano. Se les puede aplicar a ellas particularmente estas palabras: "Si, como dicen los curiosos investigadores de los secretos de la naturaleza, los hijos salen a las madres", a nadie le parecerá paradójico lo que, confidencialmente, le voy a decir: que el ser hijo de Santa Teresa y devoto de San José, ser carmelita y defender y propugnar la gloria del santísimo Esposo de la Virgen Santísima, son conceptos sinónimos y cualidades hasta tal punto simpáticas y mutuamente unidas, que no puede ni debe darse una sin la otra(15).
Algunas páginas gloriosas
A lo largo de su historia el Carmelo teresiano, tanto femenino como masculino, ha escrito páginas gloriosas de devoción a San José. San José ha sido siempre y sigue siendo el Padre, el Protector, el Patrono, el Señor, nuestro Padre y Señor San José. La experiencia de la Santa Madre sigue gravitando sobre su vida y su historia y el grito -llamada a él especialmente dirigido- querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, ha encontrado siempre eco y acogida en el corazón de sus Carmelos.
Estas páginas gloriosas tan numerosas, en número muy reducido y muy resumido, se llaman entre otras:
Ana de San Bartolomé, la fiel enfermera de la Santa, que se goza de que por la Santa Madre San José sea más conocido en España "que casi no le conocían", y colabora con Ana de Jesús (Lobera) sembrando abundantemente la devoción josefina en los Países Bajos, y que resultó tan fecunda.
La Beata María de Jesús, el letradillo de Santa Teresa, que ve en visión a la Santa Madre con San José y que, siendo Priora de Toledo, recomienda a sus hijas la devoción a San José, el bendito Esposo de María, a quien Dios ha constituido protector especial de la castidad; no deja pasar día sin rezarle los siete dolores y gozos; le dedica el miércoles de cada semana y el 19 de cada mes; medita con frecuencia en los principales episodios de su vida y particularmente en la inmensidad del amor con que el Santo Patriarca amaba a Jesús.
Santa Teresita del Niño Jesús, que desde la infancia ha sentido hacia San José una grande devoción que se confundía con su amor a la Virgen Santísima, y todos los días le rezaba la oración: ¡Oh José, padre y protector de las vírgenes...! Cuando inicia la peregrinación a Roma le ruega que vele por ella; cuando visita Loreto siente una emoción profunda al pisar el mismo suelo que San José había regado con su sudor. Ya en el Carmelo dedica una poesía a San José, canta su vida humilde y al servicio de Jesús y María, le contempla en su vida sencilla y dura de trabajo, le ofrece los platos fuertes de la comida y exclama como síntesis de toda su devoción: ¡Oh el bueno de San José! ¡Oh cuánto le amo!, y en el cielo verá y cantará su gloria.
Clara María de la Pasión, María de San José, Ana de Jesús (Lobera), Isabel de Santo Domingo, Beatríz de Jesús (Ovalle), Teresa de Jesús, Cecilia de San José, Gabriela de San José, Feliciana de San José, María de la Encarnación, la Beata María de los Angeles, Ana de San Agustín, la Beata Isabel de la Trinidad y tantas más carmelitas en quienes se ha hecho realidad las palabras de la Santa, que hay muchas que le son devotas (a San José) y experimentan esta verdad (V 6,6)
Junto a estas páginas escritas o historiadas, llenas de gloria para San José, hay otras innumerables que sólo han quedado consignadas en el libro de la vida y que no son menos gloriosas.
CONCLUSIÓN
No es posible dejar de lado a San José en la vida de la carmelita, cuando el Espíritu ha hablado tan fuerte en la Iglesia y más concretamente en el Carmelo Teresiano sobre la presencia del papel del glorioso San José en la historia de la salvación de la misma y de cada uno de los salvados. Sería traicionar a Santa Teresa que tan alto sigue gritándonos que seamos devotos de su Padre y Señor San José y nos encomendemos a él, particularmente personas de oración; y sus palabras, con la carga experimental y afectiva que llevan, resultan hoy de una actualidad perenne.
BIBLIOGRAFIA
AA.VV., San José y Santa Teresa. «Estudios Josefinos» l8 (1964) 233-842. Es una colección de 17 artículos; viene a ser una enciclopedia josefino-carmelitana. AA.VV. Rivista di Vita Spirituale, 15 (1961) 244-479. Número dedicado a San José con 7 artículos, textos de Papas, y testimonios de Santa Teresa, P Gracián y José Antonio de San Alberto. LEON DE SAN JOAQUIN, El culto de San José y la Orden del Carmen, Barcelona, 1905, 26Op. Para una mayor información bibliográfica ver: AMANCIO DE MARIA, Bibliografía josefina de la Reforma Teresiana, «Est. Jos.» 18 (1964) 807-822.
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1. AAS 55 (1963) 41. En estos mismos sentimientos abunda Pablo VI en el discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio: "Nos asistan todos los ángeles y santos... de una manera particularísima San José que ha sido declarado Patrono de este Concilio". ASS 55 (1963) 859; cfr. AAS 56 (1964) 1013. 2. LEON DE SAN JOAQUIN, El culto de San José y la Orden del Carmen, Barcelona, 1905, c.2, p.48. 3. P. LEON, ob. cit., c.3 p.72. Este oficio con sus nueve lecciones de los tres nocturnos, sus antífonas y responsorios puede verse en BARTOLOME Mª XIBERTA, Flores josefinas y la liturgia carmelitana antigua, Est. Jos. 18 (1964) 301-319. Las lecturas están tomadas de Pedro de Ailly. 4. Josefina, 1.5, c.4, BMC 16,476. 5. Ibidem, p.476. 6. BMC 18, 31; cfr. 18, 36. Justamente la expresión que usa para significar la presencia continua de Cristo, al que "estar siempre al lado derecho sentíalo muy claro" (V 27, 2). 7. Dicho de Beatríz de Mendoza en el Proceso de Madrid, BMC 18, 396. 8. Dicho en el Proceso de Avila, BMC 19, 582. 9. Dicho en el Proceso de Burgos, BMC 20, 428. 10. Cta. 5.2. 1571. 11. L. 5, c.4, BMC 16, 475-477. 12. Saint Joseph, Etude historique sur son culte, París, 1875, p.53. 13. Prontuario del Carmen, t.2; dial.11, p. 497, Madrid, 1699- 14. JOSE ANTONIO CARRASCO, Presencia de San José en los conventos fundados directamente por la Madre Teresa, Est. Jos. 18 (1964) 739-767. 15. ARNALDO DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, Solitarius loquens, I, Leodii, 1968, cfr. 1, p.126.