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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Abadía

De Enciclopedia Católica

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Un monasterio canónicamente erigido y autónomo, con una comunidad de no menos que doce religiosos o monjes, bajo el gobierno de un abad; o bien religiosas o monjas bajo el de una abadesa.

Un priorato autónomo hoy en día es gobernado por un superior que haya llevado anteriormente el título de prior en vez del de abad; aunque esta distinción era desconocido en los primeros siglos de la historia monástica. Así fueron los doce grandes prioratos de la Catedral de Inglaterra, gobernados eficazmente por un prior, el diocesano que era considerado el abad. Otros prioriatos fueron fundados como "celdas", o sucesores de las grandes abadías, y se mantuvieron independientes de la casa paterna, por aquellos abades que señaló el prior, y fueron removidos a voluntad. Originalmente el vocablo monasterio designaba, tanto en el Este como en el Oeste, la vivienda de un anacoreta o de una comunidad; mientras que caenobium, congregatio, fraternitas, asceterion, etc. fueron referidos solamente a las casas de comunidades. Los monasterios tomaron sus nombres de su ubicación, de sus fundadores, o de algún monje cuya vida destacó en ellos; y más adelante, de algún santo cuyas reliquias fueron preservadas allí, o quien era en ese lugar objeto de una especial veneración. Los monjes de Egipto y Palestina, como se recoge en "Peregrinatio Etheriae," eligieron para sus monasterios sitios célebres por su relación con algún pasaje o personaje bíblico. Los primeros monjes se asentaban generalmente en lugares solitarios, lejos de la población, aunque también fueron encontrados a veces en ciudades como Alejandría, Roma, Cartago, e Hippo. Los monasterios, fundados en distintos lugares del país, se reunían normalmente alrededor de los asentamientos que, con el tiempo, se desarrollaron como grandes centros de población e industria, especialmente en Inglaterra y Alemania,. Muchas ciudades importantes deben su origen a esta causa; pero esta tendencia sin embargo nunca se pudo constatar claramente en África y en el Este. Aunque los sitios elegidos eran a menudo hermosos, muchos asentamientos, sobre todo en Egipto, estaban a propósito en medio de desiertos áridos. Pero, por lo general, no fue esta la forma de austeridad que se vivía en ellos. En la Edad Media, la más triste y salvaje época en que aparecieron estos sitios, la mayor parte aparecían bajo el temperamento severo de los Cistercienses. No obstante, la preferencia, de parte al menos de la mayoría de los monjes del Oeste, era hacia las tierras fértiles, más idóneas para el cultivo y la agricultura.

La formación de las comunidades data de tiempos pre-cristianos, como atestiguan los Esenios; pero las primeras fundaciones monásticas cristianas de las cuales tenemos claro conocimiento eran simplemente grupos de chozas sin ninguna estructura organizada, levantadas sobre el asentamiento de algún famoso anacoreta por su santidad o ascetismo, alrededor de los cuales se había arracimado un grupo de discípulos impacientes por aprender su doctrina e imitar su estilo de vida. Las comunidades que habían dejado atrás su comodidad monástica, prefirieron fabricar casas sencillas hechas de ramas, y se multiplicaron como el enjambre en una colmena. Los obispos fundaron muchos monasterios, mientras que otros debieron su existencia a la piedad de príncipes y nobles, que también los dotaron generosamente. El Concilio de Calcedonia (451) prohibió la fundación de cualquier monasterio sin el permiso del obispo ordinario, lo que evitaría los problemas de enfrentarse a la corrección de una acción irresponsable. Esta norma se convirtió en ley universal, y también salvaguardó a estas instituciones contra las conductas licenciosas o la ruina, puesto que gozaron de cierto carácter sagrado en la consideración popular. Los Monasterios Dobles (o mixtos) eran aquellos en los que moraban comunidades de hombres y mujeres al mismo tiempo, bajo gobierno de un superior común, un abad o abadesa. El emperador Justiniano los suprimió en el Este a causa de los abusos a los cuales esta forma de vida pudo conducir; pero la costumbre prevaleció largo tiempo en Inglaterra, Francia, y España, donde había reglas estrictas, manteniendo ambos sexos separados siempre en toda época, reduciendo al mínimo el peligro de posibles escándalos. Ejemplos de éstos fueron las casas de la Orden de San Gilberto de Sempringham; y en Francia, Faremoutiers, Chelles, Remiremont, etc.

Al principio, los anacoretas no dieron ninguna importancia al diseño formal de sus viviendas. Hicieron uso de cualquier cosa que la naturaleza les brindaba, o lo que les venía sugerido por sus circunstancias. En el Este, concretamente en Egipto, estaban en tumbas abandonadas y cuevas de sepulturas; en el Oeste, las cuevas y las chozas bastas construídas con ramas de árboles, con barro, de adobe o de ladrillos secados al sol, y equipadas con las necesidades más elementales, resguardaron durante mucho tiempo a los primeros anacoretas. Cuando el número de esos solitarios en un lugar crecía, y las chozas aumentaron en proporción, convinieron poco a poco someterse todos a un superior y seguir una regla de vida común; pero no tenían ningún lugar de reunión para todos, excepto una iglesia a la cual se dedicaban especialmente durante los servicios dominicales. En Tebas, en el Nilo, en el Alto Egipto, sin embargo, San Pacomio puso las bases de la vida cenobítica, disponiéndolo todo de forma bien organizada. Construyó varios monasterios, conteniendo cada uno cerca de 1.600 celdas separadas unas de otras y dispuestas en líneas, como en un campamento, donde los monjes dormían y realizaban algunas de sus tareas manuales; habiendo también naves grandes para sus necesidades comunes, como la iglesia, el refectorio o comedor, la cocina, incluso una enfermería y una hospedería o casa de huéspedes. Una empalizada que protegía a todas estas construcciones daba al asentamiento la apariencia de una aldea amurallada; pero cada lugar estaba construido con una extrema sencillez, sin ninguna pretensión de estilo arquitectónico. Esta era la norma común de los monasterios, inaugurada por San Pacomio, que finalmente se extendió a través de Palestina, y recibió el nombre de laurae, que quiere decir algo así como "paseos" o "caminos". Además de estas congregaciones de anacoretas, toda la vida apartadas en chozas, que era allí cenobio, en monasterios donde vivieron internos una vida común, a ninguno de ellos le era permitido retirarse a las celdas del laurae antes de haber experimentado un período muy largo de entrenamiento. Por aquel tiempo esta forma de vida común reemplazó la de los laurae más antiguos.

El Monasticismo en el Oeste debe su desarrollo a San Benito (480-543). Su Regla se expandió muy deprisa, y el número de los monasterios fundados en Inglaterra, Francia, España, e Italia entre 520 y 700 era muy grande. Más de 15.000 abadías, siguiendo la Regla Benedictina, habían sido establecidas antes del Concilio de Constanza de 1415. No se adoptó ni fue seguido ningún plan especial en el edificio del primer cenobio, o en los monasterios tal como podemos entender el término hoy. Los monjes simplemente copiaron los edificios que les eran más familiares, la casa o villa Romana, cuyos planes de edificación, a través de la herencia del Imperio Romano, eran prácticamente uniformes. Los fundadores de monasterios lo que tenían que hacer era simplemente instalar a la comunidad en una casa ya existente. Cuando tuvieron que construir, el instinto natural era copiar viejos modelos. Se fijaban sobre un asentamiento con los edificios que ya estaban allí, si hacía falta los reparaban, y los adaptaban sencillamente a sus necesidades más básicas, como San Benito hizo en Monte Cassino, aplicando de modo Cristiano los lugares que habían sido dedicados antes a servir a los ídolos. La difusión de la vida monástica efectuó gradualmente grandes cambios en el modelo de la villa Romana. Las diversas advocaciones seguidas por los monjes necesitaron edificaciones que se ajustasen a las mismas, del modo más conveniente, que sin estar al principio erigidas sobre ningún plan premeditado, fueron aplicándose conforme hubo necesidad. Estas denominaciones, sin embargo, siendo prácticamente iguales en cada país, dieron lugar a normas prácticamente similares en todas partes.

Los legisladores monásticos del Este no dejaron ninguna documentación escrita acerca de las dependencias principales de sus monasterios. San Benito, no obstante, señala las partes componentes de los mismos en su Regla, con gran precisión, como el oratorio, dormitorio, refectorio, cocina, talleres, sótanos para los almacenes, enfermería, noviciado, hospedería, y por inferencia, el Aula Capitular. Éstos, por lo tanto, se hallan en todas las abadías benedictinas, ya que todas siguieron un plan conjunto, modificado solamente por la adecuación a las circunstancias locales. Los principales edificios fueron diseñados alrededor de un cuadrilátero. Tomando la estructura inglesa habitual, la iglesia estaría situada por norma en el lado norte, sus altas y anchas paredes con las que se procuraba a los monjes un buen resguardo de los fuertes vientos del norte. Las edificaciones del Coro, Presbiterio, de las Capillas traseras que se ampliaban más al Este, dieron una cierta protección contra el penetrante viento del este. Cantorbery y Chester, sin embargo, fueron las excepciones, porque sus iglesias estaban en el lado sur o meridional, donde también fueron encontradas con frecuencia en climas calientes y soleados, con el propósito obvio de obtener cierta protección del calor del sol. Una puerta en la entrada de los claustros del Norte y del Este, otra puerta abierta al Coro normalmente, prevista ya en los monasterios ingleses, dado que el extremo occidental u oeste del claustro norte estaba reservado para las procesiones más solemnes. Aunque durante bastante tiempo y oficialmente tuvo lugar el trabajo en dependencias cerradas (chequer o saccarium), en celdas individuales se realizaba en fechas más recientes, pero los claustros eran, principalmente, el espacio de reunión de la comunidad entera, y donde la vida común tenía lugar. El claustro norte, parecido al sur, era el más cálido de los cuatro recintos. Allí estaba el asiento del prior, al lado de la puerta de la iglesia; luego el resto, más o de menos en orden. El lugar del abad estaba en la esquina noreste. El maestro de los novicios con los novicios ocupaba la porción meridional o sur del claustro este, mientras que los monjes menores estaban situados frente a la parte oeste. El paseo sur, frío, sombrío, no fue utilizado; pero desde él se llegaba al refectorio, con el lavabo cerca. En las casas cistercienses estaba situado perpendicularmente al Claustro. Cerca del refectorio estaba la cocina conventual con sus distintas dependencias. El aula capitular se abría al claustro este, tan cerca de la iglesia como fuera posible. La colocación del dormitorio no estaba tan precisada. Normalmente, éste se comunicaba con el crucero sur, por lo tanto situado sobre el claustro este; estaba colocado a veces perpendicularmente a él, como en Winchester, o en el lado oeste, como en Worcester. La enfermería parece haber estado normalmente al este del dormitorio, pero tampoco tuvo asignada ninguna posición fija. La hospedería estaba situada donde fuera el lugar menos molesto o menos probable de interferir la clausura monacal. Posteriormente, cuando los diversos escritos abundaban lo suficiente, se agregaba una edificación especial destinada como Biblioteca, perpendicularmente a uno de los pasillos del claustro. A éstos se pueden agregar el calefactorio, la sala, o el locutorium, la limosnería, y las dependencias de las obediencias; aunque estas construcciones adicionales sólo se ajustaron en el plan general donde mejor se pudieran introducir, y su disposición se diferenció algo en los distintos monasterios. Las casas cistercienses inglesas, de las cuales hay tantos y hermosos restos, fueron restauradas principalmente después del plan de Citeaux, en Borgoña, la casa madre, con pocas variaciones locales.

El monasterio de la Cartuja se diferenció considerablemente en sus especificaciones de las de otras órdenes. Los monjes eran prácticamente eremitas, y cada uno ocupaba una pequeña cabaña separada del resto, con tres dependencias, que eran solamente para atender a los servicios de la iglesia y para algunos días en que la comunidad se reunía junta en el refectorio. Estas cabañas tenían abiertos tres lados de un claustro cuadrangular, y en el cuarto lado estaban la iglesia, el refectorio, la sala capitular, y otras dependencias públicas. Los laurae y el caenobium estaban rodeados por las paredes que protegían a los de dentro contra la intrusión de seculares o de la violencia de merodeadores. Ningún monje podía ir más allá de este recinto sin el debido permiso. Los primeros monjes consideraban esta separación del mundo externo como una cuestión de primer orden. Nunca permitieron a las mujeres entrar en los recintos de los monasterios masculinos; incluso el acceso a la misma iglesia a menudo les fue negado, o, en el caso de estar admitida la entrada, como en Durham, eran relegadas a un espacio totalmente limitado, situado lo más lejos posible del coro de los monjes. Incluso respecto de la clausura de las religiosas se siguió una mayor observancia. El peligro del ataque de las hordas de los Sarracenos hizo necesario, en el caso de los monasterios del Este, el levantamiento de paredes altas, que tuvieran solamente un lugar de entrada a muchos pies de altura, al que se accedía mediante una escalera o puente levadizo que se pudiera elevar o bajar a voluntad, para la defensa del recinto. Los monjes del Oeste, no estando tan acosados por el miedo de tales incursiones, no necesitaron tales salvaguardias, y por lo tanto tuvieron suficiente con paredes comunes de clausura. Para desempeñar el oficio de portero normalmente se elegía a un religioso de edad y carácter maduros, el cual actuaba como canal de comunicación entre los internos y el mundo exterior. Su celda estaba siempre cerca de la puerta, de modo que él podía encargarse de recibir a los mendigos y de anunciar la llegada de huéspedes. En los monasterios egipcios la hospedería, situada cerca de la puerta de entrada, era un lugar que estaba a cargo del portero, que era ayudado por los novicios. San Benito dispuso que debía de ser un lugar distinto del monasterio en sí, aunque dentro del mismo recinto. Tenía su propia cocina, que era atendida por dos de la fraternidad designados anualmente para ese propósito; un refectorio donde el abad compartiría el momento de la comida con los huéspedes distinguidos, y, cuando él lo creyera oportuno, invitaría a algunos de los monjes mayores para que lo compañaran allí; un apartamento para la recepción solemne de los invitados, hacia quienes el rito del lavatorio de los pies, según lo prescrito por la regla, era ofrecida por el abad y su comunidad; y también un dormitorio amueblado convenientemente. Así los huéspedes recibían la atención debida según las leyes de la caridad y de la hospitalidad, y la comunidad, mientras que ganaba el mérito de dispensarles una gran cordialidad, a través de los operarios designados, no sufría ninguna alteración de su propia paz y tranquilidad. Era normal que los edificios dedicados a las tareas hospitalarias, fueran dispuestos divididos en cuatro áreas: uno para la recepción de huéspedes distinguidos, otro para los viajeros pobres y peregrinos, uno tercero para los comerciantes que llegasen para hacer negocios con el celador, y el último para los monjes que vinieran de visita.

Antes, como ahora, las comunidades monasticas siempre y por todos sitios han transmitido una amable hospitalidad hacia todos como manera importante de manifestar su servicio a la sociedad; por lo tanto los monasterios que estaban cerca de las carreteras principales gozaron siempre de una consideración y estima particular. Donde los invitados fueron frecuentes y numerosos, la comodidad proporcionada a ellos era realmente a su gusto. Y como esto era necesario para los grandes personajes que viajaban acompañados por una auténtica muchedumbre de porteadores, hubieron de agregarse amplios establos extensos y otras dependencias externas en los hostales monásticos. Más tarde, las xenodochia, o enfermerías, fueron anexadas a esta hospedería, en donde los viajeros enfermos podían recibir el tratamiento médico apropiado. San Benito ordenó que el oratorio monástico fuera realmente lo que su nombre indicaba, un lugar reservado exclusivamente para el rezo público y privado. Al principio fue una sola capilla, lo suficientemente grande para albergar a los religiosos, donde los externos no eran admitidos. El tamaño de estos oratorios fue agrandado gradualmente para resolver las necesidades litúrgicas. Generalmente había también otro oratorio, fuera del recinto monástico, en el cual eran admitidas mujeres.

El refectorio era el salón común donde los monjes podían comer. Allí se observaba un silencio estricto, pero durante las comidas uno de la fraternidad leía en voz alta hacia la comunidad. El refectorio fue construido originalmente sobre el planta de un triclinium romano antiguo, terminando en un ábside. Las mesas estaban enfiladas a lo largo de tres de las paredes de la sala, cerca de las mismas, dejando el espacio interior para los movimientos de los que hacían de camareros. Cerca de la puerta del refectorio estaba siempre el lavabo, donde los monjes lavaban sus manos antes y después de cada comidas. La cocina estaba, para su conveniencia, situada siempre cerca del refectorio. En los monasterios más grandes había cocinas separadas para la comunidad (donde los bermanos realizaban los deberes en turnos semanales), el abad, los enfermos, y los huéspedes. El dormitorio era el cuarto con las camas de la comunidad. Una lámpara se consumía en él a lo largo de toda la noche. Los monjes dormían arropados, y así podían estar preparados, como dice San Benito, para levantarse sin demora para el Oficio nocturno. Lo normal, cuando el número de hermanos lo permitía, era que cada uno durmiera en su dormitorio, por lo que el espacio era a menudo muy grande; más de lo que cada uno necesitaba. La práctica, sin embargo, vino gradualmente en dividir el dormitorio grande en numerosos departamentos pequeños, asignándose uno para cada monje. Los retretes estaban separados de los edificios principales por un pasadizo, y dispuestos siempre considerando el más grande respeto a la salud y a la limpieza, con una fuente abundante de agua corriente que era utilizada donde fuera posible.

Aunque San Benito no hace ninguna mención específica de una sala capitular, sin embargo pide a los monjes "vayan todos justo después de la cena a leer las 'Colaciones.'" Ninguna sala capitular aparece en la planta del gran monasterio suizo de San Gall, que data del siglo noveno; en los primeros tiempos, por tanto, los claustros debían haber servido para las reuniones de la comunidad, para la instrucción o para discutir los asuntos del monasterio. Pero la oportunidad pronto sugirió un lugar especial para estas funciones, y se mencionan habitaciones capitulares en el Concilio de Aix-la-Chapelle (817). La habitación capitular estaba siempre a nivel del claustro, al que se abría. Los claustros, aunque cubiertos, estaban generalmente abiertos a la intemperie, y eran una adaptación del viejo atrium romano. Además de resultar ser un medio de comunicación entre las diferentes partes del monasterio, eran la vivienda y el taller de los monjes, así que la voz claustro se convirtió en sinónimo de vida monástica. Es un misterio cómo los monjes de climas pudieron vivir en climas fríos en esas galerías abiertas durante los meses de invierno; en los monsaterios ingleses había una dependencia, llamada "calefactorio," calentada mediante tubos, o en los que se mantenía fuego adentro, donde los monjes se podían retirar de vez en cuando para calentarse. En el continente la práctica de cómo considerar a los novicios se diferenció algo de la que prevalecía en Inglaterra. No habían sido aún incorporados a la comunidad, por lo que no se les permitía vivir en el interior del monasterio. Ellos tenían un lugar en el coro durante el Oficio Divino, pero pasaban el resto de su tiempo en el noviciado. Un monje mayor, llamado maestro de novicios, les formaba en los principios de la vida religiosa, y "probaba sus espíritus para ver si eran conformes a Dios," tal como instituyó San Benito. Este período de prueba duraba un año entero. Hacia fuera, el edificio quedaba aparte para los novicios y tenía su propio dormitorio, cocina, refectorio, taller, e incluso a veces sus propios claustros; era, de hecho, un pequeño monasterio dentro de otro más grande.

La enfermería era un edificio especial que quedaba aparte para la comodidad de los hermanos enfermos y encamados, que allí recibían el cuidado y la atención especiales que necesitaban, en manos de aquellos a los que se les había encomendado ese deber. Un herbolario proporcionó muchos de los remedios utilizados. Cuando la muerte hacía acto de presencia entre ellos, los monjes eran enterrados en un ataúd dentro del recinto monástico. Era un privilegio muy estimado el honor de un entierro entre religiosos, y a veces también lo acordaban obispos, personajes reales y distinguidos benefactores.

No había monasterio completo sin los sótanos para almacenar sus provisiones. Había, además, graneros, cuadras, etc., todos bajo cuidado del mayordomo, así como cualquier dependencia interior o exterior cuando fueran utilizadas con propósitos agrícolas. Los jardines y las huertas proporcionaron verduras y fruta tal como fueron cultivados en la Edad Media. El trabajo en los campos, sin embargo, no ocupaba todo el tiempo de los monjes. Además de cultivar las artes, y de transcribir manuscritos, gestionaron muchos negocios, tales como sastrería, zapatería, carpintería, etc., mientras que otros cocían al horno el pan para su consumo diario. La mayoría de los monasterios tenían un molino para moler su propio maíz. Era normal ver que una abadía, especialmente si mantenía una gran comunidad, era como una pequeña ciudad, autónoma y autosuficiente, tal como San Benito quiso que fuera, para evitar lo más posible que los monjes tuvieran que dejar la clausura para cualquier necesidad. El enorme desarrollo de la vida monástica llevaba en sí mismo un desarrollo parejo en la comodidad que le convenía. Los edificios monásticos, tan primitivos al principio, crecieron con el tiempo hasta que presentaron un aspecto muy imponente; y las artes fueron requisadas y los modelos aquitectónicos antiguos fueron copiados, adaptados, y modificados. La planta de Basílica, original de Italia, fue, naturalmente, el que primero se adoptó. Sus iglesias consistieron en una nave y los pasillos, iluminados por las ventanas del triforio, y terminando en un santuario semicircular o ábside. Con el paso del tiempo, el arco redondo, típico de la arquitectura de Basílica y del Románico, dio poco a poco lugar al arco apuntado, peculiar del nuevo estilo gótico, que se definió como "Románico perfeccionado." En Inglaterra se convirtió en tendencia hacer el santuario rectangular en vez de absidal. Los normandos adoptaron esta forma; y en los planes de sus iglesias es del tipo oblongo inglés de presbiterio que tomó gradualmente el lugar del ábside románico y continental, y la planta de Basílica fue abandonada por la del Gótico, de una travesía o un crucero, separando la nave del presbiterio, siendo el último extendido para hacer el sitio para el coro. La evolución final del estilo peculiar inglés se debe a los Cistercienses, la característica de aquellas abadías era la simplicidad extrema y la ausencia de ornamento innecesario; su renuncia del mundo fue evidenciada por todos los que tuvieron contacto con ellos. Los pináculos, las torrecillas, las vidrieras, y el cristal manchado eran, en sus primeros días, como mínimo, proscritos. Y durante el siglo doce, la influencia cisterciense predominó por toda Europa Occidental. Las iglesias cistercienses de esta época, Fountains, Kirkstall, Jervaulx, Netly, y Tintern, tienen presbiterios rectangulares. Éstas y otras iglesias del mismo siglo pertenecen a lo que se conoce como el estilo Normando Transitorio o Apuntado. Luego siguió la mayor elaboración de estilo inglés Temprano y Adornado, según puede verse en Norwich y Worcester, o la reconstruida Westminster, culminando en los esplendores del estilo Perpendicular, o de Tudor, del que la capilla de Enrique VII, en Westminster, es un ejemplo tan magnífico. Pocas abadías inglesas de renombre, sin embargo, tenían una arquitectura homogénea; de hecho, eran una mezcla de estilos, incluso a veces casi desconcertante, aunque solía complacer al arqueólogo y al artista encontrar junto a columnas estáticas la mayores obras pictóricas.

La rutina de un monasterio se podía mantener y supervisar solamente por la delegación de alguna de las funciones del abad a los diversos colaboradores suyos, que así compartían con él el peso de la norma y de la administración, y de la transmisión de los asuntos -- importantes y que aumentaban siempre de tamaño, donde un monasterio grande e importante fuera requerido. La regla era ejercida en subordinación al abad por el prior del claustro y el subprior; la administración, por los colaboradores llamados por obediencia que poseían poderes extensos en sus áreas respectivas. Su número varió en las diversas casas; pero los que siguen eran los auxiliares ordinarios, junto con sus deberes, nombrados lo más comúnmente posible según las viejas Costumbres: El cantor, o el precentor, que dirigía el canto en el servicio religioso, y era asistido por el succentor o sub-cantor. Él instruía a los novicios para que interpretaran correctamente el canto tradicional. En algunos lugares él actuaba como maestro de los muchachos de la escuela claustral. Él era bibliotecario y archivero, y en su oficio, se hizo cargo de los preciosos tomos y manuscritos preservados en un mostrador o librería especial, y tenía que entregar los libros del coro para leerlos en el refectorio. Él se encargaba de enviar al lado de sus cartas, o mediante esquelas enrrolladas, la comunicación a otros monasterios de la muerte de alguno de los hermanos. Él era también uno de los tres guardianes oficiales del sello conventual, llevando colgada al pecho una de las llaves donde fuera guardado. Al sacristán y a sus ayudantes les fue encomendado el cuidado de la iglesia, junto con su plata y vestiduras sagradas. Él tuvo que cuidar de la limpieza y la iluminación de la iglesia, de su cobertura para los grandes festivales, y del uso de los armarios o vitrinas para las vestiduras sagradas. El cementerio estaba también a su cargo. A su oficio perteneció la iluminación del monasterio entero: y la supervisión de la fabricación de velas, y compraba las cantidades necesarias de cera, de sebo, y de algodón para los fieltros. Él dormía en la iglesia, y comía a un paso, de modo que día y noche la iglesia no quedara sin guardián. Sus principales ayudantes eran un revestiarius, que cuidaba las vestiduras, el lino, y las colgaduras de la iglesia, y era responsables de lo que guardar lo que se estaba reparando, o sustituido cuando estaba fuera de su sitio; y el tesorero, que estaba al especial cuidado de los relicarios, las vasijas sagradas, y el resto de la plata.

El cillerero o mayordomo era el proveedor de toda la comida y bebida para uso de la comunidad. Esto le exigía ausencias frecuentes, y por tanto la exención de muchos de los deberes ordinarios del coro. Él estaba al cuidado de los criados empleados del monasterio, a los que sólo él podía contratar, despedir, o amonestar. Él supervisaba el servicio de las comidas. A su trabajo correspondía proveer de combustible, el transporte de mercancías, las reparaciones de la casa, etc. Era asistido por un sub-mayordomo, y en la panadería, por un granador, o encargado del grano, que se ocupaba de moler y de la calidad de la harina. El camarero se hacía cargo del comedor, o "fraterno," manteniéndolo limpio, provisto con paños, servilletas, jarras, y platos, y supervisaba la colocación de las mesas. También le fue asignado el cuidado del lavabo, proporcionando él las toallas y, en caso de necesidad, el agua caliente. El trabajo del cocinero era de una gran responsabilidad, porque le correspondía repartir la comida, y sólo su gran experiencia podía preservarla entre la basura y la avaricia. Tuvo a su cargo un gastador, o comprador, experimentado en la comercialización. Había de mantener un control estricto de los gastos y de los almacenes, presentando cada semana los libros al abad para su correspondiente examen. Dirigía toda la cocina, cuidando especialmente que todos la vajilla fuera mantenida limpia de un modo escrupuloso. La excusa de su deber exigió su exención frecuente del coro. Los servidores de cada semana ayudaban en la cocina, bajo las órdenes de los cocineros, y esperaban en la mesa durante las comidas. Su trabajo semanal concluía la tarde del sábado después de lavar los pies de los hermanos. El enfermero tenía que atender al enfermo con cariñosa compasión, y, si era necesario, podía ser excusado de sus obligaciones normales. Si era sacerdote, decía Misa por los enfermos; si no, él consiguería que un sacerdote lo hiciera. Él dormía siempre en la enfermería, incluso cuando no había enfermos allí, para ser encontrado siempre dispuesto en caso de emergencia. La práctica curiosa de las sangrías, vista como saludable en otras épocas, era realizada por el enfermero. El deber principal del limosnero era distribuir las limosnas del monasterio, en alimento y ropa, a los pobres, con amabilidad y discreción; y; mientras atendía a sus necesidades materiales, no debía nunca olvidarse de las espirituales. Él supervisaba el lavatorio diario de los pies de los pobres escogidos para ese propósito. Otros de sus deberes era llevar la dirección de cualquier escuela, con excepción de la claustral, en conexión con el monasterio. También tenía bajo su cargo la tarea de vigilar la transmisión del obituario o relación de difuntos.

En la época medieval la hospitalidad manifestada a los viajeros por los monasterios era de tales detalles constantes que el jefe de la hospedería requería de mucho tacto, prudencia, discreción, así como afabilidad, puesto que la reputación de la casa consistía en su acogida. Su primer deber era considerar que la hospedería estuviera siempre lista para la recepción de los visitantes, que según lo impuesto por la Regla, era como recibir a Cristo mismo, y durante su estancia proveerles de lo que necesitasen, entretenerles, conducirles a los servicios religiosos, y generalmente mantenerse a su disposición. Los principales deberes del chambelán de un monasterio se referían al guardarropa de los hermanos, reparando o renovando su ropa gastada, y el preservar las que estaban fuera de uso para su distribución a los pobres por el limosnero. Él tenía también la lavandería en su supervisión. Como le correspondía proveer de paño y tela para la ropa, tuvo que asistir a los mercados vecinos para hacerse con sus existencias. A él también le incumbió la tarea de preparar los baños, lavado de pies, y de afeitar a lso hermanos.

El maestro de novicios era por supuesto uno de los oficiales más importantes de cada monasterio. En la iglesia, en el refectorio, en el claustro, en el dormitorio, mantenía un control vigilante sobre los novicios, y pasaba el día instruyéndoles y ejercitándoles en las reglas y prácticas tradicionales de la vida religiosa, animando y ayudando a todos, pero especialmente a los que demostraban buenas cualidades para la vocación monástica. Los oficiales semanales eran, además de los servidores referidos ya, el lector en el refectorio, que le fue impuesta una preparación cuidadosa para evitar errores. También, el antifonista debía leer el invitatorio en Maitines, entonando la primera antífona de los salmos, versículos y responsorios, después de las lecciones, y del capítulo, o del pequeño capítulo, etc. El liturgista, o sacerdote que presidía la recitación del breviario de una semana, tenía que comenzar todas las diversas Horas canónicas, dando las bendiciones que hicieran falta, y cantando la Misa Conventual cada día.

Las mayores abadías en Inglaterra fueron representadas a través de sus superiores en el Parlamento, en Convocatorias, y en Sínodo. Incluyeron a sus superiores regularmente en las Comisiones de Paz, y en todo actuaban como, y eran considerados los iguales de, sus grandes vecinos feudales. Los donativos dados a los pobres por los monasterios, junto con algunos gestionados por derecho, por los sacerdotes de la parroquia, servían de ayuda a los pobres más recientes que carecían de suficientes recursos para hacer reclamar lo que les correspondía. Los pobres fueron iluminados, pues ellos sabían que podían volver a las casas religiosas en busca de ayuda y compasión. La pobreza según se atestiguaba en esa época era imposible en toda la Edad Media, porque los monjes, extendidos por todo el país, actuaban como meros administradores de la propiedad de Divina, y la dispensaban, si bien pródigamente, además con toda discreción. Las relaciones entre los monjes y sus arrendatarios estaban amablemente acordadas; los terratenientes más pequeños fueron tratados con mucha consideración, y si se llegaba a la necesidad de tener que infringir multas, la justicia fue tomada con misericordia. Los señoríos monasticos fueron trabajados al principio un poco como en una granja cooperativa. Podemos formarnos un juicio en el conjunto de Inglaterra a partir del "Durham Halmote Rolls," las condiciones de la vida aldeana dejaron al poco de ser deseadas. Las medidas para cuidar de la salud pública fueron hechas cumplir, se protegieron los abastecimientos de agua excesivos, fueron tomadas medidas rigurosas en vista de los manantiales y pozos, y la limpieza de charcas y de los embalses de los molinos. Un molino de campo común molía el maíz de los arrendatarios, y su pan era cocido en un horno común. La relación de los monjes con los campesinos era más de arrendatarios que de dueños absolutos.

HENRY NORBERT BIRT

Transcrito por Rev. Louis Hacker, O.S.B.

Traducido por Luis Javier Moxó Soto