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Martes, 3 de diciembre de 2024

Manuscritos

De Enciclopedia Católica

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Todo libro escrito a mano en un material flexible con la intensión de colocarlo en una biblioteca, recibe el nombre de manuscrito. Debemos, por tanto, dejar de lado en el estudio de los manuscritos: 1) los libros grabados en piedra o ladrillo (biblioteca de Asurbanipal en Nínive; documentos grabados descubiertos en Cnosos o Faestos, en Creta); 2) todos los documentos públicos (diplomas, títulos, etc.), cuyo estudio es propio de los diplomáticos. Los manuscritos se han redactado desde la más remota antigüedad (papiros egipcios de la época menfita) hasta el periodo de la invención de la imprenta. Sin embargo, los manuscritos griegos se continúan realizando hasta fines del siglo XVI, y en los monasterios del Este (Monte Athos, Siria, Mesopotamia, etc.) la copia de manuscritos continua incluso durante el siglo XIX. En contraste, los manuscritos más recientes de Occidente datan de finales del siglo XV.

I. MATERIALES Y FORMAS DE LOS MANUSCRITOS

Los principales materiales utilizados en la confección de los manuscritos han sido el papiro, el pergamino y el papel. En casos excepcionales se han empleado otros materiales (por ejemplo, los libros en lino de Etruria y Roma, uno de cuyos ejemplares se encontró junto a una momia egipcia en el museo de Agram; los libros en seda de China, etc.). Además, en épocas antiguas y durante la Edad Media, se confeccionaban tablillas bañadas en cera donde los caracteres se trazaban con un estilete, las que se usaban para escritos efímeros, cuentas, etc.; estas tablillas se podían plegar de a dos (dípticos), o de a tres (trípticos), etc.

El papiro (charta ægyptica) se obtenía de una planta de tallo largo que terminaba en pequeñas espigas con forma de varillas de paraguas; este es el Cyperus Papyrus, que crecía en los pantanos de Egipto y Abisinia (N. del T. Abisinia es la actual Etiopía). El tallo se seccionaba en largas tiras que se colocaban una junto a la otra. Sobre estas tiras verticales se colocaban otras dispuestas horizontalmente; luego, después de mojarlas con agua del Nilo, se sometían a una fuerte presión, se secaban al sol, y se frotaban con conchas hasta volverlas firmes. Para formar un libro, primero se escribía por separado en cada página (selides, paginæ), luego se juntaban los extremos, la orilla izquierda de cada lámina debía adherirse a la orilla derecha de la lámina precedente. Así se obtenía un rollo (volumen), cuyas dimensiones algunas veces eran considerables. Algunos rollos egipcios medían 46 pies de largo (N. del T: para convertir pies en metros multiplicar por 0,30) por 10 pulgadas de ancho (N. del T. 1 pulgada equivale a 2.54 cm.) y el gran papiro Harris (Museo Británico) es de 141 pies de largo. El borde final de la última página se fijaba a un cilindro de madera o hueso (omphalos, umbilicus), el que otorgaba mayor consistencia al rollo. Una vez pautada la página, la escritura se realizaba con una caña afilada en la cara que contenía las tiras dispuestas horizontalmente. De ser utilizado casi exclusivamente en Egipto, el uso del papiro se difundió a Grecia en el siglo V, luego a Roma y todo Occidente. Su valor era muy elevado; en el 407 a.C. un rollo de veinte hojas o láminas tenía un precio de veintiséis dracmas, o cerca de cinco dólares (Corp. Insc. Attic., I, 324). Plinio el Viejo (Hist. Nat., XIII, 11-13) proporciona un listado de los diferentes tipos según su calidad (charta Augusta, Liviana, etc.). Egipto retuvo el monopolio de su fabricación la que, además, pertenecía al Estado. Alejandría era el mercado principal. En los primeros siglos de la Edad Media fue exportado a Occidente por los “Sirios”, pero la conquista de Egipto por los árabes 8640) terminó con el comercio. Sin embargo, se siguió utilizando para los diplomas (en Rávena hasta el siglo X, en la cancillería papal hasta el 1057). Los árabes intentaron cultivar la planta de papiro en Sicilia.

El pergamino (charta pergamena), confeccionado con la piel de ovejas, cabras, terneros (vellum), asnos, etc., era utilizado por los jónicos y los asiáticos en una época tan temprana como el siglo VI a.C. (Herodoto, V, 58); la anécdota narrada por Plinio (Hist. Nat., XIII, 11), según la cual este fue inventado en Pergamus, es legendaria; aparentemente, allí sólo se perfeccionó su confección. Importado a Roma en tiempos antiguos, el pergamino sustituyó lentamente al papiro. Fue sólo a fines del siglo III d.C que se lo prefirió al papiro para la confección de los libros. Una vez preparado, el pergamino (membrana) se cortaba en hojas que eran cosidas de a dos; cuatro hojas juntas formaban un libro de ocho folios (quaternio); todos los libros formaban un codex. Antes del siglo XV no existía la compaginación; los escritores sólo numeraban, primero los libros (signature), luego los folios. El tamaño de las hojas variaba; la más común para los textos literarios era la de largo cuarto. Un catálogo Urbino (siglo XV) menciona un manuscrito tan grande que se requería de tres hombres para su traslado (Reusens, “Paléographie”, 457); y en Estocolmo se conserva una Biblia gigantesca escrita en piel de burro, cuyas dimensiones le han dado el nombre de “Gigas librorum”. La página se pautaba a punta seca, de forma tan profunda que la marca era visible por la otra cara. Los pergaminos se escribían por ambos lados (opistographs). Durante la Edad Media el pergamino se volvió raro y costoso, por lo que era costumbre en algunos monasterios rascar o lavar el texto anterior y reemplazarlo por la nueva escritura. Estos manuscritos borrados se denominan palimpsestos. Con ayuda de reactivos químicos se ha logrado hacer reaparecer la escritura antigua, descubriendo así textos perdidos (Codex Vaticanus 5757 contiene, bajo un texto de San Agustín, “La República” de Cicerón; recuperado por el Cardenal Mai). Los manuscritos tratados de esta forma están incompletos o mutilados; nunca se ha recuperado una obra completa en un palimpsesto. Finalmente, cosiendo juntas las franjas de pergamino, se confeccionaban rollo (rotuli) similares a aquellos de papiro (por ejemplo, el Pentateuco Hebreo de Bruselas, siglo IX, en cincuenta y siete pieles cosidas, de cuarenta yardas de largo [N. del T. una yarda equivale a 0,91 metros]; el “Rollo de los Muertos”, usados por los grupos de oración para los difuntos en las abadías; rollos administrativos y financieros usados especialmente en Inglaterra para transmitir los decretos del Parlamento, etc.).

Se dice que el papel lo inventó en China en el 105 d.C. alguien llamado Tsai-Louen (Chavannes, “Journ. Asiatique”, 1905, 1). Se han encontrado ejemplares de papel del siglo IV d.C. en el Turkestán Oriental (expediciones de Stein y Sven Hedin). Los árabes aprendieron a confeccionar el papel después de la toma de Samarcanda (704), y lo introdujeron en Bagdad (795) y en Damasco (charta damascena). En Europa ya se conocía desde finales del siglo XI, y en esta época fue utilizado en la cancillería normanda en Sicilia; en el siglo XII comenzó a usarse para los manuscritos. En ese entonces ya se vendía en manos y resmas (en árabe razmah), y en el siglo XIII surgen las filigranas o marcas de agua. De acuerdo a análisis químicos, el papel de la Edad Media se confeccionaba con cáñamo o trapos de lino. El tipo de papel “charta Bombycina” proviene de la fábrica árabe de Bombyce, entre Antioch y Alepo. El copista de la Edad Media utilizaba principalmente tinta negra, incaustum, formada por una mezcla de nuez de agalla y vitrolo. La tinta roja se reservaba, ya desde tiempos remotos, para los títulos. Las tintas de oro y plata se utilizaban en manuscritos de lujo (véase EVANGELIARIA). El método de encuadernación de códices ha cambiado poco desde los tiempos antiguos. Estos libros estaban cocidos con tendones de buey en grupos de cinco o seis por el lomo. Estos tendones (chordæ) servían para unir las tapas de madera al volumen, las que estaban cubiertas de vitela o piel seca. Las cubiertas de los manuscritos de lujo estaban confeccionadas en marfil o bronce, decoradas con tallados, piedras preciosas pulidas o en bruto.

II. PAPIROS

Montfaucon (Palæographia græca, 15) confiesa que nunca vió un manuscrito en papiro. Unos pocos se encontraban en algunos archivos, pero no fue hasta el siglo XVIII, después del descubrimiento del papiro de Herculaneum (1752) que se prestó atención a esta clase de documentos. El primer descubrimiento se realizó en Egipto, en Gizeh, en 1778; luego, desde 1815, se han efectuado descubrimiento en las tumbas, uno tras otro sin interrupción, especialmente desde 1880. Actualmente, los papiros jeroglíficos, demóticos, griegos y latinos, están diseminados entre las grandes bibliotecas (Turín, Roma, París, Leyden, Estrasburgo, Berlín, Londres, etc.). Ya ha comenzado la divulgación de las principales colecciones (como se indica más adelante), y se proyecta la edición de un “corpus papyrorum”, que podría constituir una de las empresas eruditas más grandes del siglo XX. La importancia de estos descubrimientos puede estimarse considerando los principales grupos de papiros conocidos a la fecha.

(1) Papiros Egipcios

La mayoría son documentos religiosos relativos a la veneración de los difuntos y la vida futura. Los más antiguos datan de la época de Menfis (2500-2000 a.C) los más recientes pertenecen al periodo romano. Uno de los más famosos es el “Libro de los Muertos”, del que se han recuperado varias copias. También se han encontrado tratados morales y filosóficos (el papiro Prisse, en la Biblioteca Nacional de París), así como tratados científicos, romances y cuentos, y canciones populares.

(2) Papiros Griegos

Estos se distribuyen a lo largo de diez siglos (siglo III a.C. – siglo VII d.C.) y contienen registros de archivos (dando una idea bastante clara de la administración de Egipto bajo los Ptolomeos y los emperadores romanos y bizantinos; su estudio ha dado origen a una nueva ciencia diplomática), obras literarias (las más hermosas entre las descubiertas son las oraciones de Hespérides, encontradas en un papiro del Museo Británico en 1847, 1858, 1891, y en el Louvre en 1889; la “República de Atenas”, de Aristóteles, en un papiro del Museo Británico en 1891; el “Mimes” de Herondas, poemas líricos de Bacchylides y Timoteo; y, finalmente, en 1905, 1.300 versos de Menander en Kom Ishkaou por G. Lefevre), y documentos religiosos (fragmentos de evangelios, algunos de los cuales permanecen sin identificación, poemas religiosos, himnos, tratados edificantes, etc., por ejemplo: el Salterio griego del Museo Británico, del siglo III d.C., que es uno de los manuscritos bíblicos más antiguos que conocemos; la “Logia” de Jesús, divulgada por Grenfell y Hunt; un himno en honor de la Santísima Trinidad similar el “Te Deum”, descubierto en un papiro en el siglo VI, etc.).

(3) Papiros Latinos

Estos son escasos, tanto en Herculano como en Egipto, y sólo poseemos fragmentos. Un papiro de Rávena, datado del 551 (Biblioteca de Nápoles) está en escritura ostrogoda (catálogo de papiros latinos en Traube, “Biblioth. Ecole des Chartes”, LXIV, 455).

Principales Colecciones

Louvre (Brunet de Presle, "Not. et ext. des MSS.", XVIII), Turin (ed. Peyron, 1826-27); Leyden (ed. Leemans, 1843); Museo Británico (ed. Kenyon, 1898); Flinders Petrie (ed. Mahaffy, Dublin, 1893-94); Universidad de California (Tebtunis Papyrus, ed. Grenfell y Hunt, Londres y New York, 1902); Berlín (Berlín, 1895-98); Archiduque Renier (ed. Wessely, Vienna, 1895); Estrasburgo (ed. Keil, 1902); Excavaciones Oxyrhyncos (Grenfell y Hunt, Londres, desde 1898); Th. Reinach (París, 1905).

III. LA CONFECCION DE MANUSCRITOS

En los tiempos antiguos los copistas de manuscritos eran trabajadores libres o esclavos. Atenas, que fue un gran centro de bibliotecas antes que Alejandría, tenía sus Bibliographos, copistas, que también eran bibliotecarios. En Roma, Pompinius Atticus pensó competir con los vendedores de libros usando esclavos educados, en su mayor parte griegos, para que copiaran manuscritos que luego serían vendidos. Algunos libreros eran copistas, calígrafos, e incluso pintores, que servían a las grandes bibliotecas fundadas por los emperadores, las que contaban con salas para los copistas; en el 372 Valens añadió cuatro copistas griegos y tres latinos a los de Constantinopla (Theod. Code, XIV, ix, 2). El edicto de Diocesano fijando los precios máximos, estableció el salario mensual del librarius en cincuenta denarii (Corp. Inscript. Latin, III (2) 831). Desafortunadamente, excepto por los papiros egipcios, ninguna de las obras copiadas en los tiempos antiguos ha llegado hasta nosotros, y los manuscritos más antiguos que conocemos datan sólo de comienzos del siglo IV. Los copistas de este siglo, muchos de los cuales eran sacerdotes cristianos, al parecer desplegaron una gran actividad. Mediante la transcripción en pergamino de las obras escritas hasta ese momento en papiro y en peligro de ser destruidas (Acacio y Euzoïus en Cesárea; cf. San Jerónimo, “Epist.”, cxli) se aseguraron la preservación de la literatura antigua, y prepararon la labor de los copistas de la Edad Media. Los manuscritos más antiguos y más preciados de nuestra colección provienen de esta época. Manuscritos Bíblicos: Código Sinaítico, un manuscrito griego del siglo IV descubierto por Tischendorf en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí (1844-59), ahora en San Petesburgo; Código Alejandrino, una Biblia griega realizada en Alejandría a principios del siglo V, ahora en el Museo Británico; Código Ephraemi Rescriptus, un palimpsesto de la Biblioteca Nacional de París que contiene fragmentos de un Nuevo Testamento escrito en el siglo V; Biblia Latina de Quedlinburg, siglo IV, en la Biblioteca de Berlín; fragmentos de la Biblia Latina Cotton (Brit. Mus.), siglo V. Autores profanos: los siete manuscritos de Virgilio en letra capital [el más famoso es el del Vaticano (Lat. 3225), siglo IV]; la “Iliada” de la Biblioteca Ambrosiana, siglo V; el Terencio del Vaticano (Lat. 3226) en letra capital, siglo V; el “Calendario” de Philocalus, escrito el 354, conocido sólo por copias modernas (Bruselas, Viena, etc.).

Las invasiones bárbaras de los siglos V y VI trajeron consigo la destrucción de las bibliotecas y la dispersión de los libros. Sin embargo, en medio de la barbare, se mantuvieron algunos refugios privilegiados en los que continuó la copia de libros. Es a estos copistas de la Edad Media que la modernidad debe la preservación de los Libros Sangrados, y también la de los tesoros de la antigüedad clásica; ellos, ciertamente, salvaron la civilización. Los principales centros de copiado fueron: Constantinopla, donde se mantuvieron la biblioteca y los colegios; los monasterios de Oriente y Occidente, donde la copia de libros era considerada una de las tareas esenciales de la vida monástica; las sinagogas y escuelas de los judíos, a los que debemos los manuscritos hebreos de la Biblia, el más antiguo de los cuales data sólo del siglo IX (Museo Británico, MSS. Orient, 4445, siglo IX; Código Babilónico de San Petesburgo, copiado el 916); las escuelas musulmanas (Medressehs), provistas de grandes bibliotecas (la de Córdoba contaba con 400.000 volúmenes) y salas de copiado, en las que se transcribía no sólo el Corán, sino también obras teológicas y traducciones árabes de autores griegos (Aristóteles, Ptolomeo, Hipócrates, etc.). El trabajo más importante, sin duda, fue realizado por los monasterios; su historia es paralela a la historia de la transmisión de los textos sagrados y profanos de la antigüedad.

(1) Cristianismo Oriental

Desde los inicios mismos del monaquismo egipcio se instalaron salas de copia en los monasterios, como se muestra en la crónica copta en papiro estudiada por Strzygowski ("Eine Alexandrinische Weltchronik", Viena, 1905). En Palestina, Siria, Etiopía y Armenia, en monasterios melchitas, jacobitas o nestorianos, la copia de manuscritos era muy apreciada. Conocemos el nombre de un escriba, Emmanuel, del monasterio de Qartamin en el Tigris, que copió setenta manuscritos (uno de ellos el Berlin Nestorian Evangeliarium; Sachau, 304, siglo X). En el colegio nestoriano de Nisibis los estudiantes copiaban las Sagradas Escrituras, cuyo texto se les explicaba a continuación. Ciertamente, la Biblia era copiada en forma preferente, de aquí los numerosos manuscritos Bíblicos, ya sean sirios (texto del “Peshitto” conservado en Milán, fines del siglo V), coptos (fragmentos descubiertos por Maspero en Akhim; véase "Journal Asiatique", 1892, 126), armenios (Evangelio en letra capital, Instituto Lazarev en Moscú, de fecha 887; la Biblia completa más antigua pertenece al siglo XII), etíopes, etc. Comentarios de la Sagrada Escritura, libros litúrgicos, traducciones de los Padres griegos, tratados teológicos o ascéticos, y algunas crónicas universales, constituyen la mayoría de estos manuscritos, de los que se excluyen los escritores clásicos.

(2) Iglesia Griega

En los monasterios griegos San Basilio también recomendaba la copia de manuscritos, y su tratado “Sobre la utilidad de leer autores profanos” entrega bastantes pruebas de que, junto con los textos religiosos, los monjes basilios otorgaban un lugar importante a la copia de autores clásicos. Que un gran número de textos hayan desaparecido no es culpa de los monjes, sino de la costumbre de los eruditos bizantinos de realizar "Excerpta" de los autores principales, dejando luego de lado los originales (por ejemplo, Enciclopedia de Constantine Porphyrogenitus, en la biblioteca de Photius. Véase Krumbacher, "Gesch. der Syzant. litter.", p. 505). Las guerras, y principalmente la toma de Constantinopla el 1204, trajeron consigo la destrucción de un gran número de bibliotecas. El trabajo de los copistas bizantinos de los siglos VI al XV fue considerable; y para convencernos de ello basta con repasar la lista de tres mil nombres de copistas conocidos, recopilada por Maria Vogel y Gardthausen a partir de manuscritos griegos ("Beihefte zum Zentralblatt für Bibliothekwesen", XXXIII, Leipzig, 1909). Se advierte que la gran mayoría de copistas son monjes; al final del manuscrito, frecuentemente colocaban su firma y el nombre de su monasterio. Algunos de ellos, por humildad, preservaron su anonimato: Graphe tis; oide theos (“¿Quién escribió esto? Dios sabe”). Otros, por el contrario, indicaron a la posteridad la rapidez con la que completaron su tarea. El escriba Theophilus escribió en treinta días el Evangelio de San Juan (985). Un manuscrito de San Basilio comenzado en Pentecostés (28 de Mayo) del 1105 fue terminado el 8 de Agosto del mismo año. Junto con los monjes había algunos copistas seculares, conocidos como notarii, tabularii, entre ellos un recaudador de impuestos del sigo XI (Montfaucon, "Palæog. gr.", 511), un juez de la Morea (Cod. paris, gr. 2005, escrito en Mistra el 1447), e incluso emperadores. Teodosio II (408-450) se ganó el sobrenombre de “Calígrafo” (Codinus ed. of Bonn, 151) y Juan V Cantacuzenus, habiéndose retirado el año 1355 a un monasterio, copió manuscritos. Entre los copistas también se menciona al Patriarca Methodius (843-847) quién, en una semana, copió siete salterios para las siete semanas de cuaresma.

Los monasterios de Constantinopla se mantuvieron como los principales centros de copiado de manuscritos. De ellos, probablemente, procede en el siglo VI el hermoso Evangelio en pergamino púrpura con letras de oro (véase, MANUSCRITOS, ILUMINADOS). En el siglo IX la reforma de Studite estuvo acompañada de un verdadero renacimiento de la caligrafía. San Platón, tío y maestro de Teodoro de Studion, y el mismo Teodoro, copiaron muchos libros, y sus biógrafos alaban la belleza de su escritura. Teodoro instaló un scriptorium en Studion, a cuya cabeza estaba un “protocalígrafo” encargado de preparar el pergamino y distribuir a cada uno su tarea. En Cuaresma los copistas estaban dispensados de la recitación del Salterio, pero en la sala de trabajo regía una rigurosa disciplina. Una mancha en un manuscrito, un error en la copia, eran severamente castigados. Todos los monasterios que figuran bajo la influencia de Studion adoptaron este método de copia; todos tenían sus bibliotecas y sus salas de copiado. En el siglo XI San Christodoulos, otro reformador monástico, fundador del Convento de San Juan de Patmos, ordenó que todos los monjes “hábiles en el arte de escribir deben, con autorización del hegoumenos hacer uso de los talentos que les han sido dados por naturaleza”. Se ha conservado un catálogo de la biblioteca de Patmos, de fecha 1201; comprende doscientos sesenta y siete manuscritos en pergamino, y sesenta y tres en papel. La mayoría son obras religiosas, entre ellos doce Evangeliarios, nueve Salterios, y muchas vidas de santos. Entre los diecisiete manuscritos profanos hay obras de medicina y gramática, las “Antigüedades” de Josefo, las “Categorías” de Aristóteles, etc.

En los monasterios localizados en los extremos del mundo helénico se realizan los mismos trabajos. La colonia monástica de Sinaí, que ha existido desde el siglo IV, formó una biblioteca admirable, de la que los restos actuales (1.220 manuscritos) dan sólo una pálida idea. En la Italia bizantina de los siglos X al XII, los monjes basilios también cultivaban la caligrafía en Grottaferrata; en St. Salvatore, Messina; en Stilo, Calabria; en el monasterio de Cassola, cerca de Otranto; en St. Elias, Carbone; y especialmente en el de Patir, en Rossano, fundado en el siglo XI por San Bartolomeo, quién compró libros en Constantinopla y copió varios manuscritos. La biblioteca de Rossano fue una de las fuentes de la que se obtuvieron los manuscritos de la biblioteca del Vaticano. Además, desde fines del siglo X, los grandes monasterios del Monte Athos, la gran laura de San Atanasio, Vatopedi, Esphigmenou, etc., se convirtieron en importantes centros para la copia de manuscritos. Sin hablar de los tesoros de la literatura sacra y profana que aún se conservan allí, no hay ninguna biblioteca de manuscritos griegos que no cuente con ejemplares de su trabajo. Finalmente, los monasterios fundados en los países eslavos, en Rusia, Bulgaria, Serbia, bajo el modelo de los conventos griegos, también tenían salas de copia, en las que se traducían al idioma eslavo, con la ayuda del alfabeto inventado en el siglo IX por San Cirilo, las Sagradas Escrituras y las obras más importantes de la literatura eclesiástica de los griegos. Es también en estas salas monásticas de estudio donde se copiaron los primeros monumentos de la literatura nacional de los eslavos, como las “Crónicas de Nestor”, la “Canción de Igor”, etc.

(3) El Occidente

El trabajo de los copistas occidentales comienza con San Jerónimo (340-420) quién, en la soledad de Chalcis y luego en su monasterio de Belén, copió libros y recomendó este ejercicio como uno de los más propios de la vida monástica (Ep. cxxiii). Al mismo tiempo, San Martín de Tours introdujo este precepto en su monasterio. La copia de manuscritos aparece como uno de los trabajos de todos los fundadores de instituciones monásticas, de San Honorato y San Capresius en Lérins, de Casiano en san Víctor de Marsella, de San Patricio en los monasterios de Irlanda, de Casiodoro en sus monasterios de Scyllacium (Squillace). En su tratado "De Institutione divinarum litterarum" (543-545) Casiodoro entrega una descripción de su biblioteca, con sus nueve armaria para manuscritos de la Biblia; también describe la sala de copiado, el scriptorium, regido por el antiquarius. El mismo dio el ejemplo, copiando las Escrituras, y creía que “cada palabra del Salvador escrita por el copista es una derrota infringida a Satanás” ("De Institut.", I, 30). San Benedicto también consideraba meritorio el trabajo de los copistas. En el siglo VI existían salas de copia en todos los monasterios de Occidente.

Desde los tiempos de Dámaso, los papas han contado con una biblioteca, la que seguramente estaba provista con una sala de copia. Los misioneros que dejaron Roma para evangelizar a los germanos, como agustino el año 597, llevaban consigo manuscritos que reproducirían en los monasterios que fundaran. En el siglo VII Benedict Biscop realizó cuatro viajes a Roma y de allí trajo numerosos manuscritos; en el 682 fundó el monasterio de Jarrow, que se convirtió en uno de los principales centros intelectuales de Inglaterra. Teodoro de tarso (668-680) realizó una obra similar cuando reorganizó la Iglesia Anglo-Sajona. El primer periodo de actividad monástica (siglos VI-VII) está representado en nuestras bibliotecas por gran número de manuscritos Bíblicos, muchos de los cuales provienen de Irlanda ("Liber Armachanus" de Dublín), Inglaterra ("Codex Amiatinus" de Florencia, copiado en Wearmouth bajo Wilfredo, y ofrecido al papa el 716; "Harley Evangeliary", Brit. Mus., siglo VII), algunos de España ("Palimpsesto de León", archivos de la Catedral, siglo VII). Finalmente, la biblioteca de la Universidad de Upsala posee el "Codex Argenteus", en pergamino púrpura, escrito en el siglo V, que contiene la Biblia de Ulphilas, la primera traducción de las sagradas Escrituras a lengua germana.

A fines del siglo VII y durante el siglo VIII la Galia se volvió cada vez más bárbara; los monasterios fueron destruidos o saqueados, la cultura desapareció, y cuando Carlomagno asumió la reorganización de Europa, se dirigió a los países en los que la cultura aún florecía en los monasterios, a Inglaterra, Irlanda, Lombardia. El renacimiento Carolingio, como se ha llamado a este movimiento, tiene como principio el establecimiento de salas de copiado tanto en la corte imperial como en los monasterios. Uno de los promotores más activos de este movimiento fue Alcuin (735-804) quién, después de haber dirigido la biblioteca y la escuela de York, se convirtió en el año 793 en el Abad de San Martín de Tours. Allí fundó una escuela de caligrafía que produjo los más bellos manuscritos de la época Carolingia. Varios ejemplares distribuidos por Carlomagno entre diversos monasterios del imperio se convirtieron en los modelos que fueron imitados en todo lugar, incluso en Saxony, donde los nuevos monasterios fundados por Carlomagno se convirtieron en los primeros centros de la cultura germánica. M.L. Delisle (Mém. de l'Acad. des Inscript., XXXII, 1) compiló una lista de veinticinco manuscritos que procedían de esta escuela de Tours (Biblia de Carlos el Calvo, París, Bib. Nat., Lat. No. 1; Biblia de Alcuin, Brit. Mus., 10546; manuscritos de Quedlinburg sobre la vida de San Martín; Sacramentarios de Metz y Tours de la Bibliothèque Nationale de París, etc.).

Entre las obras procedentes del scriptorium imperial, adjunto al Colegio Palatino, se menciona el Evangeliario copiado para Carlomagno por el monje Godescalc en 781 (ahora en la Bibliothèque Nationale), y el Salterio de Dagulf, presentado a Adriano I (ahora en la Biblioteca Imperial de Viena). Otros scriptoria importantes fueron los formados en Orléans por el Obispo Teodulfo (donde se produjeron las dos bellas Biblias que se guardan ahora en el Tesoro de la Catedral de Puy Amand, donde el copista Hucbald aportó dieciocho volúmenes a la biblioteca); en St. Gall, bajo los Superiores Grimaldus (841-872) y Hardmut (872-883), dando origen a una completa Biblia en nueve volúmenes; se conocen diez manuscritos Bíblicos escritos o corregidos por Hardmut. En St. Gall y en muchos otros monasterios está muy marcada la influencia de los monjes irlandeses (manuscritos de Tours, Würzburg, Berna, Bobbio, etc.). Además de los numerosos manuscritos Bíblicos, entre los trabajos de la época Carolingia se encuentran muchos manuscritos de autores clásicos. Hardmut copió a Josefo, Justino, Martianus Capella, Orosius, Isidoro de Sevilla; uno de los más bellos manuscritos de la escuela de Tours es el Virgilio de la biblioteca de Berna, copiado por el diácono Bernon. Muchos de estos trabajos fueron, incluso, traducidos al idioma del pueblo: en St. Gall se tradujeron al irlandés a Galeno e Hipócrates, y a fines del siglo IX el Rey Alfredo (849-900) tradujo al inglés las obras de Boethius, Orosius, Beda, etc. En esta época, muchos monasterios poseían bibliotecas de considerable tamaño; cuando en el 906 los monjes de Novalaise (cerca de Susa) huyeron ante los sarracenos, llevaron a Turín una biblioteca de seis mil manuscritos.

El periodo de los siglos XI y XII puede considerarse como la era dorada de la escritura monástica de manuscritos. En cada monasterio existía un salón especial, denominado “scriptorium”, reservado para las tareas de los copistas. En el antiguo plano de St. Gall, esta se muestra al lado de la iglesia. En los monasterios benedictinos existía una norma benedictina especial para este salón (Ducange, Glossar. mediæ et inf. latin.", s.v. Scriptorium). En ella reinaba absoluto silencio. A la cabeza del scriptorium, el bibliothecarius distribuía las tareas y, una vez copiados, los manuscritos eran cuidadosamente revisados por los correctores. En las escuelas se permitía a los alumnos, como un honor, copiar manuscritos (por ejemplo, en Fleury-sur-Loire). En todos los lugares, aparentemente los monjes se entregaban con gran afán a la labor que estaba considerada como uno de los trabajos más edificantes de la vida monástica. En St. Evroult (Normandía) hubo un monje que fue salvo porque el número de letras que copió igualó el número de sus pecados (Ordericus Vitalis, III, 3). En el “explicit” con que finalizaba el libro, a menudo el escriba colocaba su nombre y la fecha en que realizó la escritura “para la salvación de su alma”, y se encomendaba a sí mismo a las oraciones de los lectores. La división de las tareas aún no estaba completamente establecida, y había monjes que eran tanto escribas como iluminadores (Ord. Vital., III, 7). La Biblia se mantenía como el libro preferentemente copiado. La Biblia se copiaba completa (bibliotheca) o en parte (Pentateuco, el Salterio, Evangelios y Epístolas, Evangeliaria, en que los Evangelios seguían el orden de las fiestas). Luego venían los comentarios a las escrituras, los libros litúrgicos, los Padres de la Iglesia, obras de teología dogmática o moral, crónicas, anales, vidas de los santos, historias de la iglesia o monasterios y, finalmente, autores profanos, cuyo estudio nunca se dejó completamente. Un gran número de ellos se encuentra entre los manuscritos de la biblioteca de Cluny. En St. Denis incluso se copiaron manuscritos griegos (Paris, Bib. Nation., gr. 375, copiado en 1033). Las órdenes religiosas más recientes, Cistercianos, Cartujos, etc., manifestaron el mismo celo que los Benedictinos en la copia de manuscritos.

Entonces, a comienzos del siglo XIII, la labor de los copistas comenzó a secularizarse. En las universidades, como la de París, había un gran número de seglares que se ganaban la vida mediante la copia; en el año 1275 los copistas de París fueron admitidos como agentes de la universidad; en el 1292 encontramos en París veinticuatro libreros que copiaban manuscritos, o los hacían copiar. Colegios, como los de la Sorbona, contaban también con salas de copia. Por otra parte, a finales del siglo XIII la copia de manuscritos cesó en la mayoría de los monasterios. Aún cuando todavía había monjes que eran copistas, como Giles de Mauleon, quién copió las “Horas” de la reina Jeanne de Burgundy (1317) en St. Denis, la copia y la iluminación de manuscritos se convirtió en un oficio lucrativo. En este momento, los reyes y los príncipes comenzaron a desarrollar el gusto por los libros y por formar bibliotecas; la de St. Luis fue una de las primeras. En los siglos XIV y XV estos aficionados contrataban multitud de copistas. Desde entonces, fueron ellos quienes dirigieron el movimiento de la producción de manuscritos. Los más famosos fueron el Papa Juan XXII (1316-34), Benedicto XII (1334-42); el poeta Petrarca (1304-74), a quien no le gustaba comprar manuscritos en los conventos y formó una escuela de copistas para contar con textos confiables; Carlos V, Rey de Francia (1364-1380), quién reunió en el Louvre una biblioteca de mil doscientos volúmenes; el príncipe francés Jean, Duque de Berry, un precursor de los bibliófilos modernos (1340-1416); Luis, Duque de Orléans (1371-1401) y su hijo Carlos de Orléans (m. 1467), los duques de Burgundy, los reyes de Nápoles, y Matías Corvinus. Dignos de mención son, también, Ricardo de Bury, canciller de Inglaterra, Louis de Bruges (m. 1492) y el Cardenal Georges d’Amboise (1460-1510).

Las salas de copia de perfeccionaron, y Trithemius, Abad de Spanheim (1462-1513), autor de "De laude scriptorum manualium", muestra la bien establecida división del trabajo en un estudio (preparación y pulido del pergamino, escritura normal, títulos en tinta roja, iluminación, correcciones, revisión; cada tarea se otorgaba a un especialista). Entre las copias que siempre estaban representadas se encuentran manuscritos religiosos, Biblias, Salterios, Horas, vidas de los santos; pero un lugar cada vez más importante se otorga a los autores antiguos y a las obras de la literatura nacional. En el siglo XV llegó a Italia una gran cantidad de refugiados griegos que huían de los turcos, y copiaron los manuscritos que traían consigo para enriquecer las bibliotecas de los coleccionistas. Algunos de ellos estaban al servicio del Cardenal Bessarion (m. 1472) quién, después de recolectar quinientos manuscritos griegos, los donó a la República de Venecia. Incluso después de la invención de la imprenta, los copistas griegos continuaban trabajando, y sus nombres se encuentran en los más bellos manuscritos griegos de nuestras bibliotecas; por ejemplo, Constantino Lascaris (1434-1501), quién vivió largo tiempo en Messina; Juan Lascaris (1445-1535), quién llegó a Francia bajo Carlos VIII; Constantino Palæocappa, previamente un monje de Athos, que entró al servicio del Cardenal de Lorraine; Juan de Otranto, el más hábil copista del siglo XVI.

Pero la copia de manuscritos se había detenido mucho antes, debido a la invención de la imprenta. Los copistas que trabajaron laboriosamente por siglos han completado su tarea, legando al mundo moderno las obras antiguas sacras y profanas.

IV. UBICACIÓN ACTUAL DE LOS MANUSCRITOS

Salvo por algunas excepciones, cada vez más escasas, los manuscritos copiados durante la Edad Media se encuentran actualmente guardados en las grandes bibliotecas públicas. Las colecciones privadas formadas desde el siglo XVI (Cotton, Bodley, Cristina de Suecia, Peiresc, Gaignières, Colbert, etc.) se han unido, con el tiempo, a estos grandes depósitos. La supresión de un gran número de monasterios (Inglaterra y Alemania en el siglo XVI, Francia en 1790) hace más importantes estos depósitos de manuscritos, y los principales de ellos son:

· Italia: Roma, Biblioteca Vaticana, fundada por Nicolás V (1447-55), que sucesivamente ha adquirido los manuscritos del Elector Palatino (donados por Tilly a Gregorio XV), del Duque de Urbino (1655), de Cristina de Suecia, de las casas de Capioni y Ottoboni; en 1856 añadió las colecciones del Cardenal Mai, y en 1891 la de la biblioteca Borghese; 45.000 manuscritos (Códice Vaticani, y según su origen particular, Palatini, Urbinates, etc.). Florencia: Biblioteca Laurenciana, antigua colección de los Medici; 9.693 manuscritos, en su mayoría de autores clásicos griegos y latinos (Códice Laurentiani); Biblioteca Nacional (antiguamente de los Uffizi), fundada en 1860, 20.028 manuscritos. Venecia: Biblioteca Marcian (colección de Petrarca, 1362, de Bessarion, 1468, etc.), 12.096 manuscritos (Códice Marciani). Verona: Biblioteca del Capítulo, 1.114 manuscritos. Milán: Biblioteca Ambrosiana, fundada en 1609 por el Cardenal Federigo Borromeo, 8.400 manuscritos (Códice Ambrosiani). Turín: Biblioteca Nacional, fundada en 1720, colección de los Duques de Savoya. En Enero de 1904 un incendio destruyó muchos de sus 3.979 manuscritos, muchos de ellos de primer orden (Códice Taurienses). Nápoles: Biblioteca Nacional (antigua colección de la familia Borbón), 7.990 manuscritos. · España: Biblioteca de El Escorial, fundada en 1575 (uno de sus principales contenidos es la colección de Hurtado de Mendoza, formada en Venecia por el embajador de Felipe II), 4.927 manuscritos (Códice Escorialenses). · Francia: Biblioteca Nacional (tiene su origen en las colecciones reales reunidas en Fontainebleau desde Francisco I, y contiene las bibliotecas de Mazarino, Colbert, etc., y aquellas de los monasterios confiscados en 1790), 102.000 manuscritos (Códice Parisini). · Inglaterra: Museo Británico (contiene las colecciones de Cotton, Sloane, Harley, etc.), fundado en 1753, 55.000 manuscritos. Oxford: Biblioteca Bodleina, fundada en 1597 por Sir Thomas Bodley, 30.000 manuscritos. · Bélgica: Bruselas, Biblioteca Real, fundada en 1838 (su base principal es la biblioteca de los Duques de Burgandy), 28.000 manuscritos. · Holanda: Leyden, Biblioteca de la Universidad, fundada en 1575, 6.400 manuscritos. · Alemania: Biblioteca Real de Berlín, 30.000 manuscritos; Universidad de Góttingen, 6.000 manuscritos; Leipzig, Biblioteca Albertina, fundada en 1543, 4.000 manuscritos; Dresden, Biblioteca Real, 60.000 manuscritos. · Austria: Viena, Biblioteca Imperial, fundada en 1440 (colecciones de Matías Corvinus y del Príncipe Eugene), 27.000 manuscritos. · Países Escandinavos: Estocolmo, Biblioteca Real, 10.435 manuscritos; Upsala, Universidad, 13.637 manuscritos; Copenhague, Biblioteca Real, 20.000 manuscritos. · Rusia: San Petesburgo, Biblioteca Imperial, 35.350 manuscritos; Moscú, Biblioteca del Santo Sínodo, 513 manuscritos griegos, 1.819 manuscritos eslavos. · Estados Unidos: Biblioteca Pública de Nueva York, fundada en 1850 (colección Astor, 40 manuscritos, colección Lenox, 5000 manuscritos); colección Pierpont Morgan, 115 manuscritos, miniaturas iluminadas. · Oriente: Constantinopla, Biblioteca del Serrallo (cf. Ouspensky, Bulletin of the Russian Archeological Institute, XII, 1907); Monasterios de Athos (13.000 manuscritos), de Smyrna, de San Juan de Patmos en Atenas; la Biblioteca del Senado. En El Cairo, la Biblioteca del Khedive (fundada en 1870, 14.000 manuscritos árabes) y la Biblioteca Patriarcal (manuscritos griegos y coptos). La Biblioteca del Monasterio de santa Catalina del Sinaí; las bibliotecas patriarcales de Etschmaidzin (manuscritos armenios) y de Mossoul (manuscritos siríacos).

Los peligros de todo tipo que amenazan a los manuscritos han llevado a gran número de estas bibliotecas a realizar reproducciones en facsímil de sus manuscritos más preciados. En 1905 un congreso internacional se reunió en Bruselas para estudiar los mejores métodos de reproducción,. Esta es una gran empresa, cuyo éxito depende del progreso de la técnica fotográfica y de la fotografía a color. De esta forma se preservarán los trabajos de los copistas de la Edad Media (véase BIBLIOTECAS).

Revue des bibliothèques (París, desde 1890), una revista dedicada a la bibliografía, contiene numerosos catálogos no editados, y estudios críticos de manuscritos; Zentralblatt für Bibliothekwesen (Leipzig, desde 1884), tratados sobre bibliografías de publicaciones periódicas en el suplemento; GRAESEL, Fr. tr. LAUDE, Manuel de Bibliothéconomie (París, 1897) trata de la distribución de los materiales en los armarios de manuscritos; EHRLE (prefecto del Vaticano), Sur la conservation et restauration des anciens MSS. in Rev. des Biblioth. (1898), 152; OMONT, Liste des recueils de fac-similes conservés à la Bibliothèque nationale (París, 1903); GILBERT, The National manuscripts of Ireland (Southampton, 1874), 3 vols.; KOENNECKE, Bilderatlas der deutschen Nationalliteratur (Marburg, 1894).

Sobre la historia de los copistas y de la producción de manuscritos: Bibliothèque de l'Ecole des Chartes (París, desde 1839), contiene numerosos artículos bibliográficos; LECOY DE LA MARCHE, L'art d'écrire et les calligraphes in Revue des questions historiques (1884); DELISLE, Le Cabinet des manuscrits de la Bib. Nat. (París, 1868-81), 3 vols. y album, un trabajo fundamentel en la historia de las bibliotecas medievales; GARDTHAUSEN, Griechischen Schreiber des Mittelalters under der Renaissance (Leipzig, 1909); BERGER, Histoire de la Vulgate pendant les premiers siècles du moyen Age (Nancy, 1893); FAUCON, La librairie des papes d'Avignon (Biblioth. Ecole Franc. de Rome, XLIII and L); MÜNTZ, La bibliothèque du Vatican au XVe siècle (ibid., XLVIII). Gran cantidad de información sobre los papiros se puede encontrar en Archiv für Papyrusforschung (Leipzig, desde 1900). Véase también HOHLWEIN, La papyrologie grècque (Louvain, 1905), Studien zur Palaeographie und papyrusurkunde (Leipzig, desde 1901, editad por WESSELY).

LOUIS BRÉHIER Transcrito por Bryan R. Johnson Traducido por Sara Ward S.