Iglesia Anglosajona
De Enciclopedia Católica
Ocupación de Britania por los Anglosajones.
La palabra anglosajón se usa como un nombre colectivo para los colonizadores teutónicos – la base fundacional de la raza inglesa – que, después de de eliminar a los habitantes celtas de Britania a mediados del siglo quinto, permanecieron como los dueños del país hasta que en 1066 se creó un nuevo orden de cosas con la llegada de los normandos.
Aunque está abierta a alguna objeción etnológica (Cf. Stevenson's "Asser", 149) el término anglosajón es conveniente en la práctica sobre todo porque no conocemos mucho respecto a la procedenc9ia del las tribus germanas bajas que hacia el 449 comenzaron a invadir Britania.
Los Jutos que ocuparon primero Kent y la Isla de Wight, se han identificado supuestamente con los habitantes de Jutlandia, pero se ha visto que puede ser un error (Stevenson, ibid., 167). Sin embargo eran una tribu frisia.
Los Sajones del siglo quinto eran mejor conocidos y se extendieron más, ocupando Westfalia, Hanover y Brunswick. Los Anglos de tiempos de Tácito estaban a sentados en la orilla derecha del Elba cerca de la desembocadura. Parecen haber tenido lazos familiares con sus vecinos, los Lombardos, que después de mucho moverse se apoderaron de Italia. Es curioso que Pablo el Diácono, el gran historiador de los Lombardos describa sus vestidos como “aquellos que los anglosajones suelen llevar”.
Después de establecerse en el sur y este de Inglaterra, en las localidades representadas ahora por Sussex y Essex, los sajones fundaron un gran reino en el oeste que gradualmente fue absorbiendo casi todo el país al sur del Támesis. De hecho, el reino de Wessex acabó siendo el dueño de toda la tierra de Britania.
Los Anglos, que siguieron poco después siguiendo las huellas de los Sajones, fundaron los reinos de East Anglia (Norfolk y Suffolk), Mercia (Midlands), Deira (Yorkshire), y Bernicia (el territorio más al norte).
El exterminio de los habitantes nativos probablemente no fue tan completa como se pensó; Hodgkin declaró que "Anglo-Celta es más apropiado que Anglo-Sajón para nuestra raza”. Pero, aunque los habitantes de Britania eran cristianos, los supervivientes fueron no fueron lo suficiente mente importantes para convertir a sus conquistadores. Solo en los extremos norte y oeste, donde los teutones no pudieron penetrar, mantuvo la iglesia celta su sucesión de obispos y sacerdotes. No parece que se hicieran esfuerzos para predicar a los sajones y más tarde, cuando S. Agustín y S, Lorenzo intentaron comenzar unas relaciones amistosas, la iglesia británica tuvo una postura muy alejada.
Conversión.
Todos saben la historia de la Misión Romana que trajo por primera vez a los ingleses el conocimiento del evangelio. La profunda compasión de. S. Gregorio por la cara de ángel de unos niños ingleses cautivos en el mercado romanos de esclavos le llevó con el tiempo a enviar a un monje, S. Agustín y a sus compañeros. Fueron bien recibidos por Etelberto de Kent que se había casado con una cristiana. Agustín desembarcó en Thanet en 597 y antes del fin de siglo la mayoría de los Jutos de Kent se habían convertido. Actuando sobre instrucciones recibidas previamente fue a Arlés a recibir la consagración episcopal. Había comunicaciones frecuentes con Roma y S. Gregorio envió en 601 a Agustín el pallium, emblema de al jurisdicción arzobispal, dándole instrucciones para que consagrara a otros obispos y que estableciera su sede en Londres. Pero esto no fue posible por entonces y Canterbury se convirtió en la iglesia madre de Inglaterra. pero poco después, Londres tenía su iglesia y Mellitus fue consagrado para que residiera allí como obispo de los sajones orientales mientras se erigía otra iglesia en Rochester con Justus como obispo.
Al Morir Etelberto en 616 la causa del cristianismo sufrió grandes reveses. Essex y parte de Kent apostataron, pero S. Lorenzo, el nuevo arzobispo se mantuvo firme. Unos pocos años después se avanzó mucho con el matrimonio del poderoso rey Easwine de Northumbria con una princesa cristina de Kent. Paulino, un romano enviado por Agustín, fue consagrado obispo acompañándola como capellán, pudo bautizar a Eadwine en 627 construyendo la iglesia de S. Pedro en York. Es cierto que una reacción pagana seis años después barrio la mayoría de los resultados conseguidos, pero aún así el diácono James permaneció trabajando en Yorkshire. Mientras tanto, Félix, un monje borgoñón actuando bajo las órdenes de Canterbury había vuelto a recuperar East Anglia y Birinus, enviado directamente desde Roma, comenzó en 634 la conversión de la gente de Wessex. Parecía que la fe se había extinguido en el norte, sobre todo por la constante oposición de Penda, el rey pagano de Mercia, pero llegó ayuda inesperada. S. Osvaldo, en 634, que había sido educado en el exilio por lo monjes irlandeses de Iona, donde se había convertido en cristiano, recogió los resto del reino de Northumbria. Cuando este joven príncipe derrotó a sus enemigos y se estableció más firmemente reclamó misioneros (635) de Iona. Llegó S. Aidán que estableció una comunidad en la isla de Lindisfarne desde la que evangelizó las tierras del norte. S. Aidan siguió las tradiciones cestas en lo s puntos en que diferían de roma (por ejemplo, en la celebración de la Pascua de Resurrección), pero no hay duda alguna respecto a su santidad y a los maravilloso efectos de su predicación.
Desde Lindisfarne llegaron S. Cedd y S. Chad dos hermanos que evangelizaron respectivamente Essex y Mercia. También se debe a Lindisfarne, al menos indirectamente, la obra de S. Cuthbert, que consolidó el cristianismo en el norte y la de S. Wilfrid que, además de convertir a los Sajones del sur, los últimos de los invasores teutones en recibir el evangelio, realizó la gran obra de reconciliar a los cristianos de Northumbria con la Pascua de Resurrección romana y con otras instituciones que apoyaban la autoridad papal. Por abreviar, s ha dicho, no sin razón, que en la conversión de los anglosajones “los romanos plantaron, losa escoceses regaron y los bretones no hicieron nada”.
Desarrollo bajo la autoridad romana.
Mientras tanto se estaba realizando una gran obra de organización. Teodoro de Tarso, un monje griego consagrado arzobispo de Canterbury por el papa Vitaliano, llegó a Inglaterra en 669. Fue calurosamente recibido por todos y en 673 celebró un concilio nacional de los obispos ingleses en Hertford y otro en 680 en Hatfield. En ambos sínodos se hizo mucho para promover la unidad, definir los límites de la jurisdicción y restringir las idas y venidas e interferencias mutuas del clero. Y lo que era más importante, S. Teodoro que visitó toda Inglaterra, consagró nuevos obispos y dividió las diócesis que en muchos casos coincidían con los reinos de la heptarquía. Parece que estos procedimientos causaron algunas dificultades entre Teodoro y Wilfrid, que fue sacado de su diócesis de Ripon y apeló a Roma. Después de unos años tempestuosos, marcados por la capacidad de aguante y celo misionero de Wilfrid, Teodoro reconoció que había hecho un grave daño a su hermano obispo. Se reconciliaron y durante el corto tiempo que les quedaba trabajaron juntos armoniosamente en la causa de la disciplina y orden romanos.
Parece que en interés de la controversia antipapal se hizo demasiado se énfasis en la diferencia de las costumbres entre misioneros romanos y celtas. Tanto en escocia como en el continente la cristiandad irlandesa era completamente leal en espíritu a la sede de Roma. Hombres como S. Cuthbert, S. Cedd, S. Chad y S. Wilfrid cooperaban de corazón en los esfuerzos que hacían para predicar el evangelio los maestros enviados desde Canterbury. Las costumbres celtas habían recibido el golpe definitivo al elegir el rey Oswiu de Northumbria, cuando en el sínodo de Whitby (664) eligió permanecer con el portador de la llaves de Roma, S. Pedro. De hecho. Después de un lapso de unos pocos años no se volvió a oír hablar de ellas.
En el siglo octavo el papa concedió el pallium a Egbert, obispo de York y así restauró la sede arzobispal según los planes que constaban en la carta de S. Gregorio a Agustín. Más aún, se celebraron dos sínodos muy importantes en este período. Uno en 747, Novas reunido por deseos del papa Zacarías, donde se leyó en voz alta su carta y se dedicó completamente a la legislación para la reforma interna del clero. El otro, en 787, presidido por dos legados papales Jorge y Teofilacto, que entregaron al papa un informe en el que incluían entre otras cosas la aceptación formal de los diezmos. En este sínodo, ayudado por la influencia del rey de Mercia, Offa, que envió a Roma información confusa, se erigió como arzobispado a Lichfield, aunque dieciséis años después, muertos ya Offa y el papa Adriano, León III anuló la decisión de su predecesor. Se ha sugerido que la institución del óbolo de S. Pedro (Peter´s pence) que data de este período fue el precio pagado por Offa para conseguir de Adriano ese favor, aunque es una pura conjetura.
Durante el siglo noveno, en el curso del cual Essex adquirió gradualmente una posición de supremacía, las incursiones danesas destruyeron muchas grandes sedes y centros de disciplina monástica, como por ejemplo Jarrow, la patria de S. Beda, calamidades que pronto dejaron sentir su influencia en las vidas de los clérigos. El rey Alfredo el Grande intentó con mucho esfuerzo volver a poner las cosas en pie y, en general, la devoción de los legisladores seculares hacia el papado y la iglesia nunca fue más clara que en este período. A esta época pertenece la famosa concesión al Iglesia de un décimo de la tierra de Ethelwulf, padre de Alfredo. Esto no tienen nada que ver con los diezmos, pero muestra lo0 reconocido que estaba ese principio y la íntima unión de Iglesia y Estado. La victoria final de Alfredo sobre los daneses, el tratado con su líder Guthrum en Wedmore, y la posterior recepción del cristianismo por los invasores, hicieron mucho para restaurara al Iglesia a condiciones mejores. En el código publicado conjuntamente por Alfredo y Guthrum, se declaraba que la apostasía era un crimen, se había de poner multas a los sacerdotes negligentes, ordenaba el pago del “penique de Pedro” y se prohibía la práctica de ritos paganos.
La unión durante este período, y en realidad en todo el período anglosajón, era muy estrecha de manera que algunos de los concilios nacionales parecían tenerle carácter de sínodos de la Iglesia. Pero el clero, muy, identificado con el pueblo, realizaba funciones oficiales estatales en cada distrito, parece haber recuperado el espíritu religioso que se perdió durante las incursiones danesas. De ahí que, en tiempos de S. Dunstan, arzobispo e Carterbury de 960 a 988, se hizo sentir un fuerte movimiento (fomentado por S. Æthelwold de Winchester, y S. Oswald de Worcester y York), para remplazar el clero secular por monjes en los ministerios más importantes. No hay duda de que la ley del celibato no era demasiado observada en esta época por los sacerdotes, siendo la costumbre de casarse tan general que parecía imposible erradicarla ni con las más severas penas contra los delincuentes. De ahí los grandes esfuerzos de los tres santos citados y del rey Edgar para renovar y espiritualizar el monacato en las líneas de la gran regla benedictina, esperando con ello levantar también el tono del clero secular e incrementar su influencia. Con la misma finalidad, S. Dunstan intentó remediar el aislamiento de la iglesia inglesa con intercambios con Francia, Flandes y, en palabras del obispo Stubbs, “estableciendo una comunicación más intima con la Sede Apostólica”. Desde entonces, casi todos los arzobispos se trasladaban a Roma a por el “pallium”.
Estos esfuerzos dieron como resultado un claro avance en la cultura general, que ya no dirigía Inglaterra, sino que se centraba en los maestros del continente. Se ganó mucho y cuando, después de las nuevas invasiones, una dinastía danesa se hizo dueña de Inglaterra, “la sociedad que fue incapaz de oponerse a las armas de Canuto, inmediatamente lo humanizaron y elevaron”. Canuto fue un converso fervoroso. Hizo una gran peregrinación a Roma en 1026-27. Su legislación era en gran parte de carácter eclesiástico insistiendo de nuevo en el pago del “penique de Pedro”.
Las influencias romanas se incrementaron en el reinado de Eduardo el Confesor con el nombramiento de varios extranjeros para las sedes inglesas y por un gran renacimiento de las peregrinaciones a Roma. Probablemente los extranjeros eran más devotos y más capaces que los sacerdotes nativos disponibles. No hay razón alguna para pensar que competentes clérigos ingleses fueran pasados por alto. Al contrario, cuando en 1062 los legados papales visitaron de nuevo Inglaterra fueron responsables del nombramiento de uno de los más grandes eclesiásticos nativos de los tiempos anglosajones, S. Wulstan, obispo de Worcester, “un carácter intachable” (Dict. Nat. Biog., s.v.), que siguió viviendo bajo el dominio normando durante casi treinta años perpetuando las mejores tradiciones de la iglesia anglosajona en la jerarquía que se reorganizó tras la conquista.
Organización eclesiástica.
No hay duda de que en la cristianización de Britania los monjes van delante de los sacerdotes seculares; el “minster” (monasterium) era anterior a la catedral. S. Agustín y sus compañeros fueron monjes, perteneciendo, seguramente, a comunidades fundadas por el mismo S. Gregorio, aunque sería un error verlas idénticas en disciplina o hasta en espíritu que las de los benedictinos de épocas posteriores. Aún sería un error mayor utilizar los estándares modernos para juzgar a los monjes de la iglesia celta, esos misionaros rudos ascetas que se establecieron en la solitaria isla de Lindisfarne y que en sus excursionas bajo el liderazgo de S. Aidan construyeron gradualmente la iglesia de Northumbria.
La tempranas instituciones monásticas del oeste, tanto romanas como celtas, eran muy adaptables y parecen estar bien preparadas para los esfuerzos misioneros; pero no fueron capaces, sin embargo de proveer permanentemente a las necesidades espirituales de la población cristiana, puesto que esencialmente llevaban una vida en común y reunían a sus miembros en un centro monástico. Entonces, tan pronto como la conversión había progresado algo, la finalidad de los obispos o abades – los abades del sistema celta eran con frecuencia superiores religiosos de los obispos para llevar a los jóvenes relacionarse con su comunidad y tras un período más o menos largo de instrucción ordenarlos como sacerdotes y enviarlos a vivir entre la gente donde su ministerio era más necesitado o dende se le ofrecía antes medios para vivir. En gran manera, el sistema parroquial de Inglaterra fue construido p9or lo que se podría llamar capellanías privadas (Cf. Earle, Land Charters, 73). No fue, como se pensaba, una creación del arzobispo Teodoro o de ningún otro organizador. El gesith, o propietario noble de la tierra, construía en cualquier un centro dado de población (según las divisiones rurales) una iglesia para su conveniencia privada, con frecuencia a continuación de su propia casa y después obtenía del obispo un sacerdote para que la atendiera o más comúnmente, presentaba a un individuo concreto de su elección para que fuera ordenado. Sin duda el mismo obispo participaba activamente en proveer a las iglesias y al clero para centros conocidos de población. De hecho, Beca, en carta al arzobispo Egbert de York, le urgía que debiera haber un sacerdote en cada uno de esos centros (conocidos como “parroquias civiles”) y en otros distritos menos poblados con unos centros de población. Así comenzaron a existir parroquias que surgían en los oratorios de los señores y parece que los obispos pusieron mucho empeño desde el principio en evitar los abusos y en asegurar medios de subsistencia de naturaleza permanente para los sacerdotes.
Esto tomó con frecuenta la forma de tierras formalmente inscritas en nombre del santo al que la iglesia estaba dedicada. Al principio parece que fueron los obispos lo que se apropiaron de estos tomaron estas dotaciones así como de los diezmos y de las contribuciones generales para finalidades eclesiásticas conocidas como “Church-shot”, pero pronto el párroco mismo adquirió, con el empleo fijo, la administración de esos emolumentos. Es muy posible que la prevalencia general en Inglaterra de patrones laicos con el derecho a presentar beneficios haya de trazarse hasta el hecho de que la iglesia parroquial en tantos casos se originó en los oratorios privados el señor de la población. Es difícil decidir en que fecha se pueda considerar terminado el sistema parroquial. Solo podemos decir que la comisión” Domesday” en el reinado de Guillermo el Conquistador da por hecho que cada población tenía su propio párroco. Las diócesis que fueron divididas en primer lugar con cierto grado de adecuación por el arzobispo Teodoro se añadieron después. Con el paso del tiempo, York, como hemos notado, se convirtió en arzobispado bajo Egbert, pero la provincia de York siempre fue muy detrás de Canterbury en número de sufragáneas. Por otra parte el reconocimiento casi universal de Canterbury y los votos de fidelidad de los obispos a los arzobispos probablemente contribuyeron mucho a la idea de de la unidad nacional.
Al final del período anglosajón había unos diecisiete obispados, peor las numerosas subdivisiones, supresiones, traslados y amalgamas de sedes durante los siglos precedentes son demasiado complicadas paras detallarlas aquí.
El asunto ha sido discutido completamente en "English Dioceses", de. Hill, que da la siguiente lista de obispados en 1066 (yo añado la fecha de la fundación; pero en algunos casos, en paréntesis, la sede fue suprimida o transferida y después refundada.
Canterbury, 597;
London 604;
Rochester, 604;
York, (625), 664;
Dorchester (634), 870 con Leicester;
Lindisfarne, 635, después Durham;
Lichfield, 656;
Winchester, Hereford, 609; 662;
East Anglia (Elmham), 673;
Worcester, 620;
Sherborne, 705;
Sussex (Selsey), 708;
Ramsbury, c. 909;
Crediton, c. 909;
Wells, c. 909;
Cornwall (S. Germans), 931.
Algunas de estas diócesis se volvieron más famosas después con otros nombres. Así Ramsbury fue conocida después como Salisbury o Sarum, y por la influencia de S. Osmund (m 1009), un obispo posterior a la conquista, adquirió una especie de primacía litúrgica entre otras diócesis inglesas. De igual manera, las sedes establecidas en Dorchester, Elmham y Crediton fueron transferidas después de la conquista a las mucho más famosas ciudades de Lincoln, Norwich y Exeter.
Otras sedes episcopales famosas durante un tiempo, como Hexham y Ripon, fueron suprimidas o unidas a otras más importantes. En el período de la conquista Normanda York sólo tenía una sufragánea, la de Lindisfarne o Durham, pero tenía una especie de superioridad irregular sobre Worcester, debido al abuso que durante mucho tiempo había hecho el mismo arzobispo que mantenía amabas sedes bajo su mando. Sin duda que una gran parte de la poda y de los cambios que se ven en las delimitaciones de las antiguas diócesis sajonas deben atribuirse al efecto de las irrupciones danesas, también responsables de la decadencia del antiguo sistema monástico, aunque no hay que olvidar tampoco que alguna responsabilidad se debe atribuir a la relajada organización y a la indebida importancias de las influencias familiares en la sucesión de los superiores, que con frecuencia permitían que en los claustros las vida religiosa brillara por su ausencia. La “asignación” de tierras en los libros a estos pretendidos monasterios parece haber suido en los períodos tempranos un medio fraudulento conocido de evadir ciertos obligaciones a las que estaba sujeta la tierra. El sistema de “Dobles monasterios” que era el más frecuente, en el que los dos sexos residían aunque, naturalmente, en edificios separados, las monjas bajo la autoridad de la abadesa, no parece que haya sido aprobada nunca por la autoridad romana. No está claro si los ingleses tomaron esta institución de Irlanda o de Galia. Los ejemplos más conocidos son Whitby, Coldingham, Bardney, Wenlock, Repton, Ely, Wimborne y Barking.
Algunos de ellos son de puro origen celta; otros, por ejemplo Barking, fueron ciertamente fundados bajo la influencia romana. Solo en el caso de Coldingham hay pruebas directas de los graves escándalos resultantes. .Sin embargo, cuando, en el siglo nueve, después de la sumisión de los daneses, los monasterios comenzaron de nuevo a revivir, los monjes ingleses fueron a Fleury recientemente reformado por S. Odon de Cluny, y la tradición de Fleury se importó a Inglaterra. (Eng. Hist. Review, IX, 691 ss.).
En ese espíritu de Fleury, bajo la guía de S. Dunstan y S. Æthelwold, se animaron los centros de la vida monástica inglesa tales como Winchester, Worcester, Abingdon, Glastonbury, Eynsham, Ramsey, Peterborough y muchos más. Debemos recordar como explicación a los esfuerzos hechos en este tiempo para desalojar a los canónigos de las catedrales que estos canónigos que ya llevaban siglos eran los sucesores y algunas veces la progenie de monjes degenerados.
Se sentía como que se alzaba una voz cada vez más alta de todas las tradiciones sagradas para que se diera la restauración de un clero más digno y de observancia más estricta. Hasta en tiempos de la más grande corrupción, la autoridad eclesiástica nunca consintió del todo en el matrimonio de los sacerdotes anglosajones, aunque era la práctica más común. Por otra parte hay que recordar que la palabra preost (como opuesta a messe-preost) significa en si solamente clérigo de órdenes menores y consiguientemente la mención del hijo de un sacerdote no supone necesariamente una violación flagrante de los cánones.
En general, desde un punto de vista social se concedieron grandes privilegios al clero que la ley reconoció completamente. El sacerdote, o mass-thegn, disfrutaba de un alto wergeld (i.e. precio-hombre, una reclamación de una proporcionada compensación y un mayor mundbyrd, o derecho a protección. Era considerado como perteneciente a la baja nobleza (Thane) y el párroco, junto con el juez local y los cuatro mejores burgueses de cada población asitían al Consejo de Cien por derecho propio. Por otra parte, el clero y sus propiedades, al menos en tiempos algo posteriores, no estaban exentos de las caras públicas comunes a todos. Salvo en el caso de corsned, una forma de ordalía con pan bendito, los clérigos eran juzgados por los tribunales ordinarios y además el frithborh, u obligación de encontrar un fiador para las prendas entregadas para el mantenimiento de la paz que les obligaba como a todos los demás.
Observancias eclesiásticas.
La estrecha unión de la losa aspectos religiosos y sociales de la vida anglosajona se ven claramente en el sistema penitencial. Desde muy temprano aparecen los Códigos de penitencias por las ofensas morales, conocidos como Penitenciales y que se atribuyeron a nombres tan venerables como Teodoro, Beda y Egbert. La aplicación de estos códigos, al menos de una forma imperfecta, duró hasta la conquista y la penitencia pública impuesta a los ofensores parece haber tenido el mismo efecto que un sistema policial. Y muy relacionada con esto estaba la practica de confesarse con el párroco el martes de Carnaval o poco después. En os casos de ofensas públicas contra la moralidad, la reconciliación de posponía normalmente hasta Jueves Santo, al final de la Cuaresma y era un derecho reservado a los obispos. La confesión pudo ser relativamente infrecuente y con bastante probabilidad su necesidad solo se admitía en casos de pecados de carácter grave, pero es cierto que el secreto se respetaba en caso de pecados ocultos y que la absolución se daba en forma deprecativa.
La formula más moderna de la forma declarativa de absolución en Occidente es probablemente de origen anglosajón. Y la prueba de que la confesión era frecuente está en que el término comúnmente utilizado en anglosajón para llamar a un párroco era scriftscir (i.e. shrift shire, distrito de confesión). De la misma forma que ciertos días de ayuno y festivos, la obligación de confesar fue objeto de legislación seglar por el rey y su Witan (Consejo real). Otra obligación impuesta por la ley en el Witena gemot (Consejo de Sabios) era el Cyricsceat (i.e. impuestos de la iglesia). La naturaleza de este pago está clara pero parece haber consistido en frutas de las cosechas de semillas (Cf. Kemble, Saxons in England, II, 559). Aparentemente era distinta de los diezmos y probablemente más antiguo que la formación de las parroquias regulares (Baldwin Brown, Arts in Early Eng., I, 314-316). Los pagos de los diezmos del incremento se incluyó claramente en el sínodo legal celebrado en Cealchythe (Chelsea?) en 787 y la obligación fue confirmada en una ordenanza de Athelstan, 927.
El impuesto por las ánimas (Soul-shot; saul sceat), fue también un pago impuesto por sanción legal y parece que se debía pagar a la parroquia para que el donante fuera enterrado en el cementerio parroquial. La importancia que se le daba muestra lo íntimamente que estaban unido con los conceptos religiosos anglosajones el deber de rezar por los muertos. Ofrecer misas por los muertos se legisla en algunos de los más tempranos documentos de la Iglesia Inglesa que nos han llegado, es decir, en el “Penitencial de Teodoro El mismo deseo de obtener oraciones de los vivos por las almas de los que habían partido a otra vida se manifiesta igualmente en las palabras de las cartas sobre tierras y en los primeros monumentos de piedra.
La cruz erigida en Bewcastle en Cumberland alrededor de 671, en honor del rey de Northumbia Alchfrith, tiene una inscripción rúnica pidiendo oraciones por su alma. Las comunidades religiosas ya desde la primera mitad del siglo octavo se reunían en asociaciones con la finalidad de recitar el Psalterio y ofrecer misas por sus miembros fallecidos y este movimiento que se extendió ampliamente por Alemania y por el continente tuvo su origen en Inglaterra ( ver Ebner, Gebetsverbrüderungen, 30.)
Igualmente se formaron asociaciones entre los seglares cuyo principal objeto era asegurarse de las oraciones por las almas de sus miembros después de la muerte (Kemble, Saxond, I, 511).
Con el mismo propósito, en las exequias de los grandes, se distribuían comúnmente limosnas con alimentos y se manumitía a algunos esclavos.
Otra institución muchas veces mencionada en las leyes posteriores anglosajonas el “Penique de Pedro” ( Peter's-Pence, Rom-feoh, Rom-pennig). Aparece en una carta de León III (795-816) que el rey Offa de Mercia prometió enviar 365 mancusos anuales a Roma para el mantenimiento de los pobres y de las luces y Asser habla de un regalo similar a S. pedro de Ethelwulf, el padre del rey Alfred. No mucho después parece que tomó la forma de un impuesto regular pagado por el pueblo y enviado anualmente a Roma. Esta contribución voluntaria da testimonio sin duda de una íntima unión entre Inglaterra y la Santa Sede y esto se ve además de otras muchas formas. Beda dirige la atención a las constantes peregrinaciones desde Inglaterra a la Ciudad Santa y la abdicación de reyes como Cædwalla e Ine, que renuncian al trono para ir morir a Roma. Los generosos regalos de hombres como el abad Coelfrith que regaló al papa el magnífico manuscrito de Northumbria conocido ahora como “"Codex Amiatinus", que se conserva, así como el lenguaje empleado en varios sínodos ingleses, todo ello apunta en la misma dirección. Hasta contemporáneos continentales comentan el hecho y la "Gesta Abbatum Fontanellensium" (Saint Vandrille), escrita alrededor de 840, habla de “los ingleses siempre dedicados especialmente a la Sede Apostólica” (Hauck, Kirchengeschichte . Deutschlands, I, 457, 3ª ed.).
Tenemos buenas pruebas de la existencia en la Iglesia Anglosajona de todo el sistema sacramental actual, incluida la extremaunción, las órdenes sagradas y el matrimonio. La misa era el centro del culto religioso y el Santo Sacrificio se ofrecía privadamente, a veces hasta tres o cuatro veces en el mismo día por el mismo sacerdote, pero siempre ayunando. El intento de basarse en la autoridad de ciertas expresiones del abad Aelfric para demostrar que los anglosajones no creían en la presencia real es completamente ilusorio (Ver Bridgett, Hist. of Holy Eucharist, I, 119 ss.).
En estas materias de fe y de ritual Inglaterra no difiere sustancialmente del resto de la Cristiandad. El latín se usaba tanto en la liturgia como en las horas canónicas, Los libros eran los del servicio romano sin adiciones importantes de origen nativo o celta.
La principal influencia extranjera que puede discernirse es una semejanza con las observancias rituales del sur de Italia ( por ejemplo Nápoles) una peculiaridad de la que el obispo Edmundo y Dom Germain Morin han llamado la atención en muchas ocasiones. Probablemente se deba a que Adrian, abad de S. Agustín, en Canterbury, que llegó a Inglaterra en el séquito del arzobispo Teodoro, trajo consigo las tradiciones de Monte Cassino. Hasta el ritual de la coronación, que comenzaba en celta fue remodelado en tiempos de Eadgar (973) imitando las costumbres de la coronación del emperador de occidente (Robertson, Historical Essays, 203 sq.; Thurston, Coronation Ceremonial, 18 ss.). De ahí los interesantes detalles de la costumbre litúrgica, es decir la procesión por el cementerio el domingo de Ramos, el dramático diálogo junto a la sepultura en la víspera de Pascua de Resurrección, la bendición episcopal después del Pater Noster de la misa, la multiplicación de los prefacios las grandes antífonas de Adviento que comienzan por Oh! (Oh sapientia etc), la comunión de los laicos bajo ambas especies etc…que no eran exclusivos de Inglaterra aunque en algunos casos los primeros ejemplos conocidos son ingleses. Respecto a la veneración de los santos y de sus reliquias, ninguna iglesia estaba más lejos que la anglosajona de los principios de la Reforma. Las alabanzas de Nuestra Señora son cantadas por Aldhelm y Alcuino en latín, y por el poeta Cynewulf (c. 775) en Anglosajón, en brillantes versos. Un escritor anglicano (Church Quarterly Rev., XIV, 286) ha admitido francamente que la mariolatría no es producto muy moderno del romanismo –La Santísima Virgen no solo era Dei Genitrix y Vigo Virginum, sino que en una letanía inglesa del siglo décimo se dice de ella:
Sancta Regina Mundi, ora pro nobis;
Sancta Salvatrix Mundi, ora pro nobis;
Sancta Redemptrix Mundi, ora pro nobis."
Los cuerpos de los santos, por ejemplo el de S. Cuthbert, eran honrados reverentemente desde el principio, considerándolos como el más preciado de los tesoros. Además de las fiestas de Cristo y de Nuestra Señora, a lo largo del año se observaban las de varios santos, a los que se añadieron especialmente en el sínodo de 747 las fiestas d4 S- Gregorio y S. Agustín, los verdaderos apóstoles de Inglaterra. Más tarde la legislación civil determinó el número de tales fiestas y prescribió la abstención de trabajo servil Todas las fiestas de los Apóstoles tenían vigilias en las que se ayunaba. Los días de S. Pedro y S. Pablo tenían una octava.
Las ordalías, un una forma de juzgar “por el juicio de Dios”, aunque iban acompañadas de oraciones y se celebraban bajo la supervisión del clero no eran exactamente una institución eclesiástica y mucho menos eran peculiares de la iglesia anglosajona
Misiones.
Sobre las empresas misioneras de los anglosajones hay que buscar los relatos detallados bajo los nombres de los principales misioneros y de las tierras que evangelizaron. Baste decir aquí, en general, que la predicación de los monjes irlandeses, de los que S. Columbano fue el más conocido, en Europa central y occidental, fue continuada y eclipsada por los esfuerzos de los anglosajones, en particular por los de S. Willibrord de Northumbria y del sajón occidental Winfrith mejor conocido como S., Bonifacio, a quien una edad posterior le dio el nombre de apóstol de Alemania y que fueron apoyados por muchos seguidores como Lull, Willibald, Burchard y otros.
La obra de evangelización en Alemania se realizó en el siglo octavo y el esfuerzo que la coronó fue hecho por S. Willehad entre 772 y 789, en el norte, junto a las orillas del Elba y del Weser. A esta empresa misionera sumaron sus esfuerzos muchas mujeres inglesas, como las santas Walburg, Lioba, Tecla, y otras que fundaron comunidades de monjas y con ello hicieron mucho para educar y cristianizar a la juventud de su propio sexo. Un poco más tarde otro gran campo de misiones se abrió para los anglosajones en las tierras norteñas de Dinamarca y Escandinavia. S. Sigfrido abrió el camino bajo la protección del rey Olaf Tryggvesson, aunque el acceso al trono de Inglaterra del rey Canuto fue un factor importante en esta nueva empresa. Aunque no se conoce muy bien la historia de las misiones en Suecia y Noruega especialistas como Taranger y Freisen, han mostrado tanto por consideraciones lingüísticas como litúrgicas que la impresión de la iglesia anglosajona es reconocible en las instituciones cristianas del norte extremo.
Literatura y arte.
Tanto la literatura como el arte entre los anglosajones estuvieron íntimamente unidos al servicio de la Iglesia y debe casi toda la inspiración a sus ministros. En algo más de un siglo que precede a la terrible incursión vikinga de 974 se consiguió un progreso extraordinario. Aldhelm, Beda y Alcuino representaron el sello de calidad de la cultura en latín en el occidente cristiano de su tiempo y la literatura narrativa, en tanto en cuento podemos juzgar de la poesía que ha sobrevivido de Cædmon y Cynewulf (si el que éste es realmente el autor, como parece, de “Cristo” y “Sueño de la Cruz” – “Dream of the Rood”), de excelencia sin paralelo. Este alto nivel de las artes traído de Roma, especialmente siguieron manteniéndolo S. Wilfrid y S. Benedict Biscop. Nada hay tan notable y de bello diseño como la ornamentación lleno de belleza de las cruces de piedra de Northumbria de este período, es decir las de Bewcastle y Ruthwell.
Los manuscritos de la época que han sobrevivido no son menos maravillosos a su manera. Hemos hablado de la copia de la Biblia escrita en Jarrow y llevada a Roma por Ceolfrid como regalo para el papa. Otras dos auténticas reliquias son los Evangelios de Lindisfarne y la copia del Evangelio de S. Juan, que está en el Stonyhurst College, que se colocó en la tumba de S. Cuthbert al ser enterrado y allí fue descubierto. Pero todas esta eclosión cultural fue arrasada por los daneses.
Con el rey Alfredo hay señales de recuperación. Su propia prosa anglosajona, sobre todo traducciones, es conspicua por su gracia y libertad. La notable obra de arte conocida como la “joya de Alfredo”(Alfred jewel) manifiesta, justo con anillos y otros objetos de la misma época el alto grado de habilidad técnica en el trabajo de los orfebres.
En el siglo de la muerte de Alfredo encontramos también que este periodo de relativa paz y renacimiento religioso surge una admirable escuela de caligrafía e iluminación que parece tener su principal centro en Winchester. El libro de las Bendiciones de S. Æthelwold y el llamado Misal de Roberto de Jumièges son manuscritos famosos que deben ser considerados como típicos del período.
También en literatura observamos un gran desarrollo, con motivos de inspiración casi exclusivamente religiosos. Considerables colecciones de homilías han sido conservadas, muchas de ellas de estructura rítmica, lo que las conecta especialmente con nombres como Ælfric y Wulfstan.
Hay además muchos manuscritos que contienen traducciones, o al menos paráfrasis, de libros de las Escrituras. La última obra de Beda, como es bien sabido, consistió en traducir a su lengua nativa el evangelio de S. Juan, aunque no se ha conservado. Se transcribieron muchos textos latinos más comunes añadiendo unas glosas anglosajonas sobre cada palabra para ayuda de los estudiantes. Este fue el caso del famoso Evangelios de Lindisfarne, escritos e iluminados alrede4dor del 700, aunque la traducción interlinear anglosajona se añadió 250 años después. El manuscrito, uno de los tesoros del Museo Británico, también es notable por la belleza de sus ornamentos entrelazados. Esta forma de decoración, aunque derivada originalmente de los misioneros irlandeses que acompañaron a S. Aidan a Northumbria, pronto se convirtió en rasgo identificativos del arte anglosajón. Es igualmente conspicuo en las tallas de la piedra m( compárense las primeras cruces mencionadas arriba) como en la decoración de los manuscritos, sobreviviendo durante mocho tiempo aunque de forma modificada.
En el campo de la historia, de nuevo, poseemos la llamada “Crónica Anglosajona” que alcanza, en algunos de los manuscritos desde la conquista sajona hasta la mitad del siglo doce y es la más maravillosa crónica en lenguaje vernacular conocida de cualquier pueblo europeo, mientras que en "Beowulf" tenemos una transcripción comparativamente tardía de un poema teutónico pagano que tanto en inspiración como en el tema es anterior al siglo octavo.
Pero es imposible enumerar dentro de los estrechos límites los más importantes elementos de la rica literatura del período anglosajón. Tampoco podemos describir las muchas remodelaciones arquitectónicas,, sobre todo en iglesias, que sobreviven de antes de la Conquista y que , aunque son notables por su fuerza masiva, de ninguna manera carecen del sentido de belleza y carecen de agradable ornamentación. La antigua torre sajona del la iglesia de Earl Barton cerca de Northampton puede ser tomada como un ejemplo del resto.ç
Fuentes.
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Las conclusiones de LINGARD han sido discutidas en varios volúmenes por SOAMES desde un punto de vista extremista protestante.
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El texto de varios clásicos anglosajones hay que buscarlo en las ediciones de los autores separados o en obras colectivas como la de GRETN Bibliothek d. Angelsachs. Poesie, y WOLKER, Bibliothek d. Angelsachs. Prose. El Texto de las Rolls Series del la Crónica Anglosajona (ed. THORPE.) va acompañada de una traducción. Otras dos obras especialmente útiles son las de SWEET, the Oldest English Texts (early English Text Society, 1885); ROGER, L'enseignement des lettres classiques d'Ausone a Alcuin (Paris, 1905)), y MACGILLIVRAY, Christianity and the Vocabulary of Old English (Halle, 1902).
Arte, etc.
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Thurston, H. (1907).
Transcrito por Fred Dillenburg.
Traducido por Pedro Royo