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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Para servir a la Patria

De Enciclopedia Católica

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El concepto de patria

A doscientos tres años del nacimiento formal de la República del Perú en 1821 y próximos a cumplir, el 9 de diciembre de 2024, doscientos años de la batalla de Ayacucho, fecha en la que las tropas realistas fueron vencidas y consecuentemente, los españoles y partidarios del antiguo régimen se vieron obligadas a retirarse del Perú y guardar silencio ante la consolidación de la independencia del Perú y su nacimiento como República.

Sin embargo, en los más de los doscientos años transcurridos el Perú ha crecido en población, se ha insertado en la producción y mercado internacional, pero, no ha logrado constituir una nación y por consiguiente, tampoco un verdadero concepto de patria y su respectivo sentimiento patriótico; es decir, el Perú no ha logrado la madurez colectiva, quedándose en “proyecto”, “promesa”, o “país adolescente”. Mas, en la hora actual que estamos sumidos en un caos político y conceptual de grandes proporciones, de crecimiento preocupante de la informalidad e ilegalidad que llega al 70% de la población activa económicamente. Caos, violencia y el quiebre institucional que padecemos; situación que nos impide entender claramente como los ciudadanos le “servimos a la patria”, como reza el título de esta mesa redonda.

Por este motivo, me voy a permitir, siguiendo a Confucio lo siguiente: “…para que empiece a dominar el orden en las cabezas y los corazones de los hombres, es preciso, sobre todo que se llame a las cosas por su nombre simple y correcto; pues, no hay peor cosa entre los hombres que embrollar los nombres y los conceptos. Si los nombres no son correctos, las palabras no se ajustarán a lo que representan y, si las palabras no se ajustan a lo que representan, los asuntos no se realizarán” . [1]

Así tenemos que patria, de acuerdo con la RAE significa: “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”.

Ahora bien, “la palabra “patria” empieza a popularizarse –señala el autor de la Historia de la República del Perú– con carácter inofensivo entre los escritores del último tercio del siglo XVIII. También aumentan, en el Perú, periódicos y otros escritos que usan dentro del título la palabra peruano. Se trata de un crecimiento filantrópico en la atención hacia la realidad circundante, hacia el “aquí” y el “ahora” y no hacia el “allá” abstracto o vago o ultramarino…En las luchas que siguieron en 1822, 1823, 1824 la idea de patria pierde su sentido de aurora y de idilio. Algunos reniegan de ella. Otros, desplazan hacia el futuro el optimismo que, a principio, pareciera inmediato, taumatúrgico…En el Congreso Constituyente de 1822, Luna Pizarro, Sánchez Carrión y Mariátegui dicen en quechua: “…vosotros indios sois el primer objeto de nuestros cuidados. Vais a ser nobles, instruidos, propietarios y representaréis entre los hombres todo lo que es debido a vuestras virtudes” …Las consideraciones anteriores reflejan puntos de vista imbíbitos en el concepto mismo de Patria que mentes selectas abarcaron en su complejidad…En el Perú, más quizás que en otras partes de América, la idea de la Patria presentó, a pesar de todo, gran debilidad inicial” . [2]


Nacimiento de la República

A principios del siglo XIX se produjo en América Latina y en el Perú una convergencia entre los movimientos indígenas de liberación y el movimiento criollo de independencia –que había estallado en las diferentes colonias en contra de sus metrópolis (España, Portugal, Inglaterra y Francia)–. Eran los “nuevos vientos” y tiempos, frutos de la ilustración y el capitalismo que se imponían por ese entonces.

En estas circunstancias se produce la gesta de la independencia americana y en particular peruana, que logrará la ruptura política de los lazos con la metrópoli, pero este cambio no fue acompañado por una transformación de las estructuras internas de la sociedad forjados durante el periodo colonial. “El carácter colonial de la economía –señala Heraclio Bonilla– y de la sociedad hispanoamericana se mantuvo hasta más allá del ocaso del siglo XIX. Esta estructura colonial sirvió de base a una dominación de nuevo tipo, ejercida esta vez por Inglaterra, la potencia hegemónica del momento. Los nuevos tiempos hicieron posible que el neocolonialismo resultara de un juego de procesos y mecanismos esencialmente económicos, sin que fuera necesaria una vinculación política formal con la metrópoli”. [3]

La ausencia de una clase social que orientara y condujera el desarrollo de los procesos económicos y políticos de la nueva República de manera autónoma, permitió la presencia de los caudillos militares –únicos capaces de ejercer el poder político sustentado en las armas-, que gobernaron en función de sus intereses personales y de grupo mas no pensando en la sociedad o nación peruana, garantizando para sí grandes beneficios económicos al permitir la penetración comercial británica con grandes ventajas para el naciente imperio y la expoliación de la población rural y urbana mediante el aumento de impuestos.

Las diversas facciones en disputa por el poder y el control de las operaciones comerciales hacían la defensa de sus intereses en nombre de la “patria” y el “deber patriótico”, pero, no era fácil distinguir en ese periodo a quien iban dirigidas estas palabras; pues, en la naciente República, que luchaba con sus vecinos por delimitar sus fronteras, estaba y aún lo está poblada por diversas etnias que hablan idiomas distintos (castellano, quechua, aimara, entre otros), que no eran ni estaban integrados a un proyecto común.

Patria e intereses o deberes patrios, se referían a quienes estaban integrados a la cultura y el uso de la lengua española, “que en el caso del Perú automáticamente excluía a los indios –sostiene Heraclio Bonilla–, es decir a la mayoría de los residentes de un territorio que la Independencia convirtió en República del Perú. Por eso, los indios definidos durante la época colonial como una “república” aparte, con sus propias leyes, relaciones, y características, ligados a los criollos solamente por el hecho de compartir con ellos la condición de súbditos de la corona española, pasaron a ser ignorados en la nueva República, levantada sobre el modelo de la sociedad criolla” ; [4] así, no se puede negar que la República nace “fragmentada”, el más grave problema que va a afrontar a lo largo de su historia hasta nuestros días.

Ahora bien, uno de los grandes problemas y dilemas que enfrentaran los partícipes en el proceso de la Independencia del Perú fue qué tipo de gobierno deberían adoptar, surgiendo las diferencias insalvables entre José de San Martín y Simón Bolívar, este último más impetuoso, impositivo que llegó a gobernar el Perú de manera dictatorial, haciendo mucho daño a la estructura organizativa que había en el país, como herencia del Virreinato.

Por otro lado, los ilustrados y gestores ideológicos de la independencia se encontraron con el siguiente dilema: “¿Cómo construir una república de ciudadanos libres e iguales –tal como lo señala atinadamente Víctor Andrés Ponce– ante la ley sobre la base de una sociedad construida a partir de una república de españoles y una república de indios, tal como había acaecido en tres siglos de Virreinato? ¿Cómo “igualar” una sociedad partiendo de la desigualdad? En realidad, el dilema de los ilustrados de la independencia era el mismo dilema que afrontaron todas las revoluciones jacobinas colectivistas del siglo XX, las cuales, por supuesto, terminaron en fracasos estrepitosos” [5]

               Sin embargo, no se puede negar que cuando Don José de San Martín proclama el 28 de julio de 1821 la independencia del Perú fundó el Estado Peruano que tuvo y tiene la impresionante tarea de crear un orden nuevo, un nuevo principio de gobierno y de obediencia, respeto a las nuevas instituciones, creencia y confianza en las nuevas normas y forjar la esperanza de una vida próspera y armoniosa para todos cuantos conforman la nueva nación. 
            

Para tal fin creó uno de los símbolos patrios más importantes como es la bandera, cuyos colores son el rojo y el blanco. Símbolo, en el sentido que representa a todos y cada uno de los ciudadanos y miembros que constituyen la nación y comparten un mismo sentimiento en torno al cual se aglutinan férreamente, como es el amor a la patria, a la tierra donde hemos nacido y donde descansan nuestros ancestros y, donde queremos desarrollar todas nuestras capacidades y realizar nuestras expectativas y proyectos personales.

“Bandera, bendita seas –dice en oración Abraham Valdelomar–, porque en tus rojos pliegues está la sangre de mi sangre, la sangre de mis padres y la de mi madre, la sangre de mis abuelos, la sangre que por ti derramaron todas las generaciones. Bendita seas porque pensando en ti los niños nos haremos más buenos, porque viendo en extraña tierra tu imagen sentiremos el beso de la madre, el beso de la hermana, el afecto lejano y el bienestar distante. Bendita seas porque tú encarnas el ideal sobre la tierra, porque tú eres el ideal mismo hecho ala en el viento y pliegue bajo el azul del cielo; bendita seas ¡Oh bandera, ala de la Victoria! Allí donde haya luz y alma y amor y heroísmo y juventud y anhelo e ideal” . [6]

He ahí el profundo significado simbólico de la bandera dicho por un poeta de aquellos dotados por las musas divinas para expresar el sentir humano y el fervor simbólico de una colectividad.

Así el primer símbolo patrio fue creado por José de San Martín el 21 de octubre de 1820 y su diseño consistía en cuatro campos divididos por dos líneas diagonales. Meses más tarde, el marqués de Torre Tagle estableció una nueva bandera compuesta por tres franjas horizontales, pero por prestarse a confusión –en el diseño mas no en los colores– con la bandera española se propuso una nueva con franjas verticales, ésta fue establecida el 25 de febrero de 1825, según ley promulgada por Simón Bolívar y que representa al Perú hasta la fecha. En 1950, se establecieron sus proporciones definitivas: tres medidas de largo por dos de ancho.


La República de mediados y finales del siglo XIX

Desde 1821 hasta 1872, la República del Perú oscilará entre la anarquía y el caudillismo militar o militarismo. José de La Mar, elegido presidente del Perú en 1827 tendrá que afrontar problemas limítrofes en el frente externo y en el interno, la oposición que le harían Santa Cruz, Gamarra y La Fuente terminarán por derrocarlo en 1829. El general Agustín Gamarra asumirá el gobierno hasta 1833, sin lograr dar solución a los problemas pendientes que se agravarán al finalizar su periodo presidencial. Desde esas fechas por un periodo de doce años, José de Orbegoso, el general Pedro Bermúdez, Augusto Salaverry, Gamarra, Santa Cruz, Torrico, San Román, Vivanco y Echenique, se disputarán el poder en medio de una situación anárquica y caótica. Para finales del siglo XIX, la guerra con Chile entre 1879-1883, lo único que hizo fue agravar más nuestra crítica situación social, política y económica.

En estas primeras décadas, la lucha por hacer del Perú un país independiente y republicano fue conducida por criollos quienes asumieron el sistema de subordinación de lo indígena en su propio beneficio. “No se buscó constituir a la República sobre la base de la integración complementaria de dos pueblos o legados de nuestra nacionalidad –agrega José Matos Mar–, a fin de enfrentar el reto o desafío de construir una sociedad nueva en el espacio andino…Las consecuencias de este hecho, esbozado a grandes rasgos y que han sido tratados con detalle en los múltiples libros y ensayos que el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) ha publicado, siguen siendo una de las causas fundamentales de la crisis del Perú republicano: la ausencia de nación, de identidad” . [7]

Ausencia que se notó de manera dramática y trágica cuando el Perú se vio enfrentado con su vecino del sur, Chile. La falta de unidad, de liderazgo y corrupción social facilitaron la derrota en la Guerra del Pacífico entre 1789-1783. “La mano brutal de Chile despedazó nuestra carne y machacó nuestros huesos –denuncia enérgicamente Manuel González Prada en su Discurso en el Politeama, el 29 de Julio de 1888–; pero los verdaderos vencedores, las armas del enemigo, fueron nuestra ignorancia y nuestro espíritu de servidumbre… Por eso, cuando el más oscuro soldado del ejército invasor no tenía en sus labios más nombre que Chile, nosotros, desde el primer general hasta el último recluta, repetíamos el nombre de un caudillo, éramos siervos de la edad media que invocábamos el señor feudal. Indios de punas y serranías, mestizos de la costa, todos fuimos ignorantes y siervos; y no vencimos ni podíamos vencer…En esta obra de reconstitución y venganza no contemos con los hombres del pasado: los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutas de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores y frutas nuevas! ¡Los viejos, a la tumba, los jóvenes a la obra!” .[8]


La República desde el siglo XX a nuestros días

Transcurrido el siglo XX, la ciudadanía y el Estado peruanos no lograron consolidar un orden social que cohesionara a todos sus miembros en una nación, más bien se ahondaron las diferencias y la “fragmentación” de la República que creció numéricamente pero sin ciudadanos, una República dividida por los variables discursos o propuestas de solución que se habían esbozado desde los inicios del siglo XX, entre los que sobresalen el indigenismo –particularmente el propugnado por Luis Eduardo Valcárcel–; el positivismo –defendido y difundido ardorosamente en los artículos, discursos y escritos de Manuel González Prada–; el conservadurismo liberal –de corte aristocrático limeño esbozado por José De la Riva-Agüero y el de provincia, articulado por Víctor Andrés Belaúnde–; y, el marxismo –introducido y desarrollado en el Perú por José Carlos Mariátegui–, y, el aprismo –de inicios marxistas y que fuera cambiando al compás de su creador Víctor Raúl Haya de la Torre–; es decir, un crisol de ideologías e ideales políticos que en todo el siglo XX no lograron realizar sus proyectos y respectivas soluciones a los múltiples problemas que se iban acumulando en la “fragmentada” República que se disponía a vivir el nuevo milenio.

Sin embargo, de todas estas ideologías las que más tiempo han permanecido y permanecen en el “imaginario colectivo” son las del marxismo –en sus diversas variantes y sectas políticas– y el aprismo, que perdiera a fines del siglo XX a su indiscutible y maleable líder Víctor Raúl Haya de la Torre, quien de una juvenil e inicial rebeldía marxista terminó amoldándose al sistema que tanto había denostado años atrás.

Empero, el marxismo tuvo otro derrotero, supo sortear los “malos momentos” que vivió a la muerte del fundador del Partido Comunista del Perú, ocurrida en 1930 y logró difundir paciente y silenciosamente su fundamental enseñanza, el «odio de clase» entre la docencia y alumnado escolar y universitaria, y por supuesto, entre la clase obrera y el campesinado peruanos, convirtiéndose con el correr de los años en la ideología más predominante en el país en los últimos años de la década de los 60 del siglo pasado hasta el presente.

El predominio del marxismo en muchas áreas de la sociedad peruana y en particular en los círculos académicos como la historiografía, por ejemplo, “…no es una excepción: Cotler y Malpica han conseguido que sea un «lugar común» afirmar que la derecha ha sido despojada de intelectuales –afirma orgulloso y victorioso Alberto Flores Galindo, uno de sus conspicuos “catequizadores”–; probablemente sea una exageración, necesaria únicamente para subrayar la importancia cuantitativa de toda la producción en ciencias sociales tributaria del marxismo…los nuevos historiadores no tienen contra quien enfrentarse: encuentran una tierra abandonada y baldía. Aparecen como consecuencia de un receso, de manera que las posibilidades de la crítica y la polémica se han esfumado” . [9]

Y esta capacidad de intromisión y permeabilidad ideológica del marxismo le permitió infiltrarse en la Iglesia católica peruana –gracias a sus afinidades espirituales como el dogmatismo, intolerancia y sobre todo el mesianismo escatológico que el marxismo hereda del judeo-cristianismo–, siendo el sacerdote Gustavo Gutiérrez, creador de la Teología de la Liberación a fines de la década de los setenta del siglo pasado. “No se trata de elaborar una ideología justificadora de posturas ya tomadas…–afirma el predicador de los «pobres y olvidados» del mundo–, ni de forjar una Teología de la que se «deduzca» una acción política. Se trata de juzgar por la palabra del Señor, de pensar nuestra fe, de hacer más pleno nuestro amor…” . [10]

                       Para tales efectos y fines, Gustavo Gutiérrez, formado para predicar la palabra del Señor que enseñó el «amor al prójimo», apelará a toda retórica posible para unirla a la palabra mesiánica del predicador del «odio de clase» que nos conduzca, agrupados todos en la «lucha final…al paraíso de toda la humanidad», como reza la Internacional. 

Así se explica que afirme que, entre todos los estudiosos, Marx, destaca como el que ha «elaborado una ciencia de la historia» y ha indicado la ruta que nos «conduzca al socialismo, donde el hombre pueda vivir libre y humanamente» [11] . Aspiramos a la liberación no sólo económica-social sino espiritual, esa que nos lleve a la «quiebra de nuestro egoísmo y de toda estructura que nos mantenga en él…, que nos conduzca a la abertura a los otros». Mariátegui, presagió que, «sólo una praxis revolucionaria suficientemente vasta, rica e intensa, y con participación de hombres provenientes de diversos horizontes, puede crear las condiciones de una teoría fecunda…, y las condiciones comienzan a surgir y, sin perder en beligerancia y radicalidad, llevará sin duda a modificaciones mayores…la Iglesia y otros sectores han percibido que esa liberación pasa necesariamente por una ruptura con la situación actual, por una revolución social…, esperar en Cristo es, al mismo tiempo, creer en la aventura histórica, lo que abre un campo infinito de posibilidades al amor y la acción del cristiano» . [12]

Y efectivamente la «revolución social» se produjo, como la expresión más precisa del predominio de la ideología marxista en el Perú –presentada y defendida como la única que permitiría dar solución a los problemas de la sociedad y “fragmentada” República–, lo constituye el proceso revolucionario iniciado en octubre de 1968 por las Fuerzas Armadas lideradas por el General Juan Velasco Alvarado y otros militares de alta graduación –todos ellos formados en el CAEM bajo la tutela e influencia de intelectuales de tendencia marxista entre los que sobresalen Jorge Bravo Bresani, Julio Cotler, José Matos Mar, Carlos Delgado, Carlos Franco, entre otros; y, de manera particular, Augusto Salazar Bondy, el verdadero ideólogo de dicho proceso–, que emprendieron reformas de carácter marxista y que fueran interrumpidas en agosto de 1975, víctima del golpe de estado encabezado por el General Remigio Morales-Bermúdez, encaminado a desmontar sus reformas, sin que nadie saliera a defenderla. Resultado, un rotundo fracaso, el país, nuevamente se sumía en el caos y la crisis económica y política.

“Las reformas de Velasco no consiguieron iniciar la integración, pero habían creado las condiciones para una poderosa liberación de las energías retenidas en el mundo andino y en los sectores populares urbanos…El vacío de legislación y de gobierno que creció al mismo ritma del desborde popular –sentencia el autor de Desborde popular y crisis del Estado– hubo de ser llenado en forma acelerada por la actividad espontáneamente creadora de las masas. El desborde se convirtió en inundación. Lima y el Perú comenzaron a revelar un nuevo rostro” . [13]

Al finalizar la década de los 70 del siglo XX, el Partido Comunista, liderado por “Gonzalo”, inició una bacanal sanguinaria enarbolando la ideología y el programa político y presidiendo el partido que fundara José Carlos Mariátegui, manteniendo en vilo por más de una década al sistema económico-social y político vigente, defendiendo los principios más ortodoxos del Marxismo-Leninismo-Maoísmo y, convirtiéndose en el movimiento subversivo “mal letal del mundo”, como lo calificara acertadamente Simon Strong.

El movimiento subversivo fracasó por las atinadas medidas que tomaron las autoridades políticas del momento, y por el extremismo a ultranza –terrorismo como forma exclusiva de combatir–, y, escasa aceptación del campesinado del mundo andino, aferrado a sus creencias mítico-religiosas. Derrotado este movimiento subversivo de inspiración marxista –cuyas tesis centrales, en cualquiera de sus modalidades que se adopten para llevarlas a la práctica, han quedado refutadas y superadas–, en la sociedad peruana se tomaron medidas para reorganizarla dentro de los cauces burgueses-liberales y democráticos, siguiendo “otro sendero”, como lo llamara Hernando de Soto.

Indudablemente el Perú desde mediados del siglo XX hasta nuestros días, ha vivido grandes cambios socioeconómicos y políticos como resultado del «desborde popular» que tomó dimensiones de «huaico» que ha inundado y cambiado todas las esferas y expresiones culturales del país. “Se abre paso una nueva cultura peruana en formación. Sufre evidentemente la influencia de los contenidos de la cultura oficial –advierte José Matos Mar–, pero escapa ya de su control y gravita fuertemente hacia lo andino. Sus portadores son la masa urbana…El Perú oficial no podrá imponer otra vez sus condiciones. Deberá entrar en diálogo con las masas en desborde para favorecer la verdadera integración de sus instituciones emergentes en el Perú que surge. Pero, para esto, deberá aceptar los términos de la nueva formalidad que las masas tienen en proceso de elaboración espontánea. Solo en esas condiciones podrá constituirse la futura legitimidad del Estado y la autoridad de la nación” . [14]

Sin embargo, el Estado peruano y las élites políticas han hecho muy poco por resolver los serios problemas que históricamente arrastra la “fragmentada” República; problemas, que se han agudizado con los crecientes desafíos impuestos por la globalización imperante, partidarios del “paradigma Mammónico” del cual son partícipes burgueses-liberales y comunistas-dictatoriales.

Empero, pese a estos rotundos fracasos del marxismo, ellos siguen enarbolando sus banderas, difundiendo el «odio de clase» al que últimamente le han añadido el «odio de género» y proclamando la vigencia de la “utopía andina”; tal como confesara Alberto Flores Galindo, el historiador más sobresaliente de la escuela marxista –pocos meses antes de su muerte en marzo de 1990–: “… Insisto que mientras en muchos países latinoamericanos el socialismo ha sido destruido, aquí sigue vigente. Todavía. A pesar de estar arrinconado”.

¿Qué devendrá en el Perú en el siglo XXI?... ¿Quién sabe?, lo único cierto es que aún las repercusiones de lo vivido a fines del siglo XX nos acompañaran por mucho tiempo; más aún, porque a la falta de «consciencia histórica» y «empequeñecimiento espiritual» que denunciara Jorge Basadre, se suma, la «vergonzosa incultura» del contemporáneo pueblo peruano que, si persiste por ese derrotero, seguirá cavando su tumba.


¿Cómo servir a la patria en la hora actual

Servimos a la patria conociendo en primer lugar su historia, ser conscientes de sus problemas y coadyuvar a resolverlos, superando el anatopismo, como vicio que acompaña al colectivo peruano. “Anatopismo es la expresión –señala Víctor Andrés Belaúnde– que indica mejor el vicio radical de las aspiraciones colectivas. En la historia del Perú, el alma nacional o dormita, sin querer nada, o despierta para orientarse en el sentido de lo irrealizable o de lo equivocado. Es nuestra vida una sucesión de anatopismos” . [15]

Sin embargo, no nos refugiemos en el pasado para no afrontar el presente, éste que nos exige si es que queremos mantener nuestra viabilidad como nación, soluciones y disposición para enderezar todo aquello que anda torcido, reforzando el respeto a los valores morales, éticos y políticos que consolidan la vida en comunidad, en este caso, la de la nación peruana. De lo contrario, terminaremos repitiendo los siguientes versos:

  • “De tanto ver triunfar nulidades
  • de tanto ver prosperar la deshonra
  • de tanto ver crecer la injusticia
  • de tanto ver agigantarse los poderes en manos de los malos
  • el hombre llega a desanimarse de la virtud
  • a reírse de la honra
  • a tener vergüenza de ser honrado.”

(Rui Barbosa)

También podríamos terminar repitiendo las palabras de los libertadores de América. San Martín, por ejemplo, en el ocaso de su vida decía: “¿Para qué otorgar libertad a pueblos inmaduros capaces de ser dirigidos a su antojo por cuatro demagogos? Los hombres no viven de ilusiones sino de hechos, si en lugar de ser libre estoy oprimido, ¡libertad! Dele usted a un niño de dos años, para que juegue, un estuche de navajas de afeitar, y usted me contará los resultados. ¡Libertad! Para que todos los hombres honrados se vean atacados por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que los protejan, y si existen, se hacen ilusorias. ¡Libertad! Para que, si me dedico a cualquier género de industria, venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza fundada de dejar un bocado de pan a mis hijos. ¡Libertad! Para que me carguen de contribuciones, a fin de pagar los inmensos gastos asignados, porque a cuatro ambiciosos se les antoja, por vía de especulación, hacer una o más revoluciones. ¡Libertad! Para que sacrifique mis hijos a guerras civiles. ¡Libertad! Para verme expoliado el día menos pensado, sin forma de juicio, y tal vez, por una mera divergencia de opiniones. Maldita una y mil veces la tal libertad” . [16] Bolívar por su parte, escribió semanas antes de morir: “He mandado veinte años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1°, la América es ingobernable para nosotros; 2°, el que sirve en una revolución ara en el mar; 3°, la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; 4°, este país –refiriéndose a Venezuela- caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; 5°, devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; 6°, si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último periodo de la América.”.

Podemos también concluir ratificando las apreciaciones y conceptos que esbozara sobre nuestra nación el poeta de la juventud de las primeras décadas del siglo XX: “¡País desordenado y sin ideales! Acostumbrados estamos en algunos lugares del Perú, viviendo en un perpetuo engaño, a desdeñar toda manifestación de altivez y a mirar con desdén todo esfuerzo del espíritu. Con más interés asistimos a una función de títeres o de circo que a escuchar la música de Beethoven o la voz de un poeta. Más vale para los peruanos la pirueta de un payaso que las lágrimas de un artista y más nos impresiona un trapecio que una lira. Por eso, salvando muy raras épocas, el Perú ha sido una república de payasos, de monos y de títeres...El Perú es un país de hombres honrados que obedece a una bandada de pícaros y de ladrones. Mientras que esto continúe, no podemos tener la más lejana esperanza de formar una democracia. …Un país, señores, donde los partidos políticos son sociedades anónimas e irresponsables, establecidas para la explotación del presupuesto nacional; un país donde no existen las industrias y donde todos los hombres queremos vivir del Estado; un país donde cada uno es un indiferente o un verdugo de sus compatriotas... Pobre patria, abandonada y sola como una madre que tuviera hijos ingratos. Pobre patria, llena de heridas sangrantes, escarnecida y humillada, ella fue tan grande y magnífica, tan rica y feliz. Pobre patria mía, con qué irónicos ojos mirarás el día de tu aniversario, a los que van hasta ti para decirte libre, viéndote encadenada; para decirte fuerte, viéndote vencida; para cantarte himnos de triunfo y de victoria, cuando ante tu imagen dolorosa sólo se pueda llorar. Con qué ojos verás, patria de mi corazón, la farsa cruel e hiriente de tus hijos que se acercan a ti, para humillarte más con su alegría insensata. Mientras tú agonizas, tus hijos duermen o se divierten; mientras tú te extingues, ellos danzan una trágica orgía; mientras tú sangras, ellos riñen o se engañan. Pobre patria, con qué ojos habrás mirado a tus hijos cuando cantaban sin fe: “Somos libres”. “Somos libres”, gritan enronquecidos mientras tú te retuerces de dolor; pobre patria, ten piedad de los que no lloran por ti; ten piedad de los que han olvidado el noble sentido de tu himno glorioso: Somos libres, cuando en nuestra sierra hay esclavos y no hay escuelas; somos libres, cuando las conciencias se venden; somos libres, cuando nuestros compatriotas son expulsados como leprosos del mismo suelo que los vio nacer...No, nosotros no podemos decir que somos libres sin ruborizarnos. Nosotros no podemos decir que somos libres, porque nosotros no supimos castigar a los traidores del 79; ni a los que han robado tantas veces y en tan diversas épocas los dineros de la nación; ni a los que violaron las leyes y rompieron la constitución del Estado; no puede haber libertad ni democracia en un país donde se aprueban los malos actos de los hombres y se olvidan las virtudes de los buenos ciudadanos; donde se olvida a los héroes y se engrandece a los traidores o ladrones”. [17]

Para evitar caer en la desesperanza y reanimarnos para seguir luchando en la hora presente, recordemos las palabras de Don Manuel González Prada –en su homenaje a los caídos en la guerra del Pacífico, 15 de julio de 1890– la mejor manera de honrar la memoria de los hombres sacrificados por una idea, la de nación encarnada en su bandera, consiste en imitar su ejemplo, “no en lamentarse como plañideras ni rezar como cartujos. Nos haríamos dignos de Bolognesi y Grau, si en vez de limitarnos a enterrar montones de polvo y huesos, sepultáramos hoy todas nuestras miserias y todos nuestros vicios. Los vivos seríamos superiores a los muertos, si trazáramos una línea de luz y dijéramos: aquí termina un pasado de ignominias, aquí empieza un porvenir de regeneración. Más que recordar acciones mil veces recordadas, más que ensalzar nombres mil veces ensalzados, convendría pensar en estos momentos por qué caímos al abismo cuando podíamos estar de pie sobre la cumbre, por qué fuimos vencidos cuando teníamos derecho y obligación de vencer, por qué no marchamos hoy por el camino de la reivindicación y la venganza... Pero ¿a qué salpicar de lodo la cara de los vivos mientras cubrimos de flores la tumba de los muertos? Sepultemos con amor a los buenos que nos honran, dejemos en paz a los malos que nos envilecieron y nos envilecen” . [18]

Reivindiquemos el sentido de nación, patria y amor a sus símbolos, insistiendo en la educación en valores y respeto a la ley y tradiciones de nuestra comunidad; defendamos, por ejemplo, el valor de la bandera, que no sólo flamee orgullosa y hermosa en la parte más alta de nuestras instituciones públicas o de nuestras casas en los días de fiestas patrias, sino que lo que significa y representa esté muy dentro de nosotros y que cada pálpito de nuestro corazón emocionado nos recuerde el compromiso de fidelidad que tenemos con esta bendita bandera que no es otra cosa que el compromiso con esta bendita tierra o patria que nos vio nacer y, en la que debemos desarrollarnos y realizarnos como personas de bien y al final de la jornada ser recogidos por ella en su seno maternal –la pacha mama como la llamaban los andinos– para reposar por siempre.

Fernando Muñoz C.

                                                                                                                                                           U. de San Marcos                                        


UPC Congreso “Trasciende Bicentenario” X Edición Congreso Internacional “Somos libres, seámoslo siempre”


Para servir a la patria, en la hora actual

                                                                                                                Fernando Muñoz C.
                                                                                                                                                           U. de San Marcos