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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Bartolomé de las Casas

De Enciclopedia Católica

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Casaus).

Nacido en Sevilla, probablemente en 1474, muerto en Madrid, 1566. Su familia procedía de Francia y se estableció en Sevilla. Durante su juventud se llamaba a si mismo Casaus; cambió a Casas más tarde. Francisco Casaus o Casas, padre de Bartolomé había acompañado a Colón en su segundo viaje y trajo consigo un muchacho indio que puso a disposición de su hijo como sirviente.

Bartolomé estudio leyes en Salamanca, se licenció y gozó de buena fama como abogado. Los gobernadores españoles de las Antillas confiaban en él tras la partida de Colón, y el primero de esos gobernadores, Ovando, lo llevó a La Española en 1502. Ovando y su sucesor, Velázquez, se apoyaban, en más de un sentido, en el consejo de Las Casas, aunque éste no permaneció durante mucho tiempo como civil, ya que en 1510 le encontramos como sacerdote secular.

La condición de los indios, especialmente aquellos de la Antillas Mayores, no era satisfactoria. Los primeros colonos españoles en América no fueron elegidos entre los mejores de ellos, ni eran lo suficientemente numerosos para mejorar el país y sus recursos tan rápidamente como querían, de ahí que los indios fueron obligados a servir. Pero los de las Antillas no encajaban en el trabajo. Para ellos, la clase laboral la formaban las mujeres, no los hombres. Esto no lo sabían los españoles y como europeos no podían entenderlo. Ni entendieron que los indios estaban físicamente poco preparados para el trabajo manual, debido a su falta de entrenamiento. De ahí que los aborígenes resultaran sobreexplotados y en muchos casos tratados duramente, mientras las epidemias provenientes del Viejo Mundo reducían drásticamente la población.

Las Casas vio todo ésto y trató de prevenirlo con los medios que tenía, recibiendo, en los primeros años completo apoyo de los clérigos de América, y más aún en España, donde el cardenal Cisneros le apoyó siempre.

Al hacerse sacerdote, Las Casas ganó dos puntos importantes: casi completa libertad de expresión e independencia material. Como eclesiástico podía penetrar en casi todas partes y expresarse como quisiera.

La rápida desaparición de los indios en la Antillas causaba mucha preocupación en España y se temía que las colonias se arruinaran. Las Casas propuso un remedio: sugirió e insistió con su característica vehemencia que los nativos fueran puestos bajo control de la iglesia y separados del contacto con los laicos. La medida ya nada podía hacer por los que habían muerto y parecía ofrecer poco remedio a los que quedaban. Sin embargo, la Corona deseosa de asistir a los indios y muy favorablemente impresionada por las acciones filantrópicas de Las Casas, estaba dispuesta a que lo intentase. Se eligió la costa noreste de Sur América (Venezuela) y se envió allí a Las Casas en 1519 con abundantes medios para el experimento. Hay que decir, sin embargo, que cuando Las Casas llegó a España por segunda vez, en 1517, había hecho grandes esfuerzos para asegurarse de que los emigrantes a la Antillas fueran granjeros, pero no lo logró.

Por ese mismo tiempo se propuso otra nueva medida de ayuda: la importación de negros. Las Casas apoyaba esta medida. Cuando fue a Venezuela llevó consigo siete negros s como esclavos suyos personales y es cierto que recomendó la distribución de negros por la Antillas, permitiendo quinientos o seiscientos a cada isla.

Pero la acusación hecha contra Las Casas de introducir la esclavitud negra en América, es injusta. Ya desde 1505 se enviaban negros a la Antillas para trabajar en las minas. Después fueron importados repetidamente, pero sin su cooperación. Además, la esclavitud estaba entonces sancionada por la costumbre española y la ley. Pero el hecho de que tolerara la esclavitud de los negros, mientras que condenaba la de los indios nos parece una inconsistencia lógica. No se le ocurrió que la libertad personal de los negros, como de los indios, era sagrada y que en cuestión de civilización había pocas diferencias entre las dos razas. En un período posterior reconoció su error, pero la causa de los indios había absorbido tan completamente sus simpatías que ya no hizo nada por la raza negra.

El intento de llevar a delante su plan de educar a los indios aparte de los blancos resultó un fracaso desastroso, causado por los mismos indios. Después de establecer un puesto en Cumaná, Las Casas volvió para informar de lo que había hecho. Mientras tanto los aborígenes, viendo un gran edificio con materiales destinados para ser distribuidos entre ellos con el tiempo, se apropiaron a la fuerza de todo, incendiaron los edificios y después de matar a todos los europeos que no pudieron escapar, se internaron en la selva con el botín. Fue un duro golpe para el sacerdote pero en vez de sacar la verdadera lección de todo ello, echó la culpa a sus compatriotas, acusándoles de haber instigado a la catástrofe por mala voluntad hacia él y sus proyectos.

A partir de entonces la colonización del nuevo mundo se convirtió, para él, en una grave ofensa, hasta en pecado. Amargado en su espíritu, se unió a la orden dominicana y comenzó una fiera cruzada por lo que consideraba los derechos e intereses de los indios.

En su simpatía por los aborígenes americanos, Las Casas no estaba solo. Tenía de su parte, en principio, a los reyes y a los más influyentes hombres y mujeres de España. Era sinceramente admirado por su absoluta dedicación a la causa de la humanidad, con celo y actividad incansables.

Sobresalió entre los hombres de su tiempo por su personalidad excepcionalmente noble. Pero los más perspicaces de sus admiradores también vieron que era poco práctico y mientras le apoyaban razonablemente, no podían estar de acuerdo en los extremos que exigía perentoriamente. Su popularidad estropeó su carácter. Entre el clero, los jerónimos a quienes se había encargado la conversión y enseñanza de los nativos antillanos, eran sus seguidores más activos, y después de entrar en los dominicos, éstos también le apoyaban.

La conquista de Méjico puso a los españoles en contacto íntimo con los más numerosos y más cultos grupos de indígenas americanos. El grado de cultura y de educación social de estos grupos fue sobreestimada y se malinterpretaron los caracteres de estas gentes así como su organización social. Se representaban como muy civilizados y la coerción que acompañó a la conquista, aunque indispensable para los cambios que pondrían a los aborígenes en el camino del progreso, parecieron a muchos como arbitrarios y crueles.

Las Casas levantó enseguida el grito de condena. En 1522 tras el fracaso del plan de Cumaná, Las Casas se retiró a un convento dominico en la isla de Sto. Domingo, donde comenzó a escribir su voluminosa “Historia de las Indias". Su descripción de los primeros tiempos de la colonización española es terrible. Exageró el número de aborígenes que había en la isla en tiempos del descubrimiento y convirtió en acto de crueldad cualquier hecho que oliera a injusticia. El sentido común sobrio requiere la revisión de sus acusaciones. La vida que Las Casas había deseado llevar, no podía ser llevada, juzgando por sus desilusiones, por ningún hombre de su temperamento. Al mismo tiempo, las autoridades favorecieron las investigaciones sobre la condición de los indios, principalmente en las regiones recientemente ocupadas. El fue a Nicaragua en 1527 y en todas partes encontró abusos y siempre los pintó con colores negros, sin hacer concesiones a las condiciones locales y a la parte oscura del carácter de los indios. No entraba en su cabeza que los nativos, tras siglos de aislamientos fueran incapaces de entender la civilización europea. El vio en ellos únicamente víctimas de agresiones injustificables. Y dice mucho en favor de de la buena voluntad del gobierno español que no solamente toleraron sino que le animaron en los visionarios de Las Casas, que cada día era más y más agresivo.

Algunos de sus biógrafos han ampliado injustificablemente los propósitos de sus viajes. Se le atribuye en viaje a Perú para poner en práctica su misión filantrópica. La verdad es que Las Casas nunca tocó América del Sur, excepto en la costa norte. Sin embargo dirigió un memorial al rey, en términos violentos, sobre los asuntos peruanos, de los que no tenía ningún conocimiento personal.

La cuestión crítica era la del trabajo de los indios. La esclavitud se había abolido repetidamente, excepto en el caso de prisioneros de guerra y como castigo a la rebelión. La solución más racional parecía ser dejar que los indios fueran emancipados y a través de progresivo entrenamiento bajo la supervisión de los blancos para poco a poco ser iniciados en las maneras de la civilización europea. Este plan requería condiciones feudales y los Repartimientos y Encomiendas, mientras se abolía la esclavitud personal, sustituyéndola por una servidumbre agraria. Aunque no eliminaba la posibilidad de abusos individuales y oficiales, sin embargo los impedía de muchas maneras. Las Casas no estaba contento con una mejora que para él no era suficientemente radical. Continuó agitando las aguas y aunque no parece que fuera él quien dio forma a las Nuevas Leyes de indias (promulgadas en 1542) es cierto que su influencia estaba presente en el Gobierno, en el clero y en todas esas personas guiadas más por teorías humanitarias que por el conocimiento práctico del Nuevo Mundo querían copnseguir la emancipación completa, sin tener en cuenta las consecuencias para el establecimiento europeo. El fuerte apoyo que Las Casas encontró en España desacredita las acusaciones de tiranía que propalaban el mismo Las Casas y sus partidarios. Sus violentas denuncias no sólo eran injustas, sino extremadamente desagradecidas. A lo largo de su carrera nunca careció de los medios y la ayuda para llevar a cabo sus planes. Pero su vehemencia e injusticia le separaron más y más de aquellos que, aunque querían ayudar a los indios, tenían que reconocer que las reformas graduales y no la revolución repentina era la verdadera política.

Las “Nuevas Leyes” con sus complementos de 1543 y 1544 fueron una sorpresa y fuente de mucha preocupación, especialmente en América. No abolían la servidumbre pero la limitaban de tal manera que los primeros en establecerse (conquistadores) vieron en ellas la ruina completa y la pérdida de sus concesiones. Los territorios recientemente adquiridos pertenecían a la Corona. Aquellos que habían sufrido dificultades sin cuento y sacrificios para asegurar este nuevo continente para España, tenían el derecho de esperar compensaciones para ellos mismos y para sus descendientes. Esas esperanzas se veían ahora amenazadas con la desilusión y no solo eso sino que los indios obtuvieron tantos favores mientras duró el gobierno español en América, que se reprochaba justamente a la madre patria de que un nativo disfrutaba de más privilegios que un criollo. Una tormenta de indignación estalló en América contra el nuevo código y contra Las Casas como promotor. Por entonces el emperador Carlos V había propuesto a Las Casas para la sede episcopal de Cuzco en Perú, pero rehusó. Había declarado que él nunca aceptaría una puesto elevado. En el caso de El Cuzco no era tanto por modestia como por prudencia, porque en Perú su vida hubiera corrido peligro. Es cierto que después aceptó el obispado de Chiapas, en el sur de Méjico.

A pesar de su total fracaso en Venezuela, la Corona estaba dispuesta a volver a darle la oportunidad de aplicar sus métodos. Permaneció en Centroamérica, con intervalos, hasta 1539 diseminando sus puntos de vista y causando problemas por todas partes. Había sido recibido en Guatemala de forma muy amistosa por el obispo Marroquín, pero se volvió contra su benefactor porque, aunque estaba de acuerdo en cuanto a sus esfuerzas a favor de los nativos, estaba en desacuerdo en la forma de llevar a cabo. Poco a poco se enajenó la simpatía de los miembros más influyentes de su propia orden, como Fray Domingo de Betanzos. Algunos de los franciscanos, entre ellos el famoso Fray Toribio de Paredes (Motolinia) tomaron posiciones contra los métodos de La Casas. Oficiales e individuos privados, exasperados por la violencia de sus palabras, contestaron con la misma acrimonia acusándole de inconsistencia. Mientras él negaba la absolución a los que conservaban siervos, no dudaba en aprovecharse para su servicio personal sin compensarles. Se le atacó hasta en su caracter privado, injustamente, aunque hay que decir que Las Casas había hecho lo mismo con el obispo Marroquín.

Las leyes de Indias fueron gradualmente modificadas par permitir la protección necesaria de los nativos sin perjudicar demasiado los intereses de los colonizadores. Pero la amargura de Las Casas creció con la edad. En 1552 apareció en la imprenta su "Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias", un libro muy imprudente, claramente parcial, basado en testimonios con frecuencia poco creíbles y altamente pintorescos. El hecho de que un libro tan pasional y parcial obtuviera el permiso de las autoridades para ser publicado, indica la amplia tolerancia del gobierno español que más aun, continuó apoyando a Las Casas.

En 1555 se le concedió una pensión anual de 200.00 maravedíes y cinco años después se incrementó a 350.000 maravedíes. Desilusionado por el fracaso de sus extravagantes planes, pasó diez años en una relativa tranquilidad, muriendo en el convento de Atocha en Madrid con 93 años.

Las Casas fue un hombre de una gran pureza de vida y de nobles aspiraciones, pero sus convicción de que sus puntos de vista no tenían errores le hicieron intolerante para con los otros. Sin conocer demasiado el carácter de los indios, los idealizó, pero nunca tuvo tiempo de estudiarlos. Su conocimiento de ellos era bastante menos correcto que el de hombres como Motolinia. Tampoco era un misionero o un maestro, en sentido estricto. Entre 1520 y 1540 acompañó a algunos de sus hermanos dominicos a misiones, por ejemplo, a Honduras. Ocasionalmente visitaba ciertos distritos por la vida de constante sacrificio personal entre los aborígenes no era de su gusto. Con excepción de lo que escribió sobre los indios de las Antillas, en la "Historia de las Indias", ha dejado muy poco de valor para la etnología, ya que el abultado manuscrito titulado "Historia apologética" es tan polémico en su tono que inspira profunda desconfianza.

No hizo apenas nada para educar a los indios. El nombre de “Apóstol de los Indios”, que se le ha dado, no lo merecía, mientras había muchos hombres que se oponían a sus ideas que si lo merecían, pero no tenían ni el don ni la inclinación a al propaganda ruidosa en la que Las Casas tuvo tanto éxito.

Fue un eclesiástico durante 50 años, pero permanecía bajo el influjo de su educación como abogado. Su controversia con Juan Ginés de Sepúlveda sobre la cuestión india es una polémica entre dos jurisconsultos, adornada o cargada con fraseología teológica.

Las Casas no dejó contribuciones lingüísticas como las de Marroquín, Betanzos, Molina, y otros devotos sacerdotes. Pero fue un escritor prolífico aunque no toda su obra haya sido publicada. La "Historia apologética de las Indias", por ejemplo ha sido solo parcialmente impresa en "Documentos para la Historia de España" (Madrid, 1876). La "Historia de las Indias", el manuscrito que complete en 1561 apareció en la misma colección (1875 y 1876). Su obra más conocida "Brevísima Relacion de la Destruycion de las Indias" (Sevilla, 1552) circuló rápidamente fuera de España en varios idiomas europeos apareciendo en un momento en que todas las naciones que tenían navegación estaban celosas de las posesiones americanas de España y apostaban por hacer daño a su reputación ya por motivos religiosos, políticos y comerciales, con lo que este violento libelo proveniente de una fuente tan altamente considerada como Las Casas fue muy bien venido. Las traducciones latinas editadas en Frankfort, 1598, Oppenheim, 1614, Heidelberg, 1664; traducciones francesas en Amberes, 1579, Amsterdam, 1620 y 1698, Rouen, 1630, Lyón 1642, Paris, 1697 y 1822; Italiano de Venecia, 1630, 1643, y 1645. Una traducción alemana apareció en 1599; holandesa en Amsterdam en 1610, 1621, y 1663. Una versión inglesa: "A Relation of the first voyages and discoveries made by the Spaniards in America" (London, 1699). Muchos de los escritos de Las Casas han sido incluidos en la obra de J. A. Llorente: "Œuvres de Don Bartollomé de las Casas" (Paris, 1822).

Bibliografía

Una biografía o mejor un panegírico de Las Casas ha sido editado por QUINTANA en Vidas de Españoles célebres (Madrid, 1807). Ver también: YCAZBALCETA, Documentos para la Historia de México (Méjico, 1866), II, y Bibliografía Mejicana del Siglo XVI (Méjico, 1886). GOMARA, Historia general de las Indias (Zaragoza, 1522; Medina del Campo, 1553; Amberes, 1554; Zaragoza, 1555). A fuente muy importante aunque parcial, OVIEDO, Historia general y natural de las Indias (Madrid, 1850). Del principio de siglo diecisiete HERRERA, Historia de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra firme del Marocéano (Madrid, 1601-15; Amberes, 1728; Madrid, 1726-30). Interesantes datos biográficos en el libro de DIEGO GUTIEREZ DE SANTA CLARA, Historia de las Guerras civiles del Perú (Madrid, 1904), I.

Los biógrafos más extensos de Las Casas han sido dos monjes de su propia orden ANTONIO DE REMESAL, Historia general de las Indias occidentales, y particular de la gobernacion de Chiapas y Guatemala (Madrid, 1619, y con estilo diferente, 1620); AUGUSTIN DÁVILA Y PADILLA, Historia de la Fundación y Discurso de la Provincia de Santiago de México (Madrid, 1596; Bruselas, 1625). Finalmente la colección, Documentos inéditos de Indias, contiene muchos documentos sobre Las Casas o escritos por él.


AD. F. BANDELIER.


Transcrito por WGKofron, con agradecimiento a Fr. John Hilkert, Akron, Ohio.


Traducido por Pedro Royo


The Catholic Encyclopedia, Volume III. Published 1908. New York: Robert Appleton Company. Nihil Obstat, November 1, 1908. Remy Lafort, S.T.D., Censor. Imprimatur. +John Cardinal Farley, Archbishop of New York Copyright © 2007 by Kevin Knight. All rights reserved