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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Actus Purus (Acto puro)

De Enciclopedia Católica

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Término empleado en la filosofía escolástica para expresar la perfección absoluta de Dios. En todos los seres finitos encontramos actualidad y potencial, perfección e imperfección. La materia primordial, que es la base de la sustancia material, es potencial puro. Más aún, el cambio necesariamente supone un elemento potencial, pues es la transición de un estado potencial a uno de realidad, y las cosas materiales experimentan numerosos cambios en su sustancia, número, calidad, posición, actividad, etc. Los ángeles, siendo espíritus puros, no están sujetos a ninguno de estos cambios que dependen del principio material. Sin embargo, hay en ellos imperfección y potencial. Su existencia es contingente. Sus actos son sucesivos, y son distintos de la facultad de actuar. El hecho de que todas las cosas tengan en sí mismas algún potencial garantiza la conclusión que debe existir un ser, Dios, de quien el potencial está enteramente excluido, y quien, por lo tanto, no es más que actualidad y perfección, Actus Purus.


Es cierto que el estado de potencial precede dentro del mismo ser al de actualidad; antes de hacerse realidad, una perfección debe ser capaz de realizarse. Pero hablando en términos absolutos, actualidad precede a potencial. Pues a fin de cambiar, es necesario actuar sobre una cosa; el cambio y el potencial presuponen, por lo tanto, un ser que es in actu. Si esta actualidad está mezclada con potencial, presupone otra actualidad, y así, hasta que alcanzamos Actus Purus. De ahí que la existencia del movimiento (motus en terminología escolástica, cualquier cambio) apunta hacia la existencia de un motor primero e inamovible. La causalidad conduce a la concepción de Dios como la causa no producida. Los seres contingentes requieren un ser necesario. La limitada perfección de las criaturas postula la perfección ilimitada del Creador. La dirección de varias actividades hacia la realización de un orden en el universo manifiesta un plan y una inteligencia divina. Al proponernos dar cuenta completa de la serie de fenómenos en el mundo, es necesario colocar al principio de la serie si se la concibe finita en su duración o por encima de ésta –si se la concibe eterna una actualidad sin la cual no hay explicación posible. Así, en un extremo de la realidad encontramos la materia primordial. Potencial puro, sin perfección específica y poseedora, en virtud de esto, una cierta infinitud (una de indeterminación). Necesita completarse con una forma sustancial, pero no exige por sí misma alguna forma en lugar de otra. Al otro extremo está Dios, actualidad pura, enteramente determinada por el hecho mismo que Él es infinito en su perfección. Entre estos extremos están las realidades del mundo, con varios grados de potencial y actualidad.


Así pues, Dios no es algo ocurriendo, como en algunos sistemas panteísticos, ni es un ser cuyo potencial infinito que se desenvuelve gradualmente o evoluciona. Él es simultáneamente todo lo que Él puede ser, infinitamente real e infinitamente perfecto. Aquello que concebimos como Sus atributos y Sus operaciones, son en realidad idénticos a Su esencia, y Su esencia incluye esencialmente su existencia. Para todas las inteligencias excepto la Suya, Dios es incomprensible e indefinible. El acercamiento más próximo que podemos tener de definirlo es Actus Purus. Es el nombre que Dios se da: soy quien soy, es decir, soy la plenitud del ser y la perfección.

ARISTÓTELES, esp. "Metafísica", libro. XI (Berlín, ed. 1831); "Física", libros. VII, VIII; STO. TOMÁS, "Comentario, en lib. VII, VIII Física." Y en “lib. XII Metafísica." (XI de la ed. de Berlin); "Suma teológica", esp. P. I. QQ. ii, iii, iv, etc., "Contra Gent." L. I, c. xiii, xvi, etc.; PIAT, "Dieu et la nature d'apres Aristotle" en "Revue neo-scholastique", VIII, 1901, p. 167 (reproducido en su libro "Aristotle", L, II, c., ii París, 1903); WATSON, "The Metaphysic of Aristotle", IV-"The divine Reason", en "Philos. Rev." VII (1898), p. 341.

C.A. DUBRAY Trascrito por John Looby Traducido por Gabriel E. Breña Dedicado a Msr. Harold J. Martin, de Canton, NY