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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Armando Nieto Vélez S.J.

De Enciclopedia Católica

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Su lugar en la historiografía peruana

                                                                                               El nombre de Armando Nieto Vélez S.J. se inscribe en la historia de la historiografía peruana como el de uno de los más destacados representantes de la generación de historiadores del “medio siglo” (de acuerdo con la clasificación propuesta por César Pacheco Vélez), es decir, de aquel grupo de investigadores que inauguran su actividad historiográfica en la década de 1950.

En el tramo inicial de su brillante trayectoria como historiador, los méritos de Nieto fueron resaltados por su maestro, el Dr. José Agustín de la Puente Candamo, en el prólogo a su primer libro, en los términos siguientes:

“Este estudio sobre un aspecto del 'fidelismo' en el Perú ratifica esas notas de claridad y limpieza de estilo, rigor en el manejo de las fuentes, dominio de las normas técnicas de trabajo. Mas, sobre todo, la tesis de Nieto demuestra madurez en el enjuiciamiento histórico, habilidad para la síntesis y para el planteamiento genérico, que se apoya, sin desdén y con precisión, en el uso exacto de los datos.”

Las cualidades que desde ya se advertían en el joven investigador se verían ampliamente confirmadas en el ulterior ejercicio de la disciplina histórica. Hombre de Iglesia, historiador y maestro universitario, el P. Nieto es autor de una vasta y fecunda obra –contenida en libros, artículos, discursos y ponencias– que versa sobre diversos temas de nuestra historia. El fidelismo colonial, acontecimientos y figuras de la Emancipación, episodios y personajes de la Guerra del Pacífico, la acción evangelizadora en los siglos XVI-XVII, vidas de cristianos ejemplares en el Virreinato peruano, son algunos de los tópicos que aborda desde su singular visión de historiador y hombre de fe. El estudio de tal pluralidad temática se ve enriquecida en la obra de Nieto, además, por su condición de teólogo, filósofo y jurista.

Asimismo, destaca en su obra el abordaje que hace de problemas conectados con la teoría de la historia. En efecto, el padre Nieto ha orientado parte de su interés profesional a la divulgación de aspectos del conocimiento histórico, tales como la comprensión y el juicio histórico, la metodología de la enseñanza de la historia, el sentido de la historia, etc.

El núcleo del presente artículo está constituido por dos trabajos presentados para la asignatura “La Historia en el Perú”, impartida en la Escuela de Historia de la Universidad de San Marcos en el curso del año académico 1993. El primero consistió en una biobibliografía del historiador asignado, para cuya confección contamos con la invalorable contribución del padre Nieto, quien muy cordialmente nos recibió en la comunidad de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima (Miraflores) los días 16 y 31 de julio de 1993.

En ambas oportunidades, y, por espacio de varias horas, respondió a las preguntas que le formuláramos relacionadas a diferentes facetas de su larga trayectoria. Así, pudo ofrecemos un importante y valioso testimonio del ambiente universitario que le tocó vivir, de sus maestros, del trabajo en la investigación y de su ejercicio pastoral y docente. Para la realización de la segunda monografía, consistente en un balance teórico-crítico de la obra histórica de Nieto, acudimos a los principales títulos de su bibliografía, a los artículos dedicados a la teoría de la historia, y al propio autor, quien nuevamente nos concedió una entrevista el 29 de noviembre de 1993, la cual exploró varios aspectos de su oficio historiográfico.

De esta manera, procuramos delinear en las páginas que siguen los rasgos constitutivos del pensamiento histórico de quien es eminente historiógrafo y sacerdote católico.


=Vida y obra

Datos biográficos

1931 Octubre 31 Nace en Lima Armando Rafael Nieto Vélez, hijo de Manuel R. Nieto (Oficial de la Marina de Guerra del Perú) y de Rosa Vélez Picasso; descendientes ambos de ilustres familias moqueguanas.

1938-1948. Cursa estudios primarios y secundarios en el Colegio de La Inmaculada (Lima), institución educativa regentada por sacerdotes jesuitas.

1949-1955. Cursa estudios de Historia y Derecho en la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Entre sus profesores de Historia se encuentran: José Agustín de la Puente Candamo –quien ejerce considerable influencia en su inclinación por los estudios históricos– Guillermo Lohmann Villena, Raúl Porras Barrenechea, Luis Bedoya Reyes y Manuel Belaunde Guinassi.

En los cursos de Derecho tiene como profesores a: Ismael Bielich, Luis Echecopar García, Domingo García Rada, Aníbal Corvetto, el canónigo José Dammert Bellido. Resulta de gran valía en su formación de historiador el Seminario de Historia del Instituto Riva-Agüero, dirigido por el Dr. José Agustín de la Puente. Pertenece a la primera generación de historiadores formados en el Seminario, grupo en el que figura: Carlos Deustua Pimentel, César Pacheco Vélez, Pedro Rodríguez Crespo, José Antonio del Busto y Raúl Zamalloa.

1953. Es nombrado Jefe de Secretaría del Instituto Riva-Agüero, durante la dirección de Víctor Andrés Belaunde.

1955. Como miembro del Seminario de Historia del Instituto Riva-Agüero, conforma el grupo de trabajo sobre la Emancipación coordinado por José A. de la Puente, director del Seminario. Tiene a su cargo la investigación sobre el tema “La Época del Fidelismo”.

Septiembre. Se define su vocación religiosa, la cual abrigaba desde el inicio de sus estudios universitarios.

1956. Renuncia al cargo de Jefe de Secretaría del Instituto Riva-Agüero.

Abril 20. Opta el grado académico de Bachiller en Derecho y Ciencias Políticas, sustentando la tesis El derecho a la educación y la legislación peruana en el siglo XIX. Ésta fue aprobada por unanimidad.

Mayo 4. Obtiene el grado de Bachiller en Humanidades con la sustentación de la tesis Contribución a la historia del Fidelismo en el Perú, 1808-1810. Integran el jurado los catedráticos: José A. de la Puente, René Hooper, Onorio Ferrero, César Belaunde Guinassi y Carlos Radiccati, quienes la aprueban por unanimidad.

Mayo 18. Obtiene el título de abogado.

Mayo 23. Ingresa al noviciado de la Compañía de Jesús en Miraflores.

1956-1959. Formación eclesiástica en el Noviciado de San Estanislao de Kostka.

1959-1961. Cursa estudios de Filosofía en la Facultad de Filosofía de la Universidad Alcalá de Henares (Madrid). Allí obtiene el grado de Bachiller en Filosofía.

1961-1965. Estudia en la Facultad de Filosofía y Teología Sankt Georgen en Frankfurt am Main (Alemania Federal), donde obtiene la Licenciatura en Sagrada Teología.

1964 Agosto 28. Es ordenado sacerdote en la Catedral de Frankfurt am Main.

Agosto 30. Oficia su primera Misa Solemne en la iglesia parroquial de Hausen am Main.

1965 Septiembre. Viaja a España –luego de permanecer en París por espacio de un mes– para cumplir con la llamada Tercera Probación, que constituye la culminación de su formación jesuítica. Ejerce el ministerio sacerdotal en las ciudades de Murcia, Ciudad Real y Madrid.

1966 Junio. Retorna al Perú.

1966-1969. En cumplimiento con el reglamentario período de magisterio, dicta cursos de Latín, Griego e Historia del Perú a juniores y novicios en la Casa de Formación de la Compañía en Huachipa (Villa Kostka).

1967 Abril. Es nombrado profesor asociado en el programa de Letras y Ciencias Humanas (sección de Historia) de la Pontificia Universidad Católica.

1967-2011. En este claustro universitario regenta las cátedras de Filosofía de la historia, Teoría de la historia y Teología de la historia. Además, imparte los cursos de Metodología de la Historia, Historia del Perú IV (Emancipación), El Perú en los Tiempos Modernos.

1968. Miembro de la Sociedad Geográfica de Lima.

1969 Agosto/Diciembre. Enseña Historia de la Iglesia e Historia de la Filosofía en el Seminario Arquidiocesano de San Antonio Abad (Cusco).

Noviembre. Integra la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia en representación de la Asamblea Episcopal del Perú.

1970 Diciembre. Miembro correspondiente del Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú.

1970-2011. Catedrático de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Imparte los cursos de Historia de la Iglesia, Historia de la Iglesia en el Perú, Historia de las Ideas (Filosofía Moderna y Contemporánea) e Historia de la Filosofía Antigua y Medieval.

1971 Diciembre 20 .Es condecorado por el Supremo Gobierno con la “Orden al Mérito por Servicios Distinguidos” en el grado de Gran Oficial.

Miembro de Número del Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú. 1972 Diciembre 21 Miembro de Número del Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú.

1974. Miembro Correspondiente de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina.

1975 Febrero 12. Es promovido a la categoría de Profesor Principal del Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Junio 24. Miembro de Número del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú.

Junio 25. Nombrado Subdirector del Instituto Riva-Agüero por Resolución del Consejo Ejecutivo de la Pontificia Universidad Católica.

Miembro de Número de la Sociedad Bolivariana del Perú.

1976 Agosto. Miembro de la Directiva del Instituto Sanmartiniano del Perú.

1977. Asesor Histórico de la Secretaría de Defensa Nacional.

1978 Noviembre 18. Asume la Presidencia del Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú a la muerte del General Felipe de la Barra.

1979 Agosto 17. Electo Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia.

Octubre 4. Condecorado por la Marina de Guerra del Perú en el grado de Oficial, Distintivo Blanco, “por haber contribuido en forma excepcional al progreso y engrandecimiento de la Marina de Guerra del Perú”.

Octubre 26. Electo Miembro de Número del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas.

Noviembre 19. Incorporación a la Sociedad Peruana de Historia.

Diciembre 14. Incorporación a la Academia Nacional de la Historia.

1980 Abril 10. Elegido Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.

Diciembre 19. Reelecto Primer Vicepresidente del Centro de Estudios Histórico- Militares del Perú.

1981 Abril 14. Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de la Historia.

Mayo 6. Elegido Director del Instituto Riva-Agüero por un período de tres años por resolución del Consejo Ejecutivo de la Pontificia Universidad Católica del Perú (Resolución N° 2350/8l).

Miembro Correspondiente de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala.

1983 Enero 11. Miembro de la Comisión Nacional Peruana del V Centenario Descubrimiento-Encuentro de Dos Mundos.

1984 Octubre 25. Reelegido como Director del Instituto Riva-Agüero para el trienio 1984-1987 por los miembros del Instituto reunidos en Asamblea General.

1986. Elegido Miembro Correspondiente de la Academia Boliviana de la Historia. Miembro fundador y Vicepresidente del Instituto Peruano de Historia Eclesiástica con sede en Cusco. 1987 Nombrado Vicepresidente del Consejo Católico para la Cultura del Perú.

 Noviembre 26 Reelegido como Director del Instituto Riva-Agüero por un trienio por los miembros del Instituto reunidos en Asamblea General.

1988 Octubre 31 Nombrado Vicepostulador de la Causa de Beatificación del P. Francisco del Castillo por el Postulador General, P. Molinari. 1992-2003 Director de Estudios Teológicos de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. 2008 Enero 31 Electo Presidente de la Academia Nacional de la Historia. 2010 Junio 14 Asume la presidencia de la Academia Peruana de Historia Eclesiástica.

b) Principales obras

- Contribución a la Historia del Fidelismo en el Perú (1808-1810). Lima, Publicaciones del Instituto Riva-Agüero, 1960, 166 pp. - La Acción del Clero en Colección Documental de la Independencia del Perú, tomo XX. Dos volúmenes. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971-1972. - Antología de la Independencia del Perú. Edición preparada con Félix Denegri Luna y Alberto Tauro y la colaboración de Luis Durand Flórez. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972, 682 pp. - “Conflicto Peruano-Ecuatoriano, 1858-1859” en Historia Marítima del Perú, tomo VI. Lima, Ed. Ausonia, 1976, pp. 471-678. - Historia del Colegio de la Inmaculada, tomo I. Lima, Ed. Turística, 1978. - La Iglesia Católica en el Perú en Historia del Perú, tomo XI. Lima, Juan Mejía Baca, Editor, 1980, pp. 419-601. - La Primera Evangelización en el Perú. Hechos y Personajes. Lima, Asociación Vida y Espiritualidad, 1992, 160 pp. - Francisco del Castillo. El Apóstol de Lima. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1992, pp. 335. - “La Iglesia”, en Historia General del Perú, tomo V. Lima, Editorial Brasa, 1994, pp. 315-413.

II BALANCE CRÍTICO Y PERSPECTIVAS

a) Obra historiográfica

   La obra histórica de Armando Nieto Vélez se singulariza por el enfoque y análisis de múltiples procesos y hechos de nuestro pasado histórico, siendo, por lo general, tres los tópicos sobre los que más ha tratado su amplia producción: 

- La época del Fidelismo (1808-1810) - La Guerra del Pacífico (1879-1883) - La Iglesia católica en el Perú.

   Siendo alumno del Seminario de Historia en el Instituto Riva-Agüero durante la década del cincuenta, Nieto integró el grupo de trabajo sobre la Emancipación, teniendo a su cuidado la investigación sobre “La Época del Fidelismo”. Tal tema fue materia de su primera inmersión en la reconstrucción histórica, dirigida a elaborar su tesis para optar el grado de Bachiller en Letras y Humanidades el año de 1956. Ulteriormente fue publicada en forma de libro por el Instituto Riva-Agüero, y mereció el Premio de investigación “Luis Antonio Eguiguren”, otorgado por el Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú en 1960. 
   La investigación comprendió desde la abdicación de Fernando VII hasta la reacción del Virrey Abascal frente a los movimientos revolucionarios americanos. Para su realización, Nieto consultó un vasto manojo bibliográfico y documental, que incluyó textos inéditos.
   Las conclusiones a las que el autor arribó son las siguientes:

1. El virrey Abascal observó en todo momento una actitud de obediencia a las autoridades españolas que gobernaron en nombre de Fernando VII, siendo hostil –por otro lado– a las Juntas de Gobierno en América. 2. El carlotismo equivalió al deseo y a la opinión de que la Infanta Carlota Joaquina salvaguardara momentáneamente la quietud de los dominios americanos. 3. No hubo penetración efectiva en el Perú de agentes bonapartistas o afrancesados1.

   El libro de Nieto representa un estimable aporte en el estudio del fidelismo y de los antecedentes de la emancipación peruana, y, en palabras de José Agustín de la Puente, “puede figurar, con toda dignidad, en la historiografía precursora que inicia Vicuña Mackenna en el siglo XIX y que Jorge Guillermo Leguía, continúa e intensifica con entusiasmo en este siglo”2.  
   El segundo tema al que Nieto ha dirigido su atención es el de la Guerra del Pacífico, interés que se ha manifestado en numerosas conferencias pronunciadas en instituciones culturales e institutos armados –la mayor parte de las cuales se efectuaron entre los años 1979 y 1983, coincidentes con la conmemoración del primer centenario de tal suceso de hondas repercusiones en la historia patria– y también en artículos publicados en revistas especializadas, de divulgación y en diarios. Los aspectos que ha estudiado de la guerra son: la campaña naval, los factores psicosociales en la contienda militar, la Iglesia en 1879 y perfiles de héroes como Miguel Grau y Elías Aguirre. 
   Sin embargo, la más valiosa aportación de Nieto al conocimiento histórico se presenta en el área de la historia eclesiástica. En efecto, luego de su ordenación sacerdotal en Alemania, y ya de regreso en el Perú, Nieto comenzó la excusión por esta zona de la historia, indagando en los archivos de la Iglesia peruana y de su orden religiosa. El resultado de este interés y acuciosidad es una copiosa obra que comprende trabajos de envergadura; es el caso de La Iglesia católica en el Perú que integra la monumental Historia del Perú, editada por Juan Mejía Baca en1980. En los dieciséis capítulos que lo componen se registra diacrónicamente el extenso itinerario recorrido por la Iglesia en el país desde su establecimiento en 1532 hasta la realización del I Congreso Eucarístico Nacional en 1935. Tal obra representa un esfuerzo de síntesis histórica que, apoyado en un amplio repertorio bibliográfico y documental, luce precisión en el tratamiento de los hechos y un equilibrado y sereno juicio en la ponderación de los procesos e instituciones que se describen. 
   Debe precisarse que en el enfoque de cada uno de los temas que allí se exponen se aprecia la intención de Nieto por presentar los hechos en correspondencia con la mentalidad e idiosincrasia por entonces imperante, y la evaluación de ellos toma en consideración el marco histórico en que tuvieron presencia, evitando, de tal modo, cualquier extrapolación.
   En La Iglesia católica en el Perú, el sacerdote e historiador subraya la energía y la perseverancia puestas en práctica por los hombres de la Iglesia, quienes se encargaron de organizar el funcionamiento de la institución y de evangelizar a los pueblos nativos, así como la acción cultural ejercida por las órdenes religiosas y su labor benéfica y asistencial. Constata errores cometidos por miembros del clero durante la colonia, reflejados en el poco fervor y observancia religiosos; destaca, asimismo, deficiencias en la praxis católica, como lo manifiesta, por ejemplo, al explicar los signos característicos del panorama religioso en el Perú en la década de 1930: 

“... hay que señalar que el catolicismo peruano de esta época –a pesar de las claras enseñanzas de León XIII en la encíclica Rerum Novarum (1891) y de Pío XI en la Quadragesimo anno (1931)– no logró afrontar con decisión y coherencia, ni en la jerarquía ni en los laicos (fuera de notables excepciones) las grandes cuestiones económico-sociales. Nos ha faltado a los católicos de la primera mitad del siglo XX una sólida conciencia de los deberes sociales y ha predominado en cambio, en general, el divorcio entre la fe y la actuación de esa misma fe frente a los hombres, especialmente los más desfavorecidos, y a quienes el Evangelio da la preferencia.”3

   Para componer La Iglesia católica en el Perú, el padre Nieto consultó fuentes de diverso calibre. Entre las fuentes primarias pueden considerarse los documentos del Archivo General de Indias concernientes a las órdenes religiosas en el Perú y al funcionamiento de las doctrinas (parroquias) en el Virreinato peruano –gran parte de los cuales fueron publicados por Emilio Lisson Chávez en La Iglesia de España en el Perú–, y demás documentación oficial de los siglos coloniales y de la época republicana. 
   Una década después de su publicación, el trabajo, objeto de estas consideraciones, fue revisado por su autor. Los capítulos dedicados a la Iglesia durante el Virreinato fueron ampliados e integran la Historia General del Perú publicada por la Editorial Brasa en 1994, y cuyo plan de investigación dirigió el historiador José Antonio del Busto.
   Además, las pesquisas desarrolladas durante las últimas tres décadas sobre la historia de la evangelización en los tiempos virreinales han ampliado el estudio que Nieto concluyera en 1979, y ha sido materia de artículos y ponencias. Lo indicado hasta aquí pone de relieve los nuevos derroteros que las investigaciones de Nieto han abierto en la historiografía de la Iglesia peruana, convirtiéndose, con el cultivo de este género, en un continuador de la obra emprendida en el siglo XX por Rubén Vargas Ugarte SJ., de quien ocupa el asiento que le correspondiera en la Academia Nacional de la Historia. Esto último resulta de suyo significativo.
   Un aspecto de la historia de la Iglesia que ha merecido gran interés en la obra del P.

Nieto es el referido a la vida de cristianos peruanos elevados a los altares (hagiografía). En La Iglesia Católica en el Perú dedicó un capítulo al tratamiento escueto de la vida de las principales figuras de santidad en el Virreinato peruano. Aquellas páginas del libro de Nieto se nutrieron posteriormente con la redacción de artículos consagrados a algunos de nuestros santos, publicados en revistas especializadas, y que reunidos vieron la luz en el libro La Primera Evangelización en el Perú. En él encontramos semblanzas de: Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Juan Masías y Francisco del Castillo.

   Nieto ve en los santos a hombres comunes, pero que, poseídos de una honda fe religiosa y del deseo de continuar con la obra de Cristo, buscaron el bienestar del prójimo; califica su trayectoria como un “ejemplo de valor moral” que impele a los cristianos a seguir sus pasos. En palabras de Nieto, la vida de un santo debe enfocarse históricamente “como la vida de un hombre que por su trabajo, por su combate espiritual sobresalió y acogió la gracia de Dios y la llevó –como en la Parábola de los Talentos– a una culminación de fe y de caridad. La vida de un santo no es la vida de un súper hombre. Hay que mostrarlo tal como fue”4. Esto último alude a que el historiador  debe centrar su estudio en la comprensión del personaje, presentándolo con sus grandezas y limitaciones. 
   En ese sentido, considera que debe hacerse una crítica rigurosa –en el fondo y en la forma– de la hagiografía del siglo XVII que se muestra deficiente en la precisión

histórica y que no rescata la figura humana del santo, sino que más bien exalta sus lados maravillosos y legendarios, sin que esto signifique a priori descartar la posibilidad de hechos sobrenaturales en su vida. Este estilo hagiográfico debe ser entendido como el producto de una época y de una mentalidad. Y subraya que quien acometa la tarea de incursionar en este género de investigaciones tendrá necesariamente que formular una crítica a la hagiografía del barroco.

   Materia de uno los últimos libros del R.P. Armando Nieto es la figura del venerable Francisco del Castillo (1615-1673), jesuita limeño, apóstol de los esclavos, de quien  no sólo se ha convertido en su más calificado biógrafo, sino que, además, es Vicepostulador de la Causa de Beatificación desde 1988. La obra se titula Francisco del Castillo. El apóstol de Lima.
   El estudio biógráfico –tal como Nieto lo registra en la introducción– procura ser no sólo un trabajo que contribuya al beneficio de la orden religiosa a la que pertenece y

a la Postulación General de la Causa, sino también a la Iglesia peruana y a la tierra natal del “siervo de Dios”. Asimismo, en las notas proemiales, Nieto expone la razón de su estudio y las líneas directrices que lo han orientado:

    “Entre las normas que la Santa Sede ha establecido para la recta marcha de las Causas de Beatificación se halla la preparación de una biografía que, siguiendo los lineamentos historiográficos actuales en cuanto a heurística y crítica, refleje en lo posible la 'vida y actividad' de un siervo de Dios. Se exige, pues, la confección de un estudio orgánico que tenga en cuenta, además de las declaraciones de los testigos, la documentación y bibliografía existente; y describa con sencillez y objetividad el perfil humano del biografiado y su entorno.”5 
   En efecto, el estudio de Nieto se alinea con las directrices de trabajo de la moderna

hagiografía, que cuenta entre sus exponentes a Georg Schurhammer y James Brodrick; mostrando el retrato humano del P. Castillo, enmarcándolo en el escenario de su actividad: la Lima del siglo XVII.

   El interés de Nieto por la personalidad histórica del P. Castillo se funda en dos razones:

1. Perteneció a la Orden religiosa de la que es miembro: la Compañía de Jesús. 2. Fue un sacerdote profundamente interesado por los problemas sociales de su ciudad, destacando, en particular, su labor pastoral y de asistencia entre la población negra de Lima.

   Para confeccionar la biografía, Nieto ha consultado todas las fuentes inéditas e impresas disponibles referidas a Del Castillo. En su labor heurística ha visitado repositorios, tanto del Perú como del extranjero; éstos son: Archivo General de la Nación (Perú), Archivo Arzobispal de Lima, Archivo de la Postulación General de la Compañía de Jesús (Roma), Archivo Romano de la Compañía de Jesús y el Instituto Histórico de la Compañía de Jesús (Roma). También ha investigado la vasta bibliografía producida sobre el personaje. Por el manejo de la abundante documentación, la compulsa de las fuentes y el ejercicio de una historiografía crítica, el trabajo del P. Armando Nieto representa una notoria superación de las precedentes biografías de Del Castillo –como las escritas por José de Buendía S.J. (Madrid, 1693), Pedro García y Sanz (Roma, 1863) y Rubén Vargas Ugarte S.J. (Lima, 1946)– inaugurando, al propio tiempo, un nuevo modelo de hagiografía en las letras peruanas.

b) Armando Nieto y la historiografía en el Perú

   En cuanto al lugar que se le ha asignado a Armando Nieto en las corrientes de la historiografía nacional, haremos referencia a tres intentos de clasificación de los historiadores, concebidas desde diferentes pautas metodológicas:
   l. El historiador César Pacheco Vélez en el trabajo intitulado “La historiografía peruana contemporánea” sitúa a Nieto en lo que designa “la Generación del medio siglo”. Los miembros de dicha generación dan a la luz sus primeros escritos hacia la mitad de los años cincuenta, y en ellos surge la vocación por la disciplina histórica como una tarea profesional. Algo que caracteriza a los historiadores que conforman esta generación, es que al concluir sus estudios facultativos se les presenta la oportunidad de especializarse en el extranjero. La mayoría lo hace en España y un menor número de ellos en México, EE.UU. y Francia.
   Entre los rasgos salientes del entonces núcleo de noveles investigadores, Pacheco Vélez indica la preocupación marcada “por superar la historia tradicional narrativa, política y militar y aun la historia cultural, e incorporar rápidamente entre nosotros los métodos y el espíritu de trabajo de la historia económica y social, que predomina hoy en Francia sobre todo entre los discípulos y continuadores de Lucien Fébvre y en España en el grupo catalán que dirigió hasta su muerte Jaime Vicens Vives.”6
   Asimismo, señala entre las notas características de esa generación de historiadores, la predilección por la historia cultural, de las letras y de las ideas y por la historia económica y social, poniendo de relieve su preocupación “por presentar claramente el sentido vital de la historia y de su importante papel en un momento de interrogación y en encrucijada nacional”7 .
   Entre sus miembros figuran, de la Universidad de San Marcos: José Matos Mar,

Félix Álvarez Brun, Carlos Araníbar, Pablo Macera y Hugo Neyra; de la Universidad Católica y en especial del Instituto Riva-Agüero: Josefina Ramos de Cox, Armando Nieto Vélez S.J., Carlos Deustua, José Antonio del Busto, Pedro Rodríguez Crespo, Sara Hamann de Cisneros, Fanny Torero, Raúl Zamalloa y Héctor López; de la Universidad de Huamanga: Luis Guillermo Lumbreras y Fernando Silva Santisteban; de la Universidad de Huancayo: Waldemar Espinoza. Cita además a dos historiadores que por esos años realizaban sus investigaciones en España: Miguel Maticorena Estrada y Carlos Zevallos.

   2. Pablo Macera en “Explicaciones” ensaya una clasificación de los historiadores de acuerdo con la posición que éstos ocupan en la jerárquica estructura de clases de la sociedad peruana.
   De acuerdo con tal principio ordenador, Macera se propone explicar el desarrollo de la historiografía contemporánea conforme al desarrollo global de la sociedad peruana y, de manera particular, de sus clases. Este método, en opinión de Macera, no excluye al de las generaciones porque como él mismo lo explica: “... la Generación es la clase social –o fracción de clase– en un momento de su desarrollo y tal como actúa al nivel ideológico. No está constituida en este contexto por la totalidad de miembros de una clase sino únicamente por aquellos que dentro de ella desempeñan el papel de intelectuales orgánicos o funcionarios ideológicos suyos o que al menos se preparan para serlo”8. Es así que el autor emplea el concepto “Generación-Clase” en el análisis de la historiografía peruana. En esa perspectiva, Macera ubica a Armando Nieto en el grupo de historiadores nacidos en la década del treinta que pertenecen a una clase media acomodada. Allí mismo sitúa a otros alumnos de José Agustín de la Puente en Riva-Agüero: César Pacheco, Carlos Deustua, Javier Cheesman, José Antonio del Busto, Héctor López y Javier Tord.
   Afirma, además, que el Instituto Riva-Agüero representó en los cincuentas “un esfuerzo de renovación historiográfica derechista”9, según Macera, de la Puente tenía el propósito de “crear una cultura confesional, moderna y conservadora en la línea de Herrera y Riva-Agüero”10. Refiere que en aquellos años los historiadores de la primera promoción del Instituto Riva-Agüero ejercieron el liderazgo historiográfico, aunque no por mucho tiempo, puesto que, a mediados de la década del sesenta, la mayoría de ellos había abandonado la historia. Y añade que: “Su entusiasmo duró lo que había durado la seguridad de sus clases sociales [...]. Fuera de Nieto, que como jesuita obtuvo una poderosa cobertura, sólo perseveraron Pedro Rodríguez y José Antonio del Busto”11.
   3. El historiador y profesor sanmarquino Manuel Burga en su trabajo titulado Para qué aprender historia en el Perú, presenta los discursos históricos en el Perú y su  contenido. De acuerdo con la clasificación que propone, la obra de Nieto podría ser incluida en lo que designa “versión criolla de la historia nacional”, que comprende “desde la 'Sociedad Amantes del País' (Mercurio Peruano, fines del s. XVIII) hasta aproximadamente José de la Riva-Agüero, pasando por Raúl Porras Barrenechea, Luis A. Sánchez y Jorge Basadre, hasta llegar a los epígonos tardíos de este discurso histórico en la actualidad”12. Entre los rasgos de los representantes de este discurso histórico, Burga anota que “todos ellos se diferencian por sus orígenes sociales, sus ideas políticas, formación historiográfica y por su mayor o menor apego y compromiso con el Perú criollo republicano”13. Su visión de la historia del Perú postula la presencia de “numerosos aspectos negativos en el sistema colonial hispano, elogia la historia indígena, promueve un Perú mestizo y enfatiza la inevitabilidad absoluta de la aplicación de la cultura, ciencia y tecnología occidentales en el Perú”14.
   De lo expuesto se podría concluir que Armando Nieto pertenece a la corriente de la historiografía peruana agrupada en torno al Instituto Riva-Agüero, que se destaca por preconizar la visión peruanista de nuestra historia, historiografía que, tanto por su ideología como por los métodos y las técnicas que emplea, ha sido calificada por ciertos autores de tradicional o conservadora15.




III CONCEPCIÓN DE LA HISTORIA

a) Historia-conocimiento

   Armando Nieto concibe la historia en tanto conocimiento científico en los términos siguientes: 
  

“La Historia no es la mera transmisión de datos, sino la lección viva del amor patrio que nos hace vivir unidos a la comunidad humana. Queremos comprender el pasado, para comprender mejor el presente, para actuar mejor en el futuro.”16

   Según Nieto, la historia es ante todo comprensión y no sólo erudición. En este nivel, la historia debe procurar presentar a la sociedad tal como fue. No admite una historia desvinculada de la vida social, una historia que se reduzca únicamente a la confección de cuadros estadísticos, una historia, en suma, en la que el hombre no esté presente.
   La historia, por otro lado, debe privilegiar en su exposición “la anécdota ejemplar y aleccionadora”, más que los aspectos legales y estadísticas oficiales. El historiador no debe detenerse tanto en las grandes figuras de la historia, sino en el hombre “común y anónimo” (campesino, obrero, soldado...) que “con su sudor, con sus lágrimas y con su sangre, contribuyeron a construir la Peruanidad, la fisonomía física y moral del Perú que vivieron nuestros antepasados, que nosotros vivimos y que vivirán nuestros hijos”17. 
   Para Nieto Vélez, la historia es una realidad compleja. Opina que no puede entenderse la historia como el producto de un solo factor, puesto que la trama histórica es heterogénea. En la historia todo interviene. El verdadero historiador debe asignarle a cada ingrediente un coeficiente específico. Niega aquella historiografía que presenta la historia como el resultado único de la acción de los personajes, de las individualidades o, por el contrario, –como en el caso de la historiografía soviética de los años sesenta, a la que cita– como el producto único de la acción de las masas “que actúan guiadas no se sabe por quién”18. 
   Nieto revela que el onto histórico es una entidad compleja, en cuya gestación intervienen varios factores (lo social, lo económico, lo filosófico. lo religioso, etc.). El grado de significación de cada uno de éstos tiene que ser establecido por el historiador.
   En tal perspectiva, Nieto no cree en las leyes históricas inexorables. Por ejemplo, considera que lo económico en la historia es “decisivo”, si por ello se entiende “importante” o “significativo”. Señala que si por “decisivo” se concibe el factor de mayor importancia, lo económico no siempre lo es. Sobre este problema, opina: 

“Ni espiritualismo desencarnado, ni materialismo dialéctico. Fue Ortega y Gasset quien dijo acertadamente que Marx descubrió una rueda muy importante del vehículo de la historia Pero hay gente que cree que Marx descubri6 el carro entero.”19



b) Historia-devenir

   En cuanto a la historia como proceso, el padre Nieto sostiene: 
         “La Historia es el fluir de un río que, al pasar, va transformando el paisaje... La

Historia es una creación continuada, obra creadores. No es obra de fuerzas ciegas, de la suerte o de la casualidad. Es obra del Hombre cuya mente y corazón tienen una marca congénita e indeleble: él viene de Dios, y su camino va hacia una eternidad con Dios. Esta marca se percibe en medio de las glorias y las ignominias de los hombres que tocan y nos empujan.”20

   Así, nuestro historiador ve en la historia una continuidad, un desarrollo constante; sin saltos bruscos ni interrupciones. Al respecto, afirma: 

“La historia en sí es –como bien se ha definido– como un río de torrente continuo, del cual el historiador va sacando aquí y allá segmentos para su estudio. La historia misma es como el tiempo: un fluido continuo. Conspiran contra esta concepción de la historia como devenir, la historia entendida como épocas aisladas o como épocas autónomas que no se interpenetran unas con otras. Basadre decía que en el Perú no hay que considerar la historia como bloques irreconciliables (el prehispánico, el español, el republicano), porque todo se interpenetra.”21

   La consideración de etapas en la historia responde, en su opinión, a necesidades pedagógicas, didácticas. La periodización tiene un valor de tipo metodológico y funcional. En esa medida está de acuerdo con la periodización de la historia del Perú contenida en los manuales y textos escolares: la época prehispánica, la Conquista, el Virreinato, la Independencia y la República.

c) El sentido de la historia

   En un discurso de Orden pronunciado en el acto académico con motivo del XXV aniversario del Instituto Riva-Agüero, el R.P. Armando Nieto declaró en torno al sentido de la historia: 

“Por encima de las respuestas parciales, siempre insatisfactorias, y más allá de los tanteos titánicos pero infructuosos de las mejores mentes filosóficas se halla la Revelación, con la que participamos del juicio divino sobre las cosas. La Revelación actúa a manera de luz suprarracional, que ilumina las oscuridades del destino individual del hombre y de la orientación última de la humanidad.”22

   En los presupuestos de Armando Nieto alrededor del sentido de la historia –uno de los principales problemas de la reflexión filosófica– se destaca nítidamente la visión histórica de la filosofía providencialista. 
   Para el sacerdote jesuita y profesor universitario, la presencia de religiones politeístas en los pueblos del antiguo Oriente y Grecia y la ausencia de una divinidad suprema providente, impidió el nacimiento de una auténtica filosofía de la historia. Otro óbice para su aparición lo representó el mito de los círculos (mito del eterno retorno), que  niega la continuidad y el destino históricos. Observa que con el surgimiento del pueblo hebreo (mundo de la Sagrada Escritura) el panorama de la historia luce distinto, y florecen nuevas concepciones como consecuencia de “la intervención de un poder trascendente que se manifiesta al hombre”23. Es la sublimidad del Dios único (Yahvé), “ser personal y causa de de toda creación”24, lo que adjudica sentido al decurso histórico. 
   La Sagrada Escritura revela el fundamento de la teología de la historia: “La coexistencia de la divina causalidad universal con la libertad humana”25. En esta concepción, Nieto recoge lo expresado por San Agustín, quien intentaba conciliar la omnisciencia divina, tal como lo revela la Biblia, y la experiencia humana de la libertad, atributo del que Dios dota a los hombres y que configura el ser de nuestra humanidad. Acerca de esta visión de la historia, Nieto sustenta:  

“Yo no puedo dividirme, soy sacerdote católico. Creo que la historia es una conjunción de la libertad humana y los planes incognoscibles de Dios –no por incognoscibles menos reales–. No sabemos hacia donde nos va a llevar el curso de la historia; pero sabemos –y eso lo dice San Pablo claramente– que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios. Es una visión de fe”26.

   Sus ideas acerca de esta problemática ontológica estiman que el nacimiento de Jesús  pone de manifiesto la plenitud de la presencia divina en el seno de la historia. La presencia central de Jesús en la historia humana se manifiesta en el establecimiento de dos eras, testimonio de lo cual es la cronología que nos rige.

IV TEORÍA DEL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA

b) Teoría de la historia

   Acerca de la teoría que ha guiado sus pasos en el conocimiento histórico, Nieto refiere: 

“No pretendo adscribirme a ninguna teoría con nombre propio. Creo que en mi vida de historiador he procurado retratar el pasado a base de las fuentes que uno emplea. Utilizo la teoría de la historia que parte de que es imposible que el historiador reviva realmente lo que pasó. Tarde o temprano, el historiador exhibe sus preferencias, exhibe su formación. Por eso decía Benedetto Croce: 'Toda historia es historia contemporánea'”27.

   Sin embargo, el historiador debe prescindir en la valoración de los hechos de una señalada posición partidaria. “Tiene que registrar los hechos como acontecieron, en lo posible”28. Destaca ello porque siempre influye en la percepción del historiador el ingrediente social, familiar, ideológico y una orientación intelectual determinada. Desde su óptica, no cabe descalificar teoría de la historia alguna, en cuanto contribuya al conocimiento objetivo de la realidad histórica. Busca siempre reunir los elementos más positivos de las diferentes teorías, pues opina sobre el particular que de cada autor podemos extraer aportes.
   La existencia de diversidad de criterios en torno a la valoración de la historia, obedece a las distintas influencias intelectuales adquiridas por los historiadores en los años de su formación académica; por ello alienta la idea que admite el pleno respeto por todos los puntos de vista que representen una contribución estimable al estudio de la historia. Esta particularidad en la teoría de la historia que favorece Nieto, fue observada por Fred Bronner, historiador israelí y profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en su artículo intitulado “Los historiadores peruanos hoy” cuando escribe que la “propia sincrética filosófica [de Nieto] admite las más amplias interpretaciones 'dentro de los límites de lo lícito'”29. 
   Su concepción de la historia –tal como él mismo lo manifiesta– se halla influida considerablemente por el pensamiento del francés Henri-Irénee Marrou (1904-1977),  historiador y teórico de la historia, autor de obras como El conocimiento histórico y Teología de la Historia. En su visión de la historia del Perú, sus principales influencias han sido José de la Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaunde y Jorge Basadre.
   En relación con el trabajo de las fuentes, Nieto sostiene que el historiador en su tarea de investigación debe considerar todo tipo de fuentes, incluyendo las no documentales. No debe desdeñarse ninguna de ellas, porque toda fuente es material potencial para el acto de reconstrucción histórica. En este asunto, concuerda con las ideas de Marrou y de  los historiadores de la Escuela de Annales. Nieto manifiesta que, en su trabajo de investigación histórica, se sirve de todo tipo de documentación, incluso de aquella que, en primera instancia, pueda parecer desvinculada del tema que estudia.
   De otro lado, considera que la filosofía suministra al historiador un invalorable aporte en el ensanchamiento de su horizonte visual. En ese sentido, proporciona elementos valiosos para comprender al hombre, a la sociedad y al mundo que los circunda. La filosofía trasciende el terreno de la res gestae, aportando una proyección y un sentido a los hechos históricos, y en última instancia al devenir humano. Alrededor de ello, Nieto reflexiona:  

“Yo creo que mi condición de sacerdote me ha ayudado justamente por eso. Creo yo, humildemente, que la preparación que he recibido para pertenecer a la Compañía de Jesús me ha ayudado enormemente a abrir mi visión a otros campos (la psicología, la teología, etc.), a comprender debilidades; y esas cosas sirven a la hora de hacer el juicio histórico.”30

b) El juicio histórico

   En el pensamiento del P. Nieto se destacan sus reflexiones acerca del juicio histórico. A este respecto indica que la mayoría de autores que han abordado la filosofía de la historia admiten que la historia implica un juicio. El historiador debe rebasar la narración de los hechos y pronunciar un juicio. Sin embargo, este juicio no es definitivo; representa la valoración fundada en un profundo estudio de la materia, objeto de enjuiciamiento. Nieto establece una distinción entre el juicio histórico y el juicio moral: “Creo que este juicio [el moral] debemos dejárselo a Dios, y contentarnos con un juicio profesional...”, y añade: “... tenemos que penetrar en las razones que los hombres tuvieron para actuar así y no de otra manera, sabiendo que las razones no son  necesariamente la razón”31.
   Por otro lado, asegura que en el juicio participan tanto la objetividad como la subjetividad bien entendida, es decir, la capacidad para exponer y apreciar. Advierte que el historiador, en el acto de juzgar a los personajes del pasado, debe conducirse con prudencia. Recuerda que la formulación del juicio histórico no debe estar orientada por los modos de pensar y por la escala de valores actuales, pues, de lo contrario, se incurriría en la transposición de escalas de valores, lo que conduciría inevitablemente a equívocos y despropósitos. En ese sentido, enfatiza que los hechos tienen que ser analizados en el marco de su realidad histórica.
   Nieto Vélez no favorece una postura tendente a juzgar a los protagonistas del hecho histórico con el objetivo de absolverlos o condenarlos: “Estamos llamados a comprender y no a repartir diplomas o sentencias de pena capital contra los personajes”32. Sostiene que debe percibirse cómo aquéllos aplicarían en las circunstancias actuales, la fuerza del espíritu con la que lograron triunfar en el pasado. Debe aprenderse de los éxitos y fracasos del pasado para construir el presente.

c) Metodología de la enseñanza de la historia

   Nieto estima que la enseñanza de la historia no debe dirigirse al aprendizaje de datos y fechas concretas ni a la formación de alumnos eruditos, sino al conocimiento de nuestros orígenes, para que se logre entender nuestra identidad y se pueda programar nuestro futuro. Opina que la auténtica finalidad de la enseñanza de la historia es “formar, a través de la historia patria, hombres y mujeres que sepan integrarse desde ahora en una acción comunitaria”33. A través de la historia, un pueblo conoce su esencia de nación. Ahí radica la importancia que tiene la historia para el futuro ciudadano.
  Nuestro historiador desestima la enseñanza de la historia basada en el memorismo, en el aprendizaje de datos y fechas. Para evitar que las clases de historia se inclinen hacia el memorismo, plantea una enseñanza no centrada exclusivamente en la historia externa.   
  Al respecto, Nieto propone: 

“Hay que saber valorar estructuras más profundas y no limitarnos a los acontecimientos de tipo político o militar. A través de todo eso, hay que llegar a lo que está debajo; al país profundo, que no siempre coincide o se refleja en el país legal.”34

   En otro ángulo, destaca como cualidad del profesor de historia, la honradez: el dictado de sus clases debe ceñirse a “la escrupulosidad del dato exacto y la valoración serena”, prescindiendo de “todo apasionamiento que lleva a deprimir o exaltar –sin base para ello– a un personaje, a una institución, a una época”35
   A efectos de alcanzar una concepción más profunda de la historia y de su enseñanza, Nieto se apoya en algunas ideas del filósofo español Xavier Zubiri, de acuerdo a quien el hombre, mediante el diálogo establecido con las cosas, halla posibilidades que a través de su trayectoria se le van abriendo o cerrando. Es gracias al estudio de las posibilidades que podemos descubrir la relación que el pasado histórico mantiene con el presente. Esto no podríamos conseguirlo únicamente con un estudio filosófico y antropológico abstracto. Y afirma que: “El pasado gravita sobre el presente porque dejó, al desrealizarse, una serie de posibi1idades cuya actuación es tarea del presente”36.
   De tal modo, el pasado se conserva y se pierde; se conserva al dejarnos esas posibilidades, con las cuales podemos seguir hacia adelante. El futuro es una cuasi-creación porque las posibilidades para su realización están dadas en la actualidad.
   Aplicando estas reflexiones a la comprensión de la historia del Perú, Nieto sostiene que se debe enseñar la historia nacional con hechos históricos en los que estén presentes las posibilidades que al país se le han ido creando durante el Tahuantinsuyo, el Virreinato, la Emancipación y la República. Subraya, en particular, inculcar en el alumno “la convicción de la gran posibilidad que significó la Independencia”37. 
   Intentando un balance de nuestra historia, afirma que se puede concluir que “a pesar de todas las ocasiones desaprovechadas, la historia real del país nos ha abierto una gran esperanza hacia el futuro. Nosotros como profesores de historia debemos ser los mensajeros de esa esperanza y de ese optimismo”38. Y fijando la meta de la enseñanza de la historia, escribe: “Tenemos que formar en los alumnos la conciencia de la unidad de la historia del Perú y el concepto de continuidad nacional”39.
   Este objetivo no se cumple, la mayoría de las veces, debido a la división pedagógica que se practica de la materia y por la cual el Perú aparece “como comportamientos estancos, no sólo en el tiempo, sino en el espacio”40. Frente a este panorama, Nieto propone ampliar el horizonte pedagógico, para proporcionar una visión integral de la historia del Perú.


V VALORANDO EL V CENTENARIO DE LA PRIMERA EVANGELIZACIÓN


   En 1992 se conmemoró el acontecimiento que hace más de 500 marcó un punto de inflexión en la historia universal: el descubrimiento y la conquista de América. Entre los numerosos artículos que ponderaron este hecho se cuentan los escritos por el P. Nieto. El sacerdote e historiador advierte que en estos textos han predominado los juicios condenatorios de la presencia de España y Portugal en América y de la acción de la Iglesia. Nieto estima que tales publicaciones, en su mayoría, no presentan una visión objetiva y manifiestan, más bien, demasiados prejuicios ideológicos. En este grupo de artículos, hace mención al criterio adoptado por las instituciones indigenistas que proclamaron su disconformidad con la celebración del V Centenario, y por el contrario declararon que, en todo caso, esa fecha merecía un movimiento de réplica. 
   Refiriéndose a los criterios expuestos, Nieto arguye: 

“Las opiniones contrarias al V Centenario han llegado incluso a afirmar que la Iglesia, al predicar a Jesucristo, llevó a cabo un supuesto genocidio cultural. Es decir, se parte de la negación del derecho de presentar la fe, de dar testimonio de la fe en Jesucristo. Se trata de una mentalidad que, en nombre de una supuesta libertad, acusa a la Iglesia de dogmatismo porque no está de acuerdo con sus planteamientos”41.

   A renglón seguido, Nieto califica tales pronunciamientos de “exageraciones” en los que observa la carencia de objetividad en el tratamiento del aporte español. Plantea, además, que si en la campaña de extirpación idolátrica se suscitaron problemas en los métodos empleados, éstos deben ser observados, atendiendo al pensamiento de la época,  al contexto histórico en el que fueron ejercidos, y no lanzar desde la mentalidad contemporánea acusaciones inconsistentes.  
   Ello le indujo a redactar algunos artículos en los que, en contornos nítidos, enuncia su visión sobre el significado del Quinto Centenario y del sitial que en éste ocupa lo que la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano reunido en Puebla en 1979 designa con la expresión de “evangelización constituyente”. Estima que la conmemoración del V Centenario de la primera evangelización en América, significa la renovación en la Iglesia católica de la conciencia del don de la fe cristiana. En la empresa de evangelización se cumplió con el mandato de Cristo: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc.16, 15). Enfoca el tema en cuestión desde una doble perspectiva: el conocimiento de la historia es un factor de importancia en la adquisición de la identidad de un pueblo y también para ofrecer un mejor servicio a la Iglesia. 
   En el proceso formativo de la Iglesia en tierras americanas se observa la acción evangelizadora desplegada por personajes imbuidos de santidad a un conjunto de instituciones que implementaron una actividad cultural, benéfica, educativa y asistencial; pero también se perciben lados negativos como es la presencia de “intereses egoístas y defectos morales”. La evangelización –en opinión de Nieto Vélez– se presenta desde los primeros años de la conquista de América como “finalidad esencial”, que “ha marcado con su sello la evolución de los grupos humanos que habitan este continente. Por ello se puede hablar con razón del 'radical sustrato católico' de Hispanoamérica”42 . Los ingentes esfuerzos por irradiar el Evangelio en los siglos coloniales constituyeron un esfuerzo mancomunado del Estado español y la Iglesia, cuyo proceder se rigió de acuerdo con la institución denominada Regio Patronato Indiano. Ésta otorgó a la Corona española una participación activa en materia eclesiástica, lo que dio como resultado “luces” y “sombras” a lo largo del proceso. 
   La institución del Patronato es motivo de evaluación por parte del historiador jesuita:   

“Si bien la aplicación de la organización y los recursos estatales imprimió una tónica de vigor y eficacia a la obra evangelizadora, también es verdad que ésta apareció en dependencia y sujeción a los intereses de la Monarquía, que no siempre coincidan con los ideales de pureza evangélica en la transmisión y conservación de la fe.”43

   No obstante, la rápida propagación de los principios del cristianismo se hizo realidad  gracias al apoyo eficaz suministrado por la Corona. En el siglo XIX el Patronato se pone en ejecución no con el propósito de fomentar la tarea evangélica, sino como “instrumento del poder político”, y juzga de lo anterior que: “No siempre estuvieron los católicos a la altura de las exigencias morales e intelectuales de la época”44.
   Durante el régimen colonial, le cupo a la Iglesia la promoción de la cultura en América, la que abarca diversos aspectos, tales como la creación de centros educativos (universidades, colegios y escuelas), la elaboración de vocabularios, gramáticas y catecismos en lenguas aborígenes, con lo cual la Iglesia se convirtió en protectora del idioma nativo. Así también, le correspondió el papel de atenuar los abusos que se cometían con los indios y, además, logró dar un importante aporte al Derecho de la época. 
   Pese a la escasez de vocaciones religiosas en nuestros días, el P. Nieto hace notar que existe, entre las clases humildes de la población, la fe cristiana, expresada en una serie de manifestaciones de la religiosidad y de la cultura popular en Latinoamérica. A causa de la falta de atención pastoral y de otros factores, la religiosidad popular muestra “formas deformantes y excrecencias extrañas, sincretismos e ignorancias que una nueva evangelización está llamada a purificar con prudencia, respeto y cuidadoso discernimiento. Esta labor no puede desconocer la obra de la antigua evangelización”45.       
   Desde otro ángulo, Nieto propugna que la reflexión acerca de la primera acción evangelizadora debe considerar no sólo los episodios que la constituyen, sino el contexto cultural en que tuvo lugar. Por eso, el autor que nos ocupa, parte por enfocar la mentalidad de los españoles y los portugueses en el siglo XVI. Recuerda que la llamada “Reconquista española” asumió los caracteres de cruzada, y que esta mentalidad que anida a lo largo de aquellos siglos influye profundamente en la conquista íbera en el Nuevo Mundo. El español piensa que el hecho de instalarse en América responde a un acto de justicia divina, y ello tiene su correlato en el celo puesto por incrementar la presencia de la Iglesia en el continente. Tras esta precisión, Nieto escribe: 

“A partir de la consideración de la mentalidad de la época, no parece exacta ni justa la idea que a veces se lee de que la cristianización de América fue una coartada hipócrita de los reyes de España para justificar el despojo de las riquezas de nuestro continente. Es verdad que hubo abusos, hubo despojos, hubo opresión; pero afirmar que la cristianización fue una empresa de tipo 'coartada' no responde a los hechos. En el empeño de la cristianización hubo sinceridad y hubo también efectividad”46.

   La penetración del Evangelio se manifiesta en lo que hoy es la Iglesia latinoamericana, factor fundamental en la nueva cultura mestiza en Iberoamérica. Desde las primeras actividades de evangelización, los misioneros se dedicaron a estudiar sistemáticamente las lenguas y las costumbres de los naturales para hacer más efectiva su labor misional. Para Nieto, la inculturación comporta una simbiosis: la cristianización de los indios y la indianización de los clérigos. Informa, asimismo, que la evangelización ofrecía dos caminos: hacer tabula rasa de las creencias y los cultos del aborigen, o mantener una actitud permisiva con las expresiones nativas, mientras éstas no fuesen incompatibles con los principios de las enseñanzas bíblicas. Este segundo camino fue el señalado por el P. José de Acosta S.J. en la obra De Procuranda Indorum Salute. Lo referido demuestra que cada vez se presentaba con mayor apremio el diálogo entre la fe cristiana y las religiones nativas, diálogo que no siempre se entabló y llevó a término de modo satisfactorio.
   Armando Nieto subraya la importancia de tener en cuenta hoy que la fe de Cristo ha echado raíces profundas en el continente, lo que hace patente la endeble opinión de José

Carlos Mariátegui, quien sostenía que la religión era sólo un “barniz superficial” de los pueblos americanos, y citando a Juan Pablo II considera que el proceso evangelizador americano, a la luz de los frutos de santidad y de fe, ostenta más “luces” que “sombras”.

VI A MODO DE CONCLUSIÓN

   La producción historiográfica de Armando Nieto Vélez S.J. exhibe rigor científico en el tratamiento de la documentación, evidenciándose en ella esmero en la aplicación de técnicas de investigación; se observa, además, mesura y ecuanimidad en la apreciación histórica, precisión en el manejo de los datos y el empleo de una prosa cultivada y de fácil acceso.
   En el pensamiento histórico de Nieto se aprecia con nitidez su amplitud gnoseológica en la aprehensión del componente histórico, que se manifiesta en la aceptación que hace de las distintas líneas de interpretación, en la medida que proporcionan elementos válidos en el conocimiento y la comprensión de la historia.
   De otra parte, Nieto enlaza a sus ideas sobre la historia-devenir, su visión del sentido de la historia, en que postula una filosofía providencialista en concordancia con la religión católica que profesa y representa. Aquí se observa cómo la experiencia vital de Nieto, además de impregnar su concepción de la historia, ha orientado la elección de temas en sus indagaciones históricas, tales como la historia eclesiástica y las vidas de santos, áreas en las que ha dado su mayor aporte a la historiografía peruana, y que le convierten en uno de nuestros más insignes historiadores.

BIBLIOGRAFÍA

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