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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Ambiente y Juan Pablo II

De Enciclopedia Católica

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JORNADA MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LA OFICINA EUROPEA DE MEDIO AMBIENTE

7 de junio de 1996


Queridos amigos:


1. Me alegra acogeros con ocasión del encuentro de delegados de las Organizaciones no gubernamentales de Europa y de la cuenca mediterránea sobre el tema de la reforma fiscal y del medio ambiente, que se celebra en Roma. Saludo cordialmente al señor Armando Montanari, presidente de la Oficina europea del medio ambiente, a quien agradezco sus amables palabras, y al señor Raymond Van Ermen, secretario general.

En el momento en que celebramos la Jornada mundial del medio ambiente, en la perspectiva de la Conferencia de las Naciones Unidas Hábitat II, que tiene lugar actualmente en Estambul, vuestra reflexión se centra en la revisión de las cuestiones que conciernen al desarrollo humano duradero y al diálogo interreligioso en la cuenca mediterránea.

2. Como dile con ocasión de la Conferencia de Río de Janeiro sobre el medio ambiente y el desarrollo, hace cuatro años, el hombre contemporáneo se siente impulsado a plantear una cuestión fundamental, que puede definirse ética y, a la vez ecológica. ¿Cómo puede evitarse que el desarrollo acelerado se vuelva contra el hombre? ¿Cómo prevenir las catástrofes que destruyen el medio ambiente, amenazando así toda forma de vida? y ¿cómo solucionar los efectos negativos que ya se han producido?

La Iglesia católica está atenta a la conservación y a la protección del medio ambiente, así como a los problemas que conciernen al desarrollo, según su propia perspectiva antropológica, compartida por los hombres de buena voluntad y por las nobles tradiciones religiosas. Tanto el medio ambiente como el desarrollo se relacionan con la persona humana, centro de la creación. Además, las decisiones económicas y políticas en materia de medio ambiente han de tomarse para servir a las personas y a los pueblos.

El hombre está llamado a cultivar y dominar la tierra que Dios le ha confiado; entre las criaturas, el hombre es el único ser responsable de las consecuencias de su acción, no sólo ante sí mismo, sino también ante las generaciones futuras, a las que hay que preparar un mundo habitable. Nadie puede apropiarse de los bienes de la tierra. Como decía san Ambrosio de Milán, «la fecundidad de toda la tierra debe ser la fertilidad para todos» (De Nabuthe 7, 33).

3. En el campo social, esta verdad debe traducirse en la firme voluntad de vivir y obrar de modo solidario con sus hermanos, con vistas al bien común. No es posible que una persona o un grupo determine sus propias exigencias con respecto al medio ambiente, ignorando al resto de la humanidad. En efecto, hoy es cada vez más evidente que la actitud ante la naturaleza tiene consecuencias para toda nuestra tierra. Educar en la solidaridad internacional y en el respeto al medio ambiente es hoy una necesidad urgente.

Hoy más que nunca, los hombres, de forma individual o colectiva, son responsables del futuro del planeta, para la gloria de Dios y el bien de la creación. No se puede menos de apreciar la toma de conciencia de las autoridades civiles locales, nacionales e internacionales en esta materia, así como su preocupación por dialogar y colaborar en la formación de un medio ambiente rural y urbano verdaderamente habitable, sin descuidar la preservación de los espacios necesarios para las familias, para los lugares de culto y para la formación humana. Espero que los participantes en la Conferencia Hábitat II encuentren respuestas apropiadas para garantizar las necesidades materiales fundamentales de los hombres, pero sin olvidar las dimensiones cultural y espiritual. Conviene favorecer la creatividad y el sentido de solidaridad y de responsabilidad, para realizar espacios de vida donde los hombres, los niños y las familias puedan dar lo mejor de sí mismos, porque, para su bienestar y su desarrollo, el ser humano está profundamente marcado por su hábitat.

4. Con este espíritu, os aliento a proseguir el servicio que prestáis a vuestros contemporáneos, para que el mundo tenga una dimensión cada vez más humana, esperando que el éxito corone vuestras reuniones. A todos vosotros, a vuestros colaboradores y a vuestros seres queridos, imparto complacido la bendición apostólica.