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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Credo de Nicea: La Fe como preámbulo

De Enciclopedia Católica

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San Cirilo de Aljeandría
El Símbolo de los Apóstoles expresa la fe de las Iglesias cristianas. Aparece alrededor de 170 después de Cristo. Sus diferentes versiones comienzan invariablemente por una afirmación de fe, individual (Credo) o colectiva (Credimus): creo, creemos. Ninguna contradicción: el bautizado cree en el misterio de Cristo en tanto que miembro de la Iglesia, gracias a ella, a causa de su testimonio; mucho antes, San Agustín, podía decir: sin la Iglesia, no creería en el Evangelio”[1].
Bautismo según el rito oriental.Cirilo de Jerusalén, precisamente, nos describe claramente las características de esta fe de la Iglesia en la que participa la fe de cada creyente bautizado
La primera palabra del Símbolo, Credimus, supone ya la última, especialmente en su formulación agustiniana y africana[2]: per sanctam Ecclesiam catholicam: la Iglesia particular cree, a través de la Iglesia universal, por medio de ella, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu.
Para Cirilo, la fe dogmática es aquella por la cual el alma “da su asentimiento sobre tal verdad” (por ejemplo que Jesucristo es señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, Rm 10, 9)
Mucho antes que Agustín, en Cirilo de Jerusalén, a partir de 348, remarcamos el nexo entre profesión de fe de la Iglesia particular – “creemos” y su objeto: “la Iglesia universal”: “creemos […] en una sola santa Iglesia católica”. Dicho de otra manera; nosotros, que escuchamos unos frente a otros nuestras profesiones de fe, vemos con “los ojos de la fe” lo que nuestros sentidos no nos permiten ver o escuchar: la fe de la Iglesia universal, esta Iglesia que condiciona todas las Iglesias particulares.
Esta fe dogmática puesta en la divinidad y en la Resurrección de Cristo por Dios: retiene la fórmula paulina: “si crees que Dios ha resucitado a cristo de entre los muertos” (fue así que fue constituido Señor). Para Cirilo, esta fe pascual prolonga y actualiza la de Abrahán, quien ofrece a Dios a su único hijo, creyendo que Dios puede resucitar muertos” (ver He 11, 19).
Cirilo de Jerusalén, precisamente, nos describe claramente las características de esta fe de la Iglesia en la que participa la fe de cada creyente bautizado: siempre como correspondencia analógica al fundamento de toda vida social, la fe cristiana es inseparablemente dogmática y pascual, confiante, carismática, operacional y todopoderosa. Retomemos el pensamiento de Cirilo sobre estos diferentes aspectos, en su quinta catequesis[3].
La Fe salva el alma. El buen ladrón, “convertido en creyente en un instante”, es su modelo
Ante todo, la fe rige la vida de todas las sociedades naturales; en tanto que significa e implica confianza recíproca, está presente en todos lados, “todo lo que se hace en el mundo, incluso por aquellos que son ajenos a la Iglesia, se realiza por la fe”: y el obispo pone ejemplos: matrimonio (contrato nupcial), agricultura, navegación: por la fe de los navegantes, poniendo su confianza en una miserable construcción de madrea, cambiando contra la agitación incesante de las olas el elemento firmísimo que es la tierra, exponiendo sus personas por esperanzas invisibles y conduciendo con ellos la fe, más segura que cualquier ancla”.
Es necesario, según Agustín, contar de antemano con las tentativas (de origen diabólico) que apuntan a corromper la fe de los cristianos y su expresión normativa: el Símbolo
La vida humana, familiar y profesional reposa sobre la fe-confianza; es. Pues, manifiesto que la fe cristiana, en su prolongación no es irracional. La fe en la sociedad divina de la Trinidad, a través de la sociedad humana, divinizada que es la Iglesia, prolonga las relaciones de fe al interior de la sociedad humana.
“Mediante la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntada Dios… La Escritura (Rm 1,5; 16, 26) llama obediencia de la fe a esta respuesta del hombre al Dios que revela” (143); Abraham es el modelo de esta obediencia,
Fe dogmática: para Cirilo, la fe dogmática es aquella por la cual el alma “da su asentimiento sobre tal verdad” (por ejemplo que Jesucristo es señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, Rm 10, 9) Ella salva el alma. El buen ladrón, “convertido en creyente en un instante”, es su modelo.
La Virgen María es la realización más perfecta de la obediencia de la fe”
En otros términos, para Cirilo, la fe no es solamente confianza en otro, sino también adhesión a su Palabra. Es objetiva y no solo intersubjetiva. No sólo la de los sanados por Jesús en los sinópticos, sino también aquella que pregunta Cristo en el evangelio de san Juan: “creen que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” (20, 31). Esta fe dogmática puesta en la divinidad y en la Resurrección de Cristo por Dios: retiene la fórmula paulina: “si crees que Dios ha resucitado a cristo de entre los muertos” (fue así que fue constituido Señor). Para Cirilo, esta fe pascual prolonga y actualiza la de Abrahán, quien ofrece a Dios a su único hijo, creyendo que Dios puede resucitar muertos” (ver He 11, 19). Es, pues, una fe sacrificial, puesta sobre el sacrificio pascual de Jesús, poniendo el acento sobre la Resurrección.

Por consecuencia es fácil comprender que, para Cirilo, que hacía eco al Nuevo testamento, esta fe dogmática y pascual se convierte en operacional, que tiene “la virtud de realizar lo que excede al humano poder” porque “es la fe que transporta montañas”: “en el alma, en un abrir y cerrar de ojos realiza los más grandes proezas. Cirilo señala que el alma, de esta manera iluminada por la fe, abarca los confines del universo”; sin duda quiere decir que anuncia el misterio de Cristo en el mundo entero. Creyendo en la omnipotencia de Dios, participa en ella. Esta fe carismática, operadora de milagros, es obtenida por el creyente teniendo “la fe que depende de ti”; es decir de él mismo.

Haciendo eco a las epístolas pastorales de Pablo (1 Tm 6, 20; etc.), Cirilo termina su presentación de la fe explicando que es un depósito, manifestando la confianza de la Iglesia en los bautizados, un “tesoro de vida”, del que pedirá cuentas el Maestro cuando se manifieste gloriosa su segunda venida. Se tratar pues de “velar” para no ser “despojado” de este tesoro por el enemigo a través de cualquier herejía” que un herético no falsifique ninguna de las verdades a ustedes transmitidas”. El bautizado debe pues conservarlas cuidadosamente, sabiendo que Dios les pedirá cuentas de nuestro depósito”.

Por tanto, la fe no implica, solamente, la confianza del creyente en Cristo, sino también la de la Iglesia en el creyente. Es, pues, reciprocidad de confianza, a la espera de la devolución del depósito confiado. Cirilo es incorporado, sobre diferentes puntos, en su comprensión del acto de fe solicitado al catecúmeno por su admisión al bautismo, por Agustín. Ya para el obispo de lengua griega, la “fe, ojo que ilumina toda consciencia, es también la fuente de la inteligencia” (Is. 7,9) porque el profeta dice “si no creen, no comprenderán” (una de las bases del pensamiento agustiniano sobre la fe que abre el acceso a la comprensión). Además, el prólogo de De Fide et symbolo de Agustín (siempre en la evocación de Is. 7,9) no es menos que su predecesor hierosolimitano preocupado de preservara los fieles de interpretaciones heréticas del Símbolo. Las perfidias subtituladas de los heréticos podrían alterar en nosotros esta fe si una piadosa y prudente vigilancia no subviniese. La fe católica es llevada al conocimiento de los fieles por medio del símbolo, que la confía a la memoria en un texto tan breve como la materia lo permitía… Bajo esos términos lacónicos del Símbolo, la mayor parte de los herejes esparció su veneno… La exposición de la fe (a la cual los hombres espirituales se entregan) sirve para defender el Símbolo, contra los lazos de la herejía, la protección de la autoridad católica.

Es necesario, según Agustín, contar de antemano con las tentativas (de origen diabólico) que apuntan a corromper la fe de los cristianos y su expresión normativa: el Símbolo. El rol de los hombres espirituales (de los teólogos ortodoxos, diríamos hoy día) es el de ayudarlos a una comprensión correcta de ese “tesoro”.

Se percibe en las reflexiones sucesivas y convergentes de Cirilo y de Agustín la existencia de una tensión entre dos peligros: por una parte el símbolo debe ser breve para ser útil, por otra parte, si es tal los herejes podrían deslizar sus interpretaciones heterodoxas en los espíritus. El único medio de escapar simultáneamente a todos los peligros consistirá en la adhesión a la interpretación de los sucesores de los apóstoles, es decir de la santa Iglesia católica, mencionada al final del “tesoro”.

San Agustín, aún como simple sacerdote, expresaba su comentario del Símbolo en octubre de 393, para un Concilio celebrado en hipona, menos de cincuenta años después las catequesis bautismales de Cirilo. Cuatro siglos y el gran Doctor árabe-griego, san Juan Damasceno, retoma en su Fe ortodoxa las imágenes de Cirilo y algunos pensamientos de Agustín sobre la fe-confianza base de la sociedad humana, no sin subrayar de una manera más nerviosa estos dos puntos: por una parte, la ortodoxia se consuma en la ortopraxis, la “fe se consuma en la acción de aquel que cultiva la piedad y la obediencia a los preceptos”. Sobreentendido: sería difícil perseverar en la fe despreciando los mandamientos. Por otro lado, “es infiel, creyente, aquel que no cree según la Tradición de la Iglesia”[4].

La interpretación del Credo-Credimus en los Padres griegos y latinos manifiesta, pues, con constancia el carácter eclesial de la fe personal como la implicación para las persona de la fe eclesial. Mi “creo” de la Iglesia, y ese “creemos” se despliega en cada uno de lo “creo”.

Dato fundamental, siempre presente hoy día en los comentadores modernos del Credo. Escuchemos entre ellos al gran teólogo protestante Barth: “Decir Credo es confesar. Ahora bien, el sujeto que confiesa es la Iglesia… Cuando la Iglesia reconoce la realidad de Dios dirigiéndose a los hombres bajo la forma de ciertas verdades recibidas de la Revelación divina, este acto de reconocimiento público y responsable se expresa en una confesión, un símbolo un dogma, un catecismo, en los artículos de fe. Cuando un individuo dice Credo, se asocia a un reconocimiento público y responsable proclamado por la Iglesia… En la confesión, la Iglesia sólo habla y escucha verdaderamente”[5].


El autor había corregido anteriormente el exceso manifiesto del adjetivo “sólo” precisando así su pensamiento. “Credo, a la cabeza del símbolo, significa ante todo el acto por el cual el hombre reconoce la realidad de Dios que se dirige a él. La fe es una decisión; el acto mismo que excluye la incredulidad y triunfa sobre lo que se opone a una realidad que se afirma por el contrario viva y verdadera: El hombre toma esta decisión: Credo… La fe vive del llamado al que ella responde… por esta decisión, el hombre se somete a la decisión de Dios en el que cree”[6].

Barth pone particularmente de relieve el doble aspecto volitivo del acto de la fe: “éste es un acto de inteligencia puesta bajo el imperio de la voluntad libre[7] que se adhiere a la voluntad libre del Dios creador y salvador: una decisión de sumisión a la decisión de Dios”, queriendo colocarme en el ser y salvarme.

De la misma manera, los comentaristas católicos y recientes insisten sobre el rol de la voluntad libre en el acto de fe: así P. Lippert entre las dos guerras mundiales: “la fe, adhesión de la inteligencia, es también amor, don del ser entero”.

Más recientemente, el Catecismo de la Iglesia católica, citando a Agustín y Cirilo de Jerusalén, presenta, a veces con matices importantísimos, las enseñanzas sobre la fe y sobre la comprensión del Credo que hemos encontrado en los Padres. Citemos:

“Mediante la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntada Dios… La Escritura (Rm 1,5; 16, 26) llama obediencia de la fe a esta respuesta del hombre al Dios que revela” (143);

Abraham es el modelo de esta obediencia, la Virgen María es su realización más perfecta” (144-149); siempre retomando con precisión la analogía social de la fe, es decir la confianza intersubjetiva en la vida cotidiana, el CIC acentúa con fuerza el carácter trascendente del acto de fe, cuya certidumbre absoluta sobrepasa las confianzas relativas de las ínter subjetividades humanas: “adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiar totalmente en dios y creer absolutamente en lo que dice. Sería vano y falso poner una fe tal en una criaturas (ver Jr. 17,5-6; Ps. 40,5 y 146,3-4)”, dice el CIC (154 y 150); “la fe busca comprender, es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a Aquel en quien ha puesto su y comprender lo que ha revelado; un conocimiento más penetrante llamará, a su turno, a una fe más grande, cada vez más abrasada de amor” y el CIC cita aquí (§158) a san Agustín; creo para entender y entiendo para creer” (sermón 43, 7 y 9).

Finalmente, como los Padres, el CIC subraya la reciprocidad entre fe personal y fe eclesial (166-169); “creo”: es la fe de la Iglesia profesada personalmente para cada creyente… es también la Iglesia nuestra Madre que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”… La Salvación viene de Dios solo, pero porque recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre. El CIC cita aquí a un Padre del siglo V, Fausto de Riez: Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación”.

Bertrand de Margerie S.J.

Traducido del francés por José Gálvez Krüger, Director de la Enciclopedia Católica.



NOTAS:

[1] Agustín, Contra Epsitulam Fundamenti, 5, 6; CEC 119.

[2] Agustín, Sermón 215; DS 21.

[3] San Cirilo de Jerusalén, Catéchès; trad. Bouvet, Namur, 1962; cat V, citando sucesivamente las lÍneas III, X, V, XI, XIII en el curso de las páginas siguientes. En esta lÍnea, III, Cirilo de Jerusalén expone brevemente el argumento que san Agustín desarrollara con precisión y profundidad en su pequeño tratado De Fide rerum quae non videntur, primera parte.

[4] San Juan Damasceno, fe ortodoxa IV 10; MG 94, 1128 A.

[5] Kart Barth, Credo, Ginebra, 1969, 10-11; traducido de la edición alemana original de 1936, por P. y J. Jundt.

[6] Ibid., 8-9

[7] Ver CEC 155 citando a santo Tomás de Aquino y el primer concilio del Vaticano.

Ver CEC 155 citando a santo Tomás de Aquino y el primer concilio del Vaticano.

Bertrand de Margerie S.J.

Traducido del francés por José Gálvez Krüger.