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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Antonio Gaudí

De Enciclopedia Católica

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EL ARQUITECTO DE DIOS

Num amamus aliquid nisi pulchrum? (Conf IV 13 20). Pulcrior est veritas christianorum Helena graecorum (S. Ag.).

La economía de Dios es como un ars divina• que se inicia con la creación y se desarrolla a través de toda la Historia Salutis y culmina con la resurrección. ¿Y no consideraremos tal “•ars divina” como el prototipo sobreabundante de toda belleza mundana y humana?). (U. von Balthasar: Gloria, Ed. Enc. Madrid, 1985. p. 66-67). “La belleza es la gran necesidad del hombre”, (Papa Benedicto XVI en la Sda. Familia).

LA VIA PULCHRITUDINIS

El Pontificio Consejo para la Cultura, (creado por Juan Pablo II en 1992), emitió este documento, La Via pulchritudinis, en (mar 2006).

Signa temporum

Hay un escrutinio o discernimiento de los signa temporum en los que se perfila la via pulchritudinis como vía para acoger a los que de otro modo resulta difícil llegar a la enseñanza de la Iglesia. El Documento opta claramente por los caminos de la belleza y recoge con modulación propia el Magisterio sobre la materia, y las reflexiones teológicas y pastorales en esa dirección. Ahí están de todas formas los cap. VI y VII de la Sacrosanctum Concilium. La belleza abre y dispone al encuentro con Cristo, “Belleza encarnada”: “Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia”.

La via pulchritudis es capaz de trasmitir la belleza de la fe, expresar el mysterium Dei y ejercer de puente que da paso a la belleza del Evangelio. La Iglesia invita a los nuevos “Agustín de nuestros días” a elevarse de la belleza sensible a la Belleza eterna: “Pulchritudo tam antiqua et tam nova” (S. Ag). Y escarmentado, afirma sin reparos: Pulcrior est veritas christianorum Helena graecorum.

Las culturas, igual que las expresiones artísticas, vienen marcadas por el pecado y pueden suscitar formas de idolatría, o decadencia del arte y de la cultura. Por eso es necesaria la educación, porque “la belleza no es auténtica, sino en relación con la verdad”.

Del fenómeno a su fundamento

Juan Pablo II llama a los filósofos para que profundicen en las dimensiones de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello; a todo lo que da acceso a la Palabra de Dios (FR 103). La via pulchritudinis, ¿acaso no es una via veritatis por la cual el hombre llega a descubrir la bonitas Dei, fuente de toda Belleza, de toda Verdad, de toda Bondad?

Lo bello atrae mediante una irradiación hacia el amor. Irradia un poder de atracción. La via pulchritudinis es camino capaz de sugerir quién es Dios y motivar su contemplación. De ninguna manera se trata, obviamente, de renunciar ni a la via veritatis ni a la via bonitatis –a la verdad y al bien–. Sin embargo, quizá sea la belleza la que mejor pueda abrirnos a la luz de la verdad y al calor del bien. Pero es necesario pasar del fenómeno al fundamento, como nos enseña Juan Pablo II en la Fides et Ratio. Es necesario trascender la forma visible y preguntarse por el autor. Y este pasar del fenómeno a su fundamento no se realiza en quien no está apto para pasar de lo visible a lo invisible. (FR 83). Y “apto”, ya desde Platón y S. Agustín, es la cualidad inherente para formar la belleza del conjunto.

Naturaleza de la pulchritudo

Tres vias: 1) Belleza de la Creación 2) Belleza del arte 3) Belleza de Cristo.

“Con su magia, el arte, imprime a la naturaleza inorgánica trasformaciones que la aproximan al espíritu” (G. Hegel. Introducc. a la estét. Península, 1997, 145). Lo bello tiene un efecto de presencia en orden a trasformar al hombre y acercarle al misterio: experiencia religiosa de la hermosura de la naturaleza, del arte cristiano, y de Cristo y su Iglesia.

El conocido arquitecto japonés Kenji Imai († 1987), quiso conocer a Gaudí y viajó a Barcelona. Quedó profundamente impresionado por la obra y sentido místico de la Sda. Familia. Imai, uno de los grandes estudiosos de Gaudí en el mundo, se convirtió al catolicismo. Otro de los no pocos convertidos después de contemplar la Sda. Familia, es el escultor, también japonés, Etsuro Sotoo; más de 30 años trabajando en el Templo, lo llaman “el Gaudí japonés”: “Quiero que la gente descubra la necesidad que tenemos hoy de Gaudí". “Gaudí es estructura, función y simbolismo. Sigo mirando la Sagrada Familia y siempre descubro algo nuevo, dice. Nada sobra ni falta ". "Más que construir, estamos criando una vida, porque el arte es algo vivo". Es, además, uno de los impulsores de la causa de beatificación del arquitecto español.

Belleza de la Creación

La Escritura nos apremia a captar el valor simbólico de la Creación. “Los hombres no vieron a Aquel que es, ni contemplando sus obras, lo reconocieron como Artífice. Sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al agua, a las lumbreras celestes. Pues si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja su Creador, pues es el Autor mismo de la Belleza quien los creó” (Sb 13, 1-3). Es infinita la distancia entre la Belleza de Dios y sus vestigios. Pero ya el hagiógrafo enseña a practicar la dialéctica ascendente: pues de la grandeza y belleza de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor. En Los Setenta la expresión es de mayor intensidad y viveza (v. 5: ek megézous kai kallonês ktismátôn analógôs o genesiourgós autôn zeoreîtai ).

La naturaleza es un templo donde “está” y “anda” el Creador

Nadie lo ha sabido cantar como el místico de Fontiveros, S. Juan de la Cruz. Recordando a su enfermero, decía Gaudí: “Fr. Camilo, que tan bien leía los poemas del santo, no solo me consolaba, sino que iba atemperando mi espíritu”:

¡Oh bosques y espesuras

plantados por la mano del amado!

¡Oh, prado de verduras

de flores esmaltado

decid si por vosotras ha pasado.

Mil gracias derramando

pasó por estos sotos con presura

y yéndolos mirando,

con sola su figura

vestidos los dejó de su hermosura.

¡Oh, cristalina fuente,

si en esos tus semblantes plateados

formases de repente

los ojos deseados

que tengo en mis entrañas dibujados!

Mi alma se ha empleado

y todo mi caudal en su servicio;

ya no guardo ganado

ni ya tengo otro oficio,

que ya solo en amar es mi ejercicio.

Belleza y Bien

La belleza, unidad de una diversidad, afirmaba Platón, nos hace llegar al Bien, a la realidad suprema, o sea, a Dios. Y Aristóteles decía que en todas las cosas de la naturaleza hay una maravilla. Desde Grecia, el estudio del cosmos es esencial para la filosofía. Y para la teología, que quiere comprender la obra de Dios. Las llamadas 5 vías de Sto. Tomás, tan precisamente formuladas, tendrán siempre plena validez, al menos pedagógica, para aprender a ir del fenómeno a su fundamento, como recordábamos con Juan Pablo II. Y Voltaire, nada sospechoso de apologética, afirmaba: “A mí nadie me va a convencer de que ese cuadro que veo sobre la pared no lo ha pintado nadie”.

De forma similar podríamos leer la acción de Dios en la Historia. Kant, a quien despistaba el más leve movimiento de un alumno, confiesa: “no puedo menos de admirar el cielo estrellado encima de mí, y la ley moral dentro de mí”. (Crít de la raz práct.).

Contemplar la belleza de la Creación causa armonía, paz interior y el deseo de una vida hermosa. Es la función sacramental de la Creación (Scotus Eriúgena), porque lleva los signos de su Creador y Artífice, como intuyeron muchos místicos.

En el hombre religioso le prepara a actitudes místicas. Muchos santos se arroban y brincan y cantan y danzan de júbilo, a lo David ante el Arca, o a lo Francisco en el monte, que contemplaba al Hermoso en las cosas hermosas, (S. Buenav. Legenda maior, IX), al Autor de tanta hermosura: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él… Señor Dios nuestro, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra (Sal 8).


Todos nacemos orientados hacia la belleza

Amamos lo bello

Ya afirmaba Platón que amamos lo bello porque alguna participación, mayor menor, de la idea ejemplar tiene que haber en las cosas bellas para que nos agraden. Y distinguirá Platón entre lo bello –to kalón– y lo apto, lo conveniente –to prepon–. Lo conveniente presenta una apariencia de hermosura, o sea, solo sería bello porque se adecua al conjunto; mientras que lo bello lo es, por la Idea misma de belleza (La Fía. Agust. 621).

“Si alguien se libera de la servidumbre de sus impresiones irracionales, y mira su alma desde arriba por una reflexión sincera y pura, ese ve claramente en su misma naturaleza la voluntad y caridad de Dios para con nosotros. Por esta reflexión advierte que existe en el hombre el impulso connatural e innato de un deseo que lo lleva hacia lo bello y lo excelente; y que existe en su naturaleza el amor impasible y feliz de esta "Imagen" inteligible y bienaventurada cuya imitación es el hombre. (S. Gregorio de Nisa, De instituto christiano. Hipotiposis. La meta divina y la vida conforme a la verdad,1.)

Y S. Agustín ya jugó, por lo que le sugerían los términos en griego, con las expresiones de filosofía y de filocalia. Quid est philosophia? Amor sapientae; quid philocalia? Amor pulchritudinis. No prosperó la expresión en Occidente, pero está fuera de duda que filocalia, la afición o amor a la belleza, o como ciencia, la estética –así la llamamos–, es “hermana o, acaso más propiamente, hija de la filosofía” (La Fía Agust. 622). Contr Acad II 3 7. Nota 10. p.924.).

Y abundando S. Agustín en esa platónica doctrina, confiesa: “Amaba yo las hermosuras inferiores y así caminaba hacia el abismo. Y decía a mis amigos: Num amamus aliquid nisi pulchrum? ¿Amamos algo que no sea hermoso? Y ¿qué es lo hermoso? Quid est pilchritudo? ¿Qué es la belleza?¿Qué es lo que nos atrae y aficiona a las cosas que amamos? Porque ciertamente, si no hubiera en ellas alguna gracia y hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia sí. Y notaba yo que en los mismos cuerpos una cosa era el todo –quasi totum– y como tal hermoso, y otra cosa era lo conveniente –quod deceret– por acomodarse aptamente a alguna cosa, como la parte al todo (Conf IV 13 20). Formosus es estar bien dotado de forma; deformis es carecer de la forma adecuada.

“Lo bello –pulchrum– es considerado y alabado por sí mismo, a lo que se opone lo torpe y lo deforme; mientras lo apto –aptum–, cuyo contrario es lo inepto, depende de otro al que se vincula –quasi religatum– y no es juzgado por sí mismo, sino por el conjunto” (Ep 138, 1 5).La Fía. Agust. 621.). (El primer libro de Agustín fue De pulcro et apto (Conf IV 15 24), perdido ya tempranamente, aunque algunas de las ideas expuestas allí, estarán dispersas por sus obras).

Es justamente lo que Gaudí expresó en su lenguaje referente a su arquitectura y estética: “¡Quieres saber dónde he encontrado mi ideal? –Un árbol en pie –pulchrum– sostiene sus ramas; estas sus tallos y estos su hojas. Cada parte aislada –aptum– crece en armonía sublime desde que el artista Dios la concibió”.

El hombre es inteligencia y sensibilidad

Como el hombre está hecho para el pensamiento porque tiene inteligencia, –caña pensante, (un roseau pensant) lo llamaba Pascal–, así está llamado hacia arriba, donde Dios está, porque de Él nacimos (ek toû zeoû, dice S. Juan, con la expresiva preposición de procedencia, del lugar de donde se viene, 1 Jn 3 10). Así también está hecho para evocar y convocar las diversas formas del arte, porque tiene, está dotado, de sentidos y sensibilidad. No nos hizo solo espíritus, ni meros animales o plantas. Nos hizo una encarnación, y no solo como datum, sino también como officium, como perentoria tarea. Tenemos que crear las condiciones de traspasar la carne y alcanzar las virtualidades del espíritu a través de la estética o dialecto de los sentidos.

Hombre quisiste hacerme, no desnuda

Inmaterialidad del pensamiento.

Soy una encarnación diminutiva;

el arte, resplandor que toma cuerpo:

La palabra es la carne de la idea:

¡Encarnación es todo el universo!

Y el que puso esta ley en nuestra nada

¡hizo carne su Verbo!

Así: tangible, humano,

fraterno. (Himno de laudes, 618).


Martín Descalzo: “Qué daría yo porque todos mis artículos juntos valiesen la milésima parte o dijeran la mitad de lo que unos ojos de niño pueden decir en un segundo”. (Palabras para la alegría, p. 162). Una bella canción puede educar mejor a nuestro corazón que una novela de 500 págs.


Por eso la belleza nos atrae, nos fascina. Nos hace falta. Pero no hace falta ponernos de acuerdo para percibir lo grato de la Unidad, experimentar el gozo de la Verdad, gustar la hermosura de lo Bello, rendirse a lo gratificante de la Bondad.

El Genio

Refiriéndose nada menos que a S. Agustín, he oído a algunos: Qué puede decir un Santo Padre del s.V al hombre de hoy. No caen en la cuenta de que no hay que confundir al docto o al sabio, con el genio. Los Santos Padres y los grandes Maestros nos instruyen en tantas verdades; su enseñanza será siempre magistral. Continúan impartiendo doctrina a través de los tiempos. Nos trasmiten las verdades que conviene reforzar, re-iluminar, re-actualizar. “Soy capaz, decía Gaudí, de pensar todo lo que pensó Sto. Tomás, pero yo necesitaría siglos”. No confundir, pues, al docto o sabio –y sabio, es para Aristóteles, el que sabe enseñar lo que supo aprender– (Omnino signum scientis et nescientis, est posse docere, Aristót. Metaf.´I, 1 10), con el genio que, además de aquello, es otra cosa.

El genio no solo es sabio: es doctor, y enseña lo que sabe. Lo característico y original es que el genio intuye, penetra y ve a distancia y en todas las direcciones. Gaudí, para no decirse que era un genio, se defínía, curiosamente, así: “Yo soy geómetra, que quiere decir hombre de síntesis”. Ve lo largo, lo ancho, lo alto y lo profundo. ( S. Pablo hablará a los efesios, de estas dimensiones como dominio del Espíritu: latitudo, longitudo, sublimitas et profundum: Ef 3 18).

Por eso es perenne su magisterio, porque vio genialmente – y genio, dice relación con ginomai, de gen– engendrar la realidad, hacerla de nuevo, darle nueva vida, no meramente imitarla. Lo que nosotros no vimos más que superficialmente. En este sentido no es tautológica la sentencia de Gaudí: “Originalidad es volver (asomarse) al origen”. (Las dimensiones del espíritu (in interiorem hominem Ef 3 16), (Y reseña para los corintios la belleza de la unidad del cuerpo, a pesar de ser muchos miembros (I Co 12 12).

Nacemos orientados hacia la belleza

En una Universidad inglesa realizaron un experimento con cien bebés de 2 y 3 días de nacidos (Exeter, 2005). Les mostraron parejas de fotos de rostros humanos que solo diferían en su atractivo: unas caras eran más armónicas, más simétricas y más semejantes al aspecto general de la gente. Todos los bebés –todos– pasaron más tiempo mirando los rostros convencionalmente guapos o bonitos. Los investigadores concluyeron: todos nacemos orientados hacia la belleza. Si bien no podemos aceptar el innatismo rígido de Platón, tampoco aceptaríamos la tabula rasa de Aristóteles.

En el plano intelectual, moral y estético nacemos con ciertos principios o ciertas predisposiciones o inclinaciones, por los que se rige la conducta general de los hombres. (Sentido interior, memoria Dei, en S. Agustín).

No es de extrañar. Como nacemos hacia el Unum, la Unidad, (de Plotino se nos dice que tuvo algún éxtasis con el Uum), nacemos hacia la Verdad o al Bien (el esse ad, el Fecisti nos ad Te del Hiponense.

Parafraseando uno de los axiomas agustinianos, in interiore homine habitat veritas, podemos formularle otro similar, si no es que implícitamente ya va formulado en el antedicho: in interiore homine habitat pulchritudo.

Hermoso, de fomosus de Forma, Unidad, Verdad, Bondad, Belleza. Los trascendentales del Ser. Por eso, lo contrario es lo deforme; lo feo, lo grotesco, lo burdo, es tan contracultura o, al menos, subcultura, como la anarquía, la maldad, lo sucio o la estafa.

Cultura

Cultura será cultivar y laborar las formas que ya llevamos dentro o innatas, y defenderlas de la subcultura y de los ataques de anticultura o contracultura con que nos agreden muchos periódicos y canales de tv. Hoy, la incultura sola, sería inofensiva; es mera carencia original; y se subsana no con subcultura, o contracultura, sino con cultura legítima, con positiva acción y recuperación de las formas, ínsitas en el hombre por participación en la Forma de quien nos formó a su imagen y semejanza (Gn 1 27).

Recorrer la vía pulchritudinis entraña la necesidad de educar y re-formar para la belleza, de animar y desarrollar un espíritu crítico frente a los ofrecimientos de los aplastantes medios masivos; formar a los educandos en sensibilidad y carácter para conducirlos y elevarlos hacia la real madurez.

San Agustín da testimonio de la trasformación profunda de su alma provocada por el encuentro con la belleza de Dios: en las Confesiones recuerda con amargura el tiempo perdido y en las ocasiones fallidas y, en unas páginas inolvidables, revive el caminar atormentado en la búsqueda de la verdad y de Dios.

Sin embargo, en una especie de iluminación él rencuentra a Dios y se aferra a ella como a "la Verdad misma"(X, 24), fuente de gozo puro y de una auténtica felicidad: "¡Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera y te buscaba fuera de mi mismo. Y deforme, me lanzaba sobre las formas hermosas de tu creación... Tú me has llamado y has gritado, has roto la sordera de mis oídos; tu has brillado y tu esplendor ha expulsado mi ceguera; has exhalado tu perfume y lo respiré; aquí que por ti suspiro; tengo hambre de ti y sed de ti; tú me has tocado y yo ardo en el deseo por tu paz". (Conf IV, 15 27).

A zaga de tu huella

las jóvenes discurren al camino,

al toque de centella,

al adobado vino;

emisiones de bálsamo divino.


Esta experiencia del encuentro con el Dios de la Belleza, es un acontecimiento vivido en la totalidad del ser, y no solamente en la sensibilidad. De ahí su confesión: «Num possumus amare nisi pulchra? – ¿qué podríamos amar sino lo hermoso? (De musica (6, 13, 38).


El Genio Antonio Gaudí

Reus, Tarragona, 1852 – † Barcelona, 1926

Máximo representante del modernismo español. Nadie pone en duda de que estamos ante un genio. “Gaudí es el único genio que produjo el modernismo”, dice un estudioso alemán de la arquitectura moderna. Y el teórico y arquitecto suizo-francés, Le Corbusier, pronunció este juicio sobre el arquitecto de la Sda. Familia: “El de más potencia arquitectónica dentro de su generación”. (Plazaola 246). Y lo dijo cuando ya había muerto Gaudí. Y lo dijo cuando la Sda. Familia estaba poco más que en los comienzos, “ruinas de futuro” se llamó por muchos años. Y lo dijo en medio de la polémica entre sus contemporáneos.

Se preocupó más de su afición que de las asignaturas oficiales. De varios grandes se cuenta lo mismo. ¿“Cómo puede ser buen estudiante quien tiene dentro un monumento que solo espera el sonido de las trompetas del ángel para plantarlo en la realidad?” (Cirlot, p. 75). Al otorgarle el título dijo el director:”Hemos dado el título a un loco o a un genio; el tiempo lo dirá”. Gaudí, con no menos humor, y sin importarle el cartón, comentó a su amigo Lorenzo: “Dicen que ya soy arquitecto”.


Con sentido innato de la geometría y el volumen, de gran capacidad imaginativa, se permitía proyectar mentalmente la mayoría de sus obras antes de pasarlas a planos, a lo cual se resistía de no obligarle las circustancias. Prefería recrearlos sobre maquetas tridimensionales; moldeaba los detalles según los concebía. En ocasiones, iba improvisando sobre la marcha, dando instrucciones sobre lo que se debía hacer.

Dotado de gran intuición, Gaudí ideaba sus edificios de una forma global, atendiendo tanto a las soluciones estructurales como a las funcionales y decorativas. Estudiaba al mínimo detalle sus creaciones, integrando en la arquitectura los trabajos artesanales que él mismo, desde el parvulario, iba dominando y quería llevar a la perfección: mosaicos, vidrieras, carpintería, forja … Introdujo nuevas técnicas en el tratamiento de los materiales. Diríamos un arquitecto total.


Pulcra sunt quae visa placent

Sin entrar ahora en otras disquisiciones, afirma Sto. Tomas: pulcra sunt quae visa placent. Pero ya S. Agustín se había planteado la pregunta: Utrum pulchra sint quia delectant, an delectent quia pulchra sunt? “¿Son bellas porque nos agradan o nos agradan porque son bellas?”. Y S. Agustín se responde: ¿No será porque son partes semejantes entre sí que se enlazan en unidad y conveniencia? (De vera relig 32 59).

El Prof. Altuna señala con Gilson, la insistencia del Hiponense en la unidad como fundamentación filosófica de la estética agustiniana. (La Fía. agust. 629). No me atrevo aquí a legitimar mi pregunta. Pero esta tendencia hacia la unidad y la totalidad de Gaudi, ¿no querrá dirigirse hacia idéntico centro por vía de intuición como va en Agustin por via de reflexión?

(Tal vez no lo pensó Gaudí. Pero ¿no podríamos ver una aplicación de la teoría platónico-agustiniana, aludida arriba, sobre lo bello y lo apto (lo adaptable), p. ej., en la composición de los trozos de mosaicos? Rotos y separados, no son bellos; pero se pueden poner en algún orden, de manera que el conjunto resulte agradable. No olvidemos que el genio puede recrear, dar nueva vida a lo que ya estaba fenecido. Evocando otra vez al Genio de Hipona, el artista es capaz de traer ex regione dissimilitudinis, de la región de la desemejanza, de la criatura rota y destrozada, (el hijo pródigo) la refacción, el nuevo rostro, la criatura nueva. ¿No hizo esto el genio de Gaudí con elementos y materiales desechados para muchas de sus composiciones decorativas? ¿No lo hizo Picasso en muchas de sus obras de arte? ¿Qué es su célebre Cabeza de toro, sino el manillar y el sillín de una bicicleta de chatarra? Un admirado mosaico, no se compone de teselas sin figura ni hermosura? ¿No es el colaje, cuando tiene autenticidad inspirativa, una manifestación cromática y artística de altísimo valor?

Incluso, ¿no tendrá esta teoría alguna vez aplicación en el orden moral? ¿No sería la aplicación de un relativismo sano que adecua, en casos singulares, lo apto, lo conveniente al bien del conjunto? ¿No sería encontrar una especie de “epiqueya” (epi-eíkeia, conveniencia, adecuación; equidad) en el campo artístico, a lo que es la epiqueya en el orden moral?).

Creo en Dios

Hace varios lustros, en Vence, cerca de Niza, visité la Capilla del Rosario, de las Dominicas. Matisse, considerado padre del fovismo, que impactó con sus obras por la subjetiva utilización del color, que solía pintar bailarines andróginos, aquí construyó el altar de piedra, estampó la silueta y perfiles de Sto. Domingo, forjó la cruz de bronce, realizó los vitrales semi-abstractos del árbol de la vida, pintó en negro muy estilizado el víacrucis, y diseñó todos los detalles de la Capilla, incluidos los ornamentos litúrgicos. Tenía 80 años. "Comencé con lo secular, decía, y en el ocaso de mi vida, terminé con lo divino".

"¿Creo en Dios?" preguntó una vez en voz alta. –"Sí, creo, cuando estoy trabajando. Cuando soy sumiso y modesto, me siento rodeado por Alguien que me lleva a hacer cosas de las que yo no soy capaz". "Esta capilla, pese a todas sus imperfecciones, la considero mi obra maestra". Esto lo decía y hacía Matisse, 25 años después de muerto Gaudí. Empezaba Matisse a ser el artista total. Lo había serenado la orientación, por fin, hacia la Luz definitiva. Otra vez, Pulcrior est veritas christianorum Helena graecorum.

Madurez y labor profesional

En la Expo Universal de París (1878), Gaudí expuso un diseño modernista, a la vez funcional y estético. Comenzó así un fructífero despegue a las más destacadas obras de Gaudí.

En 1883 aceptó continuar las recién iniciadas obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Modificó totalmente el proyecto inicial, y la convirtió en su obra cumbre, admirada en el mundo entero. Recibió los encargos del Palacio Episcopal de Astorga (1890) y el de la Casa Botines en León, con influencia del goticismo castellano. El prestigio del arquitecto se extendía por España. Junto a él se formaron numerosos arquitectos.


A fines del s. XIX se manifiesta más su honda espiritualidad. “Sustituyó la filantropía por la caridad cristiana”. Miembro del Círculo Artístico de San Lucas (1899, fundado en 1893 por el obispo José Torras y los hermanos José y Juan Llimona). Su madre le había inculcado una tierna devoción a la Virgen de la Misericordia, y proyectó levantarle un monumento. Se afilió a la Liga Espiritual de la Madre de Dios de Monserrat. En una célebre fotografía lo vemos fervoroso en la procesión del Corpus Christi en Barcelona (1924). En 1900 recibió el premio al mejor edificio del año. Su fama hace que el pintor J. Llimona (1902), p. ej., escogiese la fisonomía de Gaudí para representar a S. Felipe Neri en la iglesia de su nombre en Barcelona.

La Semana Trágica, 1909, lo marcó profundamente: Gaudí se recluyó en su casa por la política anticlerical y atentados contra decenas de iglesias y conventos. Temió por la integridad de la Sda. Familia.

Para el centenario de J. Balmes (1910), diseñó dos farolas para la Plaza de Vic. En París, se dedicó una exposición a Gaudí (1910), con crítica muy positiva. Desde 1914 se dedica de forma exclusiva a su Biblia pauperum o también “Catedral de los pobres” –como el pueblo conoce a la Sagrada Familia–: “Mis familiares y amigos han muerto; no tengo fortuna ni nada. Me entregaré totalmente al Templo”. Participó en un curso de canto gregoriano impartido por el monje benedictino Dom Gregorio M. Suñol ].

Neogótico

Influido en sus inicios por el arte neogótico, y alguna tendencia orientalizante, Gaudí desembocó en el modernismo en su época de mayor efervescencia, fines del s. XIX y principios del XX. El arquitecto-artista fue más allá del modernismo “oficial”, y creó un estilo propio basado en la observación de la naturaleza. Su arquitectura, marcada por su sello personal, va caracterizada por la búsqueda de nuevas soluciones estructurales y utilización de formas geométricas (paraboloides, hiperboloides, conoides), en cuyas leyes y técnica no entramos.

Su edificio integra una síntesis de todas las artes y oficios. Mediante el estudio y práctica de soluciones originales, la obra de Gaudí culminará en un estilo orgánico, inspirado y observado en la naturaleza, y animado por la fe cristiana, su impulso vital. sin desatender la experiencia de estilos anteriores, generando una obra arquitectónica y decorativa: simbiosis perfecta de tradición e innovación. Hoy, la obra de Gaudí admirada por todos, tiene inumerables estudios dedicados a tratar de entender la evolución del arte y la arquitectura.

Gaudí explica el Templo de la Sda. Familia al Nuncio del Vaticano, Mons. F. Ragonesi (1915), en el que el arquitecto de Dios, ha sabido reflejar admirablemente la belleza arquitectónica, la espiritualidad, la teología y la liturgia. El Sr. Nuncio calificó a Gaudí como “el Dante de la Arquitectura”.

Fallecimiento

Soltero en su vida, encontraba gran sosiego espiritual en su profunda religiosidad. Había hecho ferviente profesión de pobreza, que practicaba con absoluto amor. Decía que “el arte es cosa tan alta que ha de ir acompañada del dolor o de la miseria para hacer de contrapeso y así el hombre no se desequilibre”. Pedirá limosna para poder continuar las obras. Se rodeaba de gente pobre; trabajaba con sus propias manos. Su maduración en la fe le fue llevando a la más estricta sencillez, vistiendo trajes viejos y gastados, comiendo con frugalidad; en ocasiones se entregaba a severos ayunos hasta poner en peligro su vida. Dormía en un rincón de su taller en la Sda. Familia y él mismo se hacía la cama, a pesar de sus años. A veces, fue tomado por un mendigo, como pasó en el accidente que le costó la vida.

Cuando Gaudí iba a la iglesia de San Felipe Neri, que visitaba a diario para rezar y ver a su confesor, al cruzar fue atropellado por un tranvía. Sin documentos, con ropa vieja y aspecto de mendigo: Le bastaba su mundo interior y su vivencia mística. Murió en 1926, a los 74 años. Enterrado ante grandes multitudes que le daban el último adiós, en la cripta de la Sda. Familia.

En su lápida reza esta iscripción: Antonius Gaudí Cornet. Reusensis. Annos natus LXXIV, vitae exemplaris vir, eximiusque artifex, mirabilis operis hujus, templi auctor, pie obiit Barcinone die X junii MCMXXVI, hinc cineres tanti hominis, resurrectionem mortuorum expectant. R.I.P.

Por la edificación de sus virtudes, el arzobispo de Barcelona, Ricardo Mª. Carles inició el proceso de beatificación del Arquitecto de Dios. (1998). Y en el 2000 fue autorizado por el Vaticano. El año 2002 se celebró el Año Internacional Gaudí, con multitud de actos culturales sobre la vida y obra del genio español.

Muerte y olvido

Tras su muerte, Gaudí, injustamente olvidado, sufrió “la conspiración del silencio” (Cirlot, 69). Su obra fue menospreciada como barroca y fantasiosa. Igualmente por el novecentismo, la nueva corriente que sustituyó al modernismo, estilo que retornaba a los cánones clásicos. En 1936, con la persecución religiosa, asaltaron el taller de Gaudí en la Sda. Familia, y destruyeron gran cantidad de documentos, planos y maquetas del “arquitecto de Dios”.

Repercusión de su obra

Su figura comenzó a ser reivindicada en los años 1950, por Salvador Dalí en primer lugar, seguido del arquitecto José Luís Sert. En 1957, exposición internacional en Nueva York. Los estudios de críticos internacionales dieron gran valoración a la obra de Gaudí. En Japón su obra es muy admirada.

Gaudí se convirtió en signo de contradicción. Críticos que solo quieren ver formas nuevas de los estilos históricos, y los modernistas, surrealistas y expresionistas, que con razón ven muchos de estos rasgos en la obra del arquitecto artista. Cuando amainan las pasiones, se puede captar la fuerza unificadora de elementos manifestados en la naturaleza y logrados por el artista; y el aunamiento de espíritus que es capaz de realizar el genio. Comprensión intelectual, mas también la comprensión intuitiva, la que cala, la que ve la amplitud de la superficie, la que sospecha la redondez y puede adivinar sus antípodas.

En estos tiempos de decadencia moral y cultural, tiempos de cegueras y sorderas, algunos provincianos parecen reivindicarlo más como catalán que como artista universal, lo cual es reducirlo a enano. Un artista, cuando es genial, ya es de todos y en todas partes el mismo. Y el mundo se lo apropia porque ya es suyo, porque en él ve cumplidas las dimensiones del espíritu, sí, aquellas de que nos hablaba S. Pablo (Ef 3 18).

La obra de Gaudí, tan elocuente hoy, permite recomponer la dramática aventura de un genio sometido por un tiempo que no era el suyo. Sin embargo, Gaudí fue lo suficientemente genial para no entrar en colisión con sus contemporáneos. Sabía que su obra sería definitivamente valorada. Y es que, como confirma la historia, cuando un verdadero artista entra en conflicto con su tiempo, acaba por imponerse el artista. Ya ocurrió con El Greco. También con el impresionismo. No se trata solo de mirar, sino de ver la autenticidad de lo contemplado.


Gaudí, constructor, escultor, filósofo, pintor

Gaudí, constructor, escultor, filósofo, pintor, iba gestando una síntesis en sí mismo y con el mundo que lo rodea. “Una síntesis que se salta el impresionismo y se sitúa más allá del Picasso de las “señoritas de Aviñón” (1907). Gaudi será el vidente revolucionario que no destruye, sino que compone en una formulación nueva, positiva, integradora.

Gaudi le jugó limpio al pueblo que quería una Sda. Familia “a la griega”. El arquitecto supo hacer la síntesis de combinar la genuina y perenne belleza de lo clásico con las más válidas intuiciones del modernismo. Y respondia: “Hoy los griegos, aqui, lo harían asi”.

Picasso decia: “Yo no busco. Hallo”. Gaudi , coincidiendo en este punto con el genio de Málaga, dirá: “El hombre no crea. Descubre”. Es la visión del genio que penetra más allá de la mirada superficial y allende el horizonte doméstico.

En la piedra inyecta la naturaleza, como hermana del hombre, y su espíritu. Por eso se dirá que sus construcciones tienen alma. El arte de Gaudí tiene emoción porque le vive el alma; y por eso es comunión: no solo porque integra formas y materiales, objetos, vidrios y colores, sino porque su espíritu hace vibrar el alma de Occidente y de Oriente. (Cf. A. Gaudí. VV.AA. Casanelles: Nueva visión de Ga: p.101-107).

Entre 1984 y 2005, siete obras de Gaudí, han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad, lo cual supone reconocer su valor universal. Por su contribución excepcional en el desarrollo de la arquitectura de entre los s. XIX y XX.

El Templo de la Sagrada Familia

El Templo de la Sagrada Familia (1883 – 1926).– Está dedicado a Jesucristo, a María y San José, modelo de la familia cristiana. Interpretó y relaboró el proyecto de su predecesor, el primer arquitecto Francisco de Paula Villar. Para Gaudí, la Iglesia es un monumento a Dios, y el edificio más emblemático y representativo de un pueblo. Y quiso para su Templo la síntesis espacial y figurativa de su rica imaginación. Los elementos arquitectónicos se pueblan de flora y fauna, de episodios bíblicos y de la Iglesia, con didáctica finalidad de hacer una Historia Sagrada en piedra.

Gaudí acentúa la verticalidad de la construcción con numerosas y esbeltas torres. Amplía la planta en forma de cruz latina: cinco naves en el eje longitudinal y tres en el transepto. Tres portadas ricamente decoradas o historiadas para las que levanta, como prolongación, cuatro imponentes torres por cuyo interior discurren sendas escaleras de caracol.

Fachadas del Nacimiento y de la Pasión. Al sur se levantará la Portada de la Gloria. Los grupos escultóricos que enriquecen los gabletes frontales representan una rica galería de catequesis de los misterios fundamentales de la Fe. El ángulo tan apuntado que va sobre las arquerías, contribuye a dar la sensación de una mayor elevación.]


Rico Simbolismo

El Arquitecto de Dios buscó siempre un rico y meditado simbolismo, enraizado en lo mejor de la tradición católica, integrando alegorías inspiradas en la naturaleza, fuente inagotable de su inspiración. En su memoria visual quedaron hondamente grabadas las imágenes de las impresionantes catedrales góticas de toda la península.

“Las bóvedas las quiero hacer hiperboloides parabólicas por muchas razones. Es un magnífico signo de la Ssma. Trinidad, porque son dos generatrices rectas e infinitas, y una tercera generatriz, también recta e infinita, que se apoya sobre las otras dos. El Padre y el Hijo relacionados por el Espíritu Santo; los tres igualmente infinitos, los tres una sola cosa” (Bergós, 304).

El ferviente Gaudí conocía muy bien el rito y símbolos de la liturgia. Estudió los dos tomos del L’ Année liturgique del monje benedictino de Solesmes, Dom Guéranger (s.XIX), restaurador del movimiento litúrgico francés; el significado de los colores litúrgicos, los ritos de los sacramentos. A las connotaciones de su profesión de arquitecto supo encontrarles aplicación y sentido teológico. El eclecticismo que se puede apreciar en la obra de Gaudí, no es una mera acumulación de estilos, sino integración inteligente e innovadora de las líneas y técnica más eficiente de la arquitectura y decoración cristiana.

Salvatis salvandis, La Sda. Familia de Gaudí es, un poco, si no un mucho, como Las Confesiones de S. Agustín. O como La divina Comedia, O como las sinfonías de Beethoven. O los admirables prefacios gregorianos que prenuncian el misterioso prodigio de la anáfora eucarística. Es convocatoria de contenidos de fe y asamblea de fieles que, en trasunto celeste, celebra y experimenta realidades que contemplan los ángeles.

Acaso, la figura retórica llamada sinestesia, no tenga expresión más cumplida que la que se realiza dentro, con todas las artes, en el sacro espacio de la Sda. Familia:

Detente, cierzo muerto;

ven, austro, que recuerdas los amores,

aspira por mi huerto

y corran sus olores

y pacerá el amado entre las flores.

En la interior bodega

del amado bebí, y cuando salía

por toda aquesta vega,

ya cosa no sabía

y el ganado perdí que antes seguía.


Consagración del Papa Benedicto XVI

La consagración del Papa Benedicto XVI y su nueva categoría de Basílica, ha supuesto una espléndida validación “summa cum laude”, para esta construcción genial del s. XX. Durante muchas décadas, por lo grandioso del proyecto y su lenta realización, la gente se acostumbró a verla, por así decirlo, a medio levantar. El Papa ha recordado que ante las dificultades por las que el Templo hubo de pasar, Gaudí respondía confiado: “San José lo acabará”. El Papa ha sentido particular alegría al consagrar el templo, y ha dicho: “No deja de ser significativo que sea consagrado por un Papa cuyo nombre de pila es José”.

En este recinto, ha dicho Benedicto XVI, la inspiración de Gaudí, “arquitecto genial y creyente consecuente”, se alimentaba de tres grandes libros: la Sda. Escritura, la naturaleza y la Liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo para que toda la creación convergiera en la alabanza divina. Sacó los retablos afuera para poner ante los hombres el misterio de Dios. (Eccl 13 nov.2010).

Es historia y flujo de la Comunión de los santos. Es órgano de pétreas armonías en danza, y en concierto pleno de colores y sublimes resonancias. Es honda Confesión de Fe hecha expresión arquitectónica. Y hace asistir en coro a todo lo más representativo de la flora y de la fauna terrenal con ordenada avenencia de la creación en un himno que canta los Hosannas al Mesías y el Gloria in excelsis, como leemos en el pináculo de sus cónicas torres, elevando como almas verticales lo mejor de su ton y de su son hasta el Altísimo.

Cuando observamos un grandioso monumento antiguo, solemos hacer este comentario: “¡Hoy no se hacen estas cosas!”. La pregunta correcta será: “Donde está hoy el genio que haga para nuestra época lo que otros hicieron para la suya? Entre muchas obras de construcción de estos pasados decenios que podemos descalificar, me complace hacer justicia a una excelente obra que he conocido y disfrutado de cerca.

He pasado varios años en un convento construido todo él desde el trasfondo y rango venerable de los conventos históricos, pero casando admirablemente con la estética, funcional y moderna, de los primeros años 60. El Convento se llama “Sto. Tomás de Villanueva”, en Salamanca. Por las cuatro caras o fachadas, todas distintas, se echa de ver al punto que inequívocamente se trata de un convento; pero ninguna de las caras deja de tener la guapeza o agilidad de línea con la armonía y elegancia de la modernidad y el funcionalismo que requería un convento de hace medio siglo. Todo, diseñado con fidelidad antiguo-moderna en todos sus detalles: vitrales, crucifijos de las celdas, bancas, mesas, pupitres, sillas, etc. Y especialmente la Capilla. Todos sus elementos simples, altar, presbiterio, vitrales que historian el viacrucis, delgadas estípites de cemento granulado en color blanco, etc. hacen un bellísimo conjunto igualmente simple. Pero especialmente la impresionante y amplia cruz excavada en el techo que recorre toda la capilla, iluminada en pleno con luz blanca de neón que a su vez ilumina todo el conjunto. Todos hemos sentido al entrar en coro en esta capilla, la cruz redentora, sin aplastar, sobre nuestras cabezas, la cruz iluminadora y que hace resucitar.

Diremos, pues, también con justicia, un arquitecto total. El arquitecto respondió cabalmente en su tiempo con la obra bien hecha al deseo de los padres, expresado con sencillez: –“Queremos un convento”. El arquitecto respondió: –“Tendrán su convento”. Todo su lujo y decoración consiste en su “línea” arquitectónica y artística, su juego perfectamente equilibrado que, respondiendo inteligentemente a la tradición arquitectónica más válida y práctica del convento antiguo, culminó en lo más funcional y bello de inspiración y factura moderna. ]


El artista verdadero no tiene miedo al futuro. Le dijeron a Gaudí: “Esta catedral será la última del mundo”. Al contrario, contestó: –“Será la primera del mundo de una nueva serie”.


Donato Jiménez Sanz OAR

Fac.de Teología Pontificia, Lima, 2010



Bibliogr. Juan Bergós: El hombre y la obra. Ed. Lunwerg 1974. Mª. Antonietta Crippa: Gaudí, Taschen, Colonia, 2003). A. Gaudí. VV.AA. Edic. Serbal, Barcelona, 1991. Casanelles: Nueva visión de Gaudi.



Anexo

A la muerte de Gaudí le sucede su fiel colaborador y conocedor de la mente del maestro, Doménech Sugranyes († 1938). Completó las torres y ejecutó muchas esculturas para la fachada del Nacimiento. Luego continuaron las obras bajo la dirección de Francisco Quintana († 1967)].


En 1976 se concluyeron la fachada de la Pasión y sus cuatro torres-campanario. Luego hubo que reforzar los cimientos del Templo y levantar columnas arborescentes, utilizando hormigón armado y piedras que obedecen al proyecto gaudiano. A partir de 1986, el escultor José Mª. Subirach, se ha dedicado durante más de 15 años a esculpir más de cien imágenes para la fachada de la pasión ].


Gaudí y el modernismo

La cruz de cuatro brazos, uno de los elementos más típicamente gaudinianos. La trayectoria profesional del genial arquitecto tuvo una evolución sui generis, debido a su constante investigación en el campo de la estructura mecánica de las obras. En sus inicios, Gaudí recibió cierta influencia del arte oriental (India, Persia, Japón). Se ve esta corriente orientalizante en obras como el Capricho de Comillas, el Palacio Güell… Más tarde, sigue la corriente neogótica vigente entonces. Se puede percibir en el Colegio de las Teresianas, el Palacio Episcopal de Astorga, la Casa Botines, así como en la cripta y el ábside de la Sagrada Familia. Finalmente, desemboca en su etapa más personal, con un estilo naturalista, individual, orgánico, inspirado en la naturaleza, en el que realizará sus obras maestras.

De estudiante Gaudí pudo contemplar fotografías sobre Oriente, así como los monumentos islámicos españoles, los cuales le dejaron una profunda huella, sirviéndole de inspiración.

Pero sin duda el estilo que más le influyó fue el arte gótico, que a finales del s. XIX vivía un gran renacimiento debido sobre todo a la obra teórica y restauradora de Viollet-le-Duc. El arquitecto francés propugnaba estudiar los estilos del pasado y adaptarlos al presente de una forma racional, atendiendo tanto a la razón estructural como a la ornamental. Sin embargo, para Gaudí el gótico era “imperfecto”, está a medio resolver, porque pese a la eficacia de algunas de sus soluciones estructurales era un arte que había que “perfeccionar”.

Después de estas influencias iniciales, Gaudí desemboca en el modernismo en su época de mayor esplendor, en los años situados entre los s. XIX y XX. La utilización de los estilos del pasado supone una regeneración moral que permite a la clase dirigente, la burguesía, identificarse con unos valores que reconocen como sus raíces culturales.

Algunos rasgos esenciales del modernismo serán: un lenguaje anticlásico heredero del romanticismo, con tendencia a un cierto lirismo y subjetivismo; vinculación decidida de la arquitectura con las artes aplicadas y los oficios artísticos, creando un estilo remarcadamente ornamental; utilización de nuevos materiales, creando un lenguaje constructivo mixto y rico en contrastes.


En busca de un nuevo lenguaje arquitectónico

Bóveda de hiperboloide de la Sagrada Familia. Columnas helicoidales.Gaudí suele ser considerado el gran maestro del modernismo, pero su obra va más allá de cualquier estilo o intento de clasificación. Es una obra personal e imaginativa que encuentra su principal inspiración en la naturaleza. Gaudí estudió con profundidad las formas orgánicas y anárquicamente geométricas de la naturaleza, y poder plasmarlas en nuevas formas en la arquitectura. Algunas de sus mayores inspiraciones vendrán de la montaña de Montserrat.

[Este estudio de la naturaleza se traduce en formas geométricas regladas como son el paraboloide hiperbólico, el hiperboloide, el helicoide y el conoide, que reflejan exactamente las formas que Gaudí encuentra en la naturaleza.[56] Las superficies regladas son formas generadas por una recta, denominada generatriz, al desplazarse sobre una línea o varias, denominadas directrices. Gaudí las halló en abundancia en la naturaleza, como p. ej. en juncos, cañas o huesos; decía que no existe mejor estructura que un tronco de árbol o un esqueleto humano. Estas formas son a la vez funcionales y estéticas, y Gaudí las emplea con gran sabiduría, sabiendo adaptar el lenguaje de la naturaleza a las formas estructurales de la arquitectura. Gaudí asimilaba la forma helicoidal al movimiento, y la hiperboloidal a la luz.

Decía sobre las superficies regladas: ”Los paraboloides, hiperboloides y helicoides, variando constantemente la incidencia de la luz, tienen una riqueza propia de matices, que hacen innecesaria la ornamentación y hasta el modelaje”.

Otro de los elementos empleados profusamente por Gaudí es la curva parabólica o catenaria. Gaudí había estudiado en profundidad la geometría, leyendo numerosos tratados sobre ingeniería que alababan las virtudes de la utilización de la curva catenaria como elemento mecánico, que sin embargo entonces solo se usaba en la construcción de puentes suspendidos. Gaudí fue el primero en utilizar este elemento en la arquitectura común. La utilización de arcos catenarios en obras como la Casa Milà, el Colegio de las Teresianas, o la Sagrada Familia permite a Gaudí dotar a sus estructuras de un elemento de gran resistencia, ya que la catenaria distribuye regularmente el peso que soporta, sufriendo únicamente fuerzas tangenciales que se anulan entre ellas.]

[Con todos estos elementos Gaudí pasó de la geometría plana a la espacial, la geometría reglada. Además, estas formas constructivas se avenían muy bien a un tipo de construcción sencilla y de materiales baratos, como el ladrillo: Gaudí utilizó con asiduidad el ladrillo unido con argamasa, en capas superpuestas, como en la tradicional bóveda tabicada.[59] Esta búsqueda de nuevas soluciones estructurales tuvo su culminación entre los años 1910 y 1920, cuando experimentó de forma práctica todas sus investigaciones en su obra cumbre:]

La Sagrada Familia. Gaudí concibió dicho templo como si fuese la estructura de un bosque, con un conjunto de columnas arborescentes divididas en diversas ramas para sustentar una estructura de bóvedas de hiperboloides entrelazados. Las columnas las inclinó para recibir mejor las presiones perpendiculares a su sección; además, les dio forma helicoidal de doble giro (dextrógiro y levógiro), como en las ramas y troncos de los árboles. Esta ramificación crea una estructura hoy denominada fractal [60] que, junto con la modulación del espacio, que lo subdivide en pequeños módulos independientes y autosustentantes, crea una estructura que soporta perfectamente los esfuerzos mecánicos de tracción sin la necesidad de utilizar contrafuertes, como requería el estilo gótico.[61] Gaudí logró así una solución racional y estructurada, perfectamente lógica y adaptada a la naturaleza, creando al mismo tiempo un nuevo estilo arquitectónico, original y sencillo, práctico y estético.

Esta nueva técnica constructiva permite a Gaudí realizar su mayor afán arquitectónico, perfeccionar y superar el estilo gótico: las bóvedas de hiperboloides tienen su centro donde las góticas tenían la clave, con la salvedad de que el hiperboloide permite crear un hueco en ese espacio, un vacío que deja el paso de la luz natural. Asimismo, en la intersección entre las bóvedas, donde las góticas tenían los nervios, el hiperboloide permite nuevamente la apertura de pequeños vanos, que Gaudí aprovecha para dar la sensación de un cielo estrellado.[62]

Esta visión orgánica de la arquitectura se complementa en Gaudí con una singular visión espacial que le permitía concebir sus diseños arquitectónicos de forma tridimensional, contrariamente a la bidimensionalidad del diseño en plano de la arquitectura tradicional. Gaudí decía que había adquirido este sentido espacial, viendo los diseños que hacía su padre para las calderas y alambiques que fabricaba.[63] Debido a esta concepción espacial Gaudí siempre prefirió trabajar sobre moldes y maquetas, o incluso ir improvisando sobre el terreno a medida que la obra avanzaba; reacio a dibujar planos, en raras ocasiones elaboró croquis de sus obras, tan solo cuando se lo requerían instancias oficiales.


Museo de la Sagrada Familia. Una de sus muchas innovaciones en el terreno técnico fue la utilización de una maqueta para el cálculo de estructuras: para la iglesia de la Colonia Güell construyó en un cobertizo junto a las obras una maqueta a gran escala (1:10), de cuatro metros de altura, donde instaló un montaje confeccionado con unos cordeles de los que pendían saquitos rellenos de perdigones. En un tablero de madera fijado en el techo dibujó la planta de la iglesia, y de los puntos sustentantes del edificio –columnas, intersección de paredes– colgó los cordeles (para los funiculares) con los sacos de perdigones (para las cargas), que así suspendidos daban la curva catenaria resultante, tanto en arcos como en bóvedas. De aquí sacaba una fotografía, que una vez invertida daba la estructura de columnas y arcos que Gaudí estaba buscando. Sobre estas fotografías Gaudí pintaba, con guache o pastel, el contorno ya definido de la iglesia, remarcando hasta el último detalle del edificio, tanto arquitectónico como estilístico y decorativo.[64]

Gaudí en la Historia de la Arquitectura es un gran genio creador que, inspirándose en la naturaleza, supo crear un estilo propio, de gran perfección técnica a la vez que un cuidado valor estético, marcado por su fuerte sello de personalidad. Sus innovaciones estructurales, que suponen en cierta medida la superación de los estilos anteriores, desde el dórico hasta el barroco, pasando por el gótico, principal fuente de inspiración del arquitecto, podría considerarse que representan la culminación de los estilos clásicos, que Gaudí reinterpreta y perfecciona. Así Gaudí supera el historicismo y eclecticismo de su generación, pero sin conectar con otras corrientes de la arquitectura del s. XX, que con sus postulados racionalistas derivados de la Escuela de la Bauhaus supondrá una evolución antitética a la iniciada por Gaudí, hecho que marcará el menosprecio y la incomprensión inicial hacia la obra del arquitecto modernista.

Otro de los factores de la inicial caída en el olvido del artífice es que, pese a contar en la ejecución de sus obras con numerosos ayudantes y discípulos, Gaudí no creó una escuela propia, ya que nunca se dedicó a la docencia ni dejó prácticamente escritos. Alguno de sus colaboradores siguieron sus huellas; otros, se quedaron en el novecentismo, apartándose de la estela del maestro. Pese a ello, cierta influencia del creador de la Sagrada Familia se percibe en algunos arquitectos modernistas –o que partieron del modernismo– y otros impresionados por el arte de Gaudí: José Mª. Pericas, Imai, Sotoo, etc.

Gaudí ha dejado una profunda huella en la arquitectura del s. XX: Le Corbusier se declaró admirador de la obra del arquitecto español, y otros como Pier Luigi Nervi, Oscar Niemeyer, Félix Candela, Eduardo Torroja o Santiago Calatrava son deudores del estilo de Gaudí. Frei Otto empleó formas gaudianas en el Estadio Olímpico de Múnich. En Japón, la obra de Kenji Imai es de una evidente influencia gaudiniana, como se ve en el Monumento a los 26 mártires de Japón en Nagasaki (Premio Nacional de Arquitectura de Japón en 1962), donde destaca el uso del famoso "trencadís" del arquitecto español. Por otro lado, la labor docente e investigadora llevada a cabo por los críticos de arte desde el año 1950 ha situado al artista en un merecido lugar de relevancia dentro de la arquitectura del s.