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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Leyenda de Abgar

De Enciclopedia Católica

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El historiador Eusebio guarda una tradición (H. E., I, xii), en la que él mismo cree con firmeza, respecto a una correspondencia que tomó lugar entre Nuestro Señor y el soberano local en Edesa. Tres documentos se relacionan con ésta correspondencia:

  • la carta de Abgar a Nuestro Señor;
  • la respuesta de Nuestro Señor;
  • un cuadro de Nuestro Señor, como era Él en vida

Ésta leyenda gozó de gran popularidad, tanto en el oriente como en el occidente, durante la Edad Media: la carta de Nuestro Señor era copiada en pergamino, mármol y metal, y era usada como talismán o amuleto. En la época de Eusebio, se pensaba que las cartas originales, escritas en sirio, estaban guardadas en los archivos de Edesa. En nuestros días, poseemos no sólo un texto sirio, sino también una traducción en armenio, dos versiones griegas independientes, más cortas que la siria, y varias inscripciones en piedra, todas ellas discutidas en dos artículos en el “Dictionnaire d’archéologie chrétienne et de liturgies” cols. 88 sq. y 1807 sq. Las únicas dos obras a consultar referentes a éste problema literario son la “Historia Eclesiástica” de Eusebio, y la “Enseñanza de Adai,” la cual afirma pertenecer a la época apostólica. La leyenda, de acuerdo a éstas dos obras, se desarrolla de la siguiente manera: Abgar, rey de Edesa, quien sufre de una enfermedad incurable, ha oído la fama del poder y los milagros de Jesús y le escribe, rogándole que llegue y lo cure. Jesús no acepta, pero promete enviar un mensajero, dotado de Su poder, llamado Tadeo (o Adai), uno de los setenta y dos discípulos. Las cartas de Nuestro Señor y del rey de Edesa varían en la versión que da Eusebio y la de la “Enseñanza de Adai.” La siguiente está tomada de la “Enseñanza de Adai,” ya que es menos accesible que la Historia de Eusebio:

Abgar Ouchama a Jesús, el Buen Doctor Quien ha aparecido en el territorio de Jerusalén, saludos:

He oído de Vos, y de Vuestra sanación; que Vos no usáis medicinas o raíces, sino por Vuestra palabra abrís (los ojos) de los ciegos, hacéis que los paralíticos caminen, limpiáis a los leprosos, hacéis que los sordos oigan, cómo por Vuestra palabra (también) curáis espíritus (enfermos) y aquellos atormentados por demonios lunáticos, y cómo, de nuevo, resucitáis los muertos a la vida. Y, al darme cuenta de las maravillas que Vos hacéis, me he dado cuenta de que (de dos cosas, una): o habéis venido del cielo, o si no, sois el Hijo de Dios, quien hace que sucedan todas éstas cosas. También me doy cuenta que los judíos murmuran en contra Vuestra, y Os persiguen, que buscan crucificaros y destruiros. Poseo únicamente una pequeña ciudad, pero es bella, y lo suficientemente grande para que nosotros dos vivamos en paz.

Cuando Jesús recibió la carta, en la casa del sumo sacerdote de los judíos, le dijo a Hanán, el secretario, “Id, y decid a vuestro amo, quien os envió a Mí: ‘Feliz seáis, vos que habéis creído en Mí, sin haberme visto, porque está escrito de mí que quienes me vean no creerán en Mí, y que aquellos que no me vean creerán en Mí. En cuanto a lo que habéis escrito, que debería ir a vos, (he aquí, que) todo a lo que fui enviado aquí está terminado, y subo de nuevo a Mi Padre quien me envió, y cuando haya ascendido a Él os enviaré a uno de Mis discípulos, quien sanará todos vuestros sufrimientos, y (os) dará la salud de nuevo, y convertirá a todos aquellos con vos a la vida eterna. Y vuestra ciudad será bendecida por siempre, y el enemigo nunca prevalecerá sobre ella.’” De acuerdo a Eusebio, no fue Hanán quien escribió la respuesta, sino el mismo Nuestro Señor.

Ha surgido una curiosa evolución legendaria de ésta imaginaria ocurrencia. Se ha discutido seriamente la naturaleza de la enfermedad de Abgar, al crédito de la imaginación de varios escritores, sosteniendo que era gota, otros que era lepra, los primeros diciendo que había durado siete años, los últimos descubriendo que el enfermo había contraído su enfermedad durante una visita a Persia. Otros historiadores, nuevamente, sostienen que la carta fue escrita en pergamino, aunque algunos favorecen al papiro. El pasaje crucial en la carta de Nuestro Señor, sin embargo, es el que promete a la ciudad de Edesa la victoria sobre todo enemigo. Le dio al pueblecito una popularidad que desapareció el día en que cayó en manos de conquistadores. Fue una inesperada conmoción para aquellos que creían en la leyenda; estaban más dispuestos a atribuir la caída de la ciudad a la ira de Dios en contra sus habitantes, que a admitir el fracaso de una protección en la que en ése tiempo se confiaba no menos que en el pasado.

Desde entonces, el hecho al que aludía la correspondencia ha, por mucho tiempo, dejado de tener valor histórico alguno. En dos lugares, el texto está tomado del Evangelio, lo cual de por sí es suficiente para refutar la autenticidad de la carta. Por otra parte, las citas son hechas no de los Evangelios auténticos, sino de la famosa concordancia de Tatiano, compilada en el siglo II, y conocida como el “Diatesarón”, fijando así la fecha de la leyenda en aproximadamente la mitad del siglo III. Además, sin embargo, de la importancia que obtuvo en el ciclo apócrifo, la correspondencia del Rey Abgar también ganó un lugar en la liturgia. El decreto “De libris non recipiendis”, del pseudo-Gelasio, coloca la carta entre los escritos apócrifos, lo cual puede, posiblemente, ser una alusión al hecho que haya sido interpolada entre las lecciones oficialmente autorizadas de la liturgia. Las liturgias sirias conmemoran la correspondencia de Abgar durante la cuaresma. La liturgia celta parece haber concedido importancia a la leyenda; el “Liber Hymnorum”, un manuscrito conservado en Trinity College, Dublín (E. 4, 2), da dos oraciones sobre las líneas de la carta a Abgar. Tampoco es del todo absoluto que ésta carta, seguida de varias oraciones, pueda haber conformado un oficio litúrgico menor en ciertas iglesias.

El relato dado por Adai contiene un detalle al que se puede hacer referencia aquí brevemente. Hanán, quien escribió lo que Nuestro Señor le dictó, era archivero en Edesa y pintor del Rey Abgar. Se le había encargado pintar un retrato de Nuestro Señor, tarea que llevó a cabo, trayendo de regreso consigo mismo una pintura que llevó a ser objeto de veneración general, pero que, después de un tiempo, se dijo que había sido pintada por el mismo Nuestro Señor. Al igual que la carta, el retrato estaba destinado a ser el núcleo de una legendaria evolución; el “Santo Rostro de Edesa” era principalmente famoso en el mundo bizantino. Debe ser aquí suficiente una indicación mínima de éste hecho, sin embargo, ya que la leyenda del retrato de Edesa forma parte del extremadamente difícil y oscuro tema de la iconografía de Cristo, y de las pinturas de origen milagroso llamadas acheiropoietoe (“hecho sin manos”).

H. LECLERCQ

Transcrito por Michael C. Tinkler

Traducido por Leonel Antonio Orozco