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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Papas muertos por enfermedad (I)

De Enciclopedia Católica

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Un antiguo dicho acuñado por los funcionarios de la curia vaticana reza: «E1 Papa no enferma, solo se mete en cama para morir». Durante mucho tiempo, las enfermedades de los Sumos Pontífices han sido mantenidas en el más estricto de los secretos, hasta tal punto que en el convencimiento popular arraigó la creencia expresada en la frase apenas mencionada. Ello provoca que la indisposición mas ligera desencadene toda suerte de rumores y la alarma de los reporteros, ávidos de la primicia de un «fallecimiento apostólico», valor mas que seguro en el mercado de la comunicación. El hermetismo vaticano se ha aflojado un poco en los ultimos tiempos debido a la imposibilidad de ocultar los malestares experimentados por Juan Pablo II en público y su evidente declinación física. Pero la política sigue siendo la de la reserva.

Durante los últimos años del pontificado de Pablo VI, la central telefónica vaticana quedaba literalmente copada cada vez que se creía que el Santo Padre se hallaba mal. Una de las señales mas significativas e inequívocas del penoso estado de salud del papa Montini fue la recuperación de la silla gestatoria -que él mismo había suprimido- para entrar en San Pedro y salir, dado que no podía ya hacer el recorrido a pie. En realidad fue Pio XII quien dio ocasión de considerar al Vicario de Cristo como alguien sometido también a los padecimientos humanos. La noticia de su grave enfermedad de 1954 corrió como reguero de pólvora, y el convencimiento de que moriría era tal que se prepararon ediciones extraordinarias de los periódicos con reseñas de su pontificado y encabezamientos de duelo. Pero Pio XII se recuperó sorprendentemente y la prensa ofreció una noticia mas sensacional que la de la temida muerte del Papa: la de la visión que tuvo de Jesucristo mientras recitaba el Anima Christi, visión en la que le fue dicho que saldría del trance. Alguno en los pasillos de la curia había filtrado lo que fue una confidencia, pero lo publicado no fue desmentido oficialmente.

He aquí los Papas que sucumbieron a enfermedades (cuyo espectro, como se vera, es de lo mas variopinto):

- Vigilio (540-555). Murió en Siracusa, donde había repostado en la ruta que le llevaba a Roma desde el exilio, a consecuencia de una recrudescencia de su mal de cálculos biliares, que ya se le había manifestado en Calcedonia en 551, en medio de sus correrías por causa de la cuestion de los Tres Capitulos.

- Pelagio II (578-590). Cayó victima de la peste que se declaró en Roma debido a una inundación del Tiber de grandes proporciones.

- San Gregorio I Magno (590-604). La gota lo consumió durante años, como lo atestigua el mismo Papa en una carta del ano 599 dirigida al noble siciliano Venancio: «Hace ya once meses que, salvo raras ocasiones, no me levanto de la cama; a tal punto soy presa de dolor y malestar y tanto me hace padecer la podagra que la vida se me ha convertido en la mayor penitencia por mis pecados.» El 12 de marzo de 604, los rigores del invierno acabaron con sus últimas fuerzas.

- Juan V (685-686). Se dice que sufrió una larga y penosa enfermedad (¿cáncer?) que apenas le dejaba fuerzas para consagrar obispos trabajosamente.

- Conón (686-687). Cayo gravemente enfermo al punto que se esperaba de un momento a otro su muerte, lo que aprovecho su ambicioso arcediano Pascual para intrigar cerca del exarca de Ravena con el objeto de obtener la sucesión del moribundo. Éste falleció dejando tras de si una situación rayana en el cisma.

- Sisinio (708). Le aquejaba la gota tan severamente que, como consigna el Liber Pontificalis, «no podía servirse de sus manos, ni siquiera para comer». Bajó al sepulcro a los veinte días de su consagracion.

- San Pablo I (757-767). Pasó a mejor vida, victima de una fiebre maligna debida a una insolación que lo sorprendió en San Pablo Extramuros, donde se hallaba retirado a causa de los calores del estío. Durante su agonía fue velado solo por el presbítero Esteban, mientras se producían en la ciudad tumultos y desórdenes, que desembocaron en la elección anticanónica de un laico cuando aún no había expirado el papa Pablo.

- San Pascual I (817-824). Se dice que enfermó gravemente -sin especificar el mal- y falleció poco después.

- San Adriano III (884-885). Yendo desde Roma a Worms para encontrarse con el emperador Carlos el Gordo, enfermó de gravedad a mitad del camino, falleciendo en San Cesario sul Panario, cerca de Módena.

- Bonifacio VI (896). Victima de un severo ataque de gota, que le mató a los quince días apenas de su consagración.

- Juan XI (931-936). Sus excesos de mesa y lecho hicieron desaparecer de este mundo al hijo sacrílego del papa Sergio III y la domna senatrix Marozia.

- Juan XV (985-996). Consumido por un violento ataque de fiebre.

- Gregorio V (996-999). Inesperadamente arrebatado por la malaria, cuyos síntomas fueron confundidos con los de envenenamiento por algunos que hicieron correr este rumor.

- Dámaso II (1048). Muerto a causa de la malaria a los veintitrés días de su entronización, en Palestrina, adonde había ido huyendo de la canicula romana. Se sospechó que había sido hecho envenenar por Benedicto IX.

- San Leon IX (1049-1054). En la cincuentena, al regresar a Roma desde Benevento después de haber permanecido prisionero de los normandos, enfermo gravemente (quizás de agotamiento físico y nervioso) y murió en el termino de un mes recitando las plegarias de los agonizantes en su aleman nativo.

- Victor II (1054-1057). Abatido y debilitado por sus continuos viajes, contrajo una fiebre mortal que acabó con sus días en Arezzo.

- Esteban IX (1057-1058). Cayo seriamente enfermo por un agotamiento nervioso y, presintiendo su muerte, hizo jurar a su clero y pueblo que no procediesen a la elección de su sucesor antes del regreso de su legado Hildebrando de Germania, lo que dio lugar a que los Crescencios (sucesores de los Teofilactos) volvieran a levantar la cabeza y entronizaran a uno de los suyos, el antipapa Benedicto X.

- Beato Victor III (1086-1087). Enfermó gravemente durante un concilio que se celebraba en su presencia en Benevento, por lo que, sintiéndose próximo a morir, dispuso que se le condujera a su amado monasterio de Montecassino, donde efectivamente cerró los ojos con fama de santidad.

- Pascual II (1099-1118). Su vejez fue amargada por los reveses experimentados por la Santa Sede en la Querella de las Investiduras y por la lucha entre las facciones que pretendían el predominio sobre Roma. Después de celebrar la Navidad en Palestrina, entró en la Ciudad Eterna, muriendo a los ocho días cerca del castillo de Sant'Angelo, a punto de que sus partidarios recuperaran San Pedro. Ya moribundo, exhortó a sus cardenales a resistir a los alemanes, que querían someter a servidumbre a la Iglesia.

- Honorio II (1124-1130). Cayó gravemente enfermo en el mes de enero de 1130, siendo trasladado al monasterio de San Gregorio en el monte Celio, donde padeció una larga agonía mientras los partidos antagónicos de los Pierleoni y los Frangipani se preparaban para imponer sus respectivos candidatos en la inminente elección. A tal punto llegaron las intrigas que, en medio de sus sufrimientos, hubo de asomar la cabeza el moribundo por una ventana para hacer ver que aun no había muerto. La noticia de su fallecimiento fue retrasada para munir la elección del candidato de los Frangipani en perjuicio del cardenal Pierleoni, que era quien tenia mayores probabilidades de suceder a Honorio. Ello condujo al cisma de 1130.

- Celestino IV (1241). Viejo y ya enfermo cuando fue elegido, falleció a los diecisiete días de su elección, sin haber podido ser consagrado.

- Inocencio IV (1243-1254). Asaltado por una enfermedad seria mientras se hallaba en Napoles en medio de sus luchas contra los Hohenstaufen, agravose al recibir la nueva de la derrota de sus tropas por las de Manfredo de Sicilia, muriendo en el palacio que había sido de Pier della Vigna.

- Bonifacio VIII (1294-1303). A quien los disgustos que padeció en el curso de su lucha contra Felipe el Hermoso de Francia (especialmente la humillación del atentado de Anagni) debilitaron mortalmente, llevándoselo unas fuertes fiebres de este mundo. Benedicto XII (1334-1342). Aquejado de «larga y dolorosa enfermedad» (posiblemente cáncer).

- Beato Urbano V (1362-1370). Enfermo a poco de regresar a Aviñón desde la sede Romana, adonde había querido retornar definitivamente, siendo disuadido por la situación de desorden que encontró. Sintiendo cercana la muerte, hizo abrir la puerta de su cámara para que todo el mundo viera como muere un Papa, expirando con un crucifijo entre las manos, vestido con el hábito benedictino y extendido sobre un mísero lecho. Santa Brigida de Suecia habia predicho que si el Papa volvía a Francia enfermaría mortalmente; por eso, el fallecimiento de Urbano V se interpreto como un castigo del Cielo.

- Gregorio XI (1370-1378). Acortaron su vida los avatares del regreso definitivo a Roma desde Aviñón y la angustia por el porvenir de la Iglesia -que adivinaba proceloso-, muriendo tras menos de dos meses de sufrimientos, cuando solo contaba 47 años.

- Eugenio IV (1431-1447). Murió de agotamiento físico y nervioso, habiendo debido enfrentar el ultimo cisma que ha habido en la Iglesia (el de Amadeo VIII de Saboya, que se hizo llamar Felix V) y los embates de los conciliaristas, así como el fracaso de sus intentos unionistas con Oriente en el Concilio de Florencia. En el lecho de muerte se le oyó -según Vespasiano da Bisticci— lamentarse de haber dejado su monasterio (pues agustino era) y aceptado el cardenalato y el Papado.

- Nicolas V (1447-1455). La gota puso fin a sus días, habiendo este verdadero «padre del Humanismo» dispuesto que dos padres cartujos le ayudaran a bien morir porque se hallaba desengañado de sus familiares y de cuantos le rodeaban. Antes del trance supremo dio a sus cardenales un último y famoso discurso en el que resumió su obra: hacer de Roma el centro de irradiación de la cultura. Digno de este culto Papa es el epitafio que le dedico Eneas Silvio y que orna su monumento sepulcral en las grutas vaticanas.

RODOLFO VARGAS RUBIO

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