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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Obediencia

De Enciclopedia Católica

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La obediencia (del latín Obêdire, "escuchar", "Obeceder") es el cumplir con un mandato o con un precepto. Aquí se ve no como un acto transitorio y aislado sino como una virtud o principio de una conducta correcta. Se dice entonces que es un hábito moral por el cual uno ejecuta una orden de un superior con el intento preciso de cumplir con lo acordado . Santo Tomás de Aquino considera la obligación de la obediencia como una consecuencia obvia de la subordinación establecida en el mundo por la ley natural y positiva. La idea de que subordinarse un hombre a otro es incompatible con la libertad humana --noción ésta que estuvo de moda en las enseñanzas religiosas y políticas del período posterior a la Reforma-- la refuta Santo Tomás demostrando que dicha idea está en desacuerdo con la naturaleza constituida de las cosas, y con las prescripciones positivas de Dios Todopoderoso. Vale la pena notar que, mientras es posible discernir un aspecto general de obediencia en algunos actos de todas las virtudes, en lo que respecta a la obediencia en sí, la ejecución de algo que es un precepto está contemplado en este artículo como una virtud definitivamente especial. El elemento que la diferencia adecuadamente de otros buenos hábitos se encuentra en la última parte de la definición dada. Se enfatiza el hecho que uno no cumple solamente por cumplir, sino que lo hace con el fin de estar de acuerdo con la voluntad del que dio la orden. En otras palabras, es el homenaje brindado a la autoridad el cual la califica como una virtud diferente. Aunque la obediencia ocupa un lugar destacado entre las virtudes, no ocupa el lugar principal. Esta distinción pertenece a la fe, la esperanza y la caridad (q.v.) las que nos unen inmediatamente con Dios Todopoderoso. Entre las virtudes morales, la obediencia goza de una primacía de honor. La razón es que la mayor o menor excelencia de una virtud moral está dada por el mayor o menor valor del objeto al que se le está midiendo la importancia que el mismo tenga para nosotros respecto a Dios. Entre nuestras diferentes posesiones, ya sean bienes corporales o bienes espirituales, está claro que la voluntad humana es la más íntimamente personal y querida de todas ellas.

Por lo tanto, la obediencia que hace ceder al hombre la más preciada de las fuerzas de su alma individual por el bien hacia su Creador, es considerada la mayor de las virtudes morales. Considerando a quién vamos a obedecer, no puede haber duda de que estamos comprometidos antes que nada a brindar un servicio sin reservas a Dios Todopoderoso en todos Sus mandamientos. No puede haber ningún impedimento contra esta verdad en poner en yuxtaposición la inmutabilidad de la ley natural y una orden, tal como la dada a Abraham de matar a su hijo Isaac. La respuesta concluyente en este caso es que la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y la muerte era, bajo su dirección, la correcta en esa instancia particular de tener que matar a un ser humano inocente. Por otro lado, la obligación de obediencia a los superiores por debajo de Dios, tiene sus limitaciones. No estamos obligados a obedecer a un superior en un asunto que va más allá de su autoridad de mando. Por ejemplo, los padres, aunque están obligados más allá de toda duda con la sumisión de sus hijos hasta que llegan a cierta edad, no tienen derecho a obligarles a casarse. Ni puede tampoco un superior pedirnos obediencia en contraposición a las disposiciones de una autoridad superior.

De aquí se deduce que no podemos hacer caso a la petición de ningún poder humano, no importa cuán venerable o sobresaliente sea, si ello va en contra de las ordenanzas de Dios. Toda autoridad a la que respetamos tiene su origen en Él y no puede ser utilizada en Su contra. Lo que confiere a la obediencia su mérito especial es el reconocimiento de la autoridad de Dios ejercida en forma delegada a través de un agente humano. No es posible establecer una medida certera para determinar el grado de culpabilidad del pecado de la desobediencia. Visto formalmente como un desprecio deliberado hacia la autoridad, comprende un divorcio entre el alma y el principio sobrenatural de la caridad que equivale a un pecado grave. De hecho, hay que tomar en cuenta otras cosas como la mayor o menor advertencia del acto, el carácter importante o no de lo solicitado, la forma en que se pidió hacerlo, el derecho de la persona que lo ordenó. Por estas razones, frecuentemente este pecado será considerado venial.

JOSEPH F. DELANEY Transcripto por Suzanne Fortin Traducido por Dr. Raúl Toledo, El Salvador