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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Templanza

De Enciclopedia Católica

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(Del latín temperare: mezclar en proporciones correctas; calificar).

En el presente escrito la templanza es considerada como una de las cuatro virtudes cardinales. Puede ser definida como el hábito recto que permite que el hombre pueda dominar sus apetitos naturales de placeres de los sentidos de acuerdo a la norma prescrita por la razón. En cierto sentido, la templanza puede ser considerada como una característica de todas las virtudes morales, pues la moderación que ella trae aparejada es central para cada una de ellas. También santo Tomás (II-II:141:2) la considera una virtud especial. En otras palabras, hablamos de la virtud que gobierna la concupiscencia; que controla el deseo de los placeres y deleites que con más fuerza atraen el corazón humano. Estos se pueden catalogar en tres tipos: los que están asociados con la preservación de la persona individual, los que se relacionan con la perpetuación de la especie humana, y los que se vinculan con el bienestar y el confort de la vida humana. En este aspecto, la templanza tiene otras virtudes subordinadas: la abstinencia, la castidad y la modestia. La abstinencia prescribe el control que debe ser empleado al comer y beber. Obviamente, la medida de tal auto control no es ni constante ni invariable. Varía de acuerdo a las personas y a los diferentes fines que se persigan. La dieta de un anacoreta no puede ser la misma que la de un campesino o un obrero. La abstinencia es la virtud opuesta a los vicios de glotonería y embriaguez. El desorden de tales vicios consiste en que la comida y la bebida son consumidos de tal manera que causan perjuicio a la salud corporal. De ahí que se pueda afirmar que la glotonería y la embriaguez son intrínsecamente malos. Lo cual, sin embargo, no significa que siempre constituyan pecados graves. La glotonería, por ejemplo, raramente llega a ser un pecado grave. La embriaguez sí lo es cuando alcanza un grado tal que imposibilita, al menos temporalmente, el recto uso de la razón. La castidad, como parte de la templanza, regula las satisfacciones sensuales conectadas con la perpetuación de la especie. El vicio contrario es la lujuria. Estos placeres actúan con una vehemencia muy grande sobre la naturaleza humana, y la función de la castidad es imponer sobre ellos la fuerza de la razón. Ella será el criterio que decidirá si esos placeres deberán ser totalmente declinados en favor de una vocación superior, o si deberán ser avalados exclusivamente en referencia a los propósitos del matrimonio. (Para ver el pensamiento del Magisterio de la Iglesia al respecto, Cfr. Encíclicas “Casti connubi” de Pio XI, "Evangelium vitae" y "Familiaris consortio" de Juan Pablo II y "Deus caritas est" de Benedicto XVI, y las catequesis de los primeros cuatro años del pontificado de Juan Pablo II, que constituyen el cuerpo de la así llamada "Teología del Cuerpo". Además, Catecismo de la Iglesia Católica, 3ª Parte, 2ª Sección, capítulo 2°. N.T.). La castidad no es fanatismo, ni mucho menos falta de sensibilidad. Es simplemente la obediencia a un mandato de templanza en un área donde tal poder de estabilización es agudamente necesitado.

La virtud de la modestia, regulada por la templanza, tiene como función el tener bajo la rienda de la razón las pasiones humanas menos violentas. Ella se acompaña de la humildad para que le sirva ordenando el interior del hombre. Al permear de verdad sus juicios, e incrementar el conocimiento de sí mismo, protege al hombre de la malicia radical del orgullo. Es contraria a la pusilanimidad, que nace de percepciones inferiores y de una voluntad malvada. En lo tocante al gobierno del exterior del hombre, la modestia intenta que éste se conforme con las exigencias de la decencia y el decoro (honestas). De esa manera toda la apariencia exterior, la conducta y el estilo de vida caen bajo su jurisdicción. Cosas como la vestimenta, la forma de hablar y la forma de vida deben estar encuadrados en sus normas. Obviamente, esto nunca podrá ser reglamentado por medio de normas inflexibles y elementales. Las costumbres tendrán siempre algo que decir al respecto, pero ellas también deberán ser normadas por la modestia. Santo Tomás enumera otras virtudes subordinadas a la templanza en cuanto que ellas implican moderación en el manejo de alguna pasión. Debe tenerse en cuenta, empero, que en su sentido primario la templanza tiene que ver con aquello que es difícil para el hombre, no en cuanto que éste es un ser racional, sino en cuanto que es animal (también sobre este punto se recomienda referirse a los documentos sugeridos más arriba. N.T.). Las tareas más arduas para la carne y la sangre son precisamente el dominio de sí mismo en el uso de bebidas, comidas y los placeres sexuales que acompañan a la propagación de la especie. Es por ello que la abstinencia y la castidad deben ser reconocidas como las fases principales y ordinarias de esta virtud. Todo lo dicho hasta aquí recibe mayor sustento si aceptamos que el dominio de sí mismo exigido por la templanza se mide no únicamente por la norma de la razón, sino también por la ley de Dios. Es llamada virtud cardinal porque la moderación requerida por cada hábito recto encuentra un desafío especialmente elevado en la práctica de la templanza. Las satisfacciones sobre las que debe gobernar son a la vez totalmente naturales y necesarias en el orden presente de la existencia humana. A pesar de ello, no es la mayor de las virtudes morales. Ese lugar lo ocupa la prudencia. Enseguida vienen la justicia, la fortaleza, y por último la templanza.

JOSEPH F. DELANY

Transcrito por Shannon Linzer.

Traducido por Javier Algara Cossío.