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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Contrarreforma

De Enciclopedia Católica

Revisión de 01:24 19 jun 2018 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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Importancia del término

El término Contrarreforma denota el período de revitalización católica desde el pontificado del Papa Pío IV en 1560 hasta el final de la Guerra de los Treinta Años, en 1648. El nombre, aunque usado hace tiempo entre los historiadores protestantes, ha sido introducido en los manuales católicos más tarde. La consecuencia es que ya tiene un significado y una aplicación, para el que quizás debiera haberse elegido una palabra diferente, ya que, en primer lugar, el nombre sugiere que el movimiento católico vino después del protestante, cuando, en verdad la reforma originalmente comenzó en la iglesia católica y Lutero era un reformador católico antes de llegar a ser protestante. Al hacerse protestante de hecho obstruyó el progreso de la reforma católica, pero no la detuvo. Continuó ganando fuerza en el sur católico hasta que fue lo suficientemente fuerte para enfrentarse y hacer retroceder al movimiento del norte. Aunque la reforma católica hubiera sido posterior a la protestante, no podríamos admitir que nuestro movimiento de reforma debe su motivo y su poder o su línea de acción a éste, de la manera que los movimientos modernos de reforma entre los orientales se deben a la influencia del pensamiento europeo.

Porque los principios de la Reforma Protestante son para los católicos principios que llevan a la deformación y perpetuación de los abusos, tales como el sometimiento de la iglesia al Estado o el matrimonio del clero, por no hablar de los errores doctrinales. La continuación y la corrección de los mismos abusos no pueden deberse al mismo movimiento. Más aún, se verá que la reforma católica ni siquiera se debió a una reacción contra el Protestantismo, de la manera en que las naciones inertes a veces son espoleadas por derrotas iniciales para aumentar su energía, que al final puede hasta darles a la victoria. Aunque esta reacción tuvo sin duda sus efectos en ciertos reformadores católicos no tuvo o tuvo muy poca en los líderes o en los mejores representantes del movimiento, por ejemplo S. Ignacio de Loyola, su pionero o S. Felipe Neri y S. Vicente de Paúl, ejemplares de su madurez.

Otro punto que tener en cuenta es que aunque asignemos ciertas fechas al comienzo y fin del período que estamos considerando, nunca ha habido una ruptura en la lucha de la Iglesia contra las herejías que surgieron en el siglo dieciséis. En este sentido la Contrarreforma comenzó en tiempo de Lutero y tardó en cerrarse. Pero mientras los puntos de similitud entre este período y los que le precedieron y siguieron puede tratarse extensamente y de vez en cuando ha de ser traído a la mente, no hay razón para rechazar el término para negar que se corresponde con un período histórico con una importancia real.

Los períodos históricos, hay que recordar, no se pueden cortar con exactitud, mientras suceden, de lo que va antes y viene después, como se hace en los libros porque la historia concreta es siempre continua. En este caso, los límites del período han de medirse no porque se reviertan las políticas o métodos de reforma, sino por el aumento o disminución de la energía con la que se persigue esa reforma. Cuando muchos se dedican intensamente a la reforma, es el “período” de reforma. De la misma manera, ese período cesa cuando tal dedicación desaparece o disminuye aunque continúe realmente aquí y allá o en algunos individuos o clases. Sería injusto presentar a los héroes de la Contrarreforma como si sus reformas fueran diferentes de los más antiguos oponentes al Protestantismo., excepto en grado, en dedicación, meticulosidad, adaptabilidad a las circunstancias alteradas etc. Sus predecesores fueron claros en la condenación y castigo del error. Predicaron, rogaron, amenazaron y hasta lucharon, pero no remodelaron sus formas seriamente en todos los sitios en grandes y pequeñas cosas. No instituyeron nuevos y amplios programas de educación o alteraron las instituciones de sus estados. No tuvieron éxito en despertar el entusiasmo de sus afines ni lograron animar a clases completas a hacer sacrificios heroicos o esfuerzos heroicos. Pero hubo un tiempo en el que hubo tal heroísmo a gran escala, cunado clases completas, por ejemplo el episcopado, nuevas órdenes religiosas y hasta el laicado (como en Inglaterra durante las persecuciones) estaban llenos de entusiasmo, los mártires fueron numerosos, grandes escritores, predicadores y líderes abundaban, cuando se prestaba atención a la educación por los más altos motivos y con gran interés, cuando los deberes de siempre de la vida eran pasaban a un segundo plano pero se estaba alerta, una fe con significados nuevos, cuando los gobernantes católicos y estados enteros se levantaron sin pararse en consideraciones de sus propios intereses particulares.

El tiempo durante el que duró este entusiasmo duró lo justo para ser considerado un período histórico y a eso es a lo que llamamos el período de la Contrarreforma. Hay que notar también que el principio de este período es más difícil de determinar no solo por su continuidad con los períodos previos y posteriores, sino también porque no comenzó ni terminó al mismo tiempo en todos los países y en cada tierra comenzó , creció y murió por diferentes causas, en diferentes formas y grados y en tiempos diferentes. Considerado de forma amplia, sin embargo, se verá que las fechas asignadas arriba son perfectamente precisas.

Máxima decadencia católica

“Desde tiempos de S. Pedro no ha habido un pontificado tan desafortunado como el mío. ¡Cómo lamento el pasado! Rogad por mí”. Estas fueron las tristes palabras del papa Paulo IV al Padre Laínez, en su lecho de muerte, en 1559(Oliver Manare, Commentarius de rebus Soc. Jesu, Florence, 1886, 125). Nunca parece más oscuro, se dice, que antes del amanecer. Las perspectivas del catolicismo en ese momento parecían verdaderamente negras a los observadores del Vaticano. Luigi Mocenigo, embajador de Venencia en Roma, envió a la Señoría el siguiente informe sobre la situación:

“En muchos países, casi ha cesado la obediencia al papa y los asuntos están tan críticos que si Dios no interviene, pronto estarán desesperados. Alemania…hay poca esperanza de que se cure. Polonia es casi un estado sin esperanza. Los desórdenes que han tenido lugar últimamente en Francia y España son demasiado bien conocidos para que yo hable de ellos, y el reino de Inglaterra…después de volver brevemente a la antigua obediencia, ha caído de nuevo en la herejía. Así, el poder espiritual del papa está tan mal que el único remedio es un concilio reunido con el consentimiento de todos los príncipes. Si esto no pone orden en los asuntos religiosos hay que temer una grave calamidad.”

Otro diplomático veneciano (y estos hombres eran estimados como los más informados de su época) escribió no mucho después que el cardenal Morone, al salir hacia el concilio, le dijo que “no había esperanza” (Albéri, Relazioni degli ambasciatori Veneti, 1859, II, iv, 22, 82). Aunque los hechos desmintieron la profecía de Morone, sus palabras deben ser consideradas como una prueba concluyente de que hasta los más valientes y mejor informados de Roma veían la situación con un profundo desánimo y valdrá la pena buscar una explicación volviendo a las palabras de Mocenigo. Al mismo tiempo, sin intentar un informe de la Reforma en sí, hay que ver lo que se había hecho hasta entonces para detener la revolución religiosa.

Alemania.

Antes de la Reforma Protestante, la celebración de sínodos y concilios provinciales había sido frecuente y siempre habían estado atentos a los puntos que requerían reforma. Después los papas enviaron una serie de legados y nuncios como Aleander, Campeggio, Cayetano, Contarini, Morone, que en general eran hombres de conspicua sinceridad, vigor y prudencia. También entre los católicos alemanes se encontraban hombres de espléndida elocuencia como Tetzel, Johann von Eck, Miltitz, Nausea, Jerome Emser, Julius Pflug, Johann Gropper, que habían luchado valientemente en el bando católico, El emperador Carlos V había trabajado en general con una ¡marcada devoción a favor del catolicismo, aunque su política italiana, es verdad, había entrado en conflicto con los deseos e intereses del Romano Pontífice. Pero ahora se había ido y su sucesor Felipe II de España y Fernando de Austria si se considera su devoción o el poder que ejercieron, como campeones y protectores del catolicismo, era inferior al de Carlos. Había habido muchas mejoras en el campo católico. El episcopado alemán, antes de tan poco valor, tenía ahora a varios nobles personajes entre los que Otto von Truchsess, obispo de Augsburgo y después cardenal era el más brillante representante.

Los frailes dominicos y franciscanos se habían mostrado desde el principio ir a la vanguardia siempre preparados para enfrentarse al enemigo, animando por todas partes a los hombres de sus grupos, previniendo muchas defecciones (ver N. Paulus, Die deutschen Dominikaner im Kampf gegen Luther, 1903). Los primeros jesuitas habían tenido también notable éxito. Así, mientras por una parte se veía que aún había vida en la iglesia alemana, que no era imposible realizar el bien que se había comenzado, sin embargo en general la situación era oscura como en tiempos anteriores. Aun no se había encontrado una salvaguardia contra el protestantismo. El intento de concluir una “paz religiosa “o un “Interim” en las varias Dietas de Nuremberg, Espira, Ratisbona y Augsburgo no hacía otra cosa que dar respiros a la organización del protestantismo, que así se preparaba para nuevos ataque y victorias.

Los turcos presionaban en Hungría y Austria por el sureste; los franceses se aliaron con los Reformadores e invadieron el oeste de Alemania anexionándose tres obispados de Metz, Verdun y Toul. Carlos hizo entonces grades sacrificios para ante los protestantes para conseguir “la paz religiosa de Augsburgo” (1555) para combinar todas las fuerzas contra Francia

Se realizó la alianza pero no tuvo éxito: los franceses retuvieron sus conquistas; Carlos se retiró; el poder la de Alemania católica parecía estar eclipsado. Bien podía Mocenigo decir: Hay poca esperanza de que Alemania se cure”

Polonia.

“Polonia es casi un estado sin esperanza”: El protestantismo había ganado terreno rápidamente. En 1555 se había celebrado un “sínodo nacional” que había pedido el matrimonio de los sacerdotes, la comunión bajo las dos especies, la misa en polaco y la abolición de las “annatas”. Tales exigencias con demasiada frecuencia habían sido el paso preparatorio para el lapso al protestantismo y de hecho en 1557 el débil rey Segismundo permitió la “libertad” de conciencia en Danzig y otras ciudades. Había irresolutos hasta en el clero y entre los obispos como Santiago Uchanski, arzobispo de Gnesen y primado de Polonia en 1562, Pero afortunadamente el mal no estaba profundamente enraizado en este país. No había habido excesivas confiscaciones de las propiedades de la iglesia ni apostasías entre sus gobernantes. El gran arzobispo y cardenal Stanislas Hosius, se hizo famoso y detrás de él permanecieron numeroso y fervientes clérigos que a su debido tiempo renovarían la faz de la Iglesia, aunque por el momento el estado del país era muy serio. (Ver Krause, Die Reformation und Gegenreform. im ehemaligen Königreiche Polen, Posen, 1901.)

Francia y España.

"Los desórdenes en Francia y España son demasiado bien conocidos para que hable de ellos “, La primera revuelta abierta de los Hugonotes, llamada el Tumulte d'Amboise, había tenido lugar poco antes de que escribiera Mocenigo. Francia, aunque se alió con los herejes de Alemania, había preservado su paz religiosa. Pero los convertidos al protestantismo eran numerosos y bien organizados, incluidos no pocos de la más alta nobleza y de sangre real, especialmente los príncipes de la casa de Borbón a la que la corona real estaba destinada a llegar en poco tiempo. El soberano reinante, Francisco II era apenas un muchacho y aunque de momento la casa Lorena y la familia de los Guisa habían dado la victoreé a los católicos, la situación era peligrosa y pronto iba a producir una larga serie de guerras de religión.

Las dificultades de España eran en un sentido más bien extranjeras que domésticas. Es cierto que había habido algunas defecciones como Encinas (Dryander), Servet y Valdés y aunque no numeroso fueron suficientes para causar alarma y sospecha, de tal manera que el mismo arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza fue llevado ante los tribunales. (Cf. Schäfer, "Gesch. des spanischen Protestantismus", Gütersloh, 1902; Menéndez y Pelayo, "Historia de los heterodoxos Españoles", Madrid, 1880-82.).El proceso duró muchos años y al final no se pudo probar nada contra él.

Existía, además, el peligro de los moriscos, pero lo que producía más ansiedad a los pensadores serios era la unión a España del conjunto de los Países Bajos, Nápoles y muchas partes de Italia. Los españoles era muy impopulares en todas partes y los reformadores estaban comenzando, especialmente en los Países Bajos a pasar por patriotas, lo que resultaba muy desafortunado para el catolicismo. Por ejemplo, el rey Felipe II había arreglado con la Santa sede en 1569 ciertos cambios en las sedes flamencas. Mechlin, Cambrai y Utrecht fueron hechas arzobispados y catorce distritos más pequeños obispados. Esta medida, sabia y recomendable en sí misma, fue mal recibida por venir de los gobernantes españoles. La redistribución de beneficios, que tenía que hacerse para dotar a las nuevas sedes, provocó quejas que casa vez eran más ruidosas y al final resultaron ser una de las principales causas de revolución en los Países bajos

Inglaterra

Ningún estado de Europa cambió de bando con tan sorprendente facilidad como Inglaterra. Al principio parecía la menos tendente a la revolución. Había permanecido contenta y pacífica; la observancia de los cánones era favorable comparada con otros países; el rey se mostraba enfáticamente favorable a la Santa Sede hasta “hasta que la luz del Evangelio brilló por primera vez en los ojos de Ana Bolena”. Después se vio que el poder absoluto del soberano era mucho más grande que ninguna otra fuerza en el reino. Hubo algunos mártires gloriosos (ver FISHER; HOUGHTON; MORO) y, en general, la suficiente resistencia para mostrar que el país, agarrado a su antigua fe, nunca hubiera cambiado por la fuerza. Cuando se aplicó esa fuerza, el cambio fue vergonzosamente rápido y completo. Cuando la reina Mary logró imponerse tampoco hubo mucha dificultad en la más ardua tarea de restaurar el antiguo orden, a pesar de las propiedades de la iglesia, que habían sido confiscadas y ya distribuidas entre miles de individuos. Pero toso dos años para la restauración de la Iglesia y a pesar de que se llevó a cabo de forma poco conciliadora y el “establishment “de Mary demostró ser más estable cuando fue juzgado en la persecución de Isabel que la antigua iglesia cuando fue atacada por el rey Enrique VIII. Pero en ningún caso pudo la iglesia oponerse al poder de la corona y la resistencia, aunque suficiente para ser reconocida como una magnífica protesta contra la tiranía real, fue completamente insuficiente para detener los dictados de los soberanos de la casa de Tudor y de sus poderosos ministros. El movimiento de reacción dirigido por Mary no puede ser incluido en la Contrarreforma misma porque afectó a la restauración de los métodos e ideas antiguas y secaba sus fuerzas de los sentimientos religiosos de la tierra, que habían permanecido durmientes mientras fueron abatidos por poderosas fuerzas , pero se levantaron de nuevo tan pronto como cesó la represión .

Escocia e Irlanda

Estos países fueron incluidos probablemente por Mocenigo bajo Inglaterra, aunque sus condiciones eran muy diferentes. Escocia, por el contrario que Inglaterra era quizás, de todos los países de Europa el más inclinado a aceptar la Reforma. Sangrientas e incesantes guerras habían desmoralizado la vida monástica y habían convertido el gobierno de la iglesia en extremadamente difícil, mientras los bruscos barones, habían introducido a sus hijos ilegítimos en un gran número de abadías, y sedes episcopales. Sin embargo Escocia resistió un siglo la reforma que Enrique y Eduardo intentaron por todos los medios introducir. Los esfuerzos de Isabel fueron más sutiles y tuvieron más éxito. María de Guisa, reina regente de escocia, se apoyaba casi completamente en las armas francesas para el mantenimiento de la autoridad religiosa real. Se representaba ante la nobleza que esto era un insulto y una injuria para la casa inglesa a la que naturalmente debía haber caído la corona, la Casa de Hamilton y la nobleza de la tierra. Más aún, los calvinistas en Francia habían ganado contra muchos soldados escoceses jóvenes y estudiantes de París, sobre todo el conde de Arran que estuvo a un paso del trono. La revolución sucedió y aunque la regente se hubiera mantenido si Inglaterra hubiera permanecido neutral, no quedó duda de cuál sería el resultado cundo Isabel desdió ayudar a los rebelde con dinero, hombres y barcos. La novena cláusula del tratado de Edimburgo (6 julio, 1560) estipulaba que “se pasara sobre el tema de la religión en silencio”, lo que efectivamente dio a los protestantes escoceses apoyado por Inglaterra el poder para hacer lo que quisieron. Las tierras de la iglesia fueron tomadas por los laicos y (excepto en el inaccesible norte) se borró por la fuerza todo vestido de la observancia católica en aquella tierra. Fue la última revolución contra la iglesia y la más lamentable por la previa constancia de los escoceses.

Respecto a Irlanda, Roma probablemente no sabía nada excepto las características, más oscuras. Los obispos de Mary y todos los anglo-irlandeses de la región de la Pale se habían aliado con Isabel, aunque ésta había hecho apenas cambios hasta entonces. Oficialmente el estado de Irlanda parecía estar tan mal como el de Inglaterra. La comunicación con los irlandeses de más allá de Pale era difícil de mantener. Probablemente no se habían abierto aún.

Escandinavia e Italia

Mocenigo no menciona a estas naciones, la primera estaba tan lejos de la influencia romana que la Contrarreforma nunca llego hasta allí. Sobre la segunda seguramente hubiera dado una informa mejor que de cualquier otra nación europea. Un par de generaciones antes, cuando el Renacimiento pagano estaba en su apogeo, hubiera sido otra cosa. Pero entonces abundaba la corrupción en todas las clases altas, como todos podían ver, y solo la guerra había detenido la expansión del lujo, aunque no había llegado a la gente de abajo, y había resultado en mejores condiciones (Cantù, Gli eretici d'Italia, Turin, 1865-67).

En cada elección papal se elegía a mejores hombres y el colegio de cardenales ciertamente contenía a los reformadores más ilustrados que se podían encontrar en cualquier sitio: Aleander, Contarini, Morone, Pole, Sadolet se pueden citar como ejemplos. Había muchos prelados admirables como Gian Matteo Giberti, obispo de Verona. Más aún, varias nuevas y eficientes órdenes religiosas habían comenzado a existir hacía poco como los Capuchinos, teatinos, Barnabitas mientras que S. Jerónimo Emiliano había formado a los Clérigos regulares conocidos como Somaschi.

El papa Paulo IV (Giovanni Pietro Caraffa) era un buen representante de estas tradiciones de la iglesia italiana inmediatamente antes del Concilio de Trento. Era santo y sincero, enérgico y trabajador como había demostrado antes de ser elevado al papado. Pero las virtudes de un gran reformador no siempre son las que se necesitan en un gobernante. Como S. Pío V, en ciertas ocasiones, Paulo IV, era a veces precipitado en recurrir a métodos medievales. Sus bulas contra el nepotismo fueron una reforma de la mayor importancia, por fue traicionado, en gran medida por el nepotismo en la guerra fatal contra España (1557-58), cuyas desgracias y desordenes afectaron a la causa del catolicismo tan adversamente en la Europa occidental. Por esta causa el reinado de María Tudor terminó en oscuridad, los Países Bajos distritos, la relación de Inglaterra Flandes y España con el papa prácticamente interrumpida, mientras que los reformadores de Francia mantenían que los males de la época se debían a las ambiciones de los papas. En cuanto se concluyó la Paz de París en 1559, los males que hasta entonces actuaban de forma apenas visible, se hicieron evidentes. Mientras Inglaterra se separaba, seguida por Escocia, se vio que Francia y los Países Bajos estaban profundamente infectadas por la herejía y la Santa Sede no tenía representantes en esos países para combatirla o estaban tan lejos del favor que no tenían ningún poder. Esto explica las palabras de Paulo IV en su lecho de muerte citadas arriba que describen tan vívidamente la desafortunada condición de la Iglesia en este momento

S. Ignacio y los jesuitas, pioneros del movimiento

Pero aunque Paulo IV no lo advirtiera, la reacción católica había hecho considerable progreso. El número de grandes hombres entre los cardenales y la fundación de los capuchinos, Teatino y otras órdenes, ya mencionadas, eran los síntomas de la mejora.

Y entonces apareció Ignacio y los Jesuitas tan conspicuos en el movimiento. Hay que notar qué diferente fue la evolución de los reformadores protestantes (hasta los más meticulosos) y la vocación de este líder católico. El monje Lutero y muchos como él comenzaron por denunciar los abusos. Los abusos eran serios, sin duda, pero por la naturaleza de los casos, abusos en materia o sobre materias en sí laudables y sagradas. Pero los acusadores se volvieron tan violentos que gradualmente olvidaron cualquier bien que estuviera relacionado con el objeto criticado, aunque el bien quizás tenía más importancia que el mal. Entonces los ataques se centraron contra las personas que mantenían o defendían la cosa impugnada y que fallaban en hacer los cambios exigidos y casi siempre eran declarados traidores o que habían abandonado a la iglesia misma. Finalmente el reformador, colocándose a sí mismo como el estándar verdadero de la ortodoxia cayó en la auto exaltación y por fin se rebelaron y separaron de la Iglesia a la que originalmente había intentado servir.

El soldado Ignacio, de incapacitado después de su herida en Pamplona (1521) pensó servir a Cristo como capellán. La idea lentamente tomó posesión en su alma y despertó una superior ambición espiritual. La imitación y servicio de Cristo debían ser totales. Primero se educaría a si mismo lo mejor que le permitiera su edad y se haría sacerdote, induciría a los mejores de sus compañeros a unirse a él y después irían a Tierra Santa a imitar la vida del Salvador tan literalmente y exactamente como pudieran. Esto era un ideal humilde pero sublime, capaz de arrastrar y satisfacer a las almas más sinceras y con seguridad llevaría a grandes esfuerzos. No había aquí preocupación por abusos, reformas ni por preocupación temporal alguna, ni siquiera las más dignas de alabanza. Durante doce años Ignacio, ya un hombre de mediana edad, trabajó en la educación y la santificación propias y de sus seguidores que se unieron a él y el plan se hubiera completado como se concibió si la guerra con los turcos no les hubiera mantenida en Venecia esperando durante varios meses, sin poder ir a Palestina. Volvió a Roma, adonde llegó en noviembre de 1537 y ya no la dejó. Los servidos de su pequeño grupo eran tan requeridos que eran los hombres prácticos del momento con sus cabezas y sus corazones preparados para trabajar en cualquier cosa. En poco tiempo se había oído hablar de ellos y se les había visto por todas partes. Aunque pocos en número, llevaron el Evangelio a Abisinia, India, China y hasta los confines del mundo conocido. Se habían enfrentado y luchado contra los más reacios herejes; habían predicado a los pobres, atendido a los enfermos en los más miserables barrios de las ciudades manufactureras. Aun no tenían grandes colegios, que después les hicieron famosos, ni la gente sentía su fuerza como la de una corporación, lo que les hacía ser los pioneros, la vanguardia de la iglesia, los más notables. Si tan pocos predicadores podían hacer tanto, sus llamadas a otros a unirse a ellos elevó la confianza de las multitudes, su energía y nuevos esfuerzos. (Ver COMPAÑIA DE JESÚS).

El Concilio de Trento

Convocado originalmente en el año 1537; en los siguientes catorce años se celebraron dieciséis sesiones. En 1552 se prorrogó por tercera o cuarta vez y las luchas por toda Europa eran tan serias que casi se desesperó de poder clausurarlo. “El único remedio” decía Mocenigo, “es un concilio reunido con el consentimiento de todos los príncipes”. Pero era poco probable que las facciones de los arrogantes príncipes de aquella época cedieran en sus puntos de vista e intereses. Sin embargo, por el bien común, había que intentarlo y cuando los obispos se reunieron de nuevo en 1561 llegaron con sus corazones resueltos a hacer todo lo que pudieran. El “consentimiento de todos los príncipes no era fácil de conseguir”. Si hubieran conocido las negociaciones secretas de Isabel con la Corte francesa (Foreign Calendars, 1561, nn. 682, 684), quizá hubieran interpretado de forma siniestra las proposiciones con las que el cardenal de Lorena y otros galicanos interrumpían constantemente el progreso. Por fin el cardenal Morone y el cardenal de Lorena hicieron una visita al emperador y al papa. Se llegó a un mejor entendimiento entre la parte clerical y del estado y así se concluyó el concilio más expeditamente y con más satisfacción de lo que parecía posible. Mientras los políticos habían estado dedicados a la lucha interna por sus intereses, los teólogos habían hecho muy bien su trabajo y cuando se promulgaron los decretos la admiración fue general por la cantidad de definiciones que se habían conseguido. Aun que habían abundado los rumores de intrigas y divisiones, los puntos en los que todos estaban de acuerdo eran sorprendentemente numerosos y formaban un contraste notable con las contradicciones y opiniones individuales de las sectas protestantes que cada vez eran más evidentes y agrias. Ningún congreso se había pronunciado nunca ni tan claramente sobre tantas cuestiones útiles. Más aún, los obispos y representantes de varios países se habían llegado a conocer unos a otras como nunca antes y cuando se separaron y volvieron a sus gentes con una nueva percepción de la unidad de la iglesia y edificados por la sincera santidad de la jerarquía.

Desde este momento se capta una cierta disposición al compromiso y la aprehensión del cambio, que había sido tan extendida, va desapareciendo. Aunque, por ejemplo muchos querían que los laicos recibieran la comunión también con el cáliz, bajo las dos especies, para evitar más defecciones, y ahinqué el concilio y la Santa Sede lo había permitido para ciertos países, se vio que esa concesión era innecesaria y no se hizo uso de ella. Los decretos, al menos los doctrinales, fueron recibidos por todas partes con aprobación. Los decretos disciplinarios, por otra parte, no fueron aceptados sin serias calificaciones por parte de los monarcas católicos. España mantuvo “los privilegios de la Corona española”; Francia al principio rehusó aceptarlos como inconsistentes con la Libertades Galicanas, un rechazo que era importante por el peligro de Regalismo que iba a pesar tanto en Francia durante las siguientes generaciones [Cf. Además losa decretos del concilio (Roma 1564, et soep.), la valiosa publicación de la Sociedad Görres Society, "Concilium Tridentinum, Diariorum, actorum, epistularum, Tractatuum nova collectio", I, "Diariorum pars prima", ed. S. Merkle (Freiburg, 1901), y "Actorum pars prima", ed. S Ehses (Freiburg, 1904).]

Tres grandes Papas reformadores

Los Papas, en general y por la naturaleza de su posición, son extremadamente conservadores, pero fue característico de la Contrarreforma que después del Concilio de Trento, tres papas de una gran energía reformadora fueran elegidos sucesivamente

S. Pío V.

El gran logro de este papa fue el ejemplo que dio de virtud heroica. En el lenguaje de su tiempo “convirtió su palacio en un monasterio y fue él mismo un modelo de penitente, de ascetismo y de oración.”. Inspiró a todo lo que le rodeaba con sus altas miras y en todas partes de la administración papal se vio enseguida la nueva vida y fuerza. Muchas y muy notorias habían sido las corrupciones que se habían introducido durante los pontificados de los transigentes papas humanísticos que le habían precedido. Es cierto que se habían aprobado severas leyes según la costumbre de ese tiempo, esperando que se mantuviera el buen orden por el miedo a las severas penas, pero con una laxa administración tal método de gobierno resulto contraproducente. Pío V aplicó las leyes con inflexible regularidad a ricos y nobles así como a los pobres e insignificantes. Su rigor y vigor fueron a veces excesivos, sin duda, pero esto no era reprensible en aquellos tiempos. Había existido una exigencia popular a gritos de “reforma en la cabeza y en los miembros” y no había muchas esperanzas de conseguirla, teniendo en cuenta las posturas tradicionales fuertemente conservadoras de la corte romana. Ahora que se había logrado lo que parecía imposible, los excesos ocasiónenles en la de conseguirlo eran fácilmente perdonados, si no aplaudidas, como señales de la seriedad del deseo de cambio. Subió la estima del papado, los legados y nuncios papales se enfrentaron con firmeza a los poderosos soberanos a los que eran enviados y lucharon con dignidad para la corrección de los abusos. Las reformas se aceptan con más facilidad por parte de los inferiores cunado los superiores las cumplen. Hasta los protestantes mencionaban al papa Pío con respeto. Bacon hablaba de “ese excelente papa Pius Quintus, al que me pregunto por qué sus sucesores no le han declarado santo” ("Of a Holy War", en sus Obras, ed. de 1838, I, 523; aunque las palabras se ponen en boca de otro). Aunque las fuerzas enemigas de Pío eran poderosas y las postura eran en general muy crítica en todas partes que lo más sensato hubiera sido tener una extrema precaución, su imposición sin miedo de las existentes leyes de la iglesia tuvo un verdadero éxito. Así, aunque su bula con la que excomulgaba a Isabel fue en un serio fracaso y algo a destiempo, sus resultados en la esfera espiritual fueron admirables porque liberó a los católicos ingleses del sometimiento de sus conciencias a tiranía de la reina Isabel. Cosa que no se hubiera conseguido con medidas más suaves.

Gregorio XIII

Gregorio XIII se convirtió en líder del movimiento de reforma por cualidades muy distintas de las de su predecesor. Era un hombre amable y sociable que había llegado a la fama comprofesor de derecho canónico y su éxito se debía a su entusiasmo por la educación, piedad y por el conocimiento de la maquinaria del gobierno más que por algo magnético e inspirador propio de su personalidad.

Fue generoso en su apoyo a las misiones de los jesuitas y en sus concesiones a los seminarios y colegios. Los colegios alemanes ingleses y griegos y muchos otros le deben sus bulas fundacionales y muchos de sus fondos Envió misiones a sus propias expensas a todas las partes del mundo. Aunque no era un genio de la política, tenía un admirable secretario Ptolomeo Galli, cardenal de cómo, cuyos papeles siguen siendo hoy modelo de perspicacia y orden. Se establecieron nunciaturas permanentes en las cortes católicas en vez de los enviados especiales (Viena, 1581; Colonia, 1584), con felices resultados. Así, cuando Gebhard Truchsess, arzobispo de Colonia se pasó al protestantismo e intentó (1582) llevarse consigo su electorado, los nuncios de todas partes organizaron un contraataque vigoroso que tuvo éxito. Desde entonces Colonia ha sido una fortaleza del catolicismo del Noroeste de Europa.

La reforma del calendario fue otra obra de largas perspectivas, si se puede decir así, que le dio mucho prestigio al papa que lo organizó. Fue también muy generoso en la concesión de indulgencias y animó las obras de piedad a gran escala. Tomó inaparte muy activa en la celebración del jubileo del Año Santo (1575) y los peregrinos que acudieron por miles a Ciudad Eterna volvieron a sus lugares para extender por Europa la satisfacción que sentían al ver al mis pontífice oficiar las largas ceremonias religiosas, abriendo las procesiones y atendiendo a los peregrinos pobres con sus propias manos.

Sixto V

Como Pío V, Gregorio XIII tenía demasiado entusiasmo por las teorías abstractas y las prácticas medievales para ser un gobernante ideal; era además muy mal financiero y, como muchos otros buenos juristas, era algo deficiente en los juicios prácticos. Pero precisamente en esto su sucesor Sixto V, estaba fuerte.

Donde Gregorio, al final de su pontificado, estaba agobiado por las deudas, siendo incapaz de acabar con los bandidos que dominaban el país hasta las mismísimas puertas de Roma, Sixto, con su buena administración, fue pronto uno de las papas más ricos, cuya palabra era la ley en cada rincón de sus Estados. Terminó S. pedro y erigió el obelisco de Nerón ante él. Construyó la Biblioteca Vaticana y el ala del palacio que los papas han habitado desde entonces, mientras que prácticamente reconstruía loa palacios del Quirinal y de Letrán, construyó el acueducto llama o Aqua Felice, la Vía Sixtina, el hospital de San Guirolamo y otros edificios aunque su pontificado solo duró cinco años y medio. Sixto era de mente amplia, fuerte, práctico un hombre que no temía enfrentarse a los más grandes problemas y bajo su mando los retrasos de la Ciudad Eterna (que tenían fama de ser perpetuos) cambiaron a una rapidez, casi precipitación.

Como el Concilio de Trento había dado a los católicos, cuando más lo necesitaban, un testimonio de la unidad y catolicidad de su fe, estos tres pontífices, con sus variadas excelencias, mostraron que el papado poseía todas a las calificaciones que los fieles esperaban en sus líderes, virtudes que después repetían ellos mismos (aunque no tan frecuentemente) en los papas sucesivos, especialmente en Clemente VIII, Paulo V y Urbano VIII. Ahora la marea de la contrarreforma iba extendiéndose en plenitud y en ningún otro aspecto se puede estudiar mejor que en las misiones.

Las Misiones

Mientras en Europa campaba la persecución y la guerra, las políticas y las costumbres inveteradas que impedían el progreso, los amplios continentes de América, Asia y África ofrecían una salida más libre para la energía espiritual del nuevo movimiento. Comenzando con S. Francisco Javier, hay entre los jesuitas multitud de apóstoles y mártires y confesores y predicadores de primer orden. En india y China, Antonio Criminale, Roberto de' Nobili, Ridolfo Acquaviva, Matteo Ricci, Adam Schall. En Japón tras los grandes éxitos del P. Valignano, hubo una terrible persecución en la que perecieron por muerte heroica casi ochenta jesuitas, por no hablar de otros. Abisinia y Congo fueron evangelizados por los Padres Nuñez, Baretto y Sylveira. En América del Norte se hicieron heroicos esfuerzos para convertir a los indios (ver BRÉBEUF; LALLEMANT), y en América del Sur la obra de S. Pedro Claver a favor de los esclavos de África y las reducciones del Paraguay. Los frailes franciscanos y dominicos y el clero secular estaban en el terreno antes que los jesuitas en Centro América (donde Las Casas ha dejado un nombre imperecedero); en otras partes pronto estuvieron en primera fila. En poco después, S. Vicente de Paúl y sus fervorosos seguidores apostólicos y en 1622, la Congregación romana “De Propaganda Fide, con sus misioneros organizados (ver PROPAGANDA, COLEGIO DE)

Para poder apreciar los nombres citados en conexión con el movimiento que estamos considerando, debemos recordar que estos apóstoles no solo estaban mostrando en sus heroicas labores y sufrimientos la verdadera naturaleza de la Contrarreforma; también estaban ganándose a muchos neo conversos a ella con su predicación, mientras que sus cartas elevaban a lo más alto a las generosas almas en sus países (ver Cros, "St. François Xavier, Sa vie et Ses lettres", Paris, 1900; y "Lettres Edifiantes et Curieuses", 34 vols., Paris, 1717, ss).

Progreso en los Estados Europeos

Mientras en lejanas tierras el nuevo espíritu encontraba un campo libre hasta cierto punto, su progreso en Europa dependía grandemente en las varias fortunas de los poderes políticos católicos y protestantes. Aquí solo será posible indicar los principales períodos de ese progreso y hay que recordar que ha habido controversias en un momento u otro sobre los hechos principales.

Alemania y Austria

Es evidente que las pérdidas en Alemania no cesaron con la Paz de Augsburgo de 1555. Los protestantes, cuando surgía la ocasión, no habían duda en beneficiarse de los problemas religiosos de las varias sedes episcopales y habían tomado posesión de dos arzobispados (Magdeburgo y Bremen), y de doce importantes obispados. Sol o por el recurso a las armas se salvó Colonia en 1583 mientras que la libertad de Estrasburgo y Aquisgrán corría grave peligro. Hubo también muchas defecciones entre los príncipes menos importantes y mientras Maximiliano fue emperador (1564-76) sus proclividades protestantes impidieron a los católicos actuar con el vigor y autoridad que correspondía a su número y a su causa.

Respecto a la alarmante condición de Alemania del norte en torno a 1600, ver "Röm. Quartalschrift" (1900), p. 385 ss. La situación se puso tan seria que S. Pedro Canisio comparó retóricamente a los católicos de los países católicos de Baviera y Tirol a las dos tribus de Israel que se salvaron, mientras las otras eran llevadas al cautiverio (ver O. Braunsberger, Canisii Epistulæ et Acta, Freiburg, 1896-1905, I-IV). De hecho, Alberto V de Baviera (1550-79) parecía el único príncipe católico que podía oponerse a los protestantes. El utilizó libremente su autoridad para excluir a los protestantes de puestos de confianza etc., un ejemplo imitado después por otros príncipes católicos (ver Knöpfler, Die Kelchbewegung in Bayern unter Albrecht V, Munich, 1901).

Hubo un progreso más satisfactorio entre los mismos católicos. Estaba surgiendo una nueva generación de obispos. Aunque era imposible poner fin inmediato a los abusos del “patronazgo” practicado por la nobleza y los príncipes, la proporción de hombres elegidos por su capacidad y virtudes había aumentado por todas partes. Otto von Truchsess, Obispo de Augsburgo, ha sido ya mencionado y con é se pueden mencionar Julius Echter von Mespelbrunn, Obispo de Würzburg (del que se decía que había reconciliado a más de 60.000 almas), el Cardinal Klessel, arzobispo de Viena, Theodore von Fürstenberg, Ernst von Mengersdorf, Dietrich von Raitenau, de Paderborn, Bamberg, y Salzburg respectivamente y muchos otros. Eran verdaderas columnas de la Iglesia cuya influencia se sentía más allá de los límites de sus diócesis. Los resultados conseguidos por los escritores cristianos también eran de largo alcance Tanner, Gretscher (Gretser), Laymann, Contzen, y por los predicadores y misioneros, especialmente Canisio, llamado malleus hoereticorum, y otros jesuitas y dominicos. Los colegios de jesuitas fueron aumentando de forma constante produciendo mucho y permanente bien.

Al fin, con el reinado del emperador Rodolfo II (1576-1612) llegó la ocasión para la Contrarreforma en Alemania y Austria. Allí donde la Casa de Austria ejercía su influencia, los príncipes y señores católicos comenzaron a ejercer el mismo de reformar (Reformationsrecht, Jus reformandi) a favor de la iglesia, que los protestantes habían utilizado hasta entonces contra ella. Los protestantes se organizaron en 1608 en una “Unión “a los que los católicos contestaron con una “Liga”. Así, los grupos opuestos pronto fueron derivando hacia la Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648). Aunque los aliados católicos comenzaron con grandes desventajas poco a poco se fueron imponiendo y a finales de 1613 parecía que habían asegurado su superioridad, que Fernando II con su “Edicto de Restitución “reclamó las tierras de la Iglesia capturadas por los protestantes del de la Paz religiosa de Augsburgo de 1555 y en particular los dos arzobispados mencionados antes y los doce obispados. El poder político de los católicos estaba en este momento en el punto más alto al que llegó durante la Contrarreforma. Sin embargo enseguida hubo reacciones. Francia y Suecia se unieron con los protestantes y los católicos no tenían ni el entusiasmo ni la unidad de propósito para mantener su ventaja. La Paz de Münster y de Osnabrück en 1648, desastrosa y humillante políticamente para Alemania fue también muy injuriosa par el catolicismo. (Ver TRATADO DE WESTFALIA).

Las tierras de la iglesia fueron secularizadas libremente y distribuidas, como precio de la paz, para dejar que los señores prácticamente tuvieran el derecho de dictar a sus súbditos la religión que debían profesar. Las autoridades civiles, hasta en los países católicos, católicas, reclamaron y ejercieron el derecho de placet en la elección de los obispos, lo que a la larga era más injurioso. El fervor de la Contrarreforma evaporó entre las distracciones de la guerra, la decepción de la victoria y las miserias de la derrota.

Francia

Si la Contrarreforma tenía tanto que temer de las políticas de los príncipes seculares, era de Francia de la que más tenía que temer: Las guerras de Francisco I contra el emperador Carlos V había dado a la Reforma la ocasión de extenderse. Francia representó la mayor dificultad al concilio de Trento. La lucha entre catolicismo y protestantismo en Francia fue lleva a cabo con mucha crueldad. Aunque la eventual victoria de la Contrarreforma era muy amplia, en ningún lugar llegó tan tarde, en ningún lugar hubo gran peligro de desastre. Esto se debía a la cercanía entre iglesia y Estado: en virtud de las llamadas libertades galicanas el rey y los nobles ejercían una influencia indebida en el nombramiento de obispo, abades y clero y en general en la administración eclesiástica. Poro los últimos gobernantes de la casa de Valois, así como Catalina de Médicis carecían de principios y todos los esfuerzos para reformar bajo tales lideres terminaron en luchas y revueltas. Margarita de Valois, hermana de Francisco I favoreció al protestantismo y pronto infectó a la casa de Borbón (reyes de Navarra) con los que casó y que reclamaron la sucesión al trono de Francia.

Enrique II se había aliado desvergonzadamente con los poderes protestantes extranjero, mientras quemaba a herejes en casa. La herejía se expandió entre los príncipes de sangre y la alta nobleza, que arrastraba consigo a sus súbditos. De ahí las infinitas luchas y las siete sangrientas “Guerras de Religión” (1562, 1567, 1569, 1573, 1577, 1580, 1587-93).

Ambas partes fueron crueles, pero las barbaridades de los calvinistas eran especialmente nauseabundas para el sentimiento católico. En general, los católicos ganaron en las batallas, pero en las negociaciones de paz, los protestantes lograron más y más concesiones. Esto se debía principalmente a la política variable de Catalina de Médicis que se inclinó cínicamente a un lado y después al otro. Por fin Enrique II habiendo asesinado a los líderes católicos de la Casas de Guisa, fue asesinado también y el trono reclamado por Enrique de Navarra, pero como era hugonote, el pueblo católico de Francia no le aceptó y la guerra continuó, con unos efectos desastrosos para el poder francés, hasta que Enrique se pasó a los católicos en 1593 y fue absuelto por el papa Clemente XIII, con lo que el renacimiento católico comenzó con verdadero ardor, llegando a su culmen en el reino siguiente.

Clemente XIII había puesto como condiciones para absolver a Enrique: (1) El heredero al trono debía ser educado como católico. (2) En cada provincia se debía levantar un monasterio o convento en reparación por los muchos destruidos. (3) El culto católico debía reintroducirse en las ciudades hugonotas y por fin, (4) debía proclamarse el concilia de Trento.

Se puede decir que la Contrarreforma en Francia siguió las líneas aquí señaladas:

• Luis XIII, hijo y heredero de Enrique IV, fue educado por el Padre Coton y a través de él tomaron forma la mayoría de las buenas tradiciones de los reyes franceses al ejercer su patronato eclesiástico. También fue notable, quizá muy singular, entre los reyes franceses por la pureza de sus relaciones domésticas. Así, aunque murió comparativamente joven y aunque fue eclipsado por su omnipotente ministro Richelieu, ni fue una persona fuera de lugar para presidir y proteger el movimiento de la reforma religiosa.

• La Reforma llegó a su punto más alto con la multiplicación de las congregaciones y órdenes religiosas y órdenes. En sus “Memorias”, Richelieu dice del reino de Luis XIII, “"Le vrai siècle de Saint Louis était revenu, qui commença à peupler ce royaume de maisons religieuses". El más distinguido fundador y directos de tales congregaciones fue S. Vicente de Paul, suyas organizaciones religiosas, comenzando en 1617, llegaron a extenderse tanto en el periodo inmediatamente siguiente. Además estaban las fundaciones de S. Mauro (Benedictinos) Port-Royal: hermanos de la Caridad; Congregación de Nuestra Señora (1607) de la Visitación (1610); las Ursulinas (1612) el Oratorio del cardenal Berulle. Más aún, los Barnabitas, Capuchinos y Carmelitas desarrollaron nuevas provincias y establecieron muchas casas nuevas. S. pedro Fourier fundó los Canónigos Regulares de S. Salvador. Los jesuitas que previamente tenían solo trece colegios aumentaron mucha tanto en número como en influencia, aunque entre muchas y muy agrias polémicas con el Parlamento y con la Universidad de París. La Compañía, sin embargo, apoyada eficazmente por la corona, tenía en París el Colegio de Clermont, después Luis el Granda, que se convirtió enana de los principales centros de la Contrarreforma.

• El restablecimiento del catolicismo en los distritos que habían quedado bajo el poder de los hugonotes, por el Edicto de Nantes (1598) avanzó lentamente y con dificultad. Pero los monarcas franceses tenían muchas razones para exigir obediencia a los frecuentemente insubordinados súbditos hugonotes. De hecho La Rochelle acabo siendo tomada por la fuerza después de un famoso cerco (1628) Aunque su extremada independencia se terminó y con ella su importancia política, la Contrarreforma no llevó a la abolición de la libertad religiosa para los hugonotes, que fue confirmada en el Edicto de Nimes de 1629.

• Costó mucho que se admitiese en Concilio de Trento y la obstinada insistencia en las libertades galicanas acabó siendo una calamidad para la iglesia de Francia. Por otra parte hallamos grandes nombres entre los obispos de este periodo, como S. Francisco de Sales, los cardenales Berulle, de la Rochefoucauld, Honoré de Laurens, arzobispo de Embrun, Philippe de Cospéan, obispo de Nantes.

Hubo frecuentes sínodos y se mejoró la educación de los sacerdotes. En 1642 S. Vicente de Paul abrió el Collège des Bons Enfants, que sirvió como modelo para los seminarios de muchas diócesis, mientras M. Olier llevaba a cabo entre 1642 y 1645 su idea del Grand Séminaire de Saint Sulpice. El clero en general alcanzó un nivel tan alto que ese período puede ser considerado como uno de los más brillantes en la historia de la iglesia de gala. Por otra parte, la gran influencia del Estado y de la nobleza en la elección de obispos y abades, sobre todo para las sedes más importantes y ricas, era muy injurioso. Se oye hablar con frecuencia de prelados, como el cardenal de Retz, que fue una vergüenza para su orden y de prelados mundanos, como el cardenal Richelieu, que aunque no se haya robado que fuera inmoral, rebajó los ideales de la devoción eclesiástica a la Iglesia, que habían dado a la Contrarreforma mucho de su vigor inicial. Otros puntos débiles en el progreso de la Contrarreforma en Francia pueden estudiarse en las carreras de Edmond Richer y del Abbé of Saint Cyran, Du Verger de la Hauranne, y el Jansenismo. (ver JANSENISMO)

España y Portugal

Volviendo ahora a España y Portugal, la Reforma que triunfa aquí es el mayor signo de victoria espiritual. No hay duda de que los santos de España que florecen en este período, los teólogos, canonistas y escritores espirituales a los que educó, son más notables que los de ningún otro país, como por ejemplo S. Ignacio Sta. Teresa, S. Francisco de Borja, S. Juan de Dios, S. Pedro de Alcántara, S. Juan de la Cruz, S. Francisco Solano Juan de Ávila, , Maldonado, Navarro, Salmerón, Toledo, Gregorio de Valencia, Sánchez, Francisco Suárez, Juan de Santo Tomás, Ripalda, Barbosa, forman una galaxia de nombres brillantes que en sus esferas nunca han sido superados.

Las colonias españolas y portuguesas de América del Sur y de las Indias orientales fueron ennoblecidas por misioneros cuyo heroísmo, dedicación y energía no tienen parangón. Comenzando con Las Casas, cuyos principales logros sin embargo pertenecen a un período anterior, hay que hacer mención de las Reducciones del Paraguay u las primeras misiones a las Filipinas mientras que la mayoría de los trabajadores espirituales en la India, China y Japón, fueron suministrados por España. Pero también aquí, como en Francia, fue en gran medida el absolutismo de la corona que impidió que el triunfo del nuevo movimiento fuera tan completo y permanente como pudo haber sido.

Una serie de soberanos de segundo nivel, un gobierno burocrático indiferente, la esclavitud y el sistema colonial malo impulsó la decadencia prematura no solo la temporal , sino también la espiritual grandeza de esas naciones Aunque la Inquisición estaba establecida en varios pasases europeos , fue más activa en España que en ningún otro sitio.

Italia

Este país había estado preparado desde el principio para la Contrarreforma y el campo de la reforma reabrió en el papado y en el Concilio de Trento. En ningún lugar progresó el curso del movimiento de forma más uniforme o duró tanto. Esto se ve mejor en la Curia papal, donde el colegio de cardenales continuó siendo el representante del mejor talento y virtud de la Iglesia y donde las Sagradas Congregaciones trabajaron con eficacia y determinación desconocida hasta entonces. Pero en verdad, a cualquier parte de la vida religiosa de la nación que se mire, se hallará un notablemente alto nivel de fervor. S. Carlos Borromeo no carecía de seguidores entre los obispos así como los grandes nombres de Sirleto, Paleotto, Arrigoni, Rusticucci, y otros muchos testifican.

Nos llega el relato detallado de los jubileos de 1575 y 1600, que nos dan una visión de toda una comunidad sensible a y familiarizada con las obras de piedad y caridad a gran escala. Entre las nuevas congregaciones de este periodo hay que mencionar la de los Escolapios, fundada por S. José de Calasanz (Calasanctius).

El más serio retroceso fue la lucha entre Paulo III y Venencia, 16060 a 1607, y la constante fricción con los poco simpatizantes gobernadores españoles de Milán y de las Dos Sicilias sobre las inmunidades de los clérigos y la administración de la propiedad eclesiástica.

En el primer caso el papa puede haber precipitado la lucha por el vigor con el que tomó medidas extremas, pero cuando comenzaron las hostilidades los venecianos mostraron una tendencia amenazadora a aliarse con los galicanos y hasta con los herejes británicos. La lucha duró apenas un año. Hombres como Paolo Sarpi y Antonio de Dominis no eran muy fáciles de hallar. El "Index Librorum Prohibitorum" de 1654 debe mencionarse aquí con propiedad aunque se aplica a los ilustrados de todos los países.

Inglaterra

Volviendo a Inglaterra encontramos el espíritu de la Contrarreforma repentinamente estallando en una vida muy vigorosa por la predicación de S. Edmundo Campion en 1580. La organización de la misión se debió al alma magnánima del cardenal Allen cuyo noble sentimiento oportet meliora non ezpectare sed facere (Letters, p. 367) concebida fue frente a una persecución devastadora, lo que nos da la medida de su espíritu superior. “esta Iglesia”, escribió Campion, “nunca fallará mientras que se encuentren sacerdotes y pastores para las ovejas, por más que el hombre o el diablo rabien”. Así que el seminario de Allen, primero desde Douai y después desde Reims, enviaban año tras año, una pequeña cuota de misioneros, y los jesuitas, con los seminarios menores añadían unos pocos más. Fue una lucha heroica, porque ninguna persecución es más tremenda que la de la ley aplicada sin remordimientos en un país amante de las leyes.

Pero el valor de todo el cuerpo católico (numéricamente pequeño) estuvo a la altura de la ocasión y aunque hubo muchos fracasos y hasta numerosas luchas y escándalos, hubo un sorprendentemente alto porcentaje de valor y perseverancia. Con el tiempo los más terribles perseguidores murieron y siguieron días de más calma; pero al final del periodo, los Puritanos estaban renovando las crueldades de Isabel y la sangre de los sacerdotes fluía tan deprisa como siempre.

El mismo entusiasmo religioso se manifestó durante la última década del período, en la fundación de nuevos conventos, órdenes etc., en el Continente. El movimiento en líneas generales se correspondía con el de Francia. El nombre de Mary Wardes uno de los más dignos de mención de Inglaterra. La misión de los jesuitas ingleses a Maryland a pesar de los juicios que tenían en su tierra, es otra manifestación del mismo espíritu.

Irlanda

Durante el reinado de Isabel los Irlandeses estaban en una lucha por su vida contra las crecientes fuerzas de los colonos (“planters”) ingleses. A veces ganaban pero no les quedaba tiempo para la reforma. Los procesos de los mártires irlandeses reclaman alrededor de cien que lo sufrieron bajo el mando de Dermod O'Hurley, arzobispo de Cashel. Hubo muchos misioneros de nota el primero de los cuales fue David Wolfe, S.J., enviado por Pío V; hubo también varios obispos heroicos como Richard Creagh de Armagh, y muchos notables franciscanos y jesuitas. Pero hasta la paz relativa bajo el rey James no se pudo llenar el vacío en el episcopado, fundar colegios en el Continente, en parís, Salamanca, Lisboa Douai etc. (solo uno o dos habían comenzado antes) para organizar de nuevo las órdenes religiosas (especialmente los franciscanos). La antigua vida revivió en apartados santuarios en su patria: se celebraban sínodos en Kilkenny, Dublin y Armagh, y la vida literaria despertaba por todas partes (ver CUATRO MAESTROS, Anales de los; WADDING, LUKE.) .Hubo muchos obispos notables como Peter Lombard, David Rothe, etc.

La persecución nunca cesó del todo (el obispo obispo Cornelius O'Devany, 1612, y otros sesenta fueron martirizados durante este período), la Contrarreforma avanzaba mucho y hubo momentos en los que parecía que iba a triunfar, por ejemplo en 1625 y en 1641-49. Pero al cerrarse el período Cromwell iba a anular con crueldad mayor que en tiempos de los Tudor todo lo bueno que se había hecho.

Escocia y Escandinavia

Apenas se puede decir que la Contrarreforma afectara a Escocia y Escandinavia, pues la victoria del protestantismo había sido completa. Pero mientras reino la reina Mary en Escocia hubo renovados signos de vida: Padres de Gouda Edmund Hay, James Gordon, S.J., el obispo Leslie y Ninian Winzet son los nombres más notables de este período Hay que mencionar a John Ogilvie SJ martirizado en 1615 y la heroica resistencia hecha por los nobles católicos contra la tiranía de Kirk. No existía un superior eclesiástico local o un gobierno. La misión estaba a cargo de la Santa Sede directamente hasta 1653, pero hubo algunos pequeños colegios escoceses para el clero secular en Roma, Douai, Paris, Madrid y Valladolid. En Escandinavia el fracaso del catolicismo no sucedió en un día o una generación. —El P. Possevin S.J y varios nuncios papales intentaron evitarlo – pero la Contra reforma como movimiento no llegó a mucha gente.

Los Países Bajos

En los Países Bajos se hicieron todos los esfuerzos para exterminar el Catolicismo en las Provincias Unidas que se habían revelado contra España, en contra de las repetidas promesas del príncipe de Orange. Sin embargo muchos conservaron la fe – los necesidades espirituales eran cubiertas por los misioneros – aunque fue imposible mantenerla antigua jerarquía. En la católica Flandes el resurgir llevó una vida más o menos próspera. Entre los grandes prelados y escritores de este tiempo estaban Lindanus, obispo de Roemond, Justus Lipsius, Leonard Lessius, Cornelius a Lapide, Martin Becan, Thomas Stapleton (un Inglés), etc. Pero las controversias ocasionadas por Bayo forman un episodio menos agradable y las guerras a final de este período fueron injuriosas. Campañas y batallas arruinaron en país y los términos de paz redujeron su poder notablemente.

Polonia

En este país había una larga lucha entre el catolicismo, apoyado y sostenido por la corona y el pueblo y el protestantismo influenciado por los países protestantes vecinos y las universidades que afectó mucho a los nobles divididos en facciones y a los mercaderes. El catolicismo ganó al final gracias a los esfuerzos de Stanislas Hosius y otros obispos predicadores como Scarga, y los colegios de jesuitas. El rey Segismundo II y Ladislao IV que cooperaron con una serie de nuncios muy activos, asegurando la victoria de la iglesia, aunque los protestantes lograron retener bastante poder.

Literatura eclesiástica

El elevado espíritu de este tiempo se manifestó en la literatura de muchas formas características: Fue una de las mejores épocas para la teología que el mundo haya conocido. Baste recordar nombres como Belarmino, Baronio, Francisco Suárez, Vázquez, Petavius, y muchos otros ya mencionados. Más característicos aun fueron los escritores sobre cosas interiores o personales, entre los que sobresale San Ignacio cuyos “Ejercicios Espirituales”, con su profunda sabiduría espiritual y práctica, pertenecen a una clase aparte. Igualmente distinguidos fueron S. Francisco de Sales (declarado en 1877 Doctor de la Iglesia) Sante Teresa, Scupoli. Blosius Luis de Granada M. Olier, Alfonso Rodriguez.

Las enseñanzas de la iglesia fueron expuestas en el admirable catecismo de Canisio (1555-60) y del Concilio de Trento (1566). Al mismo período pertenecen las ediciones revisadas de la Vulgata (1590-98), el Breviario Romano (1568), El Misal Romano (1570),el martirologio romano (1582), El Corpus Juris Canonici (1582), el Decretum de Graciano (1582). Las "Decem Rationes" del Padre Campion (1581) y el "Christian Directory" del P. Persons, que tuvieron tanta influencia, doctrinal y religiosa en la opinión contemporánea, también muy influida por los poemas religiosa de Tasso y Calderón de Southwell y Crashaw.

La música tomó parte en la revitalización, como testifica los nombres de Palestrina y las agradables memorias de los ejercicios del Oratorio de S. Felipe Neri.

Fin del Periodo y retrospectiva

Se ha dicho antes que un período de fervor y entusiasmo llega al final cuando ese entusiasmo muere debido a la mediocridad, en algunos países, o entre la mayoría de la gente. Esto ocurrió en 1648. En Alemania se dice en general que el periodo se cerró en 1618 pero en el resto, es decir en Francia e Irlanda la ola de fervor aún fluía en muchos lugares, mientras que en Roma e Italia aún era bastante fuerte. Pero eso no impide que consideremos el amplio movimiento como agotado. Aunque había subido el nivel de la educación, pero había disminuido el número de hombres geniales. Ya solo surgieron unas pocas fundaciones nuevas; algunas misiones (Japón, Abisinia, El Congo) se abandonaron o estaban en decadencia, mientras que otras aún estaban creciendo. Y la razón era que el fervor interior, el entusiasmo se había enfriado. Lo mismo podía decirse de los protestantes. Una época de mediocridad se había sustituido al ardor del siglo anterior. Y no era de extrañar. Está en la naturaleza humana relajarse después de un intenso esfuerzo. Lo que no era ordinario, lo que era una de las cosas más extrañas en la historia del mundo era el despliegue de vida y vigor que la Iglesia había dado justamente cuando parecía que iba a quedarse atrás y expulsada del campo por los rivales. En tales circunstancias la Contrarreforma puede ser vista como una de las más asombrosas pruebas de la vitalidad inherente de la Iglesia que la providencia ha asegurado, y que solo tiene el paralelo del triunfo sobre las persecuciones del Imperio Romano, las invasiones de los bárbaros o las fuerzas subversivas de la Revolución Francesa.

Fuentes

Este amplio tema ha ocasionado una inmensa literatura, de la que no se puede dar aquí cuenta completa, aunque su clasificación puede seguirse refiriendo a la ENCILOPEDIA CATÓLICA, donde los varios temas y personas mencionados arriba se tratan en detalle. Muy pocos escritores, sin embargo, han estudiado la amplia pero sutil influencia de las ideas en virtud de las cuales esta revitalización se originó, pasó de tierra en tierra, creció se desarrolló y decayó. Ningún escritor católico ha descrito el movimiento con la plenitud adecuada. (1) Los mejores testigos contemporáneos fueron los nuncios romanos, cuya especial función era estudiar estos temas e informar sobre ellos. Pero pocos de sus papeles se han publicado aún, excepto los relativos a Alemania. Los informes de los nuncios en Alemania (Nunziaturberichte aus Deutschland) se comenzaron a editar en 1892 en parte por los Institutos Históricos prusianos y austriacos en Roma y en parte por la Görres Gesellschaft; DE HINOJOSA, Los despachos de la diplomacia pontificia en España (Madrid, 1896); CAUCHIE, Instructions générales aux nonces de Flandre, 1535-1596; POLLEN, Papal Negotiations with Mary Queen of Scots, 1561-1567 (London, 1901); HÜBNER, Sixte-Quint (Paris, 1870); PASTOR, History of the Popes from the Close of the Middle Ages; JANSSEN, History of the German People, con una critica de MAURENBRECHER, Gesch. der Kathol. Reformation (1880, solo un volúmen publicado) y contra crítica de DITTRICH en Jahrbuch der Görres Ges., ii, 610.

Hay varias monografías con detalles del progreso , primero de la Reforma y después de la Contrarreforma en partes concretas de Alemania, e.g. WIEDEMANN, Gesch. der Reformation und Gegenreformation im Lande unter der Enns (5 vols., 1879-86); others by GINDELY (Bohemia) KELLER (Westphalia), LOSERTH (Austria), MAYER (Switzerland), MEYER (Schleswig), etc.; DUHR, Gesch. der Jesuiten in der Ländern deutscher Zunge (1907); DROYSEN, Gesch. der Gegenreformation (1903, en ONCKEN, Allgemeine Geschichte).

La historia francesa es la más difícil de seguir. Consúltese VICOMTE DE MEAUX, Luttes religieuses en France (Paris, 1879), y La réforme et la politique Fracçaise en Europe, jusqu' à la paix de Westphalie (Paris, 1889); PERRENS, L'église et l'état en France sous Henri IV (1873); COUZARD, Une ambassade à Rome sous Henri IV (1902); PRAT, Recherches sur la C. de Jésus du temps du P. Coton, 1564-l626 (1876); CHENON, La Cour de Rome et la réforme cath. in LAVISSE AND RAMBAUD, Histoire Générale (Paris, 1897), V. Un tratamiento más objetivo del período es deseable para los escritors eclesiásticos del período ver HURTER, Nomenclator; SOMMERVOGEL, Bibl. de la c. de J. (1890-1900); HILGERS, Der Index der verbotenen Bücher (Freiburg, 1904).

Pollen, John Hungerford. (1908)

Traducido por Pedro Royo