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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Altar

De Enciclopedia Católica

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En la Nueva Ley, el altar es la mesa en que se ofrece el Sacrificio Eucarístico. La Misa puede celebrarse a veces fuera de un lugar sagrado, pero nunca sin un altar, o al menos una piedra que sirva de altar. En la historia eclesiástica encontramos sólo dos excepciones: San Luciano (312) se dice que celebró la Misa sobre su pecho, aunque fue en la prisión, y Teodoro, obispo de Tiro, en las manos de sus diáconos (Mabillon, Praef. in 3 saec., n. 79). Según Radulfo de Oxford (Prop. 25), San Sixto II (257-259) fue el primero en prescribir que la Misa debía celebrarse en un altar y la rúbrica del misal (XX) es meramente una nueva promulgación de la ley. Es signo, según Amalario (De Eccles. Officiis, I, XXIV) de la Mesa del Señor (Mensa Domini), refiriéndose a la Última Cena o a la Cruz (San Bernardo, De Coena Domini), o de Cristo (San Ambrosio, IV, De Sacram. XII; Abad Ruperto, V, XXX). Este último significado explica el honor que se le da incensándolo y las cinco cruces grabadas en él significan Sus cinco llagas.

Posición

En las antiguas basílicas, el sacerdote, cuando estaba de pie ante el altar, lo hacia de frente a las personas. Las basílicas del Imperio Romano eran, como norma, cortes de justicia o lugares de reunión. Eran generalmente espaciosas y el área interior estaba separada por dos, o, incluso cuatro, filas de columnas, formando una nave central y pasillos laterales. La parte opuesta a la entrada tenía una forma semicircular, llamada ábside, y en esta parte, que se elevaba sobre el nivel del suelo, se sentaban el juez y sus asesores, mientras a su derecha se situaba un altar sobre el que se realizaba el sacrificio que se ofrecía antes de tratar asuntos públicos importantes.

Cuando estos edificios públicos se adaptaron para las asambleas cristianas, se hicieron ligeras modificaciones. El ábside fue reservado para el obispo y su clero; los creyentes ocuparon el centro y los pasillos laterales, en tanto que el altar se situaba entre el clero y el pueblo. Después en los templos el altar fue situado contra el ábside, o al menos cerca de la pared, para que el sacerdote cuando celebrara mirara al este, y detrás de él se situó el pueblo. En los primeros tiempos había solo un altar en cada iglesia. San Ignacio Mártir, Cipriano, Ireneo y Jerónimo hablan de sólo un altar (Benedicto XIV, De Sacr. Misssae, no. 1, XVII). Algunos piensan que existió más de un altar en la catedral de Milán en tiempos de San Ambrosio, porque a veces usa la palabra altaria, aunque otros son de la opinión de que altaria significa aquí un altar. Hacia el fin del siglo sexto encontramos evidencias de una pluralidad de altares, San Gregorio Magno envió reliquias para cuatro altares a Paladio, obispo de Saintes, Francia, que había colocado en un templo trece altares, cuatro de ellos estaban sin consagrar por falta de reliquias. Aunque había sólo un altar en cada templo, se erigieron altares menores en capillas laterales que eran edificios distintos (como es costumbre en Grecia y algunas Iglesias Orientales, incluso en el presente) en los que solo podía celebrarse una Misa por día (Benedicto XIV, Ibídem). El hecho que en las edades tempranas de la Cristiandad sólo el obispo celebrara la Misa, ayudado por su clero que recibía la Sagrada comunión de las manos del obispo, es la razón por la cual se erigió un solo altar en cada iglesia, pero después de la introducción de las Misas privadas, surgió la necesidad de varios altares en cada templo.

El material de los altares

Aunque no existen documentos que indiquen el material con que los altares estaban construidos en los primeros siglos de la Cristiandad, es probable que fueran hechos de madera, como el usado por Cristo en la Última Cena. En Roma todavía se conserva una mesa de madera en la Basílica de Letrán y fragmentos de otra mesa se conservan en la iglesia de Santa Pudenciana, en la que se dice que San Pedro celebró la Misa. Durante las persecuciones, cuando los cristianos fueron obligados a moverse de un lugar a otro y la Misa era celebrada en criptas, casas privadas, el aire libre y catacumbas, excepto cuando se usaban los arcosolios (vea debajo, CLASES DE ALTAR), es natural suponer que estaban hechos de madera, probablemente cofres de madera que los obispos llevaban con ellos y sobre cuya tapa se celebraba el Sacrificio Eucarístico. San Optato de Mileve (De Schismate Donatistarum) reprueba a los Donatistas por romper y usar para leña los altares de las iglesias católicas y San Agustín (Epist. CLXXXV) relata que el obispo Maximiano fue apaleado con la madera del altar bajo el que se había refugiado. Tenemos razones para suponer que, en los lugares en que las persecuciones no fueron feroces, se usaban también altares de piedra. San Gregorio Taumaturgo, en el siglo tercero, construyó una vasta basílica en Neo-Cesarea en la que es probable que fueran levantados altares más sólidos. San
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Gregorio de Nisa habla de la consagración de un altar hecho de piedra (De Christi Baptismate). Pulqueria, hermana de Teodosio II, regaló un altar de oro a la Basílica de Constantinopla; Santa Helena donó altares dorados, ornamentados con piedras preciosas, a la iglesia que se erigió en el lugar dónde la Cruz había estado oculta durante trescientos años; los papas San Sixto III (432-440) y San. Hilario (461-468) regalaron varios altares de plata a las iglesias de Roma. Siendo que la madera está sujeta a la corrupción, los metales bajos a la corrosión y los metales más preciosos eran demasiado caros, la piedra se convirtió con el paso del tiempo en el material usual para el altar. Además, la piedra perdura y, según San Pablo (I Cor. 10, 4), simboliza a Cristo --" Y la piedra era Cristo."--- El Breviario romano (9 de noviembre) afirma que San Silvestre (314-335) fue el primero en decretar que el altar debía ser de piedra. Pero de tal decreto no hay ninguna evidencia documental y no se menciona en las leyes canónicas en las que se insertan otros muchos decretos de este Papa. Es cierto que después de esta fecha se erigieron altares de madera y o metal. El decreto más temprano de un concilio que prescribió que un altar debe ser de piedra para ser consagrado, es del concilio provincial de Epeaune (Pamiers), Francia, en 517 (Labbe, Concil. tom. V, col. 771). La disciplina presente de la Iglesia requiere que, para su consagración, el altar debe ser de piedra.

Clases de Altar

En los tiempos primitivos había dos tipos de altares:

El arcosolio o monumentum arcuatum que se formaban tallando, en la pared de toba de los espacios más anchos en las catacumbas, un nicho sobre una tumba o sarcófago. Éstos últimos contenían los restos de uno o varios mártires y se elevaba unos tres pies sobre el suelo. Sobre él se colocaba una piedra horizontal de mármol, llamada mensa, sobre la que se celebraba la Misa.

El altar separado de la pared en la cubicula o capilla sepulcral, rodeada de loculi y arcosolios, usado como lugar de culto en las catacumbas o en las iglesias erigidas sobre tierra después del tiempo de Constantino. Este segundo tipo de altar consistía en un bloque cuadrado o rectangular de piedra o mármol que descansaba sobre columnas, en número de una a seis, o en una estructura de obra en que se introducían reliquias de mártires. A veces se colocaban dos o cuatro losas de piedra verticalmente bajo la mesa, formando un arca de piedra. En los oratorios privados la mesa a veces estaba hecha de madera y descansaba en un soporte de madera. Dentro de este apoyo se ponían reliquias de mártires y, para poder exponerlas para ser contempladas, se colocaban puertas plegables en el frontal.

El Liber Pontificalis establece que San Félix I decretó que la Misa debía celebrarse sobre las tumbas de los mártires. Esto, sin duda, provoco dos cosas: un cambio de forma, de una simple mesa a un arca o tumba, y la norma de que cada altar debía contener reliquias de mártires. Normalmente el altar se levantaba sobre escalones desde los que el obispo predicaba en ocasiones (vea ALTAR-ESCALONES). Originalmente estaba hecho en forma de mesa ordinaria, pero gradualmente se introdujo un escalón debajo y se levantó ligeramente sobre él (ver ALTAR-ANAQUEL). Cuando fue introducido el tabernáculo, el número de estos escalones fue aumentado. El altar se cubre, al menos en las basílicas y también en las iglesias grandes, por una canopia apoyada en columnas, llamada ciborio (ver ALTAR - CANOPIA) en que se colocaban o se suspendían jarrones, coronas, cestas de plata, como decoración. En el medio del mencionado ciborio se suspendía una paloma de oro o de plata para servir como píxide en la que se reservaba el Santísimo Sacramento. Se colocaban velos o cortinas a las columnas que soportaban el ciborio (Ver ALTAR-CORTINA) El altar se rodeaba a menudo por barandas de madera, o metal, llamada cancelas, o por paredes bajas de mármol jaspeado, llamadas tranennae. Según la disciplina presente de la Iglesia, hay dos tipos de altares, el fijo y el portátil. Ambas denominaciones tienen un doble significado, es decir un altar puede ser fijo o portátil o en un sentido amplio o en sentido litúrgico. Un altar fijo, en un sentido amplio, es uno que está sujeto a una pared, el suelo o a una columna, esté consagrado o no; en sentido litúrgico, es una estructura de piedra, permanente, que consiste en una mesa consagrada y un soporte que debe construirse con cimientos sólidos. Un altar portátil en sentido amplio es uno que puede llevarse de un lugar a otro; en sentido litúrgico es un ara consagrada, suficientemente grande para contener la Sagrada Hostia y la parte mayor de la base del cáliz. Se inserta sobre un altar que no es un altar consagrado fijo.

Los componentes de un altar fijo, en sentido litúrgico, son la mesa (mensa), el soporte (stipes) y el sepulcro. (Ver ALTAR-CAVIDAD.) La mesa debe ser una sola losa de piedra unida firmemente con cemento al soporte, para que la mesa y el soporte formen una sola pieza. La superficie de esta mesa debe ser perfectamente plana y pulida. Se graban cinco cruces griegas en su superficie, una en cada una de las cuatro esquinas, aproximadamente seis pulgadas de los bordes, pero directamente sobre el soporte, y una en el centro. El soporte puede ser una pieza sólida o puede consistir en cuatro o más columnas. Éstas deben ser de piedra natural, firmemente unida a la mesa. No se precisan infraestructuras, sin embargo, pueden consistir en una pieza, en todo caso construida solidamente para hacer la estructura permanente. El apoyo puede tener cualquiera de las formas siguientes:


En cada esquina una columna de piedra natural y los espacios entre las columnas pueden rellenarse con cualquier tipo de piedra, ladrillo, o cemento;

el espacio entre las dos columnas delanteras puede dejarse abierto, para poner bajo la mesa (expuesto) un relicario que contiene el cuerpo (o una parte del cuerpo) de un santo;

además de las cuatro columnas, uno en cada esquina, una quinta columna puede ponerse al frente en el centro. En este caso la parte de atrás y, si también se desea, los lados, puede rellenarse de piedra, ladrillo, o cemento;

si la mesa es pequeña (debe ser en todo cada más grande que el ara de un altar portátil), se le ponen cuatro columnas bajo, una en cada esquina y, para conseguir el tamaño requerido, pueden agregarse marcos de piedra u otro material a cada lado, estas partes agregadas no se consagran, y pueden construirse después de la ceremonia de consagración;

si la mesa es deficiente en anchura, se le ponen cuatro columnas debajo, una en cada esquina, y se agrega un marco de piedra u otro material a la parte de atrás. Esta parte no se consagra y puede construirse después de la consagración del altar.

En los dos últimos casos pueden rellenarse los espacios entre las columnas con ladrillo o cemento o pueden dejarse abiertos. En todo caso, la infraestructura pueden ser una masa sólida,o el interior puede estar hueco, pero esta cavidad no puede usarse como armario por guardar artículos de cualquier tipo, incluso si pertenecen al altar. Ni en las rubricas ni la Sagrada Congregación de Ritos prescriben ninguna dimensión para el altar. Ha de ser, sin embargo, suficientemente grande para permitir a un sacerdote celebrar convenientemente el Santo Sacrificio en él, de tal una manera que todas las ceremonias pueden ser observadas dignamente. Así, los altares en los que se celebran servicios solemnes exigen ser de dimensiones mayores que otros altares. De las palabras del Pontifical inferimos que el altar mayor debe estar libre por todos los lados (Pontifex circuito septies tabulam altaris), pero la parte de atrás parte de los altares menores puede construirse contra la pared.

(n.d.t: Las actuales reformas litúrgicas, tras el Concilio Vaticano II, han cambiado algunas normas, Es destacable la que recupera que el celebrante se sitúe mirando a la asamblea y, por consiguiente, obliga a que el altar quede separado de la pared.)


Fuente: Schulte, Augustin Joseph. "Altar (in Liturgy)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01346a.htm>.

Traducido por Quique Sancho.